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Etiqueta: golpe militar

La gran conspiración

Óscar Madrigal

Oscar Madrigal

El 15 de setiembre de 1970 en una reunión de 15 minutos, entre las 3:25 y las 3:40 de la tarde, el presidente Richard Nixon ordenó a la CIA que iniciara una intervención en Chile para impedir que llegase al poder y se mantuviese en él, el presidente electo Salvador Allende. En ese encuentro en la Casa Blanca estaban presente Henry Kissinger, John Mitchell, fiscal general, y Richard Helms director de la CIA. Las órdenes fueron explícitas de promover un golpe de estado.

Kissinger se convirtió en el principal arquitecto de las políticas de desestabilización del gobierno de Allende.

“Allende fue elegido legítimamente, el primer gobierno marxista que ha llegado al poder a través de elecciones libres” señaló el propio Kissinger a Nixon en un memorando decisivo, de carácter confidencial/delicado, fechado el 5 de noviembre de 1970, explicando por qué Estados Unidos no podía permitir que tuviera éxito la pionera “vía pacífica” de Allende a favor del cambio. “Cuenta con legitimidad a los ojos de los chilenos y de la mayor parte del mundo; no hay nada que podamos hacer para negarle esa legitimidad o alegar que no la tiene”. Pero, si Allende generaba un ejemplo exitoso de gobernabilidad, “la propagación imitativa de fenómenos similares en todos lados”, argüía Kissinger “afectaría a su vez de manera significativa el equilibrio mundial y nuestra posición dentro de él”. El gobierno de la Unidad Popular de Allende representaba un peligro para Estado Unidos, advertía, porque “su efecto en tanto “modelo” puede resultar insidioso”. Ese modelo, pues, debía ser destruido”.

Los dos párrafos anteriores son básicamente del libro “Pinochet desclasificado. Los archivos secretos de Estado Unidos sobre Chile”, del escritor estadounidense Peter Kornbluh.

En 2003 el entonces Secretario de Estado de EEUU, Colin Powell ante una pregunta respecto a la validez moral de la intervención estadounidense en Chile decía:

“No es un capítulo de la historia de Estados Unidos del que estemos precisamente orgullosos”.

Sin embargo, esos capítulos no han dejado de seguir escribiéndose. El mismo Powell lo hizo con Irak, Afganistán y muchos otros países.

Dicen que existieron discrepancias entre los militares sobre la duración que debían mantenerse en el poder. Para algunos debía ser una medida que terminara con el gobierno de Allende y al cabo de un año se volviera a las elecciones; otros en cambio, entre ellos Pinochet, pensaban en un periodo más largo. La política de Nixon y Kissinger alentó un gobierno dictatorial y genocida por un largo tiempo como al final resultó. El propósito fue no solo acabar con toda la izquierda, sino tomar a Chile como campo de experimentación de las políticas de los Chicago Boys.

Pinochet, además, fue promotor del Plan Cóndor con el apoyo de los gobiernos gringos. El Plan proponía a las otras dictaduras genocidas del Cono Sur, eliminar a sus opositores en el exterior. Así fue como Pinochet personalmente ordenó el asesinato de Carlos Prats, exjefe del ejército chileno, en Buenos Aires y de Orlando Letelier, ex ministro de Allende en la misma capital de EEUU, Washington, dentro de los casos más sonados.

Actualmente no existe ninguna duda de la participación del gobierno de Estado Unidos en el derrocamiento de Salvador Allende.

La experiencia que queda es que la política de los gobiernos estadounidenses es de injerencia en los asuntos internos de los países, en especial de América Latina. La política exterior gringa es de irrespeto a la autodeterminación de los países, de la soberanía nacional, en gran o menor medida, de forma abierta o encubierta, pero siempre está presente.

Los gobiernos democráticos y las fuerzas de izquierda y democráticas deben considerar esta influencia por definición. Hasta dónde llegue depende de varias condiciones, pero siempre estará ahí. Alguna vez se le oyó decir a Kissinger: “Nosotros establecemos los límites de la diversidad”.

Antes de la medianoche del 16 de octubre de 1998, dos agentes de Scotland Yard penetraron una clínica privada, desarmaron a los guardaespaldas privados, impusieron 8 policías ante la puerta de la habitación y le leyeron una orden de Interpol de detención al convaleciente Augusto Pinochet. Después se le abrieron procesos judiciales por genocida, torturador y asesino. Una declaración forense de Demencia Senil, lo salvó de la cárcel.

