Semillas de Esperanza: «El coronavirus revela el verdadero mal de la humanidad»

La declaración de pandemia en marzo anterior trae consigo el incremento de las desigualdades en términos de justicia social. Por eso, a pesar del distanciamiento físico, consideramos urgente reafirmar la solidaridad con quienes más lo necesitan. Es necesario, aún más, seguir haciendo a reflexión crítica y denuncia de las injusticias sociales estructurales. No es momento para callarnos.

Nos hemos propuesto compartir cada semana una reflexión sobre esta coyuntura, y procurar acompañarnos en la distancia. Esta semana compartimos la segunda de varias reflexiones: un texto de Hugo Marillán Millavil, pastor mapuche.

Hugo Marillán participó en el Taller Socio-Teológico «Saberes insurgentes desde Abya yala fente a los fundamentalismos político-religiosos» que realizamos en el DEI hace tres años (2017).

Equipo del DEI

El coronavirus revela el verdadero mal de la humanidad

Hugo Marillán Millavil

Pastor Mapuche, tallerista del DEI

Hoy requiero escribir algo después de un tiempo de quedarme en el silencio. Y reabro mi opinión abierta, en un contexto dramático de la obligada inmovilidad de una sociedad que basa su pasar en constante movimiento de las masas urbanas en todos los lugares. Donde la inmediatez de los acontecimientos, lo que parece ser, lo conduce al ser humano a una carrera interminable en búsqueda de satisfacer sus sueños, sus expectativas que, sin embargo, cada día son inalcanzable para la mayor parte de la población. De ahí el levantamiento social que actualmente vive el pueblo chileno.

No obstante, hoy nos encontramos en una crisis global provocada por un «ser desconocido», al que le han puesto “coronavirus”. El cual ha tenido la capacidad de limitar el movimiento humano, de generar cambios de paradigmas económicos, religiosos, educacionales, etc. Desde los más grandes imperios, hasta los lugares más apartados que son golpeados por una crisis que recién comienza.

Es una enfermedad que ataca a un mundo enfermo de odios, egoísmos, luchas de poder, violencia, de competitividad, de vanidades, de falsos profetas, de injusticia, etc. Que no sabe cómo responder a este ataque y la única alternativa es refugiarse, esconderse y esperar el padecer de los más débiles, que son especialmente los que han dado sus pulmones, su cansancio, sus lágrimas para construir un sistema de sociedad basada en la acumulación de grandes capitales y bienes económicos. Que están en manos de grupos reducido de la sociedad, que se ha hecho de los recursos a través de sistemas injustos como las administradoras de fondos de pensiones (AFP), Isapres, decretos 701 de empresa forestales, explotación minera, etc.

Esto provoca un empobrecimiento de aquellos que han terminado su vida laboral, son los que están en el sector de mayor riesgo de muerte, de los sectores populares y campesinos, con espejismo de una clase media que cree ser parte de este sistema de lujos y vanidades de la oligarquía chilena, pero que se ha dado cuenta que son solo peones para mantener el sistema de consumo, con pequeños privilegios a cambio de ser explotados día a día, sin mayor seguridad social presente y futura.

Están también en contexto de crisis los valores espirituales de la sociedad, sostenida supuestamente en instituciones religiosas, católicas, protestantes, evangélicas u otras, que han sido absorbidas por este mismo sistema corrupto, y que ha permeado su integridad, golpeando profundamente la fe del pueblo, creciendo la incredulidad, la desconfianza y generando una crisis de esperanza y aumento de la desorientación emocional. Lo cual conduce a gran parte de la población joven más vulnerable al consumo de drogas y a gran parte de la población a crisis depresivas, violencia intrafamiliar, desarraigo social.

Escribo esto en contexto del recordar a Cristo y hacer memoria de Él, cuando parece que el tiempo se ha detenido en esta humanidad, en nuestro caminar diario y en nuestros planes cotidianos. Donde he estado escuchando un sinnúmero de reflexiones, opiniones, todas con algo en común: poder de alguna manera comprender estos acontecimientos y generar una cierta certeza para decir que ya pronto volveremos a la normalidad.

Sin embargo, me pregunto ¿cómo imaginar este ser que está provocando esto tan profundo en la humanidad? Y solo puedo tratar de comprender esto mediante lo que pudo provocar la acción de Jesús en ese mundo de injusticia y explotación, donde llegó a nacer. Que fue identificado como el principal mal para los poderosos de su tiempo, fue perseguido y muerto; sin embargo, hoy seguimos celebrando su resurrección.

Jesús, con su acción generó un cambio profundo en muchas vidas. Parafraseando, “él produjo el virus del amor” que fue creciendo. Jesús y el amor que proclamó y practicó, para muchos, fue el mal a destruir, y quisieron terminar con él, crucificándolo.

