Ir al contenido principal

Etiqueta: geopolítica

Geopolítica y coyuntura de crisis

Por: Trino Barrantes Araya
camilosantamaria775@gmail.com

I.- La crisis geopolítica actual, ¿hay realmente un declive de la hegemonía norteamericana?

Con el título inicial se han escrito varios ensayos. Todos, pues, tienen como punto de partida de que existe hoy un hegemón, el imperio yanqui, pero que francamente está sumido en una profunda crisis hegemónica, económica, geopolítica y de legitimidad.

Esa lectura es parcialmente cierta y se ajusta al concepto de “Guerra Fría” que sirvió de marco en el análisis coyuntural, antes de 1989 y 1991. En rigor, con la caída del muro de Berlín y el fracaso del socialismo real en la URSS.

Pero lo cierto es que, ninguna lectura de la narrativa actual, puede obviar el papel del imperialismo que, aunque viva un profundo proceso de crisis , logra “resetearse”, para mantener su posición dominante.

Ahora bien, sin querer agotar, de ninguna manera la definición de que es la geopolítica, podemos aventurar una simple acepción:

“La Geopolítica es la conciencia geográfica del Estado. Ella proporciona la materia prima de donde el hombre de Estado, de Espíritu creador, obtiene su obra de arte” (Karl Haushofer).

II.- El cambio del sistema internacional.

Tal vez aquí, la puntualización podría ser exhaustiva. No tratamos de ninguna manera de agotar el tema. Sin embargo, como parte de una razonable lectura y de un cierto ejercicio, compartimos para nuestro análisis estos tres puntos básicos ofrecidos por algunos autores.

Siguiendo esa lógica, algunos estudiosos descansan su teoría afirmando que, el cambio del sistema internacional depende de tres factores:

“… un fracaso absoluto estadounidense en el ámbito económico, militar y diplomático; una nueva crisis del capitalismo global que le afecte significativamente, o un cambio de la orientación de su política exterior debido a un cambio en su política doméstica…”

Pero lo cierto de todo esto, es que hoy tenemos puntos concretos de inflexión y, a riesgo de no ser tan esquemáticos, podemos indicar los siguientes puntos de fricción, inflexión y riesgo del mundo contemporáneo.

III.- Los actuales puntos de inflexión del sistema mundial.

En primer lugar, asoma como constante la guerra de IVta. generación, un sistema más impulsivo y caótico y, obviamente la crisis de las hegemonías, frente a un mundo multipolar y nuevo concepto económico a través de los BRIC´S.

Cualquier espacio geográfico se convierte hoy en punto de disputa y polarización. La ruptura de los consensos es una constante y el fantasma de la conflagración de una guerra mundial toca con más fuerza a las puertas del mundo contemporáneo.

Así pues, el mundo unipolar cede violentamente a un mundo multipolar en donde el cambio de los actores ofrece a Rusia, China, la India, Sudáfrica y otras formaciones económico sociales, una perspectiva de nuevo tipo.

Un segundo momento. Con base en el punto anterior, podemos señalar que existe hoy un nuevo sujeto histórico. Pero también una nueva lógica de mirar el conflicto armado bajo otra naturaleza. La Inteligencia Artificial-IA, las redes sociales (Las llamadas GAFA (acrónimo de Google, Apple, Facebook y Amazon) afectan e interceden en las nuevas narrativas y el discurso.

El tercer elemento que cruza el firmamento es el cambio que estamos viviendo de la guerra convencional a la guerra híbrida. La lucha mediática, los troles, los drones y otra serie de elementos son de nuevo orden en el conflicto militar. No se abandona, claro está, el estado salvaje de la fuerza militar; pero nuevas formas le dan al conflicto una lectura diferente.

El cuarto aspecto que no deja de ser importante en las nuevas lógicas de dominación y de afirmación geopolítica son las criptomonedas, y lo que en cibernética llamamos el poder del “big data”.

El uso indiscriminado de “datos”, dará a las nuevas hegemonías un lógica de dominación muy diferente al poder que hasta ahora se ha ejercido por la vía bancaria, las armas militares y los más medias.

Como lo señaló, positivamente, Gabriel Rivas, en la Escuela de Cuadros del PVP: “…por otro lado, si no apostamos a la soberanía alimentaria, a crear fronteras humanas en defensa del cambio climático, si no somos capaces de leer correctamente los fakes news, es decir el mar de desinformación que nos atosiga la 24 horas del día, no podemos hablar de crear entonces una nueva conciencia revolucionaria. La desinformación hoy es tóxica, su estructura está basada en informaciones falsas y descontextualizadas que se hacen pasar por ciertas…”.

Un quinto aspecto, tan importante como lo otros que hemos mencionado, son los riesgos y amenazas concretas en el los ataques ciberespaciales, la crisis en los indicadores sociales: económicos, medioambientales, sociales, culturales, tecnológicos y geopolíticos y la afirmación cada vez más frecuente de los gobiernos “populistas de derecha”.

Sin ser una afirmación comprobada, la humanidad está dando pasos muy acelerados hacia un nuevo proyecto neofascista.

El elemento sexto que podemos puntualizar en este pequeño examen, es la crisis del dólar, la crisis económica y la deslegitimación de los procesos electorales.

Las nuevas lecturas de la sociedad contemporáneas ponen en igualdad de posiciones prestigiosas profesiones liberales, a la par del sicariato. La estructura natural de la empresa, colapsa frente a la lógica que asumen las estructuras del comercio del narcotráfico.

Sumado a todo ello, la crisis de un liderazgo propositivo, el ascenso de las masas en sus nuevas propuestas políticas, no aparecen en el horizonte a corto plazo.

El sexto elemento, se tiene que ubicar en tres contextos geopolíticos y geográficos de muy distinto signo: América Latina, el Cercano Oriente y África.

En cada una de ellas los desafíos son de muy distinta naturaleza. No obstante, las asimetrías y diferencias que existen en cada uno de dichos espacios, los tres comparten la lógica de la “Guerra de la Cuarta Generación” y el contexto de la Guerra Híbrida.

IV.- “Guerra de la Cuarta Generación”, el contexto de la “Guerra Híbrida” Marcapasos de la Tercera Conflagración, hoy de carácter nuclear.

“… después de todo el tiempo que el norte

acomodó al mundo a sus intereses, ya toca

al SUR cambiar las reglas del juego…”

Miguel Díaz-Canel

Este último apartado, tiene como estructura una aproximación hacia algunos párrafos conclusivos, no definitivos, pero sí objeto del resultado que nos anticipa.

“Nunca es más oscuro que cuando va a amanecer”. El cielo está lleno de señales. Señales que cruzan el firmamento con un verdadero sello apocalíptico. Porque de desarrollarse una guerra termonuclear, el resultado es impredecible. Hiroshima y Nagasaki, asoman como fantasmas incuestionables.

Pero hablemos someramente de “geopolítica”. La geopolítica no solo debe verse como la disciplina que estudia la expansión territorial; la consolidación de la geopolítica está estrechamente ligada a la expansión de los imperios y a la dominación que han ejercido y ejercen sobre los territorios sometidos a su dominio.

Por eso a esta disciplina del saber humano, no solo debe entendérsele como estudio de un determinado territorio donde se expresa un particular campo de conflicto; al contrario, debemos entenderla más ampliamente, es decir en sus implicaciones económicas, relación con el ambiente, el espacio vivencial de afirmación de la cultura y, consecuentemente, como límite geográfico.

De tal suerte que, hablar hoy de geopolítica, exige ampliar el panorama a temas y retos de una naturaleza más compleja, tales como:

  • Las grandes movilizaciones de migrantes
  • La lucha contra la pobreza
  • Las políticas contra los desastres naturales y el calentamiento global
  • La sostenibilidad de los océanos y la defensa del agua
  • Depredación del ambiente y el calentamiento global
  • Erradicación de la exclusión, la desigualdad, la discriminación y el enfrentamiento a las visiones supremacista

Pero también la geopolítica pasa por otros grandes ejes que comprometen el destino de la humanidad:

  • ¿Cómo enfrentar la Inteligencia Artificial?
  • El comportamiento de los nuevos bloques de poder y económicos
  • Los conflictos armados a gran escala

Ni los anteriores puntos señalados, ni tampoco estos tres ejes agotan la narrativa contemporánea en la cual está inserta toda la humanidad.

Frente a las disparidades económicas y geopolíticas, el mundo reclama hoy una nueva arquitectura para reacomodar sus nichos ecológicos, en un marco que rompa con las disparidades y asimetrías existentes.

Tenemos en el orbe 70 bases militares y 16 conflictos armados a gran escala (Programa de Datos de Conflicto de Uppsala-Suecia). Guerra y conflictos adquieren así una clara diferenciación, cuyo análisis se mide en función del número de muertos. Necrológico indicador, que nos dice, que más de 1000 muertos corresponden a una guerra, menos de esa cifra a un conflicto.

Un tema de tal envergadura no se agota, más bien nos lleva a una gran interrogante colectiva: ¿ Qué hacer?

El fin de la Guerra Fría o el origen del mundo actual

Gilberto Lopes
San José, 26 de abril del 2024

(I)

De la Casa Común a la nueva Cortina de Hierro

Es diciembre del 2014 y, hace un año, las protestas de Maidán impusieron un cambio de gobierno en Ucrania. El expresidente de la Unión Soviética (URSS), Mijail Gorbachov, entonces de 83 años, conversaba con Pilar Bonet, que había sido corresponsal del diario español El País en Moscú durante 34 años.

“Construir la casa común europea es más urgente que nunca”, le dice Gorbachov. “Hay que crear un sistema de seguridad que incluya a Estados Unidos, Canadá, Rusia y a los países europeos”, afirma vehemente, a la vista de las turbulencias por las que atraviesa la relación de Rusia con Occidente. En marzo de ese 2014, la población de Crimea y de la ciudad de Sebastopol había aprobado su adhesión a Rusia, en un referendo.

Gorbachov apoya la política de Putin en Crimea. “¡Se ha vertido tanta sangre rusa, se ha luchado tantos siglos por Crimea, por la salida [de Rusia] a los mares!”, exclama. “Para mí lo principal es que la gente quería regresar a Rusia” (el resultado del referendo fue abrumadoramente favorable a la idea). “Crimea es rusa y era una herida abierta que ahora se ha cerrado. En lo que se refiere a Crimea, en Occidente, deben dormir tranquilos”, dice Gorbachov a Bonet.

Ve como un “signo negativo” el aplazamiento del Diálogo de San Petersburgo, un foro bilateral ruso-alemán que reunía, cada año, a políticos, intelectuales y representantes de la sociedad civil de los dos países. “Si se suprimieran ahora las sanciones, se llegaría a acuerdos sobre muchas cosas con Rusia. Pero sin ultimátum, porque no se puede tratar así, sin contemplaciones, a Rusia”.

Gorbachov está de acuerdo con Putin cuando este afirma que, tras la Guerra Fría, los países occidentales se comportaron como “nuevos ricos”. “Comenzaron a limpiarse las botas en Rusia, como si fuera un felpudo. Elogiaban a Yeltsin, mientras el país estaba postrado”. “No es tarde para dar un viraje, todos juntos, aunque no se puede esperar nada de Ucrania, que está dispuesta a todo para que la admitan en la OTAN y en la Unión Europea”.

La Casa Común europea

Ya ha corrido mucho agua bajo el puente desde la unificación alemana, su incorporación a la OTAN y la disolución de la Unión Soviética. Casi 35 años.

Cuando todo eso aún no había ocurrido (pero era ya inminente e inevitable), en julio de 1989, Gorbachov habló en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, en Estrasburgo. Propuso impulsar la construcción de la Casa Común europea. Ofreció negociar con la OTAN el retiro de los misiles nucleares de corto alcance. El desarme debe ser, según el líder del Kremlin, el pilar de la construcción de esa casa común.

Tres años después, en abril de 1992, ya disuelta la Unión Soviética, Gorbochov habla en un coloquio en la Sorbona. El tema es ¿Adónde va el Este?, organizado por Libération, El País, La Repubblica y otros medios de comunicación europeos. Propone la creación de un Consejo de Seguridad para Europa. Dice compartir la visión del general De Gaulle, “quien concebía a Europa como el espacio entre el Atlántico y los Urales”, la frontera natural entre Europa y Asia, unos 1.700 km al este de Moscú. Un enorme escenario europeo.

Solo un mes antes de su conversación con Bonet, Gorbachov había participado en las celebraciones de los 25 años de la caída del muro de Berlín, ocurrida el 9 de noviembre de 1989.

Gorbachov advierte contra la tentación de promover una nueva Guerra Fría. Reclama un diálogo con Moscú. El presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán Martin Schulz, también habla. Reconoce que, “nos guste o no, Rusia es una potencia clave, un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Estamos comprometidos con la integridad territorial de Ucrania, pero hay que mantener todos los canales de comunicación abiertos con Rusia”.

Estados Unidos nunca permitirá una verdadera Europa unida

Gaspar Méndez, economista, profesor de Geografía e Historia, escribe en el Diario de León, el 15 de julio del 2022. Las tropas rusas habían cruzado la frontera ucraniana el 24 de febrero.

