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Etiqueta: Paola Valverde Alier

El festival que le canta al Cerro de Plata

Paola Valverde Alier

En julio se celebró la tercera edición del Festival Internacional de Poesía Tegussícanta, en la hermana república de Honduras, con la participación de poetas de trece países: Argentina, Chile, Venezuela, México, Cuba, España, Ecuador, Colombia, El Salvador, Guatemala, República Dominicana, Costa Rica y, por supuesto, Honduras. Este festival no solo rinde tributo a la poesía, sino también al abrazo. Es un sueño colectivo que comenzó a gestarse mucho antes de existir.

Tegucigalpa proviene del náhuatl Taguz-galpa o Teguz-galpa, es decir, “cerro de plata” (dato encontrado en diversas crónicas coloniales y estudios etimológicos). De noche seduce, de día atormenta. Es ciudad de caos y destiempo, de pequeñas joyas. Sus callecitas empinadas —que un día recibieron carretas—, sus puentes imponentes, sus muros despintados, el parque La Leona en lo alto de la capital, la ocupación urbana como una herida expuesta, el vestido de luces al caer la noche, el blanco de sus iglesias y la mística de sus pueblos: todo cuenta una historia.

Hace 18 años viajé a Honduras por primera vez y lo hice por amor. Antes de aterrizar vi aquel terreno quebrado, un cuerpo abierto con flores en sus grietas. El poeta hondureño Dennis Ávila me recibió en el aeropuerto Toncontín con una convicción tan plena que dos meses después nos casamos en Costa Rica, en el Parque Morazán. Dennis me llevó a recorrer la ciudad; lo primero fue el centro. Caminamos las angostas calzadas mientras me describía el paisaje con una mano hundida en mi cintura; nos besábamos en cada esquina. En medio del caos, la poesía saltaba en los rincones más inesperados. Esa noche fuimos a Café Paradiso, ahí conocí a Rigoberto Paredes, Anarella Vélez, Pepe Luis Quesada y una gran camada de poetas jóvenes que me adoptaron como hermana. Comprendí que Tegucigalpa tenía una atmósfera, una nostalgia, un ritmo. El clima era distinto a otras ciudades que había conocido, y me gustaba.

Sin despedirnos, partimos rumbo a Santa Lucía, a “La Cueva del Jaguar”, donde el Jaguar nos leyó el horóscopo maya y sentenció nuestra compatibilidad: Tijax. Teníamos veinticinco y veintidós años; toda la locura a bordo. Al día siguiente seguimos recorriendo la ruta minera hasta San Juancito, luego bajamos a Valle de Ángeles, e hicimos planes para llegar a Ojojona y Sabanagrande. En el parque de Ojojona soñé con un festival de poesía. Para entonces yo venía de organizar la primera lectura pública de privados de libertad que se llevó a cabo en San José, Costa Rica; tenía la emoción a flor de piel y como gestora cultural, imaginaba escenarios para lecturas en cada lugar que visitaba.

Ese sueño se concretó gracias a Otoniel Guevara, Karen Ayala y el equipo de producción de la Fundación La Chifurnia. Ellos también lo imaginaron y trabajaron para llevar la voz de los poetas a los pueblos de Tegucigalpa. No podía ser de otra manera: Otoniel, nacido en El Salvador y habitante de la poesía, es experto en tender puentes entre la palabra y la educación, gestionando y editando libros a bajo costo para que la poesía circule y llegue a todos. Quienes creemos en la poesía como herramienta de transformación social, y hemos participado en los encuentros liderados por Otoniel Guevara, sabemos que este trabajo se hace con las botas hundidas en el barro. Oto no busca lujos, sino dignidad y honestidad en todos sus proyectos.

Tegussícanta se vistió de gala con voces de Hispanoamérica. Waldo Leyva, Elvira Hernández, Guillermo Bianchi, Juan Garrido Salgado, Mané Zaldívar, Luz Mary Giraldo, Omar Ortiz Forero, Heidy Lorenzo, Liset Lantigua, María Ángeles Pérez López, Delia Quiñonez, Guadalupe Elizalde, José Antonio Domínguez, Javier Fuentes Vargas, Antonio Trujillo, Esmeralda Torres, Vielsi Arias Peraza y yo, fuimos los invitados internacionales de esta edición, dedicada al poeta hondureño Efraín López Nieto. El festival también contó con la participación de poetas hondureños del peso de Livio Ramírez, Tulio Galeas, Yadira Eguigure, Jairo Mejía, Dennis Ávila y Venus Ixchel Mejía, entre otros.

El encuentro recorrió distintas sedes y visitó varios de los pueblos coloniales antes mencionados, caracterizados por sus calles empedradas, tradición artesanal, arquitectura colonial y paisajes mineros atravesados por montañas y los icónicos pinos. También se visitaron institutos educativos, casas de la cultura, albergues infantiles y se promovieron encuentros íntimos donde los poetas conversamos sobre nuestros procesos creativos. Hubo lecturas frente al fuego, bajo la lluvia, y resistimos los cierres provocados por una reciente ola de Covid que golpeó al país. Porque la poesía es resiliencia.

Como quien quiere que el sueño perdure, la organización eligió el mágico pueblo de Cantarranas para el cierre. Músicos, mimos y actores en zancos recibieron al público. Después, en la plaza, tuvo lugar la última lectura, seguida de una visita a la Casa de la Cultura Municipal, con una importante muestra de esculturas de artistas locales. Cantarranas es célebre por sus murales y esculturas al aire libre, un lienzo abierto gracias a la visión del escritor y gestor cultural Edilberto Borjas.