Él vino a revelar el mal que estaba consumiendo al ser humano, que era el pecado de la injusticia, la lucha de poder, el egoísmo, el despojo de los derechos de aquellos que generaban el bienestar de los poderosos, que condenaba al infierno del padecer eterno a esa sociedad, donde las pestes consumían las vidas de los más vulnerables. Donde los religiosos del templo sustentaban sus privilegios con las ofrendas sacrificiales de los más pobres.

El impacto de cambio de paradigma del “virus del amor” fue a la vez el antídoto contra la muerte, trayendo la justificación y la salvación, para iniciar la vida nueva en construcción de justicia y paz, basado en el amor a Dios y al prójimo.

Hoy vemos al mundo luchando contra lo que se nos dice que es el principal mal que afecta a esta humanidad: un virus, sin embargo, este ser desconocido y que aún no puede ser eliminado, está revelando los verdaderos males de este mundo actual: el poder, el egoísmo, la competitividad, el lucro, la explotación, la discriminación, el consumismo, la vanidad, el despojo de la naturaleza, etc. Esto revela profundamente que, desde los líderes de los grandes imperios hasta aquellos en sus pequeños egoísmos e individualismos, no les importa si sus acciones pueden dañar a su prójimo.

Es muy posible que pronto encuentren la forma de matar el “coronavirus”, pero no podrán eliminar el verdadero mal que azota la sociedad, que es la codicia y el amor al dinero (1 Timoteo 6:10 / Eclesiastés 5:10), que es la mayor tensión que está provocando esta pandemia, que cruza lo económico, lo político y lo religioso.

Jesús ya lo había advertido a sus discípulos: que esto era lo más difícil de transformar en el ser humano (Mateo 19:16-30), y que mayor dolor le causo a Jesucristo, que su única opción fue aceptar el camino del calvario, para traernos redención a través de ser perdonados y ser justificados, para verdaderamente nacer a una nueva vida, como Jesús le dijo a Nicodemo (Ev. De Juan 3:1-2), como lo experimentó Pablo (Hechos 9:1-18 / 1 Corintios 15 :8-9), vida nueva que provoca que el verdadero Amor (Juan 15:12), que es el real antídoto que puede sanar esta sociedad enferma, que está en aquel que es sanado de avaricia, de egoísmo, de vanidad, de orgullo y otros males que no nos permiten romper con fronteras, desigualdades, injusticias, idolatrías, etc.

Al hacer memoria del Cristo vencedor de la muerte, se nos permite descubrir que estos tiempos no son para solo esperar pasivamente a que la normalidad vuelva, sino que no podemos permitir que la normalidad vuelva. ¿Qué quiero decir con esto? Que no podemos seguir infectados de avaricia, de egoísmo, de rencores, de injusticia, vanidades y toda actitud que nos lleve a ser indolentes frente al prójimo.

En este nuevo caminar nacerá una nueva iglesia que deberá abandonar los privilegios a los cuales se había acomodado, privilegios que la llevaron a pecar de egoísmo y querer sentirse parte del poder. Creyendo que si estaba en esos lugares podría transformar el mundo, pero el mundo transformó su religiosidad en vanidad, corrupta y sin los valores eternos de Cristo.

Una Iglesia nueva debe volver al sendero del Maestro, de la cruz, del dolor junto a los pobres, una iglesia desde los pobres y no por los pobres (Lucas 2:7/2 Corintios 8:9). Donde verdaderamente adquiere sentido más profundo la misericordia y justificación de Cristo (Romanos 5:8), porque una nueva iglesia que no tiene privilegios, es una iglesia que busca la redención, su restauración, un nacer de nuevo.

Una iglesia que vuelve a abrir los espacios negados al pueblo (Deuteronomio15:7-10), compartiendo el pan diario con el hambriento, sacándose su capa y dándosela a quien necesite abrigo, dispuesta a ofrecer hasta sus mártires para que luchen por dignidad y justicia. Una iglesia que se niegue a sí misma, como se negó Cristo (Lucas 9:23). Solo así podremos provocar esperanza, fe, solidaridad, justicia, paz, reconciliación. Un cristianismo que se visibiliza y asume la primera línea en la lucha por la dignidad de los que sufren y la defensa, el cuidado y la restauración de la Naturaleza como creación de Dios.

El Coronavirus, debe provocarnos para la vida y no quedarnos en el miedo a la muerte, porque Cristo ya venció la muerte, y nos desafía a ser su pueblo que camina en medio de este desierto hacia la tierra prometida. Sus huellas nos van conduciendo a su Reino de Justicia.

 

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