Con “paños tibios” no hay democracia
Rafael A Ugalde Q.
Cuando el discípulo aquel dijo que los tibios se vomitan, y el italiano sesudo detesta el “parasitismo” como atrofia en el avance de los pueblos, la “crisis” de la llamada izquierda latinoamericana no había estallado en nuestras caras, con consecuencias desbastadoras para 662 millones de habitantes de nuestra América.
¿Qué praxis política errada llevamos a cabo? ¿Por qué creemos que haciendo lo mismo tendremos otros resultados? ¿Nos equivocamos en la interpretación de la “acumulación originaria” del capitalismo en la región? ¿Nos creímos en serio qué fuimos “descubiertos” y no hubo despojados ni despojadores?, ¿Nos dieron a Bolívar, a Chávez, a Fidel, a Mariátegui, a Sucre, a Martí, a Bishop, entre otros, “digeridos” debidamente por nuestros intelectualoides acomodadizos?
El apóstol Juan escribió alrededor del año cien de nuestra época en Apocalipsis, capitulo 3 versículo 15 en lo conducente: conozco tus obras que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Mientras tanto, el gran pensador, Antonio Gramsci, desde 1917, también en lo conducente, en su artículo contra la “indiferencia” da mazazos a lo que llama el “parasitismo”, que lleva a lo que en Tiquicia denominamos “nadaditos de perro”, “palanganeo” o “andar haciendo equilibrio sobre la cuerda”. Transmite a los pueblos – en otras regiones de América Latina y el Caribe habrá otros regionalismos- la falsa creencia sobre la vocación democrática in extremis. Es decir, la democracia son elecciones y en las urnas lo mismo vale Kirchner y Milei en la Argentina, Lula y Bolsonaro en Brasil, Fujimori y Castillo en Perú etc., siempre y cuando sean electos por una especie de gran “igualador” llamado urnas.
¿Cómo llegamos a eso en nuestra América? Palabras más, palabras menos, Gramsci considera que este tipo de simulación tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia, advierte.
Cualquier mirada retrospectiva sobre la región entre finales del siglo pasado y el presente, nos lleva a la misma avenida sin salida: la politiquería. Basada en la errónea creencia de que el “pueblo es tonto” y es posible gobernar en exclusivo para las tradicionales clases dominantes, porque los “dominados” o “domesticados”, como nos calificó un expresidente de la república, son incapaces de percatarse de este malévolo juego.
Esta manera de ejercer el poder como “medio” para traficar influencias, imponer el nepotismo y la cleptomanía como forma de vida, es diametralmente opuesta cuando se practica sin temores la democracia como “fin” expreso, sin ambivalencia, dado por el pueblo para enfrentar el nepotismo, la cleptomanía, el tráfico de influencias, etc., reflejado en corrupción e impunidad, dentro de nuestras sociedades.
Esta decisión de gobierno “para”, “del” y “por” el pueblo no es fácil. Nuestro continente tiene una larga lista de lideres del llamado “capitalismo verde”, “izquierda”, “progres” o “revolucionarios”, “socialistas”, “socialdemócratas” y “socialcristianos” arrinconados en “frentes amplios”, que a la hora llegada perdieron la confianza de sus pueblos por su tibieza, sin la más mínima crítica frente a quienes lo escogieron y el silencio cómplice de sus acólitos. Sus lugares fueron retomados por representantes de grandes empresas bananeras, sionistas, genuflexos del FMI, ex empleados del Banco Mundial o confesos nazifascistas.
Cualquier crítica a la falta de articulación del pueblo en sus gobiernos para defender los pocos avances democráticos, cuando los hubo, es estereotipada bajo la égida de que el líder nunca se equivoca.
La vida actual de los casi 11 millones y medio de haitianos no puede separarse de las esperanzas que despertó en el valeroso Haití -primero en lograr su libertad en 1804 del imperio español- la llegada al poder en 1990 del poliglota y cura salesiano Jean-Bertrand Aristide, con su vibrante verbo de izquierda y a favor del su castigado pueblo, al que los imperialistas europeos y el norteamericano siguen cobrando la rebeldía.
Ocho meses después de su primera elección Aristide sufre un golpe de estado por las elites del poder y entre brincos y saltos, exilio y persecuciones, regresa tres veces al poder con abrumador apoyo del pueblo. Incluso a su tercera presidencia llega luego de “negociar” un “embargo” económico con representante del Partido Demócrata de Estados Unidos contra los golpistas que lo habían depuesto; medida, como suele suceder, afectó con fiereza inhumana a los más pobres de esta isla caribeña.
Aún, así, en 2001, regresó al poder con otra mayoría electoral arrolladora. Pero esta vez su encendido verbo cayó como “medio” politiquero y no como un “fin” político en sí mismo para devolver a su pueblo participación y protagonismo real en la democracia haitiana. Lo que vino luego son dolores de parto hasta el día de hoy.
