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Etiqueta: Memo Acuña

Cuando el racismo se dice en cualquier lengua

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Es de un hablar pausado que se aligera y aumenta de tono e intensidad cuando lee su poesía. De paso comunica: una voz de mujer emancipada, cuestionadora de los sistemas de dominación, constructora de la libertad de su cuerpo y de las formas en que lo nombra.

Proveniente de la Nación Sami, ubicada al norte de Noruega, Suecia, Finlandia y la península Kola, al oeste de Rusia, Ima es de un claro decir, directo, acompañado con gestos con los que no se necesita entender su idioma originario, para saber que dice cosas que incomodarían al más conservador de los conservadores.

Entre otras cosas es traductora y directora de documentales. Quizá por eso tiene tan claro el abc de la comunicación y las imágenes que la acompañan. Además, es periodista, presentadora de radio y reportera.

Lee su poesía en Sami, dialecto que hoy solamente lo hablan 20.000 personas en el mundo.

En una conversación distendida en San José junto al editor de su último libro 69 Pilares, el querido Luis Enrique Moscoso, poeta mexicano, hablábamos acerca de los procesos de resistencia que ha debido sortear su pueblo, arrinconado por la lógica hegemónica del estado finlandés que desea apropiarse de sus territorios y de su cultura.

Ella habla de racismo.

Y si, evidentemente ese intento de apropiación y de homogeneización por parte del estado finlandés va acompañado de la ausencia de reconocimiento de esa lengua que se resiste a morir.

Observando a través de los ojos de Inger-Mari Aikio, o Ima como le dicen coloquialmente sus amigos y amigas, los procesos internos en Costa Rica, deben existir palabras con las cuales nombrar desarraigo, despojo y desplazamiento de los pueblos originarios, justificados todos en la complicidad estatal con la rapacidad de actores privados, que desean quedarse con sus territorios ancestrales.

La poesía de Ima es clara y enseña que el erotismo puede ser un instrumento de reinvindicación y acción política desde la voz de una mujer que tiene claras sus luchas. Aunque ella habla de un feminismo distinto, lo suyo ciertamente son las agendas de reivindicación a través de la palabra.

Invito a leerla y acompañarla en su resistencia corporal, lingüística, política. Son estas las nuevas luchas que seguirán apareciendo en los tiempos disruptivos que nos tocó vivir.

Hagámoslas propias.

si tan solo una vez

nos abrazáramos en la colina

en lo alto

como si fuéramos los únicos humanos

chillido de aguililla ártica

inicio de un largo relato

canto Yoik del chorlito

como vino

la mirada clandestina del zorro polar

camino a la más bella historia

de nubes blancas.

Inger-Mari Aikio
Poeta de la Nación Sami
Finlandia.

Narrativas peligrosas

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En un interesante artículo sobre los horrores de la violencia contra las mujeres en Ciudad Juárez, fronteriza con Estados Unidos, la académica francesa Kathy Fourez (2021) detalla el proceso de creación artística en dos obras producidas por Jeanne Socquet, en las que se resalta la estética de la náusea como forma de expresar el ensañamiento contra esos cuerpos destruidos por la necropolitica, la industria privada del comercio, la explotación y las desiguales relaciones de poder que provocan tales violencias.

En sus reflexiones, delibera acerca de la forma como la lucha contra la violencia en esa ciudad ha transformado notablemente la vida cotidiana de los pobladores.

Señala, como ejemplo, la presencia contundente de los cuerpos policiales, ejército y militares mexicanos que en esa disputa con los actores perpetradores de la violencia, han asumido para sí el espacio público de la ciudad y han desplazado casi al ámbito privado todo tipo de actividad rutinaria. Los ciudadanos han visto comprometidos sus derechos al tránsito y el uso de ese espacio público con libertad.

Al momento que hago esa lectura, sucede que una estruendosa caravana presidencial costarricense en la zona sur del país va dejando saldos preocupantes: 3 vuelcos, 1 persona conductora fallecida en cumplimiento de su deber y un protocolo que pareciera repetirse no sólo en esa gira, sino cuando el Señor presidente transita las calles en el centro de la ciudad capital.