Cita al coronel de la reserva del ejército español, Pedro Baños, escritor especializado en geoestrategia, defensa, seguridad, y al reconocido periodista norteamericano, Robert Kaplan, colaborador asiduo de algunos de los medios más importantes de Estados Unidos.

Si analizamos la cuestión desde el punto de vista de los intereses geopolíticos, “Estados Unidos nunca permitirá una verdadera Europa unida, como tampoco puede permitir que la UE se una con Rusia, pues eso significaría un enorme perjuicio geopolítico y económico”.

Según el guion norteamericano, el arquitecto de la construcción europea debía ser la OTAN y a Gorbachov le preocupaba la ampliación de la alianza, ante la inminente unificación de Alemania. Como sabemos, fue este el guion que se impuso.

El profesor Méndez agrega que cobran renovado valor las palabras de Gorbachov cuando recordaba que “nuestro pueblo vincula la OTAN con la Guerra Fría, como una organización hostil a la Unión Soviética, como una fuerza que acelera la carrera armamentista y aumenta el peligro de guerra. Nunca aceptaremos confiarle el papel rector en la edificación de la nueva Europa”.

¿Un mundo unido detrás de Ucrania?

Hace un año, en abril del año pasado, David Miliband, Secretario de Estado del Reino Unido entre 2007 y 2010, publicó en Foreign Affairs unas reflexiones sobre “The World beyond Ukraine”. Discute afirmaciones del presidente de Ucrania, para quien la guerra había unido el mundo detrás de su país.

La realidad no es esa, dice Miliband. Unos 40 países, que representan cerca de la mitad de la población mundial, se han abstenido regularmente de votar las condenas a la invasión rusa. Dos tercios de la población mundial vive en países que son oficialmente neutrales o apoyan a Rusia, incluyendo algunas democracias notables, como India, Brasil, Indonesia o África del Sur. “Síntoma de un síndrome mayor: enojo, al percibir los dobles estándares de Occidente, y frustración por el fracaso de los esfuerzos por reformar el sistema internacional”. En especial, la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

El distanciamiento entre Occidente y el resto del mundo, dice Miliband, “es producto de una profunda frustración –ira, en verdad– por la forma como Occidente manejó la globalización desde el fin de la Guerra Fría”.

El artículo merece particular atención, por las muchas aristas que toca, por la posición particularmente importante que ocupó su autor, por el punto de vista muy distinto al del gobierno conservador inglés actual, que sueña con transformar la economía británica en una economía de guerra.

La “Cortina de Hierro” avanza hacia el este

Semanas antes de la invasión de Ucrania, Mary Sarotte, académica norteamericana de la universidad John Hopkins, publicó su libro “Not One Inch”. Es sobre las conversaciones de 1989, cuando Gorbachov negociaba con el canciller alemán, Helmut Kohl, y el presidente y el Secretario de Estado norteamericanos, George Bush y James Baker, la retirada de las tropas rusas de Europa central y la incorporación de Alemania a la OTAN. “Ni una pulgada” hacia el este, había sido la propuesta discutida en esas conversaciones, que Sarotte documenta.

Al comentar el libro, Carlos Tello, ensayista mexicano, escribía en la revista Milenio: “Ya entonces el avance hacia el este era imparable. Los más firmes defensores de la expansión eran, de hecho, los líderes y, en general, los pueblos del centro y del este de Europa. Vaclav Havel, tras pedir que las tropas norteamericanas y rusas salieran del centro de Europa, cambió de opinión, le expresó a Bill Clinton el deseo de la República Checa de ser parte de la OTAN. El polaco Lech Walesa también, temeroso del resurgimiento de Rusia”.

La nueva “Cortina de Hierro” comenzaba su avance hacia el este. En el congreso de Estados Unidos, al aprobarse el sábado, 20 de abril, la nueva ayuda a Ucrania, por poco más de 60 mil millones de dólares, el representante Gerry Connolly, proclamó: –¡La frontera ucraniano-rusa es nuestra frontera!

Difícil no imaginar ese avance hacia el este como otro movimiento de la Operación Barbarroja, el asalto a Moscú que las tropas alemanas iniciaron el 22 de junio de 1941, con las consecuencias que conocemos.

***   ***   ***

(II)

Lo que está en juego en esta guerra

Occidente, guiado por Estados Unidos, puede provocar una guerra potencialmente catastrófica entre dos potencias nucleares gracias a su postura abiertamente hostil hacia Rusia y a sus esfuerzos por poner fin a los acuerdos sobre control de armas existentes, dijo el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, a fines de abril. Las tres mayores potencias nucleares, Estados Unidos, Inglaterra y Francia –agregó–, “están entre los principales sostenedores del régimen criminal de Kiev y son los principales organizadores de las provocaciones contra Rusia”.

Un punto de visa distinto es el del primer ministro británico, el conservador Rishi Sunak, para quien “defender Ucrania contra las brutales ambiciones de Rusia es vital para la seguridad de Inglaterra y de toda Europa”. “Si Putin tiene éxito en su guerra de agresión, no se detendrá en la frontera polaca”, dijo Sunhak, sumándose a quienes aseguran que Moscú estaría empeñado en una guerra de conquista en Europa.

Lo cierto es que prácticamente todos los análisis militares del conflicto con Ucrania indican que Rusia no está en disposición siquiera de controlar toda Ucrania. Mucho menos de llevar la guerra al territorio de la OTAN, desatando un conflicto nuclear.

El costo de perder Ucrania

El Institute for the Study of War (ISW), una institución creada en 2007, en Washington, con el objetivo de contribuir a mejorar la capacidad de Estados Unidos para ejecutar operaciones militares, responder a nuevas amenazas y lograr sus objetivos estratégicos, promovió dos estudios sobre “El alto costo de perder Ucrania”, publicados en diciembre del año pasado.

“Estados Unidos tienen mucho más en juego en la guerra de Rusia en Ucrania de lo que la gente se imagina”. La conquista de Ucrania por Rusia –dice el trabajo, firmado por Frederick W. Kagan, Kateryna Stepanenko, Mitchell Belcher, Noel Mikkelsen y Thomas Bergeron– “podría traer el ejército ruso, golpeado pero triunfante, hasta la frontera de la OTAN, desde el mar Negro hasta el Océano Ártico”.

Contribuir a la defensa ucraniana con apoyo militar “es mucho mejor y más barato para los Estados Unidos que permitir su derrota”, aseguran. “Hemos sostenido con fuerza que los valores norteamericanos están de acuerdo con los intereses norteamericanos en Ucrania”.

Llama la atención esa referencia a los riesgos de traer el ejército ruso a la frontera de la OTAN. Una de las razones fundamentales por la que los rusos explican su intervención en Ucrania es precisamente por el avance de la OTAN hacia sus fronteras desde el fin de la Guerra Fría, pese a los acuerdos para evitarlo, sobre los que Gorbachov conversó con Alemania y Estados Unidos, cuando se unificó Alemania.

Los más de 200 mil millones de dólares, invertidos solo por Estados Unidos en esa guerra, no dejan duda sobre lo que está en juego. A estos recursos hay que sumar los de las naciones europeas, principalmente Alemania e Inglaterra. Como dijo el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, “ustedes defienden nuestra propia seguridad en las fronteras orientales de Europa”.

El 23 de abril pasado, Sunak anunció, en Varsovia, la mayor ayuda militar de su país a Ucrania. Un paquete valorado en 620 millones de dólares, que incluiría más de 400 vehículos, 60 botes y un número no determinado de misiles de largo alcance Storm Shadow, con los que los británicos pretenden contribuir a seguir debilitando la flota rusa en Sebastopol y a atacar Crimea.

Como destaca un entusiasmado guerrerista en las páginas del diario español El País, corresponsal de “asuntos globales”, “Europa arde con la guerra de Ucrania y ante una Rusia agresiva muchos aumentan el gasto en Defensa”. Estamos muy lejos de los tiempos de una periodista como Pilar Bonet.

Crear un mundo “horrible”

Nataliya Bogayova, en su trabajo para el ISW sobre “The Military Threat and Beyond”, asegura que, si Rusia vence en Ucrania, quedará claro para los adversarios de Estados Unidos que se le puede influenciar, hacerlo abandonar sus intereses en una lucha que, en su opinión, se podría ganar. Una victoria rusa –dice el estudio– podría estimular a otros a desafiarlo, a hacer creer a sus adversarios que pueden quebrar su voluntad de defender sus intereses estratégicos. A crear un mundo “horrible”, basado en las atrocidades cometidas por los rusos en la guerra.

Ya no se trata de la amenaza rusa de invadir Europa, sino del riesgo de que una Rusia victoriosa se muestre determinada a debilitar las posiciones de Estados Unidos. Apoyar a Ucrania no solo evitará la desaparición de una nación independiente, “sino que asestaría un golpe asimétrico a la alianza rusa y a la coalición antinorteamericana”.

En sus conclusiones, Bogayova afirma que una victoria rusa en Ucrania “puede crear un mundo fundamentalmente opuesto a los intereses y valores de los Estados Unidos”.

Uno de los problemas con esta argumentación es que ha sido Estados Unidos el que ha llevado la guerra a todo el mundo, el que se ha mantenido en guerra por décadas, cuyas atrocidades cometidas en Vietnam, o Irak, en los campos de tortura en ese país y en Cuba, han dejado imágenes imposibles de borrar.

De selvas y jardines

Para el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, el más cercano aliado de Moscú, Ucrania es un escenario militar donde se decide, en parte, el nuevo orden mundial. Hablando ante la Asamblea del Pueblo, el parlamento de su país, el pasado 24 de abril, Lukashenko afirmó que es la última confrontación entre el este y el oeste y aunque ninguna de las partes se ha mostrado más fuerte, el actual orden mundial no saldrá indemne de este conflicto.

Dos años después de la invasión rusa a Ucrania, Borrell, hablaba ante la Rada ucraniana: –El estado natural de las cosas sigue siendo la lucha entre grandes potencias. En el mundo actual, la geopolítica está resurgiendo y Rusia no ha olvidado su propia ilusión imperial. “La UE ya no está ahí para hacer la paz entre nosotros, sino para hacer frente a los desafíos de nuestras fronteras”.

Tenemos que apoyar a Ucrania “cueste lo que cueste”, hacer lo que sea necesario para que Ucrania gane, dijo Borrell. Quienes afirman que hay que apaciguar a Putin se equivocan. “En lugar de buscar el apaciguamiento, deberíamos recordar las lecciones que hemos aprendido desde 2022, evitando repetir errores y redoblando nuestros esfuerzos en los ámbitos en los que hemos logrado éxitos”.

Es cierto que la UE no es la OTAN. Pero la OTAN se ha convertido en el brazo armado de la UE, encabezada por Estados Unidos. Y en el escenario de guerra, es también su principal instrumento de política exterior. Ya antes de la guerra, la diplomacia había estado prácticamente excluida de la mesa, si consideramos que inclusive los Acuerdos de Minsk, teóricamente negociados para poner fin al conflicto, en 2014 y 2015, no eran más que un recurso para ganar tiempo y armar a Ucrania, como reconocieron la Canciller alemana, Angela Merkel y el presidente francés, François Hollande, quienes debían servir de garantes de las negociaciones entre Rusia y Ucrania.

***   ***   ***

(III)

Llevando la guerra a todas partes

Como dice Borrell, en lugar de buscar el apaciguamiento hay que prepararse para la guerra: “necesitamos urgentemente reactivar la industria europea de defensa. La capacidad de producción de nuestra industria ya ha aumentado un 40% desde el comienzo de la guerra. A finales de año alcanzaremos una capacidad de producción de 1,4 millones de municiones. Habremos entregado a Ucrania más de un millón de proyectiles para finales de año”.

En septiembre del año pasado, el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltemberg, fue invitado por el Council on Foreign Relations (CFR) para hablar en la Russell C. Leffingwell Lecture, en Washington.

Stoltemberg reiteró que el apoyo a Ucrania “es algo que hacemos porque es de interés para nuestra seguridad”. Consultado sobre el interés de la OTAN de abrir una oficina de contacto en Japón, explicó que la seguridad no es regional, sino global. Desde su punto de vista, un triunfo de Rusia en Ucrania estimularía el uso de la fuerza por parte de Beijing. Para eso están reforzando sus alianzas con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

En el espacio de preguntas, Lucy Komisar, una periodista independiente basada en Nueva York se refirió al memo desclasificado de un encuentro entre el entonces Secretario de Estado, James Baker, y el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, en el que se prometía no avanzar la OTAN “ni una pulgada” hacia el este. Y cuando esto empezó a pasar –agregó la periodista– George Kennan, uno de los más brillantes diplomáticos norteamericanos, artífice de la visión de Washington sobre la Guerra Fría, predijo el desastre que la ampliación provocaría. Lo que se ha hecho una realidad, agregó Komisar, quién le preguntó a Stoltemberg si estaba satisfecho con los resultados.

–No estoy satisfecho, dijo Stoltemberg. Pero es culpa de Rusia, que decidió invadir otro país. “E, independientemente de lo que Ud. piense sobre la ampliación de la OTAN, eso no le da derecho a invadir otro país”.

Stoltemberg defiende el derecho de cada nación a decidir si se incorpora o no a la OTAN, sin que Moscú tenga derecho de veto sobre esa decisión. Stoltemberg es Secretario General de la OTAN y su papel no es decidir lo que hará cada país, sino lo que la OTAN debe hacer, según los compromisos históricos asumidos y el escenario político en que se desenvuelve. Pero Stoltemberg no es Kennan, el diplomático norteamericano que vislumbró el escenario de la Guerra Fría y supo ver el de la post Guerra Fría, muy distinto a la confrontación a la que la han llevado Washington y sus aliados europeos, a los que Stoltemberg sirve y en cuya guerra apuesta.

En la última década, la OTAN ha implementado el mayor refuerzo de la defensa colectiva en una generación, asegura. “Hemos fortalecido nuestra presencia militar en Europa del este e incrementado los gastos en defensa. Con la incorporación de Finlandia –y Suecia– la OTAN se hace mayor y más fuerte”.

Y concluye: –Espero que la OTAN confirme nuestro apoyo inquebrantable a Ucrania, continúe fortaleciendo nuestra propia defensa e incrementando nuestra cooperación con nuestros socios europeos e indo-pacíficos para defender el orden global basado en reglas”. Un sistema que “está siendo desafiado como nunca antes”.

La OTAN se prepara para la guerra. ¿Qué guerra?

Putin se ha preguntado quién define esas reglas, desafiando el sistema directamente, dijo Borrell, en su conferencia en la Academia Diplomática Europea, en Brujas, el 13 de octubre de 2022. En su opinión, Europa es un jardín, donde “todo funciona”. ¡Cuiden el jardín, sean buenos jardineros! “Gran parte del resto del mundo es una selva y la selva invade el jardín. Los jardineros deberían cuidarlo”, agregó, refiriéndose a los alumnos de la Academia.

¿Defender un orden global basado en reglas? Sí, pero ¿cuáles? ¿Las del jardín de Borrell?

Para el presidente Lukashenko, el orden mundial no saldrá indemne del conflicto actual. Cuando las tropas rusas cruzaron la frontera de Ucrania, ese orden se hizo pedazos. Su reconstrucción dependerá del resultado de esa guerra. Pero ya no será el orden heredado de la Guerra Fría. Ese orden saltó por los aires.

Por ahora, Occidente apuesta por la guerra. Aprobados los 60,8 mil millones de dólares para Ucrania por el congreso de los Estados Unidos, Biden anunció que las armas comenzarán a fluir pocas horas después. Son parte del paquete aprobado por el congreso, que se sumarán a los ATACMS, misiles de largo alcance, ya suministrados en secreto a Ucrania, con el objetivo especial de atacar Crimea.

“Los líderes europeos no están discutiendo sobre el riesgo de una nueva guerra en el continente. Se están preparando para ella”, es el título del artículo publicado por Bloomberg, el pasado 24 de abril.

Sunak habla de poner la industria de defensa inglesa en “pie de guerra”. Donald Tusk, primer ministro polaco, dice que Europa vive una situación de “preguerra”. La presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von del Leyen, pone como ejemplo el “modelo finlandés” de defensa civil. El nuevo presidente de Finlandia, Alexander Stubb, de derecha, se dice dispuesto a acoger en su territorio armas atómicas norteamericanas. Finlandia necesita la disuasión nuclear. Es la mejor forma de garantizar su seguridad, estima. El ministro de Relaciones Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, dice en su parlamento que Rusia debe temer a la OTAN, que podrían derrotarlos en el campo de batalla.

La OTAN hace una demostración de fuerza a la sombra de la guerra de Rusia, dice el NYT. Cerca de 90 mil soldados entrenan entre Lituania y Polonia, en la frontera de enclave ruso de Kaliningrado, para una guerra entre las grandes potencias.

Según el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, la OTAN ya tiene cerca de las fronteras rusas hasta 33 mil efectivos, unos 300 tanques y más de 800 otros vehículos blindados.

¿Qué debe hacer el mundo?

¿Con qué guerra estarán soñando Sikorski y sus socios de la OTAN?

Europa se prepara para otra guerra y el resto del mundo ¿qué debe hacer? ¿Dejarles las manos libres para que jueguen con la suerte del mundo? ¿Para que nos lleven a la Tercera Guerra Mundial?

¿Qué guerra será esa? ¿Para defender los intereses de quiénes? Una Europa cada vez más conservadora, habla de guerra como si entre la segunda (que llevaron a cabo también contra Rusia) y una eventual tercera, no se hubiese poblado el mundo de armas nucleares.

La irresponsabilidad de los “jardineros” de Borrell parece no tener límites. Pero el mundo de hoy no es ya el de la II Guerra Mundial. De modo que los intentos por terminar lo que los alemanes no pudieron hacer hace más de 80 años tiene un solo destino, si el resto del mundo no logra amarrarles la manos.

Como recordó el asesor para asuntos internacionales del gobierno brasileño, el excanciller Celso Amorim, un sistema de seguridad basado en alianzas militares nos llevó a la guerra, en el pasado. Hablando en una reunión del Consejo de Seguridad ruso, el pasado 24 de abril, Amorim dijo que, en el mundo actual, la paz exige un orden robusto y legítimo, y no un orden basado en reglas, como su fundamento.

Dado lo que el conflicto representa para Occidente y para Rusia, es poco probable una victoria militar total de nadie. La única solución negociada posible es una que no deje evidentes vencedores ni vencidos. Es la construcción de la Casa Común que dio inicio a este debate sobre seguridad europea, al final de la Guerra Fría. Que la élite occidental prefirió desechar y que no podrá ser construida con los conservadores que gobiernan actualmente Europa. Un escenario en el que Rusia no sea el enemigo a abatir, ni Occidente el ejecutor de la Operación Barbarroja, en que se ha transformado. O sea, una realidad más acorde con el nuevo orden mundial y menos con los sueños del “fin de la historia” sobre la que se pretendió construir el escenario de la posguerra fría.

Logrado este acomodo, podrá entonces el mundo enfrentar el verdadero desafío sobre el que se construirá el nuevo orden internacional. Un orden en el que se tendrá que reconocer la decadencia de Occidente, el papel de China, el del sur global y el de una Europa ya no sometida a una derecha extrema, como la actual, ni a una OTAN, instrumento de la política de seguridad de Estados Unidos y de sus élites más conservadores.

La otra alternativa…

Costa Rica y el no alineamiento activo

Mauricio Ramírez Núñez.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El mundo atraviesa por una compleja situación geopolítica que pasa por encima a las antiguas categorías e ideologías clásicas que marcaron el periodo de la Guerra Fría. El dominio hegemónico que ha mantenido Occidente como eje de la civilización durante los últimos 500 años está experimentando un desplazamiento a Asia en la actualidad. Este cambio está generando un impacto significativo en todos los procesos de integración e institucionalidad que surgieron bajo esta antigua distribución del poder global.

A su vez, están emergiendo nuevas formas de multilateralismo e integración económica al margen de las convencionales dirigidas por Occidente. Como en todo proceso de transformación global, algunos actores se debilitan mientras que otros se fortalecen. Ejemplos de este nuevo multilateralismo multipolar incluyen los BRICS, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), la Organización de Cooperación de Shanghái, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, entre otros.

El Observatorio de Complejidad Económica (OEC) comprueba que esta nueva arquitectura de la economía global va creciendo con fuerza y beneficiando positivamente a todos quienes forman parte de esta. Según datos de la OEC, en 2022, ASEAN exportó un total de $1,98B. Durante los últimos cinco años reportados, las exportaciones de ASEAN han cambiado en $555MM desde $1,43B en 2017 a $1,98B en 2022., mientras por su parte, los BRICS, ya lograron superar el PIB de sus homólogos del G7.

Estas nuevas realidades exigen de una mirada pragmática, pero, sobre todo, soberana de los intereses de nuestros países en el sur global. En medio de las tensiones diplomáticas y geopolíticas actuales, tal como plantea el académico brasileño Oliver Stuenkel, la pugna ideológica entre potencias no debería llevarse a la lucha política interna de nuestros países, ya que en nada contribuye al desarrollo ni progreso de nuestros pueblos, y por el contrario, se presta para la polarización sociopolítica, así como para los juegos de poder de estas potencias en nuestra región, en momentos históricos donde se requiere integración y trabajo en equipo para salir adelante.

Aquí es donde cobran especial relevancia las palabras de los especialistas Carlos Fortín, Jorge Heine y Carlos Ominami, de que América Latina debe recuperar su rol estratégico como actor en las relaciones internacionales, por medio de lo que han llamado una política de no alineamiento activo: “en estos términos, una política de un no alineamiento activo por parte de América Latina no se refiere solo a tomar una posición equidistante de Washington y de Beijing. Significa también asumir que existe un mundo ancho y ajeno más allá de los referentes diplomáticos tradicionales, que Asia es el principal polo de crecimiento en el mundo hoy, y que existen vastas zonas del mundo que han estado fuera del radar de nuestros países. Ellas incluyen gran parte de África y Asia Central, cuyas proyecciones de crecimiento demográfico y económico en las próximas décadas ofrecen enormes posibilidades, que ignoramos a costa nuestra”.

El no alineamiento activo no implica permanecer en silencio frente a los actos de barbarie perpetrados por cualquier actor, sino más bien, alzar la voz de manera imparcial y clara para que sea escuchada y tomada en consideración con la seriedad y el respeto que corresponde. Para ello, debemos liderar con el ejemplo y resistir las presiones de quienes quieren que adoptemos sus posturas, mismas que no corresponden a nuestra realidad ni mucho menos a nuestras responsabilidades como nación.

Esto requiere trascender los intereses temporales y circunstanciales, así como las afinidades políticas individuales, para adoptar una postura seria y auténtica frente al mundo, basada en nuestros propios valores y objetivos. Significa alejarse de las fluctuaciones de las coyunturas geopolíticas y centrarse en los desafíos genuinos que enfrentamos como región.

La tradición de neutralidad costarricense y el no alineamiento activo

Costa Rica, como pequeño país centroamericano, destaca por su larga trayectoria de buenas prácticas y relaciones diplomáticas con una amplia gama de actores internacionales. Creemos firmemente en la diplomacia, la negociación y el derecho internacional como herramientas clave para resolver diferencias. En este contexto de aguas turbulentas en el mundo, es crucial que el país actúe con inteligencia y arraigado en su tradición pacífica, democrática y civilista.

Como país que no cuenta con fuerzas armadas desde el año 1949, nuestro protagonismo como actor internacional ha sido ejemplar, entre otras cosas, por tener la sabiduría de establecer buenas relaciones diplomáticas con una variedad muy diversa de actores en el mundo, muchas veces con visiones o intereses diferentes, pero sí en el marco del respeto mutuo y la buena voluntad. Estas buenas prácticas fueron reafirmadas con la declaración de neutralidad perpetua, activa y desmilitarizada promulgada por el entonces presidente de la República, el señor Luis Alberto Monge Álvarez, el 15 de septiembre del año 1983.

Hoy, esta valiente posición histórica se alinea perfectamente con la idea del no alineamiento activo, demostrando nuestra visión adelantada a este enfoque. Es en este marco que Costa Rica ha basado sus relaciones internacionales, las cuales siempre han estado marcadas por el respeto mutuo y la no intromisión en los asuntos internos de los estados, siendo de esta manera un modelo para el mundo entero. Nuestra declaración de neutralidad nos puede convertir en uno de los países de la región que lideren con total propiedad y autoridad esta valiosa iniciativa latinoamericana.

En un mundo marcado por una compleja dinámica geopolítica que desafía las categorías tradicionales, el desplazamiento del dominio hegemónico hacia Asia está generando un profundo impacto en las estructuras de poder globales. En este contexto, el surgimiento de nuevas formas de multilateralismo multipolar demanda una respuesta pragmática y soberana por parte de nuestros países del sur global.

Costa Rica, arraigada en su tradición de neutralidad y diálogo, ha sido un ejemplo destacado de esta postura. Su posibilidad de compromiso con el no alineamiento activo refleja una visión adelantada y pragmática en un mundo caracterizado por las tensiones geopolíticas y la fragmentación. Al mantener una posición de respeto mutuo y no intervención, Costa Rica se posiciona como un líder regional en la promoción del diálogo y la cooperación internacional.

Es por ello, que nuestro país ofrece un ejemplo valioso de cómo los principios de neutralidad, diálogo y cooperación pueden servir como pilares fundamentales para abordar los desafíos del mundo contemporáneo. En un momento donde la diplomacia y el respeto mutuo son más necesarios que nunca, el compromiso de Costa Rica con el no alineamiento activo es una luz de esperanza para un futuro de paz y entendimiento entre las naciones.

