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Etiqueta: Tapón del Darién

La fragilidad de una política dura

Por Memo Acuña. Sociólogo y escritor costarricense

En las últimas semanas ha sido notable el aumento de la migración en tránsito por la región centroamericana. Particularmente en Costa Rica es notorio que el volumen de personas en contextos de movilidad ha aumentado, particularmente las provenientes de un país como Venezuela, que ha entrado en una crisis sociopolítica aún sin resolverse.

Este proceso ha coincidido con la entrada en vigencia de un acuerdo migratorio entre Estados Unidos y Panamá en el cual básicamente se dota con recursos económicos al gobierno panameño para implementar una política de deportaciones “instantáneas y express” a quienes sean detenidos cruzando el inexpugnable Tapón del Darién.

En los últimos días los primeros grupos de migrantes detenidos ya fueron puestos en vuelos directos, pagados por este acuerdo migratorio, un “memorándum de entendimiento para el abordaje de la migración ilegal” (SIC) para su deportación hacia países como Colombia y Venezuela.

Una vez más, la circunstancia humanitaria es vista desde un prisma securitario. No debe obviarse el contexto político que circunda Estados Unidos en esta época preelectoral, en la que el tema migratorio funge como una puerta de atracción de votantes desafectos con la llegada de migrantes a aquel país.

La migración no ha sido detenida con este tipo de acuerdos. El endurecimiento de las políticas no ha logrado erradicar las razones estructurales y contingentes de la movilidad humana.

Entonces termina convirtiéndose en una acción fallida y frágil, que lo único que logrará es aumentar los riesgos y las vulnerabilidades para quienes ven en la movilidad, una respuesta a sus necesidades de sobrevivencia.

Fronteras contenidas: La sinrazón en Darién

Por Memo Acuña. Sociólogo y escritor costarricense

Dice Wendy Brown en su ya clásico texto “Estados Amurallados, soberanías en declive” que cuando los Estados nación erigen nuevos muros y fortifican sus fronteras, están paradójicamente mostrando el debilitamiento de la soberanía estatal que a su vez lleva a una tendencia en aumento por levantarlos, mostrar con evidencia material que, pese a que la soberanía ha sido de alguna manera falseada, el poder puede ser mostrado de alguna manera.

Esta propuesta es quizá la idea central de todo el debate propuesto por Brown hace ya sus años. El amurallamiento continúa representando, para mi gusto, la peor versión del miedo de los Estados ante los otros y las otras e implica, entre otras cosas, una acción directa contra sus cuerpos y sus subjetividades.

Hasta hace algún tiempo, la frontera entre Panamá y Colombia constituía apenas una referencia en aspectos migratorios. Eran otras las fronteras calientes, como las denominó en su momento la geografía política, en el marco de los procesos de contención de las movilidades humanas como consecuencia de la Pandemia instalada a nivel global en el año 2020.

Entonces en la narrativa fronteriza regional la frontera norte (México-Estados Unidos y aún la frontera México-Guatemala) constituían una referencialidad obligada en los temas de movilidad humana, seguridad y gestión de los flujos migratorios.

Al promediar la segunda década de este siglo, empezó a ser notable el aumento del tránsito de personas provenientes de países fuera de nuestro continente. La literatura especializada y la prensa los denominó entonces “extracontinentales”, aunque dicha categoría para mi gusto jerarquizaba a quienes podrían ser considerados “de afuera” con relación a los legítimos ciudadanos de los Estados de tránsito.

Este flujo, dicho sea de paso, utilizaba el Tapón del Darién, la frontera natural entre Panamá y Colombia, dada la ausencia de controles, pese a la peligrosidad que representaba el tránsito desde el punto de vista natural y la acción de actores irregulares como los grupos vinculados al narcotráfico y al negocio de las armas.

