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Etiqueta: José María Gutiérrez

FRENASS: José María Gutiérrez nos recuerda los beneficios que hemos recibido de la CCSS

El Frente Nacional por la Seguridad Social presentó a José María Gutiérrez, científico y ganador del premio MAGON 2022.

En un video compartido por el FRENASS, Gutiérrez expresa que la Caja Costarricense del Seguro Social es una institución emblemática del estado costarricense.

Desde 1940 ha habido un incremento en los índices de vida de los costarricenses que son ejemplares a nivel internacional, esto gracias a los principios filosóficos de solidaridad y equidad de la Caja.

A pesar de esto, Gutiérrez comenta, hay factores políticos y económicos que han hecho que se debilite. Por un lado, hay una deuda enorme con la Caja, y políticas fiscales erráticas debilitan y dificultan los planes de inversión y el crecimiento de la institución.  Hay aspectos del seguro social que deben ser mejorados, pero lo que se debe hacer es buscar el fortalecimiento y no el debilitamiento de la institución.

Es por esto que José María Gutiérrez invita a los y las costarricenses a defender la caja y todo lo que esta representa, para así asegurar que ésta siga siendo pública y que busque cumplir con los intereses del bien común. 

Compartimos el link del video: https://fb.watch/kMBCS9QiPY/?mibextid=cr9u03

Discurso pronunciado por José María Gutiérrez al recibir el Premio Nacional de Cultura Magón 2022

Mis primeras palabras son de profundo agradecimiento a las y los colegas de la Universidad de Costa Rica quienes tuvieron la generosidad de postular mi nombre para este premio que mucho me honra. Agradezco también a mis compañeras y compañeros del Instituto Clodomiro Picado y de la Facultad de Microbiología de la Universidad de Costa Rica, y de otros espacios de esta querida universidad, con quienes he compartido sueños y esfuerzos a lo largo de cinco décadas. Mi gratitud va también hacia personas de otras instituciones nacionales, y hacia colegas, estudiantes y amistades de muchos países, con quienes he transitado por los caminos de la vida. Y por supuesto expreso un agradecimiento muy especial a mi querida familia, a Irma, Mauricio, Alberto, Stella, Joaquín, así como a mis padres Jorge y Margarita, y a mis hermanos Jorge y Francisco, ausentes físicamente, pero siempre presentes en mis sentimientos.

El otorgamiento del premio Magón a una persona del ámbito de la ciencia conlleva un mensaje importante, porque contribuye a apreciar la ciencia como un componente del ancho mundo de la cultura. A fines de la década de 1950, el literato y científico inglés Charles Snow se lamentaba de la separación que él percibía entre la ciencia y otros ámbitos de la cultura, en su ensayo ‘las dos culturas y la revolución científica’. Más de 60 años después, su preocupación sigue vigente. La separación artificial de los campos de la cultura debe dar paso a procesos de encuentro y mutuo enriquecimiento, desde la perspectiva de un respeto genuino. La ciencia como forma de conocer la realidad es parte del acervo cultural de una nación. Se trata de una actividad que comparte con los otros ámbitos de la cultura la chispa permanente de la creación. Además, la ciencia es una poderosa herramienta para enfrentar los dogmatismos de variado cuño, las fake news y la intolerancia. Debemos dejar atrás la separación y el recelo mutuo entre los diversos componentes de la cultura. Abramos espacios en los que priven la convergencia, el respeto, el interés por lo diverso y el aprendizaje compartido.

El premio Magón va mucho más allá de una valoración a mi aporte personal, ya que el mismo reconoce un inmenso esfuerzo país, un empeño en el que hemos trabajado cientos de personas desde inicios del siglo XX, quienes nos hemos preocupado por generar ciencia y tecnología endógenas para estudiar, comprender y resolver un problema de salud, el de los envenenamientos por mordeduras de serpiente, que afecta a los sectores sociales más vulnerables del planeta. En este esfuerzo colectivo de larga data han tenido un protagonismo especial la Universidad de Costa Rica, a través del Instituto Clodomiro Picado, así como el sistema de salud pública costarricense, con la Caja Costarricense del Seguro Social y el Ministerio de Salud, y muchas otras personas e instituciones, incluidos sectores comunitarios.

Este amplio conglomerado ha logrado consolidar un proyecto que impacta no solo en Costa Rica, sino que también se proyecta a nivel mundial, fomentando alianzas en el ámbito científico, creando redes de cooperación sur-norte y sur-sur, salvando cientos de miles de vidas en varios continentes e incidiendo en las políticas de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud. Ello muestra que, cuando se cuenta con políticas públicas claras y grupos que operan sobre la base de agendas colectivas centradas en la procura del bien común, se alcanzan metas que pueden ser percibidas como utópicas. El premio, sin duda, reconoce ese enorme esfuerzo país de largo aliento.

En este contexto, observo con suma preocupación la tendencia sistemática a hostigar y debilitar a las instituciones públicas, incluidas las de los ámbitos cultural, educativo y de salud pública, de limitar su trabajo y su crecimiento, de cuestionar su importancia. En el caso de las universidades públicas, que son el principal reservorio científico del país y donde estos esfuerzos en el tema del ofidismo han tenido su centro, preocupan los intentos por menoscabar su presupuesto y su autonomía, un valor esencial sin el cual un proyecto como el que hoy se reconoce con este premio no hubiera sido posible. La autonomía universitaria garantiza el cultivo de todos los planos de la cultura. Sepamos aquilatar el inmenso valor de nuestras instituciones públicas, y construyamos bienestar fortaleciéndolas y nunca debilitándolas.

La investigación científica y otros ámbitos de la cultura han de ser componentes esenciales de nuestros esfuerzos por gestar una convivencia centrada en la equidad, la solidaridad, el bienestar colectivo y el respeto a la diversidad. Para ello, entre muchas tareas pendientes, debemos buscar una genuina apropiación social de la ciencia y demás espacios de la cultura, para que esta sea patrimonio de toda la sociedad y contribuya al cuidado de la vida y al desarrollo de las potencialidades de las comunidades y de las personas.  

Ojalá que este premio Magón sirva para fortalecer la idea de que la ciencia y las otras avenidas de la cultura no son temas prescindibles, sino que, por el contrario, constituyen elementos centrales de nuestra identidad. Ello invita a procesos renovados, los cuales incluyen políticas públicas certeras, pero también una amplia participación social de base en la creación y apropiación de la cultura, como parte de los esfuerzos colectivos por forjar una vida digna para todas y todos.

José María Gutiérrez
Profesor Emérito Universidad de Costa Rica
Premio Nacional de Cultura Magón 2022

El Premio Magón para el Dr. José María Gutiérrez

Dr. José María Gutiérrez, galardonado con el Premio Nacional de Cultura Magón. Foto: Archivos Universidad de Costa Rica.

El merecido reconocimiento a una inveterada tradición científica en Costa Rica

Luko Hilje

Creado el 24 de noviembre de 1961, el Premio Magón correspondió a un galardón literario en sus inicios. Así consta en el libro Los premio Magón, del recordado amigo Elías Zeledón Cartín, publicado en 1992. De hecho, su denominación corresponde al pseudónimo o hipocorístico de Manuel González Zeledón (1864-1936), célebre escritor costarricense.

Y, como era de esperar, con él se honró a autores de gran fuste, a quienes poco a poco se sumaron otros artistas e intelectuales. En orden cronológico, los premiados fueron Moisés Vincenzi Pacheco, Julián Marchena Vallerriestra, Carlos Salazar Herrera, Carlos Luis Fallas Sibaja, Hernán Peralta Quirós, Carlos Luis Sáenz Elizondo, José Marín Cañas, Fabián Dobles Rodríguez, Luis Felipe González Flores, Francisco Amighetti Ruiz, Juan Rafael Chacón Solares, León Pacheco Solano, Francisco Zúñiga Chavarría, Teodorico Quirós Alvarado, Joaquín Gutiérrez Mangel y Alberto Cañas Escalante. De estos primeros dieciséis galardonados, así como de los que les siguieron, hasta 1991, Elías incluye en su libro muy valiosas reseñas biográficas, que permiten captar mejor los sólidos méritos de cada uno.