Se entrega la soberanía

Óscar Madrigal

Óscar Madrigal

La foto recuerda al presidente Chaves fuertemente custodiado por guardaespaldas con armas de grueso calibre, una foto indigna para nuestro país. Ante la crítica, el presidente Chaves contestó que se debía a que estaba tocando los grandes intereses del narcotráfico: “vean estamos poniendo escáner tocando los grandes intereses de los carteles, que impedirá que un solo gramo de droga salga de nuestros puertos, ¿cómo no debo cuidarme?”.

Independientemente de valorar que el escáner no sirvió de mucho, unos días atrás el ministro Nogui informó al país que no había plata para la instalación de los otros dos escáneres y que su manteniendo costaba mucho dinero (esta noticia se lee el 22 marzo en La Nación). El presidente Chaves renunciaba a tocar los poderosos intereses del narco, para usar sus palabras.

Sin embargo, la generala Laura Richardson jefa del Comando Sur del Ejército de los EEUU ya había ofrecido que su país y su ejército otorgarían 4 escáneres al país, los cuales regalaría junto con su instalación y mantenimiento. En otras palabras, que el control directo de la exportación e importación de cocaína estaría en manos del Army. El país solo pondría y tal vez, la electricidad. Todo quedaría en manos del ejército gringo con la contribución de la DEA.

La generala Richardson como buena militar imperial no se anda con pelos en la lengua; su interés -dice- es asegurar los intereses de EEUU en la América Latina, especialmente en dos campos: los recursos naturales y la eliminación de la influencia china. Por supuesto, todo en beneficio de los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos.

El contexto de esta política es la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico, combatir la inseguridad. Ya en el pasado la lucha contra el narco y la inseguridad, como ahora, sirve para militarizar a los países y afianzar los intereses de la potencia norteamericana. En este ambiente las políticas que limitan y anulan la soberanía nacional, son bienvenidas por la ciudadanía sin que noten cuáles son los verdaderos intereses de fondo.

En la Asamblea Legislativa además de los proyectos para aumentar penas y disminuir derechos de los ciudadanos, también se proponen facilitar y ampliar todo lo referente a escuchas telefónicas, geoubicación, visualización de mensajes y cosas tan graves como el intercambio de información de este tipo entre policías de diferentes países. Ya sabemos que actualmente la Embajada de Estados Unidos tiene datos en tiempo real de toda la información y el monitoreo que hace el Centro dedicado a esta actividad en el OIJ. En otras palabras, sin que un juez lo ordene y sin que el cuerpo policial extranjero lo solicite. Y ¿cuál es la razón de ello? En primer lugar, la complicidad de los jueces y funcionarios encargados del Centro, así como de las autoridades judiciales. En segundo lugar, la amenaza de las policías estadounidenses de retirar el software de escuchas que regaló o prestó los EEUU a Costa Rica.

Un proyecto de ley en la AL quiere legalizar esta entrega.

En México el presidente López Obrador continuó la colaboración con la DEA y otras policías, pero no de manera como ocurría en el pasado que disponían por la libre de todo, sino ordenando y poniendo bajo la soberanía del país la información que se les entrega. Así debería ser en nuestro país.

Sin embargo, la generala Laura Richardson y demás autoridades estadounidenses se han encontrado con un presidente, Rodrigo Chaves, absolutamente convencido de entregar este país no solo a los bancos internacionales y al capital financiero, sino que también la soberanía política y judicial a otras instituciones y cuerpos del extranjero.

Estamos en presencia de un presidente, Rodrigo Chaves, tal vez el más entreguista de los últimos años.

El mundo de Charles Michel a las tres y media de la mañana

Gilberto Lopes, en San José
27 de marzo de 2024

Eran las tres y media de la mañana cuando lo despertó una llamada del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski anunciando la invasión de su país. Al oír su voz sombría, el presidente del Consejo Europeo (el órgano que agrupa a los jefes de Estado y de gobierno de los 27 estados miembros), el belga Charles Michel, comprendió que el orden internacional surgido de la II Guerra Mundial había cambiado para siempre.

Michel, un conservador que encabezó un gobierno de coalición en su país entre 2014 y 2019 antes de asumir la presidencia del Consejo Europeo, lo cuenta en un artículo que publicó el pasado 19 de marzo en el diario español El País.

En su visión del mundo, ante las nuevas amenazas que enfrenta Europa, “es necesario reforzar nuestra capacidad de defender el mundo democrático, tanto por Ucrania como por Europa”.

Hoy, en Europa, esa defensa es entendida casi exclusivamente como un desafío militar. Michel lo resume con un viejo cliché: “Si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra”.

Son frases potentes, uno de cuyos efectos principales es eximirnos de pensar. ¿De qué guerra nos habla Michel? ¿De la OTAN contra Rusia?

Michel repite afirmaciones que oímos con frecuencia hoy: “Rusia no se detendrá en Ucrania, del mismo modo que no se detuvo hace diez años en Crimea”.

“Rusia constituye una grave amenaza militar para nuestro continente europeo y para la seguridad mundial”. Prosigue con sus tácticas de desestabilización en todo el mundo, en Moldavia, en Georgia, en el Cáucaso meridional, en los Balcanes Occidentales e incluso en el continente africano”.

Ningún analista serio, ni político ni militar, confirma la idea de que Rusia, una vez finalizada la guerra en Ucrania, se disponga a avanzar sobre sus vecinos europeos. Estaríamos hablando de una guerra contra la OTAN, de un conflicto nuclear. Eso no tiene sentido y es precisamente la naturaleza nuclear de esa guerra lo que le quita todo sentido a la frase de Michel. A menos que estemos todos dispuestos a la tragedia que eso significaría.

Pero Michel no tiene dudas: –Nos enfrentamos a la mayor amenaza a nuestra seguridad desde la Segunda Guerra Mundial, asegura.

Otras visiones del mundo

David Milband, exsecretario de Estado para Asuntos Exteriores del Reino Unido (2007-2010), publicó, hace un año, un artículo con el título de “El mundo más allá de Ucrania” (“The World Beyond Ukraine”. Foreign Affairs, abril 2023).

Ahí dice que la invasión de Ucrania produjo una notable unidad de acción de las democracias liberales del mundo. Pero –agregó– esa unidad de Occidente no fue respaldada por el resto del mundo. Dos tercios de la población mundial, dice Miliband, vive en países oficialmente neutrales, o apoyan a Rusia en este conflicto, incluyendo notables democracias como Brasil, India, Indonesia o Sudáfrica.

Esa distancia entre Occidente y el resto del mundo –agrega el político inglés– “es el resultado de una profunda frustración –ira, en realidad– por la forma como Occidente condujo la globalización desde finales de la Guerra Fría”.

Algo similar ha dicho el presidente ruso, Vladimir Putin. Es una de las razones por las que explica su decisión de irrumpir en el escenario internacional de tal manera, que ha hecho a Michel decir que el orden internacional, heredado de la II Guerra Mundial, “había cambiado para siempre”.

Lo cierto es que una guerra con la OTAN es vista como poco probable por muy diversos analistas. Aunque, naturalmente, dada la naturaleza de la guerra en Ucrania, no se puede descartar, incluyendo la posibilidad de que se desate por un mal cálculo o hasta por accidente.

El pasado 24 de marzo, por ejemplo, Polonia afirmó que un proyectil ruso lanzado contra una base ucraniana cerca de la frontera polaca, había sobrevolado su espacio aéreo por cerca de 40 segundos. Y pedía explicaciones al gobierno ruso, que al final decidió no dárselas, porque Polonia no presentó prueba alguna de lo que estaba afirmando.

Dos días antes, un ex oficial norteamericano, Stanislav Krapivnik, dijo al medio ruso RT, que el gobierno polaco estaba preparando a su población para una guerra con Rusia. Recordó afirmaciones del jefe del Estado Mayor polaco, general Wieslaw Kukula, de que Rusia “se estaba preparando para un conflicto con la OTAN” en la próxima década. Lo que, para Krapivnik, es parte de la preparación psicológica del pueblo para la guerra. No descartó tampoco que Polonia pueda descargar un ataque preventivo contra Rusia, con apoyo de países como la República Checa, o los países bálticos, lo que desataría un inevitable conflicto con la OTAN.

En todo caso, un estudio hecho para la Rand Co. por Samuel Charap y Miranda Priebe, publicado en enero del año pasado, con el título de “Avoid a long war”, concluye que, para Estados Unidos, es más importante evitar tanto una guerra entre la OTAN y Rusia, como una guerra de larga duración entre Rusia y Ucrania.

Todos se sienten amenazados

Predomina entre diversos políticos europeos una misma visión alarmista. Joschka Fischer, exministro de Relaciones Exteriores de Alemania y líder de los verdes, ha insistido en que “no se trata solo de la libertad de Ucrania. Se trata de todo el continente europeo”. Rusia quiere borrar a su vecino del mapa, asegura.

¿Cómo imaginar una guerra de Rusia para conquistar el continente europeo? Fischer se siente amenazado. Michel también. No fue Rusia la que se acercó a las fronteras de la OTAN. Fueron las fronteras de la OTAN las que se fueron acercando a Rusia durante 40 años. Pero esa es una reflexión que no está en el razonamiento de esos políticos europeos.

Como dice el ministro de Relaciones Exteriores sueco (el último país a incorporarse a la OTAN), Tobias Billstrom, “armar a Ucrania es una forma de enfrentar los apetitos de Moscú”. Me parece que Moscú podría pensar que esa es una forma de alimentar los apetitos de la OTAN en su contra.

Para el ministro sueco, en todo caso, no son su país, ni la OTAN, los que constituyen un problema; es el comportamiento irresponsable e imprudente de Rusia, que procura reconstruir su viejo imperio en el Báltico.

¿No se les ocurre pensar que Rusia también se siente amenazada y que antes de invadir Ucrania advirtió muchas veces del riesgo que representaba para ellos el avance sistemático de la OTAN hacia sus fronteras?

Un asomo de sensatez

El tono belicista ocupa cada vez más el espacio del debate. La cumbre de la Unión Europea, el pasado 22 de marzo, “llegó precedida de un ambiente belicista como no se recordaba en Bruselas en muchos años”, dijeron los corresponsales de El País.

La UE pidió a la sociedad civil que se prepare para “todos los peligros”. Michel pidió a Europa pasar “a un régimen de economía de guerra”. En Alemania, una ministra sugirió introducir en los colegios cursos de preparación para enfrentar conflictos.

Se va creando un ambiente de histeria belicista que ha terminado por asustar a algunos de los mismos dirigentes europeos. “No me siento reconocido cuando se habla de convertir Europa en una economía de guerra, ni con expresiones como la tercera guerra mundial”, dijo, en Bruselas, el jefe de gobierno español, Pedro Sánchez.

No es que discrepe de la sugerencia de Michel, de prepararse para la guerra, aunque no comparte el tono que ha adoptado el debate. Pero su propia ministra de Defensa, Margarita Robles, recordaba hace unos días, en una entrevista, que “un misil balístico puede llegar perfectamente desde Rusia a España”.

El mismo representante de la política exterior de la UE, Josep Borrell, quién, con frecuencia, ha alimentado ese ambiente guerrerista, ha preferido ahora advertir contra la tendencia de andar asustando a los ciudadanos europeos con una guerra, exagerando la amenaza de un conflicto directo con Rusia.

“He oído voces que hablan de una guerra inminente. Gracias a dios la guerra no es inminente. Vivimos en paz. Apoyamos a Ucrania, pero no somos parte de esa guerra”. No se trata, para Borrell, de que los soldados europeos “vayan a morir a Donbass”.

Un riesgo que el presidente de Francia y otros países, especialmente los bálticos y Polonia, parecen dispuestos a correr. El canciller de Ucrania, Dimitry Kuleba, en entrevista para Politico, el pasado 25 de marzo, no descartó que países europeos decidan desplegar tropas en Ucrania para contener los avances rusos. “Si Ucrania pierde –aseguró–, Putin no se detendrá”.

Es evidente que la afirmación de Borrell está cargada de contradicciones. Es difícil entender que viven en paz mientras la participación de la OTAN es cada vez mayor en una guerra a la que han desviado recursos que multiplican muchas veces los destinado a cualquier otro de sus proyectos en el mundo.

Fascismo como extrema derecha

«Los políticos europeos están perdiendo la cabeza. La voz de la paz está retrocediendo por completo. Muchos líderes políticos europeos están sufriendo una psicosis de guerra», en opinión el ministro húngaro de Asuntos Exteriores, Peter Szijjarto, el pasado domingo 24.

Hungría –a la que, con frecuencia, acusan en Europa de “populista” y de “extrema derecha”– es un país opuesto a los proyectos de enviar armas a Ucrania.

“Populismo”, un concepto que ha alimentado miles de muy variadas páginas académicas, tiene la ventaja de evitar muchas complicaciones a los periodistas. El calificativo, inútil para explicar el escenario político, sirve para salir del paso sin necesidad de mayores elaboraciones. Les ahorra mucho pensar a ciertos periodistas.

En Alemania le dedican particular atención al papel de un partido al que ubican en la “extrema derecha”: Alternativa para Alemania, AfD por sus siglas en alemán.

