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Etiqueta: beatificar

Romero de América

Arnoldo Mora

Arnoldo Mora
Arnoldo Mora

 

Rompiendo los protocolos que en casos similares se acostumbran en el Vaticano, el Arzobispo mártir de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, ha sido beatificado – paso previo a la canonización – en la propia capital del país hermano. A poca distancia del lugar donde fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía y ante miles y miles de esa gentes que él amó y por cuya liberación ofrendó su vida y derramó su sangre, ante autoridades eclesiásticas y civiles, más aun, ante la mirada del mundo entero, pues esa ceremonia se convirtió en el acontecimiento del día en la prensa mundial, Mons. Romero hizo realidad con creces aquello de que «si me matan resucitaré en mi pueblo». Pero Mons. Romero se quedó corto. No solo resucitó en su pueblo, en su patria salvadoreña, sino en el mundo entero. Oscar Arnulfo Romero, el tímido clérigo cuya heroica lucha por la dignidad de su pueblo lo convirtió en gigante, ha saltado a la historia como el más noble símbolo de Nuestra América.

Por no sé porqué designios de la historia, lo cierto es que, desde el siglo pasado, las diversas regiones étnico-culturales y geográficas que configuran la humanidad se han dado un símbolo, un «mito» en el mejor sentido de la palabra, esto es, un modelo a seguir, una fuente de inspiración, una cátedra de los mejores y más elevados valores como legado espiritual para todos los pueblos de la tierra. Esos símbolos son hoy honra de la especie frente a la barbarie de otros individuos y otros acontecimientos que han llenado de sangre y dolor las páginas de la historia de los últimos siglos. El siglo XX ha sido el más tétrico y brutal de la historia de nuestra especie. Las dos guerras mundiales, el nazifascimo y la actual amenaza de un apocalipsis nuclear que podría acabar con toda manifestación de vida sobre la tierra, constituyen la irrefutable prueba de lo que acabo de decir. Mezcla de terror y de dolor configuran los sentimientos que aterran el corazón y la memoria reciente de la humanidad. Las noticias de acá y de acullá que a diario recibimos solo logran acrecentar esos aterradores sentimientos.

Pero frente a esta monstruosa barbarie, surgen como destellos de luz en medio de las tinieblas, algunos hombres que encarnan lo más noble del corazón humano en cada uno de los rincones que configuran la geografía y las culturas del planeta. Leon Tolstoi para los países europeos, Gandhi para los asiáticos, Luther King para los de Norteamérica, Mandela para el África…y ahora Mons. Romero para Nuestra América. Su legado de luz y de esperanza debe guiarnos sumergidos como estamos en la tenebrosa noche que ha sobrevenido a la id garn parte humanidad.

Por eso no podemos situar a Romero tan solo en los altares, sino tal como él fue en su vida real: sumergido en las luchas y dolores de su pueblo. Hizo suya la suerte y el destino de los más pobres y oprimidos. Romero nació en El Salvador pero hoy pertenece a todos los hombres y mujeres que sufren y luchan por la justicia social dondequiera que estén. Romero seguirá siempre vivo y actuando en cada corazón que palpite en busca de los sueños que lo llevaron a la inmortalidad. Su sangre ha sido semilla de vida.

 

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Sanabria, Romero, Bergoglio

Arnoldo Mora

Arnoldo Mora
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Desde 1980 la Semana Santa reviste en Nuestra América un significado particular que ahora, entre otras causas, gracias al Papa Francisco adquiere resonancia planetaria. Un 24 de Marzo de 1980 fue asesinado por militares, armados y entrenados por el gobierno de los Estados Unidos, el Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, mientras celebraba misa a las 5 de la tarde, hora en que, 20 siglos atrás, murió Jesucristo. Monseñor Romero ha llegado a ser en la actualidad el centroamericano más conocido y venerado en el mundo entero. Su vida, su palabra y, sobre todo, su martirio, se han convertido en el paradigma de la fe llevada hasta sus últimas consecuencias. Como él mismo lo dijera: ” Si me matan resucitaré en mi pueblo”. Sus proféticas palabras se han hecho realidad más pronto de lo que sus perseguidores, dentro y fuera de la jerarquía católica, temieron. En efecto, desde hace dos años fue elegido papa, en histórico cónclave, Jorge Bergoglio, jesuita y arzobispo de Buenos Aires. Contrario a sus antecesores inmediatos, el Papa Francisco es un confeso admirador de Monseñor Romero.

Por eso no nos ha de extrañar que, enfrentando a la obstinada oposición de la burocracia vaticana y de no pocos jerarcas y movimientos religiosos de tendencia conservadora, el actual pontífice haya decidido beatificar el próximo 23 de Mayo a Oscar Arnulfo Romero, declarando que, para hacerlo y a tenor de lo dispuesto por el derecho canónico, no es necesario verificar que a Monseñor Romero se le haya atribuido un milagro bajo su intercesión, sino que la declaratoria de “beato”, paso previo a su canonización (declararlo ”santo” y objeto de veneración universal y oficial) se debe a su muerte martirial. Lo cual es particularmente significativo, pues sus reaccionarios “cohermanos” (¿?) y sus adversarios políticos, han alegado que la sangrienta muerte de Monseñor Romero se debió a su militancia dentro de las filas de la oposición política de izquierda y no a consecuencia de su fidelidad al mensaje de Cristo. Al igual que Jesús en su época, Oscar Arnulfo Romero es, como dice el Evangelio, “piedra de escándalo”. Porque su fe no fue solo de palabras, sino la expresión práctica de convicciones que provienen de una dramática conversión, que lo hicieron asumir la defensa inclaudicable de los oprimidos. Romero se convirtió, gracias a sus homilías trasmitidas a todo el Continente, en un grito liberador, que superó el terror impuesto por el despótico régimen sostenido por la oligarquía criolla y el Imperio. No otra cosa han hecho quienes profesan la teología latinoamericana de la liberación.

No otra cosa hizo el más connotado líder religioso de Costa Rica, otro Arzobispo. Monseñor Víctor M. Sanabria hizo un pacto con el Secretario General del Partido Comunista, D. Manuel Mora, con el fin de promover la más importante reforma social de nuestra historia, junto al Dr. Calderón Guardia. Para justificar su actuación, Monseñor Sanabria dijo en su célebre alocucíón al clero (1945): “Se acusa a la Iglesia de ser de izquierda. Pero la Iglesia no es de derecha ni de izquierda. ¡Sursum! (hacia arriba). La Iglesia siempre ha estado con la justicia. Pero como la mayoría de las veces la justicia está del lado de los pobres, la mayoría de las veces la Iglesia está con los pobres”. Romero ayer, en el insurrecto El Salvador de hace 35 años, y Bergoglio en la Roma de hoy, siguen los pasos de nuestro Sanabria. Por eso ahora se debe emprender la causa de beatificación de Monseñor Sanabria.

 

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