El surgimiento del “cristofascismo” en Brasil, con la teóloga ecofeminista Nancy Cardoso

“Lo feminista, lo comunitario y lo sagrado no son opuestos”, afirma.

Nancy Cardoso es doctora en ciencias de la religión, licenciada en teología y filosofía, y se define como teóloga ecofeminista. De amplia militancia en movimientos sociales, principalmente campesinos y feministas, esta pastora metodista brasileña vino a Uruguay invitada por el Centro Emmanuel a dar conferencias en Colonia Valdense sobre ecoteología y fundamentalismos religiosos.

¿Cómo dialogan la lucha feminista y campesina con el cristianismo, que se ha usado muchas veces como herramienta de opresión?

El cristianismo en Brasil o en Latinoamérica siempre fue una religión impuesta. Hubo mezclas, procesos híbridos, entre una religión impuesta y una religión recreada. Y yo soy heredera de la teología de la liberación, uno de los movimientos de apertura de una religión impuesta a una religión recreada en el continente. Me siento parte de esta iglesia recreada que tiene en cuenta a las otras religiones, a las otras matrices. Brasil es una sociedad en la que la resistencia siempre atraviesa un proceso violento de disciplina, de control del territorio, de los cuerpos. Y la religión siempre fue una medida de control, de disciplina, pero también de resistencia. Hubo luchas campesinas en Brasil y revoluciones populares que siempre tuvieron elementos mesiánicos muy fuertes, que tradujeron esa mezcla entre cristianismo impuesto y las recreaciones desde otras matrices. Religión y política siempre han estado muy mezcladas en la realidad de Latinoamérica. Para comprender este vínculo lo hago desde José Carlos Mariátegui, el filósofo marxista peruano que planteó el vínculo entre lo indígena, lo negro y lo campesino como parte de una misma deuda estructural e histórica. Para grandes sectores de la población latinoamericana, la secularización nunca llegó; por eso, la religión es importante para pensar las resistencias, siempre manteniendo esa tensión entre lo que fue impuesto y la recreación.

Cuando hablás de resistencia de los cuerpos, pienso en el tema de las luchas feministas en este contexto que está viviendo Brasil y de qué manera se construye la resistencia o cómo recrean la espiritualidad y la teología en diálogo con la resistencia de los cuerpos, más exactamente con el feminismo o desde la diversidad sexual.

Consideramos la religión como un espacio del deseo, no un espacio de la disciplina; es el espacio de la fiesta, de la celebración que todavía no es deseo. Somos un continente que no hizo la conciliación del territorio con la gente ni de la naturaleza con la cultura. Por eso la religión sigue siendo tan importante como fenómeno. Y ahora hablamos no sólo de cristianismo. Por eso la religión tiene un papel tan importante en el continente, porque todavía somos promesa, entendiendo la religión como un término amplio.

¿A qué te referís con la conciliación del cuerpo y el territorio?

El cuerpo no tiene una relación con el territorio. Siempre fuimos un territorio invadido, explotado, superexplotado. Y hasta hoy en día no logramos un proceso de reconciliación entre pueblo y territorio, que no se agota en la reforma agraria. Siempre tuvimos esa ausencia, esa distancia entre pueblo y territorio. No sólo los pueblos indígenas, sino también con la urbanización violenta que hemos vivido. Creo que lo que estamos buscando es una relación estable, sustentable. Y ahí hablo del cuerpo personal enfrentado al cuerpo social y al cuerpo de la tierra, entendidos como dimensiones vivas, orgánicas. Y creo que la religión tiene un papel muy importante en el hecho de que somos deseo, de que somos promesa. El deseo de caminar por las tierras sin males, de lo que nos han enseñado los ancestros de los pueblos indígenas, de los pueblos negros. Todo esto es el alma mínima latinoamericana. Y toda la lectura de la modernización de nuestra sociedad y la secularización prometió un cambio que no se dio en las relaciones sociales concretas.

¿Vos decís que el proceso de la modernidad y la secularización no ocurrió en nuestra realidad latinoamericana?

Tenemos estados modernos fruto de la colonización que no lograron cumplir su promesa de reconciliación. Lo religioso, entonces, nunca se fue. Nos contaron una modernidad y una secularización que nunca se cumplió, porque somos un continente de explotación. Somos un continente que no vive conciliado consigo mismo, ya que estamos en función del capital internacional, nos encontramos en la periferia de este sistema. Y ahora sabemos que el campo religioso es un campo de disputa entre modelos de sociedad que hoy en día tienen un papel importante. Es que la religión nunca se fue. Y por eso las feministas tenemos que hablar de un feminismo comunitario; el feminismo del norte es importante, dialogamos mucho, pero no nos representa, porque las experiencias y las situaciones de de las mujeres son diferentes. La posición entre lo feminista, lo comunitario y lo sagrado no representa una oposición para nosotros. Y siempre el realismo mágico latinoamericano nos recordaba eso. Hay un tanto de la cultura latinoamericana que no cabe en la explicación de la modernidad o la posmodernidad, por eso es muy importante la discusión decolonial: no somos ni copia ni calco. Por eso precisamos un feminismo de nosotras mismas.

