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Etiqueta: memoria histórica

Suspensión de garantías constitucionales

Freddy Pacheco León

Freddy Pacheco León

Serían cerca de las 9 de la noche cuando el silencio en la calle fue roto por el estruendo de los motores de diésel de camiones que se escuchaba desde el tercer piso en que estaba nuestro departamento, que se estacionaban en plena calle frente al edificio en que residíamos. Cual si fuesen a entrar en combate decenas de soldados bajaron de ellos con arma en mano, e inmediatamente “asaltaron” el pequeño edificio de apartamentos, ubicado en la calle Pérez Valenzuela en Providencia, Santiago.

Por referencia de otros casos, esperábamos angustiados los golpes en nuestra puerta, como también nos había sucedido en la calle Mac Iver, en Santiago centro, pocos días después del sangriento golpe de Estado al presidente Salvador Allende, en 1973. Esta vez el “objetivo” no era este tico, entonces estudiante de doctorado en la Universidad de Chile. No. La misión era otra. Los milicos no subieron las escaleras esa noche, se quedaron en el primer piso. Minutos después, salieron del edificio llevándose detenidos a más o menos una decena de personas, que logramos ver mientras eran iluminados por luces rojas intermitentes, que se reflejaban en sus caras, mientras eran subidos violentamente a los camiones verde olivo. Así como llegaron, después de unas cuantas órdenes del “comandante”, partieron rápidamente, y el resto fue silencio.

A la mañana siguiente, aunque saludamos a algunos vecinos, nadie se refería a lo sucedido. Los intercambios matutinos siempre cordiales, eran cortantes y las miradas esquivas. Una sensación de temor dominaba el ambiente, y, por lo tanto, comprendimos que no era prudente preguntar ni la hora.

Y es que la dictadura de Pinochet mantenía suspendidas las garantías individuales, antes consagradas en la Constitución Política que regía hasta el día de la acción militar contra el gobierno democrático. Estaban derogados derechos que tenemos los costarricenses, como la inviolabilidad del domicilio, de la intimidad, de reunión pacífica, de libre opinión, de comunicación sin previa censura, de hábeas corpus, de amparo, y, como en todo régimen dictatorial, de la inviolabilidad de la vida humana.

Bajo un “toque de queda” la libertad simplemente no existe; solo la voz del dictador tiene valor, y Dios guarde al que se atreva a cuestionarlo siquiera, pues al Poder Judicial hasta se le saca de sus sedes; la fuerza bruta omnipotente, sustituye a las normas civilizadas que sustentan el Estado.

Lo sucedido esa noche allá en Providencia era consecuencia de esa situación. Resulta que, después de celebrarse una boda, a algunos de los familiares e invitados los sorprendió la hora en que iniciaba el toque de queda, durante el cual no se podía caminar por las calles de ciudades y otras comunidades, por lo que no les quedó más que quedarse reunidos en casa de la novia esa noche, irrespetando la prohibición a reunirse pacíficamente, y abriendo así la posibilidad de que el domicilio fuese violado sin orden judicial alguna, para llevarse detenidos a los que estaban violentando la injusta orden militar, sin saber cuál iría a ser su destino.

Algunos, quizá con razón, nos dirán que eso fue cosa menor, que no ameritaba este comentario (aunque nunca supimos qué había sucedido con los trasladados a celdas de la dictadura), pero fue nuestra experiencia personal. Por supuesto que conocíamos de los crímenes que se ejecutaban durante esas largas noches, y veíamos en las entradas de algunos edificios, cadáveres cubiertos por páginas de El Mercurio usadas como sábanas, o en las aguas poco profundas del río Mapocho. Los muertos ya eran solo estadísticas (como dolorosamente nos está sucediendo en Costa Rica) y se trataba, según Pinochet, de “delincuentes comunes que se matan entre ellos”.

Lo narramos porque no podemos pasar por alto a la que irreflexivamente dice que como presidenta suspendería las garantías individuales”, aunque no creemos que ella tenga a Pinochet como espejo, sí es obvio que tiene a los dictadores Ortega y Bukele, como amigos que comparte con el presidente Chaves, ambos “expertos” en la aplicación de medidas semejantes, con cualquier pretexto.

Como es usual, en dicha candidata “de la continuidad”, Fernández no profundiza en sus planteamientos propagandísticos, por lo cual le preguntamos públicamente lo siguiente. ¿Si Costa Rica no tiene ejército, con qué soldados ejecutaría las acciones de fuerza militar que necesariamente se requieren para hacer efectivo un toque de queda? No vaya a ser que también esté pensando en otra cosa…

Sin duda alguna, lo más grandioso que tenemos los costarricenses es la prohibición para conformar un ejército, como los que conocemos en la gran mayoría de las naciones del planeta. Al haberse abolido constitucionalmente, nuestro pueblo optó por la paz, por un Estado respetuoso de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU. Derechos reflejados en las garantías individuales que son resguardadas celosamente, por los poderes Judicial y Legislativo, quienes, junto al Poder Ejecutivo, no solo se respetan entre ellos, sino que también se reconocen como poderes independientes, como garantía de nuestra democracia. Y es que si alguna vez, nuestra Asamblea Legislativa hubo de suspender algunas de dichas garantías, a solicitud de don Pepe Figueres, por un periodo corto de tiempo, lo hizo porque el país enfrentaba una invasión militar promovida por un dictador nicaragüense. Sin duda la emergencia lo justificaba, y lo bueno es que surtió efecto en la defensa de nuestra soberanía.

Pero, por otro lado, no se debe justificar una propuesta semejante, ante la incompetencia evidenciada por nuestras autoridades de policía, frente a la ola de criminalidad muy vinculada al narcotráfico escandaloso que afecta a Costa Rica, gracias a las puertas abiertas que nuestro gobierno ofrece a los traficantes.

Si usted creyó que era incómodo en la pandemia no poder sacar el carro o no poder ir al parque porque estaba restringido, imagínese lo que va a ser la suspensión de las garantías individuales. Imagínese a la policía pudiendo entrar a su casa sin tener que pedirle permiso a un juez. Imagínese a la policía pudiendo prohibirle salir de su casa sin tener orden judicial. Esto es lo que significa la suspensión de garantías individuales”, respondió el también candidato Álvaro Ramos ante preguntas de periodistas, lo que obviamente nos tranquiliza, pues evidencia que él sí está consciente de las consecuencias que tendría una ocurrencia semejante, aparte de que su mensaje es respetuosamente escuchado.

España y el saqueo de América. La sangre del oro y la miseria del Imperio. Parte 2/2

Mauricio Herrera Kahn / pressenza

(Imagen de Dioscoro Puebla via WikiCommons)

“Vinieron buscando El Dorado y dejaron desiertos donde había pueblos enteros.” Fray Bartolomé de las Casas

España llegó al Nuevo Mundo no guiada por la ciencia ni por la fe, sino por la desesperación. Europa se moría de hambre, la monarquía estaba endeudada y el oro era la única salida.

Entre 1500 y 1820, los galeones transportaron 180 000 toneladas de plata y 3 500 toneladas de oro, equivalentes a más de 2 billones de dólares actuales, desde los Andes y Mesoamérica hasta Sevilla y Amberes.

El llamado “descubrimiento” fue, en realidad, un asalto sistemático contra civilizaciones que sabían contar el tiempo por las estrellas, construir ciudades flotantes y honrar la tierra como madre. No trajeron el progreso. Trajeron el látigo, la cruz y el hambre. La evangelización fue el disfraz de la codicia. “La cruz fue la coartada, el oro la razón, la esclavitud el método.”

En la Parte 1/2 analizamos los siguientes bloques

  • Colón y el inicio del saqueo
  • México, el corazón perforado
  • Colombia, la ruta del oro y las perlas
  • Venezuela, la fiebre de las perlas y el cacao
  • Ecuador, la cruz y la espada
  • Perú, el oro de los dioses y la sed del imperio
  • Bolivia, el cerro que lloró sangre
  • Chile, la frontera del silencio

Seguimos con la Parte 2

Argentina, la conquista del sur

En el extremo austral del continente la conquista se vistió de república, pero mantuvo el alma del imperio. Argentina llevó a cabo uno de los procesos más sistemáticos de exterminio indígena del siglo XIX. La llamada Campaña del Desierto, entre 1878 y 1885, no fue una campaña militar, fue una operación de limpieza étnica planificada por el Estado. Su objetivo declarado era “llevar el progreso” a la Patagonia. En la práctica significó la aniquilación de los pueblos pampas, tehuelches y mapuches, que habitaban esas tierras desde hacía miles de años.

Antes de la llegada masiva de colonos y del avance militar, la población indígena del territorio argentino superaba los 300 000 habitantes, distribuidos desde el norte chaqueño hasta Tierra del Fuego. En menos de medio siglo, esa cifra cayó por debajo de los 30 000 sobrevivientes. Nueve de cada diez desaparecieron bajo el fuego, el hambre y la esclavitud. El genocidio fue tan silencioso que ni siquiera figura en los censos nacionales hasta bien entrado el siglo XX.

Los registros oficiales y las crónicas de época hablan de más de 20 000 indígenas asesinados, 15 000 esclavizados y otros 10 000 deportados hacia Buenos Aires y el norte del país. En total, más de 45 000 personas fueron borradas de su territorio y de la historia. Las mujeres y los niños fueron repartidos como sirvientes entre las familias de las élites, y los hombres sobrevivientes enviados como mano de obra a los ingenios azucareros o al ejército. La Sociedad Rural Argentina celebró la expansión de la frontera como “la victoria de la civilización sobre la barbarie”. El progreso llegó con fusiles Remington y cruces bendecidas.

Detrás de esa masacre vino el reparto de tierras. Más de 40 millones de hectáreas —un área mayor que Italia— fueron entregadas a menos de 2 000 terratenientes. Familias como los Martínez de Hoz, Anchorena o Menéndez construyeron fortunas sobre el despojo. Las pampas se llenaron de vacas y alambrados, y los pueblos originarios desaparecieron de los censos, convertidos en peones invisibles de una nación que se fundó sobre su tumba.

El saqueo no fue solo humano, también material. Argentina exportó entre 1880 y 1914 más de 800 millones de dólares en carne y cuero y más de 500 millones en cereales, equivalentes hoy a más de 40 000 millones USD actuales. Esa riqueza sostuvo el crecimiento de Europa mientras el sur quedaba vacío de pueblos y lleno de estancias. Las campañas al desierto abrieron el camino al capitalismo agrario y sellaron la pérdida del equilibrio ancestral entre el hombre y la tierra.

