Manifiesto ético-afectivo de los vínculos cuidadosos

Mariana Alpízar Guerrero
Psicóloga feminista

¿Qué es el amor si no se actúa con ética? Egoísmo, una utilidad vacía, consumo de cuerpos que se apilan uno encima del otro sin que exista siquiera un sentido real en los vínculos más que llenar, llenar, llenar, para no sentir un hueco en el estómago, para no dar espacio a la pregunta.

Hay muchos vínculos que por no ser coitales o amorosos (como si fuera posible establecer una línea perfecta entre ambos conceptos), gozan de impunidad si hieren, violentan, si son vinculaciones anti-éticas, irresponsables con el/la otra, porque no tienen nombre y nos hemos habituado a defender que “lo que no se nombra no existe”. Es decir, actuamos sin apalabrar, sin decir y con eso evitamos las consecuencias implicadas en lo que hacemos.

No es que debamos construir edificios legales para juzgar a diestra y siniestra la legitimidad de los afectos, es que es fundamental en tiempos como los nuestros darle lugar al amor basado en el cuidado mutuo y de sí mismxs. Sin que esto sea excluyente entre sí. Sin que el cuidado de sí devenga en descuido a lxs otrxs. Aun cuando el discurso del autocuido justifica el abandono de la colectividad para salvar el ego, la autonomía no es el contrario de colectividad sino de fusión. No sólo es posible, sino que es indispensable vivir una autonomía desde la colectividad ética, es decir, la que no disminuye la autoexpresión y las necesidades de los individuos, porque sin autonomía no existimos y sin colectividad tampoco.

Los vínculos, pequeños, medianos o grandes, si es que podemos ponerles tamaños, son distintos entre sí y requieren todos ellos de pensarse. Más que pensarse, requieren sentipensarse en conjunto e individualmente. Es importante que en cada vínculo existan preguntas, cuestionamientos como ¿qué estoy haciendo? ¿qué interpreto que el otro o la otra está haciendo? ¿qué aporta lo que estoy haciendo al vínculo? ¿cuál es el sentido de lo que hacemos? (…) Ahora, si hemos creado la fantasía de que efectivamente existen jerarquías en los vínculos, que de acuerdo a los grados de cada uno merecen más o menos atenciones, responsabilidades y que nuestras acciones para con el otro tendrán consecuencias sólo en el caso que el vínculo sea prioritario. Si además desmeritamos el sentir del otro, ridiculizamos sus emociones cuando las consideramos desproporcionadas con lo que nosotros sentimos y todo esto lo hacemos por no tratarse de un vínculo que se haya categorizado, nombrado u “oficializado”, estamos entonces consintiendo y actuando desde la institución violenta de la monogamia matrimonial, que requiere de palabras, de rituales, de contratos para hacerse realidad, para existir, porque de otro modo no es legítima.

Mantenemos entonces la necesidad de un contrato implícito o explícito para responsabilizarnos del otrx. El contrato implícito requiere por ejemplo de ciertas acciones legitimadas socialmente que denotan interés por el otrx, por ejemplo presencia constante. El contrato explícito es la categorización del vínculo: ponerle un nombre o nombrarle “sin nombre” pero con la importancia justa para dotarle de un lugar. Esto último sucede cuando se dice la frase “lo nuestro no tiene nombre”, momento en el cual se entiende que aun cuando el vínculo no tiene categoría, existe y por lo tanto requiere responsabilidad mutua.

Pero ¿qué pasa con los vínculos considerados secundarios? los que del todo no se apalabran y sólo se actuan, por ejemplo con la persona o las personas con las que se tiene algo físico que pareciera excluir lo afectivo, o más aún, con alguien con quien se tiene algo («solo») emocional, por ejemplo algo platónico. Hemos hablado incansablemente de los vínculos («unicamente») sexuales y hemos concluido constantemente que estos requieren de responsabilidades vinculares. Pero ¿qué pasa con aquellos marginalizados al lugar de lo platónico? Por ejemplo aquellxs con quienes hablamos, salimos, compartimos tiempo, palabras y con quienes incluso llegamos a crear expectativas de “algo más”. Sucede que no les damos lugar porque no son suficiente, por eso justamente es necesaria la promesa de lo que pasará en el futuro. Pero ¿no está sucediendo ya en el presente? ¿Qué significa la frase “compartimos pero no ha pasado nada”? Cada vez que nos vinculamos nos afectamos de alguna u otra manera y negarlo es obviar que tenemos parte en todo lo que actuamos. Y es que justamente la libertad implica responsabilidad, de otro modo solo existe el descuido.

Cuando priorizamos vínculos apalabrados, nombrados y categorizados, cuando bautizamos relaciones, cuando establecemos contratos implícitos o explícitos, asumiendo deberes, cuando nos entregamos sólo a emociones legitimadas socialmente e invalidamos todo lo que se salga del intercambio amoroso/sexual que conocemos. Cuando censuramos mutuamente los dolores que sentimos por no ser consecuentes con lo que deberíamos sentir, en el tiempo y en el orden establecido, cuando no asumimos consecuencias sobre nuestras acciones por tratarse de «vínculos platónicos» o vínculos que no son suficientemente formales, no tenemos ética alguna para con el otro, lo que tenemos es una moral y una justificación social-capitalista para hacer con el otro, obtener lo que deseamos del otro, iniciar relaciones con las que no cerramos nunca, porque supuestamente nunca existieron.

