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Etiqueta: Manuel Delgado

Un agudo y esclarecedor análisis

Manuel Delgado

(Este documento recoge el discurso de la presidenta del Partido Comunista de Chile en un seminario realizado hace dos décadas con motivo de los 30 años del triunfo de la Unidad Popular.

Su actualidad y vigencia son sorprendentes, como clara respuesta a las nuevas fuerzas fascistas y a los pusilánimes que hoy gobiernan el país del sur.

Creo que su lectura es fundamental y por eso lo hago llegar).

Estamos aquí, a 30 años, recordando los mil días del Gobierno de la Unidad Popular. Recordando a quien representó la aspiración y reafirmación más noble de construir una sociedad democrática, libertaria y con justicia social para Chile. Estamos aquí en nuevos tiempos, reafirmando y proyectando el generoso anhelo de Salvador Allende.

Ese anhelo, sólo pudo ser cortado por la conspiración reaccionaria y la intervención directa de los Estados Unidos. Una cruzada de las fuerzas más retardatarias del gran capital y de los grandes grupos económicos que no trepidaron en nada para defender sus mezquinos intereses. Eso fue el 11 de septiembre de 1973, el 11 que despertó a millones y millones de seres en el mundo que horrorizados e impotentes asistían a una nueva tragedia de los pueblos.

Generaciones completas en el mundo, nacieron y se formaron con la experiencia del Gobierno de la Unidad Popular y su aspiración al socialismo. Y hoy nuevas generaciones toman el nombre de Allende como símbolo de lealtad, de valor, de consecuencia, y lo convierten en nuevas decisiones de luchar hasta que las grandes alamedas se abran para todos.

La realización del programa ofrecido al pueblo de profundas transformaciones estructurales, fue llevado adelante. Las transformaciones propuestas eran una necesidad objetiva y eran aceptadas por la inmensa mayoría del país. Así fue aprobada en el Parlamento por unanimidad la nacionalización del cobre.

Estábamos en medio de la guerra de embargos, bloqueos, desestabilización, paros patronales, atentados todos los días a vías férreas y tendidos eléctricos; asesinatos; radios, diarios, TV que llamaban abiertamente a derrocar a Allende. Y todo financiado desde los Estados Unidos. Millones de dólares para desestabilizar el Gobierno Popular. Esto es irrefutable. Fue en la reunión del 14 de septiembre de 1970 en la Casa Blanca, donde Nixon ordenó “hacer chillar la economía chilena” y Kissinger agregó que “no se puede permitir un Gobierno marxista por la irresponsabilidad de su pueblo”.

El Gobierno de Allende se constituyó en un peligro para la estrategia global de los Estados Unidos. El interés, la simpatía que despertaba, era un ejemplo que había que ahogar en la cuna. No olvidemos que pese a todos los problemas, creados y financiados por EE.UU. y la oligarquía nacional, el respaldo social, político y electoral crecía. Allende ganó -en la elección de 1970- con un 36%, y en marzo del 73, en medio de la guerra declarada, subió su adhesión a 44%.

Por tanto, había que actuar y por eso el golpe fue tan salvaje para que sirviera de lección, demostración para el mundo. EE.UU. no soportaría más pueblos “irresponsables”. El crimen estremeció al mundo. Pero una gran lección fue reafirmada, los pueblos deben prepararse para la defensa legítima de lo conquistado, para defender las conquistas democráticas.

Acusamos a Estados Unidos y a los grupos nacionales y a las Fuerzas Armadas de crímenes contra la Humanidad, y jamás aceptaremos que estos crímenes sean amnistiados y los cubra la impunidad. Y saludamos desde aquí a quienes siguen luchando por la verdad y la justicia. Saludamos a las compañeras de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos que están en huelga de hambre diciéndole al mundo que no vamos a cejar en la lucha por la verdad y la justicia, como también saludamos a los hijos que durante 18 días mantuvieron una huelga de hambre.

Nada ni nadie puede justificar el golpe fascista, por errores cometidos bajo el Gobierno Popular. Errores sí, tuvimos y muchos. Pero la experiencia no era inviable, ni estaba destinada al fracaso como dicen los golpistas y en el círculo de los arrepentidos, convertidos hoy al fundamentalismo neoliberal. En medio de este griterío hipócrita de pedir perdón, de instalar la falacia, útil al sistema, de que todos fuimos culpables, lo que están haciendo conscientemente es ocultar las verdaderas causas y responsables del golpe militar. Si todos fuimos culpables, al final no hay culpables, y todos debemos ser juzgados por crímenes, torturas y miles de atrocidades. Relativismo inmoral que condena a la repetición de estas tragedias.

Es por sobre todo un intento muy planificado para decir que los cambios estructurales no son posibles, que nada que rompa los límites de lo establecido debe intentarse. Es una defensa de lo existente y abandono de la transformación del capitalismo y la globalización neoliberal.

No fue la profundidad del programa lo que determinó su derrota. Fue la falta de visión política, la falta de preparación política, ideológica, militar, para prever la reacción de las fuerzas nacionales e internacionales que serían afectadas. No hicimos total confianza en el pueblo, no desarrollamos a fondo la organización, la conciencia en la base para la defensa del poder logrado. No cumplimos con aquello de defender el Gobierno con todo. Pero, pese a lo amargo de la derrota la experiencia vivida fue un avance, una demostración que se puede, si se recogen las experiencias de la historia porque nosotros -pueblo de Chile- fuimos derrotados pero no aplastados en nuestro proyecto, y lo intentaremos cuantas veces sea necesario porque el pueblo tiene que triunfar.

Hoy se necesita una más amplia unidad del pueblo, entendida como la unidad política y social, superando la falsa e interesada dicotomía entre lo social y lo político. El reciente paro nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores ha demostrado que la clase obrera, los trabajadores pueden volver a constituirse en centro de los cambios democráticos. “Trabajadores de mi Patria” fue la frase con que Allende inició su mensaje final el 11 de septiembre de 1973.

La alternativa a seguir construyendo es una izquierda diversa, plural contra el neoliberalismo que busca y se encuentra con infinidad de formas de expresión. Un gran movimiento político y social cuyo eje son los trabajadores.

Que lucha por el medio ambiente, la diversidad sexual, los pueblos originarios, que toma el sentido liberador de las ideas religiosas. Que asume todas las nuevas contradicciones, los nuevos dolores, anhelos. Que levanta no solo un proyecto económico, social, cultural sino también un proyecto de una nueva forma de vida, sencilla, con respeto por la naturaleza, que cuide el sentido de humanidad planetaria. Que rescate el sentido y acción de la política como acción inherente a la inteligencia humana, como rechazo al espectáculo, a Parlamentos ilegítimos por su sistema de elección y el peso del dinero, y donde la mayoría de los electos actúan y sobreactúan como casta, como clase especial.

Pero otra ética se construye en la lucha y en nuevas afirmaciones democráticas: Brasil, Venezuela, Bolivia; Uruguay, Argentina, Nicaragua, El Salvador. Se construye en la dignidad y la resistencia creadora, de quien más ha luchado en estos tiempos duros manteniendo vivos los sueños más nobles, la Patria de Martí, el Che y Fidel, la Cuba revolucionaria. En nombre de todos los pueblos que aman la libertad y la verdad desde aquí entregamos nuestra más amplia solidaridad a los patriotas cubanos secuestrados en las cárceles de EE.UU.

Cada pueblo hace su camino, pero teniendo como tenemos al frente el poder de las transnacionales, del capital financiero, de la globalización y la política invasora imperialista de los Estados Unidos, los pueblos deben relacionarse y responder coordinadamente. Esa respuesta debe expresarse en una potente movilización, continental contra la imposición del ALCA, que no es otra cosa que el afianzamiento del dominio de los EE.UU. sobre nuestros países.

La coordinación, así como la solidaridad, son elementos claves en esta lucha contra la globalización. Es tan nuestra la lucha de los campesinos cocaleros de Bolivia, como la de las Madres de la Plaza de Mayo, como el grito de los zapatistas, o el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil y la lucha del pueblo venezolano por llevar adelante su proceso democrático. Tan nuestra como lo son las demandas, los pliegos, las huelgas de los trabajadores que retoman su papel central, como transformadores de la sociedad.

A 30 años del golpe sangriento, de ese martes negro, ese 11 de septiembre, que hizo derramar lágrimas de sangre al mundo entero se hace un nuevo camino.

Quiso la historia que 28 años después hubiese otro 11 de Septiembre en Nueva York. Ambos son lo que jamás debió ser, pero ambos provocados por un mundo de injusticias, de anti valores.

Hay fascismo, hay represión, pero hay una alternativa que se va construyendo y que exige unidad sin exclusiones de todos los que desean un modelo de justicia social, democracia y libertad.

La unidad de todos y todas los que anhelamos un mundo más justo es la exigencia inteligente ante estos tiempos difíciles, pero potenciadores de cambios democráticos.

Desde este escenario histórico señalamos nuestra absoluta disposición a construir unitariamente desde la base social y política una alternativa democrática y popular que en movimiento, en participación y en lucha se plantee una sociedad con justicia social, nueva distribución de los ingresos, defensa de la soberanía nacional. Contra los planes guerreristas y anexionistas de los Estados Unidos, contra las operaciones militares conjuntas, las bases militares, contra el TLC y el ALCA, en solidaridad activa con todos los pueblos de América Latina y el Caribe.

En nuestro tiempo seguimos luchando y construyendo los mismos sueños de justicia y libertad. Y para ello rescatamos la memoria histórica, colectiva. Una memoria que nos da fuerza ética y moral para luchar valientemente, porfiadamente por un presente y un futuro. Una memoria que sirva a todos los pueblos y juventudes para saber qué fue el gobierno de Allende y qué significó el golpe militar fascista y la intervención de Estados Unidos. Convertir la memoria en un arma de lucha.

Nuestro grito ante eso es luchar, luchar, organizar, organizar, conciencia, conciencia, con fuerza, en las calles, es resistir, usar la legítima defensa de la vida y con la más amplia unidad del pueblo.

Con poesía, con ideas, con lucha, con sacrificio, y una lucha incansable de todos los días realizando ahí al nuevo sujeto histórico por los cambios.