Me he detenido aquí de manera deliberada, pues en 1977 se rompió la tradición, al asignar el Magón a un científico: el Dr. Rafael Lucas Rodríguez Caballero. La verdad es que siempre pensé que a don Rafa le habían otorgado el Magón no solo por su labor científica, sino que también porque fue un excelso dibujante, sobre todo de sus amadas orquídeas. En realidad, la resolución del jurado, integrado por Carlos Salazar Herrera, Samuel Rovinski, Virginia Sandoval de Fonseca, Marco Retana y Joaquín Garro, indica que lo fue:

Por su intensa, seria y permanente labor de investigación en el campo de la botánica, con especialidad en las umbelíferas y las orquídeas, que se encuentra registrada en numerosas publicaciones nacionales y extranjeras, que dio origen a una escuela de investigación en esa especialidad. Su vida ejemplar en el campo de la investigación y de la docencia ha servido de inspiración para los jóvenes científicos, que hoy enriquecen la cultura de nuestro país.

Al respecto, es pertinente indicar que ya en 1971 se había modificado el nombre, para que se llamara Premio Nacional de Cultura Magón, y que sería:

Otorgado anualmente a un escritor, artista o científico costarricense, en reconocimiento a la obra que lleve realizada en el campo de la creación o la investigación hasta la fecha en que se conceda el premio.

Es decir, de manera explícita, esta vez se reconocía que la actividad científica es parte indisoluble de la cultura de una sociedad, sensu lato. Esto no solo es loable, sino que también lógico. De hecho, esa dimensión la recoge el Diccionario de la Real Academia Española, al definir la cultura —en su tercera acepción— como el «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.».

Sin embargo, en realidad esto no ha calado suficientemente en algunas personas, sectores sociales y decisores políticos. Al respecto, recuerdo que hace exactamente 50 años, cuando se fundó la Universidad Nacional (UNA), tuvimos la cercana colaboración del Dr. Rodrigo Zeledón Araya, microbiólogo y parasitólogo de renombre mundial, así como sobresaliente profesor en la Universidad de Costa Rica (UCR), quien además fue uno de los integrantes de la Comisión ad hoc que le confirió visión, estructura y rumbo a la UNA. En 1975, con el fin de fortalecer los incipientes programas de investigación que deseábamos impulsar en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, una tarde-noche por semana nos quedábamos ahí para que nos ofreciera una especie de seminario, en el que se propiciaban muy ricas discusiones. Y me acuerdo de que, en una de sus presentaciones, de manera lapidaria expresó que «ser científico en Costa Rica es como ser torero en Nueva York».

Pero no lo decía con fatalismo ni desánimo, sino con la profunda convicción de que había que cambiar, y pronto, tan lamentable situación. Y tenía criterio y credenciales para decirlo. Intelectual de pensamiento claro, así como de acciones concretas, además de escribir al respecto por la prensa con frecuencia, para entonces ya había gestado su primera criatura, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT), nacido en 1972, y del cual fue su primer director. Y, para dar más amplias dimensiones a sus aspiraciones, después logró la hazaña de fundar el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MICIT) en 1990, e incluso convertirse en el primer ministro del ramo.

Creo que, sumados a su destacada carrera científica, estas realizaciones ameritan y justifican que a este egregio ciudadano —hoy con 93 años— se le otorgue el Premio Nacional de Cultura Magón, distinción que ha seguido alejada del mundo científico. De hecho, desde que se galardonó a don Rafael Lucas, debió transcurrir casi un cuarto de siglo para que se premiara a dos notables investigadores provenientes de los campos antropológico y arqueológico, la Dra. María Eugenia Bozzoli Vargas (2001) y don Carlos Aguilar Piedra (2004), respectivamente.

No obstante, de las disciplinas asociadas con las ciencias exactas y naturales, o con sus aplicaciones agrícolas o biomédicas, habría que esperar un decenio para que, en 2011, se honrara al Dr. Rodrigo Gámez Lobo —eso sí, compartido con Rogelio López, artista de la danza—, virólogo de fama mundial, fundador y director del Centro de Investigación en Biología Celular y Molecular (CIBCM) en la UCR, así como fundador y presidente del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio). Un lustro después le correspondería el turno al médico Juan Jaramillo Antillón (2016), destacado académico de la UCR, exministro de Salud Pública y prolífico escritor, con casi 40 libros publicados, no solo en el campo de la salud pública, sino que también en las áreas de la historia y filosofía de la medicina y la ciencia.

Así, a grandes trazos, este es el panorama histórico en que hace apenas dos semanas recibimos con verdadero júbilo la noticia de que el Magón de 2022 le fue otorgado al microbiólogo José María Gutiérrez Gutiérrez.

Con Chema, como cariñosamente se le conoce en el ámbito universitario y científico del país, nos une una relación de amistad desde nuestra época de estudiantes. Dos años menor que yo, nos conocimos allá por 1973-1974, cuando el gobierno de turno se proponía entregar la prístina y paradisíaca isla del Caño a manos extranjeras, para instalar casinos y lupanares de lujo, con el fin de atraer turistas millonarios al país, ante lo cual varias asociaciones y partidos políticos estudiantiles de la UCR emprendimos una intensa lucha, que culminó con éxito.

Además, yo era amigo cercano de mis compañeros de estudios Rafael Quesada Vargas y Richard Taylor Rieger, interesados ambos en el estudio de serpientes venenosas, al punto de que Richard trabajaba con el Dr. Róger Bolaños Herrera, visionario fundador del Instituto Clodomiro Picado, uno de los pioneros en la producción de sueros antiofídicos en América Latina. Eso me acercó a Marco Gómez Leiva, bioquímico que coordinaba las actividades del serpentario de la Facultad de Medicina, así como a Luis Cerdas Fallas, quien trabajaba con don Róger, a la vez que ejercía la docencia en la Facultad de Microbiología. Como el edificio de esta colinda con el de la Escuela de Biología, en una que va y otra que viene nos topamos de nuevo con Chema, de quien todos ellos decían que era un verdadero portento.

Y tenían plena razón. Brillante, inquisitivo, analítico y metódico, Chema empezó a desplegar sus dotes de científico, primero como asistente de investigación y después como investigador titular en el Instituto Clodomiro Picado, al punto de obtener en 1980 el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología por sus investigaciones acerca de la acción biológica de los venenos de serpientes. Posteriormente, con su formación acrecentada al obtener el doctorado académico en Ciencias Fisiológicas en 1984, en Oklahoma State University, su carrera científica escaló de manera realmente rutilante, como se capta al leer su extensa y rica hoja de vida.

Sin embargo, hay una dimensión más, que un lector desprevenido podría no captar, y es que Chema siempre ha realizado investigación de primer mundo, pero sin omitir su compromiso con la sociedad. De exquisito don de gentes, rebosante de sensibilidad social, y con ese silencio propio del hacedor de ciencia, en eso Chema ha sabido emular en bonhomía y estatura científica a sus dos mayores mentores, a quienes también ha honrado de varias maneras: Clodomiro (Clorito) Picado Twight (1887-1944) y Alfonso Trejos Willis (1921-1988).

Cuando, con apenas 21 años y becado con gran esfuerzo por el gobierno de Costa Rica, en 1908 Clorito partió hacia Francia, su aspiración era convertirse en un biólogo «puro», y así lo hizo, al obtener en 1913 el doctorado en la Universidad de París. Sin embargo, poco antes de graduarse —con una tesis acerca de la fauna asociada con plantas epífitas, o «piñuelas»—, al efectuar una pasantía en el Instituto Pasteur y el Instituto de Medicina Colonial de París, su mente dio un viraje radical. En efecto, para fortuna de Costa Rica, ahí percibió que podía serle más útil a nuestra patria en el campo de la salud pública. Por eso, en vez de visualizarse como investigador en el Museo Nacional o como eventual profesor universitario, eligió el Hospital San Juan de Dios para impulsar su obra científica. Y, al fundar ahí el Laboratorio de Análisis Clínicos, como en una especie de apostolado científico, hizo de este un centro de investigación en campos como la endocrinología, la hematología, la inmunología y los sueros antiofídicos, todo en beneficio de sus semejantes.

Fue a ese prodigioso recinto donde —llevado por su padre— llegó un día un mozalbete llamado Alfonso Trejos Willis, para que le ayudara durante las vacaciones colegiales de este. Sin embargo, aunque su primer encuentro fue algo áspero, como lo relato en el artículo «Dos anécdotas sobre Clorito» (Semanario Universidad, 9-VIII-02), el sabio supo captar y aquilatar el potencial de Trejos, y poco a poco lo estimuló, hasta convertirlo en un destacado investigador; y tanto, que en 1942 publicaban juntos el libro Biología hematológica elemental comparada, cuando Trejos frisaba los 21 años. No obstante, Clorito fue más allá, pues insufló en Trejos no solo el compromiso con su pueblo, sino que también la valentía y el vigor para denunciar por la prensa lo que no le parecía, no solamente en el ámbito propiamente científico, sino que también en otros planos de la sociedad.

