Leer para no olvidar: memoria feminista y resistencia en el 25N
Por Heidy Valencia Espinoza
Un testimonio que interpela
El 25 de noviembre es una fecha de conmemoración y de lucha para los movimientos feministas. Esta fecha se remonta al asesinato de las hermanas Mirabal, tres mujeres dominicanas que fueron ejecutadas en 1960 por oponerse a la dictadura de Rafael Trujillo. Desde entonces, se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, una jornada que en América Latina adquiere matices propios por los altos índices de violencia patriarcal, incluidos los femicidios.
En respuesta a esa violencia, ha cobrado fuerza en la región la organización del movimiento de mujeres bajo el grito de ¡Ni una menos!. En Costa Rica, en los últimos años se han articulado colectivamente las familias que sobreviven a los femicidios, junto con organizaciones feministas, para exigir justicia y mantener viva la memoria de las mujeres asesinadas.
Este año no será la excepción. La convocatoria es a marchar el 25N a las 4 p.m. desde el Parque Central de San José. Según el Observatorio de Violencia de Género contra las Mujeres y Acceso a la Justicia del Poder Judicial, hasta el 2 de noviembre del año en curso se registraban 32 femicidios en el país, cifra que confirma la persistencia de una problemática estructural.
Una reconstrucción amorosa de la memoria
Al leer El invencible verano de Liliana, de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, encontré una historia que resuena profundamente con las luchas feministas en Costa Rica. Rivera Garza —una de las voces más reconocidas de la literatura latinoamericana contemporánea— reconstruye la vida de su hermana Liliana Rivera Garza, víctima de feminicidio en 1990 en Azcapotzalco, México.
El libro combina los géneros del testimonio, la crónica, el archivo y la memoria para recuperar la voz de Liliana, no solo como víctima, sino como mujer libre, creativa y soñadora. La autora muestra que hace tres décadas ni siquiera existía el lenguaje para nombrar la violencia machista, y que la escritura puede ser una herramienta de justicia simbólica y colectiva.
El feminicidio de Liliana ocurrió antes de que la antropóloga y feminista Marcela Lagarde acuñara el término “feminicidio”, que se popularizó en la década de 1990 para referirse a los crímenes de mujeres cometidos en contextos de impunidad y desigualdad estructural. En México, el feminicidio no fue tipificado como delito hasta 2012, cuando fue incorporado en el Artículo 325 del Código Penal Federal.
Rivera Garza, al mezclar memorias personales, documentos y testimonios, logra articular una denuncia que es también una reconstrucción amorosa con la cual escribir se convierte en un acto de resistencia contra el olvido.
De México a Costa Rica: una violencia sin fronteras
El caso de Liliana, ocurrido hace más de tres décadas, sigue resonando en América Latina. Su historia dialoga con una realidad compartida donde persiste la violencia patriarcal y la impunidad. En Costa Rica, las cifras de femicidio muestran una tendencia preocupante, mientras las respuestas institucionales siguen siendo insuficientes.
La situación nacional se agrava por el debilitamiento institucional del INAMU, los recortes presupuestarios y la aprobación de políticas que profundizan la precariedad laboral —como las jornadas 4×3— que afectan especialmente a las mujeres trabajadoras. Esta combinación de factores evidencia que el problema no se limita a la violencia individual, sino que forma parte de un entramado político y social que desprotege a las mujeres y favorece la impunidad.
Cada caso de femicidio revela el mismo patrón, detrás de cada cifra hay una historia interrumpida, una familia desgarrada y una comunidad que se organiza para exigir justicia. Los recientes femicidios de mujeres jóvenes conmocionan al país y reactivan la demanda por respuestas urgentes frente a un sistema judicial que, con frecuencia, revictimiza y desatiende.
Ante esta realidad, son las familias, amigas y comunidades quienes han asumido la tarea de mantener viva la memoria. Al igual que Cristina Rivera Garza transformó su duelo en una escritura de resistencia, en Costa Rica las familias de víctimas han convertido el dolor en fuerza colectiva junto a organizaciones feministas y de mujeres.
Así, las historias de Liliana en México y de tantas mujeres en Costa Rica se entrelazan como parte de una memoria feminista latinoamericana, una memoria que no olvida, que nombra y que insiste en que vivir libres de violencia no puede seguir siendo un privilegio.
La literatura como resistencia y como acto de amor
El invencible verano de Liliana es, sobre todo, un ejercicio ético de memoria. Escribir, para Rivera Garza, es una forma de reparación simbólica y de justicia. En sus páginas, la autora denuncia la carga de culpa impuesta a las familias de las víctimas —culpa que no es individual, sino social— y señala al patriarcado como estructura que reproduce la violencia y el silencio.
La dimensión estética del libro amplifica su fuerza política. La literatura se vuelve un territorio para restituir humanidad a las mujeres asesinadas, devolverles nombre, sueños y dignidad. En ese sentido, el arte y la memoria se funden en un mismo propósito: no olvidar.
Leer para no olvidar
En un contexto donde la violencia machista continúa arrebatando vidas, leer también es una forma de resistencia. Leer y recordar son actos políticos. El invencible verano de Liliana nos recuerda que las palabras pueden ser refugio, pero también trinchera.
Como escribe Rivera Garza:
“Somos ellas en el pasado, somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que solo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas.”
Marchar, escribir, acompañar, recordar, todo ello es parte del mismo gesto de amor y de justicia. Porque, como nos enseñó Liliana, aun en lo más profundo del invierno, hay un verano invencible.
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