Skip to main content

Etiqueta: autocuido

Colectivas feministas organizan emotiva vigilia en memoria de las cuatro mujeres asesinadas en lo que va del año: Paula Salas, Karen Bermúdez, Shirley Pérez y Delia Gutiérrez

“Ni una menos no es un chiste, no es una broma. ¡Ni una menos es una plegaria, carajo!”

Este fue el final de las dolientes palabras de una de las mejores amigas de Delia Gutiérrez el pasado 5 de febrero, en la vigilia organizada por colectivas feministas de Costa Rica para honrar a las cuatro mujeres que han resultado ser víctimas de femicidio en lo que va de este 2021 y a todas las mujeres del mundo.

En este espacio tan íntimo y a la vez tan expuesto se construyen procesos de reflexión y autocuido que nos permite evidenciar las fallas estructurales del Ministerio de Seguridad del país, del machismo que se cultiva en los hogares y del miedo con el que las mujeres salen a la calle.

En el video que van a encontrar al final de la nota, se expresa el miedo y el sufrimiento que padecen muchas mujeres por la ola de agresión con la que continuamente se están violentando cuerpos, vidas, familias y futuros. La vocera expresa la importancia de cultivar en el hogar el respeto y la educación hacia la mujer, ya que es con pequeñas acciones que se crean monstruos que matan y violentan. Como padres y madres de familia se tiene la responsabilidad de deconstruir a los hijos e hijas y formarlos (as) como seres humanos respetuosos y conscientes del valor de la vida, del valor de la persona.

Finalmente, se hace un llamado a los medios de comunicación y periodistas a respetar la memoria de cada una de esas mujeres y de abordar de una forma ética y responsable la información.

Video tomado del perfil de Facebook de Adrián Cruz García.

Compartido con SURCOS por Isabel Ducca.

El mandato de autocuido y la salud mental en contexto de crisis

Mariana Alpízar Guerrero
Psicóloga
Investigadora feminista

En el contexto actual nos encontramos sobre-expuestas (os) a noticias, información, crisis y cifras sin nombre. Leemos sobre salud física, el funcionamiento del virus, proyecciones de posibles escenarios. Obsesiones por encontrar respuestas, alimentadas por un deseo cotidiano de que todo esto acabe pronto.

La necesidad de tomar medidas de distanciamiento, la burbuja social como única seguridad, el temor a ser tocados por el otro, y las estrategias de comunicación perversas que nos dicen constantemente que nuestros seres queridos pueden morir, partiendo de que la empatía sólo se mueve si escenificamos la muerte de nuestras redes cercanas. Todo esto nos tiene en un colapso emocional, colectivo y personal que ni siquiera vimos venir.

La salud, recién ahora, empieza a tomar un matiz distinto, ya no sólo es importante alejar el virus de nuestros seres queridos, también hay que luchar todos los días por no desfallecer mentalmente ante la inminente incertidumbre y todo esto, parece que deberíamos hacerlo en soledad, pues hacerse cargo de la salud mental es un tema “individual”, “personal”, al menos esa es la idea culturalmente aprendida.

Veníamos de un tiempo donde la idea de soledad como sanación estaba tomando una fuerza avasalladora al punto de ser tergiversada y recetada como la pastilla que todo lo cura (sigue siendo así). El “autocuido” se mercantilizó lanzando el mensaje de que, para poder ser “mejores” sólo había que tener voluntad. Sabemos que la salud emocional tiene muchos ingredientes, uno de ellos es, sin duda, la responsabilidad por el cuidado de sí, pero existe un componente colectivo que es sumamente contraproducente eliminar.

La idea capitalista de la salud mental como algo privado y ligado exclusivamente a la terapia psicológica individual, profundiza la desigualdad social, en el tanto sólo un pequeño porcentaje de personas puede acceder de manera sostenida a un proceso de este tipo. Si las personas no tienen dinero para pagar y tienen seguro social, no siempre recibirán un apoyo con la temporalidad requerida, lo cual habla de la importancia de fortalecer un sistema de salud social sin el cual muchas personas ni siquiera podrían ser atendidas en situaciones de emergencia, por ejemplo, ante intentos de suicidio.

Sin embargo, además de la importancia de fortalecer el sistema de salud y aumentar el acceso a los procesos terapéuticos individuales, es necesario conectar estos procesos con la colectividad, no sólo que las personas tengan un apoyo de sus redes más cercanas, sino que se empiece a cuestionar la idea de lo emocional como algo únicamente individual. La salud mental es un tema de interés público y en ese sentido también se trata de algo político.

