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Etiqueta: procesos sociales

ESOS OTROS CONFINAMIENTOS

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

La noche del 7 de octubre de 2007, al conocerse los resultados del referéndum que decidiría la incorporación de Costa Rica al Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, un grupo de personas asumió la tarima principal del movimiento del «No» y con consignas sobre no dejar morir los procesos sociales de participación y resistencia, sellaron hasta el día de hoy la respuesta desde abajo ante la agudeza y agresividad de la propuesta país desarrollada por los sectores más recalcitrantes del conservadurismo económico y social.

Esa noche sería premonitoria de una dinámica sin pausa, que ha sumido a los sectores sociales, a las poblaciones vulnerables particularmente en la más absoluta indefensión, por un lado, y por el otro, en la imposibilidad de volver a articular un proceso político organizado y robusto para hacer frente a los embates de la propuesta neoliberal en franco ascenso.

Apenas cuatro años antes de aquel evento, Costa Rica asistiría a la primera versión de una segunda ronda electoral en su vida política republicana, una de varias rupturas que su sistema político y democrático habría de experimentar durante los años venideros.

La alternabilidad en el juego electoral que mantuvo invariable los acuerdos de las cúpulas políticas costarricenses durante varias décadas, tuvo su límite al iniciar el presente siglo con la emergencia de nuevas propuestas o al menos de estructuras organizativas no pertenecientes en lo formal a esas cúpulas.

Luego vino el resto: la crisis de representación instalada en los últimos 25 años, la inercia y declive de los partidos políticos tradicionales y la irrupción de los partidos «franquicia» o «taxi» como propuestas orientadas única y exclusivamente a los procesos electorales, terminaron por revocar un modelo argumentado adentro y afuera como fortalecido, sólido y resistente a las fisuras.

Una de las señales inequívocas del tránsito hacia «nuevas normalidades» como es ya lugar común escuchar sobre la convivencia con los procesos sociosanitarios que llegaron para quedarse, ha sido sin lugar a dudas la persistencia del abstencionismo como la verdadera y genuina expresión política colectiva instalada en el país.

Durante años, esa cifra mostró niveles bajos que promediaban el 18%, porcentaje que presentó un salto significativo entre 1994 y 1998, cuando se instaló en un 30% para nunca más volver a bajar de esa cifra. Incluso, en las elecciones de primera ronda de febrero de 2022 se mostró el comportamiento más alto de la historia con un 40% de abstencionismo, cifra que aumentó incluso para la segunda ronda de abril, ubicándose entre los porcentajes mas bajos de participación de las cuatro segundas rondas desarrolladas en los últimos veinte años.

Hablar de causas de este fenómeno es llover sobre mojado. Ya el diagnóstico había sido elaborado años antes con el fenómeno del enojo como principal categoría. Lo que las contiendas electorales de 2018 y 2022 supusieron de novedoso, fue territorializar ese descontento en las costas y las comunidades periféricas, espacios de una geografía donde la desigualdad, la fragmentación y la exclusión han sido marcas registradas de ese modelo avasallador continuado en los últimos cuarenta años.

Con estos escenarios así dibujados, no es difícil imaginar la irrupción de un nuevo actor para quien los acuerdos de las élites políticas, las comodidades vallecentralinas y la apelación a un nosotros retórico y discursivo que no les alcanza, les resultan lejanos, equidistantes.

He insistido en que si hay algo que llegó para quedarse es justamente ese sujeto novedoso desde lo político y organizativo. Con tintes confesionales, ciertamente, desdeña la promesa de un sistema partidario obsoleto, vacío y cascarón y se enfrasca en la toma de decisiones desde sus territorialidades segregadas: en las provincias costeras el promedio de participación en la contienda electoral alcanzó apenas la mitad del electorado, dato que resulta consecuente con esas condiciones materiales y objetivas de existencia que ni el partido tradicional ni el progresista ha podido resolver.

Escribo esta reflexión sobre una suerte de confinamiento de los procesos de representación y participación, al tiempo que se van dibujando los trazos de una nueva administración que se pasea en la incertidumbre por su novedad y desempeño durante la recién campaña política.

Lo primero que hay que decir en clave analítica es que nos encontramos ante la irrupción de figuras que traducen en lenguaje sencillo y correcto, el desdén por la política y hacen suyo el juego del enojo colectivo. Lo asumen para sí. Con tanta estrategia de comunicación política de detalle, gestos, tonos, colores, que a la gente se le terminó de olvidar el fugaz paso de Rodrigo Chaves, el presidente electo, por la actual administración.

