Pronunciamiento del Decanato del CIDE sobre los nuevos lineamientos de presentación personal en centros educativos
El Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE) de la Universidad Nacional llamó al Ministerio de Educación Pública (MEP) a priorizar el aprendizaje, la inclusión y la participación estudiantil en lugar del control de la apariencia personal. El pronunciamiento advierte que las sanciones por tatuajes, maquillaje o vestimenta pueden afectar la autoestima y la permanencia en las aulas, y subraya que la verdadera tarea educativa es formar en convivencia, respeto y pensamiento crítico.
El Decanato del Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE) de la Universidad Nacional (UNA), como instancia especializada en educación y pedagogía, manifiesta su posición respecto a los nuevos lineamientos del Ministerio de Educación Pública (MEP) relacionados con la presentación personal, el uso de tatuajes, maquillaje, piercings y otras expresiones de la apariencia estudiantil.
1. Sobre la finalidad educativa de la norma
Reconocemos el esfuerzo del MEP por unificar criterios nacionales que contribuyan a la equidad, la convivencia y la claridad normativa en los centros educativos. En efecto, la existencia de reglas claras y compartidas puede reducir arbitrariedades y favorecer un clima de respeto. Sin embargo, toda norma en el ámbito educativo debe estar orientada al aprendizaje y al desarrollo integral del estudiantado, no a la homogeneización de su identidad.
2. Evidencia internacional sobre el impacto educativo
La investigación pedagógica y comparada en países como Reino Unido, Japón, Sudáfrica, Chile y otros muestra que las regulaciones estrictas sobre vestimenta o apariencia no tienen efectos significativos en el rendimiento académico.
Estudios longitudinales demuestran que la presencia o ausencia de uniforme, maquillaje o tatuajes no mejora las calificaciones ni las pruebas estandarizadas.
En cambio, sí existe evidencia de que las sanciones relacionadas con la apariencia pueden afectar la asistencia, la autoestima y el sentido de pertenencia, generando exclusión y desmotivación.
Las experiencias internacionales más recientes se orientan a reducir las sanciones por apariencia, prevenir la discriminación capilar o cultural y favorecer la participación estudiantil en la definición de las normas.
Por ello, las normas no deberían centrarse en controlar el cuerpo o la imagen del estudiantado, sino en construir comunidades educativas donde se aprenda a convivir, a respetar la diversidad y a cuidar de sí y de los demás.
3. El enfoque formativo y participativo que el país necesita
Desde nuestra decanatura, enfatizamos que las escuelas y colegios deben ser espacios seguros, inclusivos y de paz, donde las normas sirvan para educar en responsabilidad y convivencia, no para restringir la expresión personal.
Los derechos de las niñas, niños y adolescentes —reconocidos por la Convención sobre los Derechos del Niño— implica el derecho a la participación en las decisiones que les afectan. Por tanto, consideramos esencial que las comunidades educativas participen activamente en la elaboración o actualización de sus normativas internas. Involucrar al estudiantado, al personal docente y a las familias fortalece la cohesión, la empatía y la comprensión de las normas como un acuerdo social, no como una imposición.
4. Llamado a la acción
Costa Rica enfrenta una crisis educativa profunda que requiere centrar todos los esfuerzos en mejorar la calidad del aprendizaje, la formación docente, la equidad y la permanencia estudiantil. El debate sobre la apariencia no puede desviar la atención de los problemas estructurales: rezago en comprensión lectora, escritura, competencias matemáticas, pensamiento crítico, abandono escolar, brechas de género y desigualdad territorial.
Desde el CIDE reafirmamos nuestro compromiso con una educación pública humanista, inclusiva y democrática, que eduque en el respeto, la diversidad y la libertad responsable. La construcción de comunidades de paz no depende del largo del cabello o del color de las uñas, sino de la capacidad de aprender juntos a dialogar, a cuidarnos y a convivir.
Educar para la paz y convivencia significa enseñar a pensar críticamente, a ejercer derechos y a convivir en la diferencia. Esa es la verdadera tarea de la educación costarricense en este momento histórico.