El Grand Continent (publicación del Groupe d’études géopolitiques, un centro de investigación independiente con sede en la École Supérieure de París, fundado en mayo de 2019), ha decidido acompañar los abundantes procesos electorales previstos para este año con una serie de entrevistas. Para el caso alemán, entrevistó al historiador Johann Chapoutot (la entrevista puede ser vista aquí: https://legrandcontinent.eu/es/2024/03/24/que-significa-la-afd-en-alemania-una-conversacion-con-johann-chapoutot/)

Chapoutot habló sobre lo que significa AfD para Alemania. “La AfD pasó de un enfoque centrado en cuestiones monetarias a una postura populista más pronunciada”, asegura. “Como muchos partidos de extrema derecha, propone un discurso populista que promete devolver el poder al pueblo frente a una élite que supuestamente se apresura a oprimirlo”.

Pero el mismo Chapoutot –que acude aquí al concepto de “populismo”– aporta elementos para un análisis más profundo sobre esa derecha alemana, extrema, ciertamente, pero representada en las más diversas formaciones políticas del país, no solo en AfD.

En Baviera, donde los muy conservadores socialcristianos de la CSU dominan el panorama electoral, AfD encuentra “poco o casi ningún espacio” para desarrollarse. El fuerte particularismo bávaro parece limitar su avance en una región donde el dominio de una derecha bastante radical (CSU y Freie Wähler) es “abrumador”, dice Chapoutot.

Tras la reunificación de Alemania, en 1990 –insiste Chapoutot–, jóvenes del Este se volcaron al nacionalismo, en respuesta a lo que percibían como un robo de identidad de cara a la dominación occidental, tras la caída de la RDA.

Un desempleo del 30%, la liquidación de la industria y de la artesanía de Alemania Oriental, la violencia de la “toma del poder” (Übernahme) o de la “anexión” (Anschluss) por parte de las empresas de Alemania Occidental provocaron un trauma social “cuya intensidad nos cuesta medir, y cuyas secuelas culturales y políticas siguen muy vivas 35 años después”, agrega.

Helmut Kohl, canciller demócrata cristiano que condujo el proceso de unificación, y su ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble (el mismo que, años después, impondría condiciones leoninas en la renegociación de la deuda griega, para salvar a los bancos alemanes comprometidos con esos préstamos) habían permitido a las empresas renunciar a la legislación laboral, a cambio de que se instalasen en el Este. Y que se volvieron un laboratorio de “políticas sociales”, impuestas a continuación en el Oeste por los socialdemócratas Gerhard Schröder y Peter Hartz, con sus ofertas de “mini jobs” para os alemanes desempleados.

Chapoutot nos recuerda el acercamiento de los verdes a la CDU, los mismos verdes que integran la actual coalición de gobierno con los socialdemócratas y liberales, y defienden una agresiva política contra Rusia.

Los liberales (FDP), cada vez más extremistas en sus posiciones conservadoras, asumen las propuestas más duras de la AfD, dice Chapoutot. Al igual que la extrema derecha, el FDP es anti-ecologista, pro-empresa, anti-impuestos, anti-estándares… La propuesta de bajar impuestos tiene como corolario la destrucción de los servicios públicos y el abandono de las infraestructuras.

Esa es la extrema derecha alemana y europea que, según las más diversas estimaciones, no solo se consolidará en el escenario político europeo (en el Parlamento, en la Comisión y en el Consejo) en las elecciones de junio próximo, sino que se inclinará aún más hacia la derecha, sin que haga falta, para comprender lo que está en juego, acudir a “populismos”, ni a la búsqueda de posiciones más extremas, porque no las hay (aunque se discrepe sobre migración y algún otro tema).

Los mismos que luchan contra Rusia, sostienen a Ucrania y a Israel, y piensan que para conseguir la paz hay que prepararse para la guerra, en vez de negociar una paz que ofrezca a los europeos (y al resto del mundo) seguridad y garantías de un desarrollo común.

No es necesario reforzar la capacidad europea “de defender el mundo democrático, tanto por Ucrania como por Europa”, como pretende Michel. El problema, esta vez, es que una nueva guerra europea nos arrastrará a todos, pondrá fin a la humanidad, tal como la conocemos. En una guerra así no habrá espectadores. Seremos todos víctimas.

FIN

El atentado de Moscú y la Operación Gladio 2.0

Germán Gorraiz López- Analista

El eje globalista anglo-judío estaría preparando un escenario bélico que abarcaría prácticamente la totalidad de la cartografía terrestre, quedando América Latina como islote en un océano borrascoso. El objetivo confeso de los globalistas encabezados por Soros y la Open Society Foundation (OSF) sería la implementación del Nuevo Orden Mundial (NWO), que implicaría la recuperación del papel de EEUU como gendarme mundial siguiendo la Doctrina Brzezinski.

De lo anterior, se deduce que una victoria republicana en noviembre del 2024 representaría el ocaso de la estrategia atlantista de Biden y Soros empecinados en defenestrar a Putin del poder, la firma de un acuerdo de Paz en Ucrania y el retorno a la Doctrina de la Coexistencia Pacífica con Rusia. Ello supondría la entronización del G-3 (EEUU, Rusia y China) como «primus inter pares» en la gobernanza mundial y el final del sueño obsesivo de los globalistas encabezados por Soros y la Open Society Foundation (OSF) de conseguir la balcanización de Rusia, «la ballena blanca que los globalistas llevan décadas intentando cazar».

Así, la CIA habría ideado supuestamente la presión Gladio.2.0, consistente en despertar a sus células durmientes y provocar cruentos atentados de gran impacto mediático en Rusia y su posterior contrarréplica en países vecinos a Ucrania con el objetivo confeso de provocar la implicación de la OTAN en un conflicto total con Rusia que por mimetismo podría extenderse a Extremo Oriente y desembocar en la Tercera Guerra Mundial.

El estreno del Plan Gladio 2.0 habría sido el cruento atentado en la sala de conciertos Crocus de Moscú, con el saldo de cerca de 140 muertos y más de 150 heridos y cuya autoría fue inicialmente reivindicada por el ISIS y posteriormente descartada por la editora en jefe de la televisión y canal ruso RT, Margarita Simonian, quien ha afirmado que «el atentado terrorista en Moscú no tiene nada que ver con el ISIS, sino con Ucrania», siendo previsible una respuesta  de Moscú siguiendo el esquema de acción-reacción.

Finalmente, al estar EEUU inmerso en la campaña electoral para las presidenciales de noviembre, Francia, Polonia y Reino Unido serían el tridente elegido por los globalistas para implosionar el frente ucraniano la próxima primavera y provocar la posterior entrada de la OTAN en un conflicto abierto con la Rusia de un Putin reelegido hasta el 2030.

El fémur cicatrizado

Oscar Madrigal

Hay una anécdota, dicen que muy conocida, de la antropóloga estadounidense Margaret Mead, cuando en una conferencia un estudiante le preguntó cuál era el primer signo que evidenciaría el inicio del proceso civilizatorio del animal humano, y la audiencia esperaba una respuesta relacionada con la primera piedra tallada o la primera lanza o el dominio del fuego, ella contestó: “El fémur que alguien se rompió y que luego apareció cicatrizado”.

Muchas cosas se pueden deducir de esa respuesta: la solidaridad, la compasión, el acompañamiento, la colectividad… El fémur roto hubiera significado la muerte, si no es que algunos renunciaron a sus labores habituales para cuidarlo, alimentarlo y otros tuvieron que sustituirlos en la colectividad, lo cual ya solo fue posible por la colaboración, la ayuda, la ternura y la fraternidad y el compañerismo del grupo.

Esa bondad y cariño, ¿lo ha perdido esta civilización? En general, creo que no. Eso es lo que nos hizo realmente humanos.

Sin embargo, cuando se analizan los diversos conflictos a lo largo de la historia y, principalmente en la actualidad, cuando deberíamos ser más civilizados, la respuesta no es tan clara.

Los conflictos actuales ahí están, en primer lugar, los de Gaza y Ucrania, pero también tenemos al frente de nuestra puerta a Haití que se desangra diariamente, así como muchos otros.

Sin embargo, sobresale por encima de todos ellos, el genocidio de Gaza, el asesinato inmisericorde del pueblo palestino, especialmente de mujeres y niños, muchos de ellos muertos por hambre, ante la mirada impotente y desesperada del mundo.

Y no se diga que reclamar el alto al fuego, el cese del genocidio y la masacre es una posición antisemita o contra los judíos. Esta excusa en la cual se ha parapetado con especial virulencia el gobierno ultraderechista y corrupto de Netanyahu ya es imposible de sostener porque incluso líderes judíos del mundo expresan su oposición a la política del corrupto gobierno de Israel.

“El líder de la mayoría demócrata en el Senado de EEUU, Chuck Schumer —el legislador de mayor rango de religión judía— ha lanzado este jueves fuertes críticas contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, al que ha acusado de ser un “obstáculo para la paz” en Oriente Próximo”, como lo han dicho las noticias.

La reivindicación de un alto al fuego, de la paz en Gaza y el reconocimiento de los derechos de los palestinos, no es un asunto de los antisemitas, ni de anti-judaísmo, ni de religión; es un asunto de humanidad, de solidaridad, de volver a los huesos cicatrizados.

La solidaridad con Gaza no es tampoco un asunto de la izquierda internacional. Desde artistas como Susan Sarandon, el secretario general de la ONU, el presidente de España y hasta los judíos ortodoxos se oponen a un genocidio que se trasmite todos los días por la televisión.

La actual candidata a la presidencia de México y muy probablemente posible presidenta en sustitución de AMLO, Claudia Sheinbaum, es de origen judío. Y es de izquierda y de un partido izquierdista.

Pero el hecho es que el Estado de Israel ha venido asumiendo posiciones cada vez más de ultraderecha, hasta convertirse en un Estado dominado por las fuerzas militares. Su carácter democrático cada vez viene a menos, para convertirse en un estado supremacista racial, etnonacionalista, practicante del apartheid, conculcador de la independencia judicial, exportador de armas y aparatos de seguridad y cercenador de la libertad de prensa. Este no es el Estado de Israel que todos queremos ni ejemplo para el mundo.

“En una encuesta de 2021 un cuarto de los judíos de Estados Unidos respondió que Israel era un Estado de apartheid. Incluso el editor de Haaretz, el periódico más progresista, además de, por supuesto, sionista, lo admite. “El producto del sionismo, el Estado de Israel, no es un Estado judío democrático, sino que simple y llanamente se ha convertido en un Estado de apartheid. Se pueden decir muchas cosas al respecto, pero no se puede decir que Israel está llevando a cabo el sionismo como un Estado judío democrático”, escribió Amos Schocken en 2021”.

“La reivindicación de que Israel es una democracia floreciente en el corazón de Oriente Próximo está rebatida por los hechos. Todos los medios de comunicación de Israel, junto con editores y autores, deben enviar las historias relacionadas con asuntos exteriores y seguridad al censor jefe militar de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) antes de su publicación. Es una regulación arcaica que comenzó poco después del nacimiento de Israel. El censor tiene la potestad de bloquear por completo la historia o de redactarla parcialmente”. (Citas del libro “El laboratorio Palestino” del escritor judío Anthony Loewenstein).

De lo dicho resulta claro que Israel no puede seguir por el camino de la ultraderecha violatoria de los derechos humanos y que el Humanismo que dio forma a la civilización humana, debe retornar y formar parte de la política mundial.

¡No tendremos oportunidad de aplaudir!

Gilberto Lopes, desde San José
9 marzo 2024

  • Una Europa de perfil alemán
  • Mientras tanto… ¿cómo le ha ido a Inglaterra?
  • Los rusos… ¿afuera o derrotados?
  • Conservadores y socialistas
  • La amenaza rusa
  • La OTAN se prepara para la guerra

“Los norteamericanos adentro, los rusos afuera, los alemanes abajo”. Así definía Lord Ismay –Hastings Lionel Ismay, I Barón Ismay, general del ejército británico, primer Secretario General de la OTAN (1952-57)– los objetivos de la organización, fundada en 1952, en plena guerra de Corea y comienzos de la Guerra Fría.

Como nos advierte Víctor Davis Hanson, historiador de la Hoover Institution, en la Universidad de Stanford, autor del libro “The Second World Wars: How the First Global Conflict Was Fought and Won”, Lord Ismay no se refería a dejar afuera a la Unión Soviética (que, alguna vez pretendió, sin éxito, sumarse a la OTAN), sino a los “rusos”. Tampoco a Alemania del este, o a los nazis. Simplemente, a los “alemanes”.

En un artículo publicado en julio de 2017, Hanson afirmaba que Ismay entendía que, atrapada entre Alemania y Rusia, Europa necesitaba un poderoso aliado externo para evitar nuevos conflictos. Ese aliado era Estados Unidos­, entonces tentado por el aislacionismo ante el riesgo de involucrarse en otra guerra europea. Una preocupación que el eventual triunfo de Trump en noviembre próximo despierta nuevamente.

Lo que Hanson no dice es que impedir el surgimiento en el continente europeo de una potencia que pudiera desafiar a Londres fue siempre un objetivo clave de la moderna política exterior británica.