La semilla de Allende está germinando. Lo mejor del pueblo, curadores de esa semilla, la cuidaron y la protegieron, y como la memoria es como la tierra, esa semilla está germinando. Y hoy en este siglo por obra de los pueblos, de los que aman y respetan la tierra, la semilla allendista es patrimonio de la humanidad y florece en todo lugar.

“La historia es nuestra y la hacen los pueblos”, dijo Salvador Allende. Tenemos que continuar haciéndola.

¡¡Con Allende mil veces VENCEREMOS!!

Campaña “Gracias CCSS”

FRENASS

El pasado lunes 29 de mayo, en la campaña “Gracias CCSS” del FRENASS, el compañero Manuel Delgado, periodista y escritor, nos advierte el inminente peligro que se cierne sobre nuestro patrimonio y conquista histórica del pueblo.

El compañero Delgado nos recuerda las maniobras desarrolladas por este gobierno asaltando ilegalmente la Junta Directiva, negándose a pagarle la Deuda y pasar los fondos aprobados en la Ley de Presupuesto 2023, así como la deuda histórica del Estado, la campaña para denigrar la labor de la CCSS y las políticas solapadas de privatización de los servicios entregándose a manos privadas.

Manuel nos invita a unir esfuerzos para hacer una gran campaña en Defensa de la CCSS y así salvar este valiosísimo patrimonio, herencia de nuestros antepasados.

Manuel nos dice ¡Exigir el pago de la deuda, el financiamiento y la inversión, los proyectos en infraestructura que tiene la Institución, es una forma patriótica de defender la historia de esta Costa Rica que tanto queremos, de la que somos hijos!

En el enlace puede escuchar el mensaje completo: https://fb.watch/kQuO-mA1nd/?mibextid=cr9u03

FRENASS: Manuel Delgado exige el pago de la deuda a la CCSS

El pasado lunes 29 de mayo para la campaña “Gracias CCSS” del FRENASS, Manuel Delgado, periodista y escritor, compartió su preocupación ante el inminente peligro que se cierne sobre el patrimonio y conquista histórica del pueblo que es la Caja. 

El compañero Delgado recuerda las estrategias que están siendo desarrolladas por este gobierno como lo es el asalto ilegalmente de la Junta Directiva, negándose a pagar la deuda y pasar los fondos aprobados en la Ley de Presupuesto 2023, así como la deuda histórica del Estado, una proyección negativa para denigrar la labor de la CCSS y las políticas de privatización de los servicios entregándola a manos privadas.

Manuel expresa lo siguiente: 

“¡Exigir el pago de la deuda, el financiamiento y la inversión, los proyectos en infraestructura que tiene la Institución, es una forma patriótica de defender la historia de esta Costa Rica que tanto queremos, de la que somos hijos!”

Él nos invita a unir esfuerzos para hacer una gran campaña en defensa de la CCSS y así salvar este valiosísimo patrimonio, herencia de nuestros antepasados. 

¡Unite vos también!

¡LA CAJA NO SE VENDE!

¡LA CAJA SE DEFIENDE!

Para ver el mensaje completo puede darle click al siguiente link: https://fb.watch/kQuO-mA1nd/?mibextid=cr9u03

#frenass #GraciasalaCCSS #lacajanosevendelacajasedefiende

Palabras gastadas

Manuel Delgado

En el mundo feliz de Huxley, la palabra “padre” se había convertido en “obscena”. Bastaba con escucharla para que los muchachos se pusieran colorados. En ese mundo de reproducción artificial, donde el sexo era solo una diversión de los recreos del colegio, quien dijera tener un padre (situación inusitada) era víctima de un “bullying” tan macabro que podía conducir incluso al suicidio.

Hay un grupo de conceptos con los que ocurre aquello que mencionaba Maiakovski de su pasaporte soviético. La roja libretilla era “como una bomba, como a un erizo, como una navaja afilada, como una víbora de cascabel de veinte aguijones.” Habrán ustedes adivinado ya que estoy hablando de conceptos tales como imperialismo, lucha de clases, internacionalismo proletario y otros por el estilo.

Y no me refiero solo a exactamente a las palabras. Las palabras, como dice el dicho, se las lleva el viento. Hablo del concepto como de una unidad del pensamiento que es capaz de reflejar un ente externo y que nos conduce al conocimiento de la realidad. Cuando digo casa o árbol, hablo de cosas más o menos estáticas. Los conceptos son más que eso, son expresiones de unidades de un proceso, reflejos de fenómenos externos, sociales en este caso, que nos permiten entender el pasado y el presente de una realidad, su movimiento, su devenir, que en definitiva es lo verdadero.

Esos conceptos, como todos los demás, no son imposiciones de la mente, no son caprichos. Son el resultado del movimiento exterior de la realidad. La mente lo que hace es captarlos, darles una expresión verbal y ponerlos en conexión con todo el conjunto del conocimiento humano. Eso es lo que se llama ciencia.

Esta dictadura mediática que nos domina es la que presiona todos los días para que abandonemos conceptos fundamentales de la ciencia social y de la acción política. Esos mismos agentes han sido exitosos en muchos aspectos, pero sobre todo en este de hacer enrojecer el rostro de muchos dirigentes sociales honestos que temen ser incluidos en el rosario de los motes descalificadores y ser llamado “dogmáticos”, para repetir solo uno. Entonces se habla de una llamada nueva izquierda, que hace esfuerzos por convencer de que es diferente y que, en esencia, pretende impulsar un cambio dentro de los límites de la decencia.

El proceso de transformaciones revolucionarias que vive la América Latina y que ya lleva veinte años, contiene rasgos específicos para cada país, pero comparte movimientos comunes, características continentales e incluso mundiales. Ellos no provienen de la voluntad o el capricho de los dirigentes, sino de procesos reales, de estructuras sociales existentes en el exterior de nuestras mentes. Son exigencias sociales que se imponen por encima del discurso.

La primera de esas características, y que conlleva una de esas palabras “obscenas”, es la lucha contra el imperialismo. La revolución latinoamericana sigue siendo antiimperialista o no sería una revolución. Es la presencia extranjera dominante, ese estatus de dependencia, la que ha determinado desde hace más de un siglo y sigue determinando los rasgos esenciales de la economía y, en general, toda la vida de los países de la región. Gusten a no los términos, América Latina es un conjunto de países dependientes en lo económico, en lo financiero, en el comercio exterior, en lo cultural, en lo político, en lo militar, de una potencia extranjera. Sin una ruptura de esa dominación no será posible pensar siquiera en desarrollo, justicia social, paz y democracia.

Ahora hay una corriente que afirma que el imperialismo o ya no existe o ha cambiado de esencia, y que Estado Unidos, bien porque ya no es tan fuerte como antes, bien porque haya perdido interés en el continente o bien porque es un mal menor frente a “otros imperios”, ya no representa un peligro ni económico ni militar o que, en todo caso, se pueden negociar mejores condiciones de esclavitud y permitir avances en medio de las mismas relaciones de antes, solo que un poco modernizadas. (Esa misma visión tampoco es nueva. Reaparece en la historia cada cierto tiempo. Después de la Segunda Guerra Mundial surgió el llamado “browderismo”, impulsado por el Partido Comunista de Estados Unidos. Este afirmaba que el imperialismo había cambiado de esencia, y que se había convertido en una fuerza de paz y progreso mundial. Muy pronto la vida les mostró su error.)

Hay que decir, en primer lugar, que el imperialismo no ha cambiado su esencia creada a comienzos del siglo XX. Pueda que a algunos no les guste usar la palabra “imperialismo”. Le suena a antigua Roma o algo parecido. Pero el concepto de ese fenómeno histórico sigue presente y dominante. Otras formulaciones como globalización, economía global, internacionalización de la economía o de los capitales, etc., no logran expresar la esencia de ese fenómeno, que no solo tiene que ver con el comercio mundial y con el movimiento internacional de los capitales y las mercancías, sino que envuelve la vida entera, precisamente por su carácter universal. Hoy el capital financiero juega un papel mucho más relevante de cuando se acuñó el término (hace poco más de un siglo) pero el capitalismo sigue siendo igualmente el poder monopólico de las grandes compañías, agresivo, antidemocrático y expansionista.

La presencia del capital extranjero en las economías de los países periféricos no ha disminuido ni estas han logrado crear sistemas económicos capaces de aspirar a su independencia. Al revés, pese a muchas décadas de inversión directa, ha crecido la brecha entre nuestros países y las economías metropolitanas y ha crecido la brecha de mercado mundial, es decir, la diferencia, negativa para nosotros, entre importaciones y exportaciones no solo de mercancía sino también de capitales. Este fenómeno se ha acentuado en el presente siglo, en que la inversión extranjera se ha multiplicado con creces al tiempo que aumenta la dependencia financiera de todos los países tercermundistas y, en particular, de América Latina.

Además, el imperialismo no es solo un fenómeno económico y comercial. Es un entramado que cubre toda la vida social. Desde siempre fue una fuerza retardataria del avance social y político de la zona y es padre directo del fascismo y de las dictaduras. Como decía el filósofo Nicos Poulantzas, en su libro “Fascismo y dictadura”, “el que no quiera hablar de imperialismo también debería callar en lo que al fascismo se refiere».

Estados Unidos no ha perdido su interés en la región. Presiona por todos los medios contra las fuerzas progresistas y recurre a las oligarquías corruptas y sus grandes medios de prensa, como siempre ha hecho, para alentar la subversión, el desorden, las rupturas del orden legal y constitucional de los países, y al chantaje del comercio internacional, especial por sus cercos económicos con los que ha mantenido por muchos años contra Cuba y contra Venezuela.

Las relaciones de dependencia con Estados Unidos no solo afectan la economía. Mientras esas relaciones se mantengan, nuestros países no podrán avanzar en ninguno de los demás aspectos, pues esta es la fuerza retardataria fundamental de nuestras relaciones sociales y económicas. Jamás podremos salir de manera efectiva y duradera ni del subdesarrollo, ni de la pobreza, ni de la desigualdad, si antes o al mismo tiempo no liberamos a nuestras naciones de esa dominación global. Predicar lo contrario es engañar a los electores, para no decir que a los pueblos.

Algunos teóricos predican acercamientos en vez de confrontaciones, como si las confrontaciones vinieran de nuestro lado. Las negociaciones y los acercamientos son siempre plausibles en cualquier ámbito de la vida, incluida la política, pero resulta demasiado ingenuo pensar que podemos superar la dominación imperialista mediante negociación con el mismo imperialismo.