En las escuelas se enseñó que aquello fue una gesta heroica. En realidad, fue un genocidio con uniforme. Los que resistieron en silencio, los últimos mapuches y tehuelches del sur, mantuvieron encendida la memoria. Y esa memoria sigue ardiendo.

“Bajo la bandera de una república nacida del exterminio, el desierto nunca fue desierto, fue cementerio.”

Paraguay, la resistencia guaraní

Paraguay fue la utopía que Europa no toleró. Las reducciones jesuíticas, levantadas entre los siglos XVII y XVIII, albergaron más de 300 000 guaraníes que trabajaban sin esclavitud, compartían la tierra y producían música, ciencia y alimentos en equilibrio con la naturaleza. En ese territorio se construyeron más de 30 pueblos autónomos, con hospitales, talleres, imprentas y orquestas, un nivel de desarrollo que ninguna colonia española o portuguesa conocía.

Cuando la monarquía entendió que allí había un ejemplo de autogobierno indígena y solidario, envió su castigo. Entre 1750 y 1768 las tropas ibéricas arrasaron las reducciones, quemaron templos y esclavizaron a decenas de miles. El robo de tierras superó los 8 millones de hectáreas, y los bienes confiscados (oro, ganado, madera y yerba mate) equivaldrían hoy a más de 200 000 millones de dólares. Fue el inicio del exterminio sistemático de un modelo de sociedad justa.

La tragedia se repitió en el siglo XIX. Paraguay, ya independiente, se negó a endeudarse con bancos europeos y mantuvo una economía autárquica, libre de dominio extranjero. Esa independencia fue su condena. En la Guerra de la Triple Alianza (1864–1870), alentada por Gran Bretaña e instrumentada por Brasil, Argentina y Uruguay, el país perdió el 80 % de su población masculina.

De 1,3 millones de habitantes quedaron apenas 220 000, en su mayoría mujeres, niños y ancianos. El saqueo posterior destruyó lo poco que quedaba: los vencedores se repartieron 160 000 km² de territorio, equivalente a una pérdida económica superior a 500 000 millones de dólares actuales.

Las minas de hierro, los bosques del Chaco, los cultivos y el ganado fueron vendidos a compañías extranjeras a precios de liquidación. Los archivos históricos calculan que entre 1870 y 1900 las exportaciones impuestas por los ocupantes sumaron más de 300 millones de dólares de la época, equivalente a 15 000 millones actuales, en maderas, cueros y minerales. El Paraguay quedó convertido en ruina, pero no en silencio. Las mujeres reconstruyeron el país con manos vacías. Los guaraníes resistieron la extinción cultural, preservando su lengua y su memoria.

“Lo que España, Portugal y sus herederos no entendieron fue que la verdadera riqueza no era el oro ni la tierra, sino la dignidad de un pueblo que nunca aceptó ser esclavo.”

Brasil, el látigo portugués

Brasil fue la mina y la plantación más cruel del imperio portugués.

Cuando Pedro Álvares Cabral desembarcó en 1500, más de 5 millones de indígenas habitaban el territorio, organizados en más de 1.400 pueblos y etnias que vivían del bosque, de los ríos y de la pesca. Su cosmovisión no conocía la propiedad privada ni la codicia. En menos de un siglo, esa población fue reducida a menos de 1 millón de sobrevivientes, víctimas de la esclavitud, las epidemias y la caza humana.

Américo Vespucio, el navegante florentino que acompañó las primeras expediciones portuguesas, marcó los mapas con su nombre y borró los de los pueblos que encontró. Brasil nunca lo perdonó: su nombre quedó como sinónimo de impostura y despojo.

Durante más de tres siglos (1500–1822), Portugal saqueó el país con precisión matemática.

El valor total de los recursos extraídos supera los 3,2 billones de dólares actuales (estimaciones comparadas con el PIB y la cotización del oro histórico).

  • 1,1 billones USD provienen del oro de Minas Gerais, Goiás y Bahía, donde se extrajeron más de 1.100 toneladas entre 1690 y 1820.
  • 1 billón USD corresponde al comercio de azúcar, tabaco, maderas y algodón, productos que transformaron a Lisboa en el puerto más rico del Atlántico.
  • Y más de 1 billón USD fue generado por trabajo esclavo no remunerado, con 5 a 5,5 millones de africanos capturados, de los cuales más de un millón murió en la travesía.

El puerto de Salvador de Bahía fue el epicentro del tráfico humano, y el de Río de Janeiro, la puerta del oro. Solo entre 1700 y 1800 se exportaron 3.000 toneladas de oro y 12 millones de toneladas de azúcar, equivalentes a unos 2,5 billones USD de riqueza robada. Las selvas atlánticas pagaron el precio: más de 80 millones de hectáreas deforestadas para los cañaverales y minas, y 6 millones de indígenas exterminados entre 1500 y 1800.

Brasil fue un laboratorio de la esclavitud industrial.

Los barcos portugueses llevaban cuerpos, no mercancías. Los capataces medían el valor de un hombre por la fuerza de sus músculos y el color de su piel. En las minas de Ouro Preto y Sabará, los esclavos morían antes de los 30 años. La tierra se volvió un cementerio sin cruces.

Y sin embargo, en medio del horror, surgió la resistencia. En Palmares, Zumbi y su pueblo fundaron el mayor quilombo de América, una república libre que sobrevivió un siglo al látigo portugués. Allí, el tambor sustituyó la cadena y la dignidad volvió a pronunciar su nombre.

“Brasil fue el espejo donde se vio el verdadero rostro del colonialismo: oro, azúcar, sangre y silencio. Nada más, y nada menos”

El saqueo continental

Durante más de tres siglos, América fue desangrada para financiar el ascenso de Europa.

De Alaska a Tierra del Fuego, de Veracruz a Potosí, de Cartagena a Bahía, el continente entregó su oro, su plata, su gente y su alma. Ningún imperio, antes ni después, extrajo tanto de un territorio conquistado.

Cifras duras del despojo (1492–1824)

Recurso o concepto · Volumen estimado · Valor actual aproximado (USD 2025) Principales potencias beneficiadas

Oro

  • 180 000 toneladas
  • 11 billones USD
  • España, Portugal

Plata

  • 150 000 toneladas
  • 5,8 billones USD
  • España

Azúcar y tabaco

  • 200 millones toneladas
  • 2,3 billones USD
  • Portugal, España, Holanda

Cacao, algodón, añil y maderas

  • 1,2 billones USD
  • España, Portugal, Inglaterra

Trabajo esclavo africano (≈15 millones de personas)

  • 14 billones USD (valor de producción no pagado)
  • Portugal, España, Inglaterra

Tierras usurpadas a pueblos originarios

  • 80 millones km²
  • Incalculable
  • Todos los imperios europeos

Pérdida demográfica indígena

  • De 70 millones a 4 millones en 200 años
  • Genocidio reconocido

El total estimado del saqueo supera los 34 billones de dólares en valores presentes.

Esa riqueza alimentó el nacimiento del capitalismo europeo, la revolución industrial británica, la expansión naval de Portugal y la banca española que aún sostiene fortunas coloniales. Cuerpos y riquezas viajaban en la misma dirección:

América sangraba hacia Europa, África lloraba esclavos, Europa contaba monedas.

  • En México, los templos fueron fundidos para llenar galeones.
  • En Perú y Bolivia, los hombres murieron bajo montañas que no eran suyas.
  • En el Caribe, las islas quedaron vacías de taínos y llenas de africanos encadenados.
  • En Brasil, la selva se convirtió en plantación y el cuerpo humano en moneda.
  • En Chile y Argentina, los pueblos mapuches y pampas fueron cazados en nombre del progreso.

El saldo humano:

  • Más de 60 millones de muertos, entre indígenas exterminados, esclavos africanos y mestizos desplazados.
  • Más de 400 lenguas desaparecidas.
  • Más de 5.000 años de culturas arrasadas.

El saldo económico:

  • Un continente empobrecido que nunca recibió reparación, y una Europa que construyó su modernidad sobre un crimen impune.
  • El “descubrimiento” fue un eufemismo para el robo, y la “evangelización” una máscara para la esclavitud.

Eduardo Galeano lo escribió sin temblar la pluma:

“Las venas de América Latina siguen abiertas, porque nunca se cerraron. Solo cambiaron de manos los bisturíes.”

América no fue descubierta. Fue desposeída.

  • Los imperios europeos construyeron su riqueza sobre los huesos del continente y la memoria de los pueblos originarios.
  • Y mientras en Europa se levantaban catedrales, aquí se cavaban fosas.

El saqueo no terminó en 1824.

  • Hoy continúa en las minas, en los contratos, en los tratados comerciales y en las multinacionales que siguen cobrando en oro lo que compran en silencio.

“Nada quedó fuera del botín: ni los cuerpos, ni los dioses, ni la tierra.”

El balance del saqueo

América entera fue convertida en una inmensa mina abierta, una plantación infinita, un taller sin salario. En tres siglos de dominio ibérico se exportaron hacia Europa más de 330.000 toneladas de oro y plata, equivalentes hoy a más de 16 billones de dólares. Con ese metal se financiaron las coronas de España y Portugal, las guerras de Europa y el nacimiento del capitalismo moderno.

El costo humano fue igual de descomunal. De los 70 millones de habitantes que poblaban el continente antes de la llegada de Colón, más de 60 millones fueron exterminados por las armas, las epidemias, el hambre o el trabajo forzado. Cada tonelada de oro enviada a Sevilla costó miles de vidas indígenas. Cada cargamento de azúcar o tabaco representó pueblos enteros desaparecidos.

Los virreinatos no fueron administraciones: fueron empresas extractivas al servicio del saqueo. En México, Perú y Bolivia se abrieron las entrañas de la tierra. En el Caribe y Brasil se arrancaron cuerpos de África para sembrar con látigos.

En Chile y Argentina se expropiaron tierras a fuego. En toda América se impuso una misma ecuación: riqueza europea, pobreza americana.

Mientras Europa construía catedrales con el oro robado, América levantaba tumbas. España y Portugal alimentaron el lujo de sus cortes y el poder de sus bancos, pero dejaron tras de sí un continente mutilado, desangrado, endeudado desde su origen.

