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Etiqueta: Juan Jaramillo Antillón

René Descartes

Portada para la edición de 1692 de la «Obra filosófica» de René Descartes publicada por F. Knochius.

Hasta los genios se equivocan

Juan Jaramillo Antillón

Descartes nació en Francia en 1596 y falleció en Estocolmo, Suecia 1650. Su madre murió al tercer mes de nacido y fue criado por su padre, sus abuelos y una nodriza. A la edad de 11 años ingresó a un colegio de jesuitas, donde aprendió las bases de la filosofía y matemáticas, además, de latín y griego. Luego, a los 18 años, ingresó a la Universidad de Portiers en Francia donde estudió derecho e incluso medicina, sacando años después solamente una licenciatura en derecho.

De joven se le conocía como portador de un carácter fuerte, valiente e independiente a pesar de su corta estatura y una prominente nariz; con cejas muy pobladas y mirada inquisitiva, no era en realidad agraciado. Luego de graduado se dedicó a viajar visitando diversos países y cortes (Dinamarca, Alemania, Italia) inscribiéndose en diversos ejércitos católicos y protestantes, participando al parecer como mero observador o como soldado en algunas guerras en Europa. Debido a haber apoyado a enemigos políticos de Francia, se le echó del país, yéndose a vivir a los Países Bajos por muchos años en la ciudad de Ámsterdam. Finalmente, en el año 1649 la reina de Suecia lo invitó a irse a vivir y enseñar en Estocolmo, donde solamente residió unos pocos meses, muriendo a los 53 años de una neumonía, aunque una versión dice que fue intoxicado o envenenado con arsénico.

Es considerado uno de los fundadores de la filosofía moderna y su pensamiento e ideas están detalladas en su obra publicada en 1635 y titulada Discurso del método, la cual, representa una ruptura con la escolástica ya que, a partir de ese momento, las universidades dejaron la enseñanza de la escolástica tomando como modelo un método matemático. La razón para eso, él mismo la proporcionaba cuando decía: «Para mí, la tarea de la filosofía no es solo analizar una verdad dada, sino también descubrir la verdad». La escolástica decía que la tarea del filósofo no era encontrar la verdad pues la verdad ya está dada; la tarea es solo analizar la verdad. Eso contribuyó a que la Iglesia y el papado con sus bulas, dejarán de ser la fuente de toda verdad y las dueñas del pensamiento, apareciendo entonces quienes creyeron que el camino correcto para lograr el conocimiento radicaba en la razón.

A esa corriente se le llamó racionalismo y Descartes es uno de sus iniciadores y continuada por Spinoza y otros. En su obra ya citada, Discurso del método, él propuso un método para descubrir la verdad llamado la «duda metódica», consistente en buscar una proposición de la que sea lógicamente imposible dudar. Para ello señaló como fuente de toda verdad, a la razón misma como acto de pensar, consideró que el único conocimiento válido es el procedente de la razón, en oposición al derivado de los sentidos que imperaba en esa época y que, para él, era una fuente de errores. Para eso señaló una frase que se hizo famosa «cogito ergo sum», es decir, «pienso luego existo» pues uno es consciente de su propia existencia, aunque las impresiones que extraiga de la realidad sean erróneas. Con lo anterior uno tiene la absoluta seguridad de ser un ente, como mínimo, capaz de pensar y reflexionar.

Se dice que con él nació la epistemología, al hacer la pregunta ¿qué podemos llegar a conocer? mediante un estudio estricto de las certezas, y llevó así al centro del debate filosófico la teoría del conocimiento llamada epistemología.

Al emplear la duda como procedimiento metódico logró que ninguna proposición que esté basada en la experiencia (información trasmitida por los sentidos) pueda superar la prueba de la duda metódica. Él decía: en nuestra vida cotidiana encontramos ejemplos de equivocaciones sobre algo que aseguramos como cierto por haber sido visto u oído, y aunque, por eso, sea difícil dudar de esos ejemplos, esto no quiere decir que no podría ser falso.

El empleo de las matemáticas para conocer el universo muchas veces da lugar a un reduccionismo inadecuado, ofrecen una realidad donde todo sucede impersonalmente; aunque reconozcamos que las matemáticas son algo extraordinario creadas en cierta forma por los griegos de la antigüedad y mejoradas por Descartes; pero él, nos hace creer en forma absoluta que, lo real es racional ya que puede someterse al escrutinio matemático. Con ello, él trató de convertir la realidad en matemáticas, algo que ya antes Galileo con su premisa «la naturaleza habla el lenguaje matemático» había insinuado.

De esta manera, se nos quiso dejar matematizados pasando las personas a ser dominadas por leyes de números mecanizados, incluso la percepción y el deseo. Pero, el ser humano desea ver, sentir y vivir y el deseo forma parte de su vida, aunque reconocemos que las matemáticas han ayudado a que dominemos el mundo siendo la base para crear los inventos y la tecnología; en fin, la ciencia moderna.

El problema es que, para él, el origen del conocimiento se encuentra en la razón o más bien en las ideas innatas de la razón y no en la experiencia, pero sabemos que ambos procesos, en la mayoría de los casos, son necesarios para un buen conocimiento de un suceso o hecho.