Para quien desee conocer acerca de Trejos, he tenido la fortuna de coordinar dos dossiers dedicados a él: «Para recordar al Dr. Alfonso Trejos» (Esta Semana, 21-IV-89) y «En el centenario del Dr. Alfonso Trejos Willis» (La Revista, 3-XI-2021). En ambos tuve la colaboración de Chema, con los artículos «Semblanza del Dr. Alfonso Trejos Willis» y «El aporte del Dr. Trejos Willis a la investigación científica» en el primero de ellos, y «Alfonso Trejos Willis y el desarrollo de las ciencias biomédicas en Costa Rica» en el segundo. Debo decir que, a pesar de la distancia física, pues nunca he laborado en la UCR, sino primero en la UNA y después en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), hurgar en la vida y la obra de Clorito y don Alfonso ha sido un motivo de reencuentro con Chema a lo largo de los años.

En realidad, a su manera, Chema es el heredero, a la vez que el promotor, de una inveterada tradición científica en el campo de la salud pública, con ciencia de alto calibre, pero también con sentido social, iniciada en 1914 por Clorito —acerca de quien Chema ha escrito también de manera abundante y esclarecedora— y prolongada por Trejos Willis, mentor de Chema. Es decir, como en una carrera de relevos, Chema es el portador de una estafeta de gran significado humano y patriótico, al hacer ciencia de relieve mundial, pero con aplicaciones a la realidad particular de Costa Rica y de otros países del «tercer mundo», porque las labores del Instituto Clodomiro Picado en cuanto a salvar vidas humanas, sobre todo en zonas rurales, sobrepasaron nuestras fronteras desde hace muchos años.

Ahora bien, al igual que sus dos predecesores, Chema no se ha encerrado y aislado en su laboratorio. De ninguna manera. Porque, además de las actividades de acción social que realiza el Instituto Clodomiro Picado —que él dirigió por varios años— para prevenir envenenamientos, o para contrarrestarlos con los sueros antiofídicos que producen, él se ha proyectado con escritos acerca del quehacer y la relación del científico con el mundo en que está inmerso. De ello dan fe varios artículos periodísticos, y especialmente Reflexiones desde la academia. Universidad, ciencia y sociedad (2021), un reciente libro de ensayos en el que con excelente pluma y sobrada lucidez Chema nos alerta sobre las visiones, desafíos, riesgos y avatares de las universidades públicas —hoy víctimas de la miopía de los gobernantes de turno— como entidades ideales para que, con libertad plena y sin apremios financieros, florezca el conocimiento a través de la investigación y el diálogo académico, así como en relación con las necesidades más sentidas de nuestro pueblo.

Pienso que fue todo esto lo que el jurado del Magón valoró, aunque tal vez sin percatarse de que, al conceder el galardón a Chema, en realidad se honra una trayectoria que data de más de un siglo, vale decir, un tenue pero firme hilo conductor que enlaza a Clorito, don Alfonso y Chema, y que, por original, fecundo y prolongado, quizás sea único en América Latina.

 

Publicado en https://www.meer.com/es y compartido con SURCOS por el autor.

El proyecto de “Ley Reguladora del Fondo Especial para la Educación Superior” violenta la autonomía de las universidades públicas y la institucionalidad

José María Gutiérrez
Profesor Emérito, Universidad de Costa Rica

Se encuentra en la corriente legislativa el proyecto denominado ‘Ley Reguladora del Fondo Especial para le Educación Superior’ (expediente N° 23.380), presentado por el Poder Ejecutivo. Dicho proyecto violenta de manera flagrante aspectos centrales de la autonomía universitaria y, de aprobarse, tendría serias consecuencias para la institucionalidad del país.

¿Qué es la autonomía universitaria?

Al calor de la discusión de este proyecto, conviene refrescar el concepto de autonomía universitaria. “La autonomía incluye la libertad académica o de cátedra, la autodeterminación en el establecimiento de planes, programas, presupuestos y organización interna, y la plena capacidad jurídica para adquirir derechos y contraer obligaciones, así como para darse su organización y gobierno propios y para decidir sobre el uso de los recursos que les provee el estado. La autonomía, en suma, procura dar a estas instituciones todas las condiciones jurídicas requeridas para que desarrollen con independencia su misión. En el caso de Costa Rica, la autonomía universitaria está claramente establecida en los artículos 84, 85 y 87 de la Constitución Política. El cumplimiento de la misión académica, cultural y social de las universidades públicas requiere del ejercicio de la plena autonomía, para que puedan ser un espacio de pensamiento y acción libres, no supeditados a los poderes fácticos, sino al servicio de toda la sociedad.” (Gutiérrez, 2021).

¿Por qué violenta este proyecto la autonomía universitaria?

El artículo 4 del proyecto propone la creación del Consejo de Coordinación de la Educación Superior Universitaria Estatal, que estaría constituido por el Consejo Nacional de Rectores (CONARE) y por cuatro ministros o ministras del gobierno.

El artículo 5 dice textualmente: “Corresponderá al Consejo de Coordinación de la Educación Superior Universitaria Estatal promover, fiscalizar y evaluar los resultados del financiamiento de la Educación Superior Universitaria Estatal. Para estos efectos deberá elaborar un Plan de Desarrollo de la Educación Universitaria Estatal, en concordancia con el Plan Nacional de Desarrollo, las perspectivas de desarrollo de la investigación y extensión universitaria al crecimiento económico, social y ambiental del país. Este plan deberá definir metas, indicadores y resultados esperados de corto, mediano y largo plazo.  Para lo cual se elaborará un plan quinquenal y se definirán informes a los tres años del plan y al finalizar el quinquenio.”

En otras palabras, el proyecto propone crear un nuevo organismo, con la participación de cuatro ministros o ministras, el cual elaboraría un plan nacional de desarrollo universitario, definiría metas, indicadores y resultados esperados. Es decir, el accionar de las universidades públicas estaría supeditado a este órgano y, para efectos prácticos, pasaría a ser controlado en gran medida por las autoridades de los gobiernos de turno. Esto liquidaría, en la práctica, el ejercicio de la autonomía universitaria, con todas las implicaciones que esto tendría.

El texto del proyecto de ley refleja un desconocimiento enorme del concepto de la autonomía universitaria. Por ejemplo, se dice que “es evidente que la autonomía universitaria está circunscrita a la parte organizativa de las instituciones y a las facultades de autogobierno de las universidades públicas costarricenses”. La constitución política y diversas resoluciones de la Sala Constitucional muestran, por el contrario, que la autonomía va mucho más allá de la parte organizativa de estas instituciones, ya que incluye decisiones y ámbitos que involucran muchos otros aspectos de la vida institucional, como señala la definición al inicio de este ensayo.

Resulta paradójico que el texto del proyecto recurra a citas de la Sala Constitucional para apoyar la propuesta, tergiversando el espíritu de varias de ellas, e incluye una cita (Voto 1313-03) que más bien confirma que este proyecto contradice los pronunciamientos emitidos por dicha Sala. En dicho voto, con respecto a la autonomía, se indica que: “…significa, para empezar con una parte de sus aspectos más importantes, que aquéllas (se refiere a las universidades, aclaración nuestra) están fuera de la dirección del Poder Ejecutivo y de su jerarquía, que cuentan con todas las facultades y poderes administrativos necesarios para llevar adelante el fin especial que legítimamente se les ha encomendado; que pueden auto determinarse, en el sentido de que están posibilitadas para establecer sus planes, programas, presupuestos, organización interna y estructurar su gobierno propio”. Los artículos 4 y 5 del proyecto de ley arriba citados contradicen drásticamente este texto de la Sala Constitucional.

¿Por qué es esencial mantener la autonomía universitaria?

Las universidades públicas cumplen roles esenciales en la vida del país. Por un lado, generan amplios contingentes de profesionales de excelente calidad que nutren los espacios privado y público del país. Un reflejo de esto es la alta empleabilidad de las personas que se gradúan de dichas instituciones. Además, las universidades son el principal reservorio de ciencia y tecnología de Costa Rica. Son centros que tienen una enorme proyección a la sociedad a través de múltiples formas de extensión que llegan a amplios sectores de la población en todo el país. Esta multiplicidad de aportes ha sido posible gracias al ejercicio de la autonomía.