En la actualidad, este paso ha adquirido un nivel mayor de complejidad dada la intensidad adquirida por los flujos provenientes del sur (particularmente Venezuela) y otros países de la región y de fuera de ella, que han asumido el tránsito por allí a pesar de los riesgos.

Tanta ha sido la complejidad que los gobiernos de Panamá y Estados Unidos firmaron un acuerdo para “regular la migración irregular” y detener el flujo. Esta acción gubernamental ha sido respalda por una intervención “in situ”, al empezar esta semana a ser cercada y alambrada buena parte de la extensión de esta frontera natural.

El presidente panameño recién estrenado en su cargo, José Raúl Mulino, había adelantado su perspectiva relacionada con la migración cuando estaba en campaña. La ha puesto en funcionamiento, continuando una “sin razón” en el resguardo de fronteras, basando su enfoque en el esquema securitario instalado por el Departamento de Estado y poniendo en riesgo los cuerpos de quienes cruzan todos los días ese espacio -no lugar- como única vía posible para tener un proyecto de vida digno.

Las ideas de Wendy Brown persisten lamentablemente y el nerviosismo de los estados los hace incurrir en sin razones que percuten directamente en las subjetividades que se movilizan. Esperemos que la alambrada y la cerca no cobre vidas humanas y sean removidas como un necesario acto humanitario.

Al menos yo aguardo cierta esperanza.

¿Turismo? ¿de aventura? *

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En la gran empresa líquida que somos, que nos hemos convertido, el idilio con la naturaleza y la apariencia de una convivencia “pacífica” y armoniosa con el entorno mientras se le transgrede, asalta y violenta de muchas maneras, es una constante.

No somos para nada asertivos. Porque aún asumimos el androcentrismo como razón instrumental para relacionarnos con lo que nos rodea. Porque la naturaleza es ella y el hombre requiere aún, dominarla. Somos invasivos con la naturaleza y los cuerpos de los otros.

Senderos, caminatas, fotografías de pájaros, cataratas, arroyos, sitios vírgenes, todo ha quedado subsumido ante esa necesidad de invadirlo, de descubrir el último lugar del mundo en el que está civilización de la barbarie y las pandemias, se ha convertido, nos hemos convertido.

Mientras usted lee esta reflexión con la que he iniciado la columna semanal, una familia del sur del continente o bien de lugares distantes como China o Nepal, cruza literalmente para salvar sus vidas y las de los suyos, las impenetrables murallas naturales y violentas del Tapón del Darién, esa frontera inexpugnable entre Colombia y Panamá, que ha adquirido carácter sexy para los medios de comunicación, debido a su reciente descubrimiento como nota informativa y sucesera.

Al tiempo que esa familia china, nepalí, venezolana intenta cruzar y saldar los riesgos y peligros naturales y del crimen organizado que merodean los 100 kilómetros que componen ese “no lugar”, un grupo de turistas guiados por la empresa alemana “Wandermut”, a la que habrán desembolsado 3.600 euros más el tiquete aéreo para ser traslados “a la selva”, tienen su experiencia excitante y exótica de internarse en las fauces de ese infierno.

A pocos metros del drama. Realmente pocos.

Traducido al español como la aventura senderista, Wandermut es una muestra más de ese sinsentido naturista y posmoderno que nos caracteriza como la civilización que cerró la puerta y apagó la luz, antes de acabar para siempre con la vida en el planeta.

El artículo, del cual extraigo algunos elementos para escribir esta columna, no deja de sorprenderme: si a un turista de estos, amante de la aventura y el senderismo posmo le llegara a pasar algo, podría tranquilamente en medio de la selva sacar su teléfono satelital y llamar un helicóptero de rescate para que baje en su auxilio.

En lo que llevamos de este extraño 2023 más de 240.000 mil personas migrantes han cruzado esa frontera, exponiéndose a los peligros y las constantes vejaciones que les produce el crimen organizado y la delincuencia transnacional, que ha hecho suyos esos territorios.

Para ellos, los migrantes, no hay satélite ni helicóptero posible. Ni siquiera imaginar un rescate al estilo Hollywood.

En días pasados el dato que se conocía era demoledor: este año, según la agencia de Naciones Unidas para la infancia (UNICEF), se han roto todos los récords de tránsito de niños, niñas y adolescentes por la zona: 40.000 han cruzado y la cifra tiende a ir en aumento.

En un artículo de pronta publicación, trabajo una idea acerca de la espectacularización insidiosa de las migraciones internacionales, al ser expuestos los miles de migrantes africanos que llegan a las costas mediterráneas por el lente irrespetuoso del turista que obtura la cámara de su teléfono, para subirla rápidamente a sus redes sociales. Hay ahí una odiosa mirada colonial, racial y desigual.

Me parece que algo de humanidad debemos mostrar ante estos hechos. Recorrer los senderos que tenemos a nivel interno, donde está alojado ese espíritu que requiere sanarse.

Esos son los caminos más urgentes de explorar y aventurar. A la naturaleza y los migrantes: ¡dejémoslos de una buena vez en paz!

* Ideas en borrador sobre un artículo compartido hace pocos días en una red de académicos, académicas y activistas de la migración de toda América Latina, con quiénes en ocasiones comparto algunas reflexiones. El artículo puede ser consultado en: https://latinoamerica21.com/es/migracion-se-puede-hacer-turismo-en-el-infierno/

El tapón del Darién: una odisea para miles de personas

Una travesía de miles de personas hacia una nueva vida

Todos los inmigrantes de América del Sur que quieren llegar a Estados Unidos tienen que pasar por el tapón del Darién. Al llegar a la frontera entre Colombia y Panamá la carretera se termina y empieza el Darién, una odisea de kilómetros de jungla.

Según las autoridades panameñas, en 2021 más de 130.000 personas hicieron la ruta, de los cuales 19.000 eran niños. Muchos de los inmigrantes que se aventuran a hacer la ruta es porque al ser inmigrantes ilegales en países de América del sur tienen el temor de ser deportados a sus países de origen así que la única salida es cruzar la selva para hacer camino hacia Estados Unidos.

Necoclí: campamentos improvisados

La travesía empieza en Necoclí, un paraje a las orillas del mar caribe es un lugar donde llegan un sin fin de viajeros que buscan un fin de semana de cócteles, arena y sol. Pero también es donde se juntan inmigrantes de todo el planeta. En el puerto de Necoclí se han llegado a juntar hasta 15.000 inmigrantes, una cifra muy alta para un lugar que no cuenta con la infraestructura para acoger tal cantidad de visitantes, de modo que se arman campamentos improvisados en las playas y allí se instalan durante semanas a la espera de un cupo en uno de los barcos que les llevará desde Necoclí hasta el otro lado del golfo, Capurganá.

Los campamentos en Necoclí son insalubres, no hay baños ni duchas y muchos migrantes tienen que dormir a la intemperie. En dicho entorno las enfermedades se propagan con mayor facilidad, las autoridades han alertado de posibles brotes de sarampión. En el puerto la desesperación por conseguir un puesto en los barcos va creciendo y juntándose con el desgaste mental y el cansancio físico. Muchas familias tienen que esperar su turno durante horas, algunas improvisan morrales de montaña mientras que otros utilizan bolsas de plástico para llevar el poco equipaje que llevan encima. Pegan sus nombres en los empaques para evitar confusiones, llevan lo imprescindible para empezar una nueva vida en otro lugar.

Capurganá: la jungla más salvaje

Pese a la pobreza del lugar, algunos migrantes consiguen comida gracias a colectas de la iglesia católica en sus parroquias, los fieles aportan alimentos para quienes lo necesiten. Cabe destacar que en muchos casos existe la barrera del idioma, la mayoría de migrantes de países como Haití habla creole, aun así buscan la forma de poderse entender.

Llegados al barco que les transportará hasta Panamá, muchos migrantes no saben que la travesía suele durar de promedio una semana. Según las autoridades de Panamá en 2021 más de 50 niños hicieron la ruta solos en la jungla del Darién. Los migrantes que cruzan la selva a parte de las dificultades del terreno deben superar asaltos, extorsiones y las mujeres a menudo violaciones, en 2021 se reportaron 88 casos de violaciones. En los barcos se juntan dos realidades muy distintas, turistas que vienen a disfrutar de las playas del Caribe y migrantes refugiados que llegan a pagar más del doble por el mismo viaje.

En Capugnará la situación no es fácil, el municipio ha perdido gran parte de su atractivo turístico por los migrantes. En la entrada a la selva, algunos caminos ecológicos eran lugares de interés turístico que ahora se han convertido en entradas clandestinas al Tapón del Darién.

Pese a que las autoridades constataron unos 50 cadáveres en el Darién, los testimonios de los migrantes apuntan a que la cifra podría ser mucho más elevada. La complejidad de la ruta hace que muchos de los migrantes dejen parte de sus pertenencias como ropa en medio de la ruta.

América Central: las dificultades continúan

Tras el Tapón del Darién empieza América Central, donde los migrantes encaran la extorsión de sistemas policiales corruptos, los riesgos de las bandas narcotraficantes y de las pandillas criminales como la mara Salvatrucha.

Entrada a México: llega la frontera burocrática

Los afortunados al llegar a Tapachula, en la frontera entre Guatemala y México, ahora tendrán que afrontar otro problema, la burocracia. México exige visa a los migrantes para poder continuar su viaje en dirección al norte. A la espera del documento, algunos se quedan varados a la espera durante meses. Para conseguir preferencia en la constitución de la visa las autoridades llegan a pedir más de 1.000 dólares.

Frontera con Estados Unidos: saltar hacia una nueva vida

Una vez llegados a la frontera con Estados Unidos los migrantes deben encontrar la forma de superar el muro fronterizo de Estados Unidos con México, además de no ser increpados por las autoridades estadounidenses. Los que lo consiguen se convierten en inmigrantes ilegales que tendrán que luchar para que su nueva vida pueda ser mejor a la de su duro pasado.

El Tapón del Darién no es un problema ajeno

La problemática que se vive en la frontera con Estados Unidos no es la única en el mundo, también existe la de Europa y los problemas con los movimientos migratorios son un fenómeno global, por ejemplo en Myanmar existe la persecución al pueblo Rohingya, el cual tiene que vivir en las montañas en viviendas sin acceso a servicios básicos sin agua. Los alimentos y los recursos energéticos son inasumibles para miles de personas, los ingresos se reducen y los costes como el precio de la luz (para los que consiguen acceso) se multiplican para esas familias alejadas en la precariedad.

De todos modos, también hay que plantearse una serie de cuestiones para abordar la problemática: ¿Cómo pueden los países receptores coordinar con los emisores de migrantes para amortiguar el fenómeno? ¿Pueden los ciudadanos apoyar de algún modo a los refugiados más allá de la gestión de las autoridades? Y por último ¿debemos permitir que en pleno siglo XXI ocurran este tipo tragedias como la del Tapón del Darién?

Fuente: https://www.companias-de-luz.com/noticias/el-tapon-del-darien-una-odisea-para-miles-de-personas/

JUAN

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Su cuerpo muestra cierto rictus de dolor y cansancio. Nos comunicamos en un inglés claramente básico; entablamos una corta conversación en la que me explica que proviene de Nepal y que ha perdido la cuenta de los días y semanas que le ha tomado caminar desde que entró a Latinoamérica, no recuerda si por Ecuador o Brasil.