Aquí yo siempre recuerdo el chiste del perrito de Pávlov que me contó un amigo. Pávlov fue el científico ruso que estudió las conductas reflejas. Trabajaba con perros y les enseñó que cuando ellos hacían sonar una campana de su jaula, recibían alimento. Un día llegó un perrito nuevo y el otro ya veterano, refiriéndose a su amo, le dijo: “Vea como lo tengo bien condicionado: yo toco la campana y él me da comida”. Aclaro que en la historia real las investigaciones del científico eran diferentes, pero el chiste ayuda a comprender que muchas veces pretendemos manejar las riendas, cuando en la realidad estamos siendo manejados por otros que sostienen los aperos con que nos atan. Pretenden algunos que haciendo concesiones en algunas cosas pueden obtener ventajas. Pero las concesiones, por lo general, son un camino sin regreso.

En las circunstancias actuales, aún más que antes, Estados Unidos y sus aliados europeos buscan dividir a los pueblos y a los gobiernos progresistas. La única respuesta valedera frente a eso es la solidaridad. La lucha antiimperialista es la lucha por la independencia nacional por una mano, y es a la vez la solidaridad internacional por la otra. Cada golpe que se le da a un gobierno progresista es un golpe contra todos y, sin pretender ser adivino, estoy convencido que la revolución latinoamericana alcanzará la victoria si la logra un grupo de naciones y sus gobiernos conjunta y solidariamente. Ningún país podrá superar el pasado por su cuenta, aislado de los demás. No lo hicieron hace 200 años, cuando la pelea independentista exhibía esa característica internacional, transfronteriza, menos se lograría hoy, cuando nos enfrentamos a una estructura imperial mucho más poderosa.

El segundo rasgo esencial de nuestras revoluciones es su carácter democrático. En todas las naciones del continente ese es no solo un punto pendiente, sino además un clamor popular. Los países latinoamericanos buscan superar las dictaduras de tantas décadas así como sus secuelas, darle a las sociedades seguridad jurídica para elegir a sus gobernantes y brindarle a sus pueblos regímenes de garantías de convivencia social, de derechos humanos y de paz.

Eso se ha hecho más evidente en naciones de grandes tradiciones represivas: Chile, Colombia, Honduras. Pero también en Brasil, Argentina y Uruguay, en donde los gobiernos de izquierda nacen de largo periodo de la dictadura. Lo mismo ocurre en todos los demás países y no hace falta recordarlo.

Decía Gustavo Petro que su movimiento no pretendía instaurar el socialismo, sino el capitalismo. Esa frase tan paradójica muestra en gran parte el sentido de la lucha latinoamericana. En este aspecto, se trata de crear regímenes de garantías constituciones y de libertades públicas garantizadas semejantes a las instauradas por las revoluciones burguesas europeas, y, por otro lado, establecer relaciones de respeto e impulso a la producción que siempre ha estado atada a las carlancas del pasado: salarios miserables, relaciones no justas, mercados manejados por las oligarquías locales.

Es el mismo sentido que encierra el concepto de “revolución democrática”: un cambio social que elimine las ataduras del pasado y que permita relaciones económicas capitalistas modernas.

Pero aquí como en todo el análisis no puede ser plano, unilateral. Tiene necesariamente que ser dialéctico. Lo cierto es que esta era de revolución, que ya lleva casi un cuarto de siglo, se ha visto obligada a trabajar dentro de los cánones constitucionales heredados del pasado. Los cambios se hacen utilizando las viejas instituciones, siempre dentro de la dinámica de esa institucionalidad creada en la época de la independencia y después de las guerras civiles que la siguieron, una democracia representativa y de división de poderes que hoy es insuficiente para crear una auténtica democracia del pueblo. Siempre me he preguntado cómo fue posible que después de quince años de revolución el ejército boliviano se aliara con los golpistas contrarrevolucionarios. ¿No se plantearon los dirigentes de la revolución un cambio en esas instituciones?

En noviembre de 1971, Fidel hizo una visita de 23 días a Chile. Presidía el gobierno chileno Salvador Allende. Durante su larga visita, el líder cubano expresó diferencias respecto a la decisión chilena de la “defensa del régimen democrático” de Allende y la “necesidad de ir a unas formas de acción más insurreccionales” de Fidel.

Uno de los hechos más recordados de esa visita fue el regalo que Fidel le hizo a Allende de un fusil AK-47. El regalo no fue público, posiblemente por solicitud de los chilenos, pero fue ampliamente divulgado. Era evidentemente una entrega simbólica, que manifestaba una lectura de los que estaba sucediendo en el país suramericano. El líder cubano no se proponía en su visita crear un ejército revolucionario, como acusaba la derecha. Lo que sí quedó claro es que era una ingenuidad pretender que los militares iban a respetar el voto popular. ¿Se puede hacer una revolución en el marco de esa “democracia burguesa” (palabras usadas entonces por Fidel)? Nosotros respondíamos que sí, de la manera más acrítica, simplemente porque el partido decía que sí y nadie podía levantar su voz contra su mandato. Y el partido, por su parte, de una manera igualmente acrítica, respondía afirmativamente siguiendo de manera fiel a su partido hermano de Chile.

La respuesta la dio la historia. ¿Esa respuesta nos sirve de algo ahora, cincuenta años después? Las cosas por supuesto han cambiado mucho y nadie se atreve a recomendar un alzamiento armado. Más aún, los pueblos han demostrado que pueden hacer frente a intentonas subversivas de las oligarquías y aun con sufrimientos atroces han podido revertir los golpes en Bolivia, Brasil, Honduras y levantar cabeza después de las derrotas de Argentina y Ecuador.

Las comparaciones son odiosas, pero debe mencionarse que el caso de Cuba fue muy diferente y mucho más fácil, por la razón de que la revolución arrasó con el pasado no solo económico sino también político y le quebró la columna vertebral a la oligarquía, que prefirió huir a Miami. Quedó, por supuesto, la amenaza externa de Estados Unidos; pero dentro de las fronteras, un pueblo unido y listo para defender su revolución y su patria. Las revoluciones latinoamericanas se han visto precisadas a remodelar la casa con todos los inquilinos dentro, incluidas las oligarquías, dentro. Estas han lucrado don los avances en todos los campos, al mismo tiempo que conspiran, día a día, contra los poderes instituidos, contra la paz y la coexistencia democrática.

Sí no es aventurado pensar que las estructuras estatales heredadas del pasado, sus parlamentos, su prensa, sus tribunales de justicia, sus ejércitos, terminarán entrando en conflicto con las necesidades de cambios y con las transformaciones revolucionarias mismas. Se pondrá a la orden del día entonces la contradicción entre la revolución democrática y ese régimen que Fidel llamó, hace cincuenta años, la “democracia burguesa”. La forma de ese enfrentamiento no puede predecirse, pero los pueblos deben comprender que se producirá irremediablemente.

La tercera característica de nuestras revoluciones es su carácter popular. Eso quiere decir que la lucha por el bienestar popular es su tercer eje fundamental. América Latina se cansó de ser eternamente pobre. Y lo hace, curiosamente, en que las desigualdades sociales se agudizan.

En este contexto, los pueblos se unen en torno a la consigna de acabar con el neoliberalismo, es decir, de revertir las reformas hambreadoras que nos vienen azotando desde hace décadas. Los avances que han recibido las sociedades en este sentido son enormes. Los regímenes progresistas han sacado a muchos millones de la pobreza, sobre todo de la pobreza extrema, y han impulsado con éxito mejoras en todos los aspectos. Pero aun así, los avances no son definitivos ni seguros. Más aun, parecen frágiles y sencillamente reversibles. Pero tampoco son lo suficientemente profundos para convencer a las masas populares, que en una gran parte siguen atadas a los carros de los partidos políticos de la derecha.

Pese a los avances sociales, todos los países han sido escenario de luchas de la población por mejoras que los gobiernos no pueden conceder. Cada revolución y cada partido tiene un programa que aplica o pretende aplicar de manera segura y responsable. Pero en cada país, junto al apoyo consciente a las medidas aplicadas y las transformaciones prometidas, crece también el descontento. Las reformas necesarias parecen chocar con barreras infranqueables: el mercado internacional manipulado por las grandes corporaciones trasnacionales y sus gobiernos, es decir, por el imperialismo, y la rapacidad de oligarquías firmemente sentadas en el poder que se niegan a ver reducidos sus privilegios.

Ese avance contradictorio, de dar mucho pero no lo suficiente, los reflejaba el exvicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera cuando afirmaba que los partidos progresistas en el gobierno cometieron el error de convertirse de partidos contestatario en administradores, de fuerzas del desorden a partidos del orden, y eso lo cobran las masas.

A los gobiernos les queda el asistencialismo que tiene grandes limitaciones: es muy costoso y poco sostenible, genera mucha corrupción y que no crea desarrollo. Para avanzar pareciera que tarde o temprano hay que ir más allá, hay que modificar la estructura económica. En otras palabras, no existe posibilidad de acabar con la pobreza y la desigualdad en los límites del capitalismo y las sociedades tendrán que proponer, en algún momento, posiblemente pronto, la necesidad de avanzar hacia un nuevo régimen, hacia el socialismo.

El sistema neoliberal se impuso por la fuerza, amparado en los regímenes dictatoriales. Eran, de otra manera, inviables. Por eso parece evidente que el neoliberalismo ya no tiene más aire, aunque teóricamente haya todavía espacio donde aplicar sus recetas. La pregunta es si existe una alternativa antineoliberal dentro del régimen capitalista. Esa contradicción entre los posible y lo deseable tiende a crecer, y terminará por hacer crisis.

Hace ochenta años José Figueres Ferrer publicó un folletito titulado “Palabras gastadas”. En él hace comentarios acerca de tres conceptos: libertad, democracia y socialismo. Interesa aquí este último. Allí hace severas críticas al capitalismo, un régimen “cuyo fruto es la pobreza”, que “derrocha energías despiadadamente al duplicar servicios sin necesidad, al destruir mercancías por especulación”, a cuyos subalternos “denigra, y cuyos esfuerzos trata de obtener por la menor compensación posible” y, “lo peor de todo, enarbola con fiereza la bandera milenaria del antagonismo”.

