Luis Muñoz Varela, docente.
En la Sede del Pacífico “Arnoldo Ferreto Segura” (Universidad de Costa Rica, Ciudad de Puntarenas), una joven estudiante se preguntaba un día, un poco desconcertada (pero con tanta luz en sus manos), que cómo iba a ser posible que en un mismo día secuestraran a 43 personas y las desaparecieran a todas. En efecto, la joven estudiante tiene razón. Inverosímil. Ese es un hecho de tal magnitud, que cualquier persona lógicamente puede tener dificultades para encajarlo en su capacidad mental de asimilación y comprensión.
Una periodista de la Radio 870 de la UCR, me preguntaba que por qué Ayotzinapa. No tengo un conocimiento adecuado de la historia y menos de las múltiples complejidades de la realidad mexicana. Sin embargo, le respondí a la periodista, diciéndole que así como fue en esta ocasión el ataque a los estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, pudo haber sido en cualquier otro lugar donde existiera una Escuela Normal Rural. La razón de que haya sido Ayotzinapa, tiene que ver fundamentalmente con el hecho de que, en esta ocasión, las familias (padres y madres), decidieron romper y superar el miedo. Como decía una de las madres de los jóvenes maestros secuestrados y, posiblemente, asesinados: “nos han quitado tanto que ya nos quitaron el miedo”.
“Tanto nos han quitado, que ya nos quitaron el miedo”. Las desapariciones y asesinato de jóvenes estudiantes de las Escuelas Normales Rurales de México, no es una manifestación reciente ni aislada de extrema brutalidad. Ya tiene toda una larga historia, que es además una historia en la que es posible percibir la existencia de un entramado de persecución y de represión sistémica contra las comunidades estudiantiles de esas instituciones formadoras de maestros.
Y si en esta oportunidad, la horrorosa monstruosidad de la barbarie que representa la desaparición de los 43 maestros de Ayotzinapa logró trascender, eso se debe, como dijo la madre de uno de ellos, “a que nos han quitado tanto, que ya nos quitaron el miedo”. Se sabe que previamente a lo ocurrido en Ayotzinapa, otro grupo considerable de estudiantes normalistas también había sido ejecutado en otra localidad, sin que las familias se hubieran atrevido ni siquiera a ir en búsqueda de sus muertos. El miedo les impedía incluso hasta nombrarlos.
Las autoridades de los poderes formales mexicanos, federales y del Estado de Guerrero, políticas, policiales, judiciales, castrenses, han intentado vertebrar una y otra vez explicaciones en las que se busca focalizar los hechos, aislarlos y atribuirlos a situaciones de corrupción y de colusión de políticos y fuerzas policíacas locales con bandas del crimen organizado. También han deplorado que las movilizaciones en reclamo de la aparición de los 43 maestros hayan afectado, por ejemplo, el turismo en Acapulco. El jerarca del Poder Ejecutivo mexicano ha hecho suya la expresión emblemática “Todos somos Ayotzinapa”, al mismo tiempo que ha hecho llamados a “pasar la página” y a volver a la normalidad; a regresar a la paz, al trabajo y a recuperar la armonía de la convivencia social y ciudadana quebrantada por un acontecimiento insólito. Es decir: olvidémonos ya de esta lamentable eventualidad.
Inverosímil. La joven estudiante de la Sede del Pacífico “Arnoldo Ferreto Segura” de la Universidad de Costa Rica (con tanta luz en sus manos), sigue teniendo razón.
Enviado a SURCOS Digital por Luis Muñoz Varela.
Suscríbase a SURCOS Digital: