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Etiqueta: Ucrania

La Matrioshka Fecunda

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El presidente del Partido Liberación Nacional ha expresado su repudio hacia el presidente ruso, Vladimir Putin, en un artículo que parece estar impulsado más por la emoción que por un análisis objetivo. Sin embargo, es importante señalar que el artículo carece de fundamentos sólidos en cuanto a su crítica hacia Putin y su administración.

En vez de presentar argumentos razonados, el artículo parece estar impulsado por sentimientos negativos hacia Putin, lo cual resta credibilidad a las opiniones expresadas. Además, parece evidente una falta de comprensión de los complejos asuntos geopolíticos que rodean a Rusia, particularmente en relación con el conflicto en Ucrania y la posición de la OTAN y Estados Unidos. Hubiese sido más constructivo que el presidente del Partido Liberación Nacional ofreciera argumentos fundamentados y análisis profundos sobre la situación en Rusia y sus relaciones internacionales. Esto permitiría un debate más enriquecedor y productivo sobre estos temas importantes.

En su reciente comparación entre Rusia y países como Nicaragua o Venezuela, el señor parece hacer una asociación superficial que solo encuentra sentido en un contexto arraigado en mentalidades de la Guerra Fría. Sin embargo, es importante considerar varios aspectos que invalidan esta comparación. Es importante desmitificar la idea de que Rusia y su presidente, Vladimir Putin, representan una continuidad con la era comunista. Primero, es un error asumir que Rusia es una continuación de la Unión Soviética. Putin y su partido, Rusia Unida, se identifican más con una ideología de centro-derecha, en contraste con el pasado comunista del país. De hecho, si buscamos equivalencias en el espectro político costarricense, podríamos comparar a Rusia Unida con partidos de derecha como el PUSC, históricamente conservador.

En segundo lugar, Rusia posee una historia rica y compleja que abarca más de 800 años, lo que la distingue profundamente en términos de cultura, tradición y pensamiento político respecto al enfoque occidental e imaginario al cual el señor hace referencia. Este contexto histórico único de Rusia no se puede subestimar al evaluar sus políticas y acciones actuales. Por otro lado, es crucial reconocer el papel de Rusia como una potencia mundial que está forjando un camino alternativo en el escenario internacional junto con China. Este camino desafía el tradicional orden unipolar basado en la hegemonía estadounidense y europea, que es el verdadero tema de fondo de esta triste guerra en suelo ucraniano, lo que añade una capa adicional de complejidad a cualquier comparación simplista con países latinoamericanos y sus coyunturas internas.

En tercer lugar, es importante examinar los indicadores de desarrollo y calidad de vida al evaluar la posición de Rusia en relación con países como Nicaragua y Venezuela. En términos del PIB, Rusia, con una economía de mercado y abierta, supera significativamente a ambos países, con cifras que reflejan una economía mucho más robusta, abierta al mundo y diversificada. Por ejemplo, el PIB ruso en 2022, según datos del Banco Mundial, fue de $2,240 billones, mientras en Nicaragua y Venezuela, los valores son considerablemente menores; $15,7 y $482,4 billones, respectivamente.

Es evidente que, al comparar estos aspectos económicos, sociales y políticos, se revela la inadecuación de equiparar a Rusia con Nicaragua o Venezuela. Tal comparación no solo carece de fundamento en términos históricos y culturales, sino que también pasa por alto las diferencias significativas en términos de desarrollo y posicionamiento geopolítico de estos países. Es fundamental reconocer las diferencias contextuales, así como los matices inherentes a los procesos electorales en Rusia, Nicaragua y Venezuela. Si bien es cierto que existen críticas y preocupaciones legítimas sobre la transparencia y la democracia en todos estos países, es necesario abordar cada caso con un análisis detallado y contextualizado.

Mi reciente participación en febrero pasado en el Congreso Mundial de la Multipolaridad en Rusia, donde tuve la oportunidad de interactuar con una amplia gama de colegas de más de 130 países, me permitió obtener una visión más profunda de la situación política en ese país. Durante este evento, y los intercambios que pude tener personalmente con costarricenses que viven allá, así como con ciudadanos rusos, quedó patente que una mayoría significativa del pueblo ruso respalda al presidente Putin y su gestión.

Ahora bien, es importante tener en cuenta también que mi experiencia personal, aunque reveladora, representa sólo una perspectiva limitada y no puede extrapolarse para representar la totalidad de la opinión pública en Rusia, pero sí demuestra contundentemente, que las cosas no son como las pintan los medios occidentales, en guerra contra ese país.

El contraste entre el sistema político y electoral de Rusia con los de Nicaragua y Venezuela revela importantes diferencias que no pueden ser pasadas por alto. Mientras que en Rusia persisten críticas respecto a la falta de pluralismo político y competencia real en las elecciones, es esencial reconocer que aún existe la participación de múltiples partidos políticos y candidatos en el proceso electoral.

Es importante destacar que, en Rusia, a pesar de la influencia del gobierno sobre instituciones clave como la Duma, aún se mantienen ciertos mecanismos institucionales que permiten cierto grado de independencia y capacidad de deliberación. En contraste, en Nicaragua y Venezuela, los poderes legislativos han sido subordinados al ejecutivo, lo que ha socavado el equilibrio de poderes y la separación de poderes, elementos esenciales para el funcionamiento efectivo de la democracia.

El segundo argumento esgrimido y totalmente carente de fundamento real, es el de, y cito textualmente: “Lo peor de todo fueron unas elecciones en medio de una guerra invasora genocida contra Ucrania. Putin llamó a las urnas usando la guerra es un acto de cobardía porque cada muerto del enemigo se paga con votos inducidos por el odio. Fueron urnas manchadas de sangre”. El argumento presentado simplifica una vez más una situación compleja por lo cual es importante considerar varios puntos para refutar esta afirmación:

1- La convocatoria de elecciones durante un conflicto no es necesariamente un acto de cobardía por parte de un líder político. Las elecciones pueden ser vistas como un intento de mantener la estabilidad interna y la legitimidad del gobierno en medio de circunstancias adversas. Además, las elecciones son un derecho fundamental de los ciudadanos y su celebración no debería ser obstaculizada por la presencia de conflictos. A diferencia de lo que dice Occidente, Rusia es un país civilizado y su gente es culta. En última instancia, si realmente existiera un rechazo generalizado del pueblo ruso hacia la guerra y el presidente Putin, como algunos afirman sin presentar pruebas, esto habría quedado patente a través del abstencionismo y la apatía en las elecciones. Sin embargo, lo que vimos fue todo lo contrario: la participación activa en las elecciones mostró que no se pudo ocultar ninguna supuesta «mentira del Kremlin». La realidad es que la alta participación electoral refleja un respaldo significativo al sistema político y liderazgo actual en Rusia.

2- Es importante evitar asumir que todos los votantes rusos fueron influenciados por el «odio hacia Ucrania». Más bien a Ucrania lo ven como a Bielorrusia, un pueblo hermano. Las motivaciones para participar en unas elecciones son diversas y no se pueden generalizar. Muchos ciudadanos pueden haber tomado decisiones electorales basadas en consideraciones internas y domésticas, sin necesariamente estar directamente influenciados por el conflicto con Ucrania. Además, es crucial reconocer el impacto positivo del liderazgo del presidente Putin en Rusia posterior a la década de la humillación que vivió ese país en los años noventa. Este cambio ha generado un sentimiento de gratitud entre la mayoría de los ciudadanos rusos, lo que puede haber influido en su respaldo al liderazgo actual. Es evidente que el desconocimiento de esta transformación interna puede llevar a una interpretación incompleta de la dinámica política en Rusia.

3- Criticar las elecciones en Rusia y calificar las urnas de estar «manchadas de sangre» debido al conflicto con Ucrania es una simplificación subjetiva y poco fundamentada. Es válido señalar que sería deseable haber visto posturas críticas similares durante elecciones anteriores en Estados Unidos, especialmente durante períodos en los que el país estuvo involucrado en invasiones ilegales en Oriente Medio. Este tipo de posturas habrían reflejado un compromiso más consistente con los principios de justicia, democracia y responsabilidad internacional.

Además, catalogar a Putin como genocida es una afirmación que carece de respaldo sustancial, especialmente considerando que ni siquiera la ONU ha hecho tal declaración. En contraste, recientemente la relatora especial de la ONU en Israel, Francesca Albanese, durante la sesión ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, dijo que considera que hay motivos razonables para creer que se ha alcanzado el umbral que indica la comisión del delito de genocidio contra los palestinos como grupo en Gaza, situación frente a la cual este señor y su partido guardan silencio.

Por último, es crucial destacar que calificar las elecciones en Rusia como el derrumbe de la civilización es una afirmación absurda y paradójica. Rusia se destaca hoy en día como uno de los principales defensores de la verdadera civilización cristiana en Occidente, en contraposición a la ideología liberal atea occidental tanto de izquierda como de derecha. Mientras que en Occidente se promueven valores que desprecian la tradición y la fe, Rusia aboga por la preservación de las raíces cristianas, el orden, la familia y la moralidad.

La ideología rusa actual se basa en principios que valoran la estabilidad social, la cohesión familiar y el respeto por la tradición, en oposición al materialismo desenfrenado y el consumismo que caracterizan a la sociedad occidental. Además, mientras Occidente tiende hacia el nihilismo y la deshumanización, Rusia se esfuerza por promover una visión más equilibrada y humanista de la civilización.

