Rogelio Cedeño Castro
Sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA)
“La hermandad y el amor por el hermano pueblo nicaragüense y por todos los pueblos del mundo seguirán vivos y nada lo podrá empañar. En un mundo en donde todavía las fronteras son una realidad y donde intereses rapaces procuran nuevos despojos de los recursos naturales, el tema de la soberanía sigue en primer plano. No se puede descuidar ni jugar con la soberanía como nos lo enseñó y nos los recordó siempre Manuel Mora Valverde. Porque, utopistas o realistas, la historia lo dirá, seguiremos soñando con un mundo y una sola patria sin fronteras” Manuel Mora Salas p. 183.
I
La prosa exquisita y la bien elaborada reflexión, presentes en cada uno de los textos individuales y la posesión de una notable destreza narrativa de todos sus autores, es algo se torna perceptible para el lector de esta obra colectiva que mereció el Premio Aquileo J Echeverría 2013, sobre todo si este se empeña en captar su sentido más hondo a partir de una visión del conjunto de sus contenidos, tomándola a la manera de una síntesis de unos aportes testimoniales que la tornan no solo atrayente, sino de sumo interés para quienes se aproximen a sus casi cuatrocientas páginas, dentro de lo que se convierte desde el inicio en una apasionante experiencia que casi nos impide apartarnos de la lectura de este libro hasta llegar a sus páginas finales. Estamos hablando de los contenidos de una invaluable publicación, cuyo título LOS AMIGOS VENÍAN DEL SUR (Editorial Universidad Estatal a Distancia EUNED San José Costa Rica 2013) nos lleva a interrogarnos inicialmente, acerca de la intencionalidad de los autores y del editor, dentro de lo que constituye un pequeño ejercicio para inferir a partir del mencionado título la significación más profunda de la obra, algo que solo se logra sopesando los elementos más universales presentes en ella y la trascendencia que, adquiere dentro de ese rango, la decisión de un grupo de combatientes costarricenses de incidir de una manera heroica y ecuménica en alto grado, pero también muchas veces silenciosa y dotada de una gran tenacidad, en un momento histórico cargado de toda clase de asechanzas para la región centroamericana, como asimismo dentro de una escala planetaria, cuando esta sufrida humanidad atravesaba por la última década de la llamada guerra fría, dentro de un escenario donde los Estados Unidos buscaban aplastar a la revolución sandinista y a las fuerzas de la resistencia popular en todos los países de la América Central. Para hacerle frente a un desafío de esa inquietante magnitud, entraron en el escenario bélico así planteado unos amigos de esa gesta emancipadora regional, unos costarricenses que se encargaron de dar un aporte decisivo a la hora del combate, dentro de un accionar coherente y bien meditado con el que se dio al traste con las pretensiones, sobre todo en el campo militar y político, de las bien armadas fuerzas de la contrarrevolución y de sus mentores imperiales, situados en la Casa Blanca de Washington.
Esos amigos de la revolución sandinista, que llegaban desde algunos territorios situados más al sur del área en la que se ubicaba el teatro de operaciones bélicas más importante, no fueron otros que los combatientes costarricenses, provenientes de las filas del Partido Vanguardia Popular, el Partido Socialista Costarricense y el Movimiento Revolucionario del Pueblo MRP, quienes por entonces mantenían sus identidades ocultas, ellos no solo fueron unos actores extraordinarios que supieron estar a la altura de los duros requerimientos que esa coyuntura demandaba, sino que ahora nos entregan ahora por escrito, cuando han transcurrido un poco más de treinta años de aquellos hechos, un testimonio histórico cargado de emotividad y calidez humana, que no solo viene a ponerle luz a los acontecimientos por ellos protagonizados, sino que nos obliga a todos a reconsiderar todo lo acaecido durante esos intensos años y empezar a valorarlos en toda su significación, pero sobre todo en términos de sus alcances históricos y de la manera con la que se proyectan hacia nosotros en este cambio de siglo. La heroica y casi silenciosa actuación de este grupo de combatientes ticos, al lado de otros de nacionalidad nicaragüense y de otros países de la región, contribuyó a impedir el triunfo militar de una contrarrevolución que tenía sus raíces en la despiadada criminalidad del disperso contingente humano de la vieja Guardia Nacional Somocista, lo que hubiera implicado una restauración plena de los peores tiempos y políticas de la dominación imperialista sobre los países de la América Central, con las que no hubieran mandado décadas atrás en materia de derechos políticos y sociales. Solo así pudieron generarse condiciones más favorables para la reconstrucción de los movimientos populares, durante la postguerra civil centroamericana de las dos décadas que siguieron al conflicto armado, de tal manera que las luchas políticas y sociales pudieran darse dentro de la institucionalidad de unas democracias formales todavía muy precarias, pero dejando atrás los tiempos del enfrentamiento armado y la aniquilación física de los dirigentes populares, los que asumieron características genocidas en algunos momentos de las décadas de los setenta y los ochenta, sobre todo en países como Guatemala, El Salvador y Honduras. Aunque en apariencia, como dijeron en su momento los ideólogos del neoliberalismo con su anunciado final de la historia(Fukuyama, dixit) y el presunto triunfo definitivo de la ideología liberal-libertaria del sálvese quien pueda con su proclamada supervivencia de los más fuertes o ganadores, las políticas del pensamiento único implementadas a partir del Consenso de Washington terminarían por encontrarse con nuevas y diversas manifestaciones de la resistencia popular, las que se evidenciaron con gran fuerza al adentrarnos en el siglo que se estaba iniciando, demostrándose así la fragilidad de los tan cacareados triunfos de las fuerzas reaccionarias y oligárquicas del istmo centroamericano.
