El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente (III-IV)

Gilberto Lopes
San José, 6 mayo de 2024

Ir a Parte I de esta serie

Ir Parte II de esta serie

II – El fracaso del Comecon

  1. Un nuevo escenario de la economía mundial
  2. La economía del mundo socialista se derrumba
  3. El cambio de escenario de la Guerra Fría
  4. El “éxito” del capitalismo democrático o la decadencia de Occidente

Un nuevo escenario de la economía mundial

El capitalismo prevaleció en la Guerra Fría porque fue capaz de imponer la “disciplina económica”, la política de ajuste, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. El comunismo colapsó porque no lo pudo hacer en Europa del este. Esta es la conclusión de Fritz Bartel, en su notable libro sobre el fin de la Guerra Fría y el surgimiento del neoliberalismo, la íntima relación entre el capitalismo financiero global en los 70’s y la frágil estabilidad del socialismo.

Su libro es la historia de ese momento de ajuste en los años 70’s y 80’s del siglo pasado, que produjo cambios fundamentales en el escenario mundial.

En las primeras décadas de la Guerra Fría –en los años 50’s y 60’s– la economía en gran parte del mundo experimentó un período de alto crecimiento. Entre 1950 y 1973 el PIB per cápita había crecido a un promedio anual de 4,1% en Europa Occidental, 2,5% en los Estados Unidos y 3,8% en Europa del este.

A mediados de los años 70’s ese crecimiento económico se ralentizó. El sistema de Bretton Woods establecía valores fijos para el cambio de divisas de los países occidentales y regulaba el flujo de capitales de corto plazo. En 1971 Nixon eliminó la tasa fija de convertibilidad del dólar en oro, dejando flotar el tipo de cambio para enfrentar la creciente competitividad de la industria europea y de Japón y el decreciente papel relativo de Estados Unidos en la economía internacional.

En 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron, luego de la guerra de Yom Kipur. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) tenía un superávit en cuenta corriente de 60 mil millones de dólares y, a partir de 1974, la rápida expansión del Euromarket hizo viable planes que solo un año antes parecían imposibles.

Un nuevo escenario, conformado por el cambio en los mercados energético y financiero, y las políticas de ajuste económico, empezaron a combinarse de tal forma que terminaron por definir el resultado de la Guerra Fría.

El aumento del precio del petróleo hizo imposible mantener el mismo esquema de subsidios con que la URSS abastecía a sus aliados. El petróleo que esos países recibían era vendido a Occidente a precios de mercado, transformándose en la principal fuente de moneda dura para los socios del mercado común socialista (Comecon).

El modelo entró en crisis, y los países del Europa del este solo pudieron enfrentarlo gracias al explosivo aumento de mercado de capitales, que los seguía financiando. Los créditos en eurocurrency al mundo comunista aumentaron 36% en 1976, a 3,2 mil millones de dólares, y parecían no tener fin. El costo de endeudarse en dólares era prácticamente cero.

La economía del mundo socialista se derrumba

Enfrentada a su propia crisis, la URSS terminó por variar su política de subsidios. La URSS abastecía a Polonia con 13 millones de toneladas de petróleo a 90 rublos por tonelada. El precio internacional era de 170 rublos. Algo parecido ocurría con los demás países del bloque. El Kremlin suministraba ¾ del petróleo a Europa del este. En 1975 decidió ajustar los precios de su petróleo según una fórmula basada en el precio promedio de los últimos cinco años. La economía soviética no estaba ya en condiciones de seguir subsidiando de forma tan generosa a sus aliados.

Era una decisión que valía miles de millones de dólares. Para los países de Europa Oriental, representaba una carga extraordinariamente pesada –más de un aumento anual del PIB en el caso de la RDA– y los dejaba ante un escenario de eventual quiebra, imposibilitados de hacer frente a sus compromisos financieros.

Al mismo tiempo, la industria energética soviética había entrado en crisis. Sus aliados pretendían aumentar su demanda de energía un 47% hacia 1990, muy por encima del aumento de la producción, que se estimaba en apenas 23%.

Las únicas fuentes de financiamiento de los países de Europa del este pasaron a ser la banca occidental y los organismos financieros internacionales (o la República Federal Alemana, de la que dependía especialmente la RDA), que operaban con una creciente condicionalidad, exigiendo severos ajustes fiscales y la privatización de las empresas públicas.

Entre 1970 y 1976 los miembros del Comecon, con excepción de la URSS, habían acumulado un déficit comercial con Occidente de 26 mil millones de dólares. De 1971 a 1975, la deuda del bloque socialista con Occidente pasó de 764 millones a 7,4 mil millones de dólares. Solo la deuda de la RDA con el mercado financiero occidental, al final de 1974, era de cerca de 3,5 mil millones de dólares y las proyecciones de su crecimiento ya indicaban que el proceso se había tornado inviable.