Por alguna razón, diría Hanson, tanto la exprimera ministra inglesa, Margaret Thatcher (1979-90), como Mijaíl Gorbachov, Secretario General de Partido Comunista de la Unión Soviética (1985-91), veían con preocupación la unificación alemana en 1989. Tanto a Lord Ismay como a Thatcher, o a Gorbachov, una Alemania dividida les parecía más seguro.

Pese a que hoy, en muchos aspectos, Alemania es un “modelo de democracia”, no hay que olvidar ciertas “raíces” que hacen pensar que la historia podría repetirse, agregó Hanson. El general Ismay no dejaba de recordar la guerra Franco-Prusiana de 1870-71, ni el papel de Alemania en las dos guerras mundiales.

Una Europa de perfil alemán

El objetivo de la OTAN, de mantener “a los alemanes abajo”, no se cumplió. La unificación alemana, en 1990, y el Brexit, aprobado en un referendo el 23 de junio del 2016, por el que Gran Bretaña decidió salirse de la Unión Europea, son dos expresiones de ese fracaso.

Catorce años antes del Brexit, el 1 de enero del 2002, había entrado en circulación, en doce Estados europeos, el euro, la moneda única que Gran Bretaña nunca adoptó. Empezaba ya entonces su retirada de una Europa que se iba organizando, cada vez más, con un perfil alemán.

El euro fue la espina dorsal de esa construcción. Una moneda común que evitaba la valorización de una moneda nacional, como el marco, haciendo más caras las exportaciones de un país que mantenía un creciente superávit comercial, como era el caso de Alemania.

El banco central alemán controlaba de hecho las finanzas europeas, dice Hanson. Las empobrecidas economías del Mediterráneo estaban atadas a la alemana, que vio en el Brexit “una intolerable afrenta a su liderazgo”.

Abundan los análisis sobre el efecto del euro en las economías europeas y no es posible analizarlo aquí en detalle. Sugiero el texto de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía y autor del libro “El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa”, publicado en 2017. Para Stiglitz, para salvar el proyecto europeo había que abandonar el euro. El euro ha hecho que los países más débiles lo sean aún más y que los más fuertes se hayan reforzado, dice Stiglitz. El PIB alemán, que era 10,4 veces el de Grecia, en 2007, pasó a serlo 15 veces, en 2015.

Adam Tooze, historiador económico británico, ya señalaba, en septiembre de 2012, en la revista Foreign Affairs, que el crecimiento de Alemania era insostenible, porque gran parte de su superávit era logrado a costa del déficit en cuenta corriente de los países europeos en crisis.

Alemania veía en el enorme superávit comercial –que disfrutó desde el 2000– como una forma de retornar a los viejos días de gloria posteriores a la II Guerra Mundial. Pero entonces, dice Tooze, invertían en el país. En 2012, Alemania invertía más en el extranjero que en casa. En ese sentido el superávit no era una repetición del modelo de crecimiento de posguerra, “sino una señal de su descomposición”.

Quizás en ningún otro escenario esa Europa “alemana” se dibujó con mayor dramatismo que en las condiciones impuestas a Grecia en la renegociación de su deuda, en 2015, con el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble (2009-2017), desempeñando un agresivo papel en la imposición de drásticos recortes a los gastos públicos, privatizaciones y la obligación de hacerla pagar hasta el último centavo de la deuda. Los gobiernos de la Eurozona no querían ver ni en pintura una renegociación, un alivio a la deuda griega.

Poco a poco se fue conociendo de qué se trataba todo eso. El FMI había decidido proteger los bancos afectados, principalmente alemanes y franceses, expuestos a la deuda griega. Se sacrificó la economía griega para salvar el proyecto del euro y el sistema bancario del norte de Europa.

Mario Draghi, entonces presidente del banco, reconoció que los países de la eurozona obtuvieron beneficios por 7,8 mil millones de euros gracias a las condiciones que impusieron a Grecia en la renegociación de su deuda. Berlín ganó cerca de 2,9 mil millones de euros con la crisis griega, gracias a la parte que le correspondía de las ganancias generadas por el programa de compra de títulos de la deuda griega por el Banco Central Europeo (BCE).

Mientras tanto… ¿cómo le ha ido a Inglaterra?

En 2018, la primera ministra británica, Theresa May, negociaba con la Comisión Europea los acuerdos que regularían la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, luego del referendo de junio del 2016.

“En la famosa cena de Downing Street, de Theresa May con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, la primera ministra planteó que debían comprometerse a conseguir que el Brexit fuera un “éxito». Un perplejo Juncker le recordó que eso era imposible, porque las dos partes iban a salir perdiendo”.

El luxemburgués Juncker era el mismo que, junto con el alemán Schäuble, se había ensañado con Grecia tres años antes, en la renegociación de la deuda.

En noviembre del 2022 el Banco de Inglaterra advirtió que el Reino Unido enfrentaba un escenario «muy desafiante» para su economía y que el desempleo prácticamente se duplicaría para 2025, pasando de 3,5% a casi 6,5%. Si bien no sería la recesión más profunda de su historia, sería la más larga desde que comenzaron los registros en los años 20, dijo el banco central.

El gobierno conservador de Rishi Sunak anunciaba nuevos recortes de gastos y aumento de las tasas de interés. La oposición laborista advertía que las familias no podrían soportar estos aumentos, que los precios de los alimentos y la factura de energía iban en aumento y ahora tendrían que hacer frente a tasas hipotecarias más altas.

Ya entonces se leía en la prensa británica que millones de personas se veían obligadas a saltarse comidas (o a quedarse el día entero sin comer). En una, de cada cuatro casas con niños, se estaba viviendo inseguridad alimentaria.

En octubre del 2022, la BBC publicó un artículo titulado “Ratas, huesos y barro: los alimentos del hambre que la gente desesperada come para sobrevivir”. “Hay personas que están comiendo alimentos para mascotas y calentando su comida con velas”, decía otro artículo, dos meses después, en un comentario sobre los efectos de la inflación en el Reino Unido.

Con la economía prácticamente estancada, el FMI prevé un crecimiento del PIB de 0,6% en 2024. La OCDE proyectó una contracción de 0,4% en 2023 y un crecimiento más modesto, de 0,2% en 2024.

Una encuesta de opinión del Observer señaló que 41% de los entrevistados opinaban que Gran Bretaña se había hecho menos influyente en los últimos diez años. 19% estimaba que más. 35% estimaba que el Brexit le había dado menos influencia, frente a 26% que opinaba lo contrario.

Las previsiones de la Comisión Europea sobre la economía de la región tampoco son optimistas. “El importante estancamiento de la UE a lo largo de 2023 se tradujo en un débil impulso al entrar en el nuevo año. […] la economía de la UE entró en 2024 en una situación más débil de lo previsto, y los últimos indicadores no sugieren un repunte inminente”.

No era el escenario imaginado por los ingleses cuando se creó la OTAN, hace ya 75 años.

Los rusos… ¿afuera o derrotados?

Ya no se trata de dejar a los rusos afuera de la OTAN, como planteaba Lord Ismay. Ahora el objetivo de sus países miembros es derrotar a Rusia. Algo mucho más ambicioso… y peligroso.

La era de la posguerra ha terminado”, dijo el primer ministro polaco, Donald Tusk, en una reunión del conservador Partido Popular Europeo (PPE) en Bucarest, Rumania. «Estamos viviendo nuevos tiempos: una era de preguerra». O luchamos para proteger nuestras fronteras, territorio y valores, para defender a nuestros ciudadanos y a las generaciones futuras, o [aceptamos] la alternativa que es la derrota”.

La derrota de Rusia “es indispensable para la seguridad de Europa”, opina también del presidente francés. “Europa se pone en pie de guerra”, decían, entusiasmados, dos corresponsales del diario español “El País”. “Más munición, más producción de armamento, mayor inversión y coordinación en capacidades de defensa”.

La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aseguró ante el parlamento europeo que “la amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible”. Para los periodistas españoles es un granito más, un aporte al cambio de paradigma, una advertencia para que los ciudadanos europeos se preparen mentalmente para la guerra, como lo pidió el gobierno sueco, recién incorporado a la OTAN.

¿Para qué guerra deben prepararse los ciudadanos europeos?, deberíamos preguntarnos desde América Latina. Y desde todo el mundo. ¿Estarán en sus cabales quienes pretenden prepararse para una guerra entre Rusia y la OTAN? ¿Quienes hablan de la necesidad de producir más municiones, o de un cambio de paradigma? ¿De qué municiones están hablando, de qué paradigma?

Para el canciller ruso, Sergei Lavrov, la corriente de los partidarios de la guerra es muy fuerte en Europa. Putin ha reiterado que no tiene intención de librar una guerra con la OTAN, que será, inevitablemente, una guerra nuclear.

Hay quienes piensan que avanzando en la militarización de Europa y acercando las fronteras de la OTAN a Rusia estaremos todos más seguros. La advertencia de von der Leyen –aseguran los periodistas españoles– no es más que la última “de una cadena de llamativas declaraciones que alertan del riesgo de que el presidente ruso, Vladimir Putin, ataque un país europeo”.

Las advertencias son en el mismo tono, nunca precisos: “Nuestros expertos prevén que esto podría ser en un periodo de cinco a ocho años”, según el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius. Para el titular de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, el hipotético ataque podría suceder incluso antes”.

Conservadores y socialistas

Los periodistas se entusiasman con lo que consideran “un paso histórico” de la UE, de apoyar militarmente a Kiev con fondos intergubernamentales. O que el Banco Europeo de Inversiones cambie su política crediticia “para financiar empresas que fabrican armas y municiones”.

Occidente ha incrementado progresivamente su participación en la guerra: suministra artillería de largo alcance, avanzados sistemas de defensa aérea, tanques, misiles crucero, inteligencia por satélite.

Para al jefe del servicio de inteligencia de Estonia el Kremlin está, “probablemente”, anticipándose a un “posible” conflicto con la OTAN, en la próxima década, “o algo así…” “Los ministros de Defensa de Dinamarca y Alemania han advertido también que Rusia puede atacar a la OTAN en menos de una década”.

“Nos encontramos ante el amanecer de una nueva era más turbulenta y difícil”, dice la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, en el congreso de los socialistas europeos, en Roma. Putin es el “gran desestabilizador”. “Rusia ataca donde huele debilidad”. Por lo tanto, se trata de sumar fuerzas en su contra.

Es el mismo congreso donde se designará al luxemburgués Nicolas Schmit candidato del Partido Socialista Europeo (PSE) a la presidencia de la Comisión. A la que los conservadores llevarán como candidata a la reelección a la actual presidente. Se elige el parlamento europeo en junio próximo, y luego se encarga de elegir a los altos funcionarios de la Comisión. Según los grandes medios europeos, los conservadores no solo tienen asegurada una mayoría, sino que, corridos aún más hacia la derecha, consolidarán un bloque mayor que el actual.

Schmit fue tajante: “No hay compromiso posible con la extrema derecha, ni con quienes la respaldan y amparan”. Luego agrega: “No podemos aceptar que nuestros hijos estén expuestos a amenazas permanentes (de Vladímir Putin), al chantaje permanente de una potencia (Rusia) que es una potencia imperialista y, por sus orientaciones, una potencia fascista”.

Nadie habla del avance permanente de la OTAN hacia las fronteras rusas, del Maidán ucraniano del 2013-14, estimulado por Estados Unidos. Solo de la “amenaza rusa”. “La defensa de Ucrania es esencial para la estabilidad europea y para prevenir la expansión del poder global ruso. Contener a Rusia en Ucrania significa mantener la línea de contacto tan cerca de la frontera rusa como posible, restringiendo las tendencias expansionistas rusas”, estiman cuatro académicos del Center for Strategic and International Studies (CSIS), una organización con base en Washington.

“Europa se reafirma”, según los periodistas españoles. En 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea el presupuesto militar de los aliados europeos de la OTAN era de 235 mil millones de dólares: 1,47% del PIB. En 2023, la cantidad ascendió a 347 mil millones de dólares, equivalentes a un 1,85% del PIB. Para 2024 se espera 380 mil millones. Un 2% del PIB. Cifra considerada ya insuficiente por los países europeos.

La amenaza rusa

¿Es Rusia una verdadera amenaza para la OTAN? se preguntaban Andrea Kendall-Taylor, directora del Programa de Seguridad Transatlántica del Center for a New American Security, y Greg Weaver, exdirector de la oficina del Subsecretario de Defensa para Políticas, en un artículo publicado el 5 de marzo en Politico.

No lo ponían en duda. En su artículo trataban de analizar como debían prepararse los aliados de la OTAN para enfrentar una agresión rusa que, pese a todas las evidencias en contrario, estimaban muy probable.

Weaver y Kendall-Taylor citan al exjefe del Estado Mayor conjunto de los Estados Unidos, el general Mike Milley, quien explicaba que, si bien los gastos para disuadir una agresión son altos, muchos más altos son los de pelear una gran guerra.

