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Etiqueta: Chile

CUT de Chile se pronuncia ante acuerdo partidario por nueva Constitución

CENTRAL UNITARIA DE TRABAJADORES DE CHILE

CUT

DECLARACIÓN PÚBLICA

La Central Unitaria de Trabajadores, frente al anuncio durante la madrugada del día de hoy del “Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución” entre algunos partidos políticos de Oposición y Chile Vamos, señalamos lo siguiente:

1.- Todo aquello a lo que han debido obligarse los partidos hoy, ha sido fruto de la movilización. El anuncio, denominado “histórico”, no refleja más que el deber moral de una institucionalidad política que durante décadas -primero por efecto del Sistema Binominal y luego por la falta de convicción de las mayorías de impulsar sus propios compromisos de campaña- se había negado a enfrentar de manera decidida la necesidad de cambios profundos en nuestro país.

2.- Lamentamos que se intente reivindicar estos avances como un triunfo del pueblo, cuando no ha habido una sola palabra sobre el rol del movimiento social organizado en este avance. Mientras se repudia en toda su magnitud los hechos de violencia y se nos asigna, interesadamente, una responsabilidad en ello a los actores que nos hemos movilizado, se le resta la misma fuerza al respeto a los Derechos Humanos y la condena a la violencia de la que han sido objeto poblaciones enteras. Hacemos un llamado a los parlamentarios a aclarar si se perseguirán o no los responsables de estas violaciones.

3.- A dos semanas, al menos, de haber entregado a los partidos de Oposición el Pliego de los Trabajadores y Trabajadoras de Chile, ningún partido hasta el día de hoy ha dado respuesta a lo señalado ahí́. La ausencia de diálogo con los actores sociales organizados no solo le resta legitimidad al acuerdo alcanzado es, además, una preocupante señal de defensa corporativa de la institucionalidad que los cobija. Nos preguntamos, legítimamente, si este acuerdo se construye con la convicción de superar la desigualdad y los abusos o si es más bien un balón de oxígeno para un Congreso en crisis.

4.- A nuestro juicio, la única manera de contar con las garantías de que este acuerdo se construye desde el genuino convencimiento de avanzar en transformaciones profundas, es sumar al reconocimiento de que debe ser el pueblo quien decida el mecanismo sobre el cual debatir la nueva Constitución Política; una agenda realmente social, donde las prioridades sean: Un Plan de Protección al Empleo, Salario Mínimo de 500 mil pesos líquidos, Pensión Mínima igual al Salario Mínimo propuesto, gratuidad en el transporte a estudiantes y adultos mayores, entre otros. La única manera de construir un proceso constituyente con mínimos de confianza es asumir una Agenda Social potente, que responda a lo que la ciudadanía espera y que nos dé esperanzas a todos que vienen tiempos reales de cambios.

5.- Sabemos que nos jugamos en el Plebiscito el real carácter histórico de este acuerdo y no seremos neutrales ante este desafío, pero hacemos un llamado, tal como está́ planteado para el proceso ratificatorio, a hacer obligatoria la participación en este Plebiscito de Entrada, así como a realizarlo con celeridad. La ciudadanía espera que el Plebiscito sea con urgencia y no puede esperar hasta el mes de abril.

6.- Hacemos un llamado a nuestras estructuras y afiliadas a estar en estado de alerta. Se ha logrado un paso muy significativo al reconocer hoy el camino Constituyente como el camino para construir una nueva Constitución; pero el movimiento sindical representado en la CUT, no está́ disponible para aceptar que ello sea a costa de un acuerdo en el Congreso para legislar una agenda anti derechos, como la que se encuentra hoy en el Parlamento o una Agenda Social mezquina -como la propuesta por el Gobierno- y sin una clara posición de los partidos de condena frente a las muertes, violaciones a hombres y mujeres, violencia contra niños, niñas y adolescentes, perdidas de visión, danos oculares y los miles de detenidos y golpeados en las marchas y poblaciones de nuestro país.

La verdadera paz social se construye con justicia social, pero parte por la condena y el NO a la impunidad frente a los apremios vividos en estos 28 días de movilización.

COMITÉ EJECUTIVO CUT – CHILE

CENTRAL UNITARIA DE TRABAJADORES – CUT

Compartido con SURCOS por Rodrigo Aguilar Arce

Fotos: http://www.colegiodeprofesores.cl/

Chile: llamado a la desobediencia castrense y filial

¡Hacemos un llamado a la desobediencia castrense y filial! Como hijas, hijos y familiares de genocidas de la dictadura chilena sabemos que quienes ejercen represión hoy en nuestras calles están a un paso de cometer -o ya han cometido- crímenes de lesa humanidad.

Desobedecer órdenes que amenazan a las personas no solo es un derecho en este contexto, sino que una obligación moral; tal como lo hizo David Veloso Codocedo, soldado de 21 años, que se negó a actuar bajo estado de emergencia. Desde aquí no solo lo abrazamos, sino que nos paramos junto a él para construir una nueva historia ¡A DESOBEDECER!

Compartido con SURCOS por Rafaela Sierra.

Arde Chile

¿Arde Chile? Sí… del fuego de la libertad. Estos momentos, en que todo parece posible, se inscribirán con letras de fuego en las memorias de millones de niños, jóvenes y menos jóvenes. Para proteger para siempre la ventana de lo posible… Una nota de Edmundo Moure.

Edmundo Moure

 

En menos de una semana se derrumbó el mejor ejemplo de la política ultra neoliberal en América Latina. El “oasis chileno” se quedó sin agua, la “perla” capitalista del Cono Sur se disgregó entre los dedos del presidente magnate, Sebastián Piñera. Frases broncíneas se viralizaron en las redes sociales:

“Sabíamos que existían las diferencias, pero nunca pensamos que molestaran tanto”; “estábamos haciendo las cosas bien, pero fuerzas oscuras y externas nos están desestabilizando”; “el comunismo internacional, liderado por Venezuela, complota para que fracasemos”, etcétera.

La ceguera de la clase social y económica que aún gobierna Chile es endémica; emana desde una visión feudal de la Historia que estos grupos no han podido superar en esta isla del fin del mundo, que sigue imperando incluso entre sus profesionales universitarios: médicos, abogados, ingenieros; qué decir entre los empresarios, convencidos de que el manejo de la economía es un simple ejercicio de ingresar y sacar dinero de la faltriquera de un hacendado del siglo XVIII, pagándoles a sus peones con las migajas que caen de su mesa, pidiéndoles que se encomienden a la Virgen María, si tienen hambre…

En menos de cuarenta y ocho horas, la bomba social estalló, extendiéndose, desde Santiago del Nuevo Extremo, hacia el norte y hacia el sur, en este largo pétalo, no solo de “mar y vino y nieve”, como escribe Neruda, sino de lava ardiente, flujo de las erupciones provocadas por reiterados abusos, injusticias, latrocinios y corrupciones. En estas últimas, se han visto involucradas, hasta sus cimientos, las instituciones “respetables” de la sociedad chilena: Iglesia, Fuerzas Armadas, Carabineros…

Ni siquiera los jueces han escapado de esta lacra que permea los organismos del Estado y también la actividad privada. No hay pan que rebanar, como decían nuestras abuelas.