No sólo es necesario que el Estado intervenga, sino que se construya un concepto de salud mental comunitaria. Entendiendo que sin la comunidad (en el amplio sentido de la palabra), no es posible una sanación que se sostenga en el tiempo. Una persona puede llevar un proceso de años y lograr avances importantes, pero si no cuenta con el apoyo de sus redes, el proceso no se sostenible en el tiempo y la persona puede llegar a depender de la terapia, para poder aguantar la vida cotidiana.

El apoyo, la presencia de la comunidad, la construcción de espacios colectivos, el equilibrio entre el autocuido y el cuido mutuo, son necesarios para construir un concepto de salud mental más integral y conectado con la realidad social que vivimos.

Un ejemplo claro de cómo nos ha afectado la idea del mundo emocional como algo privado y que no corresponde al plano social es cuando le recetamos ir al psicólogo a cada persona que tiene un problema, como si los procesos terapéuticos fueran una solución inmediata, o más aún, como si nos libraran de la responsabilidad vincular. A veces se convierte en una muletilla: “vaya al psicólogo” “vaya a la psicóloga”.

Por una parte el espacio clínico-terapéutico cuenta con una serie de herramientas específicas que aportan al proceso de hacerse cargo de sí (uno de los componentes del proceso inacabable de la sanación), pero este proceso no es un reemplazo del vínculo social, comunitario y de las redes cercanas. No existe salud mental sin responsabilidad emocional-colectiva.

Para ello es necesario que fortalezcamos los espacios comunitarios (aun cuando en este momento la comunidad se viva desde lo virtual), que trabajemos la empatía por el otro (aunque esté fuera de nuestra burbuja), que aprendamos a pedir apoyo y consideremos nuestra salud mental algo tan prioritario como la salud física. Por parte del Estado, es fundamental la apertura de espacios de atención en crisis y, no menos importante, de atención sostenida en procesos psicosociales, donde se involucre a la gente.

En el momento presente se hace indispensable asumir la responsabilidad social de la escucha y el cuido colectivo y que no recaiga sobre la persona lidiar en soledad con sus emociones sino que se trabajen los vínculos recíprocos de apoyo. No es fácil, contrario a que nos plantean los mensajes de “selfcare” que ponen a la salud mental como una cuestión de voluntad y llegan incluso a culpabilizar a las personas que se sienten deprimidas. Tampoco es rápido, requiere de un proceso y (aquí sí aplica), de compromiso colectivo, sin embargo, es en contextos de crisis donde salen a la luz los vacíos que, como sociedad y como sujetos, es necesario atender.

¿Por dónde empezar? No existen recetas, pero un inicio puede ser repensarnos el concepto generalizado de salud mental. Asumir responsabilidades vinculares de escucha recíproca, apoyar en la búsqueda de profesionales en salud mental a personas que así lo requieran, empatizar con las vivencias de los otros sin necesidad de intervenir, acompañar. Limitar la sobre exposición de mensajes, imágenes, informaciones en redes sociales que promuevan la idea de la salud mental como cuestión individual y del autocuido como solución a todas las problemáticas emocionales. Pidiendo apoyo, cuando lo requieran y si solicitarlo les es posible (porque no siempre una persona que necesita apoyo lo puede pedir), estando pendientes de personas cercanas que tienen cambios temperamentales o se ausentan por periodos de tiempo prolongados, compartiendo información sobre servicios de atención en crisis como el 911, o la línea “Aquí estoy” del Colegio de Profesionales en Psicología.

La salud, más que un mandato, es un compromiso que también pasa por lo social.

Manifiesto ético-afectivo de los vínculos cuidadosos

Mariana Alpízar Guerrero
Psicóloga feminista

¿Qué es el amor si no se actúa con ética? Egoísmo, una utilidad vacía, consumo de cuerpos que se apilan uno encima del otro sin que exista siquiera un sentido real en los vínculos más que llenar, llenar, llenar, para no sentir un hueco en el estómago, para no dar espacio a la pregunta.

Hay muchos vínculos que por no ser coitales o amorosos (como si fuera posible establecer una línea perfecta entre ambos conceptos), gozan de impunidad si hieren, violentan, si son vinculaciones anti-éticas, irresponsables con el/la otra, porque no tienen nombre y nos hemos habituado a defender que “lo que no se nombra no existe”. Es decir, actuamos sin apalabrar, sin decir y con eso evitamos las consecuencias implicadas en lo que hacemos.