Tan importante como lo anterior es el hecho de que, gracias a su autonomía, las universidades públicas son centros permanentes de reflexión sobre la realidad nacional. Este ejercicio de análisis, ejercido de forma autónoma, es fundamental, pues genera insumos de pensamiento y conocimiento que iluminan amplios aspectos de la vida del país. El trabajo universitario no debe estar regido por decisiones que emanen de los poderes políticos, pues ello aniquilaría ese sentido de reflexión permanente para convertirse en simples ejecutoras de políticas emanadas de poderes fácticos. Ello no implica de ninguna manera que las universidades no tengan una coordinación activa y profunda con los planes nacionales de desarrollo y con las instituciones del estado. Esta relación existe y siempre ha existido. Pero debe darse en el marco de su autonomía.

Lejos de lo que algunos piensan, incluyendo sectores del actual gobierno, el país necesita, para garantizar un desarrollo próspero y con equidad, de la existencia de universidades autónomas, en las que se estudie la realidad nacional y se cultiven saberes diversos, en un permanente ejercicio de reflexión, investigación y formación. También necesita la forja de profesionales que no solo sean competentes técnicamente, sino que posean una visión amplia de la realidad y puedan ser personas creativas, innovadoras y solidarias. Y requiere instituciones de educación superior que no solo respondan a los intereses de sectores políticos y económicos específicos, sino que sirvan a toda la sociedad. Estas metas son posibles de alcanzar solamente en el contexto de instituciones verdaderamente autónomas.

Por este medio hago un llamado vehemente a las señoras diputadas, a los señores diputados, a los partidos políticos, a las comunidades universitarias y a la ciudadanía en general a rechazar de manera enfática el proyecto de la “Ley Reguladora del Fondo Especial para le Educación Superior”. Nuestro país no merece semejante retroceso en su institucionalidad.

Referencia citada

Gutiérrez, J.M. (2021) Reflexiones desde la Academia. Universidad, Ciencia y Sociedad. Editorial Universidad de Costa Rica.

 

Imagen ilustrativa, UCR.

Dr. José María Gutiérrez, ganador del premio «Redi Award»

El Dr. José María Gutiérrez Gutiérrez, investigador del Instituto Clodomiro Picado recibe la felicitación del Dr. David A. Warrell, presidente del comité organizador del Congreso Mundial de la Sociedad Internacional de Toxinología, como ganador del premio «Redi Award», por sus destacadas contribuciones en el campo de la toxinología.
Ese premio, cuyo nombre reconoce al científico Francesco Redi, uno de los primeros investigadores de los venenos de serpientes, lo entrega la Sociedad Internacional de Toxinología (IST por sus siglas en inglés) a un científico destacado, cada tres años, durante la realización de su congreso mundial.
El Dr. Gutiérrez lo recibió este viernes 25 de setiembre en el Teatro Sheldonian, en Oxford, Inglaterra, ante una concurrencia de 300 personas de todos los continentes.

 

Información tomada de Facebook, Universidad de Costa Rica.

Los retos de las universidades públicas latinoamericanas

José María Gutiérrez
Profesor emérito, Universidad de Costa Rica

Las universidades públicas son instituciones esenciales del estado social de derecho en nuestra América Latina. Las universidades han jugado y juegan papeles fundamentales en la región, como vías de movilidad social generadoras de oportunidades, centros productores de nuevo conocimiento y promotoras de desarrollo inclusivo y democrático mediante múltiples vínculos con la sociedad. Además, constituyen centros de reflexión crítica permanente, aportando a los debates sobre el devenir de nuestros pueblos y atisbando nuevas avenidas solidarias por las que transiten nuestras comunidades.

Pese a su importancia y significado, las universidades públicas de América Latina sufren un acoso sin precedentes por parte de los sectores políticos y económicos hegemónicos, acoso que se refleja en una creciente reducción de sus presupuestos, en el cuestionamiento de su carácter público y en los continuos embates contra su autonomía. La reciente negociación de los presupuestos de las universidades públicas en Costa Rica es un claro reflejo de estas tendencias, al violentarse preceptos constitucionales básicos, en el contexto de una política abiertamente hostil por parte de autoridades de gobierno.

El escenario actual de las universidades públicas latinoamericanas plantea enormes retos para estas instituciones. Por un lado, se requiere defender y fortalecer la autonomía y el carácter público de las mismas, renovando los principios de excelencia académica y procura del bien común como ejes centrales. Por otra parte, las universidades deben efectuar las transformaciones que los tiempos demandan, para depurar su funcionamiento, incrementar su trabajo académico y social y atender las urgentes necesidades de los más amplios sectores sociales de nuestros países.

Esta tesitura debe servir para desarrollar procesos de análisis y reflexión crítica y autocrítica en el seno de las universidades y mediante diálogos permanentes con diversos sectores de la sociedad. La revista UNIVERSIDADES, de la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe (UDUAL), ha publicado un número especial sobre el futuro de las universidades públicas en la región. En dicha publicación se incluye el artículo que se adjunta, que ofrece reflexiones sobre estos temas, centrados en la experiencia de Costa Rica.

El número completo en el que se publica esta contribución está accesible en el siguiente enlace: http://udualerreu.org/index.php/universidades

Nota editorial.
SURCOS comparte además el documento en formato PDF:

José María “Chema” Gutiérrez: El rostro humano de la ciencia

El académico hace un breviario de sus ideas y comparte los compromisos del científico con su sociedad.

Eduardo Muñoz Sequeira

Para Gutiérrez, el premio Rodrigo Facio representa el reconocimiento “a esos entornos colectivos y a la gente con quienes he compartido los proyectos y los sueños”. Foto: Laura Rodríguez.

José María Gutiérrez Gutiérrez vio la luz por primera vez en su propio hogar, en el corazón de la capital, donde creció rodeado de “una familia hermosa, donde imperaba el cariño, el estímulo y el respeto profundo a las personas”, recordó el científico. El 26 de agosto pasado, este académico recibió el Premio Rodrigo Facio Brenes, por sus aportes a las ciencias y a la sociedad. Este galardón es otorgado por el Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica (UCR).

Gutiérrez, quien ya suma decenas de reconocimientos nacionales e internacionales, compartió con C+T que sus padres promovieron “un ambiente altamente estimulante. En mi caso, siempre me llamó la atención el estudio. Destaco la motivación que siempre recibí de mi hermano mayor Jorge Alberto, desde que yo era muy niño se convirtió en una fuente de inspiración en muchos sentidos, como lo fueron también mi hermana y mis demás hermanos, y por supuesto mis padres”.

En medio de la efervescencia política por la lucha contra Alcoa, ingresó a la UCR en 1972 y es ahí donde su formación religiosa “evolucionó a un compromiso de carácter social y político. Dejé de ser religioso, pero acrecenté esa veta relacionada con la solidaridad hacia el interés por los problemas sociales. Ello me llevó a tener una militancia política y a ver siempre la praxis de la ciencia desde una perspectiva no solo académica, sino también social y política”, indicó.

Se graduó como microbiólogo en 1977, pero desde que era estudiante ingresó como asistente de investigación al Instituto Clodomiro Picado (ICP), de la UCR, donde ya suma décadas vinculado. En 1984, obtuvo su doctorado en Ciencias Fisiológicas en la Universidad Estatal de Oklahoma, en Estados Unidos. Ha sido parte de equipos de investigación en el desarrollo de sueros antiofídicos que benefician a Costa Rica y a otras naciones. Actualmente, es profesor emérito de la UCR, pero sigue íntimamente relacionado con el trabajo del ICP.

En el 2017, el ICP celebró el 50 aniversario del primer lote de antivenenos producidos en Costa Rica. En la foto aparecen los fundadores del ICP junto a José María Gutiérrez: los hermanos Álvaro y Guillermo Flores, y Wayne Flowers, hijo del Dr. Herschel Flowers. Foto: cortesía de José María Gutiérrez.

Ciencia y sociedad

Para Gutiérrez, una de sus mayores satisfacciones es haber hecho ciencia en su propio país.

“Como seres humanos, tenemos que dirigirnos por otros rumbos que beneficien a la humanidad como un todo y no solo a algunos sectores”, afirmó.

-¿Cuál es el rol social y ético de las ciencias para la búsqueda del bien común?

El conocimiento científico y tecnológico debe estar en función de las necesidades de las personas. Esto se podrá lograr si ocurren cambios fundamentales en la forma como se organizan y funcionan las sociedades, aunque en las últimas décadas los proyectos políticos hegemónicos han privilegiado a los sectores minoritarios que detentan el poder económico. Esa es la lógica de apropiación del mercado, la lógica del más fuerte.

-Países ricos han develado una realidad poco discutida públicamente, que es el derecho a la salud y la voracidad en la adquisición de la posible vacuna contra el COVID-19 y suministros médicos. ¿Qué vías podemos transitar los países pobres o de renta media para asegurarnos los mismos derechos ante la pandemia?