Además, de filosofo era un genio matemático ya que inventó una rama de las matemáticas que consistía en aplicar el álgebra (la relación numérica) a la geometría (la figura) lo que se llegó a llamar geometría analítica. Sé dice que tenía el alma de geómetra ya que, esta excitaba su mente (hoy sabemos que hay varias, en ese tiempo no). Inventó además la gráfica y sus coordenadas. Dado que las matemáticas proporcionan certezas fidedignas, empezó como vimos a tratarlas de aplicar a otras áreas del conocimiento humano. En su tiempo se creía que el único conocimiento fiable y válido es aquel que procede de las matemáticas y la lógica y un hecho por recordar es que, en esa época no existía la física moderna que fue creada por Newton en 1687 con su obra Principia Mathematica.

Descarte afirmaba que, durante la búsqueda de sus premisas de validez universal pudo comprobar que no se puede estar seguro de que las cosas son como se nos aparecen a través de los sentidos y demostró que hay cosas más allá de las matemáticas y la lógica, que se pueden llegar a saber con absoluta certeza. Como ejemplo de eso afirmaba: «Yo me conozco a mí mismo como ser imperfecto, perecedero, finito y, aun así, poseo en mí el concepto de un ser infinito de carácter eterno e inmortal, perfecto en todos los sentidos. Sin embargo, lo finito no puede formar lo infinito, ya que esto es incorrecto.

Aunque en su obra nos habla sobre Dios (era un católico devoto), su filosofía natural explica los sucesos que se dan en la naturaleza en términos mecánicos y rechazando fines divinos como se enseñaba en los colegios de jesuitas en esos tiempos. Afirmaba que sobre la existencia de Dios hay pruebas y argumentos que rechazan las dudas existentes sobre la existencia divina. Para él, el hombre ha sido creado por un ser perfecto y eterno que ha inculcado en su mente la idea de Dios. Afirmaba que, el hecho de que el hombre sepa que Dios existe y es perfecto implica que se puede confiar plenamente en él.

A Descartes se le ha calificado como un dualista, por su creencia de que existen dos principios radicalmente diferentes. A eso él respondía: «Yo señalé, para eso, que el hombre está formado por dos tipos principales de sustancias: mente y materia, existiendo una dicotomía entre lo físico y sustancial por un lado y lo mental por el otro». Esta distinción se llamó dualismo cartesiano y constituyó uno de los pilares de la filosofía de su tiempo.

Para él, percibir las cosas por los sentidos y pensar o reflexionar como actos de la consciencia, son distintos según su dicotomía, pero la realidad es que el tiempo y la neurociencia demostraron que son indisociables, se piensa y reflexiona sobre lo que se ve, oye, siente, etc.

Descartes analizó el cuerpo humano como si se tratase de una máquina. El cuerpo es una estatua o máquina, hablaba erróneamente sobre la respiración y la circulación y decía que los nervios eran como tuberías de una fuente de un jardín. Afirmaba que, el alma racional reside en el cerebro, y, intentó explicar los diversos procesos fisiológicos mente-cuerpo separados, diciendo: «ya que sé que tengo mente y sé que tengo un cuerpo, pero ambos son distintos». Afirmaba, además, erróneamente que la mente y el cuerpo estaban en contacto por accidente en el cerebro, concretamente en la glándula pineal. En una parte de su obra dice que la mente o alma puede existir sin el cuerpo, pero este no puede existir sin la mente. Pero ya desde Hipócrates, se conocía que la mente o el cerebro funcionando requieren del cuerpo para sobrevivir y a su vez este no sobrevive sin el cerebro funcionando. En todo caso, sus afirmaciones que parecen metafísicas le ayudaron a la Iglesia católica a la creencia en la inmortalidad del alma.

Acordémonos de que Descartes estudió medicina; en su universidad se enseñaba la biología de Aristóteles, pero no sabemos que otros aspectos de esta ciencia conoció. A pesar de toda su grandeza y gran contribución a la filosofía y a las matemáticas, en el campo de la medicina su error al analizar el cuerpo humano, como ya vimos, atrasó esta ciencia por muchos años, dado el respeto que se le tenía a sus ideas. Descartes tuvo la tremenda falla de no conocer las obras de los médicos Alcmeón de la ciudad de Crotona y de Hipócrates en Grecia publicadas muchos siglos antes, donde ambos reconocían ya parte del funcionamiento del cerebro el cual decían regía el funcionamiento del cuerpo.

Hipócrates afirmaba que, por el cerebro, los seres humanos adquieren conocimiento de las cosas y la sabiduría, de él proceden las penas y las alegrías, gracias a él, vemos, oímos y reconocemos lo que es bueno y malo y no se equivocaron, ya que 2500 años después la medicina moderna confirmó mediante estudios tomográficos y resonancia magnética cerebral, que ambos médicos estaban en lo correcto.

Descartes, descartaba el empirismo y aceptaba el racionalismo, ya que afirmaba que la verdad es descubierta no por la experiencia sino por la razón. Pero hoy sabemos que la experiencia y la razón (ambas) nos ayudan a descubrir la verdad de las cosas.