El escándalo de las pensiones miserables, sustentado por el sistema previsional inicuo de las AFP, creado por los “expertos” de la dictadura, entre ellos, el siniestro lacayo de Pinochet, José Piñera, hermano mayor de Sebastián el Breve; la destrucción concertada de la educación pública, en beneficio del lucro privado, a través de la proliferación de universidades espurias y sin acreditación académica rigurosa; el negocio impune de la salud, administrada por inescrupulosos mercaderes, como el actual ministro de la cartera, doctor Sergio Mañalich, dueño de una de las mayores clínicas-hoteles, como se conocen entre nosotros; el sistema de subcontratación de servicios y tareas productivas, que perjudica aún más los bajos salarios y deja a miles de trabajadores sin protección social; la apropiación del agua por particulares y empresas mineras, cuyos manejos venales han ido destruyendo la actividad de los pequeños propietarios agrícolas y crianceros de la zona central de Chile, hoy asolada por la peor sequía de los últimos cincuenta años; la tala de los bosques nativos y su reemplazo por especies de rápida productividad, favoreciendo a las grandes forestales que, en la zona de la Araucanía, usurpan los territorios mapuches y ahogan su cultura; la contaminación de ríos, lagos y mares, mediante un manejo abusivo de los recursos pesqueros…

La lista de iniquidades y trapacerías resulta interminable y no cabe en una simple crónica. Sin embargo, su extensión y hondura en el tiempo han provocado el incendio civil cuyas llamas amenazan, tanto a los poderes fácticos como a los instituidos. Los canales de la televisión abierta y los periódicos de mayor tiraje, todos al servicio incondicional del poder, hacen gala de su hipocresía desinformativa, poniendo el acento en los saqueos, desmanes y quemas de supermercados, farmacias y tiendas; destrozos y sabotajes en la red del Metro, algunos de ellos de sospechosa ocurrencia…

Omiten la fuerza y extensión de las protestas sociales en contra del gobierno derechista; asimismo, los asesinatos y vejámenes contra civiles, por parte de la policía y la soldadesca drogada, esgrimiendo la manida coartada de supuestas provocaciones. Es decir, la amenaza de una olla que se golpea versus una AK6 manejada por un energúmeno acorazado.

Cincuenta muertos, cientos de torturados, miles de heridos que no figuran en las “informaciones” de la gran prensa amarilla. Se ha impedido al director del Instituto de Derechos Humanos el ingreso a los centros asistenciales de salud, negándole toda información fehaciente sobre muertos y lesionados.

Menos mal que contamos con las redes sociales y medios no vendidos al sistema, para informarnos de la realidad que estamos viviendo, que supera con mucho las febles y erráticas respuestas del poder ejecutivo y sus ridículas medidas de mitigación ante la conmoción nacional. Porque un incendio de esta magnitud no se apaga con gasolina, ni con tanquetas ni con la más despiadada de las represiones, invocando, como hace la derecha extrema, al fantasma de Augusto Pinochet.

Por su parte, el parlamento chileno está dando un triste espectáculo, alejado de la gente, como ha sido su tónica durante veinte años, enfrascados sus miembros a sueldo en descalificaciones e insultos mutuos, ignorando las reales aspiraciones y necesidades del pueblo.

Y aunque “Carlos Marx esté muerto y enterrado”, hoy en día, Sebastián Piñera, exhausto y aterrado ante la amenaza de las “hordas marxistas”, parece repetir lo cantado por Serrat en un tema memorable:

-“Amo, se nos está llenando de pobres el recibidor”.

-“Diles que el señor no está, que anda de viaje y que no sabes cuándo va a regresar…”

Mientras tanto, Chile seguirá ardiendo. ¿Hasta cuándo?

 

Fuente: https://madmimi.com/p/99b78f?pact=26452230-154750583-9689145085-2153fd433611436da783614e0d2ac89ecdad2cba

Imagen tomada de https://madmimi.com

Enviado a SURCOS por Arnoldo Mora.

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Chile: Carta abierta al Presidente…Basta de Represión

Compartimos la siguiente declaración:

 

Chile: Carta Abierta al Presidente de la República

“Ninguna democracia se puede levantar sin terminar primero con tanta impunidad” – “No son 30 pesos, son 30 años”

 

Sr. Sebastián Piñera

Presidente de la República

Presente

La Coordinación Nacional de Organizaciones de Derechos Humanos y Sociales ha considerado necesario dirigirse a usted para expresar su absoluto rechazo a las medidas autoritarias y represivas que el actual gobierno ha tomado para impedir las legítimas movilizaciones del pueblo en demanda de satisfacer sus necesidades largamente postergadas.

Rechazamos tajantemente sus palabras declarándole la guerra al pueblo de Chile. Sabemos perfectamente que este tipo de declaraciones son propias de la Doctrina de la Seguridad Nacional y fomentan el Terrorismo de Estado reviviendo al enemigo interno, conceptos aún no erradicados de nuestras fuerzas armadas. En ese sentido, rechazamos el continuo envío de efectivos de las Fuerzas Armadas a cursos en la Escuela de las Américas, hoy llamada Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (WHINSEC). Esta situación hace absolutamente criminal utilizar a los militares en tareas de aseguramiento del orden interno. Señor Presidente, debe desistir de esta decisión antes de convertirse en un masacrador de su propio pueblo.

También rechazamos la dictación del estado de emergencia que sólo muestra la absoluta incapacidad del actual gobierno para gobernar Chile. El pueblo de Chile, sus organizaciones de las que somos parte, han soportado 30 años de malos gobiernos, ineptos, corruptos, que han gobernado en favor de los más ricos y poderosos del país en desmedro de nuestro pueblo.

Rechazamos la imposición del toque de queda que sólo busca la actuación arbitraria e impune de las fuerzas policiales como hemos visto innumerables veces estos últimos días. Baste señalar los cerca de 20 muertos que ya tiene bajo su responsabilidad; la no entrega de información sobre detenciones, heridos y muertos; la instalación de la persecución política a jóvenes dirigentes de organizaciones populares, entre los que contamos, el allanamiento ilegal de un edificio y detener, también ilegalmente, a la vocera de la CONES y sus acompañantes; las agresiones y amenazas a un dirigente estudiantil de la Universidad de Valparaíso por parte de carabineros y el secuestro de un dirigente social de Quinteros, también realizado por carabineros.

También consideramos de extrema gravedad la denuncia del INDH por la utilización de túneles de la Estación Baquedano del Metro como lugar de tortura; lo que unido a las incontables golpizas brutales a manifestantes divulgadas por las redes sociales, nos muestra la plena vigencia de prácticas que el mundo civilizado condena decididamente. Estamos seguros que este actuar policial será declarado ilegal por parte de los tribunales, sin embargo, los funcionarios policiales no recibirán ninguna sanción como ha acontecido durante los más de 40 años transcurridos desde el golpe de estado de septiembre de 1973.

Las organizaciones de derechos humanos, depositarias de la memoria histórica y herederas de las luchas del pasado por recuperar la democracia, exigimos que se levante el estado de emergencia y el toque de queda, que se retire a los militares de las calles de nuestros pueblos y ciudades, se juzgue y castigue a los policías y militares que han abusado de su impunidad para asesinar, herir y torturar a sus compatriotas tal como lo hicieron durante los 17 años de la dictadura cívico-militar.

Estos crímenes son una clara demostración de que nuestra lucha por la verdad y la justicia, contra la impunidad y por el Nunca Más se encuentra plenamente vigente y más urgente que nunca.

Como hemos señalado con insistencia: la impunidad de los crímenes de ayer, causa las injusticias de hoy. Expresamos también nuestro pleno respaldo a las demandas levantadas por el movimiento social, en especial la demanda por una Asamblea Constituyente para la elaboración de una nueva constitución plenamente respetuosa de los derechos humanos, la democracia y que consagre el Nunca Más.

Solidarizamos con nuestro pueblo y lo acompañamos en su lucha que es nuestra lucha y la de miles de compañeros y compañeras cuyas vidas fueron segadas por el terrorismo de Estado. Esta lucha se encuentra plenamente vigente hoy: por una vida digna y justa.

Señor Presidente, reconocemos su incapacidad de gobernar Chile en este momento. Las medidas presentadas en la agenda no están a la altura de la profunda crisis que afecta al país y no son una solución a los problemas que afectan a la gran mayoría de la población sino, por el contrario, profundizarán el saqueo de nuestras riquezas y la vandalización de los servicios públicos como ha acontecido durante los últimos 46 años. Por ello, y en concordancia con la demanda popular, le solicitamos que renuncie a su cargo.