Lo segundo a considerar es que por razones obvias y que marcan el camino de los acuerdos de las elites locales, los interlocutores válidos para cualquier persona que asuma desde el punto de vista formal la presidencia del país, seguirán siendo esos grupos de presión que un día si y otro también golpean mesas y hablan fuerte para imponer sus tesis y sus agendas.

Los sectores sociales, valga decirlo, permanecen confinados e invisibilizados y sin músculo para acudir al golpeteo. Por sus propias debilidades y porque la indignación y la rabia son quizá procesados como anomia social, como antisistema, como desestabilización. Y ante esto, una democracia centenaria como la costarricense debe cerrar filas, construyendo consensos y acuerdos de cúpulas en los que sus figuras aparezcan como provenientes de otras trincheras, los outsiders que así se denominan.

Finalmente, la tesis de la figura fuerte que venía apareciendo en varios estudios de opinión pudo haber cristalizado en estas elecciones. Está por verse si discurso y práctica son la misma cosa y si Chaves, el presidente electo, es capaz de mantener esa tesitura rígida, fuerte, dura contra el establishment del que él mismo forma parte. Porque estamos claros en una cosa: un funcionario proveniente de organismos financieros internacionales no puede jamás denominarse a sí mismo como un outsider: es una contradicción hasta histórica.

Costa Rica se enrumba hacia una nueva normalidad, no solo en materia sociosanitaria, sino en las reglas del juego democrático y en la construcción de consensos. Se esperan tiempos complicados pero hay que habilitar espacios para hablarnos. Salir del confinamiento político y procurar nuevas experiencias colectivas, incluso ejerciendo el derecho a la voz, al grito, como lo ha planteado Jonh Holloway (2002) en su trabajo sobre los procesos de transformación que nos toca acompañar. La refundación es urgente. Necesaria.

LANZAMIENTO DE PRISMA LATINOAMERICA

Miguel Sobrado

Tras las huellas de Joaquín García Monge editor de la revista Repertorio Americano una de las tres revistas de más impacto en Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX.

Después de 50 años de trabajo académico, acompañado de la capacitación con organizaciones de autogestión comunales y productivas, que me hicieron recorrer parte importante del subcontinente latinoamericano, e incluso de África del Sur, he considerado emprender una acción de divulgación sobre las experiencias exitosas, que rompen los esquemas deterministas del atraso de la región por su naturaleza y enfoque de naturaleza sistémica. Necesitamos empezar a cambiar nuestra visión centrada solo en la corrupción de los políticos, dejando de lado su origen en un sistema institucional que por su naturaleza estimula y reproduce la corrupción.

Herencia histórica

En primer lugar, desde su génesis los estados latinoamericanos, aunque se denominan repúblicas, han sido excluyentes de muy amplios sectores de la población. Lo que ha restringido el juego de pesos y contrapesos requerido para la vida democrática y creado el clima para un capitalismo de amiguetes. Hecho que coloca a los grupos que operan con los “dados cargados” por encima del interés público.

Dentro de este contexto predomina la visión que los problemas del mal gobierno se deben a la falta de ética de sus gobernantes. Y de ahí se deriva que cambiando los gobernantes corruptos por otros honestos todo se transforma. No obstante, cuando se da la rotación y llegan los portadores del cambio, esto no sucede. Debido, por una parte, a que existe un desequilibrio por la exclusión del acceso a los recursos y a las oportunidades educativas de amplios sectores. Y por otra, como corolario de la primera por no existir un eje o proyecto nación que articule el sistema.

La discusión política, en este contexto, se centra en las personas y el control se orienta hacia ellas y los procedimientos y no hacia los resultados. Creándose un clima donde la corrupción e impunidad corren parejas, debilitando el Estado de derecho la confianza ciudadana y creando frustración y desesperación.

Se trata de un problema sistémico, que requiere de soluciones sistémicas. Soluciones que no dependan solo de las virtudes de las personas, sino de un proyecto democratizador e incluyente que apodere a las comunidades colocando el interés público adelante. Un proyecto que opere bajo los principios del control de resultados con responsabilidad personal; cerrándole espacio a la impunidad; que genere círculos virtuosos garantizados por los resultados obtenidos por la organización y participación de la gente.