No es que debamos construir edificios legales para juzgar a diestra y siniestra la legitimidad de los afectos, es que es fundamental en tiempos como los nuestros darle lugar al amor basado en el cuidado mutuo y de sí mismxs. Sin que esto sea excluyente entre sí. Sin que el cuidado de sí devenga en descuido a lxs otrxs. Aun cuando el discurso del autocuido justifica el abandono de la colectividad para salvar el ego, la autonomía no es el contrario de colectividad sino de fusión. No sólo es posible, sino que es indispensable vivir una autonomía desde la colectividad ética, es decir, la que no disminuye la autoexpresión y las necesidades de los individuos, porque sin autonomía no existimos y sin colectividad tampoco.

Los vínculos, pequeños, medianos o grandes, si es que podemos ponerles tamaños, son distintos entre sí y requieren todos ellos de pensarse. Más que pensarse, requieren sentipensarse en conjunto e individualmente. Es importante que en cada vínculo existan preguntas, cuestionamientos como ¿qué estoy haciendo? ¿qué interpreto que el otro o la otra está haciendo? ¿qué aporta lo que estoy haciendo al vínculo? ¿cuál es el sentido de lo que hacemos? (…) Ahora, si hemos creado la fantasía de que efectivamente existen jerarquías en los vínculos, que de acuerdo a los grados de cada uno merecen más o menos atenciones, responsabilidades y que nuestras acciones para con el otro tendrán consecuencias sólo en el caso que el vínculo sea prioritario. Si además desmeritamos el sentir del otro, ridiculizamos sus emociones cuando las consideramos desproporcionadas con lo que nosotros sentimos y todo esto lo hacemos por no tratarse de un vínculo que se haya categorizado, nombrado u “oficializado”, estamos entonces consintiendo y actuando desde la institución violenta de la monogamia matrimonial, que requiere de palabras, de rituales, de contratos para hacerse realidad, para existir, porque de otro modo no es legítima.

Mantenemos entonces la necesidad de un contrato implícito o explícito para responsabilizarnos del otrx. El contrato implícito requiere por ejemplo de ciertas acciones legitimadas socialmente que denotan interés por el otrx, por ejemplo presencia constante. El contrato explícito es la categorización del vínculo: ponerle un nombre o nombrarle “sin nombre” pero con la importancia justa para dotarle de un lugar. Esto último sucede cuando se dice la frase “lo nuestro no tiene nombre”, momento en el cual se entiende que aun cuando el vínculo no tiene categoría, existe y por lo tanto requiere responsabilidad mutua.

Pero ¿qué pasa con los vínculos considerados secundarios? los que del todo no se apalabran y sólo se actuan, por ejemplo con la persona o las personas con las que se tiene algo físico que pareciera excluir lo afectivo, o más aún, con alguien con quien se tiene algo («solo») emocional, por ejemplo algo platónico. Hemos hablado incansablemente de los vínculos («unicamente») sexuales y hemos concluido constantemente que estos requieren de responsabilidades vinculares. Pero ¿qué pasa con aquellos marginalizados al lugar de lo platónico? Por ejemplo aquellxs con quienes hablamos, salimos, compartimos tiempo, palabras y con quienes incluso llegamos a crear expectativas de “algo más”. Sucede que no les damos lugar porque no son suficiente, por eso justamente es necesaria la promesa de lo que pasará en el futuro. Pero ¿no está sucediendo ya en el presente? ¿Qué significa la frase “compartimos pero no ha pasado nada”? Cada vez que nos vinculamos nos afectamos de alguna u otra manera y negarlo es obviar que tenemos parte en todo lo que actuamos. Y es que justamente la libertad implica responsabilidad, de otro modo solo existe el descuido.

Cuando priorizamos vínculos apalabrados, nombrados y categorizados, cuando bautizamos relaciones, cuando establecemos contratos implícitos o explícitos, asumiendo deberes, cuando nos entregamos sólo a emociones legitimadas socialmente e invalidamos todo lo que se salga del intercambio amoroso/sexual que conocemos. Cuando censuramos mutuamente los dolores que sentimos por no ser consecuentes con lo que deberíamos sentir, en el tiempo y en el orden establecido, cuando no asumimos consecuencias sobre nuestras acciones por tratarse de «vínculos platónicos» o vínculos que no son suficientemente formales, no tenemos ética alguna para con el otro, lo que tenemos es una moral y una justificación social-capitalista para hacer con el otro, obtener lo que deseamos del otro, iniciar relaciones con las que no cerramos nunca, porque supuestamente nunca existieron.