Chile a los cincuenta años

Manuel Delgado, filósofo, periodista y escritor

Conocí a Joaquín Gutiérrez Mangel, ilustre novelista costarricense, en Chile en el año de 1973. Él dirigía la editorial del estado Quimantú, y me comentaba muy emocionado, con su vozarrón de bajo y sus dos metros de altura, que la editorial había logrado la meta de publicar libros al precio de una cajetilla de cigarrillos. Y agregaba: “Jo, jo, jo, y lo que ahora vamos a hacer es publicar libros al precio de una cajetilla de fósforos (cerillas)”. Ese sueño suyo no pudo hacerse realidad pues el proyecto fue truncado por el golpe militar.

Esta simple anécdota dice mucho de lo ocurrido en Chile en aquel año aciago y de su impacto. Eran libros contra fusiles, cultura contra sangre, esperanza contra vida.

Después de la revolución cubana victoriosa y de una cadena de levantamientos armados fracasados, después de convivir con el terror de las dictaduras militares (la izquierda costarricense estaba apenas saliendo de la ilegalidad de tres décadas; a nuestro lado, Somoza seguía asesinando patriotas), Chile había abierto una esperanza. ¿Era posible pensar en un mundo mejor sin recurrir a las armas, sin derramar sangre, armados solo con el apoyo popular y no con bombas y bayonetas?

Chile dio una respuesta contundente a esta pregunta: sí es posible vender en unas elecciones y acceder al gobierno de manera pacífica. Así zanjó una de las grandes polémicas de la izquierda.

Decir que la “vía pacífica” hacia la felicidad es un sueño derrotado es un exceso verbal. El gobierno de la Unidad Popular fue derrotado, pero no fracasó; fue hundido en la sangre, pero no por ser fracaso, sino precisamente por lo contrario. Por eso las alamedas anegadas de gente y la voz suave y amigable de Allende nos siguen acompañando.

Pero también se zanjó la otra gran polémica de la izquierda, aquella según la cual una revolución solo es verdadera si sabe defenderse. En Chile, el enemigo encontró la forma de destruir ese gobierno progresista y las fuerzas populares no tuvieron la fuerza para impedirlo. La vieja confrontación entre la vía electoral y la vía armada fue superada por la experiencia de que la revolución social no poder hacerse con conspiraciones aventureras, sino que debe edificarse en el apoyo de las masas, pero que la quimera de que las fuerzas armadas tradiciones puedan cambiar de hombro su fusil, esa quedó enterrada y en tal caso, hay que buscar otra alternativa de defensa de la institucionalidad.

Esa convicción ha ayudado mucho al encuentro de las fuerzas de izquierda latinoamericanas. En mi país, las unió en el plano electoral y en la solidaridad activa y unida con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que combatía entonces, fusil en mano, la última batalla contra la dictadura somocista.

El derrocamiento de Allende hace medio siglo nos deparó otra enseñanza, y fue el hundimiento de la quimera de que Estados Unidos podía ser un factor de progreso y democracia o, por lo menos, de protección de las libertades y los derechos ciudadanos. Quedó claro para todos que el imperialismo sigue siendo el factor del retroceso, que sigue siendo una fuerza guerrerista y de respaldo a las dictaduras. Poco después, llenó de gobiernos sanguinarios el continente, creando una especia de internacional del terror. Y ese rasgo fundamental del imperialismo no ha cambiado ni cambiará nunca. Por eso es tan decepcionante la posición internacional del actual gobierno chileno, que critica a gobiernos progresistas, pero deja incólume la política agresiva del imperialismo. Esas críticas no ayudan en nada ni a los pueblos de esos gobiernos criticados ni a sus amigos en esos países, pero ayuda a la labor del imperialismo por dividir la lucha antiimperialista, que será el verdadero y eterno norte de la liberación latinoamericana.

El golpe de estado en Chile tuvo y tiene para nosotros otra herencia, porque fue en este país donde dio inicio un cambio continental y mundial, la inauguración de un despeñadero que nos sigue arrastrando al abismo social y a la dependencia geopolítica. Me refiero al neoliberalismo.

Esta política económica se puso en práctica de la única manera que le era posible: por la fuerza de las armas. Y por la fuerza de la represión y la barbarie se fue imponiendo en los demás países. Además de las razones económicas y sociales, es por esta razón política que el neoliberalismo está históricamente acabado, por más que pretenda seguir dando manazos de moribundo: porque no se puede seguir sosteniendo en democracia.