Lo que propongo no es establecer un contrato a priori, o categorizar todo lo que tengamos, o racionalizar los vínculos, porque la conciencia en todos los vínculos es imposible. De lo que hablo no es de asumir compromisos a priori, sino más bien a posteri, es decir, de hacernos cargo de lo que hacemos, aun cuando inicialmente no seamos conscientes de ello. Para hacerse cargo no hay que saberlo todo. Para hacerse cargo no hay que establecer culpas, porque la culpa, que tiene un origen judeo-cristiano, sólo busca mantenernos a raya, dentro de un orden establecido. Para hacerse cargo inicialmente hay que conectar con nosotrxs mismxs, identificarnos con lo que hacemos, entendernos, senti-pensarnos.

Desde una perspectiva Foucaultiana, el “cuido de sí” implica ejercer una libertad individual basada en el autococimiento. Pero esta libertad no es excluyente del otro, por el contrario, es imposible ejercer la libertad sin la otredad. Al ocuparme de mí, me ocupo de lxs otrxs, tengo claros mis límites, mis deseos, mis necesidades, mis responsabilidades sociales.

Puedo construir entonces una ética congruente conmigo y con la colectividad. Conocernos a nosotrxs mismxs, alimentar nuestra autonomía, no vivir a través del otro, no establecer dependencias, fusiones, sino ser consciente del impacto que tienen nuestras acciones, aun si creemos que no estamos haciendo nada.

El trabajo de sí es constante, sistemático y no se hace para obtener reconocimiento, sino para mirar claramente la huella que se deja en el mundo y actuar desde allí. Aprender a escuchar al cuerpo, lo que necesita, sus propias medidas, sus tiempos. Solo desde el autoconocimiento es posible conectar con el otro, no desde un lugar narcisista, pues no se buscar llenar vacíos con la presencia, acallar cuestionamientos, se busca más bien aportar en el otro y que el otro aporte en nosotrxs.

Fluir, por su parte, palabra repetida hasta el cansancio y que se usa como muletilla, no es un borramiento de toda consecuencia, o una carta que se usa incluso antes de actuar, no es un cheque en blanco que se firma para advertir a “la otra parte” que “solo” estamos haciendo y que no estamos pensando. Que si siente dolor, angustia, que si tiene preguntas y requiere respuestas, que si necesita palabras, que si requiere inicios o cierres, debe hacerse cargo de todo cuando experimenta, pues el fluir es un estar sin estar. Es una presencia del otro a medias una disculpa aun antes de cruzar las líneas.

Si fluir no fuera justificación, sería entonces lo que la palabra realmente significa, voluntades que bailan sin necesidad de forzar, imponer o poner en el otro algo que no es posible individualizar. La responsabilidad es entonces inicialmente con unx mismx (es fundamental hacerse cargo de sí), luego con lxs demás y por supuesto con los vínculos, es decir hay responsabilidades que son absolutamente compartidas, no de unx, no del otrx, de ambxs, de todxs.

A partir del trabajo que he venido realizando conmigo y de aprendizajes que he tenido con seres que acompañan los caminos, los irrumpen o los potencian, he sistematizado algunos de los principios básicos que considero importantes en mi ética afectiva, que, por supuesto, no son reglas, más bien son propuestas cambiantes que fluyen y se transforman, pues si fueran estáticas de nuevo estaría intentando imponer reglas. Siempre he creído que la forma de luchar contra lo establecido es colarse en la norma y torcerla. A continuación, para cerrar con este texto y para dar inicio al diálogo enumero algunos de estos principios: -Todo vínculo es importante, lo cual es radicalmente diferente que indispensable. Ningún vínculo en particular es indispensable, pero sí lo es la vida colectiva. La importancia en los vínculos implica que todos requieren responsabilidad.

-Todo vínculo es diferente, tiene particularidades de modo que homogeneizar no solo es un error sino que es imposible.

-Todo vínculo que se actúa, aunque no se nombre, se categorice o se apalabre existe y por lo tanto tiene consecuencias, afecta a lxs otrxs y a nosotrxs mismxs. Amarse es afectarse, no hay modo en que pueda ser distinto.

-Todo vínculo se transforma a lo largo del tiempo, tiene inicios, desarrollos y cierres.

Hacernos cargo de cómo hacemos los cierres es tan importante como hacernos cargo de los inicios. Las rupturas también son parte de las transformaciones vinculares, la muerte es parte de la vida y los finales son parte de la historia.

-En los vínculos existe una mezcla de emociones, sensaciones, pensamientos, ideas, materialidades. No es posible dividir lo físico de lo afectivo, porque el cuerpo es también sensación. Estamos de cuerpo presente en los vínculos aun cuando creamos estar a medias o no estar de lleno.

-La ética afectiva inicia con el cuidado de sí. Sentipensar los vínculos y más que tener respuestas, estar siempre abiertas a establecer preguntas.