Antes de terminar, y no sin dejar de lado el tema del lamentable conflicto en Ucrania, es menester considerar que responsabilizar exclusivamente a Rusia por la guerra en Ucrania es ignorar por completo la complejidad de la historia reciente y la implicación directa de países occidentales desde el golpe de estado de 2014 en Kiev. Es importante abordar abiertamente los intereses geopolíticos de Estados Unidos en la región, que claramente apuntan a contener a Rusia como un actor global de peso.

Además, no se puede pasar por alto el hecho de que la CIA ha estado operando en Ucrania durante más de una década, con el objetivo de socavar a Rusia, lo cual fue titular del prestigioso medio estadounidense, The New York Times, el pasado 28 de febrero. Pero parece que esto no refleja, ante los ojos de algunos, una amenaza para la seguridad nacional de Rusia. De igual manera, es crucial reconocer la presencia de laboratorios de experimentación biológica occidentales en las regiones ucranianas fronterizas con Rusia, lo cual añade una capa adicional de complejidad al conflicto.

Sumado a esto, es fundamental considerar el interés de convertir a Ucrania en un miembro de la OTAN para legitimar la instalación de misiles en las fronteras rusas apuntando hacia Moscú. Para comprender mejor esta situación, podemos plantear una analogía: ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos si México se uniera a una alianza militar con Rusia y China, y decidiera establecer bases militares en la frontera con Texas? Esta perspectiva nos permite entender la sensibilidad de Rusia ante la posibilidad de una expansión de la OTAN hacia sus fronteras, similar a la situación que provocó la crisis de los misiles en Cuba en 1962, en este caso para los Estados Unidos.

La idea de que Putin y su ministro de defensa decidieron invadir Ucrania por mera voluntad es una simplificación absurda y refleja la decadencia del pensamiento occidental en su máxima expresión. Es necesario un análisis más profundo y equilibrado que considere todos los factores en juego, incluidos los intereses geopolíticos y las acciones de todas las partes involucradas, antes de tomar una postura al respecto.

Es importante no caer en el juego de la guerra psicológica ni en las campañas de rusofobia occidentales. Por estas y muchas otras razones yo no cuestiono el viaje de las diputadas a Moscú, sino que lo reconozco como un acto de valentía, pensamiento independiente y buena fe en el marco de una coyuntura geopolítica histórica y compleja. El hecho de comprender las razones detrás de las acciones de Rusia y reconocer la guerra mediática lanzada por Occidente no implica necesariamente un respaldo ciego a todas las acciones de Rusia o su presidente. Tampoco equivale a apoyar a dictadores, como erróneamente afirman algunos. Más bien, implica tener una comprensión más profunda de la complejidad del mundo y un intento de superar el pensamiento simplista de «buenos y malos» que a menudo prevalece en el pensamiento occidental.

Hay que tener cuidado con el fundamentalismo democrático, al igual que cualquier extremo ideológico, representa un riesgo significativo para la misma democracia. Si las cosas fueran de buenos y malos, entendidas desde una visión puramente idealizada de la democracia, países como Costa Rica, que no tienen ejército ni enemigos en el mundo, se vería obligada a aislarse del mundo, paradójicamente, como Corea del Norte, porque todas las naciones, independientemente de su sistema político, tienen sus propios intereses y participan en juegos geopolíticos en los cuales podemos o no estar de acuerdo, y donde no todos son democráticos.

Reconocer estas complejidades significa entender que hay más oportunidades de promover la paz a través del diálogo y la negociación que mediante sanciones unilaterales o la suposición de superioridades morales. La búsqueda de soluciones pacíficas requiere un compromiso con la comprensión mutua y el respeto por las perspectivas divergentes, en lugar de caer en la trampa de la demonización, la confrontación y la cultura de la cancelación que dañan y enferman a la democracia real en nuestras latitudes.

El mundo de Charles Michel a las tres y media de la mañana

Gilberto Lopes, en San José
27 de marzo de 2024

Eran las tres y media de la mañana cuando lo despertó una llamada del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski anunciando la invasión de su país. Al oír su voz sombría, el presidente del Consejo Europeo (el órgano que agrupa a los jefes de Estado y de gobierno de los 27 estados miembros), el belga Charles Michel, comprendió que el orden internacional surgido de la II Guerra Mundial había cambiado para siempre.

Michel, un conservador que encabezó un gobierno de coalición en su país entre 2014 y 2019 antes de asumir la presidencia del Consejo Europeo, lo cuenta en un artículo que publicó el pasado 19 de marzo en el diario español El País.

En su visión del mundo, ante las nuevas amenazas que enfrenta Europa, “es necesario reforzar nuestra capacidad de defender el mundo democrático, tanto por Ucrania como por Europa”.

Hoy, en Europa, esa defensa es entendida casi exclusivamente como un desafío militar. Michel lo resume con un viejo cliché: “Si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra”.

Son frases potentes, uno de cuyos efectos principales es eximirnos de pensar. ¿De qué guerra nos habla Michel? ¿De la OTAN contra Rusia?

Michel repite afirmaciones que oímos con frecuencia hoy: “Rusia no se detendrá en Ucrania, del mismo modo que no se detuvo hace diez años en Crimea”.

“Rusia constituye una grave amenaza militar para nuestro continente europeo y para la seguridad mundial”. Prosigue con sus tácticas de desestabilización en todo el mundo, en Moldavia, en Georgia, en el Cáucaso meridional, en los Balcanes Occidentales e incluso en el continente africano”.

Ningún analista serio, ni político ni militar, confirma la idea de que Rusia, una vez finalizada la guerra en Ucrania, se disponga a avanzar sobre sus vecinos europeos. Estaríamos hablando de una guerra contra la OTAN, de un conflicto nuclear. Eso no tiene sentido y es precisamente la naturaleza nuclear de esa guerra lo que le quita todo sentido a la frase de Michel. A menos que estemos todos dispuestos a la tragedia que eso significaría.

Pero Michel no tiene dudas: –Nos enfrentamos a la mayor amenaza a nuestra seguridad desde la Segunda Guerra Mundial, asegura.

Otras visiones del mundo

David Milband, exsecretario de Estado para Asuntos Exteriores del Reino Unido (2007-2010), publicó, hace un año, un artículo con el título de “El mundo más allá de Ucrania” (“The World Beyond Ukraine”. Foreign Affairs, abril 2023).

Ahí dice que la invasión de Ucrania produjo una notable unidad de acción de las democracias liberales del mundo. Pero –agregó– esa unidad de Occidente no fue respaldada por el resto del mundo. Dos tercios de la población mundial, dice Miliband, vive en países oficialmente neutrales, o apoyan a Rusia en este conflicto, incluyendo notables democracias como Brasil, India, Indonesia o Sudáfrica.

Esa distancia entre Occidente y el resto del mundo –agrega el político inglés– “es el resultado de una profunda frustración –ira, en realidad– por la forma como Occidente condujo la globalización desde finales de la Guerra Fría”.

Algo similar ha dicho el presidente ruso, Vladimir Putin. Es una de las razones por las que explica su decisión de irrumpir en el escenario internacional de tal manera, que ha hecho a Michel decir que el orden internacional, heredado de la II Guerra Mundial, “había cambiado para siempre”.

Lo cierto es que una guerra con la OTAN es vista como poco probable por muy diversos analistas. Aunque, naturalmente, dada la naturaleza de la guerra en Ucrania, no se puede descartar, incluyendo la posibilidad de que se desate por un mal cálculo o hasta por accidente.

El pasado 24 de marzo, por ejemplo, Polonia afirmó que un proyectil ruso lanzado contra una base ucraniana cerca de la frontera polaca, había sobrevolado su espacio aéreo por cerca de 40 segundos. Y pedía explicaciones al gobierno ruso, que al final decidió no dárselas, porque Polonia no presentó prueba alguna de lo que estaba afirmando.

Dos días antes, un ex oficial norteamericano, Stanislav Krapivnik, dijo al medio ruso RT, que el gobierno polaco estaba preparando a su población para una guerra con Rusia. Recordó afirmaciones del jefe del Estado Mayor polaco, general Wieslaw Kukula, de que Rusia “se estaba preparando para un conflicto con la OTAN” en la próxima década. Lo que, para Krapivnik, es parte de la preparación psicológica del pueblo para la guerra. No descartó tampoco que Polonia pueda descargar un ataque preventivo contra Rusia, con apoyo de países como la República Checa, o los países bálticos, lo que desataría un inevitable conflicto con la OTAN.

En todo caso, un estudio hecho para la Rand Co. por Samuel Charap y Miranda Priebe, publicado en enero del año pasado, con el título de “Avoid a long war”, concluye que, para Estados Unidos, es más importante evitar tanto una guerra entre la OTAN y Rusia, como una guerra de larga duración entre Rusia y Ucrania.

Todos se sienten amenazados

Predomina entre diversos políticos europeos una misma visión alarmista. Joschka Fischer, exministro de Relaciones Exteriores de Alemania y líder de los verdes, ha insistido en que “no se trata solo de la libertad de Ucrania. Se trata de todo el continente europeo”. Rusia quiere borrar a su vecino del mapa, asegura.

¿Cómo imaginar una guerra de Rusia para conquistar el continente europeo? Fischer se siente amenazado. Michel también. No fue Rusia la que se acercó a las fronteras de la OTAN. Fueron las fronteras de la OTAN las que se fueron acercando a Rusia durante 40 años. Pero esa es una reflexión que no está en el razonamiento de esos políticos europeos.