Las políticas públicas, en este contexto, deben cumplir un papel estratégico en la inclusión social y en la construcción de nuevos pesos y contrapesos que permitan progresivamente el cambio de un sistema patrimonialista excluyente a uno incluyente y en armonía con la naturaleza. Pero los resultados de éstas dependen de como se incorpore a la gente.

La visión individualista, asistencial y clientelista y degrada la política social.

El problema de los desaciertos en las actuales políticas públicas radica en que no considera la participación de los excluidos en el desarrollo, sino que los ve como perdedores a los que hay que llevar de la mano como si fueran niños. Esta es la visión predominante congruente con las relaciones políticas clientelistas y el enfoque asistencial de los técnicos institucionales. Configurando una trilogía del atraso con las organizaciones “populares” clientelistas, carentes de propuestas de transformación, que se contentan con algunas migajas para mantener su cuota de poder.

La visión sistémica y la inclusión a través de la organización

Los proyectos exitosos impulsados por dirigentes latinoamericanos, que transforman las realidades, se salen de este esquema. Proponen la organización autónoma y liberan la creatividad de las comunidades Esta es la diferencia fundamental, se salen de la visión pasiva negativa, incluyendo a los excluidos en la solución de sus problemas en la participación con la organización autónoma de los proyectos.

Existen ejemplos en múltiples campos entre los que se destacan la salud, la educación, capacitación e integración de los saberes ancestrales con la nueva tecnología. Cada una tiene su historia, pero todas han actuado rompiendo círculos viciosos.

Cabe destacar la del Hospital sin Paredes en la Costa Rica rural de los años 70 del siglo pasado, donde se dejó de lado la medicina como una actividad curativa de especialistas y se centró la acción en la salud como como algo integral donde influía el medio ambiente, la infraestructura, la organización económica y social. El logro de la salud en la región atendida por el Hospital se dio gracias a la salida de los médicos de las paredes de los hospitales para integrar a las comunidades en una sola organización por la salud. Esta experiencia, un gran orgullo nacional, contribuyó a transformar la visión mundial de la salud en la conferencia de Alma Ata en 1978, y a la reorientación del sistema de salud nacional, hoy ejemplar en la región.

La educación, por su parte, una actividad vital en la formación de las sociedades contemporáneas en proceso de transformación, no puede verse como ha sido hasta el momento, una tarea, limitada al ámbito institucional. La educación formal, informal o técnica; es una función que trasciende a las aulas y desciende a las comunidades organizadas. Debe estar enraizada en cada realidad, de acuerdo a las necesidades y el nivel educativo de su población, pero conectada y actualizada a las mejores prácticas internacionales.

La producción de alimentos no puede medirse solo por la productividad inmediata, sino que debe ser sostenible para las próximas generaciones y con el ambiente. En este sentido debe liberarse de prejuicios tecnocráticos y estar abierta a incorporar las mejores prácticas desarrolladas por las culturas originales.

Todas estas experiencias han tenido como elemento común un enfoque sistémico que incluye y arraiga a las comunidades y grupos organizados con autonomía, en la solución de sus problemas.

Han sabido “frotar la botella del genio” para que aparezca y se incorporen con fuerza las comunidades y grupos organizados, haciendo tareas que parecían imposibles para gente sencilla.

Sobre estas experiencias no solo existen evidencias de que existen inmensas capacidades “dormidas” que se activan con la organización en condiciones de autonomía sino que se ha configurado un método de capacitación masiva que permite reproducir las experiencias.

Se parte eso sí de un enfoque que cree en el potencial de la gente adulta y que estimula la autonomía y la capacitación en organización como elemento de poder.

Pienso, basado en estas experiencias que existen senderos de esperanza, consolidados en las mejores prácticas y experiencias que demuestran que otro desarrollo inclusivo con la población y amistoso con la naturaleza es posible.

PRISMA LATINOAMERICA ha preparado varios videos para difundir las mejores prácticas y algunas de las malas. Arranca desde Costa Rica pero con invitados virtuales de México, Colombia, Uruguay, Panamá, Honduras y Gran Bretaña.

Un listado de estos videos se encuentra en la página de “Prisma Latinoamérica” en YouTube para estimular la acción de las nuevas generaciones hacia una visión sistémica que se centre en la inclusión social y la organización autónoma no clientelista de las comunidades.

Desescalar la investigación social: enunciación y cuido

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Sobrepasamos ya algo más de un año desde que la Organización Mundial de Salud declarara el estado de pandemia. Entre olas, confinamientos, cierres de fronteras, hallazgos de la ciencia, vacunaciones, sistemas de salud exhaustos y combativos, se han develado certezas e incertidumbres sobre las dimensiones humanas que fueron falseadas, las preguntas sobre la construcción social de los afectos las solidaridades, las cercanías.