Notas

Descartes, R. (2010). Discurso del método. Madrid. España. Alianza Editorial. Traducción y notas de Risien Frondizi.
Geymonat, L. (1985). Descartes. En: Historia de la Filosofía y de la Ciencia. Barcelona, España: Editorial Crítica. Cap. 8; 129-148.
Hartnack, J. (1987). Descartes. En: Breve historia de la filosofía. Madrid, España: Ediciones Cátedra, S. A.; 95-106.
Magee, B. Descartes: En busca de un método universal. Historia de la Filosofía. Barcelona, España: Art Blume, S. A.; 84-89.
Savater, F. (2008). René Descartes, filósofo del método. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana, S. A. Debate. Cap. 5; 91- 106.

 

Publicado en https://www.meer.com/ compartido con SURCOS por el autor.

Immanuel Kant. El gran filósofo que era también científico

Johann Gottlieb Becker; Immanuel Kant, Schiller-Nationalmuseum, Alemania, 1768 (detalle).

El gran filósofo que era también científico

JUAN JARAMILLO ANTILLÓN

Debo señalar que he tenido temor de escribir sobre esta gran figura, ya que no sé si seré lo bastante claro para señalar sus ideas al lector usual, y me temo que los filósofos expertos considerarán muy deficiente este pequeño ensayo, pues él escribió tanto y sobre tantas cosas que, al leerlas, queda uno completamente abrumado al igual que cuando uno lee a Aristóteles. Kant es uno de los pensadores más influyentes de la filosofía universal y fue precursor del idealismo alemán en su tiempo.

Nació en 1724 en Königsberg, Prusia, ciudad de la que nunca salió, (murió ahí en 1804). Creció en un hogar muy religioso donde la Biblia era interpretada literalmente, recibiendo por eso una educación muy rígida y estricta. Estudió en su ciudad la primaria y secundaria, y, a los 16 años ingresó a la Universidad de Königsberg a estudiar filosofía, ciencias y matemáticas, siendo con los años nombrado profesor de filosofía, metafísica y hasta antropología, cátedras que ejerció durante 40 años.

Ahora que el mundo está en vilo por la invasión de Ucrania por Rusia y que puede dar lugar a una catástrofe militar universal, Kant consideraba la necesidad de que el mundo tome una serie de medidas para lograr una «paz perpetua» que pusiera fin a las guerras y creándose así una paz duradera mediante la creación de repúblicas constitucionales, donde los gobiernos deben proteger los derechos y libertades de pueblo.

Las tres grandes obras que escribió están relacionadas con tres preguntas filosóficas:

  • ¿Qué puedo conocer? en Crítica de la razón pura, ahí trata sobre la razón.
  • ¿Qué debo hacer? en Crítica de la razón práctica, habla de la ética.
  • ¿Qué puedo esperar? en Crítica del juicio, habla sobre teleología.

A Kant le interesaba conocer al hombre, algo que en su tiempo lo había iniciado Sócrates en la antigua Grecia.

Es considerado como el pensador que logró hacer ver que el racionalismo y el empirismo juntos eran la causa del entendimiento humano. Él decía, nuestra experiencia es en parte determinada por nuestro aparato sensorial y solo por esta nos podemos imaginar la existencia específica de algo. Sin embargo, además, la razón nos hace reflexionar sobre lo que vemos y nos proporciona ideas sobre la verdadera realidad. Algo que es aceptado actualmente.

La originalidad y profundidad de su pensamiento hace que muchos lo consideren difícil de entender, sobre todo en su tiempo y, por eso, escribió a continuación de la Crítica de la razón pura, los Prolegómenos, un pequeño librito para darse a entender mejor.

Me deslumbran muchos de sus pensamientos, incluso científicos, otros los considero difíciles de entender como su metafísica y otros conceptos, pero en todo caso, era una de esas mentes privilegiadas que se dan muy de poco, hasta antropólogo era. Formuló la hipótesis correcta de que el sistema solar se formó de una gran nebulosa y que el universo estaba compuesto de galaxias (acumulo de estrellas), algo aceptado actualmente. La NASA el 21 de octubre del 2022 señaló que, con el nuevo telescopio llamado James Webb, ha captado a 6500 años luz de distancia de la Tierra nubes de gas y polvo, sitio donde se forman nuevas estrellas.

Es considerado el más grande filósofo de su tiempo y de hecho para muchos uno de los más grandes de todos los tiempos. Pero, además, hay que agregar que, era un físico teórico, ya que opinaba sobre la física de Newton y los conceptos de Descartes en ciencias. Sí, para Newton, la física era no solo independiente de cualquier metafísica, sino idónea en sí misma para ofrecer el único punto de partida verdaderamente sólido desde dónde alcanzar una concepción racional de Dios y del universo. Para Kant, la ciencia de la naturaleza no necesita de la metafísica, ni la metafísica tiene que apoyarse en modo alguno en la ciencia. La física o la cosmología deben ser tratadas de manera exclusivamente naturalista sin referencia alguna a realidades que no pertenezcan al mundo de la naturaleza. Con lo anterior corregía adecuadamente nada menos que a Newton. El señalaba eso, porque consideraba que, la metafísica y la religión deben construirse sobre bases diferentes a las de la ciencia ya que no deben interferir con el conocimiento exacto de la naturaleza.