¿El movimiento feminista y de la diversidad tiene dificultades para el diálogo con la espiritualidad o con lo religioso?

Yo creo que no. Tuvimos que ser muy fuertes y muy creativas para negar lo que se nos ofrecía como espiritualidad. Tuvimos que romper muy fuerte con los imaginarios heteropatriarcales y recrear. Para mí, que soy cristiana, feminista y camino con la lucha LGBTI, la mesa de iguales es la mejor explicación del mensaje de Jesús. No me interesa la relación con los aspectos tradicionales de la espiritualidad o su validación, sino la capacidad de recreación de este imaginario. Si hacemos una crítica de que no existe un diálogo entre feminismo y espiritualidad, no entendemos lo que implica el quiebre con la religión tradicional, seguimos dentro de la clave de la de modernidad. Pero no es verdad que nos falta imaginación, deseo. El movimiento feminista tiene mucha mística, mucha espiritualidad, mucha solidaridad. Y tenemos que ser fuertes. Imaginate que vivimos en la igualdad en un mundo patriarcal y en una iglesia extremadamente patriarcal. Para esto hay que tener mucha fe y mucha locura. Y ahora la tarea de la teología es entender desde ahí y no desde el otro lado. Yo veo que hay símbolos, rituales, espiritualidad por todas partes. Y estos movimientos no necesitan una teología que los legitime, pero nosotros los cristianos sí necesitamos una teología que nos permita dialogar con estos movimientos feministas y LGTBI.

En Uruguay tenemos las dos realidades: por un lado, un sector religioso que avanza contra la agenda de la diversidad y la perspectiva de género, y otro que entra en diálogo. ¿Cómo es en Brasil?

Había que realizar un quiebre necesario con una iglesia heternormativa y heteropatriarcal para poder tener una mesa de iguales. En Brasil lo que se está sucediendo ahora es una revancha, un quiebre mal hecho, un quiebre con contradicciones. El movimiento feminista, la teología feminista se adelantó mucho. Y se hicieron quiebres importantes en lo que respecta al patriarcado, y ahora estamos viviendo la revancha patriarcal. El diálogo entre el movimiento LGTBI y feminista con la espiritualidad nos está diciendo que nada es absoluto. Estos movimientos y diálogos nos permiten releer el evangelio de Jesús y son cambios que generan resistencias.

Los movimientos patriarcales dentro de la iglesia son muy violentos; tenemos sectores neopentecostales, especialmente, que se han vuelto fascistas. Ellos fueron los que abrieron las puertas al “cristofascismo” que hoy experimentamos. Prefirieron entregar el cristianismo al cristofascismo que hacer la transición que exigía la teología hacia un quiebre con el patriarcado.

¿Qué es el cristofascismo?

Es un término que pertenece a la historia, y esto nos ayuda a entender el presente a la luz de lo vivido en otros momentos. Es la vinculación entre patria, Dios y familia. Yo utilizo el cristofascismo como una posibilidad de vínculo para ilustrar lo que está pasando en Brasil y también con otros movimientos de la historia en otras partes. No tanto asociado al nazismo de Alemania, sino que por tradición cultural estamos más cercanos a lo que paso en España e Italia, con el fenómeno del familismo. La vinculación de Dios, patria y familia fue el lema de nuestro presidente, fue el mismo de las dictaduras militares en Latinoamérica.

¿Cómo se llega a esto?

Las manifestaciones de 2013 fueron manifestaciones por la radicalización de la democracia y no fueron escuchadas por la clase política, y aquí estamos, pagando el precio. El golpe contra la presidenta Dilma y la prisión de Lula crearon las condiciones políticas. Pero desde las iglesias conservadoras ya estaban haciendo el trabajo de base hace tiempo, preparando el terreno desde abajo. O sea que el cristofascismo creó las bases culturales y religiosas para que se instalara y triunfara la propuesta de Bolsonaro.

Las iglesias pentecostales en Brasil –pueden buscarlo en Youtube– tienen expresiones de grupos de mujeres uniformadas como militares dentro de las iglesias que marchan al son de bandas miliares y tienen toda una disciplina militar. La Iglesia Universal –Pare de Sufrir– tiene un grupo de guardianes del altar que son grupos paramilitares, y no sabemos hasta dónde va a llegar esto. Esta exaltación de lo militar, del orden, del Dios del ejército, del señor del señor, todo este imaginario preparaba el camino desde la iglesia y con esta imagen de Dios, la patria y la familia. Y no sólo los neopentecostales; también los evangélicos y los católicos integristas. Es una revancha de los sectores patriarcales, una revancha también de la iglesia, los militares y los latifundistas. Todo ellos están actuando juntos, la bancada de la biblia, la bala y el buey.