Como dice el ministro de Relaciones Exteriores sueco (el último país a incorporarse a la OTAN), Tobias Billstrom, “armar a Ucrania es una forma de enfrentar los apetitos de Moscú”. Me parece que Moscú podría pensar que esa es una forma de alimentar los apetitos de la OTAN en su contra.

Para el ministro sueco, en todo caso, no son su país, ni la OTAN, los que constituyen un problema; es el comportamiento irresponsable e imprudente de Rusia, que procura reconstruir su viejo imperio en el Báltico.

¿No se les ocurre pensar que Rusia también se siente amenazada y que antes de invadir Ucrania advirtió muchas veces del riesgo que representaba para ellos el avance sistemático de la OTAN hacia sus fronteras?

Un asomo de sensatez

El tono belicista ocupa cada vez más el espacio del debate. La cumbre de la Unión Europea, el pasado 22 de marzo, “llegó precedida de un ambiente belicista como no se recordaba en Bruselas en muchos años”, dijeron los corresponsales de El País.

La UE pidió a la sociedad civil que se prepare para “todos los peligros”. Michel pidió a Europa pasar “a un régimen de economía de guerra”. En Alemania, una ministra sugirió introducir en los colegios cursos de preparación para enfrentar conflictos.

Se va creando un ambiente de histeria belicista que ha terminado por asustar a algunos de los mismos dirigentes europeos. “No me siento reconocido cuando se habla de convertir Europa en una economía de guerra, ni con expresiones como la tercera guerra mundial”, dijo, en Bruselas, el jefe de gobierno español, Pedro Sánchez.

No es que discrepe de la sugerencia de Michel, de prepararse para la guerra, aunque no comparte el tono que ha adoptado el debate. Pero su propia ministra de Defensa, Margarita Robles, recordaba hace unos días, en una entrevista, que “un misil balístico puede llegar perfectamente desde Rusia a España”.

El mismo representante de la política exterior de la UE, Josep Borrell, quién, con frecuencia, ha alimentado ese ambiente guerrerista, ha preferido ahora advertir contra la tendencia de andar asustando a los ciudadanos europeos con una guerra, exagerando la amenaza de un conflicto directo con Rusia.

“He oído voces que hablan de una guerra inminente. Gracias a dios la guerra no es inminente. Vivimos en paz. Apoyamos a Ucrania, pero no somos parte de esa guerra”. No se trata, para Borrell, de que los soldados europeos “vayan a morir a Donbass”.

Un riesgo que el presidente de Francia y otros países, especialmente los bálticos y Polonia, parecen dispuestos a correr. El canciller de Ucrania, Dimitry Kuleba, en entrevista para Politico, el pasado 25 de marzo, no descartó que países europeos decidan desplegar tropas en Ucrania para contener los avances rusos. “Si Ucrania pierde –aseguró–, Putin no se detendrá”.

Es evidente que la afirmación de Borrell está cargada de contradicciones. Es difícil entender que viven en paz mientras la participación de la OTAN es cada vez mayor en una guerra a la que han desviado recursos que multiplican muchas veces los destinado a cualquier otro de sus proyectos en el mundo.

Fascismo como extrema derecha

«Los políticos europeos están perdiendo la cabeza. La voz de la paz está retrocediendo por completo. Muchos líderes políticos europeos están sufriendo una psicosis de guerra», en opinión el ministro húngaro de Asuntos Exteriores, Peter Szijjarto, el pasado domingo 24.

Hungría –a la que, con frecuencia, acusan en Europa de “populista” y de “extrema derecha”– es un país opuesto a los proyectos de enviar armas a Ucrania.

“Populismo”, un concepto que ha alimentado miles de muy variadas páginas académicas, tiene la ventaja de evitar muchas complicaciones a los periodistas. El calificativo, inútil para explicar el escenario político, sirve para salir del paso sin necesidad de mayores elaboraciones. Les ahorra mucho pensar a ciertos periodistas.

En Alemania le dedican particular atención al papel de un partido al que ubican en la “extrema derecha”: Alternativa para Alemania, AfD por sus siglas en alemán.

El Grand Continent (publicación del Groupe d’études géopolitiques, un centro de investigación independiente con sede en la École Supérieure de París, fundado en mayo de 2019), ha decidido acompañar los abundantes procesos electorales previstos para este año con una serie de entrevistas. Para el caso alemán, entrevistó al historiador Johann Chapoutot (la entrevista puede ser vista aquí: https://legrandcontinent.eu/es/2024/03/24/que-significa-la-afd-en-alemania-una-conversacion-con-johann-chapoutot/)

Chapoutot habló sobre lo que significa AfD para Alemania. “La AfD pasó de un enfoque centrado en cuestiones monetarias a una postura populista más pronunciada”, asegura. “Como muchos partidos de extrema derecha, propone un discurso populista que promete devolver el poder al pueblo frente a una élite que supuestamente se apresura a oprimirlo”.

Pero el mismo Chapoutot –que acude aquí al concepto de “populismo”– aporta elementos para un análisis más profundo sobre esa derecha alemana, extrema, ciertamente, pero representada en las más diversas formaciones políticas del país, no solo en AfD.

En Baviera, donde los muy conservadores socialcristianos de la CSU dominan el panorama electoral, AfD encuentra “poco o casi ningún espacio” para desarrollarse. El fuerte particularismo bávaro parece limitar su avance en una región donde el dominio de una derecha bastante radical (CSU y Freie Wähler) es “abrumador”, dice Chapoutot.

Tras la reunificación de Alemania, en 1990 –insiste Chapoutot–, jóvenes del Este se volcaron al nacionalismo, en respuesta a lo que percibían como un robo de identidad de cara a la dominación occidental, tras la caída de la RDA.

Un desempleo del 30%, la liquidación de la industria y de la artesanía de Alemania Oriental, la violencia de la “toma del poder” (Übernahme) o de la “anexión” (Anschluss) por parte de las empresas de Alemania Occidental provocaron un trauma social “cuya intensidad nos cuesta medir, y cuyas secuelas culturales y políticas siguen muy vivas 35 años después”, agrega.

Helmut Kohl, canciller demócrata cristiano que condujo el proceso de unificación, y su ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble (el mismo que, años después, impondría condiciones leoninas en la renegociación de la deuda griega, para salvar a los bancos alemanes comprometidos con esos préstamos) habían permitido a las empresas renunciar a la legislación laboral, a cambio de que se instalasen en el Este. Y que se volvieron un laboratorio de “políticas sociales”, impuestas a continuación en el Oeste por los socialdemócratas Gerhard Schröder y Peter Hartz, con sus ofertas de “mini jobs” para os alemanes desempleados.

Chapoutot nos recuerda el acercamiento de los verdes a la CDU, los mismos verdes que integran la actual coalición de gobierno con los socialdemócratas y liberales, y defienden una agresiva política contra Rusia.

Los liberales (FDP), cada vez más extremistas en sus posiciones conservadoras, asumen las propuestas más duras de la AfD, dice Chapoutot. Al igual que la extrema derecha, el FDP es anti-ecologista, pro-empresa, anti-impuestos, anti-estándares… La propuesta de bajar impuestos tiene como corolario la destrucción de los servicios públicos y el abandono de las infraestructuras.

Esa es la extrema derecha alemana y europea que, según las más diversas estimaciones, no solo se consolidará en el escenario político europeo (en el Parlamento, en la Comisión y en el Consejo) en las elecciones de junio próximo, sino que se inclinará aún más hacia la derecha, sin que haga falta, para comprender lo que está en juego, acudir a “populismos”, ni a la búsqueda de posiciones más extremas, porque no las hay (aunque se discrepe sobre migración y algún otro tema).

Los mismos que luchan contra Rusia, sostienen a Ucrania y a Israel, y piensan que para conseguir la paz hay que prepararse para la guerra, en vez de negociar una paz que ofrezca a los europeos (y al resto del mundo) seguridad y garantías de un desarrollo común.

No es necesario reforzar la capacidad europea “de defender el mundo democrático, tanto por Ucrania como por Europa”, como pretende Michel. El problema, esta vez, es que una nueva guerra europea nos arrastrará a todos, pondrá fin a la humanidad, tal como la conocemos. En una guerra así no habrá espectadores. Seremos todos víctimas.

FIN

El fémur cicatrizado

Oscar Madrigal

Hay una anécdota, dicen que muy conocida, de la antropóloga estadounidense Margaret Mead, cuando en una conferencia un estudiante le preguntó cuál era el primer signo que evidenciaría el inicio del proceso civilizatorio del animal humano, y la audiencia esperaba una respuesta relacionada con la primera piedra tallada o la primera lanza o el dominio del fuego, ella contestó: “El fémur que alguien se rompió y que luego apareció cicatrizado”.

Muchas cosas se pueden deducir de esa respuesta: la solidaridad, la compasión, el acompañamiento, la colectividad… El fémur roto hubiera significado la muerte, si no es que algunos renunciaron a sus labores habituales para cuidarlo, alimentarlo y otros tuvieron que sustituirlos en la colectividad, lo cual ya solo fue posible por la colaboración, la ayuda, la ternura y la fraternidad y el compañerismo del grupo.

Esa bondad y cariño, ¿lo ha perdido esta civilización? En general, creo que no. Eso es lo que nos hizo realmente humanos.

Sin embargo, cuando se analizan los diversos conflictos a lo largo de la historia y, principalmente en la actualidad, cuando deberíamos ser más civilizados, la respuesta no es tan clara.