En el caso de América Latina, se requiere volver por los senderos de integración regional y en los que lamentablemente se ha retrocedido. Por otra parte, la crisis actual ha mostrado la importancia de la soberanía y la autosuficiencia en diversos planos, desde el político, pasando por el de la soberanía alimentaria, el fortalecimiento de la institucionalidad pública y el de la autosuficiencia en muchos aspectos a nivel de comunidades locales. Es decir, desmarcarnos de los grandes canales globales de comercialización e intercambio.

-¿Pensó en algún momento que el Instituto Clodomiro Picado de la UCR sería un protagonista tan importante en la atención de la emergencia provocada por el COVID-19?

Aunque el foco principal de acción del ICP se relaciona con el tema de los envenenamientos por mordeduras de serpientes, esa experiencia permitió que nos planteáramos la posibilidad de desarrollar un tratamiento contra las infecciones causadas por el SARS-CoV-2. Otras de las áreas que el ICP está asumiendo de cara al futuro es la transferencia de tecnología para que otros laboratorios de países en vías de desarrollo establezcan sus propias plantas de producción de antivenenos y otros productos inmunobiológicos. Y, por supuesto, el ICP continúa abriendo nuevos temas de investigación en colaboración con colegas de muchos países.

-¿Por qué la producción de sueros antiofídicos no es asumida por las farmacéuticas privadas?

Hay empresas privadas que producen antivenenos, pero no son las denominadas “big pharma”. Más bien, están en países en vías de desarrollo, porque los envenenamientos por mordeduras de serpientes afectan, principalmente, a personas en condiciones de pobreza en países de escasos recursos. Por lo tanto, este mercado no es lucrativo.

-La pandemia del COVID-19 ha generado una discusión sobre quién produce y quién tiene prioridad ante las posibles vacunas. ¿Qué criterio tiene al respecto?

Aquí el tema central es si la salud pública debe estar centrada solo en criterios de mercado o más bien humanitarios, sobre si la salud es un derecho humano fundamental. Pero, más allá, la discusión global debe ser sobre la filosofía que guíe en el futuro la producción y distribución de medicamentos y vacunas, y sobre cómo promover el acceso universal a estos productos.

En el 2015, en Oxford, Inglaterra, el científico recibió el Premio Redi Award, otorgado por The International Society on Toxinology, por las contribuciones científicas en toxinología. Foto: cortesía de José María Gutiérrez.

RECUADRO

Universidad y sociedad

José María Gutiérrez Gutiérrez se sumó a la galería de otros costarricenses que recibieron el Premio Rodrigo Facio Brenes. Para él, los aportes de este pensador siguen siendo actuales “en momentos en que las dirigencias políticas tradicionales carecen de imaginación, creatividad, criticidad y visión para generar opciones que realmente beneficien a la mayoría de la población. Domina un modelo reduccionista que se limita a repetir recetas ideológicas gastadas que solo han conducido a debilitar los pilares del estado social de derecho. De los textos de Facio se desprende una enorme capacidad para ver el potencial que tiene la UCR, así como su visión amplia y una constante preocupación por ubicarla en el contexto de la construcción de un entorno social más próspero y equitativo”.

-¿Cuál es el rol de la universidad pública en el modelo de país que requerimos?

La universidad pública debe jugar un papel central, en procura de edificar una sociedad marcada por valores de solidaridad, equidad, respeto a la diversidad, relación armónica con el ambiente, procura de la dignidad de las personas y, en general, cuidado de la vida en todas sus manifestaciones. ¿Cómo hacerlo? Antes que nada, preservar su carácter público en su concepción y su funcionamiento, estar al servicio de toda la sociedad y no solo de algunos grupos, y preservar el principio de integralidad. Esto es, del desarrollo de todas las áreas del conocimiento y no solo de aquellas que tienen un impacto en ciertos sectores del mercado.

-Pero hay corrientes políticas que apuestan por una desarticulación de la universidad pública, mientras que otras naciones invierten mucho más en investigación científica y tecnológica.

La consolidación de una comunidad científico-tecnológica robusta le permite a un país generar conocimiento original sobre su propia realidad natural y social, y es clave para que podamos transitar por senderos de prosperidad y equidad. Lamentablemente, los modelos hegemónicos de las últimas décadas no le han prestado la debida atención a nuestro desarrollo científico y tecnológico. Tenemos una inversión en investigación y desarrollo muy pobre, por debajo del promedio latinoamericano. En fin, lo inadecuado de estas políticas nacionales va de la mano de la aridez de las propuestas de desarrollo que han prevalecido en el país en las últimas décadas.

 

Una producción de la ODI – UCR.

Palabras de José María Gutiérrez al recibir el Premio Rodrigo Facio Brenes, otorgado por la Universidad de Costa Rica el 26 de agosto de 2020

Mis primeras palabras son de gratitud para nuestra querida institución, la Universidad de Costa Rica, que celebra hoy su octogésimo aniversario, para el Consejo Universitario por otorgarme este reconocimiento y, muy especialmente, para las y los colegas de la Escuela de Filosofía, quienes generosamente postularon mi nombre para el premio Rodrigo Facio Brenes que mucho me honra por su significado. Agradezco también a mis compañeras y compañeros con quienes he compartido mi vida profesional, en el Instituto Clodomiro Picado, en la Facultad de Microbiología, y en otras unidades académicas de la Universidad de Costa Rica, así como a colegas, estudiantes y muchas otras personas de nuestro país y de otras latitudes, con quienes he transitado por rutas académicas, sociales y políticas a lo largo de muchos años. Lo que yo haya podido construir ha sido siempre en estos entornos colectivos, con gente muy valiosa. Y, por supuesto, expreso una enorme gratitud a mi querida familia, a mi esposa Irma y mis hijos Mauricio y Alberto, a mi hermana y hermanos y, más allá, a mi madre y mi padre, ausentes físicamente hace tiempo, pero siempre presentes.

La ocasión, y las circunstancias de nuestro tiempo, invitan a la reflexión. Vivimos, sin duda, una crisis que va mucho más allá del trágico escenario sanitario, social y económico asociado con la pandemia de Covid-19. La pandemia se expandió por un mundo que ya de por sí cargaba enormes contradicciones de carácter sistémico; la Covid-19 no ha hecho sino evidenciar y agravar de manera dramática las aristas de esa realidad. Se trata de una crisis generada por las formas predominantes de relacionarnos entre las personas y con el ambiente, una crisis de un modelo hegemónico de concebir el desarrollo y el bienestar. Se nos abre una gran oportunidad de reflexionar a profundidad sobre los rumbos del presente y del futuro, y de construir un entorno que garantice la dignidad de las personas y el bienestar de la vida. Se trata de una coyuntura única que no debemos malograr. Es tiempo de emprender, en palabras de Erich Fromm, una revolución de la esperanza.

Las opciones que han prevalecido en la mayor parte del planeta, sobre todo a partir de la década de 1980, han estado marcadas por una alarmante inequidad entre las personas y los países. Se ha generado una enorme riqueza, pero la misma se distribuye de formas muy desiguales. Un porcentaje minúsculo de personas detenta ganancias que superan lo que reciben millones de seres humanos, y el tejido social, por lo consiguiente, se ha deshilachado drásticamente. Es evidente que un crecimiento económico continuo y acelerado es inviable ambientalmente. La desregulación desmedida del capital transnacional ha venido aparejada del debilitamiento de las instituciones públicas a cargo de las políticas sociales, con el consecuente impacto negativo en las condiciones de vida de millones de personas.

Se le ha conferido un papel protagónico al mercado en la regulación de las interacciones entre las personas y los países y se han consolidado patrones culturales centrados en el individualismo, el mercantilismo y la banalidad. Los bienes comunes han sido privatizados aceleradamente. Los espacios de participación democrática se han estrechado y se han afirmado en muchos países tendencias autoritarias de variado cuño. El entorno natural es degradado por políticas depredadoras, generándose alteraciones ecológicas sin precedentes que ponen en entredicho la misma viabilidad de la existencia humana tal como la conocemos, y la de muchas otras especies. Si seguimos por ese camino no encontraremos salidas que aseguren una vida digna para todas y todos de cara al futuro.

Al mismo tiempo, las fuerzas vivas de la humanidad, centradas sobre todo en las enormes reservas morales, culturales, sociales y políticas que se mueven en la base social, comunitaria e institucional en todo el planeta, disputan la hegemonía global, aunque en condiciones desiguales, con estas tendencias dominantes de carácter regresivo y excluyente. Son esas fuerzas vivas las que, gracias a un permanente espíritu de reflexión, creatividad y solidaridad, mantienen encendida la luz de esperanza de que otro mundo es posible.