Como solución a este mundo carente de sentido humano, propone un nuevo estado de cosas que él llama socialismo, un régimen donde “los hombres competentes de la industria y el comercio, los poseedores de la riqueza (se den cuenta) de que su actividad es realmente social y no privada”.

Un mundo de capitalismo humano, basado en la cooperación que nace de la convicción subjetiva de los hombres, en particular, de los poseedores del capital, y apoyado por una izquierda revolucionaria que él llama a la refundación sobre postulados “racionales”.

Con esta filosofía aparentemente primitiva se montó un régimen social exitoso, que dirigió al país durante tres décadas, desde 1952 hasta comienzos de los ochentas. Es el socialismo democrático o socialdemócrata, que dio origen al estado social de derecho que se nos ha ido como resultado de las políticas neoliberales y que muchos sueñan con hacer retoñar. Es la nostalgia del viejo terruño, que sirve en los discursos para hacer ver cuán traidores han sido los viejos dirigentes que otrora promovieron ese estado, pero que no puede ser base de un programa de transformaciones políticas hoy día. La vieja sociedad del socialismo democrático ya no volverá. No lo permiten ni las condiciones internacionales ni las realidades económicas y sociales actuales. Ellas tuvieron como centro un proyecto desarrollista de una burguesía nacionalista y proteccionista que ya no existe, un campesinado que ya ha desaparecido y un proletariado que ya dejó de creer en esas promesas. Estaba, además, inspirado en un clima internacional promovido también por Estados Unidos, primero con el ejemplo del New Deal y luego por los programas de la Alianza para el Progreso a la AID. Ese viejo régimen se inspiró en un clima internacional que favorecía el proteccionismo y el desarrollismo, tendencias que hicieron crisis al enfrentarse con la globalización surgida a partir de los ochentas.

En resumen, el estado social de derecho solo puede rescatarse y desarrollarse sobre nuevas bases sociales, económicas y de relaciones internacionales. Esas bases exigen un régimen económico socialista y una redoblada lucha por la independencia nacional y contra el imperialismo.

Pero todo esto se oculta. Vivimos la época de las posverdades y las posmentiras, del lenguaje suave, medio en clave, cribado de palabras obscenas, admisible en las mesas decentes y en los medios de comunicación socialmente admisibles.

Algunos se conforman con pensar que sí, el socialismo vendrá, pero falta tanto para eso que lo mejor es ocultarlo mientras tanto, como si el problema fuera de fechas, como si no fuéramos capaces de entender que las batallas de mañana se pelean todos los días. El carácter inmediato de esa revolución que hará surgir el socialismo no se resume a un problema de fechas. La flor y el fruto no son entidades distintas, pero aunque falten días para que se nos aparezca como fruto, la flor es ya fruto, lo es inmediatamente, porque encierra en sí toda la constitución del fruto, constitución que está en movimiento desde el momento cero, desde antes de que exista incluso la flor misma. Esa es la dialéctica del desarrollo. Solo que en política las cosas no ocurren de una manera natural, como en patio de nuestra casa, porque ella engloba también la acción humana consciente. Cultivar esa acción consciente es una obligación. Es un problema de autenticidad personal, un problema ético. Pero sobre todo es una necesidad política, la necesidad de preparar el ejército para los combates actuales teniendo en la mira los combates futuros.

El discurso es un factor actuante, transformador. Las palabras no se convierten en acción, ellas son directamente acción política. Emplear el discurso en forma adecuada es una forma de lucha. Hablar es actuar. Callar es renunciar a la lucha. El discurso es, en sí mismo, un acto revolucionario.

Nuestros niños, los más pobres

Manuel Delgado

Impactó la noticia de que nuestro país es el que tiene mayor tasa de pobreza infantil de las 38 naciones que componen la OCDE. Según esos datos, el 27% de los menores de 17 años viven en pobreza. Por cierto, a diferencia de la de otros países, nuestras cifras son del 2021, lo que quiere decir que toman en cuenta la situación creada por la pandemia del Covid-19, que presumiblemente empeoró la situación de la población, especialmente la de la más pobre. Es decir, en la realidad estamos peor de lo que dicen los datos de la OCDE.

Es, además, dice ese organismo, el segundo país con mayor desempleo (solo superado por España).

Es posible que ambas cifras tengan que ver, pues son las mujeres las más golpeadas por el desempleo y la pobreza. Y mujeres solas crían a la mitad de los niños que nacen en este país.

Para ese organismo uno de los motivos que explican este fenómeno es la cantidad de niños nacidos de madres adolescentes. Pero sucede que nuestro país redujo esos índices de manera ejemplar en la pasada década. El porcentaje correspondiente cayó de un 19% en el 2012 a un 9% en el 2021. Ese factor, el de ser hijos e hijas de madres adolescentes, sigue pesando, sin duda. Pero podríamos pensar que hay otros factores más decisivos.

El 70% de los niños que nacen en Costa Rica son nacidos fuera de matrimonio, y la mitad de ellos de madres solteras, es decir, sin pareja. Son un total de 24.140 pequeños. Y eso sí parece ser significativo, sobre todo porque las madres solteras siguen tomando la delantera. En el 2008 eran no más de 16.331.

Además, de los niños así nacidos, un 30% carece por completo de soporte económico de su padre.

La OCDE dice:

«La custodia de los hijos suele corresponder a la madre, quien frecuentemente tiene un ingreso personal menor que su expareja. Por consiguiente, no es de sorprender que el riesgo de pobreza (de 31%) de las familias monoparentales sea tres veces mayor que el de las familias con dos padres (10%) en toda la OCDE en promedio”.

Según el Banco Mundial (Oportunidades para reducir la pobreza en Costa Rica) “las madres solteras enfrentan desafíos mayúsculos. Sus ingresos laborales tienden a ser bajos y aquellos provenientes de transferencias públicas y privadas no resultan ser un complemento suficiente. Más de la mitad de todas las madres solteras pueden clasificarse como pobres y su situación pareciera haberse deteriorado en la última década”. La tasa de pobreza calculada por ese informe para las mujeres es de 27,7%. La de los niños de 0 a 14 años, del 40%.

El aumento de la pobreza infantil tiene esos componentes que tienen que ver con las malas prácticas de la sexualidad y la reproducción, la desigualdad a que se ve sometida la mujer, la poca efectividad de nuestras leyes y prácticas de paternidad responsable y muchas otras, que aparentemente tienen que ver con el comportamiento individual de las personas. Pero la verdadera causa no se encuentra allí. Está en un régimen social de por sí injusto, en la que el ser humano es mercancía de segunda, y donde los niños, por ser improductivos, por su vulnerabilidad y su dependencia, son los más sacrificados.

Resulta especialmente triste comprobar que los niños de todos los países de esa organización privilegiada, entre ellos el nuestro, sean el sector de la población que muestra mayores cifras de pobreza y que, además, representan un sector cuyo número va en aumento. Son más pobres que los ancianos, mucho, pero mucho más pobres que la media de la población adulta y además cada vez son más. Eso es así en todos los países, En España y en Israel, en Estados Unidos y en Francia, y más, como vemos, en Costa Rica.

Es el resultado más demoledor de un régimen estructuralmente injusto, cuyos males sociales se han agravado por las políticas de contención del gasto público y la privatización galopante.

Al fin y al cabo, la clave está allí, y el sacrificio de nuestros niños ante el altar del capital es un signo de la debacle de nuestro régimen social y político corrupto e inhumano. Esa sangre inocente clama por un cambio de régimen, que transforme esta democracia podrida que los condena a la muerte por otra democracia, popular, participativa, socialista.

Encuesta: Chaves arriba, pero con dudas

Manuel Delgado

  El Estudio Nacional de Opinión Pública (ENAOP) de Borge y Asociados de este mes de marzo vuelve a mostrar un gran apoyo al presidente y a su gestión. Sin embargo, creo que el mandatario no debería cantar mucha victoria, porque ese apoyo está inserto en grandes signos de interrogación.

  Creo que los más llamativo es que los entrevistados consideran que en los temas más importantes el gobierno no está cumpliendo. El fracaso gubernamental, en algunos casos, es crítico.

  Para los costarricenses, los temas económicos y sociales, vale decir Desempleo, Situación Económica, Costo de Vida y Pobreza, suman el 48,8% de las opiniones cuando se les pregunta por los problemas principales del país. Cuando se trata de las familias o de sus familias, es decir, cuando se vuelve más íntimo y personal, se elevan al 57,3% de las opiniones.

  Pues bien, en esos tópicos, la mitad de los encuestados considera que la gestión gubernamental es mala (reducir el desempleo, bajar la canasta básica y otras).

  La Seguridad es, individualmente considerada, la preocupación que ocupa el lugar más alto (27,2%) cuando se les pregunta por el país, pero es de solo el 5,6% cuando se trata de la situación de sus familias. Como siempre ha ocurrido, la percepción de inseguridad es mucho más alta que la inseguridad misma y esa percepción es introducida, en gran parte por nuestra mala prensa.

  Y aquí el gobierno vuelve a delinquir: el 49,7% califica de mala su labor en el combate a la delincuencia, mientras que solo un 13,5% cree que ha hecho buena labor en el combate al narcotráfico y el crimen organizado.

  Aun así, la persona del presidente Chaves sigue siendo bien valorada (63% de los encuestados), y el apoyo a su gestión, si bien ha bajado, se sigue manteniendo en un 70%. Curioso, ¿no? Los ticos seguimos creyendo que el gobierno hace mal las cosas, pero le damos una alta valoración.

  El porqué de ese apoyo sigue siendo motivo de dolores de cabeza. No he escuchado la sola explicación convincente. Claro que yo no pretendo tener algo así. Pero voy a dar algunas opiniones.

  Pienso que el triunfo de Chaves y su popularidad nacen del desplome de todos los demás partidos. El elector costarricense ha vivido un trauma inédito. Se le destruyó el PUSC, el gran partido de Calderón Guardia, lo que fue para muchísimos costarricenses un golpe en el alma. Luego vivo el desprestigio, también traumático, del PLN, el partido de don Pepe, y que ya va por tres elecciones perdidas. Las emociones, las esperanzas, los entusiasmos, volvieron a surgir con el PAC, que termina escribiendo una de las páginas más vergonzosas de nuestra historia. Termina no obteniendo ni un 1% de los votos. Y esto fue tremendamente impactante para muchísima gente. Conozco personas que todavía lloran cuando recuerdan eso. Lloran literalmente, con lágrimas de agua y desengaño.