Lo anterior es un reconocimiento explícito y filosóficamente consciente de la absoluta autonomía de la investigación científica, como en su momento lo señalara Galileo. Para él, a la filosofía le quedará una nueva tarea; no ya la de ofrecer las bases últimas a la ciencia ni de recabar de la ciencia alguna sugerencia metafísica, sino la de reflexionar con el máximo rigor crítico sobre el trabajo científico, con el fin de hacer al hombre cada vez más consciente de los métodos concretos con los que actúa la investigación racional. Se dice, que con los años él renunció a su metafísica.

Es interesante conocer su pensamiento con relación a cómo aprendemos. Decía: todo lo que vemos, oímos, tocamos, en fin, todo lo que pasa a través de los sentidos al cerebro se traducirá en experiencia, mientras que lo que no pasa por este tamiz no se llegará a aprender. Para él, en su tiempo, hace dos siglos, y pese a lo manifestado en contra por diversos filósofos, en especial John Locke, estaba muy claro que el hombre para entender las cosas no solo cuenta con los sentidos. Los sentidos, decía, son válidos para comprender ciertas cosas, pero no lo son en cambio para otras, debido a su propia naturaleza, que impone toda una serie de limitaciones. Por ejemplo, el concepto del tiempo no es objetivo sino subjetivo, es propio de la mente y al igual que el espacio, sin ambos como conocimientos a priori, no podríamos comprender el sitio que ocupan las cosas en el medio o la naturaleza. Y son meras formas de intuición. Kant sostiene que la razón pura forma ideas que no pueden probar su realidad, pero tiene sus usos prácticos.

Todo lo que conocemos, objetos y seres, se encuentra sujeto a las dimensiones de espacio y tiempo, y sin ellas es imposible concebir el conocimiento. Como no era fácil entenderlo para ejemplificar eso señalaba que no es posible imaginar un efecto sin una causa que lo produzca y le dé sentido. Todo objeto que conocemos existe como tal en unas dimensiones específicas de espacio y tiempo, formas sin las cuales no podríamos percibir o aprehender nada. Y como aun así podría considerarse muy compleja esa idea para aclararla decía que lo que se expresa en nuestra consciencia es el producto de nuestro aparato sensible que viene modificado por la naturaleza de los sentidos con los que percibimos el mundo exterior. No podemos obtener imágenes visuales sin los ojos, ni oír los ruidos o la música sin los oídos, de igual manera que no puede haber ideas o pensamientos sin cerebro.

Por supuesto, en su tiempo no se conocía que en el cerebro existían áreas visuales y auditivas donde los rayos de luz y los sonidos se vuelven comprensibles. Aunque eso fue un descubrimiento muy posterior, sin embargo, no estaba tan alejado de la realidad, ya que Kant señalaba que estas dimensiones del espacio y del tiempo forman parte indisoluble del proceso del conocimiento del ser humano, es decir, existen en su interior, pero en ningún modo se constituyen en entidades independientes y ajenas al objeto percibido.

Entre sus consideraciones estaba que «una cosa determinada es válida» o una razón es válida siempre, no solo cuando interese; no tiene sentido afirmar que una cosa es buena para alguien y mala para otra persona que se encuentra en las «mismas circunstancias». Así como el mundo empírico se gobierna por leyes de validez universal, lo mismo ocurre con el universo moral, cuyas leyes deben ser aplicables en cualquier contexto. De acuerdo con eso, la moral se fundamenta en la razón, al igual que la ciencia.

Cuando le preguntaron, ¿usted cree en Dios? señaló, sí, sin embargo, no es posible probar la existencia (conocer) de algo que no se puede comprender a través de los sentidos. Pero, así como no se puede demostrar la existencia de Dios, tampoco podemos negarla. Para él, la razón humana es incapaz de sacar una conclusión sobre el problema de la existencia de Dios y por eso insistía en que, no puede afirmarla ni refutarla.

Sobre la moral señalaba que, el sujeto racional se autoimpone una ley moral a priori que debe cumplir y que se deriva de la buena voluntad, a la que llamó imperativo categórico.

Cuando le preguntaron ¿qué es tener dignidad?, respondió: tener dignidad es el derecho del ser humano a ser siempre tratado como fin y no como medio.

Notas

García Morentes, M. (1975). La filosofía de Kant. Madrid, España: Ed. Espasa-Calpe.
Geymonat, L. (1985). Vida y obra de Kant. Historia de la Filosofía y de la Ciencia. Barcelona, España: Editorial Crítica. Vol. II; Cap. 16: 304-337.
Goldman, L. (1974). Introducción a la filosofía de Kant. Buenos Aires, Argentina: Ed. Amorrortu.
Kant, E. (1975). Crítica de la razón pura. Traducción de E. Miñana y M. García Morentes. Madrid, España: Espasa-Calpe.
Kant, E. (1977). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. 5ª ed. Traducción De M. García Morentes. Madrid, España: Espasa-Calpe.
Kant, E. (1989). Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza. Madrid, España: Alianza Editorial S. A. Madrid.

Publicado en https://www.meer.com/

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Galileo Galilei

Joseph-Nicolas Robert-Fleury; Galileo frente al Santo Oficio, 1847 (detalle).