 La pandemia de Covid-19, que ha agudizado la crisis planetaria y humanitaria que ya vivíamos, ha dado paso a profundos procesos de cuestionamiento, imaginación y génesis de propuestas alternativas de convivencia y existencia, surgidas de múltiples sectores y colectivos, desde ópticas diversas, como una enorme fuente de riqueza solidaria. A manera de ejemplo, en nuestra América Latina un proceso colectivo vigoroso ha dado lugar al llamado ‘pacto ecosocial del sur’, una propuesta para un nuevo consenso social, ecológico, económico e intercultural en nuestro continente. Esfuerzos similares se gestan también en Costa Rica, los cuales promueven la confluencia de amplios sectores para edificar un futuro mejor.

Estas propuestas plantean, entre muchas acciones, la transformación tributaria solidaria y progresiva, la construcción de una nueva arquitectura financiera global, la gestación de sistemas nacionales y locales de cuidado que ubiquen la sostenibilidad de la vida como un eje fundamental de nuestras sociedades, el fortalecimiento de las instituciones del estado social de derecho, el establecimiento de una renta básica universal, la priorización de la soberanía alimentaria, el tránsito hacia matrices energéticas renovadas, desmercantilizadas y democráticas, que pongan freno a las políticas extractivistas y de despojo de la tierra, la defensa de los bienes comunes, el fortalecimiento de dinámicas de comunicación que den voz a amplios colectivos de la sociedad, la procura de la autonomía y la sostenibilidad de las comunidades locales, y la búsqueda de relaciones internacionales centradas en la solidaridad, con formas de intercambio comercial más horizontales y multilaterales. Se trata de agendas centradas en el cuidado de la vida, de las personas y del ambiente en el más amplio sentido de la palabra. Es por esos senderos que debemos transitar.

En esta enorme tarea de hacer virar el rumbo que lleva la humanidad y, en nuestro caso, Costa Rica, tenemos cabida una infinidad de protagonistas, incluyendo las instituciones públicas de educación superior del continente. Desde la histórica Reforma de Córdoba, en 1918, las universidades latinoamericanas se han consolidado y enriquecido, y han asumido roles esenciales en nuestras sociedades. Por un lado, son vías de movilidad social que han nutrido a los sectores público y privado de amplios contingentes de profesionales. Además, constituyen los principales reservorios de generación de conocimiento en la región, mediante la investigación en todos los ámbitos del saber. También mantienen vínculos permanentes con muy diversos sectores de la sociedad, contribuyendo a la equidad y al bienestar colectivos, además de ser centros de análisis crítico de la realidad. Valga la ocasión del octogésimo aniversario de la Universidad de Costa Rica para aquilatar el valor enorme de nuestra institución en el país y la región. Por su misma naturaleza, por los pilares filosóficos y éticos que sustentan su accionar, por ser instituciones que procuran la excelencia y el bien común, las universidades públicas de la región están llamadas a jugar un importante papel en las agendas transformadoras que nos convocan.

Ello conlleva una enorme responsabilidad por parte de nuestras comunidades universitarias, ante lo cual debemos revisar críticamente nuestra labor y transformar diversos aspectos de nuestro quehacer. El conformismo y la autocomplacencia, el débil sentido autocrítico que muchas veces nos caracteriza, y el acomodo a tendencias de carácter mercantil y privatizante que se asoman aquí y allá en el horizonte institucional, nos obligan a repensarnos, a problematizarnos, y a depurarnos, para así a asumir mejor los grandes compromisos que tenemos con la sociedad.

Una tarea urgente en nuestra universidad es abandonar la indiferencia política e ideológica que prevalece en algunos sectores de la institución, indiferencia que con frecuencia desemboca en asumir tácitamente como válidos e inmutables los postulados que sostienen la inequidad. La Universidad de Costa Rica debe ser un nicho de reflexión crítica permanente sobre la sociedad y sobre sí misma. Debe preguntarse constantemente cómo puede contribuir a gestar una sociedad marcada por la equidad, el respeto a la diversidad y la procura del desarrollo de las potencialidades de todas las personas. Y esto implica acciones renovadas en docencia, investigación, acción social, administración y vida estudiantil.

Es imperativo defender la esencia misma de lo que es una universidad pública, que sufre embates aquí y en todo el planeta. Nuestra institución debe reafirmar, en el discurso y en los hechos, la visión de que la educación es un bien público y no una mercancía, lo que implica que su financiamiento debe ser principalmente estatal y tener ese carácter en su filosofía y funcionamiento, y en su proyección a la sociedad. Debe ser genuinamente autónoma y procurar el desarrollo académico integral y la búsqueda del bien común. Debe estar, en suma, al servicio de toda la sociedad y, muy especialmente, de los sectores más vulnerables. Aunque parezcan verdades de perogrullo, lo cierto es que estos valores esenciales están siendo cuestionados y requieren ser defendidos y fortalecidos.

Nos encontramos en medio de un acoso sin precedentes a la autonomía, un valor consustancial al sentido mismo de universidad. La autonomía nos permite establecer nuestra propia estructura y gobierno, así como marcar las pautas del desarrollo institucional. También garantiza la libertad de cátedra y de pensamiento y la potestad de decidir sobre el uso de los recursos que nos provee el estado. Algunos sectores políticos y económicos buscan debilitar este elemento esencial universitario, en asocio con una fuerte campaña mediática de desprestigio. Es imprescindible comprender que, sin autonomía, la misión de la universidad pública se desdibuja radicalmente. La defensa a ultranza de la autonomía universitaria y de lo que esta representa es un espacio de análisis y acción urgentes, no solo por parte de las comunidades universitarias, sino de la sociedad en su conjunto.

El aporte de la universidad a la gestación de un mundo mejor pasa por la reflexión permanente sobre la formación que estamos ofreciendo al estudiantado. La reforma universitaria de los años 50, liderada por Rodrigo Facio Brenes y sus colegas, promovió una enseñanza general amplia, que fomenta el interés por campos del conocimiento variados, lo cual abre las puertas a una visión de mundo más ancha e invita a la interacción productiva con personas de otras disciplinas. La formación humanista tiene también el objetivo de estimular el pensamiento creativo y crítico, un elemento clave en la forja de una ciudadanía reflexiva y participativa en procesos democráticos. El aprendizaje integral del estudiantado también vela por la adquisición de una visión socialmente crítica, comprometida con las necesidades de los sectores vulnerables de la sociedad. Cabe preguntarse si estos valores centrados en la visión humanista y el compromiso social se han mantenido y enriquecido o si, más bien, se han debilitado al calor de corrientes individualistas y mercantilistas. Somos testigos de tendencias globales que empujan hacia una visión universitaria centrada en la instrucción de profesionales técnica y académicamente competentes, pero con escasa impronta humanista y con un débil compromiso social. Esto constituye lo que Martha Nussbaum ha denominado la crisis silenciosa de la educación superior en el mundo.

Debemos asir con firmeza los principios del humanismo, para formar profesionales no solo bien preparados académicamente, sino también críticos, creativos y solidarios, capaces de gestar entornos generosos en su quehacer profesional y ciudadano. Para ello requerimos fortalecer no solo los espacios formales de educación humanista y solidaria, que incluyen actividades de acción social, sino extenderlos a los programas de estudios de las carreras particulares y, más aún, forjar nichos informales en la vida institucional que fomenten esa formación integral, en lo cual el estudiantado desempeña un papel central. En este punto quisiera enfatizar en la importancia de las ciencias sociales y las humanidades como elementos de nuestro universo académico. Estos ámbitos, que sufren embates de quienes consideran que las universidades únicamente deben formar profesionales para determinados sectores del mercado, requieren ser fortalecidos, pues alimentan esa integralidad institucional a la que nos referimos.

Por otra parte, debemos también centrar nuestra atención en la generación de nuevo conocimiento, mediante la investigación, pues este aspecto del quehacer universitario constituye un elemento clave en la comprensión de la realidad y en la búsqueda del mejoramiento de la calidad de la vida. La crisis de Covid-19 nos ha mostrado cuán importante es contar con una base de conocimiento endógeno en nuestras universidades. Pese a que la Universidad de Costa Rica es el principal centro de investigación del país, es necesario ver las sombras y no solo las luces de esta faceta de nuestro trabajo. Existe una gran asimetría en el desarrollo de la investigación entre áreas y disciplinas, con una notoria debilidad en algunas de nuestras sedes institucionales. Buena parte del personal docente, sobre todo el interino, tiene pocas oportunidades de realizar investigación.