Les preocupa tener que pelear en dos escenarios: en Europa y Asia. Para eso se necesita asegurar la capacidad de transportar y abastecer sus fuerzas, por mar y aire, en los escenarios de batalla y de contar con suficientes municiones convencionales para mantener su superioridad.

Fyodor Lukyanov, director del Grupo de Debates de Valdai, nos sugiere otra visión del problema. La élite occidental gobernante es hoy muy distinta a la de generaciones anteriores, pues cree en su infalibilidad. Piensa que cualquier desvío de las normas políticas e ideológicas establecidas después de la Guerra Fría sería “una real catástrofe para el mundo”. Y como cualquier compromiso con los rusos significaría eso, “es necesario evitarlo a toda costa”.

“Los Estados Unidos fueron incapaces de manejar la responsabilidad de ser la única superpotencia del mundo al finalizar la Guerra Fría”, dijo Putin en el reciente Festival de la Juventud, en Sochi.

Lukyanov se refiere al origen de esas ideas, a la mentalidad del “fin de la historia” que prevaleció con el fin del socialismo en el este europeo. El mundo parecía caminar en una sola dirección, hasta que se toparon con una nueva realidad, con Estados capaces de oponerse y bloquear ese movimiento.

Durante veinte años Rusia trató de hacer ver la necesidad de reacomodar el orden internacional. Esas advertencias fueron ignoradas. El resultado fue lo ocurrido el 24 de febrero del 2022, cuando sus tropas entraron en Ucrania. Rusia trata ahora, con la fuerza militar, de obligar a Occidente a revisar su enfoque de los años 90, a buscar un nuevo acuerdo sobre el escenario de seguridad europeo, dice Lukyanov.

El que la retórica de Occidente sobre lo inadmisible de una victoria de Moscú sea cada vez más estridente es alarmante. “Estamos entrando en un período peligroso”, en su opinión.

Para el diplomático hindú Kanwai Sibal, exembajador en Rusia (2004-07), los países miembros de la Unión Europea prometen más armas para Ucrania, mientras se niegan a aceptar la afirmación de Moscú de que no tienen planes de atacar ningún país de la OTAN. Piensan que aumentando el nivel de la confrontación, van a obligar a Moscú a sentarse en la mesa de negociaciones.

“Esto puede ser un grave error de apreciación”, estimó. Lejos de forzar una solución negociada al conflicto, esa lógica puede conducir inexorablemente a una confrontación entre Rusia y la OTAN.

El argumento es que si Rusia vence, atacará otros países para satisfacer sus ambiciones imperiales.

“¿Alguien en esta sala piensa que Putin parará en Ucrania? Les garantizo que no”, dijo Joe Biden en su discurso sobre el estado de la nación, el pasado 7 de marzo. La frase me recordó la del entonces Secretario de Estado Colin Powel quien, un 5 de febrero del 2003, exhibía ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una muestra de ántrax, supuestamente del arsenal de Sadam Husein, un argumento más para justificar, mes y medio después, la invasión de Irak.

Son falsos argumentos, dice Sibal. “Putin ha estado en el poder 24 años, la OTAN se ha expandido cinco veces, sus tropas y los misiles norteamericanos están estacionados cerca de las fronteras rusas, sin ninguna respuesta agresiva de Rusia”. Nadie explica ahora porque Rusia tendría interés de atacar a la OTAN.

Putin ha advertido a Occidente de los riesgos de sus políticas, especialmente del avance de la OTAN hacia sus fronteras. Lo hizo en el 2007, en su discurso en la conferencia de seguridad de Múnich y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Su última oferta de un acuerdo, en diciembre del 2022, dos meses antes de la invasión de Ucrania, fue rechazada.

Occidente piensa que Moscú no responderá militarmente si Occidente sigue incrementando su apoyo a Ucrania. “Esto puede ser un serio error de apreciación; puede explicar porque los europeos no toman debida nota del formidable aparato nuclear ruso”. “Esto –dijo Sibal–puede arrastrar a Occidente, y a todo el mundo, a la pesadilla nuclear.

La OTAN se prepara para la guerra

El que Rusia no tenga los medios para lograr sus ambiciones neoimperiales no le impide tratar de alcanzarlas hasta un amargo final, dijo Joschka Fischer, exministro de Relaciones Exteriores y líder de los verdes alemanes (que hoy ocupan nuevamente esa cartera, a cargo de la expeacenik Annalena Baerbock).

Sobre las ambiciones neoimperiales, las lecciones más recientes de la historia revelan que lo que Fischer atribuye a Rusia calza mejor con el comportamiento alemán. Ambiciones imperiales que nos han conducido a amargos intermedios, pero que, repetida, nos puede conducir al final amargo a que hace referencia el político alemán.

La Unión Europea ya no es solo un proyecto de paz. Europa tiene que prepararse para la guerra. Este programa no contradice el objetivo inicial de prevenir la guerra en Europa, dijo Riho Terras, un conservador miembro del parlamento europeo y excomandante militar de Estonia.La Comisión Europea acaba de presentar una Estrategia Industrial de Defensa junto con un fondo de subsidios de al menos 1.500 millones de euros para un Programa Europeo de Inversiones en Defensa. Pero se va a necesitar mucho más, si Europa pretende crear un complejo industrial competitivo, en opinión del Comisario de Industria de la Comisión Europea, Thierry Breton. Se necesitarían cien mil millones de euros. Algo que otros diplomáticos europeos ven más allá de toda posibilidad.Cuando la OTAN fue creada, Estados Unidos era una potencia en plena expansión. Fue su momento de mayor preponderancia en el escenario internacional. Controlaba entonces cerca del 50% de la industria mundial.

En 1999, diez años después del final de la Guerra Fría, Bill Clinton (93-2001) anunció que Estados Unidos tenía por delante un futuro próspero y brillante. Parecía cierto: el país era más rico que nunca.

Desde entonces, el porcentaje de su participación en la economía mundial, su productividad, no han cesado de caer, mientras crece la obsolescencia de su industria manufacturera y de su infraestructura.

La inestabilidad financiera es solo uno de los problemas de la economía occidental, dijo el analista económico del Financial Times, Martin Wolf, en su más reciente libro, “The crisis of democratic capitalism”. Es un largo texto, para una crisis profunda, a la que Wolf agrega otros factores, como “la creciente desigualdad, la creciente inseguridad personal y el lento crecimiento económico, especialmente después de la Gran Recesión”.

El debate sobre la decadencia del imperio norteamericano tiene muchas aristas, pero es evidente que el país que impuso las reglas de Bretton Woods al mundo hoy tiene que esforzarse para tratar de mantenerlas, antes de que se les vayan de las manos.

Es el mismo que hizo de la OTAN la columna vertebral de su política de defensa, una organización beligerante que sigue estrechando el cerco en torno a Rusia, moviéndose cada vez más cerca de una guerra nuclear de la que sus líderes parecen soñar con salir vencedores.

¿Nos quedaremos, el resto del mundo, como simples espectadores de una obra sobre nuestro final? ¿Tendrá alguna posibilidad de éxito el esfuerzo mediador de China, con la gira, a principios de marzo, de su representante especial para los asuntos de Eurasia, Li Hui, que incluyó Kiev? ¿O los de Lula, o los de Petro, o los del Papa Francisco? Lo único inaceptable es esperar sentados que caiga la telón…

¡No tendremos oportunidad de aplaudir!

FIN

Reflexiones sobre el Foro de la Multipolaridad Rusia 2024

El Movimiento Manuel Mora Valverde organizó la charla Reflexiones sobre el Foro de la Multipolaridad Rusia 2024, que impartirá el docente e investigador Mauricio Ramírez Núñez quien compartirá su participación y experiencia en dicha actividad.

– Fecha y hora: sábado 9 de marzo de 2024 a las 4:00 p.m.
– Lugar: Barrio Colonia del Río. Guadalupe, Goicoechea.
– Cupo limitado. Si desea participar puede comunicarlo al 8318-8273, con Antonio Naranjo.

¡Esta actividad busca ampliar perspectivas e invitar al diálogo y el análisis geopolítico!

La OTAN y el “problema ruso”

Gilberto Lopes, en Costa Rica

Feb 2024

El “problema ruso» representa un reto enorme para la Unión Europea, dijo el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell. Hablando al concluir la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich, Borrell advertía contra el peligro de un largo período de tensiones. Temía que Rusia se viera tentada a aumentar sus “provocaciones políticas y militares contra los países de la OTAN”.

La formulación de Borrell nos pone frente a un problema no fácil de definir: el “problema ruso”. Hay muchos intentos de hacerlo, tanto en las intervenciones de los líderes mundiales, reunidos en Múnich entre el 16 y el 18 de febrero pasado, como en los análisis de periodistas y expertos.

David E. Sanger y Steven Erlanger, del NYT, nos dan algunas pistas en un artículo de opinión sobre los resultados de la conferencia, publicado el mismo 18 de febrero. En su opinión, nada de lo que los líderes occidentales hagan –ni las sanciones, ni las condenas, ni los esfuerzos militares– cambiarán las intenciones de Putin de desarticular el actual orden mundial. Para ellos, ese sería el “problema ruso”.

El paso dado por Putin, su irrupción más decisiva en el contexto político internacional, ha sido la invasión de Ucrania. El presidente ruso ha explicado muchas veces sus razones. Lo hizo en 2007, en la misma reunión de Múnich a la que, este año, no fue invitado. Lo preocupaba la expansión de la OTAN hacia sus fronteras.

Minando la confianza

“Hoy estamos viendo un incontrolable abuso de la fuerza militar en las relaciones internacionales; un Estado, principalmente Estados Unidos, ha traspasado sus fronteras nacionales de todos los modos posibles. Esto es extremadamente peligroso, nadie se siente seguro”, dijo Putin en Múnich, en 2007.

Además de la amenaza militar, generaba especial inquietud el hecho de que eso se hiciera sin respetar las promesas hechas a Rusia cuando se derrumbó el mundo socialista del este europeo y se unificó Alemania y la OTAN se expandió hacia el este, acercándose a la frontera de Rusia. Se creó una relación de desconfianza corrosiva en las relaciones internacionales, a la que se refería Putin en Múnich.

La rebelión de Maidán, a fines de 2013 y principios del 2014, apoyada por Washington, creó la condiciones para extender ese movimiento hacia Ucrania, donde las especiales relaciones históricas, políticas y culturales con Rusia plantearon nuevos desafíos.

Con los países bálticos incorporados a la organización, la frontera de la OTAN estaba ya a unos 600 km de Moscú. Rusia logró impedir que un nuevo “Maidán” pusiera en Minsk otro gobierno alineado con Occidente, impidiendo que la OTAN se instalara en toda su frontera europea.

Con la eventual incorporación de Ucrania en la OTAN, una nueva “Cortina de Hierro” aislaría Rusia de Europa, con una frontera desde el Báltico hasta el mar Negro, solo interrumpida por Bielorrusia. La intervención militar rusa en Ucrania tiene entre sus principales objetivos –definidos por el presidente ruso– evitar esa situación.

Desde el Maidán, las tensiones entre Kiev y los habitantes de los territorios ucranianos fronterizos ­–las repúblicas de Donetsk y Lugansk, y las provincias de Jersón y Zaporozhie– se fueron transformando en enfrentamientos armados cada vez más frecuentes. Los intentos por resolver el conflicto entre separatistas prorrusos y el gobierno ucraniano con los Acuerdos de Minsk I y II, en 2014 y 2015, fracasaron.

No solo fracasaron, sino que dieron pie, años después, a una revelación poco usual en el escenario político internacional. El entonces presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, teóricamente garantes del acuerdo, reconocieron que esas negociaciones no tenían más objetivo que darle tiempo a Ucrania para fortalecer sus fuerzas armadas.

“El acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania”, dijo Merkel en una entrevista con el semanario alemán Die Zeit. Merkel había dicho al Die Zeit que el problema no se iba a resolver, pero que la negociación le iba a dar a Ucrania un “tiempo precioso”.

En diciembre de 2022, el periódico Kyiv Independent le preguntó a Hollande si él también creía que las negociaciones de Minsk tenían como objetivo retrasar los “avances rusos” en Ucrania. –Sí, dijo. Angela Merkel tenía razón en este punto. Los acuerdos de Minsk detuvieron la ofensiva rusa por un tiempo.

Putin, por su parte, se dijo sorprendido por la declaración de Merkel: –Me tomó completamente por sorpresa. Es decepcionante. Honestamente, no esperaba algo así de la excanciller, afirmó.

Sumada a la desconfianza creada por el no cumplimiento de la promesa de no acercar la OTAN a la frontera rusa, el reconocimiento de que no se negociaba seriamente un acuerdo en Minsk generó un clima enrarecido –decepcionante, en palabras de Putin–, sin espacios para nuevos diálogos en este escenario internacional.

De Lisboa a Vladivostok

En 2010, en visita a Berlín, Putin había sugerido integrar Europa con Asia, desde Lisboa hasta Vladivostoky y había consultado la posibilidad de incorporarse a la OTAN.

¿Por qué nada de eso se hizo realidad? ¿Cuáles eran los intereses que impedían a Europa transformarse en un enorme bloque político, consolidado geográficamente, con enormes reservas energéticas, que podían ser el resultado de un acuerdo con Rusia? ¿El problema ruso?

