El fémur cicatrizado

Oscar Madrigal

Hay una anécdota, dicen que muy conocida, de la antropóloga estadounidense Margaret Mead, cuando en una conferencia un estudiante le preguntó cuál era el primer signo que evidenciaría el inicio del proceso civilizatorio del animal humano, y la audiencia esperaba una respuesta relacionada con la primera piedra tallada o la primera lanza o el dominio del fuego, ella contestó: “El fémur que alguien se rompió y que luego apareció cicatrizado”.

Muchas cosas se pueden deducir de esa respuesta: la solidaridad, la compasión, el acompañamiento, la colectividad… El fémur roto hubiera significado la muerte, si no es que algunos renunciaron a sus labores habituales para cuidarlo, alimentarlo y otros tuvieron que sustituirlos en la colectividad, lo cual ya solo fue posible por la colaboración, la ayuda, la ternura y la fraternidad y el compañerismo del grupo.

Esa bondad y cariño, ¿lo ha perdido esta civilización? En general, creo que no. Eso es lo que nos hizo realmente humanos.

Sin embargo, cuando se analizan los diversos conflictos a lo largo de la historia y, principalmente en la actualidad, cuando deberíamos ser más civilizados, la respuesta no es tan clara.

Los conflictos actuales ahí están, en primer lugar, los de Gaza y Ucrania, pero también tenemos al frente de nuestra puerta a Haití que se desangra diariamente, así como muchos otros.

Sin embargo, sobresale por encima de todos ellos, el genocidio de Gaza, el asesinato inmisericorde del pueblo palestino, especialmente de mujeres y niños, muchos de ellos muertos por hambre, ante la mirada impotente y desesperada del mundo.

Y no se diga que reclamar el alto al fuego, el cese del genocidio y la masacre es una posición antisemita o contra los judíos. Esta excusa en la cual se ha parapetado con especial virulencia el gobierno ultraderechista y corrupto de Netanyahu ya es imposible de sostener porque incluso líderes judíos del mundo expresan su oposición a la política del corrupto gobierno de Israel.

“El líder de la mayoría demócrata en el Senado de EEUU, Chuck Schumer —el legislador de mayor rango de religión judía— ha lanzado este jueves fuertes críticas contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, al que ha acusado de ser un “obstáculo para la paz” en Oriente Próximo”, como lo han dicho las noticias.

La reivindicación de un alto al fuego, de la paz en Gaza y el reconocimiento de los derechos de los palestinos, no es un asunto de los antisemitas, ni de anti-judaísmo, ni de religión; es un asunto de humanidad, de solidaridad, de volver a los huesos cicatrizados.

La solidaridad con Gaza no es tampoco un asunto de la izquierda internacional. Desde artistas como Susan Sarandon, el secretario general de la ONU, el presidente de España y hasta los judíos ortodoxos se oponen a un genocidio que se trasmite todos los días por la televisión.

La actual candidata a la presidencia de México y muy probablemente posible presidenta en sustitución de AMLO, Claudia Sheinbaum, es de origen judío. Y es de izquierda y de un partido izquierdista.

Pero el hecho es que el Estado de Israel ha venido asumiendo posiciones cada vez más de ultraderecha, hasta convertirse en un Estado dominado por las fuerzas militares. Su carácter democrático cada vez viene a menos, para convertirse en un estado supremacista racial, etnonacionalista, practicante del apartheid, conculcador de la independencia judicial, exportador de armas y aparatos de seguridad y cercenador de la libertad de prensa. Este no es el Estado de Israel que todos queremos ni ejemplo para el mundo.

“En una encuesta de 2021 un cuarto de los judíos de Estados Unidos respondió que Israel era un Estado de apartheid. Incluso el editor de Haaretz, el periódico más progresista, además de, por supuesto, sionista, lo admite. “El producto del sionismo, el Estado de Israel, no es un Estado judío democrático, sino que simple y llanamente se ha convertido en un Estado de apartheid. Se pueden decir muchas cosas al respecto, pero no se puede decir que Israel está llevando a cabo el sionismo como un Estado judío democrático”, escribió Amos Schocken en 2021”.

“La reivindicación de que Israel es una democracia floreciente en el corazón de Oriente Próximo está rebatida por los hechos. Todos los medios de comunicación de Israel, junto con editores y autores, deben enviar las historias relacionadas con asuntos exteriores y seguridad al censor jefe militar de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) antes de su publicación. Es una regulación arcaica que comenzó poco después del nacimiento de Israel. El censor tiene la potestad de bloquear por completo la historia o de redactarla parcialmente”. (Citas del libro “El laboratorio Palestino” del escritor judío Anthony Loewenstein).

De lo dicho resulta claro que Israel no puede seguir por el camino de la ultraderecha violatoria de los derechos humanos y que el Humanismo que dio forma a la civilización humana, debe retornar y formar parte de la política mundial.