«La pandemia como espejo y oportunidad»

Semillas de Esperanza
3er texto de coyuntura

La declaración de pandemia en marzo anterior trae consigo el incremento de las desigualdades en términos de justicia social. Por eso, a pesar del distanciamiento físico, consideramos urgente reafirmar la solidaridad con quienes más lo necesitan. Es necesario, aún más, seguir haciendo a reflexión crítica y denuncia de las injusticias sociales estructurales. No es momento para callarnos.

Nos propusimos compartir semanalmente una reflexión de análisis y opinión sobre esta coyuntura y procurar, así, acompañarnos un poco más en la distancia. El tercer artículo que llega a ustedes es de Alberto Álvarez Toirac, compañero del DEI, investigador y coordinador del Programa de Formación.

Equipo del DEI


 

La pandemia como espejo y oportunidad
Fragmentos para una reflexión socio-política

Alberto Álvarez Toirac
Investigador y coordinador del Programa de Formación del DEI

Vivimos tiempos de disrupción y perplejidad, de incertidumbres radicales y esperanzas infantiles. Tiempos distópicos que se despliegan ante nuestros ojos como salidos de una novela de ciencia ficción. Tiempos de agonía civilizatoria, ralentizados únicamente por nuestra propia incapacidad de asumir los límites del sistema social que habitamos, y de imaginar y generar procesos multidimensionales e inclusivos de transformación.

Frente una crisis pandémica que pone en evidencia la profundidad y complejidad del problema subyacente, sorprende el enfoque unidimensional y cortoplacista de la gestión que la mayoría de los gobiernos y los organismos internacionales hacen de esta. Una vez que las cosas se han salido del control, pareciera que se encuentra inobjetable la globalización del pánico social. Somos presa de un acoso biopolítico sin precedentes en la historia moderna, que suspende no solo la economía y la movilidad de las poblaciones, sino que congela la posibilidad de razonar.

Ante la normalización del “quédate en casa” y “lávate las manos”, se requiere repensar la encrucijada histórica en la que estamos atrapadxs, así como las nuevas resistencias, re-existencias y revoluciones deseables y posibles en un mundo post-pandémico.

Si bien el virus parece haber llegado para señalar con el dedo lo que ya estaba podrido desde antes, la coyuntura actual produce sus propias novedades. La inmediatez de los hechos disruptivos, la velocidad con que se desarrollan los acontecimientos, la conciencia de incertidumbre y la opacidad con que las élites influyen en las decisiones, hacen muy difícil un análisis comprensivo de la situación actual. Esta dificultad puede rastrearse incluso en las reflexiones de las mentes críticas más lúcidas del momento.

No obstante, se impone la necesidad de aventurarse y diseminar intuiciones, que nos puedan ayudar a disipar la cortina de humo instalada por los medios de comunicación, y leer la realidad de manera independiente. En adelante, algunos fragmentos de intuiciones para seguir pensando.

La dialéctica (negativa) del miedo y la esperanza

La coyuntura actual me trae a la mente una reflexión de Boaventura de Souza, a partir de la teoría de Baruc Spinoza sobre las emociones humanas y los tiempos históricos.

Según este último, las dos emociones básicas de los seres humanos son el miedo y la esperanza. La relación entre estas dos varía según la situación histórica y los grupos sociales correspondientes. La condición mayoritaria y más sensata es una cierta combinación entre la esperanza y el miedo. Pero también puede darse una polarización extrema entre ambas. El miedo sin esperanza conduce a la parálisis, mientras que la esperanza sin miedo desemboca en la indolencia y el voluntarismo. Durante el transcurso de la modernidad, la mayoría de los sectores sociales se han encontrado en algún punto intermedio entre la esperanza y el miedo. Pero las condiciones sociales provocadas por el neoliberalismo, han producido una desigualdad y polarización social tal, que se expresa también en las emociones vivenciadas por los grupos socialmente polarizados.