La experiencia chilena, impuesta por el gobierno de Estados Unidos a través del grupo de los Chicago Boys, significó un sacrificio enorme para el pueblo chileno.

El gobierno de Pinochet dejó un resultado del 68% de pobreza en 1988. Fíjense que en Costa Rica, que empezaba a entrar en el neoliberalismo, tenía ese año una cifra de pobreza del 24%.

Esa herencia de pobreza dejada por Pinochet y su doctrina neoliberal fue luego corregida en parte por los gobiernos de la democracia, introduciendo algunos correctivos a esa política económica.

En 1971, el gasto social del gobierno de Allende era del 28.8%; en 1979, con Pinochet, había descendido hasta el 12.2%. El gasto en salud per cápita era de 241 dólares en 1972 y descendió a 170 en 1978.

La reducción en ayuda a los jóvenes estudiantes fue patética. La ayuda en almuerzos bajó de 28,8% en 1971 a 12,2% en 1979. La repetición y el abandono de los estudios subieron en ese mismo periodo de 11% a 14,5% y del 4% al 7,1%, respectivamente.

No hace falta decir más para mostrar el gran sacrificio económico que Pinochet y su política representaron para el pueblo chileno. Pero el peor costo fue en democracia, en libertad, en seguridad, en sangre. Ese es un sacrificio que ni América Latina ni el mundo van a olvidar nunca.

Hay otra huella de la dictadura menos palpable, y es la que está escrita en el alma de los chilenos. No se trata solo de la constitución o del apoyo enorme con que cuenta la derecha. Se trata de algo quizá más profundo.

Hace poco celebramos en Costa Rica la visita de Víctor Jara en 1971. Cantó en la universidad como es costumbre, pero lo llevamos a la zona del banano, que es para nosotros como la mina en Chile, pero enclavada en medio no del desierto sino de la selva tropical. Yo estuve a cargo de esta parte de la gira, y recuerdo cómo los trabajadores tarareaban al día siguiente sus canciones, en especial la titulada “Abre la ventana”. Entonces me venían a la mente sus versos:

María, mira hacia afuera,
nuestra vida no ha sido hecha
para rodearla de sombras
y tristezas.

Sombras y tristezas estrujan el alma latinoamericana en este aniversario del golpe de estado.

María, abre la ventana
y deja que el sol alumbre
por todos los rincones
de tu casa.

Con el recuerdo de esos versos, hago llegar hasta Chile mi cariño y mi solidaridad.

(Publicado originalmente en le revista chilena DES CENTRADOS)

Golpe militar en Chile: cincuenta años después

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

La avalancha de lugares comunes, de frases acartonadas repetidas hasta el cansancio, la repetición de verdades a medias, o de mentiras a lo sumo piadosas, el encierro dentro de las percepciones colectivas de nuestro entorno, propias de algunos grupos o clases sociales o de los “patriotismos” adscritos a los estados nacionales, las que nos impiden –por así decirlo- ver más allá de nuestra propia nariz, conforman un conglomerado de equívocos y sinrazones inconmensurables, las que han terminado por petrificar e imposibilitarnos la asunción del “recuerdo” de un acontecimiento histórico determinado, como algo que vaya más allá de los mitos o de las profecías autocumplidas o no, acerca de la imposibilidad de escapar a la fatalidad de un cierto destino “histórico” que nos acecha, sin importar lo que hagamos o dejemos de hacer, llevándonos en muchos casos a sumirnos en las más inútiles y esterilizantes lamentaciones. Sucede así que el hecho histórico, en su especificidad, es por lo general asumido de manera fragmentaria, dentro de la óptica de un cierto presentismo y de una ubicuidad espacial a ultranza que nos impiden captar el sentido y la presencia de poderosas corrientes sociales, las que van mucho más allá del hecho en sí mismo, y que actúan como poderosos ríos subterráneos que amenazan con arrasar cualquier esperanza para una acción, de verdad revolucionaria en términos de la praxis y  de la forja del conocimiento, a partir del cual aprendamos de verdad de las enseñanzas implícitas en los acontecimientos históricos, conduciéndonos a retomar los caminos de la acción y la rectificación de lo actuado en cierta coyuntura, recuperando la memoria de nuestros muertos y de nuestros combatientes, aún en medio de la desesperanza, destacando el sentido de esas luchas para que no terminen siendo cooptadas para los intereses de unas clases dominantes que no han cesado de vencer (Walter Benjamin, dixit, sexta tesis sobre la historia).