Coordinación Nacional de Organizaciones de Derechos Humanos y Sociales

 

 

Imagen de portada ilustrativa.

Enviado por Ma. Elena Fournier.

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Baltasar Garzón: Carta abierta al presidente de Chile, Sebastián Piñera

El juez español que detuvo a Augusto Pinochet

El jurista analiza los motivos que llevaron al estallido a Chile y alerta sobre los peligros de utilizar a los militares para reprimir la protesta social. «El ejército no está preparado para controlar el orden público, sino para hacer la guerra, para doblegar al enemigo o destruirlo», asegura en una carta abierta publicada por el diario digital español infoLibre.

 Por Baltazar Garzón

 

Señor Presidente:

Soy Baltasar Garzón, el juez español que ordenó la detención de Augusto Pinochet en Londres el 16 de octubre de 1998. No le conozco, ni he mostrado interés en hacerlo. Sí lo he hecho con todos los demás presidentes democráticos de su país, al que tanto quiero. Quizás por el cariño hacia el pueblo chileno y por la defensa que siempre he hecho de las víctimas, mi defensa de los pueblos originarios y de los más vulnerables, he decidido dirigirle esta misiva con profundo dolor e indignación por lo que está ocurriendo en Chile.

Señor Presidente, tal parece que chilenas y chilenos han dicho basta. Y lo están diciendo fuerte y claro. Se trata de un estallido social espontáneo que no está dirigido por partido político alguno. Una simple protesta estudiantil por el alza en el billete de metro, severamente reprimida por la policía, Carabineros de Chile, fue la mecha que encendió la rabia y la ira acumulada durante casi treinta años. Ellos han sido los ejecutores de una medida política ordenada por su gobierno.

Señor Presidente, convendrá conmigo que, debajo del pretendido milagro económico que muchos atribuyen a Pinochet, un modelo de desarrollo mantenido por la transición chilena y la posterior democracia, se esconde el triste récord de ser uno de los diez países más desiguales del mundo, al mismo nivel de Ruanda, según el índice Gini aplicado por el Banco Mundial. Es cierto que en el país existe desarrollo y mucha riqueza, pero sólo para una reducida élite política y empresarial. Asimismo, Chile posee también unas cifras macroeconómicas inmejorables, con un sostenido crecimiento durante décadas, pero con un paulatino y constante empobrecimiento y endeudamiento de la inmensa mayoría de la ciudadanía, que este año alcanzó su máximo histórico, según la prensa y el propio Banco Central. Su país, señor Presidente, también ingresó hace años en el selecto club de las naciones ricas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como flamante país desarrollado, con altos niveles de productividad y competitividad, pero, nuevamente, a costa de bajos salarios de los trabajadores y de una casi total desprotección social.

Como la máxima autoridad política, usted debe saber que la Constitución que rige actualmente en Chile fue adoptada en plena dictadura militar, mediante la celebración de un referéndum que tuvo lugar mientras los testaferros de Pinochet torturaban, asesinaban y desaparecían a los opositores políticos. Esa Constitución experimentó varias modificaciones para hacer posible la transición y luego la entrada en democracia, y ha sido reformada después en innumerables ocasiones, pero su espíritu y su orientación sigue siendo la misma. No hay un Estado “social” y democrático de Derecho, sino un Estado “liberal” o “neoliberal” o “subsidiario” de Derecho. Ello implica que, salvo excepciones, los servicios públicos del Estado son de mala calidad, pensados para personas de muy escasos recursos o indigentes, por lo que quien quiera acceder a ellos en condiciones adecuadas, debe contratarlos en el mercado. Así ocurre con la educación, con la sanidad, con las pensiones, con el transporte y con un largo etcétera. Realmente, pese a los esfuerzos de algunos gobiernos progresistas, no existe Estado de Bienestar. En la lógica neoliberal el Estado debe ser pequeño, lo más pequeño posible, por lo que si alguien quiere acceder a servicios de calidad, debe pagarlos con sus propios recursos, convirtiendo así a ciudadanas y ciudadanos en meros consumidores de servicios privados.

Es por ello, señor Presidente, que en los últimos años se han dejado ver las protestas de estudiantes secundarios y universitarios, de pensionistas, de trabajadores que reclaman un sueldo digno, sin que sus demandas hayan sido debidamente atendidas. Se ha hecho patente el descontento, la falta de expectativas, la indiferencia de las autoridades y sus promesas incumplidas, sumado a millonarios escándalos de corrupción de grandes empresas, de políticos, incluso del Ejército, del propio cuerpo de Carabineros de Chile y, cómo no, de usted mismo. Usted está acusado de enriquecerse presuntamente en forma ilícita en la dictadura y de evadir impuestos de bienes inmuebles durante treinta años. Todo ello hizo que una leve alza en el precio del metro fuera la gota que rebasó el vaso, unida a una descontrolada y brutal represión policial sobre estudiantes secundarios.

La violencia engendra violencia

Quizás no le guste oír esto, pero usted, como presidente, frente a una protesta social sin precedentes en democracia, y con los neoliberales herederos de Pinochet que gobiernan actualmente el país, no han encontrado mejor salida que implementar una estrategia que conocen muy bien: acudir al Ejército para que los militares nuevamente salgan a la calle a reprimir a la gente.

De más está decir que la violencia engendra más violencia, que no se puede combatir el fuego con gasolina, que con los militares en la calle tarde o temprano habrá heridos graves y más muertos. El ejército no está preparado para controlar el orden público, sino para hacer la guerra, para doblegar al enemigo o destruirlo. Siempre que los militares salen a la calle, incluso si es para “combatir” o “luchar” en una supuesta guerra a la delincuencia, las cosas no han hecho más que empeorar. La delincuencia, los saqueos y desmanes no cesan, sino que a ellos se suma la violencia estatal, que se ejerce de manera indiscriminada y que luego se oculta de la peor manera para garantizar su impunidad. Pero, señor Presidente, usted y el gobierno que dirige se equivocan de objetivo: El pueblo no es el enemigo sino la víctima, y al pueblo hay que protegerlo y no castigarlo con medidas de excepción.

“¡Hemos perdido el miedo!”, dicen chilenas y chilenos en redes sociales, “¡Chile despertó!”, es uno de los lemas de este movimiento social espontáneo que ya comienza a organizarse. “¡Esto no ha hecho más que empezar!”, aseguran otros. “¡Tenemos que seguir!”, afirma un campesino al ver cómo ante las protestas, aquel río seco ayer fluye hoy a caudales después de que una importante empresa liberase el agua injustamente arrebatada a quienes subsisten de la agricultura.

Por nuestra parte, seguimos y seguiremos muy atentos a lo que ocurre en Chile. Sepan que las violaciones de los derechos humanos que se están cometiendo y los crímenes perpetrados en contra de la población civil, esta vez no quedarán en la impunidad porque, además de la Fiscalía de Chile y del Instituto Nacional de Derechos Humanos, existe la Jurisdicción Universal, existe la Corte Penal Internacional, el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y una comunidad internacional atenta y vigilante, que no permitirá que en Chile se vuelvan a repetir los horrores del pasado.

No le quepa duda, señor Presidente, que no somos de la opinión del secretario general de la OEA, que echa la culpa de todo lo que ocurre en Latinoamérica a Cuba, Venezuela, Rafael Correa, Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner o Alberto Fernández y de quienes discrepan de la ola neoliberal que nuevamente con el patrocinio del norte, como aconteciera en los años 70, asola el continente. Esta vez no nos vamos a dejar engañar ni humillar por aquellos que de nuevo quieren avasallar y acabar con la resistencia y expresión democráticas del pueblo.

Ex juez, miembro del Consejo latinoamericano de Justicia y Democracia.

 

 

Imagen de portada: Baltazar Garzón. Imagen: EFE

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/227001-baltasar-garzon-carta-abierta-al-presidente-de-chile-sebasti

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El neoliberalismo ha muerto. ¡Viva el pueblo chileno!