Un científico fuera de su tiempo

7 OCTUBRE 2022, 

JUAN JARAMILLO ANTILLÓN

En estos días en que el último y más valioso telescopio espacial llamado James Webb, puesto por los Estados Unidos en los cielos, está mostrando el universo en sus profundidades, nos acordamos de que Galileo, hace casi quinientos años, inició el estudio científico del cosmos empleando un instrumento, por eso se le considera el padre de la astronomía.

Nació en Pisa, Italia, en el seno de una familia con cierta nobleza, en febrero de 1564. Falleció en enero de 1642. Su padre era músico y matemático, pero para vivir se dedicaba al comercio. Galileo tuvo dos hijas y un hijo con una mujer de Venecia con la que nunca convivió. Con ayuda de su padre estudió filosofía y matemáticas en la Universidad de Pisa; logró posteriormente puestos de profesor en esos campos. Se le considera matemático, físico, astrónomo, ingeniero y filósofo.

El primer telescopio con el que se vieron las estrellas más allá de la simple vista fue construido por Hans Lippershey un fabricante de lentes en Holanda por esos años. Galileo, con la información que obtuvo de parte de un amigo de cómo se había construido el mismo (no sabemos si compro uno), lo mejoró ampliamente y comenzó por ver y describir las estrellas de la constelación de Orión y señaló que las estrellas que se ven a simple vista, en realidad son cúmulos de galaxias. Vio los cuatro satélites de Júpiter, que llamó mediceos, y las manchas de la Luna del Sol. Además, al examinar el universo se convenció que Copérnico tenía razón al proponer su sistema heliocéntrico, en contra del geocéntrico de Ptolomeo, que se basaba en los conocimientos aristotélicos, apoyados por los seguidores de San Agustín y Santo Tomás. Por esa razón los jesuitas y los dominicos lo acusaron de herejía.

Fue llevado ante el tribunal de la Inquisición en el siglo XVI, y condenado ya que se le atribuía el doble crimen de sostener que la Tierra giraba alrededor del Sol, teoría esbozada un siglo antes por Copérnico y Kepler, y que él había confirmado, y por añadidura agregarle que, además, giraba sobre su eje.

Se salvó de no ir a la hoguera renegando públicamente de sus teorías, aunque posteriormente sus publicaciones lo reivindicaron. Estas eran, El diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, el ptolomeico y el copernicano; donde hizo un diagrama del sistema heliocéntrico con el Sol en el centro y la Tierra y los planetas girando alrededor de él en año 1632. Además, Principios sobre la mecánica, y Discursos sobre las nuevas ciencias. Por cierto, el primer telescopio que construyó lo vendió en mil florines en 1609 al gobierno de Venecia, cuando mostró que con él se podían ver los barcos de lejos, una o dos horas antes de poder ser observados a simple vista, ventaja estratégica para la guerra marítima. En 1633 fue condenado a prisión con cadena perpetua, pero su amigo el papa, lo salvó cambiando la sentencia por arresto domiciliario permanente.

Es considerado el primer gran científico moderno porque descubrió el principio del péndulo, perfeccionando el mecanismo empleado en los relojes de la época. Inventó un termómetro. Postuló una teoría extraordinaria para su época, en ella afirmaba que todos los cuerpos caen a una misma velocidad con independencia de su peso, siempre y cuando se encuentren en el vacío y libres de cualquier tipo de presión (en esa época no se conocía la falta de gravedad). Señalo que los proyectiles de los cañones describen una parábola.

Sentó las bases de la ciencia de la dinámica y formuló el principio de la objetividad de la ciencia, según el cual los científicos debían prescindir de las experiencias subjetivas para investigar haciendo sus propias observaciones directas, llevando a cabo experimentaciones y haciendo incluso especulaciones previas a la comprobación.

En su tiempo existía la idea religiosa de que el hombre era un ser privilegiado y por voluntad divina puesto en la Tierra, la que debía ser considerada el centro del universo pues era la obra más grande hecha por Dios y por eso se señalaba que el Sol, los planetas y las estrellas habían sido puestos a girar en torno al hogar del hombre, la Tierra. Por esa razón, suponer lo contrario era dudar de la sabiduría divina, aunque la tesis de Galileo era un planteamiento científico, no religioso o teológico. Algunos señalan que este astrónomo era muy arrogante y creído y no admitía que dudaran de él.

Nunca hizo caso a Kepler sobre las órbitas elípticas de los planetas y tuvo que reconocerlo tiempo después. Pero, además, él en la primera convocatoria a Roma para que respondiera a las acusaciones que le hacían los dominicos al Santo Oficio, se comportó beligerante y polemista y eso disgustó a los religiosos y nunca se lo perdonaron. El papa Pablo V condenó el heliocentrismo en 1616 y ordenó requisar todos los ejemplares del libro De revolutionibus de Copérnico, Galileo pensó que a él le permitirían apoyarlo debido a tener el suficiente prestigio y experimentos que lo probaban, pero se equivocó, no aceptaron sus explicaciones; de hecho, el papa siguiente, Urbano VIII, amigo de él, pensaba entonces que el sistema copernicano no era herético, sino una conjetura temeraria lo que le hizo pensar que aceptaría su tesis.