Los conflictos actuales ahí están, en primer lugar, los de Gaza y Ucrania, pero también tenemos al frente de nuestra puerta a Haití que se desangra diariamente, así como muchos otros.

Sin embargo, sobresale por encima de todos ellos, el genocidio de Gaza, el asesinato inmisericorde del pueblo palestino, especialmente de mujeres y niños, muchos de ellos muertos por hambre, ante la mirada impotente y desesperada del mundo.

Y no se diga que reclamar el alto al fuego, el cese del genocidio y la masacre es una posición antisemita o contra los judíos. Esta excusa en la cual se ha parapetado con especial virulencia el gobierno ultraderechista y corrupto de Netanyahu ya es imposible de sostener porque incluso líderes judíos del mundo expresan su oposición a la política del corrupto gobierno de Israel.

“El líder de la mayoría demócrata en el Senado de EEUU, Chuck Schumer —el legislador de mayor rango de religión judía— ha lanzado este jueves fuertes críticas contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, al que ha acusado de ser un “obstáculo para la paz” en Oriente Próximo”, como lo han dicho las noticias.

La reivindicación de un alto al fuego, de la paz en Gaza y el reconocimiento de los derechos de los palestinos, no es un asunto de los antisemitas, ni de anti-judaísmo, ni de religión; es un asunto de humanidad, de solidaridad, de volver a los huesos cicatrizados.

La solidaridad con Gaza no es tampoco un asunto de la izquierda internacional. Desde artistas como Susan Sarandon, el secretario general de la ONU, el presidente de España y hasta los judíos ortodoxos se oponen a un genocidio que se trasmite todos los días por la televisión.

La actual candidata a la presidencia de México y muy probablemente posible presidenta en sustitución de AMLO, Claudia Sheinbaum, es de origen judío. Y es de izquierda y de un partido izquierdista.

Pero el hecho es que el Estado de Israel ha venido asumiendo posiciones cada vez más de ultraderecha, hasta convertirse en un Estado dominado por las fuerzas militares. Su carácter democrático cada vez viene a menos, para convertirse en un estado supremacista racial, etnonacionalista, practicante del apartheid, conculcador de la independencia judicial, exportador de armas y aparatos de seguridad y cercenador de la libertad de prensa. Este no es el Estado de Israel que todos queremos ni ejemplo para el mundo.

“En una encuesta de 2021 un cuarto de los judíos de Estados Unidos respondió que Israel era un Estado de apartheid. Incluso el editor de Haaretz, el periódico más progresista, además de, por supuesto, sionista, lo admite. “El producto del sionismo, el Estado de Israel, no es un Estado judío democrático, sino que simple y llanamente se ha convertido en un Estado de apartheid. Se pueden decir muchas cosas al respecto, pero no se puede decir que Israel está llevando a cabo el sionismo como un Estado judío democrático”, escribió Amos Schocken en 2021”.

“La reivindicación de que Israel es una democracia floreciente en el corazón de Oriente Próximo está rebatida por los hechos. Todos los medios de comunicación de Israel, junto con editores y autores, deben enviar las historias relacionadas con asuntos exteriores y seguridad al censor jefe militar de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) antes de su publicación. Es una regulación arcaica que comenzó poco después del nacimiento de Israel. El censor tiene la potestad de bloquear por completo la historia o de redactarla parcialmente”. (Citas del libro “El laboratorio Palestino” del escritor judío Anthony Loewenstein).

De lo dicho resulta claro que Israel no puede seguir por el camino de la ultraderecha violatoria de los derechos humanos y que el Humanismo que dio forma a la civilización humana, debe retornar y formar parte de la política mundial.

¡No tendremos oportunidad de aplaudir!

Gilberto Lopes, desde San José
9 marzo 2024

  • Una Europa de perfil alemán
  • Mientras tanto… ¿cómo le ha ido a Inglaterra?
  • Los rusos… ¿afuera o derrotados?
  • Conservadores y socialistas
  • La amenaza rusa
  • La OTAN se prepara para la guerra

“Los norteamericanos adentro, los rusos afuera, los alemanes abajo”. Así definía Lord Ismay –Hastings Lionel Ismay, I Barón Ismay, general del ejército británico, primer Secretario General de la OTAN (1952-57)– los objetivos de la organización, fundada en 1952, en plena guerra de Corea y comienzos de la Guerra Fría.

Como nos advierte Víctor Davis Hanson, historiador de la Hoover Institution, en la Universidad de Stanford, autor del libro “The Second World Wars: How the First Global Conflict Was Fought and Won”, Lord Ismay no se refería a dejar afuera a la Unión Soviética (que, alguna vez pretendió, sin éxito, sumarse a la OTAN), sino a los “rusos”. Tampoco a Alemania del este, o a los nazis. Simplemente, a los “alemanes”.

En un artículo publicado en julio de 2017, Hanson afirmaba que Ismay entendía que, atrapada entre Alemania y Rusia, Europa necesitaba un poderoso aliado externo para evitar nuevos conflictos. Ese aliado era Estados Unidos­, entonces tentado por el aislacionismo ante el riesgo de involucrarse en otra guerra europea. Una preocupación que el eventual triunfo de Trump en noviembre próximo despierta nuevamente.

Lo que Hanson no dice es que impedir el surgimiento en el continente europeo de una potencia que pudiera desafiar a Londres fue siempre un objetivo clave de la moderna política exterior británica.

Por alguna razón, diría Hanson, tanto la exprimera ministra inglesa, Margaret Thatcher (1979-90), como Mijaíl Gorbachov, Secretario General de Partido Comunista de la Unión Soviética (1985-91), veían con preocupación la unificación alemana en 1989. Tanto a Lord Ismay como a Thatcher, o a Gorbachov, una Alemania dividida les parecía más seguro.

Pese a que hoy, en muchos aspectos, Alemania es un “modelo de democracia”, no hay que olvidar ciertas “raíces” que hacen pensar que la historia podría repetirse, agregó Hanson. El general Ismay no dejaba de recordar la guerra Franco-Prusiana de 1870-71, ni el papel de Alemania en las dos guerras mundiales.

Una Europa de perfil alemán

El objetivo de la OTAN, de mantener “a los alemanes abajo”, no se cumplió. La unificación alemana, en 1990, y el Brexit, aprobado en un referendo el 23 de junio del 2016, por el que Gran Bretaña decidió salirse de la Unión Europea, son dos expresiones de ese fracaso.

Catorce años antes del Brexit, el 1 de enero del 2002, había entrado en circulación, en doce Estados europeos, el euro, la moneda única que Gran Bretaña nunca adoptó. Empezaba ya entonces su retirada de una Europa que se iba organizando, cada vez más, con un perfil alemán.

El euro fue la espina dorsal de esa construcción. Una moneda común que evitaba la valorización de una moneda nacional, como el marco, haciendo más caras las exportaciones de un país que mantenía un creciente superávit comercial, como era el caso de Alemania.

El banco central alemán controlaba de hecho las finanzas europeas, dice Hanson. Las empobrecidas economías del Mediterráneo estaban atadas a la alemana, que vio en el Brexit “una intolerable afrenta a su liderazgo”.

Abundan los análisis sobre el efecto del euro en las economías europeas y no es posible analizarlo aquí en detalle. Sugiero el texto de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía y autor del libro “El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa”, publicado en 2017. Para Stiglitz, para salvar el proyecto europeo había que abandonar el euro. El euro ha hecho que los países más débiles lo sean aún más y que los más fuertes se hayan reforzado, dice Stiglitz. El PIB alemán, que era 10,4 veces el de Grecia, en 2007, pasó a serlo 15 veces, en 2015.

Adam Tooze, historiador económico británico, ya señalaba, en septiembre de 2012, en la revista Foreign Affairs, que el crecimiento de Alemania era insostenible, porque gran parte de su superávit era logrado a costa del déficit en cuenta corriente de los países europeos en crisis.

Alemania veía en el enorme superávit comercial –que disfrutó desde el 2000– como una forma de retornar a los viejos días de gloria posteriores a la II Guerra Mundial. Pero entonces, dice Tooze, invertían en el país. En 2012, Alemania invertía más en el extranjero que en casa. En ese sentido el superávit no era una repetición del modelo de crecimiento de posguerra, “sino una señal de su descomposición”.

Quizás en ningún otro escenario esa Europa “alemana” se dibujó con mayor dramatismo que en las condiciones impuestas a Grecia en la renegociación de su deuda, en 2015, con el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble (2009-2017), desempeñando un agresivo papel en la imposición de drásticos recortes a los gastos públicos, privatizaciones y la obligación de hacerla pagar hasta el último centavo de la deuda. Los gobiernos de la Eurozona no querían ver ni en pintura una renegociación, un alivio a la deuda griega.

Poco a poco se fue conociendo de qué se trataba todo eso. El FMI había decidido proteger los bancos afectados, principalmente alemanes y franceses, expuestos a la deuda griega. Se sacrificó la economía griega para salvar el proyecto del euro y el sistema bancario del norte de Europa.

Mario Draghi, entonces presidente del banco, reconoció que los países de la eurozona obtuvieron beneficios por 7,8 mil millones de euros gracias a las condiciones que impusieron a Grecia en la renegociación de su deuda. Berlín ganó cerca de 2,9 mil millones de euros con la crisis griega, gracias a la parte que le correspondía de las ganancias generadas por el programa de compra de títulos de la deuda griega por el Banco Central Europeo (BCE).