Con frecuencia predominan las visiones uni-disciplinares en el abordaje de los temas. La gestación de ideas novedosas alrededor de grandes tópicos y problemas invita al trabajo inter- y trans-disciplinario, en dinámicas de respeto epistémico y de mutuo aprendizaje, en los que prevalezca la generosidad y la cooperación por sobre el individualismo. En este sentido tiene especial valor el hecho de que la candidatura al premio Rodrigo Facio de una persona del ámbito de las ciencias biomédicas y naturales haya sido propuesta por la asamblea de la Escuela de Filosofía, pues refleja los puentes que hemos podido establecer a lo largo de los años. Debo decir que una faceta harto estimulante de mi trabajo universitario ha sido el contacto enriquecedor con colegas de disciplinas diversas, de quienes he aprendido muchísimo.

La universidad debe ver con criticidad las posturas que centran la atención únicamente en temas de investigación que tengan réditos económicos, para dar paso a visiones integrales que fomenten todos los campos del conocimiento, más allá de su impacto de rentabilidad inmediata. Aparejado a lo anterior, la generación de conocimiento pertinente y relevante debe acompañarse del fortalecimiento del posgrado, así como de políticas internacionales renovadas, que fomenten la cooperación con el norte, pero también con el sur global, en un marco filosófico y ético de solidaridad e interlocución horizontal.

Quisiera ilustrar algunos de estos principios con base en una experiencia en el colectivo del Instituto Clodomiro Picado. Recuerdo vívidamente cuando, a inicios de la década del 2000, se nos planteó, por parte del Ministerio de Salud de Nigeria y de colegas ingleses, la posibilidad de producir un antiveneno para dicho país africano, donde existe un serio desabastecimiento de ese producto, lo cual tiene hondas repercusiones en la salud pública. Nuestro instituto atravesaba por diversos problemas en esa época y había suficientes razones para no asumir este reto. Pero se comprendió lo relevante de esta posibilidad y el impacto humanitario que tendría. Mediante un enorme esfuerzo de grupo se asumió la tarea y se logró desarrollar un nuevo antiveneno que hoy día se distribuye a varios países del continente africano, salvando miles de vidas cada año. Al tomarse esta decisión se trascendió los estrechos criterios de rentabilidad económica, pues esta tarea se concibió desde una perspectiva integradora de racionalidad social y académica, en el marco de un ethos de solidaridad. Al cabo del tiempo, este proyecto también ha traído réditos económicos para la universidad, pero la decisión inicial se centró en una lógica humanitaria que dio pie a una cooperación sin precedentes con el África sub-Sahariana. Al recordar hoy este proceso, rindo un sentido tributo al colectivo del Instituto Clodomiro Picado, al cual me enorgullezco en pertenecer.

En su relación con el resto de la sociedad, la universidad debe comprometerse con una visión de país y de mundo que emerge de perspectivas centradas en la excelencia y la procura del bien común. En este contexto, la acción social constituye un eje central del trabajo universitario, al cual se le debe dar mayor atención de la que históricamente ha tenido; de los tres pilares académicos, la acción social es sin duda el menos reconocido en el imaginario institucional, algo que debe cuestionarse y transformarse. La respuesta universitaria ante la crisis de Covid-19 ha mostrado el enorme potencial de nuestra institución para responder a necesidades apremiantes del país, pero debemos ir más allá. La universidad requiere renovar y profundizar su relación con muy diversos ámbitos de la sociedad y de maneras muy variadas, y debe hacerlo con una filosofía dialógica, horizontal, de mutuo aprendizaje y en el contexto de lo que Boaventura de Sousa Santos llama la ecología de saberes. 

La construcción del conocimiento, y su aplicación al mejoramiento de la vida, es una tarea de carácter colectivo que trasciende el ámbito estrictamente académico. Requerimos forjar sistemas de vasos comunicantes multifacéticos, que nos permitan integrarnos profundamente al entorno colectivo que nos sostiene y al cual nos debemos. Tenemos mucho que aprender. Más allá de lo académico y lo técnico, acá tenemos un elemento ético de enorme significado. En este ámbito, la atención a la mayor accesibilidad de los sectores sociales más vulnerables del país a la educación superior pública es una tarea de primer orden. La institución ha dado pasos importantes en este campo, pero hay que avanzar mucho más.

En la actual coyuntura, y en la época post Covid-19, no podemos dejar pasar la oportunidad histórica de dar un viraje de timón a niveles global, nacional, institucional y personal. El mundo y nuestra universidad no serán los mismos después de la pandemia. La crisis civilizatoria a la que nos enfrentamos nos exige realizar cambios cualitativos y profundos en nuestro accionar, en procura de edificar un mundo donde priven la equidad y la dignidad de las personas.

Las universidades públicas de América Latina debemos, a un tiempo, mantener y fortalecer los valores esenciales de nuestra misión y propósito, a la vez que realizar transformaciones en todos los ámbitos de nuestro quehacer, con sentido autocrítico y con profundo compromiso con un medio social que nos conmina a dar mucho más. Es necesario mejorar nuestro trabajo hacia adentro y hacia afuera. A lo interno, cabe preguntarnos: ¿cómo lograr una verdadera integración entre docencia, investigación y acción social, de manera que estas operen como un todo integrado?, ¿cómo fortalecer cualitativamente los procesos de regionalización para impactar en todo el país?, ¿cómo generar esquemas administrativos que faciliten en lugar de entrabar las funciones académicas esenciales?, ¿cómo dinamizar los cambios curriculares y la creación de nuevas opciones de carreras, en permanente adaptación a los requerimientos de la sociedad?, ¿cómo reducir el interinazgo, a la vez que se ofrezcan condiciones laborales y políticas salariales de mayor equidad?, ¿cómo lograr que la universidad sea más accesible a los sectores sociales más vulnerables?, ¿cómo estimular entornos creativos  y no burocráticos en toda la institución?, ¿cómo desterrar prácticas que atentan contra la dignidad de las personas y el respeto a la diversidad?. Estas y muchas otras interrogantes convocan a procesos colectivos de reflexión y creación permanentes para que esta institución sea cada vez mejor.

De cara a la sociedad, entre muchos retos pendientes, es necesario fortalecer nuestro encuentro con el enorme abanico de necesidades, urgencias, angustias, procesos creativos e iniciativas cargadas de imaginación y solidaridad que existen en nuestra sociedad, y nos invitan a formar parte de esa energía transformadora, en el marco de una visión de cuidado de la vida en todas sus manifestaciones. Ojalá sepamos sumarnos a esta efervescencia y continuemos aportando a la construcción de ese otro mundo posible. Se trata, parafraseando a Eduardo Galeano, de enriquecer el horizonte de la utopía, el cual, aunque se nos aleje cada vez que damos un paso, nos ayuda a continuar la marcha.

Trabajo científico de José María Gutiérrez será reconocido con Premio Rodrigo Facio

Zaida Siles Rojas, Periodista
Consejo Universitario

El Dr. José María Gutiérrez Gutiérrez se une a reconocidos costarricenses que también han recibido este premio. (Foto: Archivo ODI).

El Dr. José María Gutiérrez Gutiérrez, destacado científico y profesor emérito de la Universidad de Costa Rica (UCR), será galardonado por esta casa de estudios superiores con el Premio Rodrigo Facio Brenes 2020, en reconocimiento a su extraordinario trabajo y a las repercusiones que sus aportes han tenido en los ámbitos nacional e internacional.

El premio lo recibirá durante la ceremonia oficial de conmemoración del 80 aniversario de la Institución, el próximo miércoles 26 de agosto, a las 10:30 de la mañana, en el Aula Magna. A causa de la pandemia, esta ceremonia no estará abierta al público, solo será transmitida en directo por el Canal UCR, Radio Universidad y Facebook live.

El Premio Rodrigo Facio Brenes se otorga cada dos años, desde 1990, para reconocer la obra total de aquellas personalidades que se hayan destacado por su aporte al desarrollo político, social, económico y de la justicia social.

La Comisión Dictaminadora del Premio consideró que la perspectiva del Dr. Gutiérrez ha contribuido decisivamente a impulsar, desde el Instituto Clodomiro Picado (ICP), un proyecto de alto impacto científico y social, como es la producción de sueros antiofídicos, que han salvado miles de vidas no solo en Costa Rica, sino, también, en diversas regiones de Asia y África, especialmente en grupos vulnerables que, de otro modo, no podrían acceder a los antivenenos por su alto costo.