De un lado se ubica la mayoría, pauperizada y desprovista de poder o capacidad para remontar su situación deshumanizante e injusta, que termina dominada por el miedo y resignada a lo que parece ser su destino. Del otro lado, los sectores más acomodados y las élites se desenvuelven con estilos de vida lujosos y proyectos de expansión personal y apropiación del mundo. Una clase media cada vez más reducida y vulnerable, se estaría corriendo de su anterior balance entre la esperanza y el miedo hacia un miedo ascendente y una descendente esperanza. De aquí que el diagnóstico del tiempo actual apunta hacia la creciente polarización entre el mundo del miedo sin esperanza y el mundo de la esperanza sin miedo, al punto de crearse una línea abismal entre ellos.

Dicha condición, observada hasta hace muy poco, parece haberse quebrado tras la disrupción provocada por la pandemia. La parálisis económica generada por el Gran Confinamiento pone en crisis a grandes sectores empresariales y hasta financieros que de forma repentina empiezan a declararse insolventes. Las desigualdades previamente existentes se agravan con la crisis e impactan con mayor violencia y desprotección a los sectores más desfavorecidos. Esto ya era una tendencia socioeconómica que ahora experimenta una aceleración abrupta. Pero también ocurre algo nuevo. Una parte cada vez más importante de los sectores privilegiados son alcanzados, para su sorpresa, por esta crisis.

De este modo, el miedo regresa y se instala en el otrora mundo de la esperanza sin miedo, pero sin que se haya disuelto la diferencia estructural que antes los separaba. La desigualdad se profundiza y extiende, mientras las élites económicas observan con ansiedad como se desvanece su paraíso.

Una situación socio-emocional de esta naturaleza crea las condiciones para instaurar una política del pánico a escala global y sin precedentes. Una política del pánico social significa que el pánico, más allá de sus causas reales, es un activo político que se produce y gestiona.

El espejo del virus

Si nos apegamos a los datos, el virus en sí es muy contagioso, pero no tan letal como nos hace creer los medios.

Se sabe que al menos un 80% de los contagios reportados apenas desarrollaran signos leves a moderados. Esta cifra incluso podría ser mayor si se tiene en cuenta el margen de positivos asintomáticos que no se estarían registrando. Del 20% restante o menos, aproximadamente entre el 4% y el 5% necesitaran de cuidados intensivos, cuya mortalidad puede alcanzar una media del 3%, casi siempre en personas de avanzada edad, sistemas inmunitarios comprometidos, u otras condiciones de morbilidad que traen complicaciones fatales. Las cifras se comportan de manera muy variable de acuerdo a cada país o incluso entre las diferentes regiones de estos. En los casos en que la mortalidad sobrepasa los márgenes estimados de manera significativa, hay que preguntarse por qué.

El drama sanitario desatado por el virus no depende tanto de su biología como de las condiciones sociales que encuentra a su paso. Sistemas sanitarios reducidos o debilitados, poblaciones pauperizadas o sin acceso a infraestructura médica y hospitalaria, densidad poblacional, dinámicas de urbanización descontroladas, ciudades altamente interconectadas, velocidad y calidad de respuesta por parte de los gobiernos. Sabemos también quiénes son los que ponen principalmente las muertes, más allá de los llamados grupos de riesgo.

Pareciera que el virus llegó para revelar un diagnóstico sobre el estado de la seguridad social que presentan nuestras sociedades. Para indicarnos también el agotamiento del modelo neoliberal y su incapacidad para garantizar sociedades sostenibles a largo plazo. Este diagnóstico no perderá su vigencia incluso si se lograra controlar la situación en unos meses. Mañana podría aparecer otro virus u otro cataclismo natural con similares o peores consecuencias. El proyecto globalista y neoliberal nos ha dejado como legado sociedades fragilizadas y fracturadas, cuyas condiciones materiales impiden la reproducción y expansión continua del capital.

De aquí que surja tentadora la metáfora del espejo. La pandemia nos devuelve la imagen invertida del estado actual de nuestras sociedades y de las consecuencias del proceso expansivo de la globalización neoliberal. Pero la forma en que los gobiernos responden no parece dar cuenta de un verdadero aprendizaje. Nuestros gobiernos no dejan de rescatar a la banca y al alto empresariado, de preservar los grandes patrimonios privados, y de transferirle el costo de la crisis a la clase media. La implementación de las cuarentenas, si bien en los casos exitosos pudieran contener el contagio y debilitar la propagación, no son la solución a los problemas de fondo. Más bien aceleran la catástrofe económica previamente anunciada.