Los archivos del saqueo no son leyendas: están en los galeones hundidos, en las cuentas de los Fugger alemanes, en las fortunas de Sevilla y Lisboa que aún brillan con oro americano.

Europa se civilizó con sangre ajena.

Y cuando el oro se agotó, empezó la nueva rapiña: las repúblicas endeudadas, las compañías extranjeras, las concesiones mineras. Nada cambió, solo cambió el nombre del dueño.

“Los conquistadores se fueron, pero los banqueros se quedaron.”  Galeano

Reflexión sobre lo ocurrido

América no fue descubierta, fue interrumpida.

Antes de 1492 existían civilizaciones que conocían el cielo, los ciclos del agua, la arquitectura sin hierro y la medicina sin bisturí. Los pueblos originarios del continente no necesitaban redentores ni maestros, porque habían construido un equilibrio entre naturaleza y espíritu que Europa no entendía.

El “descubrimiento” fue en realidad una amputación: la ruptura de una historia que avanzaba por su propio cauce. La espiritualidad indígena fue reemplazada por la codicia cristiana. En nombre de Dios se destruyeron templos que no hacían daño a nadie, se impusieron dogmas sobre pueblos que nunca habían necesitado infiernos ni paraísos para entender la vida. Las almas se contaban como botines y la conversión se pagaba con sangre.

El oro se convirtió en sacramento, la tierra en mercancía, el hombre en instrumento. El Evangelio se usó como espada, y la cruz fue el primer estandarte del extractivismo.

Las cifras son tan elocuentes como los silencios.

Entre 1492 y 1824 se calcula que más de 80 millones de personas fueron asesinadas, esclavizadas o murieron a consecuencia directa del sistema colonial.

La Iglesia recibió entre el 10% y el 20% de las riquezas extraídas en América (lo que hoy equivaldría a más de 3 billones de dólares) a cambio de bendecir el genocidio y coronar la impunidad.

  • El cielo se llenó de santos, y la tierra de tumbas.
  • El saqueo no terminó: cambió de nombre y de bandera.
  • Hoy se llama minería a cielo abierto, deuda externa, tratados de libre comercio, inversiones extranjeras directas.
  • Los galeones se transformaron en multinacionales, los encomenderos en corporaciones, las mitas en contratos laborales.
  • América sigue exportando lo mismo: oro, litio, cobre, soja, energía y silencio.
  • Europa se enriqueció con la sangre del sur y ahora la llama “ayuda al desarrollo”.
  • Estados Unidos repite el patrón y lo llama “cooperación estratégica”.
  • Nada es nuevo, solo cambian los uniformes.

“No fueron los dioses los que nos abandonaron, fuimos nosotros los que les entregamos la tierra.”  Subcomandante Marcos

“América no fue un milagro que se perdió, fue una herida que aún respira.”

El mayor exterminio de la historia

Ninguna guerra moderna igualó la devastación del siglo XVI y sus siglos siguientes. La cuenta de los muertos no es una metáfora, es un padrón de ausentes país por país.

México

Población estimada antes de 1521: veinticinco millones. Un siglo después, menos de dos millones. Más de veintitrés millones de vidas perdidas por guerras, epidemias, trabajos forzados y hambre.

Colombia

Población indígena estimada al contacto, entre tres y cinco millones en el territorio histórico muisca, quimbaya y caribe. Hacia 1700, menos de ochocientos mil. Entre dos y cuatro millones de muertos y desaparecidos. Más de un millón doscientos mil africanos subastados en Cartagena, vidas rotas que también cuentan en la pérdida humana.

Venezuela

Pueblos arawak y caribe en el oriente y centro norte con unos quinientos mil habitantes a inicios del siglo XVI. Tras el siglo de las perlas y las plantaciones, menos de cien mil sobrevivientes en la franja costera. Cuatrocientos mil exterminados o desplazados. Medio millón de esclavos africanos forzados al cacao, otra herida en la misma cuenta.

Ecuador

Cañaris, quitos y paltas sumaban cerca de un millón y medio antes de la conquista. Hacia 1700 quedaban menos de quinientas mil personas indígenas. Un millón desaparecido por epidemias, minas y mita. Trescientas mil muertes atribuidas a circuitos mineros y traslados forzados según registros coloniales.

Perú

Tahuantinsuyo con más de diez millones de habitantes antes de 1532. Un siglo después, poco más de un millón. Nueve de cada diez personas ausentes. Millones muertos en el corredor Cajamarca- Cusco- Potosí y Huancavélica.

Bolivia Alto Perú

Población originaria en el área andina y altiplánica: entre ocho y diez millones según estimaciones históricas previas. Un siglo y medio después, menos de un millón. Más de nueve millones perdidos por mita, minas y epidemias. Ocho millones de muertos asociados a la plata de Potosí según crónicas y padrones de repartimiento.

Chile

Población mapuche, diaguita, aymara y selk’nam: cercana a un millón antes de la ocupación hispana. Entre siglo XIX y primeras décadas del XX las campañas y epidemias dejan menos de doscientos cincuenta mil indígenas registrados. Más de setecientas cincuenta mil vidas perdidas o borradas del censo. En la llamada pacificación del sur, más de cien mil muertos y ochenta mil desplazados.

Argentina

Población indígena superior a trescientos veinte mil antes del avance militar decimonónico. A fines del XIX, menos de veinticinco mil reconocidos. Más del noventa por ciento exterminado o asimilado por la fuerza. Cuarenta y cinco mil víctimas directas entre asesinados esclavizados y deportados en la Campaña del Desierto. Cuarenta millones de hectáreas arrebatadas, que expulsaron a comunidades enteras.

Paraguay

En el ciclo jesuítico más de trescientos mil guaraníes organizados en reducciones. Tras la expulsión de los jesuitas y el reparto de tierras quedan comunidades fragmentadas. En la Guerra de la Triple Alianza, población total de un millón trescientos mil. Al terminar sobreviven doscientos veinte mil, en su mayoría mujeres y niños. Más de un millón de muertos y desaparecidos. Pérdida territorial y económica que condenó a generaciones.

Brasil

Población indígena superior a cinco millones en 1500. Un siglo después, menos de un millón. Seis millones de indígenas muertos por caza humana, epidemias y servidumbre. Entre cinco y cinco millones y medio de africanos esclavizados trasladados a ingenios y minas. Más de un millón fallecido en la travesía atlántica antes de tocar tierra.

Este es el inventario del vacío. Detrás de cada cifra hubo un nombre, una lengua, una ceremonia. un río sagrado. El crimen se llamó conquista, evangelización y progreso. La herida sigue abierta.

  • Los pueblos no murieron.
  • Resisten en sus lenguas, en su música, en su memoria.
  • Hablan con los mismos sonidos con que saludaban al sol antes de la llegada de las carabelas.
  • Sus cantos suben desde el altiplano, cruzan la selva y bajan por el Amazonas como si el tiempo nunca hubiera pasado.
  • El conquistador creyó haberlos enterrado, pero solo los cubrió de silencio.
  • Cada idioma indígena que sobrevive es una victoria sobre el olvido.
  • Cada niño que aprende una palabra en quechua, mapudungun o guaraní es una derrota de quinientos años de sometimiento.
  • La historia no puede reescribirse, pero sí contarse con dignidad.
  • América no pide perdón, exige respeto.
  • El saqueo se escribió con sangre, la memoria se escribe con verdad.
  • El futuro pertenece a los pueblos que recuerdan.

Y en ese recuerdo está la fuerza de una tierra que sigue girando, herida pero viva, bajo el mismo sol que vio nacer a sus primeros hombres.

Lo que fue saqueado con sangre debe ser devuelto con verdad.”

Bibliografía

  • Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552)
  • Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno (1615)
  • Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI, 1971)
  • ONU, Informe sobre genocidios históricos y derechos de los pueblos indígenas (2019)
  • CEPAL, Estimaciones económicas históricas del saqueo colonial (2024)
  • FAO y UNESCO, Lenguas y culturas originarias en riesgo de extinción (2023)
  • Levi, Primo, Si esto es un hombre (Einaudi, 1947)

Fuente: https://www.pressenza.com/es/2025/10/espana-y-el-saqueo-de-america-la-sangre-del-oro-y-la-miseria-del-imperio-parte-2-2/

Imagen: (Imagen de Dioscoro Puebla via WikiCommons)

España y el saqueo de América. La sangre del oro y la miseria del Imperio. Parte 1/2

Mauricio Herrera Kahn
pressenza

“Vinieron buscando El Dorado y dejaron desiertos donde había pueblos enteros.” Fray Bartolomé de las Casas

España llegó al Nuevo Mundo no guiada por la ciencia ni por la fe, sino por la desesperación. Europa se moría de hambre, la monarquía estaba endeudada y el oro era la única salida.

Entre 1500 y 1820, los galeones transportaron 180 000 toneladas de plata y 3 500 toneladas de oro, equivalentes a más de 2 billones de dólares actuales, desde los Andes y Mesoamérica hasta Sevilla y Amberes.

El llamado “descubrimiento” fue, en realidad, un asalto sistemático contra civilizaciones que sabían contar el tiempo por las estrellas, construir ciudades flotantes y honrar la tierra como madre. No trajeron el progreso. Trajeron el látigo, la cruz y el hambre. La evangelización fue el disfraz de la codicia.

“La cruz fue la coartada, el oro la razón, la esclavitud el método.”

Colón y el inicio del saqueo

Todo comenzó con una mentira. La historia repitió durante siglos que Colón buscaba una nueva ruta hacia las Indias, cuando en realidad perseguía oro, esclavos y prestigio. En 1492, España era un reino endeudado, rural y analfabeto. La guerra contra los moros había dejado al país exhausto y la nobleza quebrada. El viaje de Colón fue financiado con préstamos de banqueros genoveses y con la promesa de botines. No fue una expedición científica ni espiritual, fue la apuesta desesperada de un imperio hambriento.

Cuando las carabelas llegaron al Caribe, comenzó la noche del continente. Las Antillas fueron el primer laboratorio del saqueo. En menos de cincuenta años, más de un millón de taínos fueron esclavizados o exterminados en las minas de oro de La Española y Cuba. La población indígena de Haití pasó de 300 000 personas a menos de 500 a mediados del siglo XVI. Las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas describen horrores inimaginables: niños arrojados a los perros, mujeres violadas, hombres marcados con hierro ardiente como ganado. La conquista fue la industrialización del dolor.