  Entonces los costarricenses, sobre todo los más humildes y olvidados, vuelven los ojos a un tecnócrata desconocido, sin nexos con la política, sin pertenencia a ningún partido, que muestra, además, un lenguaje antisistema. Una cosa muy similar ocurrió en Perú: los peruanos, hastiados de los partidos viejos y nuevos, terminan apoyando a un tecnócrata llamado Fujimori. Los resultados son bien conocidos.

  El segundo gran motivo es ideológico: no en todos los casos, pero en muchos el voto se decidió por un mensaje que gran parte de los ticos comparten, el del neoliberalismo, una ideología y un programa político antipopular por sus fines pero popular por las preferencias. Antisistema significó, en nuestro caso concreto, no anticapitalismo, sino anti-capitalismo proteccionista, no anti-empresa-privada, sino anti-estado-de-bienestar. La gente ha sido ganada por un mensaje que habla contra los empleados públicos, contra las desigualdades y privilegios, contra la burocracia, y termina votando por los grandes privilegiados y en contra de sus mismos intereses. Es el triunfo ideológico de la oligarquía, representada por los grandes partidos y apoyada por la gran prensa.

  En esa derrota ideológica nosotros, los que nos llamamos de izquierda, tenemos una gran culpa. Ha sido ni más ni menos nuestra derrota. Primero por nuestra debilidad orgánica, por nuestra manía fatal de ocultar nuestros fines y decir las cosas a medias, pero nuestra división y nuestro menosprecio por la labor teórica, que a veces consiste en renuncia a toda teoría, por nuestra falta de espíritu crítico. La derecha nos ha ganado la batalla en ese campo, el de las ideas.

  Mucho de nuestra derrota proviene de un apoyo acrítico de nuestro estado de bienestar y de derecho. Apoyamos el estado con todo lo bueno, pero también con todo lo malo, y en nuestra lucha por defender a los trabajadores estatales terminamos siendo defensores de la burocracia, de la ineficacia y de los privilegios de las altas esferas, de los sueldos indefendibles y demás. Allí incluyo a las universidades públicas y muchas de sus conductas insostenibles. No quisimos discutirlo a tiempo, y ahora nos cae encima el tsumani neoliberal. La gente está harta, todos estamos hartos, de este estado ineficiente y corrupto. Entonces, en estas circunstancias, quien perdió fue la seguridad social. Fue el PLN y el PUSC los que iniciaron el proceso, pero fue el PAC, un partido falsamente tildado de izquierda y vergonzosamente apoyado por la izquierda, quien nos pone al borde del despeñadero.

  De aquí se desprende una tercera cuestión, y que tiene que ver con el valor de la democracia. Un régimen político que nos aporta hambre, pobreza, corrupción e ineficacia se ve superado por el ideal de la dictadura. Necesitamos un régimen fuerte, dice la gente, un presidente que no le tenga miedo a nada. Igual que con Fujimori, Chaves logra canalizar ese sentimiento y llevarlo a Zapote. Mientras tanto, la izquierda sigue hablando de defender la democracia y en vez de proponerse sustituirla por una democracia nueva, sigue creyendo que el camino es ponerle betún a la bota vieja y rota, en vez de proponerse cambiar de calzado.

  La última cuestión tiene que ver con el machismo. La sociedad costarricense ha avanzado muchísimo en materia de los derechos humanos asociados al papel de la mujer y las opciones sexuales. Estas transformaciones han involucrado a personas de todos los gustos políticos, izquierda de primera, pero también al PAC, ministros y activistas suyos.

  Este cambio tan positivo crea, como es lógico, una reacción, una respuesta del mundo machista y discriminatorio que está herido y en su lecho de muerte. Y los representantes de ese mundo se levantan en respuesta. Curiosamente, pareciera que las acusaciones de este tipo en contra de Chaves que no lo dañaron, sino que lo impulsaron.

  De la mencionada encuesta hay cuatro cosas que me reconfortan. La primera es que las universidades públicas son las instituciones más respetadas, con un 76,0% de apoyo. Me reconforta no solo por la defensa de la institución, sino porque es una derrota de las prédicas de la derecha.

  Una segunda es que los encuestados no muestran un apoyo claro a la ley de empleo público. Los pocos que responde a esta pregunta se reparten casi por mitades entre apoyarla o rechazarla.

  La tercera es que solo una cuarta parte se manifiesta por ilegalizar totalmente el aborto. El resto, tres cuartas partes, lo apoyan con diversos matices.

 La última es que la iglesia católica apenas representa poco más de la mitad de la población (es, por cierto, el porcentaje más alto en Centroamérica). Los míos, los ateos o no feligreses de ningún credo, llegamos ya al 15%. Toda una noticia.

Que este no sea un 20 de marzo más

Manuel Delgado

Conmemoramos otro aniversario de la Batalla de Santa Rosa, la primera batalla de la primera derrota de los norteamericanos en toda su historia, la primera batalla de la consolidación de nuestra independencia. Lo digo así porque esa primera derrota norteamericana en el continente se consolidó poco después en la batalla de Rivas del 11 de abril, y en la segunda parte de la guerra en 1857, peleada en el río San Juan y en esta zona sur de Nicaragua, con Rivas como centro más importante. Pero Santa Rosa preparó ese camino de victoria.

Costa Rica era entonces una nación muy pequeña. Teníamos apenas 110.000 habitantes, más o menos la mitad del cantón de San José, más o menos lo mismo que tiene el Cantón de la Unión, que conocemos como Tres Ríos.

Y empezaba su vida nacional. Teníamos 35 años de ser independientes de España y apenas ocho años de ser una república.

Aun así, este pequeño país pudo enfrentarse de manera victoriosa a una invasión extranjera proveniente de la joven potencia del norte, desde aquel entonces era el país más rico y poderoso del continente.

¿Cómo fue posible esa victoria?

Esta proeza de este pequeño pueblo estuvo siempre indisolublemente ligada a una persona, la de Juan Rafael Mora Porras, hoy con el título de Libertador de la Patria, Benemérito y Héroe Nacional. Fue su visión y don de liderazgo lo que pudo unir al país y conducirlo, en medio de sacrificios, a la victoria.

La guerra del 56-57 y sus resultados están ligados a los siguientes factores:

1.— El presidente Mora, primeramente, supo descifrar quién era el enemigo. Él se dio cuenta de que el país se enfrentaba a una situación de vida o muerte, de existir o perecer. Estados Unidos, apenas ocho años antes, había invadido México, había tomado su capital y en presencia de sus tropas había obligado a los mexicanos a entregar la mitad, ¡la mitad!, de su territorio. De ese despojo hecho por la fuerza surgieron los estados de Texas, Colorado, Nuevo México, Arizona, Nevada y California y territorios que están en otros estados. Mora entendió que Walker no venía a una aventura personal y menos pacificadora. Supo que el filibustero estaba ligado a círculos de poder del sur de Estados Unidos, al gobierno de Franklin Pierce, un alcohólico proesclavista que pretendía continuar con la expansión de Estados Unidos, otra vez a costa de México y el Caribe, y que preparó las condiciones para la guerra civil contra Abraham Lincoln, la cual empezó apenas media década después.

El interés de Walker era unir Centroamérica (Five o None, la cinco o ninguna, decía) en un estado esclavista que pudiera inclinar la balanza política en EEUU hacia la perpetuación del esclavismo, una balanza que se perdió con el triunfo de Lincoln en 1860, cuando las fuerzas antiesclavistas lograron poner a la mayoría a su favor y en contra del esclavismo. Eso era lo que Walker quería impedir con su invasión y su anexión de Centroamérica.

Walker ya había invadido Baja California y había creado una llamada República de Sonora.

Una de las grandes ambiciones del filibustero y su gente era el río San Juan, la Vía del Tránsito, es decir, el canal interoceánico. Por aquellos años ni se pensaba en Panamá. Entonces esta ruta tenía un valor continental y hasta universal. Mora y su gobierno tuvieron ayuda, más moral y menos material, de Inglaterra y Francia, y era por eso. Esos países estaban interesados en impedir que esa vía cayera en manos norteamericanas al menos con exclusividad, pues ya para entonces estaba concesionada a una compañía estadounidense.

Pero, además, Mora comprendía que esa falange impía, como él la llamaba, solo podía ser derrotada por las armas, que no había otro camino. Walker le envió a Mora un emisario que fue devuelto desde Puntarenas sin siquiera ser recibido. El Libertador sabía que eso era un engaño. Y que solo la sumisión, una sumisión perruna, podía impedir la guerra. Es decir, que el honor y la soberanía solo se podían defender con las armas. Es una enseñanza fabulosa para nuestros políticos de hoy, acostumbrados a bajar las orejas frente a las nuevas invasiones norteamericanas, a las que me voy a referir más adelante.

Con esa definición del enemigo en su cabeza, se dio a la tarea de preparar a su pueblo ideológica y anímicamente. Ningún pueblo puede triunfar si no tiene claros los objetivos de su lucha, los peligros y el carácter definitorio de su enemigo.

2.— Teniendo esto claro, Mora se dio a la tarea de preparar la guerra. Siempre nos han metido la idea de que nuestro ejército estaba formado por agricultores ignorantes y sin conocimientos militares. Nada más falso. Nuestros soldados eran efectivamente campesinos, pero recibieron un esmerado entrenamiento militar, disciplina y espíritu de combate. Para ello Mora se valió de muy buenos militares. Menciono solamente al general José María Cañas, pero no era el único. Había también un exiliado alemán, Otto van Bülov, que era ingeniero militar y excombatiente de la revolución alemana de aquellos años, la revolución de 1848, quien dio un enorme aporte. Un polaco, posiblemente polaco-alemán, llamado Ferdinand von Salich también colaboró en esta tarea.

Tampoco era un ejército pequeño. Aunque muchos lo cifran en 4.000 hombres, hay documentos que señalan que sumaban 7.200 soldados y que en un momento llegó a tener 11.000. Eso equivaldría hoy en día entre 200.000 y medio millón de soldados.