A la ciencia en su sentido más amplio se le ha demandado consecuencia: respuesta, exactitud, prontitud, pertinencia. Ha respondido desde todas las posibilidades y recursos disponibles.

Sin embargo, no debemos dejar de cuesitonarnos justamente por las condiciones de quiénes hacen ciencia en medio de la pandemia. ¿Que ha pasado con sus vidas? ¿Su subjetividad?

¿Sus redes de apoyo y acompañamiento? ¿Han tenido pérdidas cercanas? ¿Cómo enfrentan el dolor, el miedo? ¿Qué estrategias han diseñado para seguir adelante?

Junto a esas interrogantes sobre las personas y sus entornos, discusiones muy pertinentes y oportunas empiezan a referenciar lo que metafóricamente llamaríamos “desescalar” los acercamientos que se habían venido formulando para profundizar los distintos campos de conocimiento vinculados con el quehacer disciplinario, interdisciplinario y transdisciplinario en las ciencias sociales.

En este sentido: ¿es posible seguir con las mismas preguntas y las mismas metodologías de la denominada “normalidad” como si los procesos sociales y las subjetividades no hubieran experimentado ellos mismos cambios e impactos evidentes producto de la contingencia?

En el recién pasado congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) denominado “Crisis global, desigualdades y centralidad de la vida”, se discutieron y analizaron varios temas sobre la implicación de la investigación social en el periodo actual.

Entre las reflexiones compartidas destaca el dossier «Desafíos éticos de la investigación social en tiempos de pandemia (parte 2)», en el que las investigadoras de FLACSO Ecuador Tatiana Jiménez Arrobo y Vanessa Beltrán Conejo invitan a considerar los desafíos metodológicos del estudio de los procesos sociales en tiempos de excepcionalidad.

Hablan, desde su rol como investigadoras feministas, sobre la necesidad de “politizar la investigación” en el sentido de implicarse en el ejercicio de la mirada más allá del campo objetivo de los temas y objetos de investigación.

En sus palabras, lo anterior significa politizar las dimensiones subjetivas de quienes se colocan, en los procesos de investigación, como investigadores e investigadoras, porque ellos mismos, ellas mismas, están atravesados por miedos, preguntas, condiciones materiales y de salud tanto física como emocional, que intervienen en sus dinámicas como personas y como investigadoras.

He venido insistiendo en este y otros espacios, en la necesidad de hacer consciente el ejercicio de detenerse y respirar. Es decir, replantearse las formas de trabajo, las prácticas y hasta las propias discursividades, atravesadas como están por las lógicas de poder.

Esta actitud de “restablecernos” es la que proponen Jiménez y Beltrán acerca de considerar el lugar de la enunciación de quien investiga:

“Antes de la pandemia, ninguna de nosotras creía que el cuidado de sí era un elemento central en el diseño de nuestras investigaciones. Lo entendíamos como un privilegio de clase, asociado a procesos de reflexión poco comprometidos con la transformación social. Frente al riesgo de enfermedad, el aumento de las muertes por coronavirus, y el dolor generalizado que conlleva enfrentar la pérdida de seres queridos por pandemia, comprendimos que las preguntas en torno a los cuidados, la responsabilidad y el apego a principios éticos en nuestro proceso de reflexión eran, más que un privilegio, una necesidad. Fue en función de esas preocupaciones y lineamientos que ajustamos nuestras estrategias metodológicas y buscamos nuevas rutas para enfrentar las preguntas que nos habíamos planteado” (2021, 19).

Desescalar la investigación social no solo implica desprogramar lo andado y volcar la mirada a la nuevas realidades y necesidades producidas por la contingencia y la disrupción. Obliga afinar el sentido para situar las desigualdades de clase, género, nacionalidad y espacialidad como rasgos esenciales de una investigación al servicio de los sectores más vulnerables y excluidos.

Pero también señala el camino para considerar la propia subjetividad de quien investiga, acompañarle en el cuido y la escucha. Es esencial dar este paso para afrontar lo que sigue. Desde otras formas y posibilidades. Más cercanas a una ética del cuido y una política del afecto. Es esencial y necesario.

 

Imagen principal: Ilustración de la portada del libro «Emociones, afectos y sociología. Diálogos desde la investigación social y la interdisciplina». (2016). UNAM.