No puedo más que pensar en algunas semejanzas sobre una práctica y otra.

Los innumerables testimonios de la forma como ese protocolo irrumpe, se disputa el espacio público del tránsito y lo conmina a detenerse, desplazarse hacia los bordes de la carretera, dan cuenta de una peligrosa práctica que podría cobrar más víctimas si no se le introducen correctivos.

A lo anterior habría que agregar una narrativa visual por demás peligrosa: la escolta presidencial que se mostró en un video (efecto demostrativo incluido) el manejo de armas de grueso calibre, saludos militares y gestos corporales propios de un lenguaje miliciano, ausente desde hace mucho tiempo en la dinámica socio institucional costarricense.

Comprensible si se quiere, la protección en una zona administrada desde hace décadas por los poderes fácticos, allí donde justamente ese poder que ahora performatea caravanas bulliciosas y símbolos de autoridad, prefirió hace tiempo mirar para otro lado.

Las cifras de la violencia en Costa Rica siguen creciendo. Los homicidios, femicidios, asaltos y conflictos en vía pública son parte de una agenda cotidiana. Mientras tanto, las narrativas presidenciales dan cuenta de un lenguaje equivocado, poco asertivo, peligroso.

En estos tiempos donde la simbólica pareciera ganar a la retórica y la razón, conviene poner atención a los detalles y modificar las presentaciones al público de un aparente ejercicio de autoridad mal entendido.

Conviene cambiar lenguajes, tonos, velocidades.

Conviene construir.

El sutil recurso al “derecho de admisión”

Por Memo Acuña (sociólogo y escritor costarricense)

No hace mucho en varios lugares de consumo como bares y restaurantes en Costa Rica, se dejaban observar ciertos rótulos con la ordenanza decimonónica de “en este lugar se prohíben las escenas amorosas”.

Durante buena parte de los candorosos años setenta, en aquellos grandes y viejos salones de baile de la capital costarricense, era terminantemente prohibido bailar swing por considerarse ordinario, populachón, arrabalero.

Ambos casos, distanciados en el tiempo, denotan una política de la prohibición y la discriminación no formulada, pero que terminaba siendo asumida y practicada como natural por el conjunto de la sociedad.

Era la dinámica jurídica traducida en el orden social.

Recientemente esas formas de “reservarse la admisión” han variado y se han intensificado en forma y fondo. Lo que ha cambiado en los tiempos modernos sea acaso la candorosidad aquella, que ha migrado a una sistemática y continua acción de negación, limitación y rechazo.

Varios ejemplos recientes lo confirman.

Al iniciar el año, un joven denunció haber sido discriminado al intentar entrar con varios amigos negros en un bar ubicado en el centro de la capital. La persona de seguridad, indicó el joven, simplemente les negó la entrada a todos sin mediar ninguna explicación.

En un centro educativo de secundaria, una persona estudiante y su madre trans libraron una batalla legal para que se le reconociera la identidad de género autopercibida y la persona fuera llamada por sus pronombres masculinos y no femeninos como insistía la institución.

Recientemente terminaron negándole la matrícula por “motivos de procedimientos que la madre no cumplió”, según el colegio. La madre alegó represalias y discriminación contra su hijo.

Bajo el argumento de que se encontraban drogadas, un parque de diversiones ubicado en la capital prohibió el ingreso de un grupo de personas trans.

Este fue el último capítulo, ocurrido no hace mucho, donde el recurso al derecho de admisión toca fibras sensibles sobre identidades, grupos sociales y discriminación.

Al recordar un triste y reciente episodio de racismo vertido en una escuela de primaria por una persona docente, no podemos más que llamar la atención sobre estas formas de invisibilización y negación de los otros, de las otras.

Si en otros países no muy lejos del nuestro, la consigna es quitar ciudadanías para aniquilar al sujeto, en el caso costarricense estamos ante mecanismos sutiles de invisibilización y rechazo social maquillados bajo el uso ingenioso del derecho a permitir o no la presencia de la diferencia y la disidencia cultural. Esta es otra forma de aniquilar al sujeto, de matarlo.