También se nos confunde con el tipo de armamento. Se habla mucho del fusil de chispa, un arma con que la corría más riesgo el que la usaba y la disparaba. Claro que había muchos fusiles de chispa. Pero Mora se las ingenió para dotar a nuestro ejército de un armamento más avanzado, un parque de fusiles Minié y sus municiones, que había utilizado Inglaterra en la recién concluida guerra de Crimea y que Mora compró a ese país. Ese fusil marcaba una diferencia del cielo a la tierra. Para mencionar solo una diferencia, diré que el fusil de chispa podía dar en un blanco, con suerte, a cien metros; el Minié, casi de seguro, a 500 metros.

Cuando los filibusteros se enfrentaron con nuestro ejército en un día como hoy, quedaron sorprendidos por el poder de fuego costarricense, tanto así que dijeron a sus jefes que aquí en Santa Rosa se habían enfrentado no con costarricenses, sino son soldados franceses.

3.— Había que preparar no solo soldados y armas, sino todo lo demás: medicina, avituallamiento, transporte. No voy a entrar en detalle, pero diré solo que él puso a trabajar a un gran equipo en esas tareas.

Algunos de ellos eran Santiago Hogan Grey, Cruz Alvarado Velasco, Fermín Meza Orellana, Andrés Sáenz Llorente y otros.

He mencionado que había en el país un grupo de alemanes, como Nanne, Rohrmoser, Fisher, Gólcher, Alexander Von Franzius y Carlos Hoffman que se pusieron a las órdenes del presidente Mora. Estos dos últimos fueron fundamentales en la formación de la ciencia natural en el país. Carlos Hoffman fue nombrado por el presidente como el médico jefe del ejército nacional. Por cierto, que el puesto era pretendido por otro médico, José María Montealegre, quien se disgustó tanto con la decisión de Mora que decidió no ir a la guerra y quedarse en casita cuidando sus millones. Años más tarde va a ser el principal culpable del derrocamiento del presidente Mora. Carlos Hoffman es otro de nuestros héroes olvidados. Él estuvo en toda la guerra, se quedó en Rivas durante la epidemia del cólera y luego, llamado por don Juanito, se vino a San José para ponerse al frente en la lucha contra la enfermedad.

Quiero enviar un saludo muy afectuoso a los alemanes de nuestro país, y a los descendientes, hay algunos, de esos alemanes que lucharon con nosotros en 1856. Van Bülov y Hoffman no dejaron descendencia. Hay descendientes de un sobrino de van Bülov, que también peleó en la guerra del 56, pero ellos viven en Estados Unidos.

4.— La otra decisión clave de don Juanito fue decidir que él no iba a esperar al enemigo en la capital. San José en esa época llegaba hasta el Hospital San Juan de Dios, y don Juanito dijo: Yo no voy a pelear esta guerra en La Sabana. La guerra la vamos a pelear en las barbas de William Walker. Esto suponía un esfuerzo inmenso, que era transportar todo un ejército hasta Nicaragua. Hoy eso equivaldría transportar 200.000 hombres. Y se tenía que hacer sin vehículos, a pie, con la sola ayuda de algunos bueyes que se utilizaban para transportar dos pequeños cañones.

Para ello había que trazar una ruta, construir puentes y caminos y asegurar medios de supervivencia, sobre todo alimentos, para los soldados en viaje.

Juanito Mora contaba, como dije, con la ayuda de Otto van Bülov, conocido como el Barón, pues lucía ese título nobiliario. Este ingeniero alemán a quien Juanito Mora había nombrado jefe de caminos, brindó un enorme aporte en este sentido. Todavía quedan algunas de esas construcciones. Él tuvo a su cargo la construcción del puente de La Garita, que estaba unos metros aguas arriba del actual, y de la carretera que sube a Los Ángeles. También fue responsable del primer puente de Damas, en San Mateo. Un pueblito de por allí se llama El Barón, pero nadie sabe por qué. En una ocasión propuse que al menos la escuela, que se llama Escuela El Barón, fuera bautizada por el nombre completo del héroe alemán. Pero como siempre sucede, en este país del olvido nadie quiere hacer memoria. En el país del olvido, el desmemoriado es rey. Digo nada más que Van Bülov peleó en Rivas, cosa que él sabía hacer muy bien. Allí se contagió del cólera, enfermedad de la que murió días después en Liberia.

Entonces, ya listos, con un alto nivel de conciencia y una alta moral de combate, el ejército partió, a pie. Salió de donde hoy es el Mercado Central, caminó hasta San Rafael de Alajuela, llegó a la Garita y a los Ángeles y siguió hasta Barranca. Allí se dividió en dos: una parte se fue a Puntarenas y siguió en botes por el Golfo de Nicoya y el Río Tempisque hasta el pueblo de Bolsón. El resto siguió a pie por potreros y montes por la ruta de Bagaces y lo que hoy sería Cañas, hasta Liberia.

Allí los alcanzó el presidente Mora, que en vez de quedarse en su Palacio Presidencial se fue con la tropa a la primera línea de fuego.

El resto de la historia ya la sabemos. José Joaquín Mora, cuyo suegro había sido dueño de la Hacienda Santa Rosa, marchó hacia el norte y dirigió ese primer combate contra los filibusteros. Fue en aquel 20 de marzo. Allí murieron 20 patriotas y 25 filibusteros. Otros 20 fueron capturados durante su huida, fueron sometidos a juicio y fusilados inmediatamente.

Cabe preguntarse por las enseñanzas que nos dejaron los patriotas de 1856.

La primera es que la patria debe defenderse y no entregarse a los que vienen con falsas promesas. Eso no lo entienden muchos costarricenses y no lo comprenden o no lo quieren comprender nuestros gobernantes.

El país está enfrentado a una nueva ola de filibusteros. Son los que han sido dueños de nuestros principales productos, entre ellos el banano y la piña, y con ellos se llevan nuestra riqueza. Son los que hoy nos estafan con sus eurobonos, sus créditos y sus imposiciones, impuestos por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Son los que nos tienen atosigados con la deuda externa, y nos prestan cada vez más para que sigamos endeudados. Son los que nos roban a través del comercio internacional, vendiéndonos caro y comprándonos barato. Son los que se han apoderado de nuestras principales carreteras, puertos y aeropuertos. Son los que se llevan el dinero de nuestras pensiones y lo colocan en la ruleta rusa de las bolsas norteamericanas a costa de grandes pérdidas para nosotros y enormes ganancias para ellos. Son los que nos impulsan a destruir nuestro estado de bienestar social y presionan para que se vendan la Caja, el ICE, los bancos del estado y demás.

Quien no tiene claro que ese enemigo existe y quién es, no es un digno heredero de Juanito Mora y no podrá liderar al país para salir de la injusticia, la pobreza y el subdesarrollo.

La segunda enseñanza es que con ese enemigo no se negocia. Ya no puede hablarse con una guerra verdadera, pero la lucha es similar, y no hay peor pecado que intentar esquivarla con el timo de que debemos ser inteligentes y tolerantes, inteligentes y tolerantes contra un enemigo nada tonto y nada tolerante.

La tercera es que al pueblo hay que prepararlo para la lucha con la verdad, no con vericuetos de lenguaje, no ocultando los hechos para que no nos digan dogmáticos ni trasnochados. Los que eso hacen y así piensan no son legítimos herederos de los héroes del 56.

Ellos, los héroes del 56, consolidaron nuestra independencia y crearon una idiosincrasia, crearon la nación costarricense. Lo hicieron con su pensamiento claro y su sangre.

¡Bendito sea su pensamiento!

¡Bendita sea su sangre!

LA ALHAMBRA Y LA CARRETA

Manuel Delgado

(A 8.500 kilómetros de distancia una de otra, La Alhambra y la carreta típica costarricense guardan una relación inusitada.)

“No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla”, dice Azorín. No llega más allá de esa constatación que casi podríamos llamar geográfica, aunque palpa sí, la soledad y la melancolía. Pero ellas están más en las cosas, que en el alma castellana. “Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas”.

Más profundo es Federico García Lorca cuando se refiere a esa ausencia de mar no ya de Castilla, sino de su Granada natal.

El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.

¡Ay, amor,
que se fue por el aire!

Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.

¡Ay, amor,
que se fue y no vino!

Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.

¡Ay, amor,
que se fue por el aire!

Y es verdad que el Guadalquivir hizo de Sevilla una ciudad internacional aunque estuviera lejos del mar. Desde ella salían hacia América los barcos llenos de forajidos y al que volvían esos mismos barcos cargados de oro. Por eso es así. En ella uno se siente a mar abierto, como en La Habana. Y por eso quizá guarda con esta la cercanía de almas abiertas y alegres. Es la psicología de los puertos.

Esa misma diferencia no se entabla solo con Sevilla, porque hay más, hay ciudades de costa, mundos autónomos encallados en Cádiz y Málaga. La primera tiene un encantador sabor de mar que recuerda el Viejo San Juan. Muchos pequeños parques y callecitas se le parecen, aunque muchos dicen que se construyó guardando un aire habanero.

A diferencia del Guadalquivir, el Dauro (hoy Darro) y el Genil, ríos de Granada, no llevan a ningún mar, no conectan las tierras granadinas con ninguna otra tierra como no sean su vega, es decir, sus cultivos.

Pero en Federico la ausencia de mar va muchos más lejos que en Azorín. Ella es menos literal y más del espíritu.

No, Granada no ve el mar, y esa soledad y melancolía, para usar las palabras de Azorín, empujan al granadino hacia sus colinas, hacia torres y sus jardines.  (La casa árabe más típica se llama “carmen”, que es una pequeña propiedad rodeadas de muros blancos con una casa y un jardín dentro. Decían que era para cumplir con el mandato del Corán de no alimentar la envidia de los vecinos, aunque más bien pareciera que eran así para esconder ese espíritu de encierro de los granadinos).

No tienen los habitantes de Granada ni esa visión de inmensidad que da el mar ni ese espíritu de aventura que el mar alienta. Por eso en ellos todo tiene ese dulce aire doméstico.

“Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene más salida que su alto puesto natural de estrellas”, dice Federico.

Es por ello que la estética granadina es la del diminutivo, “la estética de las cosas diminutas”. Y menciona el poeta a su conciudadano Fray Luis de Granada que hace todo un panegírico de las cosas pequeñas, del papel, por ejemplo, de la diminuta hormiga en la enseñanza infinita de dios. “No queremos que el mundo sea tan grande ni el mar tan hondo. Hay necesidad de limitar, de domesticar los términos inmensos” (García Lorca).