La conmemoración de los cincuenta años del triunfo electoral de la Unidad Popular Chilena (el 4 de septiembre de 1970) y de los trágicos acontecimientos, acaecidos tres años después, exteriorizados en un primer momento por la brutal naturaleza del golpe militar del 11 septiembre de 1973, con el  que se puso fin al gobierno del presidente Salvador Allende (los mil días de la Unidad Popular Chilena) y se dio inicio a una era, no sólo de terror y de muerte masivas,  sino también de una reingeniería social retrógrada con pérdida de las conquistas sociales y económicas, alcanzadas tras décadas de duras luchas de la clase trabajadora, no sólo en Chile, sino en el resto de los países de la región( Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Paraguay, Perú y Ecuador), debe ir acompañada de un cuidadoso análisis de lo que en efecto ocurrió. Sin dejar de destacar la importancia de los hechos del 11 de septiembre de 1973, ubicándolos en su contexto nacional y dentro de la especificidad de la historia chilena, no podemos dejar de insistir en que se trató apenas de una parte de un evento histórico de más larga duración, y con alcances geopolíticos que trascienden con mucho los hechos luctuosos, tanto de aquel día como de los terribles años que siguieron. El golpe militar en Chile, considerado desde una perspectiva más amplia, fue apenas una parte de una contrarrevolución global y regional que se tradujo en el Plan Cóndor y cuyos orígenes pueden llegar hasta los tiempos del golpe militar contra el general Juan Domingo Perón, en el mes de septiembre de 1955 o bien, al derrocamiento del presidente brasileño Joao Goulart, en abril de 1964, con los que se puso fin a la era de los odiados “populismos” peronista y varguista en los dos países más extensos de la América del Sur.

La falta de reflexión crítica y la ausencia de una construcción de conocimiento que permitan superar (dialécticamente) esos “agujeros negros” de nuestra historia contemporánea, en todos los países de la región, siguen siendo los factores que impiden a muchas gentes de la “izquierda” mirar en retrospectiva, e intentar acercarse a lo que efectivamente ocurrió hace medio siglo, mientras otra encrucijada histórica tan temible como aquella nos envuelve ahora, sin que hayamos sido capaces aún de sacar las lecciones de lo ocurrido entonces y la importancia de dimensionarlo en sus alcances. El pico más alto de la represión en aquellos tiempos del Plan Cóndor no fue el que tuvo lugar en Chile, a pesar de lo dura que fue allí la represión, más bien fue la dictadura militar argentina, de más corta duración es cierto (1976-1983), precedida por la criminal traición de la derecha peronista, la que marcó el exterminio de toda una generación de jóvenes revolucionarios e importantes líderes y militantes de las organizaciones de la clase trabajadora, con más de treinta mil detenidos desaparecidos, además de que la Argentina fue desindustrializada en beneficio del capital financiero y de los intereses imperialistas durante esos años, tal era el odio hacia la clase obrera que tenía la vieja oligarquía rural en el país situado al otro lado de la Cordillera de los Andes. Empecemos por la verdad y un dimensionamiento más aproximado de lo ocurrido para empezar a marchar de nuevo, tal vez a la manera de Sísifo pero esperanzados y poniéndole cara a la realidad.