El oro extraído en esas primeras décadas fue enorme para la época. Solo entre 1493 y 1520, las minas de La Española y Puerto Rico enviaron a Sevilla más de 30 toneladas de oro, equivalentes hoy a USD 2 000 millones. Ese flujo de riqueza salvó a una España en bancarrota y alimentó el ascenso financiero de Flandes y Génova.

Pero tras cada lingote había una tumba anónima. Cuando los taínos desaparecieron, comenzaron a llegar los barcos negreros. Más de 400 000 africanos fueron traídos al Caribe en el primer siglo del dominio español. El trabajo forzado reemplazó la vida y el océano se transformó en cementerio.

Así nació el sistema colonial: oro hacia Sevilla, cuerpos al trabajo y silencio hacia la conciencia. El intercambio desigual más brutal de la historia humana. Las islas del Caribe quedaron vacías, sus selvas taladas, sus pueblos borrados del mapa. Europa celebró el “descubrimiento”, pero lo que descubrió fue su propia codicia. Colón abrió una puerta que no llevaba a la gloria, sino al infierno. De aquel viaje surgió la maquinaria que desangraría América durante tres siglos.

“El precio de ese “nuevo mundo” fue la muerte del viejo equilibrio del planeta.”

México, el corazón perforado

México fue el punto cero del saqueo. Allí comenzó la maquinaria que cambió el destino del continente y que convirtió la riqueza en ruina, la fe en violencia y la palabra “civilización” en una máscara del exterminio. En 1521 cayó Tenochtitlán, una ciudad que deslumbraba por su orden, su higiene y su arte. Las crónicas de los propios conquistadores reconocen que ninguna urbe europea igualaba su grandeza. Los canales de agua, los mercados de flores, las calzadas flotantes y los templos relucían como un espejo de equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Hernán Cortés no conquistó una aldea salvaje, destruyó una civilización más avanzada que la suya.

De esa ciudad nació el botín que alimentaría durante tres siglos al imperio español. Zacatecas, Guanajuato y Taxco se transformaron en heridas abiertas, minas de plata que devoraron montañas y hombres. Entre 1530 y 1820 se extrajeron más de 40 000 toneladas de plata, una riqueza equivalente hoy a 500 000 millones de dólares. Cada moneda acuñada en Sevilla llevaba el polvo de los pulmones indígenas que morían en los socavones sin aire. La riqueza viajó en galeones a Flandes, Génova y Roma, mientras en los pueblos de México quedaban la peste, el hambre y la soledad.

La población originaria pasó de 25 millones a menos de 2 millones en apenas un siglo. El colapso fue demográfico, espiritual y moral. La viruela llegó como un ejército invisible, los encomenderos como verdugos legales y los frailes como testigos que callaban ante la barbarie. Bartolomé de las Casas escribió: “Lo que hicieron no tiene nombre entre los hombres.” Tenía razón. Lo que ocurrió no fue una conquista, fue una amputación colectiva de un continente que respiraba sabiduría y fue condenado al silencio.

México fue el laboratorio de la conquista, la fábrica del modelo colonial que después se replicaría en Perú, Bolivia y toda América. La cruz se levantó sobre los templos destruidos, los códices fueron quemados, las lenguas prohibidas, las mujeres violadas. De esa noche larga nació un país saqueado y fragmentado que aún busca su alma entre ruinas de oro y lágrimas de maíz. El corazón de México fue perforado por la ambición de un imperio que jamás pidió perdón.

“Y ese agujero sigue latiendo, recordando al mundo que el verdadero oro era la vida que se perdió.”

Colombia, la ruta del oro y las perlas

Colombia fue una de las arterias doradas del imperio español. En sus montañas y ríos, los pueblos muiscas y quimbayas habían convertido el oro en una ofrenda al sol, no en una mercancía. Era símbolo de equilibrio y de comunión con la naturaleza. Los conquistadores confundieron esa espiritualidad con barbarie y la destruyeron con acero. Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federmán llegaron con espadas y cruces, pero detrás de las cruces viajaban los banqueros europeos. Lo que para los pueblos originarios era sagrado, para España era botín.

Entre 1537 y 1820, las minas y ríos de Antioquia, Popayán, Chocó y Mariquita enviaron a Sevilla más de 2 millones de onzas de oro y 1 200 toneladas de plata, que equivalen hoy a más de 160 000 millones de dólares. En la ruta del Caribe, los galeones zarpaban desde Cartagena repletos de lingotes, vasijas fundidas y joyas arrancadas de templos sagrados. Ninguna de esas riquezas quedó en América. Todo fue consumido por los gastos bélicos del imperio español y por los banqueros de Flandes y Génova que financiaban sus guerras. Cada lingote representaba la vida de un hombre, la ruina de una aldea, la desaparición de una lengua.

Cartagena se convirtió en el mayor mercado de esclavos del Caribe. Más de 1,2 millones de africanos fueron subastados en sus plazas durante tres siglos. Cada cuerpo vendido generó ingresos equivalentes a 8 000 dólares actuales, lo que eleva el valor total de la trata en territorio colombiano a más de 9 000 millones de dólares. Era la economía de la crueldad, el comercio de la deshumanización.

Las perlas del Caribe también escribieron su capítulo de horror. En las costas de Santa Margarita y Cabo de la Vela, más de 200 000 perlas fueron extraídas entre los siglos XVI y XVII, valoradas hoy en más de 500 millones de dólares. Cada perla costó tres vidas humanas. Los buzos indígenas morían sin aire en el fondo del mar, sin nombre ni tumba.

Colombia fue saqueada por tierra y por mar. El oro y la plata viajaron a Europa, las cadenas y los cadáveres quedaron en América. En las catedrales de Sevilla y Toledo aún brilla el oro que nació en los ríos del Cauca y murió en el pecho de sus pueblos.

“El imperio español se levantó sobre esas minas, y esas minas aún gritan bajo tierra.”

Venezuela, la fiebre de las perlas y el cacao

Venezuela fue uno de los primeros territorios donde el mar se convirtió en mina. En las islas de Cubagua, Margarita y Cumaná nació el saqueo colonial del Caribe. Allí los pueblos arawak y caribe, que vivían del trueque y del agua, fueron reducidos a esclavos. Se los obligó a bucear sin descanso para arrancar perlas del fondo marino. El brillo del tesoro ocultaba la asfixia. Las crónicas del siglo XVI relatan que los indígenas bajaban con piedras atadas al cuerpo, sin cuerda ni aire, hasta que la sangre les salía por la nariz. Cada perla era una muerte.

Entre 1520 y 1620, las costas venezolanas produjeron más de 300 000 perlas naturales, enviadas a Sevilla, Lisboa y Amberes, valoradas hoy en más de 100 millones de dólares. Ese tesoro marino decoró los cuellos de las reinas europeas y las coronas de los príncipes, pero no dejó nada en el Caribe salvo huesos y silencio. Las comunidades originarias de Cubagua fueron exterminadas en menos de treinta años. La isla, antes llamada “la joya del mar”, quedó desierta y olvidada.

Cuando el mar se agotó, comenzó el saqueo de la tierra. En el siglo XVIII, Venezuela se convirtió en el mayor exportador de cacao del planeta. Más de 250 000 toneladas fueron enviadas a Europa, equivalentes a 5 000 millones de dólares actuales. Aquellas plantaciones, levantadas en las riberas del Orinoco y en las tierras de Barlovento, se sostuvieron sobre el trabajo forzado de medio millón de esclavos africanos.

Cada fruto dulce escondía el amargo sabor del látigo. El cacao reemplazó al oro y la esclavitud reemplazó a la dignidad.

El oro de los ríos de Guayana y del Caroní también fue arrancado con violencia. En tres siglos salieron de territorio venezolano más de 500 toneladas de oro, equivalentes a 32 000 millones de dólares actuales. Ni una sola onza quedó en el país. Todo fue fundido en Sevilla, enviado a los banqueros de Flandes o invertido en guerras europeas que nunca conocieron el rostro del indio ni del esclavo.

Venezuela fue un laboratorio de la rapiña imperial. El mar, la tierra y el río se convirtieron en mercancías. Las perlas se agotaron, el oro se perdió, el cacao cambió de dueño. Pero la memoria quedó. El Caribe aún guarda el eco de los buzos que no regresaron, los campos de cacao aún huelen a sudor y a cadenas.

“Esa riqueza manchada de sangre fue el primer pilar del lujo europeo.”

Ecuador, la cruz y la espada

Ecuador fue una tierra de oro y montaña, donde la codicia española hundió sus raíces en nombre de la fe. Las vetas de Zaruma, Loja y Nambija brillaban mucho antes de que llegaran los conquistadores. Los pueblos cañaris y paltas trabajaban el metal como arte ritual, no como mercancía. Cuando Sebastián de Benalcázar cruzó los Andes en busca del “país de la canela”, trajo consigo soldados, perros, pestes y una cruz que se clavó como espada. La corona llamó evangelización a lo que fue sometimiento y llamó civilización al despojo.

Entre 1535 y 1820, las minas de Zaruma, Portovelo y Loja enviaron a Sevilla más de 250 toneladas de oro y 900 toneladas de plata, equivalentes a más de 65 000 millones de dólares actuales. Esa riqueza monumental nunca regresó a la tierra que la produjo. Las ciudades coloniales crecieron sobre las espaldas de los indígenas forzados a trabajar bajo el sistema de mita. En los socavones de Zaruma, a 3 000 metros de altura, miles de hombres murieron respirando polvo de azufre y fe. Los registros coloniales estiman más de 300 000 indígenas muertos en tres siglos de explotación. Ninguno figura en las catedrales que se construyeron con su oro.

Las misiones religiosas acompañaron cada expedición minera. Los frailes establecieron reducciones para domesticar la fe y asegurar el trabajo. En los valles de Loja se levantaron escuelas para enseñar obediencia, no conocimiento. En las iglesias se fundió el oro indígena para moldear santos europeos. En nombre de Cristo, se bendijo la esclavitud. En nombre del cielo, se robaron los ríos.

El siglo XVIII trajo la rebelión de los pueblos del norte y del sur, pero el precio fue brutal. Cientos fueron ejecutados en Riobamba y Quito. El virreinato respondió con pólvora y penitencia. Galeano escribiría siglos después: “El oro brilla, pero no alumbra.” Tenía razón. El oro de Ecuador iluminó palacios lejanos mientras oscurecía las montañas que lo parieron. Hoy las galerías de Zaruma siguen abiertas, perforadas por nuevas manos que repiten el ciclo. Las empresas modernas llevan otro nombre, pero la herida es la misma.

