El antivirus costarricense

En realidad la abundancia de facilidades educacionales, o culturales, o normativas, debiera ser el objetivo final del desarrollo económico; y la igualdad de oportunidades de mejoramiento individual debiera ser el móvil principal de las luchas sociales.

José Figueres Ferrer, Cartas a un ciudadano.

Álvaro Vega Sánchez. Sociólogo

Podría resultar una necedad seguir insistiendo en que no hay mejor inversión que la que ha hecho el país en salud y educación. No lo es, por dos razones. Primero, porque desde la década de 1980 y hasta hoy se ha tenido que librar una ardua y combativa lucha por sostener un sistema público de salud y de educación de alcance universal y de calidad. Segundo, porque los trabajadores públicos de la salud y la educación han venido siendo objeto de críticas odiosas e injustas, y sometidos públicamente a un juicio mediático lapidario.

Los logros y avances en salud y educación, que nos han colocado entre los países con mejores índices de desarrollo humano en América Latina -y que nos hacen sentirnos orgullosamente costarricenses-, no han sido producto de una concesión gratuita y voluntarista de la clase política que nos ha gobernado en las últimas cuatro décadas. Todo lo contrario, esta ha venido cediendo a la avidez privatizadora de la oligarquía neoliberal. Ha sido, más bien, la resistencia de una ciudadanía defensora del Estado Social de Derecho, que ha puesto frenos a este cogobierno decidido a desmantelar la institucionalidad social del país.

A pesar de ello, hoy celebramos los excelentes logros obtenidos, pero debe quedar muy claro a quiénes pertenecen los méritos y a quiénes no. Los méritos y reconocimientos les pertenecen a los trabajadores de la educación de nuestras escuelas, colegios y universidades que han sabido asumir, como un apostolado, su labor docente, investigativa y de acción social, para preparar al más alto nivel científico-técnico y cultural-humanístico a ese batallón –perdón por la imagen militar, pero de eso se trata en tiempos del coronavirus– de abnegadas y abnegados trabajadores de la salud, que hoy salvan vidas arriesgando las propias.    

Somos testigos de que si no hubiese sido porque este país apostó sabiamente por invertir, sin mezquindad, en educación para la salud y salud para la educación, no contaríamos con el valioso recurso profesional, de equipo e infraestructura que nos va a permitir enfrentar esta pandemia, como ya se está haciendo con algunas medidas asertivas, y poder salir airosos.

Saber leer los signos de los tiempos es un imperativo ético fundamental. Requiere, eso sí, humildad para la autocrítica y disposición para rectificar, cuando sea necesario y de manera oportuna. Nada hacemos con mostrar ante las cámaras y en el discurso gran sensibilidad, y hasta claridad respecto de los derroteros a seguir y aquellos a rectificar, si no actuamos con decisión, contundencia y a tiempo.

Más allá de medidas paliativas coyunturales, es el momento oportuno para hacer cambios de más largo aliento y estructurales. El gran desafío es revitalizar el Estado Social de Derecho. No permitir que se devalúe nuestro sistema público de salud y educación. Más aún, brindarle todo el apoyo que requiere para elevar sus niveles de calidad y competencia.

Una coyuntura propicia para que los poderes Ejecutivo y Legislativo den muestras concretas de buena voluntad, en la dirección anotada, conteniendo el avance de proyectos y medidas que están significando un golpe más al debilitado Estado Social de Derecho, tales como la regla fiscal, la posible venta de instituciones públicas como FANAL, la política de salarios decrecientes en el sector público, los inhumanos proyectos de privatización de los régimen de pensiones, que ya están golpeando más que el coronavirus a las personas mayores, entre otras.

Y también para detener la campaña mediática, avalada por el gobierno, de desprestigio y violencia simbólica contra los trabajadores y pensionados del sector público. No se puede continuar pisoteando la dignidad de los trabajadores de la salud y la educación, cuando han dado muestras contundentes de gran generosidad y compromiso, y hoy lo ratifican asumiendo el desafío que representa una pandemia que nos convierte a todos en víctimas potenciales.

Ojalá se atienda con sabiduría a los signos de este tiempo, para rectificar el rumbo. Cabe recoger lo señalado, con gran acierto, por don Pepe: poner el desarrollo económico al servicio de la educación y la salud y ofrecer igualdad de oportunidades a las hijas e hijos de esta patria, que supo apostar por la solidaridad, el derecho y la justicia social ¿Acaso no es el mejor antivirus?