La gran conspiración

Óscar Madrigal

Oscar Madrigal

El 15 de setiembre de 1970 en una reunión de 15 minutos, entre las 3:25 y las 3:40 de la tarde, el presidente Richard Nixon ordenó a la CIA que iniciara una intervención en Chile para impedir que llegase al poder y se mantuviese en él, el presidente electo Salvador Allende. En ese encuentro en la Casa Blanca estaban presente Henry Kissinger, John Mitchell, fiscal general, y Richard Helms director de la CIA. Las órdenes fueron explícitas de promover un golpe de estado.

Kissinger se convirtió en el principal arquitecto de las políticas de desestabilización del gobierno de Allende.

“Allende fue elegido legítimamente, el primer gobierno marxista que ha llegado al poder a través de elecciones libres” señaló el propio Kissinger a Nixon en un memorando decisivo, de carácter confidencial/delicado, fechado el 5 de noviembre de 1970, explicando por qué Estados Unidos no podía permitir que tuviera éxito la pionera “vía pacífica” de Allende a favor del cambio. “Cuenta con legitimidad a los ojos de los chilenos y de la mayor parte del mundo; no hay nada que podamos hacer para negarle esa legitimidad o alegar que no la tiene”. Pero, si Allende generaba un ejemplo exitoso de gobernabilidad, “la propagación imitativa de fenómenos similares en todos lados”, argüía Kissinger “afectaría a su vez de manera significativa el equilibrio mundial y nuestra posición dentro de él”. El gobierno de la Unidad Popular de Allende representaba un peligro para Estado Unidos, advertía, porque “su efecto en tanto “modelo” puede resultar insidioso”. Ese modelo, pues, debía ser destruido”.

Los dos párrafos anteriores son básicamente del libro “Pinochet desclasificado. Los archivos secretos de Estado Unidos sobre Chile”, del escritor estadounidense Peter Kornbluh.

En 2003 el entonces Secretario de Estado de EEUU, Colin Powell ante una pregunta respecto a la validez moral de la intervención estadounidense en Chile decía:

“No es un capítulo de la historia de Estados Unidos del que estemos precisamente orgullosos”.

Sin embargo, esos capítulos no han dejado de seguir escribiéndose. El mismo Powell lo hizo con Irak, Afganistán y muchos otros países.

Dicen que existieron discrepancias entre los militares sobre la duración que debían mantenerse en el poder. Para algunos debía ser una medida que terminara con el gobierno de Allende y al cabo de un año se volviera a las elecciones; otros en cambio, entre ellos Pinochet, pensaban en un periodo más largo. La política de Nixon y Kissinger alentó un gobierno dictatorial y genocida por un largo tiempo como al final resultó. El propósito fue no solo acabar con toda la izquierda, sino tomar a Chile como campo de experimentación de las políticas de los Chicago Boys.

Pinochet, además, fue promotor del Plan Cóndor con el apoyo de los gobiernos gringos. El Plan proponía a las otras dictaduras genocidas del Cono Sur, eliminar a sus opositores en el exterior. Así fue como Pinochet personalmente ordenó el asesinato de Carlos Prats, exjefe del ejército chileno, en Buenos Aires y de Orlando Letelier, ex ministro de Allende en la misma capital de EEUU, Washington, dentro de los casos más sonados.

Actualmente no existe ninguna duda de la participación del gobierno de Estado Unidos en el derrocamiento de Salvador Allende.

La experiencia que queda es que la política de los gobiernos estadounidenses es de injerencia en los asuntos internos de los países, en especial de América Latina. La política exterior gringa es de irrespeto a la autodeterminación de los países, de la soberanía nacional, en gran o menor medida, de forma abierta o encubierta, pero siempre está presente.

Los gobiernos democráticos y las fuerzas de izquierda y democráticas deben considerar esta influencia por definición. Hasta dónde llegue depende de varias condiciones, pero siempre estará ahí. Alguna vez se le oyó decir a Kissinger: “Nosotros establecemos los límites de la diversidad”.

Antes de la medianoche del 16 de octubre de 1998, dos agentes de Scotland Yard penetraron una clínica privada, desarmaron a los guardaespaldas privados, impusieron 8 policías ante la puerta de la habitación y le leyeron una orden de Interpol de detención al convaleciente Augusto Pinochet. Después se le abrieron procesos judiciales por genocida, torturador y asesino. Una declaración forense de Demencia Senil, lo salvó de la cárcel.