La cruz y la espada siguen colgando sobre el país, recordando que la evangelización fue la máscara más elegante del saqueo.”

Perú, el oro de los dioses y la sed del imperio

En Perú la conquista alcanzó su forma más brutal. Los españoles no sólo robaron un imperio, destruyeron una civilización que había domesticado la montaña y convertido la altura en templo. El Tahuantinsuyo, con más de 10 millones de habitantes, era la arquitectura viva de la sabiduría andina. Cuando llegaron los conquistadores, esa población fue reducida en menos de un siglo a poco más de un millón de sobrevivientes. Nueve de cada diez personas fueron exterminadas por la guerra, las epidemias, la esclavitud y el hambre. Ninguna peste natural puede compararse con la devastación que trajo la codicia.

El imperio inca había logrado unir desde Quito hasta el río Maule un territorio de más de 4 000 kilómetros, conectado por 40 000 kilómetros de caminos. Era una civilización sin hambre, sin mendigos y sin monedas. Allí la tierra era madre y el trabajo era sagrado. Todo cambió en 1532, cuando Francisco Pizarro capturó a Atahualpa, el último gran soberano inca, en Cajamarca.

Atahualpa ofreció su libertad a cambio de llenar una habitación de oro hasta donde alcanzara la mano de un hombre. Cumplió su palabra. En pocos meses se reunieron más de 7 toneladas de oro y 13 toneladas de plata, equivalentes hoy a 1 200 millones de dólares. Fue un rescate único en la historia, pero no hubo trato. Atahualpa fue ejecutado por garrote, y con él murió el equilibrio del mundo andino. La codicia se impuso sobre la palabra. Desde ese día, el oro de los dioses se transformó en moneda del crimen.

Potosí, fundado en 1545, fue el emblema de la fiebre minera colonial. En sus entrañas se extrajeron 60 000 toneladas de plata pura, una riqueza que hoy equivaldría a más de 750 000 millones de dólares. Esa montaña, llamada por los cronistas “el cerro que alimenta a los reyes”, devoró más de 8 000 vidas cada año.

Los indígenas eran reclutados por la mita, un sistema de trabajo forzado que los arrancaba de sus familias y los condenaba a la oscuridad. La esperanza de vida dentro de las minas era de apenas 25 años. Ni siquiera el infierno cristiano imaginó algo tan eficaz.

El mundo moderno nació con ese saqueo. Europa acumuló capital, América acumuló muerte. Las catedrales españolas aún brillan con el sudor andino. Bajo cada altar de oro reposa el cuerpo anónimo de un minero que nunca conoció el mar.

Esa fue la verdadera misa del imperio: el sacrificio del hombre en nombre del metal.”

Bolivia, el cerro que lloró sangre

En Bolivia la tierra se convirtió en tormento. El Cerro Rico de Potosí, descubierto en 1545, fue el corazón ardiente del saqueo español. Los cronistas decían que con la plata extraída de esa montaña se habría podido construir un puente desde América hasta Madrid. No era una metáfora, era una condena. En casi tres siglos se extrajeron más de 60 000 toneladas de plata pura, cuyo valor actual supera el billón de dólares. Ningún banco moderno ha concentrado tanta riqueza en tan poco tiempo y con tanta muerte como el imperio español en los Andes.

Cada año eran enviados 45 000 indígenas desde las provincias del Alto Perú y del Cuzco a trabajar en el infierno subterráneo. Eran hombres y adolescentes reclutados por la mita, un sistema de esclavitud disfrazado de obligación. Entraban cientos a la mina cada semana y salían unos pocos vivos. Las condiciones eran inhumanas: polvo tóxico, derrumbes, trabajo de 20 horas, sin aire, sin luz, sin esperanza. Los sacerdotes bendecían la entrada del socavón, pero no el alma del minero. La montaña se tragaba generaciones enteras.

Antes de la llegada de los españoles el territorio que hoy es Bolivia tenía una población estimada de entre 8 y 10 millones de habitantes, organizados en señoríos aimaras y comunidades quechuas, con una red agrícola y cultural que se extendía desde el Titicaca hasta los valles tropicales. Un siglo después quedaban menos de un millón de sobrevivientes. Más del 90 % de la población originaria fue exterminada por guerras, epidemias, hambrunas y trabajo forzado. Esa desaparición masiva es uno de los mayores genocidios demográficos de la historia humana.

Los registros del siglo XVII hablan de más de 8 millones de muertos entre indígenas y esclavos africanos. Es una cifra que no tiene comparación en la historia minera de la humanidad. Mientras tanto, los galeones partían rumbo a Sevilla cargados con lingotes de plata que financiaron el siglo de oro español, las guerras europeas y las cortes del Vaticano. América se vaciaba para llenar cofres ajenos.

El saqueo no solo fue económico, fue espiritual. Las culturas del altiplano, que veneraban a la Pachamama, fueron obligadas a adorar una cruz bañada en el mismo metal que los asesinaba. Las montañas, antes sagradas, se transformaron en heridas abiertas. Los pueblos aimaras y quechuas aprendieron a resistir en silencio, pero nunca olvidaron.

Guamán Poma de Ayala escribió desde el dolor: “Los señores se hicieron reyes y los indios se hicieron bestias.” Esa frase resume el crimen de Potosí. Europa ascendió sobre la sangre andina. La modernidad nació entre gritos y oscuridad.

Hoy el Cerro Rico sigue allí, hueco, a punto de colapsar, como un espejo de la conciencia humana que aún no ha aprendido a devolver lo que robó.”

Chile, la frontera del silencio

Chile fue la frontera donde la conquista tropezó con su propia soberbia. Desde el río Itata hasta el Biobío, los españoles creyeron que avanzar sería sencillo, pero se encontraron con un pueblo que no conocía el miedo. Los mapuches, guerreros del sur del mundo, fueron el único pueblo originario del continente que nunca se rindió. Resistieron durante más de tres siglos. Ni las espadas, ni las pestes, ni los evangelios lograron someterlos. En cada árbol había un vigía y en cada fogón una memoria de libertad.

Los cronistas lo admitieron con rabia. En 1598, tras la derrota española en Curalaba, los colonizadores abandonaron todas las ciudades del sur. Durante casi 300 años, el territorio mapuche siguió siendo independiente. Esa autonomía fue una vergüenza para el imperio y un símbolo de dignidad para América. Ninguna corona tolera que un pueblo libre le recuerde su impotencia.

La historia oficial habló de “pacificación”, pero fue una guerra de exterminio. Entre 1860 y 1883, el ejército chileno —ya bajo bandera republicana, pero con la misma mentalidad colonial— arrasó el Wallmapu. Más de 100 000 mapuches fueron asesinados y otros 80 000 desplazados. Se robaron 9 millones de hectáreas de tierras fértiles, entregadas a colonos europeos y compañías extranjeras. Las comunidades fueron empujadas a reservas miserables que apenas ocupaban el 5 % de su territorio ancestral. El saqueo cambió de idioma, pero no de dueño.

El oro, la plata y el cobre siguieron fluyendo hacia Europa y, más tarde, hacia Estados Unidos. Desde el siglo XIX hasta hoy, Chile ha exportado más de 70 millones de toneladas de cobre, valoradas en más de 1,2 billones de dólares actuales. El salitre enriqueció a Inglaterra y Alemania, y el oro de los ríos del norte llenó las arcas de bancos extranjeros. Ningún pueblo se benefició menos de su propia riqueza.

Gabriela Mistral lo escribió con una claridad que aún duele: “Toda conquista es una herida que no cicatriza.” Esa herida sigue abierta en el sur del mundo. El Wallmapu arde en silencio, entre forestales, pobreza y dignidad. Los nietos de Lautaro y de Janequeo siguen de pie, mirando la tierra con la misma ternura y el mismo coraje.

“La frontera del silencio no fue derrota, fue advertencia: un pueblo que no se rinde nunca muere del todo.”

En la Parte 2/2 de esta columna analizaremos:

  • Argentina, la conquista del sur
  • Paraguay, la resistencia guaraní
  • Brasil, el látigo portugués

Este es el inventario del vacío.

Detrás de cada cifra hubo un nombre una lengua una ceremonia un río sagrado. El crimen se llamó conquista evangelización progreso. La herida sigue abierta.

  • Los pueblos no murieron.
  • Resisten en sus lenguas, en su música, en su memoria.
  • Hablan con los mismos sonidos con que saludaban al sol antes de la llegada de las carabelas.
  • Sus cantos suben desde el altiplano, cruzan la selva y bajan por el Amazonas como si el tiempo nunca hubiera pasado.

Y en ese recuerdo está la fuerza de una tierra que sigue girando, herida pero viva, bajo el mismo sol que vio nacer a sus primeros hombres.

“Lo que fue saqueado con sangre debe ser devuelto con verdad.”

 

Bibliografía

  • Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552)
  • Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno (1615)
  • Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI, 1971)
  • ONU, Informe sobre genocidios históricos y derechos de los pueblos indígenas (2019)
  • CEPAL, Estimaciones económicas históricas del saqueo colonial (2024)
  • FAO y UNESCO, Lenguas y culturas originarias en riesgo de extinción (2023)
  • Levi, Primo, Si esto es un hombre (Einaudi, 1947)

Fuente: https://www.pressenza.com/es/2025/10/espana-y-el-saqueo-de-america-la-sangre-del-oro-y-la-miseria-del-imperio-parte-1-2/

La lucha por la memoria histórica y el nuevo orden mundial

Gilberto Lopes
San José, 14 de septiembre de 2025

El mundo asiste a una nueva batalla (¿la última?) por los saldos pendientes de la II Guerra Mundial, que terminó hace 80 años. Cada vez que se reúnen los protagnistas, como ocurrió con el encuentro entre los presidente Vladimir Putin y Donald Reagan en Alaska, el pasado 15 de agosto, se multiplican las especulaciones. Como si se tratara de otro Yalta (Feb 45), o de otro Potsdam (Ago 45), reuniones donde la Unión Soviética discutió con Estados Unidos e Inglaterra el nuevo orden mundial, una vez concluida la II Guerra Mundial.