Desastres
Recientemente el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, calificaba como “error” en una de sus conferencias “mañaneras” pensar en “conservadores” buenos o malos, sin olvidar que, como “élites”, ellos van a defender siempre sus intereses.
Así diferenciaba a grandes empresarios, por décadas responsables de saquear su país al amparo del poder simulando, consiguiendo “amnistías” de impuestos, escamoteando tributos y haciendo de la corrupción su medio de vida; mientras, añadía, otros empresarios, sin ser de “izquierda” o “revolucionarios”, pues tienen todo el derecho a obtener sus ganancias honradamente, cumplen con las obligaciones fiscales y comprenden que el Estado no puede abandonar a los más pobres, ni renunciar a dar salud, vivienda, educación de calidad al pueblo, construir obras de infraestructura con recursos propios, ni negar aumentos salariales dignos a los trabajadores, pensiones acorde a las necesidades de los adultos mayores, velar por los discapacitados ni dejar los jóvenes al narcotráfico, enfatizó.
Viene a acotación lo anterior cuando pienso en los desbastadores efectos producidos en los pueblos latinoamericanos las acciones incoherentes de la “izquierda”, “progres” o rejuntados en “frentes amplios”, una vez tomada la presidencia de alguna república o al tener algún grado de acceso a los parlamentos.
Un ejemplo indiscutible es la abrumadora “garroteada” dada al candidato oficialista en Argentina por un sionista confeso y heredero de las verdades absolutas de dios en economía, política, biología, cultura etc.

El pueblo argentino soportó con paciencia franciscana la corrupción y el saqueo de su país por parte del gobierno de Mauricio Macri (2015- 2019), responsable de concluir el proceso hipotecario de Argentina por varias generaciones, arreciado por Carlos Menem (1989 – 1999).
Los votantes argentinos convencidos, por el verbo caliente del abogado y profesor peronista, Alberto Fernández, lo hacen su presidente pensando, quizá, en la devolución de la dignidad para los millones de “descamisados”, como llamaba Evita Perón a los pobres.
Pero resultó el peor chasco para los argentinos. Enterró para siempre el “latinoamericanismo” de Kirchner, ni siquiera, con todas las leyes en su cabeza como abogado, movió un dedo para liberar a la luchadora social Milagro Sala. Cuando Estados Unidos ordenó a sus súbditos del poder judicial en Buenos Aires el comiso inmediato del avión de Conviasa, por “violar” la asediada Venezuela la extraterritorialidad de la ley estadounidense, anduvo escondiéndosele de la prensa por varios días.
El líder indiscutible de la izquierda ecuatoriana, el economista Rafael Correa, llevó a cabo su Revolución Ciudadana concebida dentro del viejo andamiaje de la “alternancia” democrática, a pesar del masivo apoyo recibido por su pueblo no quiso o no supo articular la esperanza expresada en cada sufragio. Cada voto recibido por Correa llevaba la amenaza de las élites organizadas y articuladas a través de los poderes fácticos; pero también contenían la esperanza de millones de indígenas, obreros, mujeres y estudiantes, en torno a que, ahora sí, por fin, habría gobierno “del”, “por” y “para” el pueblo.
No se trataba, pues, de “teorizar” sobre Adam Smith, Karl Marx, John Maynard Keynes, entre otros conocidos al dedillo por Correa, sino vistas las circunstancias objetivas y subjetivas de ese momento, desarrollar la praxis para hacer posible el “de”, el “para” y el “por” como “fin” democrático junto a las masas organizadas, pero no del todo articuladas.
El expresidente de Bolivia, Evo Morales, en 2019 pidió el arbitraje de la Organización de Estados Americanos para resolver la crisis electoral, cuando su pueblo estaba en las calles, defendiendo a su presidente electo, mientras la burguesía boliviana pedía la cabeza de él. Llamó, entonces, en un momento de “tibieza” o “indiferencia” para con su pueblo, al “departamento de colonias” a cargo del uruguayo Luis Almagro, para que mediara entre quienes ven aún hoy al representante Aymara como padre de la patria y la estirpe nazi de Santa Cruz de la Sierra. “Hubo fraude”, dijo Almagro, y Morales tuvo que huir para salvar la vida.
De la tibieza o la indiferencia, al fin a cabo resultan lo mismo, son pocas las excepciones a la regla en nuestro continente. De la regla no escapa nuestro país y, sí alguna duda existe, invito a que saquen el rato y vean las comisiones legislativas, especialmente la que investiga el financiamiento de partidos políticos. Es divertidísima.
Es una diversión necesaria y carísima, a juzgar por lo que nos cuesta a todos los contribuyentes esos momentos de distracción, pero vale la pena. Algunos recurren al “medio” como arte legislativo pensando desde ya en elecciones municipales y presidenciales, otros a “paños tibios” o “nadadito de perro”; pero, eso sí, hay que reconocerles, la defensa que hacen de la honradez y transparencia financiera dentro de sus divisas partidaristas, como garantía democrática.
¡Vieran que bonito hablan!