Reproduciendo el modelo de «enclave económico»

Álvaro Vega Sánchez

Alvaro Vega Sánchez, Sociólogo

A propósito de la venta de activos del Estado, de la conservación de nuestro patrimonio ecológico y de mejores alternativas para un desarrollo turístico ecológica y socialmente sostenible, vuelvo a traer a reflexión la frase “yo no sé vender, solo sé comprar” de don Juan Mercedes Matamoros, uno de los grandes hacendados sancarleños de mediados del siglo pasado. Fue la respuesta a un amigo que le criticó por haber vendido un pequeño terreno en Ciudad Quesada a un bajo precio.

A los pioneros en esa zona y otras del país les caracterizó la conservación de sus tierras, las que posteriormente heredarían a sus hijos. Se interesaban no solo por conservarlas sino por ponerlas a producir, generando trabajo y riqueza. Por supuesto, fue necesario, en estos casos de latifundio, que también el Estado interviniera para democratizar la tenencia de la tierra, como lo hizo el gobierno de don Daniel Oduber con algunas fincas de este hacendado, atendiendo a los artículos 45 y 50 de la Constitución Política que establecen como función del Estado propiciar una mejor distribución de la propiedad y reparto de la riqueza. Lamentablemente, estos artículos han sido letra muerta para los gobiernos neoliberales de las últimas décadas.

Hoy, también se requieren políticas de Estado que apoyen al pequeño y mediano emprendedor turístico, para evitar continuar reproduciendo el viejo modelo de “economía de enclave”, concentrador de la riqueza en manos de empresas extranjeras, con impactos muy limitados en reducción de pobreza y generación de empleos bien remunerados. Ejemplo de esta tendencia es el modelo de desarrollo turístico de “enclave” en Guanacaste, que al parecer ha venido sustituyendo el modelo “endógeno” de La Fortuna de San Carlos.  

Para ello, se requiere también impulsar una política educativa dirigida a formar técnicos y científicos al más alto nivel. Una apuesta decidida a convertir al país en una potencia en este campo. De esta manera, incrementar y diversificar la oferta turística ecológica y socialmente sostenible, así como innovar en la investigación y el desarrollo científico tecnológico para un adecuado manejo de nuestra rica biodiversidad.

Ya es hora de decidirse a superar esa gran contradicción de ser, por un lado, un “país ecológicamente rico” y, por otro, “socialmente pobre”.  El modelo oligárquico de concentración de la riqueza fue, en buena medida, superado por los gobiernos que en las décadas de 1940-1970 impulsaron reformas estructurales para garantizar derechos sociales y el fortaleciendo un régimen de democracia solidaria, que contribuyó a un desarrollo económico más equitativo y socialmente más inclusivo, menos desigual.

Perdimos el rumbo, cuando nos marcaron la cancha desde afuera a partir de la “década perdida” de 1980. Más recientemente, los gobiernos que ofrecían cambios significativos para conducir al país a una nueva “primavera” de crecimiento económico con equidad y justicia social, han vuelto sobre las viejas andanzas. El país, se sigue endeudando e hipotecando a los grandes intereses financiero nacionales e internacionales. Y en esas condiciones, la salida es, como ya se ha reiterado, convertirnos en una sociedad de “proletarios” y no de “propietarios”, como era la expectativa del estadista José Figueres Ferrer. Es decir, continuamos reproduciendo el viejo modelo de “enclave económico”.

Lleva razón el filósofo Enrique Dussel cuando señala que el gran desafío que tenemos los países empobrecidos en América Latina es la descolonización epistémica. Mientras continuemos padeciendo de la minusvalía cognitiva e imaginativa, es decir, considerándonos necesitados de la mano de un “Gran Hermano”, seguiremos arrastrando pobreza, desigualdad e injusticia social.  Es lo único que ofrece una reactivación económica al estilo neoliberal o neocolonial, es decir, bajo un modelo prevalente de “economía de enclave”.