Los arreglos que se hicieron entonces solo duraron 45 años, hasta el final de la Guerra Fría, cuando los ganadores de esta (¿penúltima?) batalla establecieron un nuevo orden mundial que hizo trizas los acuerdos de Yalta y de Potsdam. Se movieron fronteras, desaparecieron países, se impuso un nuevo orden basado en las reglas de los vencedores.

Como dijo en artículo reciente Phillips O’Brien, profesor de Estudios Estratégicos en la escocesa Universidad de St. Andrews, a partir de 1945 los aliados de Estados Unidos aceptaron vivir en un mundo dominado por los norteamericanos, seguros de que los protegería de una nueva guerra. Era el líder del “mundo libre”, como se denominaban ellos mismos.

Esas reglas ya no reflejan la realidad del mundo de hoy, como lo revela el escenario político mundial. O’Brien habla, en su artículo, de cómo construir un orden liberal posnorteamericano. Es un intento de prolongar esa orden liberal, conservadora, sin el papel preponderante de Washington. Los excluidos de ese orden, los derrotados en la Guerra Fría, nunca se sintieron representados por ella. Miran hacia más atrás, reivindican el papel que desempeñaron en la IIGM y exigen un nuevo orden en el que eso sea debidamente reconocido.

Preservar la memoria histórica

Es ese el escenario de una nueva etapa de esa guerra, fundada en diversas visiones de la historia. Para Rusia y China se trata de recuperar una memoria que se ha desvanecido, que no valora el sacrificio que hicieron sus pueblos para derrotar a las potencias del Eje, que ha minimizado su papel en la historia. “Los pueblos de la Unión Soviética y China cargaron con el mayor peso de la lucha y sufrieron las mayores pérdidas”, recordó Putin, en entrevista a la agencia china Xinhua, días antes de su visita a China, a fines de agosto.

En Rusia –agregó– “no olvidamos que la heroica resistencia de China fue uno de los factores esenciales que evitaron que Japón nos apuñalara por la espalda durante los oscuros meses de 1941 y 1942”, cuando las fuerzas alemanas parecían imparables, a punto de conquistar Moscú.

“Nuestros antepasados, nuestros padres y abuelos han pagado un alto precio por la paz y la libertad. Lo recordamos”, dijo, luego de firmar con su colega chino, Xi Jinping, una declaración sobre la IIGM el pasado 2 de septiembre en Beijing. Era la víspera del desfile militar con el que Beijing conmemoró los 80 años del final de esa guerra.

Esa visión compartida sobre el papel de sus países en la IIGM es vista por los periodistas del New York Times, Lily Kuo y Anton Troianovski, como la base de su desafío a Occidente. Para Rusia y China es el fundamento para la construcción de un “orden multipolar y justo, enfocado en las naciones de la mayoría global”.

Se estima que la guerra de China con el imperio japonés cobró entre 15 y 20 millones de vidas. La Unión Soviética perdió 27 millones de soldados y civiles.

No es solo una preocupación histórica. La visión de los hechos de entonces se proyecta hoy en el debate sobre el (des)orden mundial.

Lo cierto es que solo por interés político se puede minimizar la importancia de esa participación en la guerra, recogida en la imagen de la bandera soviética ondeando en el techo del Reichstag a fines de abril de 1945. O el Treptower Park, donde un monumento al ejército soviético está medio oculto en un discreto parque de Berlín. Pero allí está (todavía), recordando esa historia.

Esto no es cosa del pasado

Este rescate del pasado contrasta con la situación en algunos países europeos, “donde los monumentos y las tumbas de los liberadores soviéticos son profanados de manera bárbara o destruidos y se borran hechos históricos inconvenientes”, se lamentó Putin.

“El militarismo japonés está reviviendo bajo el pretexto de amenazas imaginarias rusas o chinas, mientras en Europa, incluida Alemania, se están dando pasos hacia la remilitarización del continente, sin tener apenas en cuenta los antecedentes históricos”, agregó.

Para conmemorar el 80° aniversario de la victoria de la URSS en lo que ellos llaman la “Gran Guerra Patria”, y la victoria de China en la “Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa”, los dos países firmaron una Declaración Conjunta sobre la profundización de su asociación estratégica de cara a una Nueva Era.

En un artículo publicado por la Brookings Institution, que podemos traducir por “China y Rusia conmemoran la historia para reimaginar el orden internacional”, los académicos Kainan Gao y Margaret M. Pearson afirman que los dos países “comparten una obsesión con la historia”.

Se trata, en este caso, de una alternativa China a la narrativa occidental sobre la victoria aliada que destaca principalmente su propio papel en el conflicto.

El artículo hace un análisis de diferentes instrumentos jurídicos que fueron dando forma al orden internacional después de la IIGM y de la diferente interpretación que las partes hacen de esos documentos, en particular de la Declaración del Cairo, de 1943; la Proclama de Potsdam, de 1945y el Tratado de Paz de San Francisco, de 1951.

Todo esto tiene que ver, entre otros temas de actualidad, con el derecho de China sobre Taiwán y otras islas del Pacífico y los mares de China Oriental y Meridional. A medida que la Guerra Fría se iba instalando en el mundo, “y la amenaza del comunismo en Asia crecía, Estados Unidos perdió interés un sancionar a Japón”, afirman.

En realidad, ya había hecho lo mismo en Alemania, donde viejos nazis se incorporaron al gobierno de Adenauer, mientras científicos alemanes contribuían a desarrollar la bomba atómica en Estados Unidos.

“El desacuerdo entre China y Estados Unidos sobre la fuente legítima del derecho internacional está relacionado con sus diferentes percepciones de los orígenes del orden internacional de la posguerra”, afirman. “Los Estados Unidos lo han entendido como un orden mundial liberal, mientras que China lo interpreta como un orden de posguerra”.

Construyendo un nuevo orden

El desfile militar de China el 3 de septiembre –dicen Kainan y Pearson, “se organizó, en parte, para recordar las contribuciones y sacrificios de China durante la Segunda Guerra Mundial” y defender así “el orden internacional inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial”.

Xi presentó su visión de ese nuevo orden mundial en cinco puntos para una Iniciativa de Gobernanza Global. Todos los países, independientemente de su tamaño, fuerza o riqueza, deben participar y beneficiarse por igual de la gobernanza global, señaló.

Vale la pena consignar aquí la opinión del fundador del gigante ruso del aluminio, Oleg Deripaska, citado por Laura Zhou en el South China Morning Post, diario de Hong Kong: “Un sistema de pago basado en el yuan es crucial para construir el mundo multipolar que China ha estado pidiendo”, afirma, señalando un aspecto clave para el desarrollo de ese proyecto.

“Para convertirse en una potencia global –agregó– China deberá acelerar sus esfuerzos para expandir un mercado de deuda basado en el yuan e impulsar el uso de la moneda china en las liquidaciones financieras internacionales”.

Ríos de tinta

La propuesta de la creación un “nuevo orden” mundial provocó ríos de tinta en los medios internacionales.

Alexandra Sharp comentó, en las páginas conservadoras de Foreign Policy que, con una cumbre de dos días centrada en impulsar la inversión en el este de Asia y un desfile militar con invitados de alto perfil, Beijing pretendía “señalar el surgimiento de un nuevo mundo multipolar moldeado en gran medida por China y sus aliados”.

Antoaneta Roussi dijo en Politico que la cumbre realizada en Tianjin con países de Eurasia y el desfile militar en Beijing estaban diseñados para consolidar su influencia y defender la visión de un “orden mundial multipolar”.

La postura de Pekín es contundente afirman medios rusos. Se trata de “rechazar los bloques de la Guerra Fría y restaurar el sistema de la ONU como única base jurídica universal”. Esto supone una crítica directa al «orden internacional basado en reglas” impuesto por Occidente después de la Guerra Fría.

Occidente tuvo su siglo, el futuro pertenece ahora a estos líderes, en opinión de Farhad Ibragimov, un analista especializado en el espacio post soviético. Opinión similar tiene Tarik Cyril Amar, un académico que enseña en el Departamento de Historia de la Koc University en Estanbul, para quien “está surgiendo de forma imparable un nuevo orden mundial centrado en Eurasia y el Sur Global”.

En tono más polémico, Fyodor Lukyanov, editor jefe de Russia Global Affairs y director del Club de Valdai, compara los cambios actuales con los ocurridos al final de la Guerra Fría. Reagan puso fin a la Guerra Fría en los términos de Washington, consolidando su papel como única superpotencia. “Trump y Putin están poniendo un punto final de ese período. La era unipolar está terminada”.

A modo de coda

Si esas son las raíces de los conflictos actuales, no menos complejo resulta descifrar las señales de un mundo en que las viejas alianzas han saltado por los aires y el papel de los actores en el escenario internacional han sufrido transformaciones pocas veces vistas en años recientes.

El renovado papel de China y Rusia en ese escenario es el primer elemento a destacar. Pero es en el “otro lado”, en Occidente, donde todo parece menos ortodoxo, donde es más difícil dar seguimiento a las muy diversas expresiones de esas nuevas políticas.

Como dijo Peter Baker en el NYT el pasado 14 de septiembre, “en una era de profunda polarización, la unidad no es la misión de Trump”. Nos referimos, por ejemplo, al distanciamiento entre Washington y Bruselas; al criterio de aplicación por Washington de aranceles a antiguos aliados; o a la renovada retórica de una agresiva política hacia América Latina, que parece difícil de sustentar en el escenario internacional actual. Y a la cada vez más insostenible situación de un país cuya deuda se acerca ya a los 37 millones de millones de dólares, casi tan grande como la de los otros países de economías avanzadas.

Pero no solo eso. El ruidoso escenario internacional a ratos barre para debajo de la alfombra la situación por la que atraviesan algunas de las principales naciones europeas.

El británico Keir Stamer se hunde en las encuestas, sin poder cumplir sus promesas de campaña. Algo similar enfrenta el alemán Friedrich Merz, cuyo plan para recuperar la economía alemana tampoco encuentra formas de arrancar, mientras el presidente francés ve caer a su sexto primer ministro, luego de que una propuesta para enfrentar el déficit fiscal y la creciente deuda pública mediante recortes presupuestarios provocara la caída del gobierno de François Bayrou.

Pero, en el clima actual, “donde hay una crisis tan profunda, el hecho de que estos líderes estén debilitados políticamente en casa no importa tanto”, en opinión de Peter Ricketts, exasesor de seguridad nacional británico y exembajador en Francia.