Mientras tanto… ¿cómo le ha ido a Inglaterra?

En 2018, la primera ministra británica, Theresa May, negociaba con la Comisión Europea los acuerdos que regularían la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, luego del referendo de junio del 2016.

“En la famosa cena de Downing Street, de Theresa May con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, la primera ministra planteó que debían comprometerse a conseguir que el Brexit fuera un “éxito». Un perplejo Juncker le recordó que eso era imposible, porque las dos partes iban a salir perdiendo”.

El luxemburgués Juncker era el mismo que, junto con el alemán Schäuble, se había ensañado con Grecia tres años antes, en la renegociación de la deuda.

En noviembre del 2022 el Banco de Inglaterra advirtió que el Reino Unido enfrentaba un escenario «muy desafiante» para su economía y que el desempleo prácticamente se duplicaría para 2025, pasando de 3,5% a casi 6,5%. Si bien no sería la recesión más profunda de su historia, sería la más larga desde que comenzaron los registros en los años 20, dijo el banco central.

El gobierno conservador de Rishi Sunak anunciaba nuevos recortes de gastos y aumento de las tasas de interés. La oposición laborista advertía que las familias no podrían soportar estos aumentos, que los precios de los alimentos y la factura de energía iban en aumento y ahora tendrían que hacer frente a tasas hipotecarias más altas.

Ya entonces se leía en la prensa británica que millones de personas se veían obligadas a saltarse comidas (o a quedarse el día entero sin comer). En una, de cada cuatro casas con niños, se estaba viviendo inseguridad alimentaria.

En octubre del 2022, la BBC publicó un artículo titulado “Ratas, huesos y barro: los alimentos del hambre que la gente desesperada come para sobrevivir”. “Hay personas que están comiendo alimentos para mascotas y calentando su comida con velas”, decía otro artículo, dos meses después, en un comentario sobre los efectos de la inflación en el Reino Unido.

Con la economía prácticamente estancada, el FMI prevé un crecimiento del PIB de 0,6% en 2024. La OCDE proyectó una contracción de 0,4% en 2023 y un crecimiento más modesto, de 0,2% en 2024.

Una encuesta de opinión del Observer señaló que 41% de los entrevistados opinaban que Gran Bretaña se había hecho menos influyente en los últimos diez años. 19% estimaba que más. 35% estimaba que el Brexit le había dado menos influencia, frente a 26% que opinaba lo contrario.

Las previsiones de la Comisión Europea sobre la economía de la región tampoco son optimistas. “El importante estancamiento de la UE a lo largo de 2023 se tradujo en un débil impulso al entrar en el nuevo año. […] la economía de la UE entró en 2024 en una situación más débil de lo previsto, y los últimos indicadores no sugieren un repunte inminente”.

No era el escenario imaginado por los ingleses cuando se creó la OTAN, hace ya 75 años.

Los rusos… ¿afuera o derrotados?

Ya no se trata de dejar a los rusos afuera de la OTAN, como planteaba Lord Ismay. Ahora el objetivo de sus países miembros es derrotar a Rusia. Algo mucho más ambicioso… y peligroso.

La era de la posguerra ha terminado”, dijo el primer ministro polaco, Donald Tusk, en una reunión del conservador Partido Popular Europeo (PPE) en Bucarest, Rumania. «Estamos viviendo nuevos tiempos: una era de preguerra». O luchamos para proteger nuestras fronteras, territorio y valores, para defender a nuestros ciudadanos y a las generaciones futuras, o [aceptamos] la alternativa que es la derrota”.

La derrota de Rusia “es indispensable para la seguridad de Europa”, opina también del presidente francés. “Europa se pone en pie de guerra”, decían, entusiasmados, dos corresponsales del diario español “El País”. “Más munición, más producción de armamento, mayor inversión y coordinación en capacidades de defensa”.

La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aseguró ante el parlamento europeo que “la amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible”. Para los periodistas españoles es un granito más, un aporte al cambio de paradigma, una advertencia para que los ciudadanos europeos se preparen mentalmente para la guerra, como lo pidió el gobierno sueco, recién incorporado a la OTAN.

¿Para qué guerra deben prepararse los ciudadanos europeos?, deberíamos preguntarnos desde América Latina. Y desde todo el mundo. ¿Estarán en sus cabales quienes pretenden prepararse para una guerra entre Rusia y la OTAN? ¿Quienes hablan de la necesidad de producir más municiones, o de un cambio de paradigma? ¿De qué municiones están hablando, de qué paradigma?

Para el canciller ruso, Sergei Lavrov, la corriente de los partidarios de la guerra es muy fuerte en Europa. Putin ha reiterado que no tiene intención de librar una guerra con la OTAN, que será, inevitablemente, una guerra nuclear.

Hay quienes piensan que avanzando en la militarización de Europa y acercando las fronteras de la OTAN a Rusia estaremos todos más seguros. La advertencia de von der Leyen –aseguran los periodistas españoles– no es más que la última “de una cadena de llamativas declaraciones que alertan del riesgo de que el presidente ruso, Vladimir Putin, ataque un país europeo”.

Las advertencias son en el mismo tono, nunca precisos: “Nuestros expertos prevén que esto podría ser en un periodo de cinco a ocho años”, según el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius. Para el titular de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, el hipotético ataque podría suceder incluso antes”.

Conservadores y socialistas

Los periodistas se entusiasman con lo que consideran “un paso histórico” de la UE, de apoyar militarmente a Kiev con fondos intergubernamentales. O que el Banco Europeo de Inversiones cambie su política crediticia “para financiar empresas que fabrican armas y municiones”.

Occidente ha incrementado progresivamente su participación en la guerra: suministra artillería de largo alcance, avanzados sistemas de defensa aérea, tanques, misiles crucero, inteligencia por satélite.

Para al jefe del servicio de inteligencia de Estonia el Kremlin está, “probablemente”, anticipándose a un “posible” conflicto con la OTAN, en la próxima década, “o algo así…” “Los ministros de Defensa de Dinamarca y Alemania han advertido también que Rusia puede atacar a la OTAN en menos de una década”.

“Nos encontramos ante el amanecer de una nueva era más turbulenta y difícil”, dice la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, en el congreso de los socialistas europeos, en Roma. Putin es el “gran desestabilizador”. “Rusia ataca donde huele debilidad”. Por lo tanto, se trata de sumar fuerzas en su contra.

Es el mismo congreso donde se designará al luxemburgués Nicolas Schmit candidato del Partido Socialista Europeo (PSE) a la presidencia de la Comisión. A la que los conservadores llevarán como candidata a la reelección a la actual presidente. Se elige el parlamento europeo en junio próximo, y luego se encarga de elegir a los altos funcionarios de la Comisión. Según los grandes medios europeos, los conservadores no solo tienen asegurada una mayoría, sino que, corridos aún más hacia la derecha, consolidarán un bloque mayor que el actual.

Schmit fue tajante: “No hay compromiso posible con la extrema derecha, ni con quienes la respaldan y amparan”. Luego agrega: “No podemos aceptar que nuestros hijos estén expuestos a amenazas permanentes (de Vladímir Putin), al chantaje permanente de una potencia (Rusia) que es una potencia imperialista y, por sus orientaciones, una potencia fascista”.

Nadie habla del avance permanente de la OTAN hacia las fronteras rusas, del Maidán ucraniano del 2013-14, estimulado por Estados Unidos. Solo de la “amenaza rusa”. “La defensa de Ucrania es esencial para la estabilidad europea y para prevenir la expansión del poder global ruso. Contener a Rusia en Ucrania significa mantener la línea de contacto tan cerca de la frontera rusa como posible, restringiendo las tendencias expansionistas rusas”, estiman cuatro académicos del Center for Strategic and International Studies (CSIS), una organización con base en Washington.

“Europa se reafirma”, según los periodistas españoles. En 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea el presupuesto militar de los aliados europeos de la OTAN era de 235 mil millones de dólares: 1,47% del PIB. En 2023, la cantidad ascendió a 347 mil millones de dólares, equivalentes a un 1,85% del PIB. Para 2024 se espera 380 mil millones. Un 2% del PIB. Cifra considerada ya insuficiente por los países europeos.

La amenaza rusa

¿Es Rusia una verdadera amenaza para la OTAN? se preguntaban Andrea Kendall-Taylor, directora del Programa de Seguridad Transatlántica del Center for a New American Security, y Greg Weaver, exdirector de la oficina del Subsecretario de Defensa para Políticas, en un artículo publicado el 5 de marzo en Politico.

No lo ponían en duda. En su artículo trataban de analizar como debían prepararse los aliados de la OTAN para enfrentar una agresión rusa que, pese a todas las evidencias en contrario, estimaban muy probable.

Weaver y Kendall-Taylor citan al exjefe del Estado Mayor conjunto de los Estados Unidos, el general Mike Milley, quien explicaba que, si bien los gastos para disuadir una agresión son altos, muchos más altos son los de pelear una gran guerra.

Les preocupa tener que pelear en dos escenarios: en Europa y Asia. Para eso se necesita asegurar la capacidad de transportar y abastecer sus fuerzas, por mar y aire, en los escenarios de batalla y de contar con suficientes municiones convencionales para mantener su superioridad.

Fyodor Lukyanov, director del Grupo de Debates de Valdai, nos sugiere otra visión del problema. La élite occidental gobernante es hoy muy distinta a la de generaciones anteriores, pues cree en su infalibilidad. Piensa que cualquier desvío de las normas políticas e ideológicas establecidas después de la Guerra Fría sería “una real catástrofe para el mundo”. Y como cualquier compromiso con los rusos significaría eso, “es necesario evitarlo a toda costa”.