Esto, nos parece, es ya una alerta. Deberíamos pagarnos a ver todos y todas en nuestra pretendida psique hegemónica blanca, heterosexual y dominante. Es esto lo que hay que intervenir en crisis, como una tarea necesaria para construir convivencias saludables, que tanto necesita una sociedad como la nuestra.

Deroguemos pues ese odioso derecho de admisión que nos distancia. Apliquemos más bien una, otra política donde el afecto sea el motivo de construcción de una comunidad amplia e inclusiva.

La ira incontenible

Por Memo Acuña (sociólogo y escritor costarricense)

“Igualiticos nunca hemos sido”, decía con humor e ironía el querido y recordado Carlos Sojo en su obra “La construcción social de la desigualdad” (PNUD-FLACSO, 2012).

En este análisis, falto ahora de un complemento de cómo en los últimos 10 años los procesos de deterioro social y la imposibilidad de cumplir un contrato social de integración horizontal, Sojo desmenuzaba la matriz sociocultural e institucional que crea la base de la desigualdad en el país: componentes sociales, raciales, económicos y geográficos alimentan esa Costa Rica que las visiones hegemónicas insisten en borrar bajo el candor de un aparente idilio que nos crea como comunidad de iguales.

Nada más alejado de una realidad que nos golpea hoy más que nunca. Pero no solo ese tema debe leerse críticamente.

Junto a la igualdad como mito fundacional de una colectividad desagregada, otro gran referente discursivo e ideológico en la construcción de esa Costa Rica hegemónica, ha sido el de la paz como núcleo que vertebra las relaciones sociales de los costarricenses.

Recién concluí la lectura de “El año de la ira”, novela ficcional de corte histórico escrita por Carlos Cortés y publicada por Ediciones Alfaguara en 2019.

En esta obra Cortés propone con detalle una lectura al pasado militar y violento de la sociedad costarricense, basado en los acontecimientos sucedidos entre 1917, año en que el presidente Alfredo González Flores es derrocado por su Secretario de Guerra y Marina, Federico Tinoco Granados y 1919, cuando se produce el asesinato de José Joaquín, hermano de Federico y la caída del régimen dictatorial que ambos labraron por aquellos años.

A menudo se suele caricaturizar la abolición del ejército en Costa Rica, otorgándole una dimensión simbólica que no permite dimensionar el eje histórico de la violencia que ha marcado el desarrollo de la sociedad costarricense en su conjunto. La ausencia de institucionalidad no significa necesariamente que el ADN de la violencia siga operando como marcador en la sociedad costarricense.

Ni igualiticos ni pacíficos hemos sido. Ambas son narrativas sedimentadas en la necesidad de alimentar momentos devocionales a nivel colectivo.

Por ello, el origen de lo que ha ocurrido desde 2022 en cuanto a asesinatos y la violencia generalizada en el país, debe ser buscado en las bases históricas de lo que hasta hace muy poco (70 años) constituía un ejercicio social e institucionalmente naturalizado, basado en la aplicación de métodos violentos para construir democracia. Esta lectura crítica complementaría la predominante que ubica las violencias en una conflictividad de actores y poderes fácticos que prácticamente se han repartido el país y lo administran a su antojo.

La ira del tico bien podría dar cabida a otros análisis sobre sus formas expresas y veladas de comportamiento. La descarga discursiva en redes sociales, la xenofobia, la homofobia, la aporofobia se vinculan con todo tipo de violencias físicas hacia niños, niñas, personas adultas mayores, poblaciones indígenas, entre otros ejemplos cotidianos.

No es una ira solapada, sino abierta e incontenible. Para detenerla hay que asumirla. Trabajar sobre sus orígenes y desde allí empezar su desmontaje. Esta tarea es necesaria para la construcción de una experiencia colectiva en la que nos reconozcamos todos y todas.

Segregaciones y segmentaciones que si se ven. ¿Y las que no?

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En 2022 la zona pacífica costarricense sufrió constantes embestidas de mal tiempo durante el invierno. Fueron frecuentes las inundaciones, deslizamientos y desplazamientos de población afectada por las dinámicas de eventos naturales que, aunados a la mala planificación territorial, el extractivismo y la rampante actividad económica, convergen en el impacto y la vulnerabilizacion para amplios sectores de población.