«Starmer, Merz y Macron son belicistas insufribles», dijo el economista norteamericano Jeffrey Sachs. Los une su espíritu guerrero frente a Rusia. Riesgosa amenaza para un mundo que ya vivió dos guerras mundiales en poco más de un siglo. Y que ve, de nuevo, armarse a Alemania y a Japón, donde políticos y militares ponen fecha para una guerra que se ha transformado en instrumento de su supervivencia política.

¿Por cuánto tiempo podrán esos líderes defender su proyecto de incremento de gastos militares? Para eso tendrán que mantener viva la idea de la “amenaza rusa”, que Moscú califica de histeria carente de sentido, reiterando que no tiene ninguna intención de atacar países europeos.

FIN

El reloj roto de la historia: crónica de una jornada en retroceso

Frank Ulloa Royo

Hay relojes que no marcan la hora, sino la vergüenza. Relojes que no avanzan, sino que giran hacia atrás, como si el tiempo fuera un capricho de los poderosos y no una conquista de los pueblos. En Costa Rica, ese reloj se rompió en 1920, cuando los trabajadores, tras huelgas y revueltas, lograron que el Estado reconociera su humanidad en forma de ley: ocho horas de trabajo, ni una más. Fue una victoria contra el agotamiento, contra la lógica colonial del cuerpo como recurso. El tiempo, por fin, era también territorio obrero.

Pero hoy, cien años después, los nuevos conquistadores—con corbata y logo corporativo—exigen doce horas de jornada. No con látigo, sino con decreto. No desde Sevilla, sino desde San José. El Estado nacional, que antes legislaba para proteger, ahora legisla para rendirse. Se invoca el desarrollo como antes se invocaba la evangelización. Se ofrece el cuerpo del trabajador como incentivo, como moneda de cambio. Y el reloj, ese viejo testigo de las luchas, empieza a girar hacia atrás, como si la historia fuera un error que conviene corregir.

El derecho laboral de Indias fue un campo de batalla entre la ley y la realidad, entre el discurso humanista y la práctica colonial. Las leyes proclamaban dignidad, pero legitimaban el despojo. Su legado es ambivalente: testimonio de una voluntad reformista y evidencia de su fracaso. Sin embargo, en medio de sus contradicciones, esta legislación dejó huellas profundas que aún resuenan en los sistemas jurídicos modernos.

Muchos de sus principios —aunque nacidos en contextos de dominación— anticiparon derechos que hoy consideramos fundamentales. La limitación de la jornada laboral, la protección de la maternidad, el reconocimiento del salario justo, la regulación de oficios peligrosos, la prohibición del trabajo infantil y la defensa de la salud en el trabajo fueron formulados como alternativas al trabajo forzoso y a la esclavitud. Estas propuestas, aunque incompletas y muchas veces incumplidas, constituyen los primeros esbozos de una ética laboral que buscaba humanizar la producción.

La legislación indiana, entonces, no puede ser leída únicamente como instrumento de control. También fue espacio de disputa, de reforma, de resistencia jurídica. En sus márgenes se gestaron debates sobre la humanidad del otro, sobre la legitimidad del poder, sobre el derecho al descanso, al cuerpo, al salario. Como señala Borrajo Dacruz (2003), “la historia del derecho del trabajo no comienza con la revolución industrial, sino con los primeros intentos de limitar el abuso en contextos coloniales”.

Lo irónico es que ni las Leyes de Indias, redactadas en pleno siglo XVI por una monarquía esclavista, se atrevieron a tanto. Felipe II, en su Instrucción de 1593, ordenaba que los obreros trabajaran ocho horas, repartidas para evitar el rigor del sol. ¡Felipe II, nada menos! El mismo que gobernaba sobre minas, encomiendas y amputaciones, reconocía que el cuerpo humano tenía límites. Hoy, en cambio, se pretende que el trabajador moderno—con más derechos, más ciencia, más Constitución—trabaje más que un indígena bajo el sol colonial. ¿Progreso? ¿Modernidad? No. Es el regreso al feudo, pero con Wi-Fi.

La ley que se propone no es una reforma: es una parodia. Una tragicomedia legislativa donde el Estado se disfraza de gestor, pero actúa como capataz. Se redactan protocolos, se celebran foros, se imprime el retroceso en papel membretado. Y mientras tanto, el reloj sigue girando hacia el abismo, marcando no las horas trabajadas, sino las horas perdidas. Perdidas en la historia, en la dignidad, en la memoria.

Porque legislar doce horas no es solo legislar tiempo: es legislar olvido. Es borrar la huelga de 1920, la Revolución del Sapoá, los sindicatos que entendieron que el cuerpo no es mercancía. Es decirle al trabajador: “Tu historia no importa. Tu cansancio no cuenta. Tu tiempo no es tuyo.”

Pero el reloj, aunque roto, recuerda. Y cada vuelta hacia atrás es también una señal de alarma. Porque hay memorias que no se archivan, cuerpos que no se rinden, y pueblos que saben que el tiempo no se negocia: se conquista.

Y mientras se redactan leyes para extender la jornada, se archivan las inspecciones, se recortan pensiones, se normaliza el despojo. El trabajador accidentado, incapacitado, descartado, se convierte en expediente. Se le quita el cuerpo, luego el trabajo, luego el nombre. Se le deja la espera. Se le deja la nada.

Hoy más que nunca, el movimiento de los que trabajan bajo una jornada debe levantar la voz y no permitir que las agujas del reloj retrocedan. No para pedir favores, sino para recordar conquistas. No para negociar retrocesos, sino para defender el tiempo como derecho. Porque si el reloj gira hacia atrás, que sea para recordar quiénes somos, de dónde venimos, y por qué luchamos.

Parque Nacional Cahuita: (Co-manejo en debate)

Por: Bernardo Archer Moore
Presidente de ACUDHECA

El Parque Nacional Cahuita (Sector Playa Blanca) es un símbolo de historia y resistencia. Su modelo de co-manejo, compartido entre el SINAC y la comunidad organizada de Cahuita (ADIC), se formalizó en abril de 2017 mediante un Convenio Marco de Cooperación, bajo el Decreto Ejecutivo N.º 40110-MINAE.

Ese convenio, con plazo de dos años, venció en abril de 2019 y nunca fue renovado. Aquí nace la controversia: ¿Qué pasa con la administración comunitaria sin un convenio vigente?

Lo que sigue vigente:

A.) La ADIC mantiene su lugar como miembro permanente del Consejo Local, con legitimidad en la representación comunitaria.

B.) El modelo de gobernanza compartida continúa reconocido por ley y reglamento.

Lo que caducó:

C.) La habilitación legal para que la ADIC administre donaciones o ejecute proyectos con recursos públicos.

D.) La transferencia de fondos sin convenio vigente carece de sustento legal y puede generar responsabilidades administrativas.

El punto de disputa:

Las donaciones de visitantes:
Tanto la Contraloría General de la República (CGR) como la Procuraduría General de la República (PGR) sostienen que constituyen fondos públicos.

Por su parte, la ADIC considera que no lo son, y ha actuado de acuerdo a su tesis.

Nota: Este tema aún no tiene Resolución Judicial Definitiva.

¿Qué significa esto hoy?

Según los citados órganos estatales, el SINAC puede recibir las donaciones en el Fondo de Parques Nacionales, pero no debería transferirlas a la ADIC, sin un nuevo instrumento reglamentario.

Si la comunidad gestiona esos fondos sin convenio, su actuación podría calificarse como ‘gestión de hecho’, con riesgo de nulidad. Y quizás de allí surgieron los Allanamientos y Demandas Penales en curso.

POSIBLES SOLUCIONES:

1. Un Acuerdo de continuidad del Convenio de Comanejo expirado en febrero 2019, avalado por la Contraloría, que dé cobertura legal mientras se negocia una solución de fondo (Un Nuevo Convenio). Sin ello la disputa y demandas penales continuarán.

2. Un nuevo convenio marco entre SINAC y ADIC, que sea claro en responsabilidades y control de fondos.

3 Una reforma reglamentaria permanente (sin fecha de caducidad), que destine un porcentaje fijo de las donaciones al desarrollo comunitario, en reconocimiento a la naturaleza histórica, ancestral y cultural de esa área costera de Cahuita.

En resumen:

La participación política de la comunidad sigue en pie, pero su capacidad de gestionar recursos financieros está suspendida, por disposición de la CGR y PGR.

Para garantizar legalidad y justicia, urge un nuevo acuerdo que combine transparencia, participación y reconocimiento histórico.

El Consejo de Cahuita no es solo un asunto administrativo: Es una lucha por memoria, derechos y futuro comunitario.

Cahuita 09/09/2025

La fundación de la República no fue un acto simbólico. Fue un acto de afirmación nacional – estudiante Adriana Shaleth Sánchez Moya

La fundación de la República de Costa Rica no fue un acto simbólico. Fue un acto de afirmación nacional, de visión política y de madurez institucional, de reconocimiento como nación, libre, soberana y responsable de su destino.

(Discurso pronunciado por la estudiante Adriana Shaleth Sánchez Moya, del Liceo Dr. José María Castro Madriz, en el acto cívico oficial, organizado por la Dirección Regional de Educación de San José Central, en el marco de los actos conmemorativos del 177 aniversario de la Fundación de la República de Costa Rica, celebrado el domingo 31 de agosto del 2025, frente al busto del Dr. José María Castro Madriz, ilustre fundador de nuestra República, ubicado en la Avenida Central, calle 4, ciudad de San José.)

Es un honor dirigirme a esta distinguida audiencia, conformada por representantes del Estado costarricense, por miembros de nuestra comunidad educativa y por ciudadanos que, con su presencia, reafirman el valor de la memoria histórica y el compromiso con nuestra nación.

Hoy conmemoramos un hecho trascendental en la historia de Costa Rica: el 177 aniversario de la Fundación de la República. Un 31 de agosto de 1848, el entonces Jefe de Estado, José María Castro Madriz, emitió el Decreto 134, mediante el cual se oficializó el cambio de nombre de “Estado de Costa Rica” a “República de Costa Rica”, marcando así un momento decisivo en nuestro camino hacia la plena soberanía y consolidación institucional.

Este acto no fue meramente simbólico ni un simple ajuste jurídico. Representó la culminación de un proceso que había iniciado décadas atrás cuando Costa Rica, como parte de las Provincias Unidas del Centro de América, comenzó su tránsito como Estado libre tras la Independencia de España en 1821. La disolución progresiva de la Federación Centroamericana entre 1838 y 1841 permitió que Costa Rica asumiera de facto su autonomía, pero fue en 1848 cuando esta independencia se consolidó jurídica y políticamente con la proclamación de la República.