En marzo de 1977 los responsables económicos de la RDA advirtieron a Erick Honecker, Secretario General del partido, que, por primera vez, estaban enfrentando severas dificultades de pago. Las divisas obtenidas por las exportaciones no eran suficientes para cubrir las necesidades de importaciones. Si la RDA tuviera que comprar en Occidente el petróleo que le suministraba la URSS, entre 1974 y 1976 habría tenido que desembolsar otros 4,5 mil millones de Valutamarks (VM, la moneda de cuentas de la RDA).

Congelado el suministro de petróleo para el quinquenio 81-85 al nivel de 1980, representaba 19,5 millones de toneladas de petróleo menos que la prevista inicialmente en los planes quinquenales. Cerca de 3,2 mil millones de dólares tendrían que ser importados de Occidente. Se necesitaría nuevos préstamos, cuando ya la confianza de la banca occidental en la economía de los países socialista empezaba a debilitarse.

A fines de diciembre de 1979 la URSS invade Afganistán. El presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, responde decretando un embargo sobre el grano soviético y proponiendo a los bancos norteamericanos revisar sus políticas de crédito al mundo socialista.

Con la inestabilidad, los bancos extranjeros comenzaron a sacar sus depósitos a corto plazo de los bancos estatales de Europa del este a un ritmo alarmante. En el segundo trimestre de 1982, los asesores económicos de Alemania oriental advertían que si no obtenían nuevos créditos iban a tener que declarar la insolvencia.

Estamos bajo ataque, dijo el banquero húngaro János Fekete a Euromoney en 1982. No se trataba de una amenaza militar, sino de que las instituciones financieras de todo el mundo estaban retirando sus recursos del bloque comunista. Las puertas del Euromarket se cerraron para el Comecon. Para la primavera del 82 los bancos extranjeros habían retirado 1,1 mil millones de dólares de Hungría, dejándoles apenas 374 millones para hacer sus pagos.

En 1981 el gobierno polaco había tratado de imponer el racionamiento. Los precios se dispararon, los salarios cayeron y muchos polacos fueron asignados a “nuevos trabajos”. Para enfrentar las protestas, el presidente Wojciech Jaruzelsky decretó, en diciembre, la ley marcial, con graves consecuencias políticas para un gobierno ya debilitado.

El cambio en el escenario de la Guerra Fría

En septiembre de 1983, en Inglaterra, Margaret Thatcher anuncia su plan de cerrar 75 minas de carbón y reducir la fuerza de trabajo de 202 mil mineros a 138 mil. La idea era romper la espina dorsal de la fuerza sindical inglesa, para imponer la política de ajuste en el país.

Ante la propuesta, el poderoso sindicato National Union of Mineworkers (NUM) declara la huelga. Pero, después de tres meses, las encuestas mostraban que 71% del país veía con simpatía el cierre de las minas deficitarias. 51% de la población prefería el triunfo del gobierno. Solo un 21% apoyaba a los trabajadores.

El 3 de marzo del 85, luego de más de un año de huelga, ya sin recursos, los mineros comenzaron a retornar al trabajo, sin haber logrado concesión alguna del gobierno. Cinco años después, 170 minas, más de la mitad de las existentes, estaban cerradas y 79 mil mineros habían perdido su trabajo.

Las mismas fuerzas conservadoras que apoyaban las reformas en Inglaterra, apoyaban la oposición en Polonia. Mientras el líder minero, Arthur Scargill, no logró conformar una base popular de apoyo a su huelga, en Polonia el sindicato Solidaridad tenía diez millones de personas apoyándolos en sus protestas contra el gobierno. El gobierno socialista no tenía los mismos recursos para imponer una política de austeridad como los tenía el gobierno conservador inglés, un aspecto que, en mi opinión, Bartel no destaca.

Bartel afirma que, al contrario de lo que algunos piensan, la crisis del mundo socialista no surgió con la perestroika, en los años 80’s, sino con la crisis del petróleo de 1973 y su creciente endeudamiento.

La gran demanda de capitales por Estados Unidos, consecuencia de sus déficits presupuestarios y de los altos intereses pagados, gracias a las políticas de ajuste del presidente de la Reserva Federal, contribuyó a desviar hacia la economía norteamericana los préstamos que antes se invertían en Europa del este. Sumado a la reducción del suministro de energía soviética subsidiada, llevó las economías del este europeo a una inevitable renegociación de sus préstamos con la banca occidental.

Hungría gestionó un acuerdo con el FMI en diciembre de 1982, que le significó 700 millones de dólares de préstamos del Banco Mundial. Pero, para crear un superávit fiscal y comenzar a pagar sus deudas tuvo que aplicar medidas drásticas: aumento de precios, recorte de subsidios, cierre de empresas, reducción del déficit fiscal y devaluación de su moneda, el florín.