De allí proviene la tradición del arabesco de la Alhambra, “complicado y de pequeño ámbito”, cargado de preciosismo, que “ha sido siempre el eje estético de la ciudad”. La Alhambra no asombra por ningún gigantismo ni fuerza militar, asombra por esa pequeña filigrana que envuelven sus pequeños cuartos y corredores y que como encaje de yeso, cerámica o piedra, que llenan cada centímetro de pared o cielorraso, con sus falsas columnas y arcos que no sostienen nada como no sea el resultado del arte de las manos estilizadísimas de sus artesanos, además de la belleza de la caligrafía que por doquier repleta de poesía la arquitectura.

Los que la visitamos hoy quedamos encantados con esos decorados de color marfil. Lo asombroso es que originalmente eran policromados. No logro hacerme idea de cómo eran esas paredes y esas estancias colmadas de colores. No puedo imaginármelo.

¿Por qué tiene importancia Granada para nosotros? Porque tampoco ven el mar nuestras ciudades y pueblos del Valle Central. Recluidos en el interior de nuestros valles y resguardados por nuestras montañas, que cumplen el doble propósito de resguardarnos y detenernos, encarcelarnos, nos volcamos hacia nosotros, huraños, metidos en nuestras pequeñas casas de barro y nuestros jardines diminutos.

Pero también en nuestros arabescos, en ese preciosismo que destilamos por todas partes. Esas carretas pintadas no son ni de yeso ni de piedra. Ellas se han desprendido de su soporte natural, y como color puro, giro pícaro, recoveco gentil, tímido y atrevido al mismo tiempo, parecen volar por los aires al ritmo del tambor de madera de las ruedas que cantan en el contacto con los caminos.

Gente tímida, como los granadinos, tan ajenos al mar, sumidos en su propia alma melancólica, con una fuerte dosis de individualismo o timidez.

Me imagino que hace algunos años (hoy solo se escuchan los altavoces) oíamos la guitarra sentimental y la cancioncilla romántica de que habla García Lorca en sus descripciones (ojo que tampoco se escuchan ahora en esa Granada que hierve de turistas).

Entonces me acurruco más a las palabras del poeta, de ese mar océano, enclavado sin embargo en sus pequeñas montañas, en su huerta de San Vicente (su casa de la Vega, parte baja de Granada) o en sus cármenes de Albaicín (barrio árabe de la ciudad), ese inmenso Federico García Lorca.

Con alma gitana

Manuel Delgado

Cuesta no conmoverse hasta las lágrimas cuando se visita la casa de Manuel de Falla en Granada. El compositor había venido a la ciudad en 1919 no solo huyendo del bullicio de París, sino sobre todo en una búsqueda del alma gitana de esta ciudad.

Y se instaló aquí, a la sombra de La Alhambra, en los altos del barrio del Realejo, en esta pequeñísima casa que hoy puede sonar hasta lujosa, pero que entonces era un carmen muy modesto (se llama carmen a esas casas árabes cerradas y con un jardín interior).

Desde su jardín, pequeño como todo, se disfruta de la vista de las murallas de la ciudad palatina de un lado y, por el otro, de la vega que se extiende allá abajo, anegada por el Genil. Entonces era, muy posiblemente, zona despoblada y de cultivo. Hoy es un populoso barrio de la ciudad moderna.

Todo en la casa, queda dicho, es pequeño y modesto y se conserva tal como él lo dejó cuando partió al exilio: su cama minúscula, su pequeñísima mesa, apenas para recibir algún invitado, su piano pleyel vertical. Cuesta creer que de estas teclas surgieran muchas de las mejores obras del compositor.

Hay en la casa un detalle que conmueve como un latigazo. Se trata de una pequeña despensa o cava excavada en la pared de piedra y cerrada con un enrejado de madera, donde el músico se guarecía cuando, en el cementerio cercano, los fascistas fusilaban a los republicanos capturados. Entraba allí para rezar (era profundamente devoto) y para tratar de olvidar el dolor de la guerra.

Falla vino a Granada con un propósito muy concreto: estudiar la música gitana. Con ese fin ideó un festival de lo que entonces se llamaba “cante jondo” y que más tarde derivó en “flamenco”. Pero para bien de la humanidad se le cruzó en el camino un huracán llamado Federico García Lorca, que en esa época tenía solo 20 años y que era un aprendiz de músico, dibujante, dramaturgo y poeta. Me imagino cómo sería ese encuentro entre aquel hombre maduro y tímido y este joven incontenible. Alberti, que lo conoció por esa época, recuerda que “había magia, duende, algo irresistible en todo Federico. ¿Cómo olvidarlo después de haberlo visto o escuchado una vez?”. Manuel Altolaguirre, poeta y también gran amigo, decía que donde estaba Federico no llovía, sino que federiqueaba. Desde entonces, juntos, poeta y músico, se dieron a la tarea de entrevistar, escuchar, recoger, ordenar la música y de organizar el festival, que se realizó en los jardines de La Alhambra en 1922. Aquello selló una amistad entrañable que duró hasta el asesinato del poeta.

En las colinas situadas al frente de la ciudad amurallada pero del otro lado de la casa de Falla, se encuentra el encantador barrio árabe de Albaycín. Más arriba, en la montaña, se ubica el barrio de Sacromonte, donde vivían los gitanos. Lo hacían en cuevas excavadas en la roca. En realidad, de siguen haciendo, solo que ahora las cavernas se disimulan con fachadas de casas.

Por esos montes y por esas cuevas anduvieron buscando la canción valiosa y, con ella, la tradición de un pueblo que hasta entonces aparecía oculto, ninguneado.

El festival resultó ser un éxito en todos los sentidos, pero más que el acto en sí, aquella reunión de talentos populares, representantes de una tradición de siglos, dejó una huella imborrable en la cultura de España, y es que desde entonces el festival se realiza de manera regular y, al menos hoy día, crece el interés por estudiar el flamenco.

Pero hay otras dos huellas. Una se ve reflejada en la música de Falla, imbuida de espíritu flamenco. La otra, más conocida, es la poesía misma de García Lorca. Se trata no solo del “Romancero gitano” (si bien el romance es forma popular más típica de la literatura castellana, no hay que confundirse; hay que recordar que el octosílabo de rima asonante o consonante es la métrica predominante en todo el cante andaluz, que lo combina con amplísima amalgama de medidas de arte menor). Se trata también de sus “Canciones”, “El diván del Tamarit”, “Poemas de cante jondo” y otros. Todos ellos se nutren de la tradición flamenca.

Muchas de los poemas tradicionales eran canciones de cuna, las nanas, y tienen la gracia de ser más simples y repetitivas y de mantenerse más amarradas a la tradición:

Mamá.
Yo quiero ser de plata.

Hijo,
tendrás mucho frío.

Mamá.
Yo quiero ser de agua.

Hijo,
tendrás mucho frío.

Mamá.
Bórdame en tu almohada.

¡Eso sí!
¡Ahora mismo!

              (Canciones)

Además de poeta y dramaturgo, Federico era pintor, dibujante y músico. En Granada vivía en la Huerta de San Vicente, la finca de su familia, situada en la Vega que por entonces, como dije, era una zona rural y agrícola, de allí su nombre, y una finca de cultivo. Allí vivió el poeta hasta su muerte y allí escribió el “Romancero gitano”, “La casa de Bernarda Alba” y otras obras. En esa finca compartía con los trabajadores agrícolas, los peones de su padre, y oía sus canciones.

En esa casa el poeta se esparcía en su piano de cola. La casa tiene una especie de sala que hoy guarda unos inmensos dibujos de Federico. Son los restos de una puesta dramática que el poeta escribió, dirigió y diseñó para su hermana Isabel, la más pequeña (por cierto, la otra hermana, Concha, murió igual que Federico, asesinada por los fascistas durante la Guerra Civil). En esa ocasión, el 6 de enero de 1923, el poeta dirigía todo el espectáculo, pero la música en el piano se la interpretaba… ¡Manuel de Falla!

Era una amistad formidable del hombre maduro (tendría entonces casi cincuenta años) con el jovencito, veintidós años menor, y que nada ni nadie, ni siquiera las diferencias de sus personalidades, pudo destruir. Por eso el asesinato del poeta fue para Falla tan definitivamente vital (o mortal, cómo sé cómo decirlo) y lo hundió en una situación de inmensa tristeza, soledad y miedo que pudo sostener un año más, hasta que partió con la sola compañía de su hermana y con lo que llevaba puesto y algo más rumbo al exilio. Se refugió en Argentina donde murió diez años después. Su casa del Realejo quedó abandonada hasta que muchos años después devino en lo que es hoy, un museo y un centro de cultura musical (sede de la Filarmónica de Granada).

Por los años en que se preparaba el festival de cante jondo, García Lorca realizó una compilación de canciones gitanas que él transcribió desde lo oral al texto y al pentagrama. Era la primera vez que se hacía. Este trabajo estuvo perdido muchos años y recientemente se ha publicado en forma de libro con el título de “Canciones españolas antiguas para canto y piano”. Allí se recogen coplillas tan famosas como “Los peregrinitos”:

Hacia Roma caminan
dos peregrinos,
a que los case el Papa,
mamita,
porque son primos,
niña bonita,
porque son primos,
niña.

O el de “Las morillas de Jaén”:

Tres morillas se enamoran
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas
y hallábanlas cogidas
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

¿Qué le hereda la tradición flamenca al arte español? Dos cosas fundamentales: la primera es la oralidad, “la línea hablada”, decía Alberti, con su forma sencilla, fluida, de una gravedad llana, que ya la tuvo el castellano en la poesía del Arcipreste de Hita, del Marqués de Santillana, de Jorge Manrique. También la vemos en Lope de Vega, aunque en esa época ya aparecía de segundona, opacada por los aires de un arte oficial pedantesco y extranjerizante.

Ese espíritu no ligero pero sencillo ya lo tuvo España, decíamos. Lo perdió con la introducción de formas extranjeras, en especial italianas. Un poeta andaluz recoge, sin embargo, ese pasado de oralidad, aunque lo hace en pugna perenne con las artes mayores oscuras, incómodas y, sobre todo, ajenas al sentir popular. Se trata del cordobés Luis de Góngora, que, al lado de los Polifemos, tan ajenos, nos muestra joyas del sentir popular que no se olvidan.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.