Hernán Alvarado

 

El modelo neoliberal implantado, ejemplarmente, a sangre y fuego, por el dictador Augusto Pinochet, en 1973, finalmente ha muerto, después de una larga agonía. Heroicamente, el pueblo chileno lo ha enterrado en las calles de Santiago y en todas las esquinas del país, bajo un oleaje incesante de protestas, propuestas, danzas y canciones. Una chispa estudiantil, simbólica, tierna y solidaria, encendió la pradera de las cacerolas vacías. Allá se ha izado la bandera de una vida digna.

Hasta el último momento, ese modelo fue sostenido por el ejército, el cual actúa ilegalmente, contra la misma Constitución, cada vez que lo requiere el «orden público»; o más bien, su lealtad a los que más riqueza acumulan. ¡Cuánta indignación provoca un militar que dispara contra el pueblo que ha jurado defender! Así como los que se disfrazan de civiles para provocar el caos que después, uniformados, vienen a ordenar, cuando el presidente llama a la guerra. ¿A la guerra contra quién? Con las manos de Víctor Jara los señalaremos eternamente por sus abominables actos represivos. Los que traicionan a su pueblo son traidores de su patria. ¿Para qué otra cosa han servido los ejércitos en América Latina? Después de tantos años, los pueblos latinoamericanos deberían haber aprendido la lección de la pequeña Costa Rica. Una constituyente en Chile debería abolir a ese ejército cobarde.

Habrá que reconocer que el modelo neoliberal fue altamente exitoso en su único objetivo: hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Ese experimento social vino a romper los pactos históricos con el fin de aumentar al máximo la explotación del prójimo. Operó como un patrón que provoca una crisis en su empresa para imponer una rebaja de salarios, solo que a escala macroeconómica. Para eso se propuso desarmar el estado social de derecho y asaltar las instituciones públicas, después de desprestigiarlas, con el fin de ponerlas al servicio de los intereses privatizadores del gran capital y sus voraces necesidades de acumulación. Toda su racionalidad cabe en una frase que acuñamos en los años 80, en pleno auge del «ajuste estructural»: socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. En eso fue eficiente y eficaz.

En lo demás fue un rotundo desastre. Quienes gobernaron bajo su sombra fueron, en su mayoría, políticos corruptos. Sus programas fallidos, basados en teorías de caricatura, innumerables veces rebatidas, dieron lugar a políticas fracasadas. Tanto que sus gobiernos solo se han sostenido por un masivo endeudamiento cuyo dinero ha sido extraído a las mismas economías asesoradas por los neoliberales. Ese modelo de política económica pasará a la historia por sus rasgos autoritarios y usureros, tanto como por sus consecuencias genocidas. Se recordará como el «nuevo» liberalismo que defendió con violencia, real y simbólica, la libertad del 1% de la población, mientras condenaba a los demás a un salario decreciente que les encadenaba, cual esclavos, a los intereses usureros del sector financiero. El «neo» desnudó así al liberalismo, tanto como el sector financiero dejó al descubierto la naturaleza depredadora del capitalismo. En el colmo del cinismo, esa ideología barata pretendió convencer a la gente de que el enriquecimiento acelerado de unos pocos no solo era resultado neutral de una «mano invisible», de un mecanismo ciego que premia el mérito, sino que era el mejor de los mundos posibles, para el desarrollo, para la patria y para los que menos tienen. Los más ingenuos se quedaron esperando el «goteo» del bienestar prometido y que llovieran los empleos en el campo y la ciudad.

Ese modelo ha sido apoyado por las fuerzas más retrógradas y egoístas del continente. Recientemente, verbigracia, por el señor Luis Leonardo Almagro, Secretario General de la OEA, que no tardó en «comunicar» que lo que pasa en Chile es una «estrategia» desestabilizadora financiada por Cuba y Venezuela. Cero fidelidad a los hechos históricos, cero escucha, cero empatía con las demandas de todo un pueblo. Estos son los «demócratas» que no dudan en desprestigiar la democracia cuando no se acomoda a sus intereses. América Latina entera debiera pedirle la renuncia, de pie e ipso facto.

No obstante, ahora que el barco se está hundiendo, más de uno entiende que ha llegado la hora de tirarse al agua. En adelante, encontrar un neoliberal será como encontrar una aguja en un pajar. Hace unos días se escuchó al presidente Carlos Alvarado, por ejemplo, referirse al periodo «llamado neoliberal» como algo del pasado, como si nada tuviera que ver con su gobierno; como si su «plan fiscal» remendón, deslegitimado por amnistías corruptas y amplias exoneraciones a los privilegiados de siempre; así como el actual ataque a los sindicatos y a los pensionados, no fueran signos incontrovertibles de un neoliberalismo anacrónico contra el cual ha votado este pueblo, una y otra vez, y contra el cual toda América Latina se viene levantando. Siguen creyendo que pueden apagar el fuego con gasolina. Pero, cuidado, de ahora en adelante, decirle neoliberal a alguien será un insulto; porque, señoras y señores, ¡el mercado va desnudo!

Ya el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) vienen preparando, como lo han hecho cada diez años, las correcciones del caso. Siempre impunemente, pero esta vez debieran irse todos, por recetar un ajuste que debieron haber aplicado, de acuerdo con sus propias argumentaciones, a la economía más endeudada del planeta y la que más desperdicia los escasos recursos en espantosas máquinas de guerra. Pero, probablemente todo cambiará de nuevo para que nada cambie: los marcos conceptuales, los discursos, los instrumentos e indicadores. Sin que se pierda la brújula: el firme propósito de que los más ricos se sigan enriqueciendo hasta el final de los tiempos. Aunque quizá, ahora, a una tasa menos acelerada.

La fórmula será, en lo que sigue, mercado + estado. La fórmula con la que los países del sudeste asiático desobedecieron a los neoliberales fundamentalistas para forjar su gran éxito económico. Total que ambos pueden servir para lo mismo. ¡Alianzas público-privadas será la nueva moda! Y así, por lo siglos de los siglos amén, hasta que los recursos materiales del planeta se hayan agotado y el capitalismo patriarcal y depredador termine de destruir las dos fuentes de toda riqueza: trabajo y naturaleza. Para entonces todo el dinero se habrá concentrado en unas cuantas cuentas bancarias y no servirá para nada; ni para invertir, ni para gastar, ni para quemar en sus hornos atómicos y automáticos.

A no ser que, junto con los chilenos, los ecuatorianos, los bolivianos, los argentinos, también los centroamericanos y todos los demás pueblos oprimidos, despierten de una buena vez y hagan valer, ante los «genios» de la economía, que la desigualdad causa ineficiencia, tanto como crisis, y que la injusticia es intolerable e insostenible en un marco verdaderamente democrático, cuente o no con la fuerza bruta a su favor. El capitalismo «salvaje» es un tren sin frenos y el neoliberalismo ha sido su acelerador, solo la fuerza democrática de los pueblos podrá evitar que lleve a los sobrevivientes hasta su previsible e insensato «paraíso» infernal, ese que promete el dios dinero a sus pocos elegidos. ¡Democracia participativa o barbarie! ¡Viva Chile insurrecto!

 

Imagen ilustrativa.

Enviado por el autor.

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Chile: entre madrugar y despertar

Martín Hopenhayn

 

Regreso esta noche de miércoles de la Plaza Ñuñoa, probablemente el punto más festivo donde tarde a tarde, durante los últimos cinco días, se reúnen unas 10,000 personas a protestar, bailar, corear consignas, encontrarse, tomar cerveza, fumarse sus porros e imaginar un país distinto. De cada 100, 99 son jóvenes entre 18 y 35 años. Esta plaza es uno de los varios puntos donde se congrega la juventud desde el viernes pasado, y que hoy representan ese Chile súbito, iracundo e insospechado que sin aviso saltó desde bajo el asfalto a tomarse Santiago, y en seguida todas las ciudades del país.