Chile: a medio siglo de un sueño que no pudo ser…

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

Si los combatientes del Palacio de la Moneda y del Ministerio de Obras Públicas, en la capital chilena, nos dieron una muestra del potencial revolucionario que existía, y que se expresó en medio de la mayor adversidad, en aquel desigual combate del 11 de septiembre de 1973, la actitud omisa de buena parte de la izquierda chilena acerca de lo que estaba ocurriendo: el golpe militar en marcha, planificado esencialmente desde la Marina, y buena parte de los mandos de la aviación, con la participación de algunos generales del ejército (el caso de Sergio Arellano Stark), el que fue denunciado por los sargentos y soldados de la marina de Valparaíso y Talcahuano, durante los primeros días del mes de agosto de 1973, como un hecho que se saldó negativamente para los sectores populares, demostrando la incapacidad de cambiar las estrategias o tácticas políticas, en momentos en que ya las fuerzas más reaccionarias se habían decidido por la acción militar, todo esto fue configurando un cuadro de indefensión, y de pérdida de la iniciativa de los mandos políticos de la Unidad Popular Chilena, donde no existió la alternativa o esta se fue desdibujando en los meses anteriores a un desenlace que no tenía por qué ser sorpresivo, en modo alguno. Envalentonada, en cambio estaba la derecha más radical, pues en sus filas se encontraban los conspiradores golpistas de los altos mandos de la marina, además de los grupos paramilitares de la ultraderecha como el denominado Movimiento “Patria y Libertad”, la develación del golpe hacia el interior esa arma tan importante les sirvió, para seguir actuando de manera abierta, en un sentido contrario al que era dable esperar, como también para establecer sin tapujos que el gobierno que representaba la continuidad del orden legítimo en el país no tenía ningún derecho a defenderse, la mera idea de plantear una defensa del orden constitucional se había convertido ya en un “acto terrorista”, y el gobierno como tal y sus fieles defensores serían calificados, después del 11 de septiembre de 1973, bajo la denominación genérica de “extremistas” a los que había exterminar, primero mediante el terror masivo, y luego mediante el empleo del terror selectivo como parte de una guerra de aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias, dentro de la que ese terror operó como el arma principal del régimen restaurador que instaló en Chile, a partir de la derrota del movimiento popular chileno. Sólo Carlos Altamirano Orrego, el entonces Secretario General del Partido Socialista de Chile, alcanzó a advertir a la población mediante un discurso ante un pleno de su partido, que fue difundido por las ondas de Radio Corporación, el domingo 9 de septiembre de 1973, en horas de la mañana, de que el golpe ya se encontraba en marcha, con lo así se había llegado al punto de tener que enfrentarse con lo imposible, tal y como se reveló apenas un par de días después… ese fue el desenlace de la tragedia de aquel proceso de transformaciones sociales, emprendido apenas tres años antes aunque sus raíces históricas se remontaban, muchas décadas hacia atrás.

Todo esto nos lleva a destacar que en lo esencial, pareciera que el devenir histórico latinoamericano, durante la mayor parte del siglo XX, fue la expresión de lo pudo ser pero finalmente no alcanzó a materializarse, en gran medida por la reacción de las fuerzas conservadoras y la agresiva irrupción de las potencias imperialistas decididas a no perder jamás el control social, político, económico e incluso militar, todo ello aconteció a pesar de las enormes energías desplegadas por muchos de los protagonistas de algunos procesos de transformación social, impulsados acorde con las esperanzas y expectativas forjadas dentro del imaginario de una modernidad “occidental”, la que nunca terminó por instalarse en la región, tal y como sucedió en el caso de la llamada “vía chilena al socialismo” de la que hemos venido hablando, “la primavera democrática guatemalteca” (1944-1954) o la “revolución justicialista” del decenio peronista en Argentina, deviniendo en la inmensa tragedia de que no sólo no se afianzaron a consolidar las conquistas sociales penosamente logradas (en el caso de que esto fuera posible), sino que los desenlaces político-militares trajeron o significaron profundas regresiones sociales y políticas, las que en su despliegue mostraron la siempre amenazante posibilidad de retornar al pasado colonial (todavía presente en las mentalidades colectivas), con todas sus formas coercitivas de explotación y de sometimiento en los órdenes de lo social y lo político.

No fue simplemente la subjetividad de los protagonistas de estos dramas históricos, como lo fue también el caso de la malograda democracia guatemalteca, destruida a sangre y fuego por la intervención imperial, llegando a convertirse en la democracia que nunca fue (El gobernante de ese país, coronel Jacobo Árbenz a lo sumo pretendía alcanzar una “democracia” al estilo anglosajón, mientras que los estadounidenses lo vieron siempre en un “espejo bolchevique”, como resultado de la hábil propaganda mediática, desplegada en los propios EEUU). Más que las subjetividades, fueron las rígidas estructuras sociales y políticas las que hicieron imposible ese paso hacia la modernidad, indispensable para que existan democracias de verdad y no sólo avariciosos regímenes plutocráticos, sostenidos por mascaradas electorales y el poder del dinero. En el caso de la Argentina del decenio peronista, cuando la coyuntura económica se volvió desfavorable, a partir de 1952, los aliados burgueses del peronismo y la misma derecha peronista decidieron bajarse del carro “revolucionario” de mejores salarios y políticas de bienestar para los trabajadores, el tamaño del pastel a repartir con la clase patronal se había vuelto más pequeño y los intereses estadounidenses en el país demandaban un régimen político más obsecuente con sus intereses económicos y geopolíticos, de ahí en adelante la materialización del golpe de Estado y la consiguiente “revolución fusiladora” (Rodolfo Walsh OPERACIÓN MASACRE Ediciones La Flor Buenos Aires 2001) no tardarían mucho en aparecer en el horizonte, mientras los que a pesar de todo, nunca dejaron de luchar, a lo largo de las siguientes décadas fueron los obreros argentinos (nominalmente peronistas muchos de ellos), protagonistas del Cordobazo(1969) y otras memorables jornadas de lucha heroica e insobornable.