II
Los principales protagonistas de los acontecimientos narrados en este libro no solo jugaron un papel esencial y determinante en el derrocamiento de la tiranía somocista, un régimen que era una de las principales tenazas de la dominación imperial en el istmo centroamericano, sino que combatieron con éxito a la fuerzas de la contrarrevolución en la Nicaragua de la primera mitad de la década de los ochenta, tanto en el norte como el sur del vecino país. A partir de los testimonios de algunos de aquellos combatientes sobre sus actuaciones en las filas del Frente Sur Benjamín Zeledón, como también acerca de los hechos más importantes acaecidos durante la última etapa de la insurrección sandinista de 1979, que condujo al fin de la dinastía somocista y de la Guardia Nacional, de hechura estadounidense y que quedó como una herencia maldita de la ocupación militar del imperio del norte( de 1927 a 1933), una fuerza militar represora que llenó de sangre y dolor la vida de varias generaciones de nicaragüenses. Los hechos bélicos antes aludidos que marcaron intensamente el panorama histórico de la octava década del siglo anterior para hacerle frente a la contrarrevolución, se iluminan ante nuestros ojos, al ofrecernos una perspectiva esencialmente diferente, que permitió exteriorizar toda la grandeza de esas acciones, en el terreno de la lucha armada. Una vez concluida la primera fase bélica, muchos de esos combatientes se incorporaron a la construcción del nuevo orden revolucionario y en la conformación del Ejército Popular Sandinista(EPS), que se encargó de llenar el vacío político-militar dejado por el régimen somocista al desmoronarse, sustituyendo a la fenecida y antes mencionada Guardia Nacional de Nicaragua su principal sostén y fuente de su ilegítimo origen, para darle un soporte militar decisivo al nuevo mundo que la revolución intentaba construir y a la necesidad de hacerle frente, de manera simultánea, a las nuevas amenazas que se cernían en el horizonte desde el propio momento del triunfo.
III
Una lectura atenta de los contenidos de esta obra nos pone en contacto con la dureza y el dramatismo de la guerra, algo en lo que José Picado y los autores de otros textos se empeñan en gran medida para hacernos reflexionar, a partir de la naturaleza conmovedora y siempre sincera de sus testimonios acerca de sus experiencias y vivencias en el combate contra el régimen somocista y contra las fuerzas de la contrarrevolución que emergió posteriormente. Con un epígrafe de Sun Tzu, en “El arte de la guerra”, Picado deja planteada desde el principio su reflexión seria sobre el tema, al asumir que “La guerra es un asunto sucio y todo hombre sensato debe hacer lo posible por evitarla” y pasa a evocar en la presentación del libro los momentos emotivos que se vivieron al caer la dinastía de los Somoza, como un acto decisivo que contribuyó a dar inicio a nuevas páginas de una historia centroamericana, que había permanecido estancada y entrabada durante la mayor parte del siglo XX, en gran parte como resultado del ya aludido intervencionismo estadounidense en todos los países del istmo centroamericano, el que se había encargado de hacer fracasar la breve primavera democrática que representó la revolución guatemalteca de 1944-1954, abriendo un nuevo ciclo de dictaduras militares y acciones genocidas contra la población de los países de la región.
La expresión “un soplo en la inmensidad del tiempo” con que titula su relato Ignacio, uno de los combatientes que prefiere guardar su identidad, resulta no sólo conmovedora sino que nos remite al universal deseo de paz y justicia, dentro de una visión de mundo que busca que seamos una humanidad mejor, cuando nos dice: “Ese soy yo y ese es mi testimonio, es un resumen, una parte pequeña de todo, vimos la muerte a la cara directamente, y también he visto la vida, toda maravillosa y llena de contradicciones; no hay día que no piense en todo eso, algunas veces todavía se me vienen las lágrimas cuando veo todo lo que ha pasado; eso fue un momento, todo son momentos, momentos únicos, todo esto es un soplo en la inmensidad del tiempo, algunos volvimos de allí y otros no, a todos los amigos y los que fueron enemigos los recuerdo con respeto.¡ En el fondo todos queríamos lo mismo, un pedazo de tierra, el abrazo de una mujer, besar a nuestros hijos, un plato de frijoles con tortilla y libertad!(Ignacio p.229).