Fue nuevamente denunciado al Santo Oficio en 1625, porque su teoría de que la materia estaba compuesta de partículas invisibles o átomos socavaba el principio de la transustanciación, un hecho de fe. El atomismo ponía en duda que, en la eucaristía, la sustancia del pan y el vino, se convertían en el cuerpo y la sangre de Cristo, ya que él afirmaba qué el vino permanecía inalterado en sus características de textura, color, sabor o gusto. Logró que lo perdonaran porque el cardenal Francesco, sobrino del papa, era muy amigo y era miembro de la Inquisición con lo que evitó que la denuncia siguiera adelante.

Galileo hizo un señalamiento muy importante en el juicio que se le siguió sobre la libertad de investigación pues defendió el principio de que tanto el poder como la autoridad, incluida la Iglesia, no debían interferir en las investigaciones realizadas por la ciencia, que en el fondo lo que buscaba era el esclarecimiento de la verdad última.

Esta era una afirmación de Galileo en favor de la libertad de investigación y de la búsqueda del conocimiento. Con el tiempo sería reconocida y tendría consecuencias enormes en la vida científica de la Europa de los siglos posteriores. Sin embargo, aún siglos después, algunos gobiernos y la Iglesia continuaron oponiéndose a la libertad de la investigación. Él trató de mostrar que la verdad de la Biblia no era incompatible con el sistema copernicano, insistía en que, en la Biblia, Dios no quiere revelarnos las verdades astronómicas, sino que usó un lenguaje que podía ser comprendido por aquellos a los que hablaba. Él pensó que lo entenderían, pero fracasó y muy enfermo, fue conminado a no volver a hablar del tema. El 22 de junio de 1633, de rodillas sufrió la humillación de verse forzado a renegar de la teoría copernicana.

La leyenda dice que se rebeló y murmuró suavemente: Eppur si mueve («y sin embargo se mueve»), refiriéndose a la Tierra, pero eso es falso; era así en su íntima convicción, pero él estaba aterrado y hubiera sido imprudente expresarla, ya que en lugar de arresto domiciliario lo hubieran enviado a la cárcel.

Él consideraba que entre las verdades religiosas y las científicas surge una aparente contradicción, el hombre no debe partir de la posición de Santo Tomás de que la ciencia está equivocada, sino más bien aceptar los resultados de la ciencia, con la reserva de considerar con cuidado los textos sagrados en los que se apoyan los dogmas, ya que es inútil querer conocer la naturaleza a través de las sagradas escrituras. Pero, como señalamos, no logró inducir a la Iglesia a reconocer la libertad de la ciencia y, lo que es peor, a los científicos de esos tiempos no les quedó otro camino que el de evitar cualquier debate con la autoridad eclesiástica, como fue el caso de Descartes, que modificó su publicación al saber de la condena de Galileo. En todo caso, Galileo expresó el más franco y absoluto reconocimiento del valor de la ciencia y de su autonomía frente a la religión.

Se le considera como el primero en insistir en el carácter preferentemente empírico de la investigación, aunque señalaba la necesidad del uso de las matemáticas que deben ser el instrumento eficaz en todas las investigaciones fenomenológicas, porque el gran libro de la naturaleza fue escrito por Dios justamente en términos matemáticos. El primer paso en una investigación es medir lo más exactamente posible los fenómenos a estudiar. En segundo lugar, formular una hipótesis con carácter matemático lo más simple posible. Y, en tercer lugar, verificar o probar lo pensado sobre la realidad empírica, si esta es positiva, la hipótesis es verdadera, aunque no siempre la naturaleza está en condiciones de darnos espontáneamente el medio para realizar la deseada verificación.

Siempre ha intrigado por qué Galileo fracasó en demostrar a los jesuitas astrónomos de la Iglesia el movimiento de los astros cuando los invitó a ver con su telescopio el universo (el mejor que existía en ese momento, aunque él no lo había inventado, sí lo había perfeccionado), que las lunas de Júpiter giraban alrededor de ese planeta como él lo había observado. Lamentablemente ellos no vieron nada. La razón es muy sencilla; ellos no tenían conocimiento del cosmos ni experiencia para valorar o entender lo que les mostraba. Además, no querían ver, ya que eso hubiera sido reconocer que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, tesis sostenida como dogma de fe por la Iglesia católica y era además una interpretación del Antiguo Testamento.

Extraña por qué la Iglesia católica tardó tanto en reconocer que se había equivocado respecto a Galileo, si en 1757, el papa Benedicto XIV anuló el decreto contra Copérnico, 141 años después de que el Santo Oficio lo condenara. Sin embargo, en el año 1893 el papa León III, en su encíclica Providentissimus Deus, reconoció la validez de sus teorías, en lo que respecta a la relación entre la ciencia y las escrituras.

En todo caso el cardenal Ratzinger en 1990 insistió en que la condena era lo correcto a pesar de que científicamente se había probado que Galileo tenía razón. En el año 1992 el papa Juan Pablo II, públicamente señalaba que la Iglesia lo había rehabilitado. Algo que no fue muy aceptado, ya que el error era de la Iglesia y no de Galileo.