Al conmemorarse en este mes de septiembre los 47 años del golpe militar reaccionario en Chile y los 65 del que terminó con el régimen peronista (un 16 de septiembre de 1955) cabe hacernos al menos una pregunta sensata y sincera ¿seguiremos lamentándonos y añorando lo que no pudo ser, como una especie de sino histórico fatal o habrá llegado la hora de enfrentarnos a nuestras realidades, con los ojos bien abiertos y con determinación para la lucha que nos lleve a concretar la gran tarea histórica que sigue pendiente?

Economistas y estadísticos firman carta sobre las elecciones bolivianas

Nosotros, los abajo firmantes, pedimos que se respeten las instituciones y los procesos democráticos de Bolivia

El Gobierno de Donald Trump ha apoyado abierta y firmemente el golpe militar del 10 de noviembre que derrocó al Gobierno del presidente Evo Morales. Nadie disputa que Morales fue elegido democráticamente en 2014, y que su mandato no termina hasta el 22 de enero; sin embargo, muchos fuera del Gobierno de Trump parecen aceptar el golpe militar apoyado por Trump.

Muchas personas que apoyaron el golpe han afirmado que Morales robó las elecciones. Este relato de fraude recibió un gran impulso a través de una declaración emitida por la Organización de Estados Americanos el día después de las elecciones del 20 de octubre; relato que posteriormente la OEA repetiría en formas similares. La declaración de la Misión de Observación Electoral de la OEA para Bolivia expresó su «profunda preocupación y sorpresa por el cambio drástico y difícil de justificar en la tendencia de los resultados preliminares conocidos tras el cierre de las urnas”. No se incluyó evidencia alguna que respaldara esta declaración. Sin embargo, se interpretó ampliamente como una acusación de fraude, y después de las elecciones tales acusaciones se tornaron habituales en los principales medios de comunicación.

De hecho, es fácil mostrar con datos electorales, los que están disponibles públicamente, que el cambio en la ventaja de Morales no fue ni «drástico» ni «difícil de explicar». Hubo una pausa en el «conteo rápido» de los resultados de la votación —cuando se llegó al conteo de 84% de los votos— y la ventaja de Morales era de 7.9 puntos porcentuales. Con un 95% del recuento total de votos, su margen había aumentado a poco más del 10%, lo que permitió a Morales ganar en primera ronda, sin tener que ir a una segunda vuelta. Al final, el conteo oficial mostró una ventaja del 10.6%[1]

No es inusual que los resultados de unas elecciones tengan un sesgo por ubicación geográfica, lo que significa que los resultados pueden variar dependiendo de cuándo se cuenten los votos de las diferentes áreas. Nadie sostuvo que hubo fraude en las elecciones para gobernador del 16 de noviembre en el estado de Luisiana. En ellas, el candidato demócrata, John Bel Edwards, ganó por 2.6 puntos porcentuales. Después de haber aparecido como perdedor casi toda la noche, al final del conteo llegaron los votos del condado de Orleans donde el 90% votó por él, dándole así la victoria total.

Y el cambio en el liderazgo de Morales no fue «drástico» en absoluto; fue parte de un aumento constante y continuo en la ventaja de Morales iniciado horas previas a la interrupción.

Este gráfico muestra que la ventaja del presidente Evo Morales (puntos azules claros) y de su partido en las elecciones parlamentarias (puntos azules oscuros) aumentó a un ritmo constante durante la mayor parte del recuento de votos. No hubo un aumento repentino al final que lo haya puesto por encima del umbral del 10%.

La explicación del aumento del margen de Morales fue, por lo tanto, bastante simple: las áreas que informaron sus votos posteriormente fueron más pro-Morales que las áreas que informaron sus votos más temprano.

De hecho, el resultado final fue bastante predecible sobre la base del primer 84% de los votos reportados. Esto se ha demostrado mediante el análisis estadístico y también mediante un análisis más simple de las diferencias entre las preferencias políticas de las áreas que informaron sus votos antes y las que informaron después.

Hacemos un llamado a la OEA para que retire sus declaraciones engañosas sobre las elecciones, las que han contribuido al conflicto político y han servido como una de las «justificaciones» más utilizadas para consumar el golpe militar. Pedimos al Congreso de Estados Unidos que investigue este comportamiento de la OEA y se oponga al golpe militar, a su continuo apoyo por parte del Gobierno de Trump, así como a la continua violencia y a las violaciones a los derechos humanos del Gobierno de facto.