La decisión de constituirse como República fue un acto de afirmación nacional, de visión política y de madurez institucional. Fue entonces que Costa Rica se reconoció como nación, libre, soberana y responsable de su destino.

Este hito fue liderado por uno de los estadistas más notables de nuestra historia, José María Castro Madriz. Su figura merece un reconocimiento especial no solo por haber fundado la República, sino por su incansable labor a favor de la educación, la libertad de prensa y el fortalecimiento del Estado de Derecho. Bajo su liderazgo se sentaron las bases del sistema educativo costarricense moderno, se promovió la participación ciudadana y se consolidaron las instituciones democráticas que hoy nos definen.

Castro Madriz comprendió que la educación era la herramienta más poderosa para construir un República sólida. Por eso impulsó la creación de escuelas, el acceso a la educación para todos y la formación de ciudadanos críticos, informado y comprometidos.

Su legado sigue vivo hoy en cada aula, en cada maestro, en cada joven que estudia con la esperanza de forjar un mejor país.

La proclamación de la República no fue el final de una lucha, sino el inicio de un proyecto nacional que continúa hasta nuestros días. Ser una República implica mucho más que una forma de gobierno. Significa asumir un compromiso permanente con los valores de la libertad, la justicia, la equidad y la participación ciudadana.

Y es precisamente aquí, donde radica el verdadero valor de esta conmemoración. No celebramos solo un hecho del pasado. Celebramos una decisión valiente que nos permitió construir una identidad propia, una institucionalidad sólida y una democracia que, aunque perfectible, es ejemplo en la región.

La defensa de esa República, fundada hade 177 años nos convoca hoy. Nos recuerda que la democracia no se sostiene sola; necesita ciudadanos comprometidos, instituciones firmes y servidores públicos éticos. Nos exige recordar que las conquistas de la historia deben ser protegidas con educación, participación y respeto mutuo.

Por eso, en este día especial, renovemos nuestro compromiso con Costa Rica. Sigamos honrando la visión de aquellos líderes que nos dieron patria, y trabajemos cada día por una nación más libre, más justa y solidaria.

Que el aniversario de la República no sea solo una efeméride, sino una oportunidad para reafirmar los valores que nos definen como costarricenses.

Y en ese mismo espíritu de compromiso nacional, reconozcamos también que la República se construye desde la diversidad que nos conforma. Por ello, al conmemorar el Día de la Persona Negra y la Cultura Afrocostarricense, establecido por la Ley No. 8938, y reforzado por la Ley No. 9526, destacamos el valor de todas las culturas que han contribuido a la historia costarricense.

Esta efeméride, también celebrada cada 31 de agosto, honra los aportes históricos, sociales y culturales de las personas afrodescendientes en nuestro país, y nos recuerda que la República que conmemoramos hoy debe ser inclusiva, respetuosa y consciente de su riqueza multicultural.

Que el aniversario de la fundación de la República nos inspire a seguir construyendo una Costa Rica donde todas las voces sean escuchadas y todos los ciudadanos tengan un lugar digno en la historia que compartimos.

El chavismo, un discurso sin patria y sin historia

José Luis Amador.

Por José Luis Amador MSc.

Una de las características del discurso chavista es la negación y tergiversación de la historia y los valores patrios. Proclamar que el país es una dictadura y convencer a la ciudadanía de que nada existe y hay que empezar de cero, es apenas un ejemplo. Esto le permite atacar las instituciones y debilitar los poderes de la República que le estorban en sus pretensiones autocráticas.

Para ello tiene a su haber la desinformación histórica que campea en gran parte de la población y especialmente en algunos sectores de su base social. Cosechamos el resultado de años de ausencia de educación cívica de la ciudadanía y un vacío enorme en el fortalecimiento de memoria histórica.

Súmese a ello que los partidos políticos tradicionales habían venido haciendo una utilización abusiva y superficial de la historia y la tradición, cuando no era que habían echado por la borda los valores de patria y solidaridad, a cambio de una visión economicista y utilitarista del país. “Mi partido y mi patria son mis amigos y mis negocios”.

No menos impactante fue el trabajo de erosión interna, generado desde ciertos sectores académicos, que, en nombre de la crítica científica, terminaron socavando la figura de héroes nacionales como Juan Santamaría o Juanito Mora. Esa visión fue interpretada por el pueblo como una negación de la existencia misma de estos héroes.

Así, el edificio ideológico que sostiene la identidad nacional quedó descuadrado, y el terreno abonado, abriendo espacio para un discurso chavista, a-histórico, carente de luces ciertamente, pero con un poder mediático descomunal, capaz de atacar viralmente la base de nuestra identidad y cohesión social.

En el espacio político, ya teníamos antes una derecha apátrida, que optó por los negocios y convirtió los partidos en maquinarias electorales, pero que se valía del discurso patrio para ganar adeptos, ahora tenemos una derecha ignorante, ayuna de todo interés real en nuestra historia y nuestra ancestralidad.

Nos toca ahora retomar las tareas de re-construcción de la nación y la identidad. Son las viejas tareas de Omar Dengo, Carmen Lyra, García Monge y tantos otros, “para recordarles a los que vienen que no son hijos de las peñas, que tienen precursores abnegados e ilustres y una tradición estimable que conocer, respetar y proseguir” (García Monge al pie del Monumento Nacional. 15 de setiembre, 1921).

En este momento, son pocos y quizá demasiado dispersos los actores sociales, (políticos, artistas, académicos, religiosos, periódicos, formadores de opinión) que alimentan un discurso de revitalización de los elementos de identidad patria y procuran enfrentar y neutralizar el discurso de negación histórica de la arremetida chavista.

Es urgente que los sectores humanistas del arte, la política y la intelectualidad, unan esfuerzos para enfrentar esta visión negacionista de la historia y la cultura, a efecto de trabajar juntos en la reconstrucción del edificio ideológico y espiritual de la patria, fundamentados en la solidaridad humana y no en otra cosa

Cabe señalar que este es casualmente, el talón de Aquiles del discurso chavista: No tiene concepto de Patria, no tiene sentido de solidaridad, no conoce la costarriqueñidad, es un discurso improvisado desde la ideología de un funcionario de tercera del Banco Mundial, que solo sabe servir a sus financistas y a unos cuantos empresarios.

El supuesto líder chavista no tiene las luces para generar un concepto de patria, mucho menos esa Tercera República, de la que habla. No tiene la consistencia ideológica y espiritual que eso requiere y esperamos, no la obtenga jamás.

El discurso chavista pretende haber abolido la historia, pero cuidemos que no nos robe nunca la misión sagrada y permanente de construir la patria, el futuro y la esperanza.

El filibustero William Walker huye ante la acción de las Repúblicas Centroamericanas lideradas por Costa Rica. Ilustra un momento heroico y luminoso de nuestra historia, pero hay muchos, la mayoría de ellos, anónimos.

El racismo inadvertido es indoloro

Por Bernardo Archer Moore
Cahuita

Tan indoloro que puede llevarnos a celebrarlo y a normalizar esa conducta, confundiéndose con gestos de aprecio o muestras de afecto.

Durante el auge de la política de desalojo del Estado costarricense en el Caribe (1950–1970), el abandono deliberado en infraestructura, educación, agricultura, industria y salud dejó a nuestras comunidades en el desamparo.

De allí nace el objetivo familiar afro costarricense de emigrar, y unido a la precariedad económica, relegó a un segundo plano la posibilidad de titular tierras.

Para familias que apenas lograban cubrir un alquiler de ¢300 colones al mes y un desayuno familiar de ¢75 colones —desglosado en ¢0.10 por azúcar, ¢0.15 por mantequilla y ¢0.50 por pan—, pagar los honorarios de un ingeniero topógrafo y un notario público para registrar una finca o parcela resultaba un sueño inalcanzable.

En ese contexto, muchas madres negras alentaban a sus hijos a emigrar como única vía para escapar del sufrimiento. Emigrar significaba esperanza: La posibilidad de sacar a la familia de la pobreza.

Así, ‘irse para triunfar’ (Leaving to succeed); se transformó en filosofía de vida, y cada hijo que partía era celebrado como un logro familiar.

Puedo dar testimonio de la celebración que compartieron mi difunta madre y sus vecinas el día en que llegó la carta anunciando que mi hermano mayor había logrado enlistarse en la Armada de los Estados Unidos, en plena época de la Guerra de Vietnam, durante la década de 1960.

Pero detrás de esa aparente celebración se escondía la herida: La migración forzada como respuesta a la exclusión y al racismo estructural.

Hoy, una de las armas más poderosas contra ese ‘racismo inadvertido’ es usar cada espacio para denunciarlo y generar conciencia: Desde el púlpito en la iglesia hasta las mesas de dominó en los patios, desde la palabra de los mayores hasta las conversaciones cotidianas en los porches de nuestras casas.

Porque el silencio nunca es neutral: El silencio siempre conduce al fracaso.

Conversatorio sobre Carmen Lyra abre ciclo “Voces de Paz y Memoria”

El Centro de Amigos para la Paz (CAP) realizará el primer conversatorio del ciclo Voces de Paz y Memoria, dedicado a rescatar la vida, obra y pensamiento de Carmen Lyra, figura clave en la historia cultural y política de Costa Rica.

La actividad se llevará a cabo el viernes 29 de agosto a las 6:00 p.m. en la sede del CAP, ubicada al costado oeste del Primer Circuito Judicial de San José, calle sin salida. La entrada es libre y abierta a todas las personas interesadas.

El tema central será Carmen Lyra: Palabra y Revolución. El espacio contará con la participación de:

  • Luis Enrique Arce Navarro, escritor y educador, quien abordará la obra literaria de Lyra.

  • Grace Prada, historiadora, quien analizará su trayectoria política.

Entre los ejes de conversación destacan la literatura como forma de insurrección, la educación popular vinculada con la justicia social, y el legado de Carmen Lyra en el feminismo, el comunismo y el exilio.

La organización informó que se compartirá café y pan durante el encuentro, e invitan a las personas asistentes a llevar comida para compartir. También se habilitará una mesa de libros con opción de trueque o compra.

El CAP invita a participar de esta noche de memoria y reflexión colectiva, sumando voces en torno a la herencia cultural y política de Carmen Lyra.