En el año 2009, dentro de la celebración de Año internacional de la Astronomía, la Santa Sede organizó un Congreso Internacional sobre Galileo, donde se dijeron todas las verdades científicas.

Cuando le preguntaron si creía en Dios, respondió que sí, pero que no era un buen cristiano, pues no se confesaba ni asistía a misa y, además, estaba el asunto de su querida y los hijos fuera del matrimonio.

La realidad es que sus conocimientos iniciaron «la primera revolución científica», proceso que posteriormente Newton, Darwin y Einstein entre otros, continuaron y gracias a los descubrimientos de todos nos explicamos ahora no solo cómo son las cosas, sino por qué suceden. Con ello nos ha sido posible ir comprendiendo mejor los hechos de la naturaleza y la extraordinaria y a la vez modesta posición del hombre en el universo.

Todavía en el año 2003, la Iglesia católica trata de minimizar su error al publicar la Congregación para la Doctrina de la Fe presidida por el cardenal Ratzinger un documento titulado «La Inquisición nunca persiguió a Galileo», con ello, incurrió en una flagrante tergiversación de lo que en realidad sucedió. En el año 2008, siendo ya Joseph Ratzinger papa, debía inaugurar el curso académico de la Universidad La Sapienza, pero no lo pudo hacer porque la mayoría de los alumnos y profesores lo declararon persona non grata debido a su posición en contra de Galileo.

Notas

Beltrán, A. (1983). Galileo. El autor y su obra. Barcelona, España: Ed. Barcanova S. A.
Cortes, P. (1964). Galileo Galilei. Buenos Aires, Argentina: Ed. Espasa Calpe.
De Santillana, G. (1953). Galileo Galilei. Dialogue on the Great World System. Chicago, EE. UU.: University of Chicago Press.
Fernández, A. (2007). Galileo. La ciencia contra la Inquisición. Revista CLIO. 74-8, junio. Barcelona, España.
Geymonat, L. (1985). «Galileo Galilei». Historia de la filosofía y de la ciencia. Barcelona, España. Cap. 7; 108-128. Sharratt, M. (1994). Galileo. Decisive Innovator. Cambridge, England: Cambridge University Press.
Sobel, D. (1999). La hija de Galileo. Madrid, España: Editorial Debate, S. A.

 

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Nicolás Copérnico. Padre de la astronomía moderna

Planetas del sistema solar

Juan Jaramillo Antillón

Ahora que el mundo, gracias al nuevo telescopio estelar, observa con asombro las formas y la luz que los objetos celestes emitieron hace miles de millones de años, debemos honrar a un ser humano que, viendo el cielo simplemente con sus ojos, creó todo un sistema estelar. Ese fue Copérnico.

Nació en Torun, Polonia, en ese tiempo parte de la Real Prusia, en febrero de 1473 y falleció en mayo 1543, al parecer de un accidente vascular cerebral. Sus padres eran comerciantes, pero él quedó huérfano a los 10 años, por lo que un tío clérigo lo educó con formación muy religiosa; ese tío llegó a ser obispo de Warmia, y por sus relaciones lo envió a estudiar a diversos países.

Copérnico estudió en la Universidad Católica de Cracovia, matemáticas y los clásicos, luego se convirtió en clérigo, ya que en ese tiempo y en Europa era casi la única forma de tener un sustento económico para estudiar y poder dedicarse a la astronomía. Viajó a Italia de 1496 a 1499 y ahí estudió en la Universidad de Bolonia: medicina, derecho, filosofía y el idioma griego. Fue asistente del astrónomo Domenico Novara. Luego se fue a París donde estudió ciencias en general y astronomía en particular en el año 1500. Luego volvió a Italia y, en la Universidad de Ferrara en 1503, obtuvo un doctorado en derecho canónico. Tenía pues, una cultura enciclopédica y posiblemente se une al triunvirato de genios científicos más grandes del mundo como son: Aristóteles, Newton y Einstein, y no tiene nada que envidiarles.

Aunque Aristarco de Samos e, incluso, Heráclito de Ponto, señalaron por primera vez que la Tierra y los otros planetas giraban alrededor del Sol, en realidad fue Copérnico el astrónomo que formuló la primera teoría heliocéntrica del sistema solar; esta está detallada en un libro que publicó titulado De revolutionibus orbium coelestium (De las revoluciones de las esferas celestes), aceptado como el inicio de la astronomía moderna y clave en lo que se llegó a llamar la revolución científica en la época del Renacimiento. Él trabajó en esa teoría 25 años, pero en su tiempo no fue aceptada, y, además, contradecía algunos aspectos de la Biblia y eso atemorizaba para publicarla por lo que la guardó por varios años. Sin embargo, mucho antes de publicarla, había hecho copias y se las había enviado a varios astrónomos polacos y del extranjero, lo que le dio mucho prestigio.

Copérnico, tuvo la osadía de rechazar la concepción de la Biblia sobre el lugar de la Tierra en el universo y dio lugar a un nuevo conocimiento sobre el cosmos y no fue castigado por la Iglesia porque su teoría la envió por intermedio de Andreas Osiander a la imprenta en Polonia varios meses antes de su muerte y, cuando se publicó, recibió el primer ejemplar de la publicación el día en que murió.