Este mismo autor destaca algunos detalles un tanto paradojales de las circunstancia del conflicto armado en que se encontraba envuelto no sin una cierta gracia, como cuando nos cuenta que: “ Un día nos mandaron en varios lanchones un grupo como de 120 muchachos del Servicio Militar Obligatorio del EPS, los cuales se nos agregaron para la operación; daba lástima verlos, venían equipados como para pelear en Europa Central, con cascos de acero de tipo soviético, cinturón ruso y cada uno traía un macuto lleno de cosas inútiles por completo; los formamos y les pedimos que sacaran todo lo que llevaban en los macutos, llevaban paño, desodorante, como tres mudas de ropa, cobija gruesísima y un montón de cosas inútiles si se va a combatir en una de las peores selvas del mundo en donde se tiene que andar solo con lo indispensable; los aligeramos de carga, solo una muda extra, que botaran el calzoncillo, además de que se deshicieran del casco y se pusieran una gorra o sombrero militar; se forma una montaña impresionante de cosas, se las regalamos a la gente, ya no las iban a necesitar más, luego los llevamos a una zona de tiro durante varios días a que dispararan y se acostumbraran un poco, pues habían recibido 25 días de entrenamiento y mal dado; estaban todos asustadísimos, pues en promedio tenían 17 años y ninguno tenía experiencia previa, algunos 30 días antes estaban en el colegio o los recogieron a la salida de una fiesta, tenían los ojos desorbitados, les enseñamos lo básico y les dimos un poco de confianza, les pusimos algunos jefes con experiencia previa y quedaron mejor organizados(ibid. p.207). La mayor paradoja o aparente contrasentido, al desplegarse el esfuerzo bélico como cuando “…pusimos emboscadas y puestos de vigilancia y la retaguardia era un hospital, muchos venían con peladuras de las botas, pues las medias los habían quemado, o bien con pelones en la cintura producto del cinturón y el porta cargadores ruso, pues los rusos se esmeraron en hacer que su armamento fuera de excelente calidad, pero el equipo personal del soldado lo hicieron para monjes de clausura” (ibid. p. 211).
La extrema dureza del medio natural, la selva, el pantano, los mosquitos, los agentes patógenos, la humedad, las enfermedades y la lluvia constante e inclemente de las regiones del centro y del caribe nicaragüense no desanimaron a estos combatientes que se habían preparado, de manera concienzuda, para ejercitarse en el duro arte de la guerra después de largos desplazamientos territoriales para adentrarse en el teatro bélico de operaciones, propiamente tal, tanto en las orillas del Río San Juan como en las montañas próximas a la frontera hondureña para enfrentar, con decisión y valor, a los remanentes de la guardia nacional somocista que se internaban en territorio nicaragüense para cometer los crímenes más atroces, pues seguían siendo una fuerza, bien apertrechada y entrenada por agentes del Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia(CIA) y que tenía como santuario el territorio hondureño, como también en ciertos momentos el de Costa Rica.
De aquella Brigada Mora y Cañas que se enfrentó a las fuerzas de la contrarrevolución nicaragüense durante la primera mitad de la década de los ochenta Yamileth López, José Romero y Franco no volvieron más, pues dejaron su vida en aquel escenario bélico, pues como dice Manuel Ardón ahí estaba el cadáver de “Franco de seudónimo, Wilson Arroyo de nombre; cuando vi su cadáver estaba limpio, frío, sonriente. En todas las misiones este digno guerrero no logró tener enfrentamiento alguno y las babas se le salían por matar contras; este fue el pecado de su suerte, él iba a la vanguardia y adelantó el paso y la estúpida contra arremetió ante la exploración sin esperar a emboscar al grueso de la tropa, a él le acribillaron las rodillas y murió desangrado en la soledad de la batalla, sin que nadie lograra socorrerle. Y se apagó la luz de la mañana, la de su novia, la de su nuevo hijo y yo putié por él a la muerte y a la vida, descubrí porque los hombres tras su muerte continúan construyendo la esperanza” (Manuel Ardón p.372)
IV
Mientras, por otra parte, José Picado el principal gestor de esta obra colectiva nos lleva a través de las palabras de sus textos (Queríamos ser como el Che p.125) hacia una comprensión de los complejos procesos que condujeron, de muy diversas maneras, al logro de una mejor preparación de aquellos jóvenes combatientes y a hacer algunas recapitulaciones de las incidencias de los distintos momentos del conflicto armado, como cuando ”Nos hicimos expertos en todos los fusiles de infantería, porque teníamos que estar en capacidad de manejar las armas que aparecieran en el terreno, en el escenario de la guerra. Incluso aprendimos a desorientar y confundir a los perros pastores alemanes, que estaban entrenados para localizar y fijar en el terreno a las tropas enemigas…Esto, por supuesto nos salvó la vida y salvó la vida de muchos de nuestros hombres, ya que en Nicaragua siempre el enemigo nos superaba en número, en armamento, incluso en capacitación…se nos enseñó a ser muy precavidos y muy económicos en cuanto a la utilización de los recursos en general. Ya no éramos guerrilleros medio zopencos que tiran un disparo y corren, sino que aprendimos a pensar adecuadamente y a confiar en nuestra capacidad y en la capacidad combativa de nuestras unidades”(Picado p.p.139-140),pero también nos muestra una picardía y una gracia notables en Bailando con Glenn Miller (p.163), un texto que por sí mismo nos habla de la calidad humana de su autor, con una gran capacidad de reírse hasta de sí mismo y de la formalidad –a lo mejor excesiva- de algunos de sus compañeros de lucha.