La consigna que se impuso estos días dice alude a un despertar y connota básicamente la exteriorización incontenida de un descontento larvado y masivo. Se entona como cántico de fútbol y dice así:

“Ohhhhh, Chile despertó,

Chile despertó

Chile despertó

Chile despertó”.

Ese despertar partió, como suele hacerlo, con una chispa que hoy resulta minúscula en relación a la magnitud de la revuelta: el aumento marginal en el precio del metro de Santiago que día a día mueve a casi tres millones de personas, o el 40% de la población de la capital. Hace menos de dos semanas, en protesta por este aumento en la tarifa por un equivalente a menos de cinco centavos de dólar, un grupo de estudiantes de la secundaria se decidió a emprender un acto simbólico que ellos llamaron, con alguna imprecisión conceptual pero clara elocuencia semántica, de “desobediencia civil”: saltarse los torniquetes y evadir el pago. Curiosamente no fue el boleto estudiantil el que aumentó de precio, pero ellos lo hicieron explícitamente en solidaridad con los demás. Primer gesto que despertó, en la ciudadanía, un sentimiento de simpatía.

El gobierno la dejó pasar confiando en que sería un acto puntual y de rápida evanescencia. Probablemente, muchos pensamos lo mismo. Y al día siguiente, fueron más estudiantes. Efecto imitación o efecto viral, como queramos llamarlo: esto se multiplicó en toda la red del metro. Y el gobierno, supongo, pensó que no hacía falta hacer olas para evitar darle prensa e importancia política, limitándose a reforzar la vigilancia en los accesos del metro y en torno a los torniquetes.

Este aumento en el costo del billete coincide con aumentos en tarifas eléctricas y en muchos productos alimentarios, supuestamente alineados con el precio del dólar. Entremedio aparecieron declaraciones de ministros de Estado que la gente percibió como una burla, aunque fueran expresados con candidez o humor, y sin afán de provocación. El ministro de hacienda sugirió, al observar el aumento en el Indice de Precios al Consumidor, que los románticos podían aprovechar a comprar flores, producto cuyo precio había bajado. El ministro de economía, en otra declaración, mencionó que madrugar traía un beneficio complementario, a saber, la opción de aprovechar la hora de tarifa baja en el metro.

Todo esto ocurre en un país con algunos rasgos que en este punto vale la pena destacar. Chile tiene hoy un PIB per capita en torno a los 25,000 dólares anuales, y sólo Panamá puede competir con ese nivel en toda América Latina. Hace medio siglo era de los países pobres de la región y hoy es el más rico. El índice de pobreza bajó del 40% en 1990 a 8.6% en la última medición, en el 2017. La indigencia, o extrema pobreza, bajó en el mismo lapso del 20% al 2.8%. Un verdadero milagro. A eso se suma una expansión portentosa del consumo, del crédito, de años de escolaridad de nuevas generaciones. La expectativa de vida al nacer cruzó el umbral de los 80 años, también lo más alto en la región y por encima de Estados Unidos. La mortalidad infantil es bajísima, los servicios básicos llegan a todos los hogares y están desapareciendo los tugurios. Hay democracia, instituciones que se respetan, plenas libertades. Hasta aquí, todo muy bien.

Sigamos con los pormenores de estos días. Al tercer día de esta curiosa forma de desobediencia civil, ya no eran solo estudiantes saltándose los torniquetes. Se incorporó una masa importante de adultos, y los evasores se multiplicaban por hora. La cosa empezó a cambiar de color. Llegaron las advertencias gubernamentales sobre la violación de una norma que debía parar. Pero estaban, a flor de piel, las declaraciones de los ministros, que hacían patente, por más que no fuera la intención, algo que ellos ignoraban, pero que había aparecido en un informe sobre desigualdad publicado en el 2016 que tuvo bastante resonancia: la desigualdad que más irrita a los chilenos no es la de ingresos, sino la de trato y de salud. Es allí donde más se combina con la desigual distribución de la dignidad de las personas: llega al alma y al cuerpo.

Y el ánimo comenzó a caldearse en serio. Y de aquí en adelante todo se precipitó en una sucesión de medidas de control, por parte del gobierno, que sólo lograron atizar una marea que terminaría en tsunami. Primero, se cerraron algunas estaciones o accesos al metro como medida preventiva. La respuesta de la gente fue, correlativamente, en escalada. Primero presionando puertas cerradas. A esa altura la gente empezaba a manifestarse en la calle, primero en pequeños grupos pero rápidamente en aumento y multiplicando lugares y calles. Más tarde, las presiones a los accesos cerrados del metro se convierten en patadas. En esas circunstancias nos sorprende el viernes de la semana pasada. Todo había ocurrido en escasos cuatro o cinco días. Pero a esa altura se produce una inesperada adhesión transversal, espontánea, masiva, al movimiento de la evasión del pago del pasaje de metro. Todos miran con entusiasmo e indignación, y el gobierno empieza a no entender nada. No capta el efecto metonímico del reclamo y la velocidad con que se recarga el significante: de un aumento marginal en la tarifa del metro, a la desigualdad histórica vivida como pisoteo a la dignidad de las mayorías.

Retomo ahora la fiesta de los indicadores, para mostrar sus sombras. Chile está entre los cinco países con la peor distribución del ingreso de América Latina, y es uno de los países con mayor concentración de la riqueza en el mundo. Botones de muestra: el 1% más rico detenta el 26.5% de la riqueza, y el 10% más rico concentra el 66,5%, mientras el 50% más pobre accede a un magro 2.1% de la riqueza del país. Datos fresquitos, del 2017. Con un PIB per capita de 25,000 dólares al año, la mitad de los trabajadores recibe un sueldo inferior a 400,000 pesos chilenos, que al tipo de cambio de hoy equivalen a 550 dólares. Para ellos, el gasto diario en locomoción colectiva se come por lo menos el 10% de los ingresos, y eso si es que ningún dependiente en la familia se desplaza. Los servicios llegan a todos los hogares, pero Chile tiene las tarifas más altas de América Latina en electricidad y gas. Los alimentos han tenido una inflación que no se refleja en los índices, y hoy tienen precios en los supermercados que superan a los de España. En medicamentos, batimos todos los récords, quintuplicando en precio a muchos de sus equivalentes en la mayoría de los países. Es, probablemente, el país de América Latina que más proporción del gasto en educación y salud sale de los bolsillos de la gente, lo que produce una segregación brutal en la calidad de los servicios y prestaciones.

A esto se suman algunas gotas que rebasan el vaso, además del aumento en la tarifa del metro. El presidente Piñera, un liberal de derecha y multimillonario, anunció que en su gobierno se expandiría el consumo. Sin embargo, entre la subida del precio del dólar y del petróleo, y la baja en el precio del cobre que representa la principal entrada del comercio internacional del país, la cosa no fue tan así. Esta combustión del consumo, que ha sido la fuente de legitimidad del poder en Chile por décadas, perdió ímpetu. Muchas familias hoy están usando sus tarjetas de crédito del retail para comprar alimentos básicos en los supermercados. Nunca fue tan alta la deuda en las familias como porcentaje de sus ingresos.

Sí, Chile tiene pocos pobres, pero una proporción enorme de la población vive bajo un nivel de estrés brutal, sordo y soterrado, no reconocido pero sí percibido cuando se vive aquí y se camina o se toma el metro más allá de la zona Oriente de la ciudad. Los horarios de trabajo semanal efectivo superan las 45 horas, el promedio en tiempos de desplazamiento casa-trabajo-casa ronda las tres horas diarias para mucha gente (en “horarios sardina” que son verdaderos entrenamientos de convivencia ampliada), las familias están todas en crisis, y los núcleos de pertenencia colectiva bastante pulverizados con un modelo que privilegia el consumo familiar y personal como pegamento social. La “modernidad líquida” pegó de lleno debilitando vínculos y sentido de futuro Los datos que proveen las instituciones de salud son alarmantes respecto de trastornos de salud mental, muy especialmente en la infancia y adolescencia pero también en adultos mayores. La obesidad aumenta a pasos agigantados, la inseguridad se ha convertido en la obsesión de todos, el mundo del trabajo está inundado de precariedad o incertidumbre. Muchos viven al límite para llegar a fin de mes, expuestos a que una enfermedad catastrófica o una pérdida de empleo los exponga a la vulnerabilidad absoluta.