El último destino fue Valle de Ángeles, con su parque alado, sus artesanías e identidad. Un pequeño pueblo que te envuelve en dulzura, como una rosquilla en miel.

Ahí nos dimos el abrazo final y prometimos volver a encontrarnos.

Larga vida a Tegussícanta y a todos los festivales (Los Confines, Xela, Turrialba y más) que abren el surco de las palabras para nuestra gran región centroamericana.

Dignidad poética y violencia cibernética: testimonio desde la palabra

Por Paola Valverde Alier

Escribo este texto con un propósito claro y necesario: denunciar un episodio de violencia simbólica y cibernética que trasciende lo personal y pone en evidencia una práctica ilegítima para el pensamiento crítico, la ética literaria y la integridad de los espacios culturales en Costa Rica.

El 30 de mayo de 2025 fui agredida, a través de las redes sociales de Facebook, por el poeta Ignacio Aru (José Ignacio Arias Ruiz). En una intervención pública, a propósito de un comentario propio al poeta Randall Roque —sin haberme dirigido a él ni provocar su reacción— Aru me respondió con un ataque verbal cargado de desprecio. Entre más de 25 personas que conformamos el “Movimiento Transparencia”, eligió señalarme directamente con expresiones denigrantes: “Paola Valverde, a usted el ácido le espumea hasta en las sienes”. Posteriormente: “usted ni con tres libros medianamente iguales se gana un premio. Debe ser frustrante, lo entiendo”.

¿Qué prácticas permitimos cuando toleramos este tipo de violencia simbólica y cibernética en nombre del accionar literario? ¿Qué implicaciones legales y éticas existen para una comunidad de escritores y lectores cuando la palabra se utiliza para lesionar y deslegitimar en lugar de construir y argumentar con presentación de hechos y pruebas? Estas preguntas no solo interpelan mi caso personal, sino el contexto más amplio del campo literario costarricense, en donde los premios, los afectos, las redes de poder y los silencios se entrelazan en formas que muchas veces excluyen, violentan y corrompen mediante padrinazgos.

No hablo desde el anonimato, ni desde el rencor. Denuncio desde una trayectoria de más de veinte años, construida con libros, talleres en cárceles y escuelas, acciones y compromiso con la poesía como oficio y forma de vida. Nunca he utilizado perfiles falsos, ni he manipulado los márgenes de legalidad de las bases de concursos literarios. Cada vez que he alzado la voz, lo he hecho de frente, con documentos en mano, con publicaciones reales, con registros verificables. La equidad le exige, a quien denuncia, hacerlo con la misma integridad.

En estos años he participado en concursos literarios porque representan una oportunidad, no una consigna. Por eso, he sido finalista, he obtenido menciones honoríficas y un premio. Todo ello bajo medidas éticas y profesionales. Mis libros existen. Están publicados. Tienen trayectoria editorial, crítica y lectora.

Lo que se espera de cualquier certamen literario financiado con fondos públicos es claridad en sus bases, transparencia en su aplicación y respeto a quienes compiten con honestidad. No es suficiente cumplir con la letra: también hay que sostener el espíritu ético de lo que hacemos. Y en eso, muchos de los que callan han fracasado. Si quienes escribimos desde la ética callamos, el campo será cada vez más hostil para quienes no aceptamos ni el amiguismo ni la humillación como norma.

Ignacio Aru no solo me insultó a través de un espacio cibernético público: desplegó un mecanismo de deslegitimación que apunta a una tendencia más amplia, la de castigar a quienes no callan, a quienes no se alinean con las redes de privilegio, a quienes creen que la poesía no se debe a los favores sino al lenguaje.

Escribo esto no para competir, sino para ejercer mi derecho a responder con dignidad y profundidad a un acto injusto. Porque si uno de los premios estatales más significativos que tenemos los escritores —el Aquileo J. Echeverría— se entrega en un entorno donde la trampa es tolerada y la denuncia es castigada, estamos frente a un problema estructural.

Siempre he trabajado por la poesía y lo seguiré haciendo. La palabra tiene historia. Y la historia tiene peso. Mi conclusión no es amarga, sino lógica: si permitimos que la agresión suplante al argumento, la literatura pierde su poder transformador y se vuelve arma para quienes se sienten impunes. Y eso, como comunidad, no lo podemos permitir.

Estoy donde está mi corazón. Y mi corazón está con la poesía que no negocia su dignidad.

Costa Rica, junio de 2025

SURCOS comparte la biografía de la escritora:

Paola Valverde Alier (Costa Rica 1984).

Poeta y gestora cultural. Dictó el taller literario del centro penal C.A.I. La Reforma (2002-2006). Fue productora general del Festival Internacional de Poesía de Costa Rica (2015-2016). En 2019, dentro del marco de la Feria del Libro de Costa Rica, fue directora de los encuentros Canto a la Semilla y Fuego Cruzado, organizados por la UNESCO y la Cooperación Española. Actualmente es productora general de las lecturas de poesía que se llevan a cabo en el Teatro Nacional de Costa Rica a través del movimiento Palabra y Punto. Ha publicado: La quinta esquina del cuadrilátero (Ed. Cartonera Tuanis, Costa Rica 2010, Ed. Arlekin, Costa Rica 2013, Ed. Lápices de Luna, España 2016 y Ed. Cartonera Tica, Costa Rica 2019 y Ed. Nueva York Poetry Press, EEUU 2025); Bartender (Ed. Perro Azul, Costa Rica 2015); Las Direcciones Estelares (Ed. Amargord, España 2017); Cuando florecen los cactus (Ed. Amargord, España 2019); El Entrenador de Palomas (Costa Rica, 2019); Yesca para el fuego (Ed. Perro Azul, Costa Rica 2024).