En la respuesta a esta pregunta reside el secreto de la actual situación en Europa. Que no es sencilla lo demuestra, por ejemplo, la opinión de la escritora Monika Zgustova, de origen checo, colaboradora asidua del madrileño diario El País, para quien “politólogos y kremlinólogos interpretaron sus palabras como un deseo de que algún día el imperio ruso se extienda de Vladivostok hasta Lisboa”.

Pesó más la tentación de asaltar Moscú, la fantasía peligrosa de dividir Rusia en múltiples Estados, de desarticular el país más vasto de la Tierra, en abrir una caja de Pandora que –esa sí– habría puesto el mundo en una ruta inestable, imposible de predecir.

Esa integración entre Rusia y Europa era probablemente a lo que apostaba el excanciller alemán Gerhard Schröder (98-2005), cuando asumió la presidencia de la Junta de Accionistas de la empresa Nord Stream AG, encargada de la construcción y operación de los gasoductos que asegurarían el abastecimiento de energía rusa a la industria alemana, a precios competitivos.

Hoy los líderes alemanes –el canciller Scholz; la ex “peacenik” Annalena Baerbock, encargada de la política exterior alemana; o la también alemana Ursula von der Leyen, presidente la Comisión Europea– no quieren siquiera salir en la foto con Schröder, a quién evitan cuidadosamente, si en algún evento oficial está presente.

Que Estados Unidos no iba a permitir que el Nord Stream funcionara me pareció siempre una evidencia. Pero las consecuencias de eso para Europa también lo eran, sobre todo para la economía alemana, que ha entrado en recesión. Las previsiones son de que tendrá un crecimiento negativo, de 0,5%, por segundo año consecutivo. Se peor escenario en los últimos 20 años.

Derrotar a Rusia

“La Unión Europea debe dar todas sus armas pesadas a Kiev. Este problema debe resolverse ahora. Nosotros tenemos gran experiencia, y entendemos que Europa no necesita esas armas: tanques, vehículos de infantería y otros armamentos, que no sirven para una próxima guerra. Deberían donarlas todas a nosotros, como lo ha hecho Dinamarca”. “Nosotros estamos preparados para hacer efectiva la tarea de destruir la Federación Rusa, dijo el consejero de Seguridad Nacional de Ucrania, Aleksey Danilov.

¿Destruir la Federación Rusa? Es difícil imaginar que Ucrania pueda hacer eso. Al iniciarse el tercer año del conflicto la iniciativa militar está en manos rusas. Pero, como veremos, analistas ucranianos y occidentales no abandonan la expectativa de una victoria militar.

Para el ex Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, es incorrecto hablar de un “empate” en la guerra. En un artículo escrito para Foreign Policy asegura que los medios para el triunfo de Ucrania permanecen firmemente en manos de Occidente. Cita la situación en el Mar Negro, donde afirma que las fuerzas ucranianas han tenido éxito en sus ataques a la flota rusa. “Si los ucranianos reciben las armas que necesitan, han mostrado que las saben usar muy bien. Por eso estimo que debemos levantar todas las restricciones que nos hemos autoimpuesto para el suministro de armas”, dijo Rasmussen.

En los esfuerzos por derrotar a Rusia se están moviendo dos escenarios. En el militar, la propuesta es entregar a Ucrania más y más potente armamento, capaz de golpear muy adentro en el territorio ruso. En el económico, multiplicar el universo de sanciones pero, sobre todo, resolver las dificultades legales para entregar a Ucrania unos 300 mil millones de dólares de depósitos rusos, congelados principalmente en Bruselas y Estados Unidos.

Sobre lo primero, el canciller ruso, Sergei Lavrov, afirmó que se trata de “dar a Ucrania más armas de largo alcance para que lleguen al corazón de Rusia y así sembrar la confusión y el pánico y minar la confianza de la población”.

Lawrence D. Freedman, profesor emérito de estudios de la guerra en el King’s College London, argumenta en el mismo sentido, en artículo publicado también en Foreign Policy el pasado 23 de febrero. Para derrotar a Rusia, Ucrania necesita armas de largo alcance, afirmó.

¿Por qué Occidente debe seguir armando Ucrania?

Freedman reconoce que Ucrania enfrenta dificultades en el terreno de batalla. Pero, en su opinión, ninguna compensa el peligro evidente de un triunfo ruso para Europa, lo que la obligaba a hacer permanente el apoyo a Kiev.

Rasmussen se preguntaba ¿por qué Occidente debe seguir armando Ucrania? Su respuesta era porque Ucrania estaba “peleando en representación nuestra”. “Están sufriendo no solo para proteger a su país, sino a todo el continente europeo contra una Rusia agresiva”.

Desde la perspectiva norteamericana –agregaba– la ayuda a Ucrania representaba apenas 3% o 4% de su presupuesto de defensa (lo que no es poco, pues el presupuesto de defensa de los Estados Unidos es mayor que el de los otros diez países que lo siguen, en conjunto). Para Rasmussen, por esa “pequeña cantidad de dinero los Estados Unidos han logrado una degradación significativa de la fuerza militar rusa”.

Derrotar a Rusia

Digamos que eso es así. Pero todavía deberíamos responder por qué es tan importante “destruir la Federación Rusa” ….

Putin busca una explicación en el mundo surgido después de la derrota en la Guerra Fría. Está en su discurso del 24 de febrero de 2022, en el que explicaba sus razones para ir a la guerra. Hemos visto un estado de euforia creado por un sentimiento de absoluta superioridad, una forma de moderno absolutismo. Después de la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos y sus aliados occidentales trataron de darnos el golpe final, de destruirnos por completo, afirmó.

Putin recordó que en diciembre de 2021, semanas antes del ataque a Ucrania, hicieron una nueva propuesta a Estados Unidos y a sus aliados sobre seguridad europea y la no expansión de la OTAN hacia el este.

“Cualquier expansión de la infraestructura de la OTAN o de implantarse en territorio ucraniano es inaceptable para nosotros”, agregó, señalando que para Estados Unidos y sus aliados se trata de un avance en su política para contener a Rusia. “Para nosotros es una cuestión de vida o muerte, de nuestro futuro como nación”.

Me parece que, en esa discusión, no siempre se pone la debida atención al hecho de que el conflicto está en la frontera rusa. No son los rusos los que han avanzado hacia Occidente o instalado sus armas en las fronteras occidentales. Ese aspecto geográfico es un factor de enorme peso para cualquier consideración sobre esta guerra.

También siento falta de otro argumento: en este caso, sobre la anexión de Crimea a Rusia. Se trata de los antecedentes gracias a los cuales Inglaterra reivindica su soberanía sobre las islas Malvinas. Es un argumento basado en la voluntad de sus habitantes, instalados allí luego de una ocupación militar. Poca (o ninguna) diferencia hay con el caso de Crimea.

La expansión rusa

Tucker Carlson, luego de su entrevista con Putin, hizo diversos comentarios sobre lo conversado. Aseguró que “solo un idiota puede creer que Rusia planea su expansión”.

¿A qué territorio puede aspirar Rusia? Uno debería preguntarse cuál sería el objetivo de un tal avance sobre países de la OTAN. ¿Qué sentido tendría para Rusia? ¿Qué ganaría con ello?

Putin ha reiterado que ese no es su objetivo, que no tiene ningún interés en conquistar Ucrania, ni atacar Polonia o Letonia, lo que lo pondría en guerra directamente con los países de la OTAN, incluido Estados Unidos. O sea, una guerra nuclear. Pero, en Occidente, se usa este argumento para justificar ante sus ciudadanos la demanda de nuevos recursos para apoyar a Ucrania.

Alexander Wardy y Paul McLeary, periodistas de Político, afirman que, para Occidente, solo hay un “Plan A” en esta guerra: derrotar militarmente a Rusia.

En su artículo, citan al ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmitró Kuleba, diciendo a los europeos que cuando oyen que las fuerzas ucranianas se retiraron de Avdiivka, deben pensar en que los rusos están ahora un poco más cerca de sus casas. Hay que ver un mapa para dimensionar la afirmación de Kuleba.

Desde el punto de vista de Putin, sin embargo, el argumento le puede servir para explicar por qué decidieron reaccionar ante los avances de la OTAN hacia sus fronteras.

El “Plan A”

La idea del “Plan A” es la misma que defiende el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. “Una derrota de Ucrania no puede ser una opción. Todos entendemos muy bien cuáles serán las consecuencias devastadoras para Europa y los valores que representamos y para el mundo. Por eso es crucial actuar”, dice Michel, un político belga conservador como todos los que controlan las instituciones europeas. Las declaraciones las dio a la corresponsal de El País, en Bruselas, María Sahuquillo, un periódico que, como la casi totalidad de los grandes medios europeos, han transformado el periodismo en un arma de guerra. El escenario se mira desde un solo punto de vista, lo que no contribuye, ni a una opinión informada, ni a una búsqueda realista de solución al “problema ruso”. Por eso se pusieron tan enojados con la entrevista de Carlson a Putin, al que llamaron de “traidor”.

Hay poca reflexión, casi ningún intento de pensar en cómo llegaron a esta crisis, ni si –quizás– existen otros planes, “B” o “C”, para encontrar una salida.

Al final, por lo menos en la visión de los líderes occidentales, el “problema ruso” se resume en “las consecuencias devastadoras para Europa y los valores que representan y para el mundo”, que el triunfo de Moscú podría amenazar. En todo caso, sobre el control de partes del territorio de Ucrania por Rusia –como dijo Putin a Carlson–, hay formas de resolverlo dignamente. “Hay opciones, si hay voluntad”.

El problema ruso

Al final, el “problema ruso” es el que planteó la Subsecretaria de Estado Victoria Nuland, en un comentario para CNN: «Francamente, esa no es la Rusia que queríamos. Queríamos un socio que se iba a occidentalizar, que iba a ser europeo. La Rusia de hoy no encaja en la imagen que Estados Unidos quería ver”.

Nuland tuvo un papel clave en las protestas de Maidán, en la “revolución naranja” que puso en el poder a los aliados de Occidente en 2014. Pero no resulta ocioso volver (nuevamente) la mirada a las advertencias del notable diplomático norteamericano, George Kennan, y a su artículo, publicado el 5 de febrero de 1997, en el New York Yimes.

Kennan se refería a la propuesta de incorporación a la OTAN de tres antiguos países del bloque soviético: Polonia, Hungría y República Checa, que se materializarían dos años después.

Su artículo (que ya hemos citado otras veces), se titulaba “Un error fatal”. Claramente hablando –decía Kennan en 1997– “la expansión de la OTAN puede ser el mayor error de la política norteamericana en todo el período posterior a la Guerra Fría”.

Una tal decisión –agregaba– probablemente despertará tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en Rusia, tendrá un efecto adverso en el desarrollo de la democracia en Rusia, restablecerá la atmósfera de la Guerra Fría en las relaciones entre el Este y el Oeste y “empujará la política exterior rusa en direcciones que decididamente no serán de nuestro agrado”.

Nada de eso se puede entender sin una mirada un poco más amplia a la situación del mundo. Serhii Plokhy, director del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard, y Mary Elise Sarotte, profesora distinguida de Estudios Históricos en la Universidad Johns Hopkins, en un artículo sobre la ubicación de Ucrania en el escenario de la post Guerra Fría (“The shoals of Ukraine”, Foreign Affairs, nov 2019), se refieren al papel de una Rusia que, desde su punto de vista, se resiste a reconocer su lugar, luego de la desaparición de la Unión Soviética.

Se refieren a la desaparición de una gran potencia: “La Unión Soviética puede haber dejado de existir en el papel, en diciembre de 1991, pero su influencia no. Los imperios no desaparecen simplemente. Mueren lenta y desordenadamente, negando su decadencia cuando pueden, cediendo sus dominios cuando no tienen alternativa y lanzando acciones desesperadas cada vez que ven una oportunidad”.

Me parece una descripción perfecta del comportamiento de los Estados Unidos actuales, aunque esa no es, naturalmente, la intención de los autores.

Andrés Ortega, investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y director del Observatorio de las Ideas, publicó en abril del año pasado un artículo sobre la “Arrogancia occidental y vasallaje europeo”, en “Agenda Pública”, de El País.

Nos recuerda que ya desde mediados de la década pasada la economía occidental es más pequeña que el resto del mundo, que “el mundo ha cambiado, pero Occidente parece no enterarse”. “No solo quiere defender sus intereses, valores y modos de vida, lo que es normal y legítimo, sino dar lecciones a los demás”.

Dados los intereses involucrados, los recursos invertidos, las naciones participantes, el conflicto en Ucrania no puede ser visto más que como la nueva forma de una guerra mundial. Después de la I, la II y la Guerra Fría, sería la IV. A quienes tratábamos de imaginarnos como sería, ahora la tenemos ante nuestros ojos. Es la que puede ser, antes de la última, la nuclear. Mientras tanto, Alemania decide si le entrega a Kiev armas de largo alcance, capaces de bombardear Moscú.

FIN