Estamos en las instalaciones provistas por el Estado panameño para atender a las personas migrantes en tránsito. Esa atención, valga decirlo, consiste en una rápida gestión que permita a «Juan» y otras personas como él, continuar su camino a su destino final: Estados Unidos. Son una especie de albergues que a la postre se convierten en sitios de detención mientras se define la situación migratoria de las personas que allí se encuentran.

Es 2011 y participo de un equipo de investigación que realiza un estudio regional sobre los determinantes que explican y caracterizan las movilidades denominadas en ese momento, como ahora, “extracontinentales”, conformadas por personas provenientes de varios países de África y Asia. Me corresponde estudiar el contexto panameño como principal puerta de entrada entre Sur y Centroamérica para estos grupos.

En cierto momento pregunto a «Juan» por el tránsito entre Colombia y Panamá, esa región mitológica, inexpugnable, denominada Tapón del Darién. Su rostro, ya de por sí marcado por meses interminables de viaje e incertidumbre, se desencaja por completo.

Me explica, haciendo un sobre esfuerzo, que jamás hubiera pensado salir de allí con vida. “Me entrego”, me cuenta que dice a los oficiales de migración panameños cuando les ve a la distancia. Recuerda en frente mío la seña que hizo con sus manos para que le colocaran las esposas. Siente que ya no puede más.

Este testimonio, por cierto, fue trabajado como crónica en nuestras reflexiones sobre las migraciones regionales publicado por Editorial Amargord (España, 2019) y sobre el cual hemos venido reflexionando durante estos años tanto desde la literatura como el ejercicio. Denominamos «Juan» a esta biografía, como una forma de apalabrar la cercanía con esa, su historia.

Hablar de Darién es hacer referencia a una frontera poco aquilatada en los análisis regionales, quizá por el peso y la importancia que tiene para las movilidades humanas la parte norte entre Mexico y Guatemala y porque las referencias mediáticas siempre van a acudir al discurso de crisis y no al de las subjetividades.

Por esa región peligrosa y riesgosa han transitado en los últimos 12 años cerca de 160.000 personas migrantes de varias nacionalidades según algunos acercamientos periodísticos. Recientemente se ha observado el aumento de la presencia de personas chilenas en los grupos migrantes pasando por allí. Deben superar la densa selva, animales peligrosos y la acción de actores del crimen que controlan parte de los territorios.

Al tiempo que se escribe esta nota, se conoce del proceso de tránsito de cerca de 10.000 personas ahora conformadas por grupos mixtos provenientes de África, Asia, Cuba, Venezuela y Haití. Este último país, desgarrado por conflictos políticos, pobreza y, por si fuera poco, la acción devastadora de dos terremotos con 11 años de diferencia.

Hace 10 años «Juan» recordaba con drama el paso por Darién, una región selvática de más de 575.000 hectáreas donde ya para entonces la acción de esos actores irregulares había empezado a cobrarse la vida de cientos de migrantes. El número de personas desaparecidas en esa zona es indeterminado, aún al día de hoy. Lo que no es indeterminado son los relatos acerca de personas fallecidas, cuerpos ya irreconocibles que los migrantes en tránsito van sorteando, dejando en el camino en esa frondosa región del planeta.

En estos tiempos en que la movilidad ha quedado confinada desde lo formal, las rutas, boquetes y caminos no oficiales han continuado su funcionalidad para las necesidades de miles de personas que ven en la migración, una estrategia para seguir viviendo.

No sabemos el destino de «Juan». No conocemos si habrá logrado su propósito. Pero estamos seguros de que cualquier cosa distinta a sus recuerdos sobre el paso por el Tampón del Darién significó una luz en su camino.

Conozcamos esas otras realidades sobre el paso incesante de personas por nuestra región centroamericana. Asumamos sus pies. Caminemos con ellos.

 

Imagen: https://www.unicef.org/lac/comunicados-prensa/quince-veces-mas-ninos-y-ninas-cruzan-la-selva-de-panama-hacia-estados-unidos