Retomemos ahora los acontecimientos. El viernes por la tarde empezó la explosión. De la desobediencia civil y el apoyo o simpatía de la gente, el movimiento se desplaza hacia otros frentes. Sin liderazgos. No hay voceros, ni representantes, ni interlocutores frente al gobierno, el Estado, los partidos y otras instituciones. Se viraliza y saltan desde todos los barrios grupos de jóvenes que se distribuyen entre manifestaciones pacíficas, tomas de estaciones de metro, destrucción de la infraestrucutra de las estaciones. Aparecen teorías conspirativas aún no confirmadas: grupos organizados que salen a la destrucción sistemática de la red de metros. Luego empiezan los saqueos a supermercados, las barricadas y los incendios. Se mezcla todo: anarcos, vándalos, encapuchados, narcos, gente que llega tranquilamente en autos y camiones a llevarse del supermercado lo que encuentran.

El sábado ya Chile está sumergido en el caos. Dejó de ser el país que era una semana antes, tal vez para no volver a serlo. Con violencia y todo, el movimiento cuenta con una simpatía amplia. El sonido de las cacerolas vacías como símbolo de protesta suena en toda la ciudad, luego en todo el país. Saqueos e incendios se replican, como rizomas, reticularmente, en todas partes al mismo tiempo.

Sigo con un dato estructural. Chile tiene una de las pirámides de edades más avanzadas de América Latina, junto a los otros países del Cono Sur, Cuba y tal vez Costa Rica. Es decir: la proporción de adultos mayores aumenta vertiginosamente. Pero por otro lado el sistema privado de pensiones y jubilaciones que rige desde la dictadura está mostrando efectos letales. Lo que recibe mensualmente como jubilación la gran mayoría de pensionados es irrisorio: menos de 300 dólares. Muchos de ellos, menos de 200. Todo esto, además, en un país donde hace tiempo se debilitaron los lazos familiares que permitían a los ancianos apoyarse en su descendencia, siendo cada vez menos hijos por familia (una tasa de fecundidad en 1.8 hijos por mujer), y cada vez más mujeres en edad media dedicadas a trabajar. Muchos jubilados siguen pagando, además, deudas hipotecarias que le comen más de la mitad de los ingresos jubilación. Si no paga por unos meses, la solución es simple: el banco les remata la vivienda.

En la otra punta del hilo de clases, los últimos años se regaron con escándalos de colusión de dueños de las grandes cadenas farmacéuticas para fijar precios de medicamentos, estafas a toda la sociedad en el precio del papel higiénico, empresas que financiaron políticos, intercambio de favores entre el poder económico y el político en todo el espectro ideológico. Bastante más grave, todo esto, que no pagar el crédito hipotecario. Los más bullados, entre empresarios sorprendidos en pagos de influencias, fueron castigados con clases obligatorias de ética: una verdadera provocación para el resto de la sociedad que no podía creer cómo se distribuyen faltas y sanciones en uno y otro lado. Suma y sigue.

Retomo. El sábado el presidente Piñera declara el Estado de Excepción en medio de la confusión que rige en todo el territorio. Con una inflexión de voz y brazos casi beata, insiste en reconocer que este es el estallido de la desigualdad, tal como ya se ha consagrado en boca de todos, y que reconoce que es tiempo de enfrentar este grave problema. Hace un sentido mea culpa. Curioso que venga de uno de los hombres más ricos de Chile, quien tiene como uno de sus principales puntos programáticos la reducción del impuesto a los ricos para fomentar la inversión productiva. Señala, también, como gran cosa, que elevará al congreso un proyecto de rápida tramitación para revertir el alza en el precio del transporte, en un gesto que a esta altura ya resulta irrelevante, considerando que el estallido se propagó al cuestionamiento de la desigualdad en la sociedad chilena. Y agrega que, en calidad de presidente, y para velar por la seguridad en un momento de total alteración del orden y daño a infraestructura de todos los chilenos (cosa cierta), se ve obligado a declarar el estado de excepción (facultad constitucional), sacar a los militares a la calle, y declarar toque de queda por la noche.

¿Qué pasa entonces? Pasa, simplemente, que la gente sigue en la calle, manifestándose, saqueando, incendiando. Unos piden más seguridad y acción de policía y ejército, de cara a un vecindario desbordado en saqueos y destrucción. Otros empiezan a denunciar los abusos como consecuencia del estado de emergencia y la acción de la fuerza pública. Quienes enfrentan cara a cara a soldados y policía son jóvenes. No tienen miedo. Los enfrentan cara a cara. Nunca conocieron una dictadura. Tienen otra conciencia de sus derechos. Están indignados. Por otro lado, el gobierno sabe —y la sociedad sabe que el gobierno sabe— que si se pasa de rosca en reprimir, la crisis de legitimidad se vuelve irreversible. Transita por una delgada cuerda y no quiere caerse. Es casi lo único que quiere: no caerse.

Retomo con consideraciones estructurales. Dije que este es un movimiento de jóvenes. Son los jóvenes de esta generación quienes han accedido mayoritariamente a la educación superior, tienen cuatro o cinco años más de escolaridad que sus padres, pero a la vez padecen las tasas más altas de desempleo. Los futuros prometidos se vuelven espejismos. La mentada meritocracia se licúa entre redes de influencia, capital cultural y calidad de la educación muy segmentados. Son los jóvenes quienes manejan más información sobre ellos y sobre como viven los demás, pero esa información no les da poder de negociación ni presencia en el mundo político o económico. Son los jóvenes idealizados como la generación de la sociedad de la información, pero estigmatizados como irresponsables, no dignos de confianza, potencialmente anómicos. Son los jóvenes los que crecieron en un Chile próspero, pero ven como a poco andar se ven estratificados por barrios, sistemas de relaciones, formas de ser tratados por la policía o la justicia. Son los jóvenes quienes tendrán que cargar con los costos del cambio climático y del envejecimiento de la población. Son los jóvenes los que están más dispuestos a arriesgar porque tienen menos y se conforman menos.

Quisiera agregar dos consideraciones que se complementan, se tensan, y creo que terminan de explicar lo que pueda tener, hasta ahora, de explicable este estallido. La primera es que Chile cambió, en tres décadas, de manera acelerada. Un país con una secular cultura del privilegio, y con ciudadanos de primera y segunda categoría, generó movilidad social como nunca antes, ensanchó su clase media, difundió mayor conciencia sobre derechos ciudadanos, incrementó el bienestar general, produjo un salto cuántico en años de escolaridad y en conectividad digital. La segunda consideración es que todo eso trajo, también, una espiral de expectativas que el mismo progreso alentó, y un sentido distinto sobre los derechos propios –y, consecuentemente, progresiva exasperación ante una cultura de privilegios que siguió imperando en una parte de la sociedad-. Se sabe que la movilidad trae expectativas de movilidad. El “Chile real” acumuló bronca porque la democracia no ha sido expediente ni de redistribución del poder ni de redistribución de la riqueza. Una cosa es bajar la pobreza, otra es reducir la desigualdad. El neoliberalismo apostó siempre a que lo primero compensaba holgadamente la postergación de lo segundo. Se equivocó. Y le cuesta reconocerlo.