Asimismo, los medios de comunicación y los periodistas tienen la responsabilidad de buscar expertos independientes que estén familiarizados con los datos electorales y puedan ofrecer un análisis independiente de lo que sucedió, en lugar de simplemente tomar la palabra de los funcionarios de la OEA, quienes han demostrado repetidamente estar equivocados respecto a estos comicios.

Muchas vidas pueden depender de que esta historia sea aclarada.

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Los dos 11 de septiembre (1973 y 2001): ni perdón ni olvido

Los dos 11 de septiembre (1973 y 2001) - ni perdón ni olvido

David Morera Herrera

Mucho se ha escrito sobre el 11 de septiembre. Particularmente, acerca del horror que significó el atentado que, mediante aviones kamikazes, destruyó las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York. Ocurrió el 11 de septiembre del 2011.

Este acto bestial se lo atribuyó el supuesto islamista saudí Osama Bin Laden (supuestamente muerto, aunque su cuerpo no aparece) y su organización AL Qaeda. Esta oscura organización, emparentada con los talibanes afganos, fue fabricada en sus orígenes por la archimillonaria oligarquía saudita, la CIA y el MOSSAD, instrumentalizando la resistencia a la ocupación soviética de Afganistán en los ochenta. Contó con la promoción y el amplio financiamiento de las madrasas fundamentalistas como centros de reclutamiento y adoctrinamiento.

Más allá de lo que se pueda inferir o especular, lo cierto es que los atentados al WTC le sirvieron como anillo al dedo al ex presidente texano (y magnate petrolero), Bush Junior para desplegar la ofensiva de los halcones del Pentágono (“blood for oil”). Algo parecido a lo que ahora hace Obama sirviéndose de ISIS, que el propio Snowden, ex agente de la Seguridad Nacional norteamericana, ha filtrado como otro Frankenstein imperialista, para justificar una nueva escalada guerrerista y desviar la atención sobre el genocidio de Israel en Gaza.

Pues hoy, es justo recordar otro 11 de septiembre, tan trágico o más, que el del 2001. En la punta austral de nuestra América, Chile jamás se olvida.

Otro 11 de septiembre, en el año 1973, se produjo el golpe militar contra el Gobierno electo de la Unidad Popular, encabezada por Salvador Allende. El golpe fue liderado por el General Augusto Pinochet, supuesto militar constitucionalista de confianza de Allende. El golpe fue promovido por la CIA, como parte de su estrategia de contrainsurgencia en el Cono Sur (Plan Cóndor), que llevó a la instalación de las dictaduras de seguridad nacional en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay. El golpe fue diseñado por el sionista Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, mano derecha del presidente Richard Nixon, así como fue alentado con todo por las corporaciones mineras como la Anaconda Minning Company y la corporación ITT, en represalia por las nacionalizaciones del cobre y las telecomunicaciones, implementadas por el gobierno de la UP. Asimismo contó con la complacencia de la oligarquía del Partido Nacional, y desde luego el concurso de los paramilitares de la ultraderecha fascista de “Patria y Libertad”, así como con la venia o complicidad por omisión -eso sí, más disimulada y circunspecta- de la Democracia Cristiana encabezada por Eduardo Frei padre.

El saldo trágico: más de 30 000 detenidos- desaparecidos; sucumbió la flor y nata del activismo del movimiento obrero, estudiantil, popular, mapuche, del arte y la intelectualidad de izquierda. Entre ellos destaca el gran cantautor Víctor Jara, encontrado desfigurado en un predio cerca del río Mapocho el 15 de septiembre.

La mañana del 11 de septiembre, Víctor Jara acudió disciplinadamente al llamado del Partido Comunista para defender el campus de la Universidad de Chile en Santiago. Como Víctor, salieron miles de trabajadores, mujeres y jóvenes desarmados o con armas livianas, a poner el pecho frente a la bestia fascista. Víctor fue torturado espantosamente, y al negarse a delatar a sus camaradas, fue ejecutado, en algún oscuro rincón del Estadio de Chile, que se usó como campo de concentración, tortura y muerte.

Mucho se debatió y se movilizó la izquierda latinoamericana y mundial en esos tiempos aciagos. El proyecto del Partido Comunista chileno, expresado en la formulación de Luis Corvalán: “la vía pacífica al socialismo”, fue hecho añicos por la barbarie fascista.