La Iglesia católica y los otros cristianos, los protestantes y los calvinistas aceptaban, en el siglo XV, la concepción de los antiguos griegos y de Ptolomeo astrónomo de Alejandría, de que la Tierra era una esfera que flotaba en el espacio y que constituía el centro del universo, alrededor de la cual giraban el Sol, y todos los planetas y estrellas.

La teoría de Copérnico difería debido a que sus estudios astronómicos, increíblemente obtenidos solo mirando al cielo y, además, realizando cálculos matemáticos, le mostraban que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, al igual que los otros planetas, lo cual fue llamado teoría heliocéntrica. Eso echaba abajo lo que la Iglesia había sostenido por mil años y, además, refutaba a la Biblia, en cuyo Salmo 93 dice: «Tú has fijado la Tierra de un modo inamovible y firme» dirigiéndose a Dios. Por eso la teoría de Copérnico la prohibieron por siglos, no solo la Iglesia, sino que Martin Lutero dijo: un astrónomo advenedizo se empeña en mostrarnos que la Tierra se mueve. Y Calvino, lo tildó de loco por contradecir las sagradas escrituras.

Pero eso no era todo; existían otros aspectos su teoría, donde él señalaba, además, que los movimientos celestes son uniformes y eternos, que orbitando al Sol se encuentran Mercurio, Venus, la Tierra y la Luna, Marte, Júpiter y Saturno, que las estrellas son objetos distantes que permanecen fijos y por lo tanto no orbitan alrededor del Sol, y que la Tierra tiene tres movimientos: la rotación diaria, la revolución anual, y la inclinación anual de su eje. Casi nada, y obtuvo eso solo mirando al cielo de día y noche, lo cual nos dice lo portentoso que debió ser su cerebro.

Otra de las consecuencias de su teoría, que fue una verdadera revolución astronómica, consistió en que ya no solo la Tierra, sino también el hombre, no eran el centro del universo. Demostró con gran humildad, pero con datos científicos, que lo que la Biblia, la Iglesia y los astrónomos antiguos daban por cierto era un error.

Eso despertó gran temor en la Iglesia, ya que si esa teoría de Copérnico era aceptada significaba que la Iglesia y la Biblia estaban equivocadas en ese punto; ¿entonces podrían estar también equivocada en otros? Eso no podían perdonarlo, pues entonces no era cierto lo que ellos decían de que Dios hace de la Tierra el centro del universo y crea al hombre a su imagen y semejanza para gobernarla.

La afirmación de que Dios le dio al hombre todo poder sobre la Tierra y los seres que la habitaban, con los siglos hizo que el hombre, en lugar de considerase parte de ella, se creyera dueño de ella y la ha explotado al extremo de que hoy estamos en una crisis ecológica y de contaminación muy graves. Aunque los humanos somos los seres más inteligentes, dependemos de la naturaleza y los otros animales para sobrevivir.

A pesar de la oposición de la poderosa Iglesia católica, posteriormente sus teorías fueron apoyadas por otro astrónomo, Johannes Kepler (1571-1630), un alemán que incluso la corrigió, ya que Copérnico creía que los planetas, incluyendo la Tierra hacían orbitas circulares alrededor del sol y Kepler demostró que eran elípticas y tenían diversas velocidades según la fase en que esos planetas se encontraran en relación con el Sol. El error de Copérnico estaba en que él pensaba que los planetas, al moverse alrededor del Sol, describían orbitas circulares uniformes, debido a que lo relacionó con la esfericidad de los planetas conocidos.

Además, el astrónomo italiano Galileo también la apoyó no solo matemáticamente, sino que inventó un telescopio y con él pudo ver más cerca lo que Copérnico miraba desde muy lejos, pero este último acabó siendo condenado por la Inquisición por hereje y obligado a retractarse so pena de muerte. Así mismo, no solo afirmaba que la Tierra giraba alrededor del Sol, sino que la Tierra también giraba sobre su eje al mismo tiempo.

Por cierto, Copérnico ejerció la medicina durante varios años cuando administraba la diócesis de Warmia en Polonia. Él jamás creyó que sus conceptos darían lugar a una reformulación tan grande del universo que nos rodeaba y del lugar del propio hombre con respecto al mundo, y por supuesto, que la religión debía ser revisada en muchos de sus conceptos. Se puede muy bien considerar a Copérnico como el iniciador de la revolución científica del Renacimiento europeo. Gracias a su teoría que rechazaba un universo geocéntrico del astrónomo Ptolomeo de Alejandría y nos puso en cosmos heliocéntrico, pudo después Isaac Newton culminar la llamada «revolución astronómica copernicana».

Notas

Geymonat, L. (1985). «Nicolas Copérnico». En: Historia de la Filosofía y de la Ciencia. Barcelona, España: Editorial Crítica. 4: 10; 75-76.
Koestler, A. (1989) The sleepwalkers. A history of Man’s Changing Vision of the Universe. Londres: Penguin, Arkana.
Magee, B. (1999). «De Copérnico a Newton». Historia de la Filosofía. Barcelona, España: Art. Blume S.L. 64-70.
Wikipedia. Nicolás Copérnico.

 

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