¿Cuánto le podemos adjudicar a los pentecostales, neopentecostales y evangélicos integristas la victoria de Jair Bolsonaro?

La hegemonía católica romana que siempre fue un pilar del poder que ahora se está rompiendo. Pero la religión no. Ese es el punto. Y los evangélicos integristas y pentecostales ya vienen desde hace tiempo ocupando ese espacio. El mercado evangelizó a la iglesia. Lo que tenemos ahora como hegemonía son las iglesias neopentecostales, es la teología de la prosperidad y la religión de mercado, que está expresada en la cultura góspel. Hoy los programas de televisión de música pop tienen que tener música góspel. Cuando uno va a comprar una toalla, todas tienen un mensaje de Jesús, porque eso está en el imaginario social; no hay una toalla laica. El mercado mercantilizó la religión en todos sus aspectos. El mercado evangelizó la iglesia y es una revancha al avance de las teologías de la liberación –que tuvieron su auge en los 60 y 70–, que fragilizó las fronteras denominacionales y cumplió un papel de liberación, de la crítica de la religión. Las iglesias que más crecen son iglesias donde uno no reconoce su identidad confesional, las que son a gusto del mercado de consumo.

El gobierno de Lula y el Partido de los Trabajadores [PT] tuvo una política de vivienda muy fuerte, pero la gente lo interpretó como una bendición de Dios. No se interpreta como un avance de políticas sociales y políticas públicas. Las iglesias brindan la clave interpretativa.

En estos últimos años, Pare de Sufrir siempre estuvo al lado del gobierno de turno. ¿No les importa la agenda moral? ¿Es sólo pragmatismo político?

Son zorros. La situación en Brasil es muy compleja y son cosas que estoy pensando. Y muchas veces son más sentimiento que pensamiento. Y no logré equilibrar el sentido de todo lo que está pasando. Por ejemplo, el gobierno del PT tuvo una política de seguridad alimentaria muy importante en Brasil, un país tan grande y con tanta agricultura, porque la gente pasaba hambre. Y enfrentó esto. Enfrentó al déficit habitacional, son dos cosas que hay que reconocer. Pero les abrió espacio a otros actores que no eran parte del proceso de transformación social. Por ejemplo, el tema de la alimentación. Cuando proyectábamos un gobierno de izquierda, la propuesta eran territorios de reforma agraria y una canasta de alimentos que venían incluidos. Pero el gobierno les dio la bolsa de alimentación a las grandes empresas de alimentación, en vez de darles la oportunidad a los campesinos. Con la vivienda pasó lo mismo: en vez de darles la oportunidad a las economías locales, se dio la política de vivienda a las grandes empresas de construcción, y no se otorgó la oportunidad de formación social y política con procesos participativos de educación popular.

En tiempo de políticas sociales y cierta bonanza, las iglesias pentecostales dieron la clave interpretativa: la clave de la retribución. Cuando se vino la crisis económica internacional se corrieron a la oposición. Ahora, para los cientistas de la religión es una incógnita. Estamos a la espera de cuál va a ser la lectura religiosa de la realidad, cuando ya no venga la bendición económica.

Cuando Pare de Sufrir abrió su catedral, el Templo de Salomón –la más grande del mundo–, la presidenta Dilma estaba ahí. Haciendo qué, me pregunto. Menos de dos años después esta iglesia participó, por medio de sus diputados, en el impeachment.

Tenemos una derecha voraz y violenta, y Lula siempre fue por la conciliación de clases, dejando crecer a estos sectores de la construcción y la alimentación. Nos quedamos sin saber si era posible radicalizar la democracia con las manifestaciones de 2013. Decían que no había condiciones objetivas y subjetivas para un cambio popular y radical. Pero desde allí se empezó un proceso de criminalización mediante el sistema jurídico. Allí se levantaba un nuevo liderazgo político desde los jóvenes.

¿Cómo es la situación de la criminalización del movimiento social?

Es una situación de violencia sistemática: lo que tenemos en Brasil es una Policía militar que se organizó en la dictadura y nunca fue desarmada. Nosotros hicimos una transición a la democracia sin tocar el poder militar, por este discurso de que en Brasil no se puede hacer nada muy radical. Desde la pastoral de la tierra nosotros hacemos un registro de la matanza de los campesinos y los líderes sociales, y nosotros nunca tuvimos paz en la tierra, siempre tuvimos mártires. Para la población negra y de la periferia la criminalización nunca dejó de ser un problema. Yo tengo un hijo negro y soy una madre asustada, porque existe un genocidio sistémico de los jóvenes negros. La Policía mata a los jóvenes negros de la periferia y también a los líderes sociales, con colaboración del sistema jurídico y los medios de comunicación.

Ahora la gente de derecha tiene el coraje de ser racista y homofóbica, y el feminicidio se volvió algo legitimado. Las iglesias conservadoras legitiman esta práctica porque estos grupos representan el mal.

 

Compartido con SURCOS por María Elena López.

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