La antesala de lo ocurrido hace unos días en Punta Leona, zona ubicada justamente en el Pacífico central costarricense, debe ubicarse en ese contexto previo. El deslizamiento de construcciones ubicadas prácticamente en acantilados debe llamar la atención sobre la intervención técnica y política requirida en contextos sociales, económicos y culturales caracterizados por el cambio y la transición. 

El enfoque de la gestión del riego no es un asunto meramente teórico. Es determinante para trabajar procesos de prevención, participación comunitaria y y una intervención viva y horizontal con las poblaciones.

Hace unos años trabajamos en los inicios de un proyecto sobre migración ambiental en Costa Rica. Visitamos la comunidad de Calle Lajas en Escazú, en el centro de la capital, devastada por una cabeza de agua que una noche de intensas lluvias mató 25 personas debido a un feroz deslizamiento. Las personas sobrevivientes fueron reubicadas en un terreno cercano al que le denominaron Lajas Compartir.

Los testimonios recogidos en esas primeras visitas de campo nos asombraron no solo porque los recuerdos de esa noche estaban presentes sino porque la realidad de un desplazamiento es quizá de las experiencias más duras que una persona y una comunidad pueden experimentar.

En Costa Rica, bajo una mirada analítica que aborda la segmentación, la segregación y la desintegración social, sabemos qué hay cientos de territorios desconectados y al borde de la tragedia.

Esos territorios no se ven porque justamente están segregados, pero contienen en sí mismos el riesgo latente de nuevas tragedias socio ambientales si la acción de planificación local y la participación comunitaria no accionan ya estrategias para mitigar los impactos que se avecinan en los próximos inviernos.

La discusión de fondo sobre lo acontecido en Punta Leona recientemente en construcciones notablemente visibles y expuestas al ojo mediático, no solo debería expresar variables sociales o categorías despectivas. Eso es tema para otra columna.

De fondo y de por medio se debe puntualizar la desidia política sobre el territorio y lo que es más grave, sobre las poblaciones que lo habitan. Eso es lo urgente.

UNA reflexión necesaria

Por Memo Acuña (sociólogo y escritor costarricense)

Todos los inicios marcan épocas, decisiones, rutas a seguir. He recordado por estos días, -que se anuncian las primeras actividades relativas al 50 aniversario de la Universidad Nacional-, mi incursión en esta institución.

Para empezar este recuento, no debo obviar que, durante toda mi etapa universitaria, que realicé en la Universidad de Costa Rica, mis mañanas transcurrían en la Biblioteca Joaquín García Monge. Allí pasé largas horas de estudio antes de trasladarme hacia San Pedro.

Luego llegaría la posibilidad de trabajar como docente e investigador. En el primer caso, tuve la enorme experiencia de acompañar varios grupos de estudiantes en cursos como el de formulación de proyectos para la Cooperación Internacional de la Escuela de Relaciones Internacionales o el taller de análisis de contenido en la Escuela de Sociología, ambos de la Facultad de Ciencias Sociales.

Tuve la oportunidad de impartir otros cursos en escuelas como la de Planificación y Promoción Social, sus maestrías o el posgrado en Derechos Humanos del Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA).

De esta experiencia sin embargo, el recuerdo más vivido que tengo es mi primera participación como docente ad honorem en un curso de la Escuela de Sociología, donde llegué a solicitud de mi querido y recordado Carlos Sojo, Director en aquel entonces de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y en la que desarrollaba labores de investigación. A Carlos le consultaron por un docente para un curso sobre política social en Costa Rica y no dudó en sugerir mi nombre. Sentados en la cocina de FLACSO con café en mano me animaba a asumir la experiencia, que luego sería clave en mi desarrollo profesional en la UNA. Le agradezco por siempre a él por ese gesto.

Justamente en investigación llegué a IDESPO a colaborar con su eje referido a temas migratorios. Años después tendría el honor de dirigir el Instituto por cinco años y aportar en ese momento de consolidación y expansión con que celebramos su 40 aniversario.