Por su parte, desde las páginas de su texto, Sergio Erick Ardón (A la frontera como en 1856 p.3), un importante dirigente de la izquierda costarricense, nos introduce en la temática del libro, al mismo tiempo que hace una cuidadosa reflexión cuando recuerda, a propósito del combate a la contra, durante los años ochenta que: “Un grupo de compañeros escogidos, algunos ya con formación militar, se integraron en grupos de tres en los BLI(batallones de lucha irregular), que actuaban en los diferentes escenarios de esa guerra, tanto, y sobre todo, en el norte en la zona de Jinotega y Matagalpa, como en el sur, en Nueva Guinea y el San Juan. Al tiempo que se brindaba solidaridad combativa, esta vez se trataba de ganar experiencia para el caso de que Costa Rica se viera arrastrada por el torbellino de la guerra que ya se libraba en todos los otros países centroamericanos y tuviéramos que recurrir a las armas en suelo nacional”(Ardón p.p 8-9) o también que “En el desarrollo de esa experiencia, que fue extraordinariamente rica y aleccionadora, también nos llenó de preocupaciones ver cómo el ejército sandinista orientaba el accionar militar sin atender de manera cabal la parte política con el campesinado confundido, lo que provocaba un divorcio entre lo militar y lo político, debilitando y comprometiendo la posibilidad de victoria”(ibid. p.8) y por su parte, Manuel Mora Salas (Una brigada con el nombre de Calufa p.33 y La bandera del internacionalismo p.179), el comandante Ramiro de la Brigada Calufa en el Frente Sur durante la lucha contra la dictadura somocista, y posteriormente durante la lucha contra las fuerzas de la contrarrevolución, recuerda sus inquietudes por tener una preparación militar ante los dolorosos fracasos de su partido durante la guerra civil de 1948, algo que obtuvo en la Unión Soviética, donde había alcanzado el grado de general, una preparación que resultó esencial durante esa coyuntura, nos dice que aparte de la circunstancias en que se produjo la participación de su partido en la lucha “Deben ser reconocidos también los muchos costarricenses sin partido ni carné que lo entregaron todo por solidaridad con el hermano pueblo nicaragüense en la lucha contra Somoza y luego contra la agresión imperialista…Concluyo, manifestando mi admiración por todos los excombatientes costarricenses. Quizás, no lo sé con seguridad, solo los que vimos y lo vivimos sabemos el potencial de nuestro pueblo. Su humanismo, su disciplina y su entrega heroica en las condiciones más difíciles de imaginar estrujarán siempre mi corazón” (Mora Salas p.p.182-183).
Tanto Mora Salas como Ardón Ramírez sitúan el escenario histórico de esta serie de combates para enfrentar a las fuerzas de la contrarrevolución dentro de una perspectiva que va desde el recuerdo de la gesta de 1856 hasta la del compromiso internacionalista de los combatientes revolucionarios de aquella generación, dentro de lo que podría marcar también un cierto paralelismo con la heroica determinación de los integrantes de aquellas brigadas internacionales que combatieron al fascismo de Franco; Hitler y Mussolini durante algunos de los más duros episodios de la Guerra Civil Española. A pesar del esfuerzo que hemos hecho por contextualizar los alcances históricos de esta obra colectiva y destacar algunos de los hechos narrados en ella, estamos seguros que nada sustituirá su lectura, como una grata y estimulante experiencia para los buenos lectores y a la que los estamos invitando para que se internen así en la riqueza de los contenidos de sus páginas.
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