Polonia se había unido al FMI en el verano de 1986. La medida no les gustaba a los soviéticos, pero no podían evitarla. La deuda polaca era de 30 mil millones de dólares.

Alemania oriental no quiso hacer un acuerdo con el FMI. Prefirió negociar con la RFA condiciones para la apertura de la frontera a cambio de nuevos recursos. Le prestaron dos mil millones de marcos, entre 1983 y 1984, “que hicieron la RDA dependiente del marco alemán como un adicto lo era de la heroína”.

Rescates que significaron un dramático cambio en el balance de poder, en el escenario de la Guerra Fría.

El “éxito” del capitalismo democrático o la decadencia de Occidente

Para Bartel, el capitalismo democrático prevaleció porque fue capaz de imponer los ajustes económicos a sus ciudadanos, logrando apoyo para un discurso que insistía en lo indispensable de esas reformas. El comunismo colapsó porque no lo logró. Era el triunfo del “There is no alternative” de Margaret Thatcher.

La perestroika, el proceso de reformas impulsado por Mikail Gorbachov en la URSS en los años 80’s, es vista como la versión socialista de la “economía de la oferta”. Buscaba cambiar la política de pleno empleo, de precios y de subsidios.

Para Bartel, el intento fracasó porque los líderes soviéticos no lograron imponer las dolorosas reformas económicas, entre otras razones, porque carecían de la tradición ideológica liberal, que priorizaba lo individual. En su opinión, la crisis polaca y la inglesa mostraron que el “capitalismo democrático” produce un Estado más fuerte y legítimo que el “socialismo autoritario”.

Pero el análisis de su propio texto nos permite destacar la diferente situación económica de los dos mundos como el factor clave para estos resultados: el de un socialismo debilitado, cada vez más dependiente de los recursos de Occidente, frente a un capitalismo “fortalecido” por las políticas de Thatcher y Reagan, cuyas reformas iban en la misma dirección de los intereses del capital.

En la reunión anual del FMI en 1986, Janos Fekete afirmaba que, desde la crisis de la deuda de los años 80’s, el flujo de capitales se había dirigido en una dirección equivocada: de los países pobres a los ricos, de los en desarrollo a los desarrollados.

En la primera mitad de los años 80’s la combinación de las políticas de ajuste promovidas por Volcker; los crecientes gastos militares (resultado de la carrera armamentista en que estaban comprometidas las dos superpotencias); la caída de los precios internacionales de petróleo y de la producción en la URSS, crearon dos bloques políticos con muy diferentes capacidades materiales y económicas.

Si entre 1972 y 1982, 147 mil millones de dólares habían entrado a los países en desarrollo, la tendencia se revirtió. Entre 1983 y 1987, 85 mil millones fueron transferidos a los países desarrollados. Severos ajustes debilitaron la posibilidad de crecimiento futuro, mientras el superávit logrado mediante grandes sacrificios se destinaba al pago de intereses.

Reagan pudo resolver el problema del creciente déficit norteamericano con el ingreso masivo de capitales extranjeros, tras el aumento de las tasas de interés decretado por Volcker. Enfrentado a sus propios problemas, el gobierno soviético tenía que preocuparse por las condiciones de vida de su población. Para Gorbachov, la alternativa para hacer frente a sus dificultades económicas era desechar el sistema de precios subsidiados de intercambio con el Comecon y fijarlo en monedas duras, a precio de mercado.

Gorbachov empezó a sugerir que cada país resolviera sus propios problemas. No se podía seguir con la política de subsidios como hasta entonces, ni iban a volver los días de la intervención militar en los países en crisis, como había ocurrido en Hungría, en 1956, o en Checoeslovaquia, en 1968. Fue un cambio fundamental, de enormes consecuencias para la época, que sentó las bases de las nuevas relaciones de Rusia con sus antiguos aliados.

Pero, en la reforma económica, que ponía sobre sus propios pies la economía rusa, está un factor clave para explicar la Rusia de hoy. Lo que entonces era su debilidad, sentó las bases para la fortaleza que muestra hoy frente a las draconianas sanciones de Occidente en el escenario de la guerra de Ucrania. Al sustituir el sistema de subsidios, que desangraba su economía, por un intercambio al valor de mercado, sentó las bases para su propio desarrollo, sustentado en sus recursos naturales.

En los cambios de hace ya cerca de 50 años, que alimentaron el vuelo corto de los que soñaban con el “fin de la historia”, se escondían los fundamentos de una historia muy distinta, donde se sembraban las raíces de la decadencia de Occidente.

FIN