La iniciativa para otorgarle este reconocimiento fue presentada por la Escuela de Filosofía, lo cual para el Dr. Gutiérrez tiene un valor incomparable al provenir de otra área del conocimiento distinta a la suya. “Es un enorme honor recibir este premio no solo por ser de la UCR, sino, también, por lo que significa que esa unidad académica lo haya propuesto, lo cual da una sensación de comunidad”, expresó.

Investigador líder

Este microbiólogo y doctor en Ciencias Fisiológicas por la Universidad de Oklahoma tiene una amplia trayectoria en la UCR. Fue profesor catedrático de la Facultad de Microbiología, en cursos de grado y posgrado, e investigador del Instituto Clodomiro Picado (ICP), al que estuvo ligado desde que era estudiante de esta casa de estudios superiores.

Entre los múltiples cargos que ocupó, destaca el de director del ICP de 1988 a 1996 y subdirector durante los periodos 2009-2011 y 2013-2015. Además, dirigió el Programa de Posgrado en Microbiología, Parasitología y Química Clínica, al igual que el Programa de Maestría en Ciencias Biomédicas CSUCA-Instituto Karolinska; además, ha sido asesor de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Como resultado de sus investigaciones en temas relacionados con la bioquímica y el mecanismo de acción de venenos de serpientes, así como con la capacidad neutralizante de los antivenenos, ha publicado más de 500 trabajos científicos en revistas especializadas y libros.

Su liderazgo lo demostró, también, en la promoción de múltiples actividades de educación continua en el país y a lo largo de América Latina, dirigidos a mejorar la prevención y el manejo de las mordeduras de serpiente.

El Premio Rodrigo Facio se une a numerosas distinciones que ha recibido por su labor científica, entre los que destacan el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología Dr. Clodomiro Picado (1981), miembro de la Sociedad Internacional de Toxinología (1983), Premio TWAS-CONICIT para científicos jóvenes en la rama de Biología (1990), Miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias de Costa Rica (1992), Premio Sven Brohult, otorgado por la International Foundation for Science (1997); Premio Áncora (Costa Rica) en el área de ciencias (1998), Premio al Investigador de la Universidad de Costa Rica en Ciencias de la Salud (2007), y Redi Award, otorgado por la International Society on Toxinology por sus contribuciones en el área de la Toxinología (2015).

José Ma. Gutiérrez: labor del ICP ha ayudado en sus logros personales

José Ma. Gutiérrez Gutiérrez destaca labor del ICP

 

Lidiette Guerrero Portilla,

Periodista Oficina de Divulgación e Información

José Ma. Gutiérrez- labor del ICP ha ayudado en sus logros personales
La Dra. María del Mar Gamboa Coronado y el Dr. Esteban Chaves Olarte, investigadora y director, respectivamente, del CIET entregaron una placa al Dr. José Ma. Gutiérrez a nombre de ese centro de investigación y de la Facultad de Microbiología por el premio Francesco Redi 2015 que acaba de recibir por sus aportes científicos en Toxinología (foto Laura Rodríguez).

El contar con una perspectiva integral para abordar el complejo problema que es el envenenamiento por mordeduras de serpientes e impulsar el trabajo desde una plataforma filosófica que le da valor a las alianzas y la cooperación, la solidaridad, la búsqueda de la excelencia y el enfrentar sin temor los desafíos es la clave del éxito del Instituto Clodomiro Picado (ICP), a criterio del Dr. José Ma. Gutiérrez Gutiérrez.

“Enfrentando el problema del envenenamiento por mordedura de serpiente: los frutos de la cooperación” es el título de la disertación que ofreció el 29 de octubre, en el miniauditorio de la Facultad de Microbiología, invitado por el Centro de Investigación en Enfermedades Tropicales (CIET).

En esa ocasión se le rindió un reconocimiento personal por el premio Francesco Redi que le otorgó recientemente la Sociedad Internacional de Toxinología (IST por sus siglas en inglés), por sus aportes científicos en ese campo.

En su exposición aclaró que cualquier cosa que haya podido lograr a título personal es gracias al esfuerzo colectivo de larga data que se ha desarrollado en el ICP.

José Ma. Gutiérrez- labor del ICP ha ayudado en sus logros personales2
“Enfrentando el problema del envenenamiento por mordedura de serpiente: los frutos de la cooperación” es el título de la conferencia que impartió el Dr. José Ma. Gutiérrez el 29 de octubre en el auditorio de la Facultad de Microbiología (foto: Laura Rodríguez).

Al referirse al desarrollo de ese instituto universitario, en donde Gutiérrez se desempeña desde hace 40 años como investigador y actualmente como subdirector, destacó la figura del Dr. Clodomiro Picado y del Dr. Róger Bolaños Herrera, quien dirigió el ICP y dejó esa visión de enfocar un problema complejo desde una perspectiva integral, en donde se trabaja no solo la labor científica-tecnológica, sino la producción, la docencia y la acción social.

La búsqueda permanente de excelencia, el no tener temor de asumir nuevos desafíos, la cooperación tanto dentro como fuera del instituto, para que “el trabajo académico, productivo y social se haga más con agenda colectiva que individual” y el concepto de solidaridad, “que nos hace saber que lo que hacemos alivia la angustia que provocan las mordeduras de serpientes en el mundo”, son otros elementos de éxito, según detalló el connotado investigador universitario.

Resaltó que todas las personas que trabajan en el ICP son importantes, porque con la integración de esfuerzos es que han logrado faenas y metas ambiciosas en la generación del conocimiento que disponen hoy.

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Una gran cantidad de colegas del Dr. José Ma. Gutiérrez lo acompañaron en su disertación (foto: Laura Rodríguez).

Comprensión y avance

Para el Dr. Gutiérrez, la investigación científica alrededor de la patología del envenenamiento por mordeduras de serpientes les ha permitido avanzar en el conocimiento de las toxinas y miotoxinas que tienen los venenos, su mecanismo de acción, el daño que causan en el organismo y los síntomas principales, como son la hemorragia, la inflamación, el dolor y la destrucción del músculo. No obstante, para su criterio aún quedan muchas dudas como es la inflamación sistémica, la acción de las toxinas en conjunto, la regeneración del músculo y la patología renal que desencadena el envenenamiento.

Otro de los aspectos en los que han profundizado con su investigación es en la capacidad neutralizante de los antivenenos, ahora con el Laboratorio de Proteómica han obtenido una gran cantidad de información y se han adentrado en la Antivenómica, que permite un estudio mucho más fino sobre la forma de neutralización de las proteínas de los venenos.

Informó que produjeron un Manual de Procedimientos para la aplicación de esos productos y la investigación de diez grupos de venenos de serpiente de importancia médica de América Latina, como analizarle su capacidad neutralizante, para crear su espectro de eficacia. Ese trabajo también lo han realizado para otros continentes.

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Algunas de las alumnas del homenajeado aprovecharon para saludarlo por el premio que le confirió la Sociedad Internacional de Toxinología (foto: Laura Rodríguez).

Reconoció como un gran salto tecnológico el valioso aporte que dio el Dr. Gustavo Rojas Céspedes, investigador y director del ICP en 1994, cuando logró una mejoría en el método de producción de los sueros antiofídicos, con la adición de ácido caprílico al plasma, pues se obtiene un producto de un alto desempeño terapéutico. De igual forma resaltó el gran avance que significó la creación de la sección de Desarrollo Tecnológico en el ICP, pues les permitió enfocarse en la mejora de los productos y la novedosa máquina de liofilización recientemente adquirida, que facilita la producción de antivenenos de gran calidad.

Agregó que es muy satisfactorio poder ayudar a otros y que se beneficien con los conocimientos generados. Citó el antiveneno Panafricano que ha sido registrado en Nigeria, Mali y Burkina Faso, el lote a escala piloto producido para Papúa Nueva Guinea que está siendo probado y el de Sri Lanka, que concluirá con una transferencia de tecnología.

También han redactado para la OMS las guías para producir sueros antiofídicos, que están disponibles para todos los países interesados.

En el país publicaron un Manual de atención de la mordedura de serpiente español-cabécar para ayudar a la población de Grano de Oro de Turrialba y sus alrededores, que son vulnerables a los accidentes por mordeduras de serpiente, así como el haber logrado con sus recomendaciones que los sueros antiofídicos estén disponibles en los Ebais en zonas de alto riesgo, para evitar muertes por esta causa.

Para el Dr. Gutiérrez la atención que se ofrece en el país ante una mordedura de serpiente es un modelo ejemplar y no es solo un logro del ICP, sino del sistema de servicios de salud en general.

 

Información tomada de: http://www.ucr.ac.cr/

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