Volvamos a los acontecimientos recientes. Las medidas de excepción con milicos en la calle no frenaron nada. El espiral de protestas, cacerolazos, marchas no autorizadas, calles cortadas por todos lados en todas las ciudades, saqueos a supermercados, tiendas y farmacias, destrucción edilicia, incendios… todo siguió. Los partidos políticos tomaron posiciones pero al mismo tiempo solo conversan o pelean entre ellos, abriéndose a organizaciones de la sociedad civil consagradas, pero que tampoco representan el movimiento en las calles. Cierto, si la protesta no tiene líderes: ¿con quién conversar? El gobierno ha dado bastonazos de ciego. El peor de todos, la declaración desatinada de Piñera el domingo pasado, sugiriendo que estábamos en guerra. Mala cosa. Tuvo que desdecirse antes de que las consecuencias se multiplicaran. Luego se la ha pasado pidiendo perdón, de su parte y de su gobierno, por la falta de sensibilidad ante las seculares desigualdades que ahora estallan como una olla a presión que no da más. Ese perdón, más que despertar simpatía, exacerba la indignación: ¿perdón ahora, por una desigualdad secular, por falta de sensibilidad, por no haberlo reconocido antes?

Finalmente el propio presidente anunció el martes, al terminar el cuarto día de caos y movilizaciones, las reformas que se han decidido de la noche a la mañana, en consulta con senadores y diputados, la mitad de los partidos, y algunos dirigentes sociales: alzas en pensiones básicas, seguros de salud para compensar gastos en medicamentos, aumento de ingreso mínimo, contención al aumento de tarifas eléctricas, un impuesto a sectores de más recursos, reducción de los altísimos salarios de parlamentarios y en la administración pública. En seguida surgen las reacciones: algunos entusiastas, muchos cautos, unos pocos críticos. Todos estas opiniones vienen de los partidos, el sistema parlamentario, los ministros. Pero falta un detalle… ¡la gente!

Escribo el miércoles, vale decir, estos anuncios fueron anoche. Anoche, también, el toque de queda en su tercera jornada empezó a mostrar dientes más afilados. La represión se hizo sentir. Hasta el mediodía del miércoles, 18 muertos , la mayoría en los propios saqueos. Pero ya apareció una víctima fatal por una golpiza de policías y otro por disparos. Las redes se embriagan de denuncias, algunas filmadas, pero también es cierto que las noticias falsas están a la orden del día y por tanto la verdad deja de ser verdad. No es fácil apreciar los hechos objetivamente y se está a la espera de los informes del Instituto de Derechos Humanos. Al parecer serían, hasta el miércoles, 102 civiles heridos, dos por balazos en estado grave, y 95 miembros de fuerzas de seguridad lesionados. Las personas arrestadas por disturbios llegaron a 2205 y están bajando, y por violación de toque de queda van en 592 los detenidos. Las manifestaciones siguen en aumento: se contaron 54 más el martes que el lunes, y los participantes se elevaron de 130 a 220 mil. Todavía no hay saldo al respecto de hoy miércoles.

Hasta ahora el balance de la destrucción también es enorme. Al mediodía de hoy miércoles se contabilizaban 333 supermercados saqueados y 30 incendiados por completo, 16 buses incendiados, 77 estaciones de metro dañadas, de las cuales 41 destruidas parcialmente, 20 incendiadas y con daños superiores a los 200 millones de dólares. Gran parte de la red del metro, que es vital para el transporte diario en un Santiago cada vez más congestionado, tardará meses en repararse.

Chile despertó. No madrugó, como sugirió el ministro de economía, pero despertó. Más bien, madrugó al gobierno. Y al despertar, cambió. Hoy en Plaza Ñuñoa, entre todas las pancartas una me llamó la atención: “O vamos por todo, o no vamos por nada”. Mientras tanto, un grupo de inmigrantes haitianos llegó con sus bombos y yembés y empezó la fiesta de percusión y danza. La alegría se volvió incontenible. De todo hay en esta explosión. Un desencanto brutal con toda la clase política, una irritación sin freno respecto de la desigualdad que se transforma en ofensa a la dignidad, una disposición de la juventud a repensarlo todo. Mientras tanto, parte de esa misma clase política, o tecnopolítica, siente vergüenza de que en los medios internacionales Chile vuelva a hacer parte de este “vecindario incómodo” de países inundados de crisis económicas, políticas, sociales, institucionales. ¿Bajará el indicador de confianza en la economía chilena? La joyita de la región que exhibe todos sus indicadores de éxito, la luminaria de la gobernabilidad, este rincón del mundo estable, prudente y pragmático, en fin, la sociedad tranquila y disciplinada, la idiosincracia contenida y respetuosa de las normas. ¿Dónde se fue todo con el correr de una sola semana?

¿Qué pasó? En los hechos, más o menos lo que he resumido. En las causas, tal vez repartidas en lo que he querido aquí recapitular. La bandera de lucha es la desigualdad. En general y en particular. Pero quien sabe qué más hay, cuáles son las pulsiones colectivas que se agitan. ¿Porqué de un día para otro esta sociedad pasó de su aspereza contenida a la total transgresión del orden, dónde estaban estas energías centrífugas la semana antepasada, cómo fue que una generación con más oportunidades que las precedentes, de repente se convirtió en una masa desbordada, colérica, pero a la vez movilizada, crítica, valiente, festiva, dispuesta a todo? No me compro las apreciaciones que tienden a poner a esta juventud en el casillero estereotipado de millenial, puramente pulsional, investido con pastiches ideológicos atrabiliarios y comportamientos infantiles. No me compro, tampoco, las tesis conspirativas.

Me preguntaban hoy en la Plaza Ñuñoa cuál será el desenlace de este movimiento y de este estallido si se sigue prolongando. Mi respuesta honesta y parca: no tengo la menor idea. No hay cómo estimar la magnitud de la grieta, ni de sus consecuencias, ni de su impacto en el ordenamiento colectivo y en las políticas. Me preguntaron, también, si el movimiento iba a dialogar con los partidos y el gobierno ante las nuevas propuestas programáticas. Respondí, encogiéndome de hombros y mirando a la multitud bailando al son de los tambores haitianos: ¿y quién, entre todos ellos, se sentará a conversar en la próxima mesa de diálogo con la institucionalidad política?

 

Martín Hopenhayn

Filósofo. Magíster en Filosofía de la Universidad de París VII. Ex Director División de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

 

Fuente: https://www.nexos.com.mx/?p=45397

Compartido con SURCOS por Ciska Raventós.

Ilustración: Patricio Betteo

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Costa Rica debe suspender participación en la COP25 hasta que cese la represión en Chile

• 18 personas muertas, 2128 detenidas, 376 heridas, decenas de mujeres violadas y cientos de desaparecidos son el saldo del Estado de Emergencia en Chile

• No se puede hablar de ecología si un gobierno manda a disparar a su pueblo

(FECON, 25-10-2019.) En Chile se reportan violentos episodios de represión por parte del Ejercito debido al Estado de Emergencia impuesto por el presidente Sebastián Piñera para aplacar las protestas contra al gobierno. Estas movilizaciones demandan una mejor calidad de vida y equidad. Las organizaciones sociales chilenas señalan que la gran mayoría de estas protestas se han desarrollado pacíficamente, pero son reprimidas brutalmente.

Es muy contradictorio que el Gobierno de Carlos Alvarado se sienta abanderado de los Derechos Humanos y no advierta al gobierno chileno por reprimir violentamente a manifestantes pacíficos justamente antes de la COP25.

Desde el pasado 18 de octubre el ejército chileno reprime las jornadas de protesta por el alto costo de la vida y una serie de descontentos de la población más pobre. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en al marco de las manifestaciones se han reportado 18 muertos, al menos 2.128 habrían sido detenidas por la policía y el ejercito; entre ellas 243 niños, niñas y adolescentes y 407 mujeres. Nueve de ellas fueron desnudadas en actos policiales. Además, hay reporte de 376 personas habrían resultado heridas, de las cuales al menos 173 por arma de fuego (1).