Se trata de un problema complejo, que comporta una doble curva con tendencia a ser inversamente proporcionales entre sí. En la medida en que se aplana la curva de los contagios, se pronuncia la curva del impacto económico hasta niveles críticos, sumamente peligrosos; a la vez que se retarda la posibilidad de alcanzar la inmunidad colectiva. Si bien son cada vez más las voces expertas que calculan que el virus se debilitará antes de que esté lista la vacuna, cabe preguntarse quién rescatará a las poblaciones más vulneradas por esta nueva Gran Depresión.

El espejo de la pandemia podría funcionar de otra forma si se tomara como un diagnóstico vinculante sobre los límites del sistema. Si en lugar de solo gestionar la crisis y contener el contagio, los gobiernos, los organismos internacionales y los diversos actores de la sociedad civil, se empeñaran concertadamente en tomar las lecciones del caso y revertir la lógica social y los mecanismos institucionales que nos han llevado a esta situación de vulnerabilidad.

Son diversas las iniciativas que van surgiendo para enfrentar la crisis de una manera transformadora. Que van desde las propuestas de los economistas del decrecimiento, la crítica aceleracionista, los enfoques de la economía social-solidaria, las estrategias de autonomía y autogestión de las comunidades, la autogestión colectiva de la salud, el retorno de la renta básica universal, hasta la promoción de una Constitución de la Tierra, globalmente vinculante y basada en los derechos humanos para tratar los grandes desafíos transfronterizos.

A manera de la Alicia de Lewis Carroll en A través del espejo, la crisis pandémica no solo se comporta como un espejo que refleja, sino como un portal que al atravesarlo nos permite pasar a otro mundo posible.

La oportunidad del oportunismo

Se dice con frecuencia que toda crisis entraña una oportunidad. Hay quienes perciben esa oportunidad como las posibilidades que surgen de la crisis y que pueden ser aprovechadas en beneficio propio y a expensas de otros. Es la manera de entender la relación con el riesgo y la crisis que ha sido instalada por la mentalidad empresarial. Hoy día se puede encontrar esta visión en todas partes, dado que tiene su origen en la racionalidad hegemónica. Incluso gente que se considera de izquierdas y participa en espacios alternativos o luchas populares, puede llegar a interiorizar ese mantra. Quizás no se trate de hipocresía sino de un punto ciego. O para decirlo en el lenguaje habitual de las izquierdas, de esas contradicciones internas que heredamos de la cultura estándar.

En cualquier caso, el exceso de positividad al que estábamos acostumbrados, a veces nos hace confundir nociones básicas del pensamiento crítico con eslóganes de autoayuda.

Más común a la tradición del pensamiento crítico, es entender la crisis como una oportunidad para el cambio social. Una vez que el sistema social ha llegado al punto crítico de sus propias contradicciones acumuladas, entra en una crisis sistémica que derivará casi automáticamente en una transformación estructural, de la cual emergerá un mundo más racional y humano posible. Siguiendo esta lógica, no se han hecho esperar diversos vaticinios de una sociedad post-capitalista después de la pandemia, o como anunciara Slavoj Zizek: una forma nueva de comunismo, basado en la solidaridad y la cooperación global. Por muy tentadoras y racionalmente deseables que sean estas especulaciones, no hay que olvidar que no existe nada inevitable en la historia humana.

Cuando las sociedades atraviesan momentos de gran emergencia, se vuelven más receptivas a los cambios radicales. Pero no todos los cambios son necesariamente positivos, ni todas las revoluciones han sido necesariamente emancipatorias. En La doctrina del shock (2007), Naomi Klein mostró como las élites económicas y políticas encuentran en las situaciones de desastre una oportunidad para implementar sus políticas impopulares, ante la ausencia de la participación ciudadana.

Hoy día la mayoría de los países han entrado en un Estado de Excepción, bajo la excusa del manejo de la crisis sanitaria, sin indicar claramente en qué momento terminará. Los medios de comunicación nos bombardean con alarmantes cifras y fake news, nos instan al encierro doméstico, al teletrabajo y la distancia social, con un efecto desmovilizador de tal magnitud que ningún ejército del mundo ha logrado anteriormente. Pareciera que la dictadura biopolítica es más eficaz que la dictadura militar. Ya sea en Chile o en Hong Kong.

 

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