“Los Estados Unidos fueron incapaces de manejar la responsabilidad de ser la única superpotencia del mundo al finalizar la Guerra Fría”, dijo Putin en el reciente Festival de la Juventud, en Sochi.

Lukyanov se refiere al origen de esas ideas, a la mentalidad del “fin de la historia” que prevaleció con el fin del socialismo en el este europeo. El mundo parecía caminar en una sola dirección, hasta que se toparon con una nueva realidad, con Estados capaces de oponerse y bloquear ese movimiento.

Durante veinte años Rusia trató de hacer ver la necesidad de reacomodar el orden internacional. Esas advertencias fueron ignoradas. El resultado fue lo ocurrido el 24 de febrero del 2022, cuando sus tropas entraron en Ucrania. Rusia trata ahora, con la fuerza militar, de obligar a Occidente a revisar su enfoque de los años 90, a buscar un nuevo acuerdo sobre el escenario de seguridad europeo, dice Lukyanov.

El que la retórica de Occidente sobre lo inadmisible de una victoria de Moscú sea cada vez más estridente es alarmante. “Estamos entrando en un período peligroso”, en su opinión.

Para el diplomático hindú Kanwai Sibal, exembajador en Rusia (2004-07), los países miembros de la Unión Europea prometen más armas para Ucrania, mientras se niegan a aceptar la afirmación de Moscú de que no tienen planes de atacar ningún país de la OTAN. Piensan que aumentando el nivel de la confrontación, van a obligar a Moscú a sentarse en la mesa de negociaciones.

“Esto puede ser un grave error de apreciación”, estimó. Lejos de forzar una solución negociada al conflicto, esa lógica puede conducir inexorablemente a una confrontación entre Rusia y la OTAN.

El argumento es que si Rusia vence, atacará otros países para satisfacer sus ambiciones imperiales.

“¿Alguien en esta sala piensa que Putin parará en Ucrania? Les garantizo que no”, dijo Joe Biden en su discurso sobre el estado de la nación, el pasado 7 de marzo. La frase me recordó la del entonces Secretario de Estado Colin Powel quien, un 5 de febrero del 2003, exhibía ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una muestra de ántrax, supuestamente del arsenal de Sadam Husein, un argumento más para justificar, mes y medio después, la invasión de Irak.

Son falsos argumentos, dice Sibal. “Putin ha estado en el poder 24 años, la OTAN se ha expandido cinco veces, sus tropas y los misiles norteamericanos están estacionados cerca de las fronteras rusas, sin ninguna respuesta agresiva de Rusia”. Nadie explica ahora porque Rusia tendría interés de atacar a la OTAN.

Putin ha advertido a Occidente de los riesgos de sus políticas, especialmente del avance de la OTAN hacia sus fronteras. Lo hizo en el 2007, en su discurso en la conferencia de seguridad de Múnich y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Su última oferta de un acuerdo, en diciembre del 2022, dos meses antes de la invasión de Ucrania, fue rechazada.

Occidente piensa que Moscú no responderá militarmente si Occidente sigue incrementando su apoyo a Ucrania. “Esto puede ser un serio error de apreciación; puede explicar porque los europeos no toman debida nota del formidable aparato nuclear ruso”. “Esto –dijo Sibal–puede arrastrar a Occidente, y a todo el mundo, a la pesadilla nuclear.

La OTAN se prepara para la guerra

El que Rusia no tenga los medios para lograr sus ambiciones neoimperiales no le impide tratar de alcanzarlas hasta un amargo final, dijo Joschka Fischer, exministro de Relaciones Exteriores y líder de los verdes alemanes (que hoy ocupan nuevamente esa cartera, a cargo de la expeacenik Annalena Baerbock).

Sobre las ambiciones neoimperiales, las lecciones más recientes de la historia revelan que lo que Fischer atribuye a Rusia calza mejor con el comportamiento alemán. Ambiciones imperiales que nos han conducido a amargos intermedios, pero que, repetida, nos puede conducir al final amargo a que hace referencia el político alemán.

La Unión Europea ya no es solo un proyecto de paz. Europa tiene que prepararse para la guerra. Este programa no contradice el objetivo inicial de prevenir la guerra en Europa, dijo Riho Terras, un conservador miembro del parlamento europeo y excomandante militar de Estonia.La Comisión Europea acaba de presentar una Estrategia Industrial de Defensa junto con un fondo de subsidios de al menos 1.500 millones de euros para un Programa Europeo de Inversiones en Defensa. Pero se va a necesitar mucho más, si Europa pretende crear un complejo industrial competitivo, en opinión del Comisario de Industria de la Comisión Europea, Thierry Breton. Se necesitarían cien mil millones de euros. Algo que otros diplomáticos europeos ven más allá de toda posibilidad.Cuando la OTAN fue creada, Estados Unidos era una potencia en plena expansión. Fue su momento de mayor preponderancia en el escenario internacional. Controlaba entonces cerca del 50% de la industria mundial.

En 1999, diez años después del final de la Guerra Fría, Bill Clinton (93-2001) anunció que Estados Unidos tenía por delante un futuro próspero y brillante. Parecía cierto: el país era más rico que nunca.

Desde entonces, el porcentaje de su participación en la economía mundial, su productividad, no han cesado de caer, mientras crece la obsolescencia de su industria manufacturera y de su infraestructura.

La inestabilidad financiera es solo uno de los problemas de la economía occidental, dijo el analista económico del Financial Times, Martin Wolf, en su más reciente libro, “The crisis of democratic capitalism”. Es un largo texto, para una crisis profunda, a la que Wolf agrega otros factores, como “la creciente desigualdad, la creciente inseguridad personal y el lento crecimiento económico, especialmente después de la Gran Recesión”.

El debate sobre la decadencia del imperio norteamericano tiene muchas aristas, pero es evidente que el país que impuso las reglas de Bretton Woods al mundo hoy tiene que esforzarse para tratar de mantenerlas, antes de que se les vayan de las manos.

Es el mismo que hizo de la OTAN la columna vertebral de su política de defensa, una organización beligerante que sigue estrechando el cerco en torno a Rusia, moviéndose cada vez más cerca de una guerra nuclear de la que sus líderes parecen soñar con salir vencedores.

¿Nos quedaremos, el resto del mundo, como simples espectadores de una obra sobre nuestro final? ¿Tendrá alguna posibilidad de éxito el esfuerzo mediador de China, con la gira, a principios de marzo, de su representante especial para los asuntos de Eurasia, Li Hui, que incluyó Kiev? ¿O los de Lula, o los de Petro, o los del Papa Francisco? Lo único inaceptable es esperar sentados que caiga la telón…

¡No tendremos oportunidad de aplaudir!

FIN

La OTAN y el “problema ruso”

Gilberto Lopes, en Costa Rica

Feb 2024

El “problema ruso» representa un reto enorme para la Unión Europea, dijo el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell. Hablando al concluir la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich, Borrell advertía contra el peligro de un largo período de tensiones. Temía que Rusia se viera tentada a aumentar sus “provocaciones políticas y militares contra los países de la OTAN”.

La formulación de Borrell nos pone frente a un problema no fácil de definir: el “problema ruso”. Hay muchos intentos de hacerlo, tanto en las intervenciones de los líderes mundiales, reunidos en Múnich entre el 16 y el 18 de febrero pasado, como en los análisis de periodistas y expertos.

David E. Sanger y Steven Erlanger, del NYT, nos dan algunas pistas en un artículo de opinión sobre los resultados de la conferencia, publicado el mismo 18 de febrero. En su opinión, nada de lo que los líderes occidentales hagan –ni las sanciones, ni las condenas, ni los esfuerzos militares– cambiarán las intenciones de Putin de desarticular el actual orden mundial. Para ellos, ese sería el “problema ruso”.

El paso dado por Putin, su irrupción más decisiva en el contexto político internacional, ha sido la invasión de Ucrania. El presidente ruso ha explicado muchas veces sus razones. Lo hizo en 2007, en la misma reunión de Múnich a la que, este año, no fue invitado. Lo preocupaba la expansión de la OTAN hacia sus fronteras.

Minando la confianza

“Hoy estamos viendo un incontrolable abuso de la fuerza militar en las relaciones internacionales; un Estado, principalmente Estados Unidos, ha traspasado sus fronteras nacionales de todos los modos posibles. Esto es extremadamente peligroso, nadie se siente seguro”, dijo Putin en Múnich, en 2007.

Además de la amenaza militar, generaba especial inquietud el hecho de que eso se hiciera sin respetar las promesas hechas a Rusia cuando se derrumbó el mundo socialista del este europeo y se unificó Alemania y la OTAN se expandió hacia el este, acercándose a la frontera de Rusia. Se creó una relación de desconfianza corrosiva en las relaciones internacionales, a la que se refería Putin en Múnich.

La rebelión de Maidán, a fines de 2013 y principios del 2014, apoyada por Washington, creó la condiciones para extender ese movimiento hacia Ucrania, donde las especiales relaciones históricas, políticas y culturales con Rusia plantearon nuevos desafíos.

Con los países bálticos incorporados a la organización, la frontera de la OTAN estaba ya a unos 600 km de Moscú. Rusia logró impedir que un nuevo “Maidán” pusiera en Minsk otro gobierno alineado con Occidente, impidiendo que la OTAN se instalara en toda su frontera europea.