También en IDESPO desarrollé una de las experiencias docentes más gratificantes al reelaborar e impartir el curso optativo sobre Migraciones en Costa Rica. Aún hay personas estudiantes que me recuerdan sus contenidos, pero más importante, la sensibilidad que logramos despertar sobre ese tema tan importante en nuestro país.

En la actualidad mi labor es otra en la Universidad, con la que sigo contribuyendo a su desarrollo, pero sin despegar el dedo del renglón del ejercicio académico que es mi identidad natural.

Son muchas las etapas transcurridas en esta querida universidad, tal vez pocas comparadas con las de personas académicas de experiencia en esta institución. Este año de celebración debiera encontrarnos a quiénes trabajamos en la UNA en una reflexión profunda sobre nuestro quehacer, lo que hemos aportado y lo que la institución requiere para seguir siendo necesaria y solidaria con la sociedad costarricense en su conjunto.

El miedo en el viento

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Las tomas eran elocuentes. Invitaban a la zozobra, la desconfianza, el rechazo. Un periodista de la sección de sucesos de un noticiero estelar seguía las huellas de quienes intentaban cruzar la frontera entre Nicaragua y Costa Rica para protegerse. Casi que al mismo tiempo que las autoridades fronterizas, intentaba atrapar él mismo con sus propias manos a quienes osaran cruzar a territorio costarricense y devolverlos hacia su país.

Eran tiempos de incertidumbre, de resguardo, de puertas adentro. La amenaza sobre el cuerpo blanco y sanitizado costarricense campeaba y una vez más era ubicada lejos de sus fronteras. En Nicaragua, el abordaje de las autoridades locales sobre la emergencia sanitaria no era el más adecuado y el manejo y la gestión de la información sobre la casuística, así como las medidas de prevención hacia la población, no garantizaban el cuido que por entonces sugerían las autoridades de salud global.

Eran las primeras semanas, los primeros meses desde que en marzo de 2020 se hubiera declarado por primera vez en décadas una pandemia de proporciones planetarias. Sus alcances, conforme avanzaban las horas, eran más amplios en términos de población afectada, territorios cubiertos e impactos a nivel social y económico.

La actitud del periodista costarricense, en realidad, reproducía lo que a nivel colectivo se experimentaba y se impulsaba como voz y prácticas sociales: había que endosarle a alguien, cual chivo expiatorio, la responsabilidad por el aumento de casos que a nivel local, y durante un largo periodo, había registrado una admirable estabilidad hacia la baja y el número de personas fallecidas se había mantenido en un mismo nivel durante semanas.

Todo cambió al registrarse una de las primeras olas pandémicas, denominadas así por las autoridades de salud pública del país. Entonces vinieron las medidas restrictivas y junto con ellas, el aumento de las percepciones colectivas sobre el cuerpo extranjero “que había venido a enfermar al nacional”.

Desde dentro, las familias nicaragüenses residentes o no, conformadas muchas de ellas con un carácter binacional, experimentaron uno de los periodos de discriminación y xenofobia que se recuerden a nivel contemporáneo, quizá solamente anticipado por una odiosa marcha nacionalista convocada en agosto de 2018 en la ciudad capital y que terminó con varias personas detenidas, armas de fabricación casera incautadas y una reacción de descontento de parte de varias personas sobre ese hecho, que indicaba una creciente construcción de discriminación en contra de dichas poblaciones.

Eran tiempos donde el miedo se acrecentaba y las estrategias de invisibilización, mimetización e integración se manifestaban como formas obligadas de contender el rechazo que circundaba en medios de comunicación, espacios públicos y redes sociales.

De sobre la forma en la cual las familias extranjeras, particularmente nicaragüenses vivieron este periodo en la sociedad costarricense, sus preocupaciones, sus afectos, anhelos y esperanzas, habla la novela Polen en el Viento, publicada el mismo 2020 por Uruk Editores, escrita por Rafael Cuevas, escritor y académico guatemalteco radicado hace ya varios años en Costa Rica.

