Dolarización, una vez más
Fernando Rodríguez Garro
Coordinador Observatorio Económico y Social
Universidad Nacional
Hace poco más de 25 años la propuesta de dolarizar la economía nacional irrumpió con fuerza. Años de lidiar con una inflación persistente, no exageradamente alta, pero sí persistente, fue el contexto perfecto para plantear esa posibilidad. Viví el asunto desde las aulas universitarias como estudiante y puedo dar fe que la discusión fue importante. Contar con una inflación igual o similar a la de Estados Unidos, que en los noventa vivía una época de expansión económica y gran estabilidad macro, era sin duda un argumento muy atractivo para valorar seriamente la opción.
La dolarización de Ecuador en 1999 y la de El Salvador en 2001, además de la larga experiencia con el uso de una moneda ajena como medio circulante de Panamá, aderezaron una discusión que, en el caso de nuestro país, se mantuvo por un tiempo más, aunque con menor intensidad, hasta que la inflación cedió y alcanzó niveles bajos luego de la crisis financiera internacional del 2008-2009. Al morir su principal excusa, la discusión de la dolarización sufrió la suerte del famoso anillo de la obra literaria de Tolkien: cayó en el olvido.
Pero al igual que la famosa argolla de la obra literaria y del cine, la dolarización ha vuelto como propuesta, pero esta vez de la mano de otra excusa, en esta ocasión sus defensores aducen que puede curar nuestros males cambiarios. En una situación compleja como la que viven muchos sectores por la actual revaluación cambiaria y los fuertes vaivenes cambiarios de los últimos dos años, desde el inicio de la guerra en Ucrania y en medio de la reseca post pandémica, la propuesta de dolarización vuelve cual fórmula mágica para devolverle a muchos la estabilidad de sus ingresos en dólares.
Pero no, no es una fórmula mágica y, como cualquier otra decisión de política económica, no está exenta de problemas. Lo primero, la dolarización es optar por amarrarse permanentemente a un tipo de cambio fijo en un esquema sumamente rígido, en el que la autoridad monetaria pierde cualquier posibilidad de incidir sobre esta cotización en el futuro. En una región en la que competimos en muchos mercados con países vecinos con monedas propias, que podrían devaluarlas en caso de escenarios adversos, la dolarización nos podría poner en una posición compleja, y encarecer nuestros productos frente a los de otros países, en un país que ya hoy es caro para vivir.
Segundo, hace 25 años cuando se planteó este tema por primera vez no existía el euro, la economía de China no tenía el tamaño que tiene hoy y los BRICS no se habían organizado como bloque. En un mundo que camina a tener múltiples monedas de reserva y aún gravita en una multipolaridad inestable, ¿por qué escoger el dólar como moneda oficial? ¿Si en el proceso de fortalecimiento de otras monedas como activos de reserva el dólar pierde valor, cómo nos va a afectar eso? Súmele a lo anterior que la Reserva Federal de EEUU ha dicho históricamente que no apoyará, explícitamente, ningún proceso de dolarización.
Tercero, la renuncia a una política monetaria propia no es un tema menor. Sin moneda propia perdemos el instrumental económico en poder del Banco Central, entidad que podría dejar de existir o quedar como una institución de análisis y de recopilación de estadísticas económicas. ¿Es tan grande la ventaja que tendríamos de la estabilidad cambiaria frente a la pérdida de la política monetaria propia, como para dar ese paso? Ni tan siquiera hemos tenido una discusión abierta sobre ese tema como para estar discutiendo ya mismo un proyecto de ley en esa línea. Personalmente sí podría adelantar algo: no veo sentido a cortarnos una pierna porque se nos fracturó un hueso de esta. Deberíamos ser capaces de resolver el problema de lidiar con una moneda propia sobrevalorada, antes de tomar una decisión del calibre de un proceso de dolarización.
Cuarto, la dolarización tiene costos, nosotros no tenemos la historia de Panamá como centro logístico global, ni las remesas de El Salvador, ni los ingresos por petróleo de Ecuador. Para dolarizarnos nos tendremos que endeudar, nuestras reservas actuales no nos dan para respaldar el medio circulante, los activos financieros de corto plazo y los activos a plazo mayor que puedan ser vendidos por medio del mercado bursátil. Todo aquello que se constituya eventualmente en demanda de dinero debe tener un respaldo en dólares. ¿Cuánto nos va a costar ese proceso de transición? ¿Quién va a pagar por él? ¿Será deuda del gobierno central? Y la gran pregunta: ¿endeudarnos para eso se justificará con las ventajas que obtengamos de la dolarización, en contraposición con otros usos que podamos darle a esa deuda pública o a los recursos que pagaremos en intereses?
Finalmente, nuestro país debe perder la mala costumbre de aferrarse a supuestas soluciones fáciles para los problemas más complejos que tenemos. Los problemas complejos requieren soluciones complejas, la dolarización no va a solucionar nada de forma fácil y rápido, mientras más rápido abandonemos ese mito más fácil nos será seguir adelante con los problemas actuales.
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