Elecciones en Perú. Fin de un ciclo. ¿Y ahora qué?

Ignacio López Siria

El tema que se nos propone incorpora, sin decirlo, tres momentos: el antes (el ciclo), el ahora (las elecciones) y el después (¿y ahora qué?). Nos invita entonces a reflexionar breve, pero profundamente sobre el tema. A eso me dedicaré soltando ideas que bien podrían promover futuros intercambios.

  1. Hay dos tipos de democracia, una cuantitativa y otra argumentativa. De la primera tenemos muestras mil. Por ejemplo, es practicada a diario por nuestro Congreso, en donde se imponen los números, no la razonabilidad de las argumentaciones ni la factibilidad de las propuestas. La cantidad se traduce en legalidad y, curiosamente, la legalidad termina siendo fuente de legitimidad. La democracia argumentativa busca convencer para construir una legitimidad de la que derive la legalidad. Tengo para mí que nuestra democracia, aunque no solo la nuestra, tiene mucho más de cuantitativa que de argumentativa.
  2. Puesta en el modo cuantitativo, la primera vuelta de nuestras elecciones no tuvo ganadores. Todos fuimos perdedores y digo “fuimos” porque en las elecciones no ganan ni pierden solo los candidatos, sino también los ciudadanos, los electores. Ningún grupo pasó la valla, la mitad más uno. Dividimos tanto las opciones que todos nos quedamos lejos, muy lejos de la meta. Incluso la suma de los dos primeros queda lejos de la meta. Vista en términos deportivos, la primera vuelta fue una carrera de perdedores. ¿Significa esto que no tenemos unos para con otros capacidad de escucha y de convencimiento o significa, más bien, que en la realidad somos tan diversos que siempre hemos dejado a medias la “promesa de la vida peruana”, la verdadera construcción de un albergue en el que quedamos dignamente todos aun sabiéndonos y aceptándonos como diferentes. ¿No será que esa fracasada primera vuelta nos está diciendo a gritos que nos pongamos de una buena vez, primero, a diseñar entre todos y, luego, a construir de a pocos una patria que todos sintamos como nuestra y que, además, nos abramos a una interacción honrosa con nuestro entorno y con el mundo?
  3. En este juego de perdedores, dos grupos fueron los que menos perdieron, precisamente aquellos que más crudamente representaban o bien el cambio hacia la equidad (económica, social, cultural y territorial) o bien la continuidad del modelo de siempre en la versión legalizada por la constitución del 93. Y, así, la dicotomía continuidad / cambio quedó instalada como el eje central de la competencia por el poder.
  4. Visto en corto, es decir, puesto el acento solo en lo cuantitativo, el ciclo abierto por la primera vuelta no ha llegado a su fin. Llegará el domingo, y entonces, a la vista del resultado de la segunda vuelta, cabrá preguntarse “¿y ahora qué?”. Si gana la continuidad, la respuesta parece fácil: seguirá el vuelo, en piloto automático, con alguna modificación ligera de la ruta y no pocas concesiones a la galería o mayor apertura del caño para aumentar el chorreo y, así, cumplir promesas electorales, fidelizar a la clientela y amortiguar el previsible ruido de la calle. No es necesario decir que las aguas volverían a su cauce y que no serían pocos los que, amainada la tormenta, podrían finalmente dormir tranquilos. Si gana el cambio parece que el panorama puede complicarse porque los perfiles de lo nuevo son difusos, los medios disponibles inciertos, los ejecutores semi desconocidos, la propuesta llena de incongruencias, etc. Diríase que con la victoria del cambio el ámbito político, por un lado, se puebla de interrogantes e inseguridades, con todo lo que ello arrastra, y, por otro, de entusiasmo cuasi épico porque se abre un mundo de posibilidades.

Pero la cuestión del ciclo y el “ahora qué” puede también ser pensada en largo y entonces puede decirse que los tambores del crepúsculo efectivamente ya han sonado, el modelo del “chorreo”, para decirlo en modo Cabana, se tambalea aquí y allá, la voz del subalternizado, del sistemáticamente excluido, se ha alzado en la primera vuelta de las elecciones y, contra muchas previsiones, ha puesto claramente sobre la mesa, como primera prioridad, el tema del modelo. Y lo ha hecho a su modo, sin afeites, con imperfecciones mil, sin limar las incoherencias ni parar mientes en fundamentaciones argumentadas ni en propuestas con visos de factibilidad. Del otro lado ha ocurrido algo parecido. Ante el manifiesto avance de la crítica gruesa al modelo, los defensores del mismo, que no son pocos y que andaban dispersos por varias opciones electorales, apuntaron a la guardianía más clara, cruda y desenfadada del modelo en cuestión, sin parar mientes en “remilgos” éticos ni en pesadas cargas del pasado. Se trata, efectivamente, de la etapa crepuscular de un ciclo, y en ella los portadores de la continuidad tienen que desplegar todas sus capacidades para impedir que se abran paso los signos aurorales que apuntan en el horizonte. Al final no fueron muchos. Puesto en términos electorales, fue apenas un tercio del electorado, pero ese tercio que quedó en la cumbre de la pequeña colina -ya dijimos que ninguno alcanzó la cima- estaba claramente dividido entre continuidad o cambio, y esta es la dicotomía fundamental que la primera vuelta nos dejó a todos sobre la mesa. Y lo hizo, reitero, sin mayorías aplastantes, pero también sin afeites, sin adornos, sin paliativos, con los rostros más claramente representativos de la continuidad, por un lado, y del cambio, por el otro. Ya este acontecimiento muestra de suyo que el ciclo abierto hace décadas y consagrado por la constitución del 93 manifiesta signos de agotamiento. No es fortuito, por lo demás, que esos signos se adviertan igualmente en otros contextos, algunos de ellos muy cercanos a nosotros.