Con la eventual incorporación de Ucrania en la OTAN, una nueva “Cortina de Hierro” aislaría Rusia de Europa, con una frontera desde el Báltico hasta el mar Negro, solo interrumpida por Bielorrusia. La intervención militar rusa en Ucrania tiene entre sus principales objetivos –definidos por el presidente ruso– evitar esa situación.

Desde el Maidán, las tensiones entre Kiev y los habitantes de los territorios ucranianos fronterizos ­–las repúblicas de Donetsk y Lugansk, y las provincias de Jersón y Zaporozhie– se fueron transformando en enfrentamientos armados cada vez más frecuentes. Los intentos por resolver el conflicto entre separatistas prorrusos y el gobierno ucraniano con los Acuerdos de Minsk I y II, en 2014 y 2015, fracasaron.

No solo fracasaron, sino que dieron pie, años después, a una revelación poco usual en el escenario político internacional. El entonces presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, teóricamente garantes del acuerdo, reconocieron que esas negociaciones no tenían más objetivo que darle tiempo a Ucrania para fortalecer sus fuerzas armadas.

“El acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania”, dijo Merkel en una entrevista con el semanario alemán Die Zeit. Merkel había dicho al Die Zeit que el problema no se iba a resolver, pero que la negociación le iba a dar a Ucrania un “tiempo precioso”.

En diciembre de 2022, el periódico Kyiv Independent le preguntó a Hollande si él también creía que las negociaciones de Minsk tenían como objetivo retrasar los “avances rusos” en Ucrania. –Sí, dijo. Angela Merkel tenía razón en este punto. Los acuerdos de Minsk detuvieron la ofensiva rusa por un tiempo.

Putin, por su parte, se dijo sorprendido por la declaración de Merkel: –Me tomó completamente por sorpresa. Es decepcionante. Honestamente, no esperaba algo así de la excanciller, afirmó.

Sumada a la desconfianza creada por el no cumplimiento de la promesa de no acercar la OTAN a la frontera rusa, el reconocimiento de que no se negociaba seriamente un acuerdo en Minsk generó un clima enrarecido –decepcionante, en palabras de Putin–, sin espacios para nuevos diálogos en este escenario internacional.

De Lisboa a Vladivostok

En 2010, en visita a Berlín, Putin había sugerido integrar Europa con Asia, desde Lisboa hasta Vladivostoky y había consultado la posibilidad de incorporarse a la OTAN.

¿Por qué nada de eso se hizo realidad? ¿Cuáles eran los intereses que impedían a Europa transformarse en un enorme bloque político, consolidado geográficamente, con enormes reservas energéticas, que podían ser el resultado de un acuerdo con Rusia? ¿El problema ruso?

En la respuesta a esta pregunta reside el secreto de la actual situación en Europa. Que no es sencilla lo demuestra, por ejemplo, la opinión de la escritora Monika Zgustova, de origen checo, colaboradora asidua del madrileño diario El País, para quien “politólogos y kremlinólogos interpretaron sus palabras como un deseo de que algún día el imperio ruso se extienda de Vladivostok hasta Lisboa”.

Pesó más la tentación de asaltar Moscú, la fantasía peligrosa de dividir Rusia en múltiples Estados, de desarticular el país más vasto de la Tierra, en abrir una caja de Pandora que –esa sí– habría puesto el mundo en una ruta inestable, imposible de predecir.

Esa integración entre Rusia y Europa era probablemente a lo que apostaba el excanciller alemán Gerhard Schröder (98-2005), cuando asumió la presidencia de la Junta de Accionistas de la empresa Nord Stream AG, encargada de la construcción y operación de los gasoductos que asegurarían el abastecimiento de energía rusa a la industria alemana, a precios competitivos.

Hoy los líderes alemanes –el canciller Scholz; la ex “peacenik” Annalena Baerbock, encargada de la política exterior alemana; o la también alemana Ursula von der Leyen, presidente la Comisión Europea– no quieren siquiera salir en la foto con Schröder, a quién evitan cuidadosamente, si en algún evento oficial está presente.

Que Estados Unidos no iba a permitir que el Nord Stream funcionara me pareció siempre una evidencia. Pero las consecuencias de eso para Europa también lo eran, sobre todo para la economía alemana, que ha entrado en recesión. Las previsiones son de que tendrá un crecimiento negativo, de 0,5%, por segundo año consecutivo. Se peor escenario en los últimos 20 años.

Derrotar a Rusia

“La Unión Europea debe dar todas sus armas pesadas a Kiev. Este problema debe resolverse ahora. Nosotros tenemos gran experiencia, y entendemos que Europa no necesita esas armas: tanques, vehículos de infantería y otros armamentos, que no sirven para una próxima guerra. Deberían donarlas todas a nosotros, como lo ha hecho Dinamarca”. “Nosotros estamos preparados para hacer efectiva la tarea de destruir la Federación Rusa, dijo el consejero de Seguridad Nacional de Ucrania, Aleksey Danilov.

¿Destruir la Federación Rusa? Es difícil imaginar que Ucrania pueda hacer eso. Al iniciarse el tercer año del conflicto la iniciativa militar está en manos rusas. Pero, como veremos, analistas ucranianos y occidentales no abandonan la expectativa de una victoria militar.

Para el ex Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, es incorrecto hablar de un “empate” en la guerra. En un artículo escrito para Foreign Policy asegura que los medios para el triunfo de Ucrania permanecen firmemente en manos de Occidente. Cita la situación en el Mar Negro, donde afirma que las fuerzas ucranianas han tenido éxito en sus ataques a la flota rusa. “Si los ucranianos reciben las armas que necesitan, han mostrado que las saben usar muy bien. Por eso estimo que debemos levantar todas las restricciones que nos hemos autoimpuesto para el suministro de armas”, dijo Rasmussen.

En los esfuerzos por derrotar a Rusia se están moviendo dos escenarios. En el militar, la propuesta es entregar a Ucrania más y más potente armamento, capaz de golpear muy adentro en el territorio ruso. En el económico, multiplicar el universo de sanciones pero, sobre todo, resolver las dificultades legales para entregar a Ucrania unos 300 mil millones de dólares de depósitos rusos, congelados principalmente en Bruselas y Estados Unidos.

Sobre lo primero, el canciller ruso, Sergei Lavrov, afirmó que se trata de “dar a Ucrania más armas de largo alcance para que lleguen al corazón de Rusia y así sembrar la confusión y el pánico y minar la confianza de la población”.

Lawrence D. Freedman, profesor emérito de estudios de la guerra en el King’s College London, argumenta en el mismo sentido, en artículo publicado también en Foreign Policy el pasado 23 de febrero. Para derrotar a Rusia, Ucrania necesita armas de largo alcance, afirmó.

¿Por qué Occidente debe seguir armando Ucrania?

Freedman reconoce que Ucrania enfrenta dificultades en el terreno de batalla. Pero, en su opinión, ninguna compensa el peligro evidente de un triunfo ruso para Europa, lo que la obligaba a hacer permanente el apoyo a Kiev.

Rasmussen se preguntaba ¿por qué Occidente debe seguir armando Ucrania? Su respuesta era porque Ucrania estaba “peleando en representación nuestra”. “Están sufriendo no solo para proteger a su país, sino a todo el continente europeo contra una Rusia agresiva”.

Desde la perspectiva norteamericana –agregaba– la ayuda a Ucrania representaba apenas 3% o 4% de su presupuesto de defensa (lo que no es poco, pues el presupuesto de defensa de los Estados Unidos es mayor que el de los otros diez países que lo siguen, en conjunto). Para Rasmussen, por esa “pequeña cantidad de dinero los Estados Unidos han logrado una degradación significativa de la fuerza militar rusa”.

Derrotar a Rusia

Digamos que eso es así. Pero todavía deberíamos responder por qué es tan importante “destruir la Federación Rusa” ….

Putin busca una explicación en el mundo surgido después de la derrota en la Guerra Fría. Está en su discurso del 24 de febrero de 2022, en el que explicaba sus razones para ir a la guerra. Hemos visto un estado de euforia creado por un sentimiento de absoluta superioridad, una forma de moderno absolutismo. Después de la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos y sus aliados occidentales trataron de darnos el golpe final, de destruirnos por completo, afirmó.

Putin recordó que en diciembre de 2021, semanas antes del ataque a Ucrania, hicieron una nueva propuesta a Estados Unidos y a sus aliados sobre seguridad europea y la no expansión de la OTAN hacia el este.

“Cualquier expansión de la infraestructura de la OTAN o de implantarse en territorio ucraniano es inaceptable para nosotros”, agregó, señalando que para Estados Unidos y sus aliados se trata de un avance en su política para contener a Rusia. “Para nosotros es una cuestión de vida o muerte, de nuestro futuro como nación”.

Me parece que, en esa discusión, no siempre se pone la debida atención al hecho de que el conflicto está en la frontera rusa. No son los rusos los que han avanzado hacia Occidente o instalado sus armas en las fronteras occidentales. Ese aspecto geográfico es un factor de enorme peso para cualquier consideración sobre esta guerra.

También siento falta de otro argumento: en este caso, sobre la anexión de Crimea a Rusia. Se trata de los antecedentes gracias a los cuales Inglaterra reivindica su soberanía sobre las islas Malvinas. Es un argumento basado en la voluntad de sus habitantes, instalados allí luego de una ocupación militar. Poca (o ninguna) diferencia hay con el caso de Crimea.

