China eleva a otro nivel su vínculo estratégico con América Latina y el Caribe
Mauricio Ramírez Núñez
Académico.
Desde hace casi dos décadas, China viene construyendo un marco conceptual y político para su relación con América Latina y el Caribe (ALC) que ha ido madurando con una claridad notable. El Segundo Documento sobre la Política de China hacia ALC, publicado en 2016, ocho años después del primero, marcó un punto de inflexión: presentó por primera vez una arquitectura integral conocida como la estrategia de “Cinco en Uno”, que abarcaba política, economía, cultura, seguridad y acción multilateral. En aquel momento, Pekín buscaba ordenar la cooperación, establecer bases comunes y proyectar una relación más estable, aunque aún anclada en dinámicas sectoriales como el comercio y la infraestructura.
En este 2025, el nuevo Documento sobre la Política de China hacia ALC va mucho más allá. Los “Cinco Programas” no solo actualizan el marco previo: lo transforman. Lo elevan de un esquema técnico de cooperación a una propuesta política de carácter estratégico, que sitúa a la región como un actor clave en el proceso de reorganización del orden internacional. Esta evolución doctrinaria revela hasta qué punto China considera a ALC no como un espacio periférico, sino como un socio indispensable en la construcción de un mundo multipolar.
La primera gran evolución se observa en el plano político. Mientras en 2016 la prioridad era fortalecer el diálogo diplomático y consolidar mecanismos como el Foro China–CELAC, el Programa de la Solidaridad de 2025 convierte esa cooperación en un proyecto explícito de articulación del Sur Global. El foco ya no es solo conversar, sino coordinar posiciones en defensa de la soberanía, el multilateralismo y la reforma del sistema internacional. La relación pasa de ser bilateral o birregional a ser parte de un frente político global en favor de un orden más representativo.
En lo económico, el salto es igualmente profundo. El marco de 2016 impulsaba la cooperación en comercio, inversión y grandes obras; era una etapa fundamental para expandir la presencia china en sectores clave. Sin embargo, en 2025 el énfasis se desplaza hacia la integración productiva, la innovación, la infraestructura verde, la economía digital y la construcción conjunta de capacidades tecnológicas. China ya no se limita a operar como financista o constructor: propone asociarse con ALC para impulsar un modelo propio de modernización, más equitativo, más autónomo y menos dependiente de paradigmas externos. La lógica no es exportar e invertir, sino transformar y desarrollar.
La dimensión cultural también experimenta una evolución notable. Los intercambios académicos y culturales promovidos en 2016 eran valiosos, pero seguían funcionando como herramientas tradicionales de diplomacia pública. El Programa de las Civilizaciones de 2025, en cambio, introduce una visión mucho más ambiciosa: plantea un diálogo civilizatorio que reconoce a ALC como una civilización plena, con identidad propia y valor intrínseco dentro del mundo multipolar. Ya no se trata solo de aprender mutuamente, sino de desafiar la idea de universalismo cultural que durante siglos colocó a Occidente como medida única de lo humano.
En el terreno de la seguridad, el contraste es evidente. En 2016, China ofrecía apoyo en temas de seguridad no tradicional y cooperación técnica, con cautela y sin protagonismo. El Programa de la Paz de 2025, sin embargo, concibe la seguridad como un componente político de la soberanía y del orden multipolar. Propone la construcción de un ciberespacio soberano, la defensa del derecho internacional y el refuerzo del carácter de ALC como Zona de Paz. Es una visión que, sin alianzas militares ni intervencionismo, redefine el concepto de seguridad desde una perspectiva cooperativa y civil, no geoestratégica ni coercitiva.
Finalmente, la evolución multilateral es uno de los cambios más relevantes. En 2016, China buscaba coordinarse con ALC en la ONU o el G20; era un enfoque pragmático para influir en debates globales. En 2025, la propuesta es mucho más profunda: reformar de manera conjunta la gobernanza internacional, fortalecer la voz del Sur Global y proyectar una comunidad de futuro compartido. En otras palabras, pasar de participar en el sistema a transformarlo.
La suma de estas transformaciones revela un cambio cualitativo: la relación China-ALC ya no se concibe como cooperación entre un gran inversionista y una región en desarrollo, sino como una asociación estratégica integral del Sur Global, con identidad política propia y proyección a largo plazo. El paso del “Cinco en Uno” a los “Cinco Programas” marca el tránsito de una cooperación estructurada a un proyecto geopolítico compartido, más maduro, más ambicioso y con un horizonte claramente multipolar.
Para América Latina, este cambio abre oportunidades, pero también exige responsabilidad. China ha puesto sobre la mesa una visión que reconoce la autonomía, la soberanía y la proyección global de la región. Depende ahora de los gobiernos latinoamericanos decidir si quieren aprovechar esta evolución para construir un lugar propio en el mundo que nace, o si permitirán que la inercia de viejas dependencias siga dictando su destino.
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