Por su parte las organizaciones sociales chilenas denuncian que estos episodios de violencia estatal no se habían visto desde la última dictadura militar impuesta por Augusto Pinochet (2). Régimen que comenzó en 1973 y terminó en 1991. Según reporta la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI) desde que acabó la dictadura no se había visto al ejército chileno reprimir violentamente alguna protesta.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos a denunciado los Carabineros y militares por agresiones sexuales y violaciones a detenidas. La Asociación de Abogadas Feministas han registrado casos en los que los oficiales militares han obligado a las mujeres a desnudarse en los centros de detención (3).

Es contradictorio, por parte del gobierno de Piñera, que se estén violentando los Derechos Humanos en Chile y se pretenda celebrar la próxima Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, conocida como la COP25.

Para una discusión tan trascendental, como el Cambio Climático, debe de darse en un marco total de respeto a los Derechos Humanos. Ya desde 2014 la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas ha señalado la ineludible relación entre la discusión Climática y los Derechos Humanos (4).

Por esta razón, el gobierno de Costa Rica debe de mandar una señal clara al gobierno de Sebastián Piñera y señalar que suspende su participación en la COP25 mientras se continué con el Estado de Emergencia y la represión de los manifestantes.

Por otro lado, ya el diputado francés Alexis Corbière ha solicitado al gobierno de Francia suspender la participación en la COP25 en Chile debido a estos actos de represión (5). El legislador galo ha señalado a distintos medios de comunicación que “no se puede hablar de ecología si un gobierno manda a disparar a su pueblo”.

Instamos a Carlos Alvarado a demostrar un verdadero compromiso con los Derechos Humanos señalando su desaprobación por los episodios de represión contra los manifestantes en Chile y le comunique la suspensión de la participación de Costa Rica en la COP25 hasta no se cese el actuar asesino de ejército chileno.

1.  CIDH condena excesivo uso de la fuerza y rechaza toda forma de violencia en el marco de las protestas sociales en Chile https://www.oas.org/es/cidh/prensa/comunicados/2019/270.asp

2.La rebelión popular en Chile  http://www.biodiversidadla.org/Documentos/La-rebelion-popular-en-Chile

3. Chile: denuncia por torturas contra los Carabineros https://www.pagina12.com.ar/226908-chile-denuncia-por-torturas-contra-los-carabineros

4.Derechos humanos y cambio climático https://www.ohchr.org/SP/Issues/HRAndClimateChange/Pages/HRClimateChangeIndex.aspx

5. Chile mantiene en pie cumbre de cambio climático de la ONU a pesar de disturbios

https://ojoalclima.com/chile-mantiene-en-pie-cumbre-de-cambio-climatico-de-la-onu-a-pesar-de-disturbios/

FEDERACIÓN ECOLOGISTA

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Chile: morir en septiembre, la primavera que nunca fue

Rogelio Cedeño Castro

 

Para los países del hemisferio sur la entrada del mes de septiembre significa también la llegada gradual de la primavera, pues desde que termina agosto y da inicio el nuevo mes los días empiezan a ser más largos, amanece cada día más temprano y la luminosidad comienza a apoderarse de nuestras emociones y de toda la cotidianidad; en el caso de Chile es el mes de las ramadas o festejos populares donde abunda la chicha y el vino, donde pronto las flores y los frutos abundantes alegrarán la vista de todos, también es el mes de las fiestas patrias tan lleno de remembranzas, sólo que en el año de 1973 cuando la derecha se preparaba para dar el último zarpazo al gobierno de los mil días de la Unidad Popular Chilena, con el transcurso del tiempo los días se fueron tornando lúgubres y tensos mientras se conmemoraba el tercer aniversario del triunfo electoral de la Unidad Popular, el día 4 de septiembre de 1970, los rumores de golpe de estado ya habían corrido entre los marinos y soldados en Valparaíso y Talcahuano, algunos dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria(MIR) y el Partido Socialista habían hecho denuncias sobre el complot en marcha, mientras el gobierno vivía un trance difícil e incierto.

Amanece el martes 11 de septiembre, con la marina alzada en armas en Valparaíso, desde las cuatro de la mañana de ese día, en la capital y en el resto del país corren toda clase de rumores, el presidente Salvador Allende y sus colaboradores se dirigen muy temprano al Palacio de la Moneda, pensando todavía contar con algunas lealtades en el resto de las fuerzas armas y el cuerpo de carabineros, mientras la dura realidad mostrará que la traición ha llegado muy hondo y sólo un puñado de civiles, policías de investigación, pero sobre todo amigos cercanos al presidente encararán el ataque militar al Palacio de la Moneda, en un combate desigual que duró varias horas, durante las que la aviación bombardeó y provocó el incendio de la casa de los presidentes de Chile. Hacia las dos o tres de la tarde el combate ha concluido, los combatientes que resistieron se rinden y durante cuatro décadas se mantendrá la desinformación y la tergiversación acerca del final de la vida del presidente Allende, llegando a afirmarse que se había quitado la vida, con argumentaciones que nunca resultaron convincentes y por lo tanto creíbles, ahora ante la foto que muestra el cadáver acribillado del líder y símbolo más importante de la Unidad Popular Chilena, con gran dolor para nosotros, la verdad ha terminado por abrirse paso: Salvador Allende fue asesinado por los militares golpistas, sólo que ante la evidencia de la foto los momios ya no podrán seguir mintiendo, ni riéndose miserablemente de los vencidos, cuya historia se va haciendo cada día más nítida e inocultable.

Siempre, a lo largo de las más de cuatro décadas transcurridas, estuve convencido de que nuestro querido compañero, el entonces presidente chileno Salvador Allende Gossens (1908-1973), cuya grandeza y ejemplo han crecido con el paso del tiempo, había sido asesinado por los criminales golpistas, unas gentes carentes de dignidad y humanidad como puede apreciarse a partir de lo dicho por Pinochet en su cuartel de Peñalolén sobre el avión que se caía, por parte del propio Pinochet, traidor y golpista de última hora, con toda la vulgar bajeza de su vocabulario soez y cargado de odio, como bien lo relata la periodista Patricia Verdugo, en un libro en que reproduce la grabación que quedó de las comunicaciones de los golpistas ese día, el infausto martes 11 de septiembre de 1973. Al respecto dije en un texto años atrás: «En honor a la verdad, hay que hacer un reconocimiento a Salvador Allende y sus compañeros por no haberse doblegado a la intimidación y a la vulgaridad de quien dirigía el golpe militar bien oculto en el cuartel de Peñalolén, pero también extraer la lección que nos da el testimonio de un pequeño grupo de francotiradores, ubicados en el Ministerio de Obras Públicas, al otro lado de la calle Morandé, quienes mantuvieron a raya al ejército durante muchas horas ayudando a quienes, como el propio Salvador Allende, de una manera suicida, resistieron desde las vulnerables instalaciones del Palacio de la Moneda, la casa de los presidentes de Chile» (Los mil espejos de la realidad social, UNA Heredia Costa Rica 2013, pág. 129). Entiéndase, entonces que el acto de resistir en condiciones tan desiguales era, en sí mismo, un acto suicida, no que el presidente Allende se haya suicidado. Ahora cuando han pasado más de cuarenta años se pudo constatar al fin su asesinato, por parte de algunos militares de los que ya fallecieron entre los que recuerdo al capitán Palacios, encargado de dirigir el asalto a la Moneda. Por mi parte, sigo pensando que algún día se abrirán las grandes alamedas para que pase el hombre libre, como dijo el Chicho por las ondas de Radio Magallanes, cuando ya la suerte estaba echada, en la mañana de ese terrible día y para algunos como Salvador Allende, Augusto Olivares, Claudio Jimeno y otros compañeros significaba, ni más ni menos, que morir en septiembre cuando se anunciaba una primavera que nunca pudo ser.

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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