La televisión la radio y la Semana Santa, entre otras cosas

Por JLAmador

Cuando era niño, en los días de Semana Santa prácticamente desaparecía toda actividad que no fuera religiosa. Los autobuses dejaban de correr desde el Jueves Santo a medio día. Cerraban las pulperías y los restaurantes. De manera que si usted no comía en su casa se veía en verdaderas dificultades para encontrar un bocado. No había donde comprar, ningún negocio trabajaba. Algunas Iglesias tenían un comedor al lado, donde las señoras de la parroquia preparaban y vendían variadísimas viandas, y las cocineras se lucían haciendo deliciosos platillos, que por cierto se consumían después de las procesiones, sin faltar los dulces, arroz con leche, panecitos, dulce de chiverre y otros.

En las casas esos días las señoras no cocinaban formalmente, sino que previamente preparaban comidas frías y en conserva y en esa línea tenían además sardinas, atunes, encurtidos.

En el campo a los niños se les impedía jugar, ni subir a los árboles, ni hacer bulla y muchos no se bañaban el Viernes Santo, por temor a convertirse en sirenas.

Pero, así como apagaban las cocinas, también apagaban las emisoras de radio. Sólo quedaban algunas cuántas emisoras, que por lo general eran las emisoras noticiosas como Columbia, Reloj, Monumental, pasando programaciones radiales propias de Semana Santa, representaciones radiofónicas de los Evangelios y momentos culminantes de la historia de Jesús y sus Apóstoles teatralizados, el Mártir del Gólgota y todas estas historias bíblicas que siempre terminaban con un coro de gente gritando ¡Milagro Milagro!

Por supuesto que la televisión tampoco transmitía en Semana Santa. La televisión apagada totalmente.

Por aquel entonces yo era un fan de la radio y siempre estaba oyendo todo tipo de programas, como Woody Allen en “Días de radio”. En Semana Santa sintonizaba en la parte del dial donde no había emisoras locales funcionando y en ocasiones pescaba emisoras de otros países, que entraban al espectro nacional.

Por aquellos días de adolescente en mi casa había mucho rechazo hacia la música rock que era la que yo empezaba a escuchar “rupturando” el gusto y “estrideciendo” la paz familiar. Sobra decir que mi música, que sonaba a otros oídos como “tarros”, no era por aquel entonces valorada como música, ni como arte, en las altas esferas políticas de mi hogar, en resumen, no le gustaba a mi madre, y no la quería para nada. Me acuerdo que una vez iba caminando con mi radio de transistores cuando empecé a escuchar en una de esas emisoras que se colaban de no sé qué país por Semana Santa, un programa que explicaba la evolución de la música sacra. La narración empezaba desde el canto llano y quién sabe qué otras músicas, iba pasando por diferentes manifestaciones clásicas de la música religiosa y culminaba con la ópera rock Jesucristo Superestrella

No puedo describir la alegría que sentí cuando culminó aquella evolución con una ópera rock, porque eso era una valorización de la música que empezaba a descubrir, y con la que me identificaba.

Pero bueno, volvamos al tema acerca de cómo se fue dando la incursión de la televisión y de la música “profana” en la radio, durante la Semana Santa. Debo decir que la incursión de la televisión y la radio, y su tránsito hacia temas profanos en Semana Santa, fue así como de puntillas y con argumentos de que lo hacían por razones religiosas y para llenar las necesidades espirituales del “culto público”. ¿Y cómo no? Quién iba a pensar otra cosa. Casualmente recuerdo que una vez Teletica anunció que: 

“Este Viernes Santo, Teletica uniéndose al fervor religioso del pueblo costarricense, programará, – oiga usted- Las Sandalias del Pescador”. Una película que posiblemente todavía la esté pasando y que trata sobre la historia de un Papa. Y así fue como con este pretexto y con esta estrategia, esta emisora empezó a abrir la programación en Semana Santa, iniciando claro está, con temas religiosos.

Y es que hay que admitir que Teletica fue en el pasado una emisora terriblemente moralista y santulona, y no fue sino en los últimos tiempos que capituló con rumbo a las Narconovelas y otros temas más mundanos y escabrosos, pero también más redituables.

Un recorrido parecido tuvo la radio.

Recuerdo que radio Juvenil, que era la emisora de la música rock, también apagaba en Semana Santa. No obstante, en su momento, también empezó, incursionando de puntillas, programando, ¿qué creen?, un especial de Jesucristo Superestrella.

Pero igual ocurrió con otras empresas y establecimientos comerciales. Y un día de tantos, para servir a la comunidad religiosa, y esto y el otro, Pizza Hut decidió abrir solo por un rato, nada más, para ofrecer comidas para las personas que así lo requieran. Y de este modo como de puntillas, poco a poco, empezaron también las empresas y el comercio a abrirse paso hasta llegar al día de hoy, en que usted no se da cuenta que se está viviendo una Semana, que alguna vez fue de tanta trascendencia como aquellas que le estoy contando, y que los abuelos saben y recuerdan.

Hoy, en cambio, si usted se descuida, no se da cuenta que se está viviendo una semana de tanta trascendencia. Alguna vez leí las palabras de un Pastor, pero pudo haber sido también un antropólogo, que se refería a la importancia de que no todos los días sean iguales. Indicaba que es importante que haya momentos en el año, y en la vida, que sean distintos. Días que tengan un grado distinto de significado, para que el tiempo no sea idéntico, es decir, para que no sea homogéneo.

A lo largo del año el tiempo debe tener hitos, de lo contrario es como andar una carretera asfaltada donde todos los trechos son idénticos. Es lo que pasa cuando se han borrado todo día de celebración cívica o religiosa. Cuando todo resquicio de “tiempo sagrado”, es sustituido por el “tiempo profano”.

Esto lo he entendido mejor en los últimos años, estudiando la función de los ritos y el tiempo cíclico, a propósito, por cierto, de la tradicional fiesta boruca de los Diablitos. Y estudiando el eterno retorno y el sentido del tiempo sagrado en las fiestas rituales de los pueblos antiguos. Estas fiestas siempre fueron una manera de marcar el tiempo, de poner hitos y de darle sentido al tiempo y a la vida, para que no perdiera su circularidad antigua, quizá de origen agrario. Pero la mercantilización del tiempo, que incluso se vende como tiempo de trabajo, nos ha traído este tiempo homogéneo, idéntico, insaboro e incoloro, dónde lo mismo da Chana que Juana y viene a ser lo mismo un lunes de oferta que un Domingo de Pascua.

Escrito a vuela pluma un Viernes Santo de cuarentena por José Luis Amador, antropólogo.

10 abril 2020