Después del susto

Óscar Madrigal

Pocos días después de la segunda vuelta de las elecciones donde resultó electo presidente Carlos Alvarado, me encontré a un compañero con el cual habíamos coincidido en varias luchas estudiantiles, que había sido alto dirigente del Partido Socialista y luego dirigente del PAC. Casi sin saludarnos me dijo:

—¡Qué susto!

—Si, le contesté

—Estuvieron tan cerca.

Efectivamente celebramos el triunfo de Alvarado y del PAC. El país había estado a punto de caer en manos de los sectores pentecostales más conservadores y retrógrados. Esa posibilidad había sido derrotada y se podía mantener el Estado de Bienestar a salvo al menos 4 años. Se llamó la Revolución de las Crayolas porque, pensábamos, el futuro Gobierno serviría para mejorar las condiciones del pueblo, y quizás tratar de medio volver la tortilla para que los grandes capitales contribuyeran más para reducir la pobreza y la desigualdad.

Fabricio representaba un enorme retroceso en muchos derechos humanos, tales como los sexuales por ejemplo, y reunía a grupos de los económicamente más neoliberales. Estos últimos grupos también estaban en el PAC que se habían fortalecido con la llegada de Rodolfo Piza y su equipo económico. Sin embargo, también pensábamos, podían ser mejor neutralizados por las corrientes progresistas que casi unánimente se agrupaban con Alvarado.

El gobierno de Unidad Nacional ayudó a conservar alguna posibilidad de una gestión equilibrada y en beneficio de los grupos económicamente más desfavorecidos.

¿Quién nos iba a decir 3 años después que todo aquello fue una gran maniobra fraudulenta?

El Gobierno de Alvarado no solo ha gobernado para los sectores económicamente más poderosos sino que ha eliminado derechos humanos tan importantes como el de huelga o las convenciones colectivas, congelado salarios por 10 años, aumentado las cargas impositivas a los asalariados y creado un régimen de terror contra las organizaciones sociales. Esencialmente ha sido un fiasco desde su política internacional hasta la social.

Durante muchos años el movimiento estudiantil luchó por otorgarle un presupuesto justo y necesario para el desarrollo de las Universidades. Entendíamos los estudiantes de aquellas épocas que sin presupuesto las universidades no podían avanzar ni asegurar su autonomía. Que sin un presupuesto asegurado no había la suficiente libertad frente a los políticos de turno; que quien controlara el presupuesto podía controlar las políticas universitarias y con ello su autonomía.

¡Quién hubiera dicho a dos viejos dirigentes estudiantiles que en aquel momento se mostraban satisfechos de que no hubieran ganado los pentecostales, que el Gobierno que acaban de elegir consumaría el mayor atentado contra la autonomía de las universidades y condujera la mayor contrarreforma neoliberal de la historia patria!