¿Impaciencia?

Álvaro Montero Mejía

Álvaro Montero Mejía

No solo comenzó hace apenas unos pocos días, un nuevo gobierno, sino que se ha iniciado en el mismo momento en que se producen cambios y transformaciones fundamentales en el quehacer político de América Latina. Simultáneamente, nos encontramos ante acontecimientos mundiales que transformarán radicalmente la faz del mundo.

El hecho más significativo que vivirán y padecerán nuestros hijos y nietos, será el final de la era del petróleo y los reacomodos geopolíticos en torno al tema de la energía. Porque petróleo ha sido siempre sinónimo de poder y no precisamente, poder o riqueza en manos de los pueblos que, para bien o para mal, lo han poseído y albergado en sus entrañas minerales.

Durante la dictadura de Pérez Jiménez, asistía a las reuniones que celebraban los exiliados venezolanos que vivían en Costa Rica. En una ocasión, escuché a uno de ellos, con toda la traza de un obrero, decir que el petróleo era «un manto negro que cubría el cielo de su Patria sin dejarla recibir la luz de la esperanza». Y era verdad. Porque el petróleo era para esos pueblos, digo bien, para los pueblos, casi como una maldición.

Como una paradoja de la historia, en el momento en que comienza a acabarse, comienzan también sus legítimos dueños a recuperarlo; salvo en México, donde la historia parece caminar para atrás, con un gobierno que reniega de su mayor conquista: la recuperación nacional de los hidrocarburos. Y es lo que ha ocurrido durante estos últimos 30 o 35 años del llamado período neoliberal, en que todos nuestros pueblos, con la excepción de Cuba, marcharon para atrás y entregaron a las fuerzas avasalladoras del capitalismo corporativo, la mayor parte de sus mayores logros sociales.

Y por primera vez en la historia de América Latina, las fuerzas de la recuperación patriótica, las auténticas representantes de la soberanía y la independencia, van ganando la partida. Y como el mundo bipolar ya no existe, los viejos y bastardos publicistas del anticomunismo profesional y la Guerra Fría, ya no saben a quién echarle las culpas. Además, se produce poco a poco, una sorprendente afirmación de los valores y los estilos nacionales. Con sus dificultades y contradicciones internas, Argentina, Ecuador, Brasil, Chile, Bolivia, Uruguay, Venezuela o El Salvador, por citar sólo algunos, echan mano de sus reservas históricas y proponen, con distinta medida y velocidad, los cambios y transformaciones radicales que demandan los pueblos.

No ha sido cosa de un día o de 100 días. Por eso en Costa Rica debemos decir «despacio que tenemos prisa». Decenas de miles depositamos la confianza en la posibilidad de un cambio profundo en la política nacional, que iniciara la recuperación de lo que se ha llamado certeramente «la vía costarricense» o bien, lo que llamamos nosotros mismos, «Un Camino Propio».

Algunos, en las propias filas del gobierno, parecen más preocupados por dividir fuerzas y cerrar puertas, que por la unión de empeños y voluntades positivas ¿habrá algo más que impaciencia o enojo?

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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