Producido el golpe, tampoco pudo resistir mucho la organización guevarista, por su débil implantación en la clase obrera y sus métodos ultraizquierdistas. Me refiero al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que criticaba con razón la confianza de Allende y el gobierno de la UP en las instituciones y el ejército burgués. Ante la consigna de la UP inmortalizada por Quilapayún: “el pueblo unido jamás será vencido”, la izquierda más radical postulaba otra consigna: “el pueblo armado, jamás será aplastado”.

Muchas y muchos de las y los fundadores del trotskismo costarricense a mediados de los setenta, entre ellos las y los camaradas Manuel Sandoval, Olga Carrillo, Pablo Hernández, Héctor Monestel, Allen Cordero, siendo muy jóvenes, ante esa terrible lección de la lucha de clases, llegaron a la conclusión de tomar un camino distinto al callejón sin salida del estalinismo. De hecho, no por casualidad, la Liga Comunista Internacionalista (LCI), antecesora del PRT, fue fundada el 11 de septiembre de 1976 en un acto en la UCR en el tercer aniversario del golpe de Pinochet.

Por mi parte, yo termine de aprender a leer y escribir en Santiago. Mi madre y mi padre, militantes comunistas costarricenses a la sazón, nos llevaron a vivir a Santiago, donde permanecimos de 1970 a 1973.

Uno de mis recuerdos más vívidos de infancia es la escena de una tarde de paseo, en la que, repentinamente, los carabineros armados de imponentes guanacos[2], dispersaron violentamente una manifestación. Mi madre Rosalila, con el vientre rebosante en el que florecía mi hermana menor: Margarita, y mi padre Oscar, nos tomaron fuertemente de las manos a Gabriel (5 años), a Oscar (3 años) y a mí (7 años), para huir de los gases lacrimógenos y los chorros de agua que lanzaban al pavimento a la gente. Aun me veo, con la familia nuclear entera, corriendo a todo pulmón por callejuelas desconocidas.

También recuerdo el primer tankazo (el ensayo del golpe), y el miedo en los ojos de mis compañeras y compañeros de escuela, al ver a los milicos registrando con bayonetas las micros escolares en que viajábamos hacia nuestras casas, con un Santiago en alarma constante. Recuerdo también las evidencias del desabastecimiento en la alacena, por efecto del acaparamiento patronal.

Pero lo que recuerdo con más fuerza e impacto, es la vez que por primera vez, con mis ojos de niño, vi a mi padre llorar. Era una noche cualquiera en la casa de Ñuñoa, en la calle Agustín Vigorena. En la pantalla de TV blanco y negro de la sala, Allende daba uno de sus últimos discursos, desde luego, meses antes de asumir personal y heroicamente la defensa del Palacio de La Moneda, atacado con furia por tierra y por aire, con bombas y metralla a granel.

Allende, hasta donde puedo recordar, suplicaba al Ejército y a la oligarquía conspiradora respeto a la Constitución. Se respiraba un ambiente de derrota inminente. La crónica de una muerte anunciada. Y entonces, un poco avergonzado ante mi mirada inquisitiva, pude ver correr lagrimones en las mejillas aceitunadas de mi padre. Luego, yo mismo entiendo -y lloró aún- por las mismas razones y sinrazones.

Estos eran los últimos momentos de la Unidad Popular, aproximándose su trágico desenlace. Dichosamente mi padre tuvo el instinto de vida para apurar los requisitos académicos de la especialidad en endocrinología que cursó, y regresamos a San José Costa Rica, un mes exacto antes del infame golpe, con mi hermana Margarita con menos de un año de nacida.

Por último, agrego que, pese a mi precoz niñez, mi vida ha estado marcada por la tragedia chilena. Pero no para lamentarse como letanía, sino para preparar la revancha de los pueblos y la clase trabajadora ante un capitalismo cada vez más degradado y degradante. Porque el color de la sangre jamás se olvida, Chile y América Latina, tarde o temprano, reivindicarán a Víctor Jara, y tantas y tantos héroes anónimos del bravío pueblo de Caupolicán, Angelita Huenuman y O’ Higgins.

El terror y la muerte no han podido doblegarnos. Estoy seguro.

 

[1]Escuelas de fundamentalismo islámico, de donde salieron los talibanes, en la línea del archireaccionario, patriarcal y homofóbico salafismo saudita.

[2]Chilenismo que refiere a un vehículo blindado policial que dispara chorros de agua a alta presión.

 

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