Lo que propongo no es establecer un contrato a priori, o categorizar todo lo que tengamos, o racionalizar los vínculos, porque la conciencia en todos los vínculos es imposible. De lo que hablo no es de asumir compromisos a priori, sino más bien a posteri, es decir, de hacernos cargo de lo que hacemos, aun cuando inicialmente no seamos conscientes de ello. Para hacerse cargo no hay que saberlo todo. Para hacerse cargo no hay que establecer culpas, porque la culpa, que tiene un origen judeo-cristiano, sólo busca mantenernos a raya, dentro de un orden establecido. Para hacerse cargo inicialmente hay que conectar con nosotrxs mismxs, identificarnos con lo que hacemos, entendernos, senti-pensarnos.

Desde una perspectiva Foucaultiana, el “cuido de sí” implica ejercer una libertad individual basada en el autococimiento. Pero esta libertad no es excluyente del otro, por el contrario, es imposible ejercer la libertad sin la otredad. Al ocuparme de mí, me ocupo de lxs otrxs, tengo claros mis límites, mis deseos, mis necesidades, mis responsabilidades sociales.

Puedo construir entonces una ética congruente conmigo y con la colectividad. Conocernos a nosotrxs mismxs, alimentar nuestra autonomía, no vivir a través del otro, no establecer dependencias, fusiones, sino ser consciente del impacto que tienen nuestras acciones, aun si creemos que no estamos haciendo nada.

El trabajo de sí es constante, sistemático y no se hace para obtener reconocimiento, sino para mirar claramente la huella que se deja en el mundo y actuar desde allí. Aprender a escuchar al cuerpo, lo que necesita, sus propias medidas, sus tiempos. Solo desde el autoconocimiento es posible conectar con el otro, no desde un lugar narcisista, pues no se buscar llenar vacíos con la presencia, acallar cuestionamientos, se busca más bien aportar en el otro y que el otro aporte en nosotrxs.

Fluir, por su parte, palabra repetida hasta el cansancio y que se usa como muletilla, no es un borramiento de toda consecuencia, o una carta que se usa incluso antes de actuar, no es un cheque en blanco que se firma para advertir a “la otra parte” que “solo” estamos haciendo y que no estamos pensando. Que si siente dolor, angustia, que si tiene preguntas y requiere respuestas, que si necesita palabras, que si requiere inicios o cierres, debe hacerse cargo de todo cuando experimenta, pues el fluir es un estar sin estar. Es una presencia del otro a medias una disculpa aun antes de cruzar las líneas.

Si fluir no fuera justificación, sería entonces lo que la palabra realmente significa, voluntades que bailan sin necesidad de forzar, imponer o poner en el otro algo que no es posible individualizar. La responsabilidad es entonces inicialmente con unx mismx (es fundamental hacerse cargo de sí), luego con lxs demás y por supuesto con los vínculos, es decir hay responsabilidades que son absolutamente compartidas, no de unx, no del otrx, de ambxs, de todxs.

A partir del trabajo que he venido realizando conmigo y de aprendizajes que he tenido con seres que acompañan los caminos, los irrumpen o los potencian, he sistematizado algunos de los principios básicos que considero importantes en mi ética afectiva, que, por supuesto, no son reglas, más bien son propuestas cambiantes que fluyen y se transforman, pues si fueran estáticas de nuevo estaría intentando imponer reglas. Siempre he creído que la forma de luchar contra lo establecido es colarse en la norma y torcerla. A continuación, para cerrar con este texto y para dar inicio al diálogo enumero algunos de estos principios: -Todo vínculo es importante, lo cual es radicalmente diferente que indispensable. Ningún vínculo en particular es indispensable, pero sí lo es la vida colectiva. La importancia en los vínculos implica que todos requieren responsabilidad.

-Todo vínculo es diferente, tiene particularidades de modo que homogeneizar no solo es un error sino que es imposible.

-Todo vínculo que se actúa, aunque no se nombre, se categorice o se apalabre existe y por lo tanto tiene consecuencias, afecta a lxs otrxs y a nosotrxs mismxs. Amarse es afectarse, no hay modo en que pueda ser distinto.

-Todo vínculo se transforma a lo largo del tiempo, tiene inicios, desarrollos y cierres.

Hacernos cargo de cómo hacemos los cierres es tan importante como hacernos cargo de los inicios. Las rupturas también son parte de las transformaciones vinculares, la muerte es parte de la vida y los finales son parte de la historia.

-En los vínculos existe una mezcla de emociones, sensaciones, pensamientos, ideas, materialidades. No es posible dividir lo físico de lo afectivo, porque el cuerpo es también sensación. Estamos de cuerpo presente en los vínculos aun cuando creamos estar a medias o no estar de lleno.

-La ética afectiva inicia con el cuidado de sí. Sentipensar los vínculos y más que tener respuestas, estar siempre abiertas a establecer preguntas.