MISOGINIA ENTRE LAS MUJERES, BAJO EL SIGNO DE PROCUSTO en la Suiza centroamericana neoliberal

Magda Zavala *

A la memoria de Chavela Vargas, Carmen Lyra, Eunice Odio y Yolanda Oreamuno

Descubrir que, luego de tantas décadas de vigencia y conquistas del feminismo, existen mujeres y grupos de mujeres capaces de armar una persecución subterránea contra otra mujer o varias es bastante más que sorprendente. Y muy triste comprobar que esta acción altamente ingrata, ocurre para arrebatar el lugar y el prestigio de las otras, o incluso, para algo más bajo aún: privar a la otra de lo ha conseguido con esfuerzo propio y dignidad, sin depender de familia adinerada, de marido con contactos o dinero, ni de partido político como palanca. También suele darse, entre pares, en apariencia, amigas, cuando alguna quiere impedir que una colega emergente tenga éxito, como forma de competencia desleal, o cuando busca alimentarse indebidamente de sus logros. Son las llamadas “eneamigas”. Estas personas parecen odiar a sus congéneres, incluso a aquellas que les han tendido la mano, aunque pueden usar de vez en cuando eslóganes feministas para fingir estar a la altura de los días. A las misóginas podría moverlas la endogamia, que impide o desconoce la movilidad social; la rebatiña y un sentimiento muy común: la envidia.

Las mujeres misóginas suelen atacar por vías soterradas, que fue lo que la cultura les enseñó a hacer: utilizar el engaño, la murmuración, el montaje y la calumnia. Con esas armas, en el pasado, las mujeres buscaron protección, porque eran sujetos débiles, en una sociedad que les dejaba solo las sombras como espacio de actuación. Por ser vistas como secundarias y devaluadas, debían ocultar el rostro para ser menos vulnerables, lo cual era comprensible en su situación. Algo poco explicable es que se actúe del mismo modo en el siglo XXI y con las mismas armas del patriarcado. Es escandaloso y evidencia de pérdida de lo logrado en las décadas recién pasadas, o de lo que nunca se adquirió. Le he buscado explicación a ese hecho y aquí les va.

En Costa Rica, sociedad aparentemente evolucionada, pero en realidad muy conservadora y procustiana, se ha sumado actualmente a la antiquísima rivalidad entre las mujeres la decadente moral neoliberal que todo lo permite y que se quita los escrúpulos, como camiseta, con facilidad aterradora. Esa es la nueva “moralidad” que permite la creación de noticias falsas, dándoles halo de verdad, que considera lícito perpetrar acuerdos cómplices para imponer lo falso y dar por reales hechos sin fundamento; es la que permite la circulación de documentos fingidos y la compra-venta de las conciencias; es el contexto que facilita la negociación de las distinciones, al margen de la justicia, y el engrosamiento de los currículos, así como el tráfico abierto de influencias, la legalización de la violencia de los derechos y un largo listado de permisividades. Esa práctica invisible ha permeado todos los sectores de edad, y ocurre en todos los campos, incluida la cultura que antes parecía inmaculada. Veo actualmente en esta geografía un caos de valores, donde el antagonismo se impone sobre la cooperación; el qué va a lograr cada cual que justifica las alianzas convenientes, sobre lo que es justo; la complicidad sobre la lealtad.

En materia de misoginia, la pertenencia de género no hace ninguna diferencia. Existe en hombres y en mujeres. Los hombres conscientes han debido esforzarse por erradicar el menosprecio hacia las mujeres, que se les impregnó con la escolaridad y la experiencia en grupos sociales primarios (familia, amigos, grupos deportivos…). En la actualidad, empiezan a aparecer hombres solidarios con la causa de las mujeres, que apoyan y reconocen su lugar y sus logros, un gesto bastante reciente que es de agradecer. La misoginia ha sido mayoritariamente compañera del machismo. Las personas misóginas, cuando no actúan, son cómplices de la violencia pasiva o activa hacia las mujeres, o, incluso la disimulan, como si fuera asunto sin importancia, cuando ocurre entre ellas.

Costa Rica, como sociedad, lleva el estigma de Procusto. Ese es su rasgo de personalidad colectiva más agudo, que nada tiene que ver, ni debe confundirse, con la democratización de las oportunidades. Procusto, hijo de Poseidón, según la mitología griega, quería a todos de una misma talla y, para lograrlo, cortaba pies y cabezas. Él representa la absurda necesidad de aplicar el rasero y perseguir a otros, cuando no se ajustan al estándar, o simplemente porque destacan en algo. Esa fue la actitud que sufrieron y denunciaron tantos (as) artistas que se fueron de aquí, para no volver nunca más. Ya señaló directamente Yolanda Oreamuno esta lacra en su ensayo “El ambiente tico y los mitos tropicales”. La autora aseguraba que aquí no cortan cabezas, sino que “Le bajan suavemente el suelo que pisa” (Oreamuno, 1961: 19) al desdichado elegido. Sin embargo, mucho ha cambiado desde entonces, porque la violencia es ahora explícita, sin gran disimulo.

Las mujeres procustianas y misóginas son muchas más de lo que uno se imagina y acostumbran actuar con sonrisas y halagos desmesurados, incluso declaratorias de tierno cariño a las demás, mientras les tienden una cama, urden un atropello, envían notas ocultas de descrédito, o circulan falsedades por teléfono, redes sociales y correos electrónicos. Algunas encuentran complacencia en decir a sus conocidas, fórmulas como estas: “Conozco a mucha gente que te odia”, o “Aunque a vos mucha gente te odia, yo te quiero”. Estas personas buscan reunirse para la complicidad, no para la solidaridad.

En este contexto, la palabra sororidad hará arrugar la cara a las misóginas, que la sentirán como una amenaza y la desterrarán de su léxico. La unión y el apoyo leal entre las mujeres y su respeto mutuo daría sostenibilidad a las conquistas logradas y las que vendrán. Ese es el horizonte, la meta y el más importante desafío que tienen las mujeres y el feminismo en el presente: conseguir que este valor, aún tan utópico, se vaya convirtiendo, efectivamente, en una realidad.

* Escritora, investigadora literaria, docente, promotora de instituciones culturales.