Con una secuencia donde las subjetividades de los distintos personajes desarrollan la historia familiar de migración, inserción, acoplamiento social y laboral en la sociedad costarricense, la trama desarrolla como eje narrativo, los distintos momentos de construcción de la diferencia, el miedo como director de orquesta (al decir del poeta costarricense Ricardo Marín) y los desenlaces que seguramente experimentaron en realidad cientos de personas extranjeras en el país durante aquel periodo.

Uno de los principales argumentos esbozados por Cuevas es el del peso de la institucionalidad al momento de visibilizar con datos a la población extranjera. Algunas veces, muchas veces, por omisión e invisibilización a propósito; algunas veces, muchas veces, porque el peso de la exageración determina percepciones y acciones de política pública, como aquella infeliz directriz en los tempranos días de pandemia que obligaba a las personas extranjeras indocumentadas a recibir atención médica, acompañada de elementos de seguridad.

Es enero de 2023 y es una época de transición hacia lo que ciertamente podría denominarse “nueva normalidad”. Con una preocupante carga de casos en aumento por nuevos brotes, situación que seguramente permanecerá por años, continúa latente el registro, el sedimento del chivo expiatorio en la opinión pública costarricense. Por ello, novelas como la de Rafael Cuevas deben ser consultadas permanentemente como ejercicio de construcción de la memoria colectiva de este momento de la historia, para que la discriminación y la barbarie de creer que la blancura de la población nacional es señal de superioridad biológica y social, sea desterrada para siempre.

Cinco minutos antes de la cuenta atrás

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Una de las características de los procesos de globalización, es que posiciona en el tiempo y en el espacio las diversas problemáticas. Las hace coexistir y dan la impresión entonces de constituir y provenir de una misma matriz, una misma causa estructural.

A los buenos deseos y propósitos que se desparraman de forma viral con el cambio epocal, se le suma la esperanza de que ahora si conseguiremos ser mejores seres humanos.

Lo hemos dicho varias veces.

Si de algo debió servirnos la crisis civilizatoria instalada durante 2020 en el plano sanitario, que luego se amplió al cultural, social, institucional y ambiental, fue para que consideráramos también una transformación en las formas de convivencia.

No lo hemos logrado y vamos hacia atrás, como la vieja cuenta de Mecano.

En el plano mundial la cosa no mejora y la intolerancia campea por la libre. El jugador brasileño del Club Real Madrid Vinicius, denunció haber sido objeto de insultos racistas en un juego en Valladolid al finalizar 2022.

Al iniciar 2023 una turba escudada en el anonimato del colectivo, le dedicó tremendos cánticos homófobos al entrenador y exjugador inglés Frank Lampard, en un duelo entre su club Everton y el Manchester United.

La gigante FIFA con toda y su transnacionalidad multimillonaria a cuestas, de vez en cuando se acuerda de su Responsabilidad Social Empresarial y volvió a multar a México, su Federación, por los cánticos homófobos y despectivos de su afición en el recién pasado mundial en Catar.

En el plano doméstico tampoco hay buenas noticias.

En lo que llevamos de 2023 en Costa Rica ya sobrepasamos el promedio de femicidios mensual y han fallecido asesinadas 10 mujeres del total de 26 homicidios que han recibido el año, hasta el momento que se escribe esta columna, en una cifra que aumenta día con día.

También en nuestro país y estos primeros días de 2023, una persona joven negra denuncia haber sufrido discriminación al prohibírsele la entrada a una discoteca, en apariencia por su color de piel.

Al tiempo que escándalos de comunicación política de nueva generación y los salpicones provenientes de la industria cultural global dominan la agenda mediática criolla, la colonización se sigue ciñendo sobre las comunidades originarias y de eso la audiencia no se da por enterada.

Como si fuera una excursión turística de temporada y en plan “curiosidad”, fue denunciada recientemente una irrespetuosa visita a un sitio sagrado en la comunidad de San José Cabécar, violando el significado místico y originario para sus pueblos.

No.

No aprendimos mayor cosa y este 2023 empieza de nueva cuenta, “al revés”. Estamos a tiempo y sé que es una fantasía, pero podríamos ser mejores. En el fondo de nuestras programaciones violentas, discriminatorias, irrespetuosas, hay un ser humano que quisiera ser reconocido.

Dejémoslo salir.