Dejadme llorar
orillas del mar.

Aún hoy, Córdoba huele a árabe como el que más. Huele a judío y a gitano. Lo dicen los nombres de sus calles y de sus barrios, su arquitectura, su gastronomía, su música. Y de allí era Góngora, muy cerca de quien vibraban siglos de historia mora y gitana. Vibraban en las carnes vivas de ese pueblo, en los que hacían las faenas del hogar y del campo y negociaban dentro de la ciudad.

Y la segunda cosa es esa “angustia profunda del cante jondo” (otra vez Alberti), ese contenido pícaro y pizpireto, cargado de gracia aldeana y, al mismo tiempo, cargado del dolor trágico de pueblos oprimidos y discriminados. Es la luz y sombra que envuelven todos los poemas del “Romancero gitano”: el niño que quiere hacer joyas de la plata que la luna refleja en el agua y que termina por ahogarlo, las naranjas que ponen al agua del oro justo antes de la muerte, el terror de la guardia civil.

Después de Góngora, la poesía española entra en una sequía inexplicable. Los poetas importan el sentimiento del romanticismo. Lloran, se suicidan, se enferman de tifus. Su poesía está también enferma de esos males.

Quien viene a salvar la lírica en lengua castellana es otro andaluz, el sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, sin duda el mejor poeta en siglos, y lo hace con esa misma “receta”: la simpleza del verbo, la afirmación directa y serena, la sensibilidad nostálgica de lo que es nuestro y no se tiene o se ha perdido. Él decía: “El pueblo es y será siempre el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones”.

¿Qué es la poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es la poesía!, ¿Y tú me preguntas?
La poesía… eres tú.

¡Eso es poesía, no los alambicados recovecos de la orfebrería verbal!

Medio siglo después, otro sevillano habría de seguir esos caminos. Es Antonio Machado, autor de una poesía igualmente sobria y serena, llena de una suave melancolía. Aquí y allá está la pieza de arte menor que parece recordar las letrillas del flamenco.

¿Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores.
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Pero es lo mismo que respiramos en su arte mayor.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

¿Tuvieron estos dos poetas la referencia inmediata de la coplilla cantada por la vendedora de flores, por el campesino moreno que recoge olivas en el campo y baila en la noche en el tablao? Posiblemente sí. Pero además la presencia viva del cante jondo la tienen allí al lado, en Triana, justo en la otra ribera del Guadalquivir. Juan Ramón Jiménez se pregunta: “Muchas de las rimas de Bécquer, ¿qué son sino peteneras, soleares, malagueñas, sevillanas mayores?” (petenera, soleá y sevillana son tres géneros—palos—del flamenco).

Juan Ramón Jiménez, el más joven de la generación literaria de Machado sigue, igual que este, ese rescate de la tradición de siglos del cante popular. Igual que Machado, él también es andaluz aunque no de Sevilla, sino de Huelva. Juan Ramón siempre lo repite: abrir las puertas de la poesía a la voz directa del pueblo, en eso reside la clase de este oficio del poeta.

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,

el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

También él, republicano y antifascista, se acogerá al exilio y vivirá primero en Estados Unidos y luego en Puerto Rico hasta su muerte.

Quizá haga falta recordar a otros monumentos de la poesía andaluza, en particular al gaditano Rafael Alberti (algo así como el hermano natural de García Lorca), a Miguel Hernández, de Jaén, y Manuel Altolaguirre, de Málaga. En todos, la misma huella. No es un llamado de sangre, no. Ninguno de ellos era gitano, ni siquiera Federico como algunos creen. No, no es el llamado de la sangre, sino de esa tierra áspera y soleada, poblada de olivares y anegada de lágrimas, cruce de culturas y de cantos, hogar de tradiciones desvanecidas en otras partes, la árabe y la judía, pero sobre todo la gitana, ero con gitanos de carne y hueso, que siguen viviendo en Triana y Montesacro y siguen cantando en sus patios y hogares al ritmo de la guitarra, el palmo y los tacones de los bailaores. Y es que lo que España y, por tanto, el mundo le deben a Andalucía no se puede expresar con palabras. En ese crisol se produjo la forja de una forma de vida, de una filosofía y de una poética. (No puede dejar de mencionarse que hay tradición gitana también en otras regiones, sobre todo el Cataluña, de donde provienen el Pescaílla y Peret, para mencionar solo dos.)

Además de la poesía impresa en libros, sobrevive una extensísima obra que se transmite en el lenguaje oral. Es la poesía del cante, que se extiende desde Córdoba hasta el Mediterráneo y que reúne a miles de cantaores y bailaores cuyas letras llenarían muchos tomos de poesía de primera.

Mira que dicen y dicen,
mira que la tarde aquella,
mira que se fue y no vino
de su casa a la alameda.

Y así mirando y mirando
así empezó mi ceguera,
así empezó mi ceguera.

Así dice una de esas cancioncillas, titulada “A tu vera”.

Siempre he tenido la inquietud de que el espíritu andaluz abarca otras expresiones del arte. Pienso, por ejemplo, que Picasso, malagueño, con la simpleza de sus líneas y la pureza de sus trazos, y con esa tristeza y melancolía que siempre llevan en sus rostros sus personajes, tiene mucho de gitano. (Recuérdese que hicieron él y Falla una ópera juntos).

Y de la misma forma es posible que un estudio detallado nos lleve a comprobar que esa línea pasó a América y que se refleja en los corridos y las tonadas de todo el continente.

Aquí me pongo a cantar
al compás de mi vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como el ave solitaria
con el cantar se consuela.

(Martín Fierro)

Esa onda impacta también a Rubén Darío, al que le vino posiblemente por Góngora y Bécquer, y que se caracteriza por su musicalidad de raigambre popular y en el verbo sencillo, llano y directo que caracteriza su mejor obra.

En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó de mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.

(Cantos de vida y esperanza)

Un buen tema, este último, para el futuro.

 

(Fotos: Manuel de Falla de Federico García Lorca en sus casas de Granada a comienzos de los años 20s).

Hemingway en su soledad

Manuel Delgado

  Ernest Hemingway es uno de los autores más queridos en el mundo, sobre todo el mundo de habla hispana. En España por sus largas estadías en ese país, en particular en Pamplona, al disfrute de sus toros y sus encierros; en América Latina por esa predilección que mostró siempre por Cuba. De allá, de España, vino “Por quién doblan las campanas”; de aquí, de Cuba, “El viejo y el mar”.

  Sí, lo queremos de verdad. Yo lo disfruto mucho. Pero hay una obra suya que me es particularmente entrañable y que ahora, en mis relecturas, ha vuelto a lograr estatura. Se trata “Nick Adams”, que no es una novela, pero sí es una novela. Es una novela a pesar de ella misma y a pesar de Hemingway.

  “Nick Adams” es la colección de 24 cuentos que el autor fue publicando (algunos dejó inéditos) aquí y allá a partir de 1925, y que fueron reunidos en un libro con un orden particular y publicados como un solo corpus en 1972, once años después de la muerte de su autor.

  Lo fantástico de esta obra es que cada cuento mantiene su carácter autónomo, y por tanto recoge en pocas palabras toda la emoción, el dramatismo y el trauma de su situación que parece única pero que en realidad se entrelaza con las demás situaciones emotivas, dramáticas y traumáticas de los demás cuentos. Cualquiera diría que fue escrito como en realidad no lo fue, como una novela, con un argumento y clímax únicos en desarrollo y no 24 historias que nacen y mueren a cada instante.

  La segunda cosa fantástica es el minimalismo de su estilo, eso que Hemingway llamaba “teoría del iceberg”, que consiste en esconder cosas que son solo supuestas, y que están allí como esas sombras de la música en las sinfonías. Eso lo aprendió del periodismo: no contarlo todo, saber ocultar, que es lo que hace relevante el relato, según decía.

  La tercera es esa relación hombre-naturaleza, entre el nombre y las cosas o con las cosas. Los bosques quemados, los aserraderos destartalados, la trucha que corre sinuosa como el alma del personaje destruido por una guerra que no se menciona, todos esos espejos en que se refleja el drama interior de los personajes.

  El otro inmenso atractivo es el personaje Nick, ese niño nacido y criado en medio de los bosques, igual que el autor, hijo de un médico, igual que el autor, lanzado a la guerra, igual que el autor, y como él destruido por la trágica experiencia del mal y de la muerte.

  El juego de relevos es una tarea imposible. Posiblemente cada quien encontrará sus preferencias. Uno de los cuentos que más se recuerda es “Campamento indio”, una historia autobiográfica donde la vida, la muerte y la impotencia se reúnen en un personaje indígena que termina cortándose el cuello para no escuchar más a su esposa parturienta gritar de dolores de parto. El médico es muy posiblemente el padre del escritor y la experiencia uno de los retos psicológicos de su vida.

  Hay otros dos relatos que se publican seguidos (no nacieron así) y que relacionan a Nick con el río, con la pesca, con un pasado que olvidar y con un futuro que aún no se encuentra. En “El río de dos corazones” pareciera que no sucede nada. Luego del encuentro de Nick con el pueblo de Seney o lo que queda de él, no más que palos renegridos y piedras dañadas por un incendio presumiblemente forestal, el joven se dirige al río al encuentro de su soledad. En ese sitio desierto, ubicado posiblemente en la península norte de Michigan, en las cercanías del Lago Superior, Nick juega a la pesca de trucha. A solas en su carpa, en la cercanía del invierno, quizá juega no más que a olvidar, aunque esa soledad y la relación con la naturaleza no pueden sanar heridas similares a las de Seney, ese cúmulo de cenizas que es su vida.

  El otro, para mí más atrayente, es el siguiente, “El fin de algo”, así de vago como es la vida. Nick en este caso sale con su novia a un viaje de pesca por esos mismos bosques u otros similares, a un pueblo llamado Hortons Bay, hasta hace poco centro maderero y hoy complemente deshabitado (hay un sitio que se llama así en Michigan y que tiene por cierto un “drive” llamado Hemingway). Allí constata que ha perdido el interés por todo, incluso por el amor.

  “Nick Adams” es una de las obras más entrañables de la literatura norteamericana y se las recomiendo.