Concluyo esta idea reiterando que el resultado de la primera vuelta muestra a las claras que la percepción dominante es que el ciclo del modelo vigente está terminando y que, si no se opta por su desmontaje, brusco o paulatino, la única manera de sostenerlo tendrá que ser, muy probablemente, “con mano dura”.

  1. Esta lectura de la primera vuelta me permite mirar la segunda vuelta, primero, como un esfuerzo, de uno y otro lado, por aproximarse al centro, limar asperezas, ganar a indecisos, atraerse a parte del enorme bolsón que quedó en el medio, etc., todo lo cual parece bastante normal. Pero hay algo más y, a mi juicio, mucho más importante. Creo que los sectores más interesados en la permanencia del modelo, con el apoyo indiscutible de una prensa obsecuente, se esfuerza en cambiar la mira, en poner el acento ya no en la dicotomía continuidad / cambio, sino en la dualidad democracia / dictadura, reiterando tercamente que lo único que está en juego es la continuidad de la democracia o la irrupción de la dictadura en manos de avezados terroristas. De lo demás, concretamente del modelo, se tratará luego cuando la democracia y el funcionamiento de sus estructuras tradicionales estén asegurados. Esta estrategia es esencialmente ofensiva, más que defensiva, se basa en el miedo y en la ignorancia, y facilita la caracterización e identificación del enemigo.

Al fortalecimiento, legitimación, difusión y posicionamiento internacional de esta estrategia han contribuido no solo las declaraciones de peruanos “ilustres” -Vargas Llosa es el ejemplo más emblemático- sino, incluso, algunos sectores del ámbito religioso y de organizaciones preocupadas por la defensa de los derechos humanos y civiles. El ejemplo más conocido, pero no único, es la “Proclama ciudadana: Juramento por la democracia”, en el que tanto empeño ha puesto un sector de la iglesia. Independientemente de la intención de los firmantes de la proclama, lo cierto es que ella desvía la atención de la primera vuelta que estuvo puesta en la dicotomía cambio / continuación para ponerla en democracia / tiranía. Ello ha servido y sigue sirviendo, con un apoyo mediático desembozado, para empobrecer, para unidimensionalizar el debate de la segunda vuelta dejando fuera de juego el tema del modelo societal y atribuyendo primacía a los componentes formales de la democracia, de cuya importancia, por lo demás, no se puede dudar. Estamos perdiendo, por tanto, una excelente oportunidad, una más, para pensar a fondo y argumentativamente la gobernanza, la organización y la gestión de nuestra convivencia teniendo bien en cuenta la rica diversidad que nos caracteriza. Basta con oír las preguntas que, por lo general, plantean los periodistas a los políticos para caer en la cuenta de la unilateralidad y simplicidad de la temática a la que quieren reducir el debate político.

  1. Visto lo visto y poniéndolos en el “después de” cabe, efectivamente, preguntarse “¿y ahora qué?

Lo primero que hay que considerar es que el tiempo de elecciones no se mide cronológicamente, sino que se asume como “acontecimiento”, como oportunidad, como condensación del pasado en un presente henchido de futuro, todo lo cual convoca a actuar con conciencia plena y máxima eticidad.

Si la primera vuelta es aquella en la que votamos por convicción, es evidente que estamos seriamente divididos. Advertimos, además, que la diferencia que hubo entre el primero y el último es menor que la que se dio entre el primero y el primer peldaño de la meta. ¿Qué hacer, entonces? Hay quienes creen que el lunes debe comenzar la reconciliación y que debemos olvidar los agravios del pasado reciente para reconstruir la aparente armonía de siempre. Otros piensan que al día siguiente de la segunda vuelta, si no antes, comienzan los acuerdos para conseguir mayorías que faciliten la gobernanza y arrinconen a las minorías. Claro que todo esto se puede hacer y probablemente se hará, pero creo que si nos quedamos en ello habremos perdido, una vez más, la oportunidad que se nos ofrece de entendernos como lo que la primera vuelta dice que somos, un puñado de minorías sin ganadores que tratan de emerger en un mar de inequidad y que no aciertan a trenzar acuerdos, racional y éticamente sostenibles, para diseñar y construir una vivienda que nos albergue a todos dignamente haciendo de las diferencias una fuente de enriquecimiento mutuo y de gozo. Todos sabemos que nada de esto es fácil. Yo añado que no se requieren mayorías. Basta con minorías conscientes de su condición de tales y, consiguientemente, abiertas al diálogo con las otras minorías y a la mirada vigilante de la ciudadanía.