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De las mariposas y los jaguares

Juan Félix Castro Soto
San Ramón de Alajuela

Ha venido ganando aceptación la adopción del jaguar como símbolo de fuerza, autoritarismo e imposición, atributos que alguna mente, desde el Poder Ejecutivo, les confirió, para que la imagen del felino se asociara con la personalidad del mandatario.

Lo que viene luego es la fuerza y la consistencia del simbolismo para perdurar en el tiempo. La parafernalia de una imagen emblemática, como la del jaguar, desde la lógica en que fue pensada me parece muy atinada: la presencia del jaguar reúne dos elementos simbólicos muy importantes, uno es su singularidad como especie poco común y la otra, claro está, su condición de fuerza bruta, su habilidad de acecho y su poder de intimidación.

Dadas las características citadas, efectivamente nuestro presidente parece contenerlas. Pero una simiente de esta naturaleza debe contar con terreno fértil para que se eleve sobre lo que pretende. De nuevo, la tierra anegada y lista para la germinación de la semilla, es una subjetividad costarricense debilitada por los recurrentes fracasos y las consecuentes desilusiones.

Pero, como sugieren quienes se han refugiado en el carácter del jaguar a costa del suyo propio, no toda Costa Rica es territorio jaguar. Aún quedamos muchas mariposas. Un simbolismo que propongo a toda la población que se sienta incómoda con las atribuciones depositadas en ese animal mítico de los bosques primarios del país.

La mariposa es delicada, sutil, bella y perecedera. Pero posee una fuerza imprescindible, se trata del poder del asombro. Da la impresión de que su presencia es insignificante, pero el revoloteo de sus alas, su bailar frágil aparentemente desacertado, siempre provoca desasosiego y conduce a la reflexión. Y ahí no culmina su fascinación, viene de un ser muy diferente a ella, pues nace del cuerpo de la oruga. Por eso, la mariposa misma, en su dimensión corpórea, representa la diversidad.

Quizá la muerte no le importa, ni su corto período de vida, porque cuando vuela ya absorbió casi todo el sorbo de su vida, vital y palpitante. De modo, que el simbolismo de la mariposa funciona como un contra-poder: el poder de la insignificancia.

El jaguar moriría casi inmediatamente fuera de su selva, la civilización no es para él. En qué clase de selva el presidente quiere convertir el país. La mariposa, en cambio, puede sufrir en la ciudad, pero la acción civilizatoria la mejoraría, cultivando el jardín que ellas necesitan. Es decir, no se requieren jaguares en la ciudad, pero sí mariposas.

Una selva en la ciudad, donde los jaguares vivan alimentándose de los miedos y los odios no es lo que puede engrandecer este país, de lo que no disponemos como pueblo, es de una opción política que nos permita cultivar jardines donde lleguen las mariposas como banderas pequeñas, delicadas y coloridas, dejando ver destellos de esperanza.

Imagen ilustrativa, UCR.

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