La expansión rusa

Tucker Carlson, luego de su entrevista con Putin, hizo diversos comentarios sobre lo conversado. Aseguró que “solo un idiota puede creer que Rusia planea su expansión”.

¿A qué territorio puede aspirar Rusia? Uno debería preguntarse cuál sería el objetivo de un tal avance sobre países de la OTAN. ¿Qué sentido tendría para Rusia? ¿Qué ganaría con ello?

Putin ha reiterado que ese no es su objetivo, que no tiene ningún interés en conquistar Ucrania, ni atacar Polonia o Letonia, lo que lo pondría en guerra directamente con los países de la OTAN, incluido Estados Unidos. O sea, una guerra nuclear. Pero, en Occidente, se usa este argumento para justificar ante sus ciudadanos la demanda de nuevos recursos para apoyar a Ucrania.

Alexander Wardy y Paul McLeary, periodistas de Político, afirman que, para Occidente, solo hay un “Plan A” en esta guerra: derrotar militarmente a Rusia.

En su artículo, citan al ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmitró Kuleba, diciendo a los europeos que cuando oyen que las fuerzas ucranianas se retiraron de Avdiivka, deben pensar en que los rusos están ahora un poco más cerca de sus casas. Hay que ver un mapa para dimensionar la afirmación de Kuleba.

Desde el punto de vista de Putin, sin embargo, el argumento le puede servir para explicar por qué decidieron reaccionar ante los avances de la OTAN hacia sus fronteras.

El “Plan A”

La idea del “Plan A” es la misma que defiende el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. “Una derrota de Ucrania no puede ser una opción. Todos entendemos muy bien cuáles serán las consecuencias devastadoras para Europa y los valores que representamos y para el mundo. Por eso es crucial actuar”, dice Michel, un político belga conservador como todos los que controlan las instituciones europeas. Las declaraciones las dio a la corresponsal de El País, en Bruselas, María Sahuquillo, un periódico que, como la casi totalidad de los grandes medios europeos, han transformado el periodismo en un arma de guerra. El escenario se mira desde un solo punto de vista, lo que no contribuye, ni a una opinión informada, ni a una búsqueda realista de solución al “problema ruso”. Por eso se pusieron tan enojados con la entrevista de Carlson a Putin, al que llamaron de “traidor”.

Hay poca reflexión, casi ningún intento de pensar en cómo llegaron a esta crisis, ni si –quizás– existen otros planes, “B” o “C”, para encontrar una salida.

Al final, por lo menos en la visión de los líderes occidentales, el “problema ruso” se resume en “las consecuencias devastadoras para Europa y los valores que representan y para el mundo”, que el triunfo de Moscú podría amenazar. En todo caso, sobre el control de partes del territorio de Ucrania por Rusia –como dijo Putin a Carlson–, hay formas de resolverlo dignamente. “Hay opciones, si hay voluntad”.

El problema ruso

Al final, el “problema ruso” es el que planteó la Subsecretaria de Estado Victoria Nuland, en un comentario para CNN: «Francamente, esa no es la Rusia que queríamos. Queríamos un socio que se iba a occidentalizar, que iba a ser europeo. La Rusia de hoy no encaja en la imagen que Estados Unidos quería ver”.

Nuland tuvo un papel clave en las protestas de Maidán, en la “revolución naranja” que puso en el poder a los aliados de Occidente en 2014. Pero no resulta ocioso volver (nuevamente) la mirada a las advertencias del notable diplomático norteamericano, George Kennan, y a su artículo, publicado el 5 de febrero de 1997, en el New York Yimes.

Kennan se refería a la propuesta de incorporación a la OTAN de tres antiguos países del bloque soviético: Polonia, Hungría y República Checa, que se materializarían dos años después.

Su artículo (que ya hemos citado otras veces), se titulaba “Un error fatal”. Claramente hablando –decía Kennan en 1997– “la expansión de la OTAN puede ser el mayor error de la política norteamericana en todo el período posterior a la Guerra Fría”.

Una tal decisión –agregaba– probablemente despertará tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en Rusia, tendrá un efecto adverso en el desarrollo de la democracia en Rusia, restablecerá la atmósfera de la Guerra Fría en las relaciones entre el Este y el Oeste y “empujará la política exterior rusa en direcciones que decididamente no serán de nuestro agrado”.

Nada de eso se puede entender sin una mirada un poco más amplia a la situación del mundo. Serhii Plokhy, director del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard, y Mary Elise Sarotte, profesora distinguida de Estudios Históricos en la Universidad Johns Hopkins, en un artículo sobre la ubicación de Ucrania en el escenario de la post Guerra Fría (“The shoals of Ukraine”, Foreign Affairs, nov 2019), se refieren al papel de una Rusia que, desde su punto de vista, se resiste a reconocer su lugar, luego de la desaparición de la Unión Soviética.

Se refieren a la desaparición de una gran potencia: “La Unión Soviética puede haber dejado de existir en el papel, en diciembre de 1991, pero su influencia no. Los imperios no desaparecen simplemente. Mueren lenta y desordenadamente, negando su decadencia cuando pueden, cediendo sus dominios cuando no tienen alternativa y lanzando acciones desesperadas cada vez que ven una oportunidad”.

Me parece una descripción perfecta del comportamiento de los Estados Unidos actuales, aunque esa no es, naturalmente, la intención de los autores.

Andrés Ortega, investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y director del Observatorio de las Ideas, publicó en abril del año pasado un artículo sobre la “Arrogancia occidental y vasallaje europeo”, en “Agenda Pública”, de El País.

Nos recuerda que ya desde mediados de la década pasada la economía occidental es más pequeña que el resto del mundo, que “el mundo ha cambiado, pero Occidente parece no enterarse”. “No solo quiere defender sus intereses, valores y modos de vida, lo que es normal y legítimo, sino dar lecciones a los demás”.

Dados los intereses involucrados, los recursos invertidos, las naciones participantes, el conflicto en Ucrania no puede ser visto más que como la nueva forma de una guerra mundial. Después de la I, la II y la Guerra Fría, sería la IV. A quienes tratábamos de imaginarnos como sería, ahora la tenemos ante nuestros ojos. Es la que puede ser, antes de la última, la nuclear. Mientras tanto, Alemania decide si le entrega a Kiev armas de largo alcance, capaces de bombardear Moscú.

FIN

Ucrania/Rusia – Carta por la Paz: Que se callen las armas

Al cumplirse 2 años de la guerra entre Ucrania y la Federación de Rusia queremos traer a la memoria del mundo a las miles de vidas ucranianas y rusas que siguen muriendo en este conflicto. Por tal motivo, las personas y organizaciones que suscribimos esta carta levantamos nuestras voces para que vuelva la paz para estos dos pueblos hermanos. 

1 – Hacemos un llamado, a las partes en conflicto, a poner un alto al fuego inmediato y cesar las hostilidades entre ambos bandos. Los exhortamos a volver a la mesa de diálogo, buscar acuerdos de mutuo beneficio,  y lograr que llegue una paz sostenible.

2 – Llamamos a los Estados Unidos, a los países de la OTAN, y a todos los países del mundo, a no seguir suministrando armas a los países que se encuentran en guerra. Exhortamos a los Estados Unidos y la Unión Europea a cambiar su postura guerrerista y, a cambio, promover y facilitar el diálogo y negociaciones de paz entre Ucrania y la Federación de Rusia. 

3 – Llamamos a que se ponga fin al envío y el uso de armas prohibidas, suministradas por los EEUU y los países de la OTAN, en el conflicto en Ucrania. El uso de bombas de racimo y munición de uranio empobrecido tiene consecuencias nefastas de largo plazo para la población civil y para el medio ambiente. 

4 – Llamamos a la Organización de Naciones Unidas, a sus países miembros, a los organismos internacionales, a la comunidad internacional, a no bajar los brazos, a redoblar sus esfuerzos, hasta lograr que se ponga fin a la guerra entre Ucrania y la Federación de Rusia y se logren soluciones pacíficas y negociadas.

¡¡Que se callen las armas, que vuelva la paz!!

Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, AFEP, Chile
Asamblea Humanista, Internacional
Austin Tan Cerca de la Frontera, EEUU
Centro Cultural San Francisco Solano, Argentina
Centro de Amigos para la Paz, Costa Rica
Centro Oscar Arnulfo Romero, Cuba
Colectivo Shalom, México
Comisión de Paz, No Violencia y Desmilitarización – Alianza CONVIDA-20
Comité Asamblea Constituyente Chile-Bélgica  
Comité Carioca de Solidariedade a Cuba e Às Causas Justas, Brasil
Comité de DD.HH. y Ecológicos de Quilpué, Chile
Comité Oscar Romero, SICSAL-Chile
Comunidad Ecuménica Martin Luther King, Chile
Coordinadora Americana por los Derechos de los Pueblos y Víctimas de Prisión Política
Frente Antiimperialista Internacionalista, España
FUNCAR, República Dominicana
Fundación Equipos Docentes del Sur del Mundo, Chile
Fundación Pueblo Indio del Ecuador
Movimiento por la Paz, la Soberanía y la Solidaridad entre los Pueblos de Argentina (MOPASSOL)
Mujeres para el Diálogo, México
Observatorio de Derechos Humanos de los Pueblos
Observatorio por el Cierre de la Escuela de las Américas, SOAW-Chile
Red de Esperanza y Solidaridad, Puerto Rico
Red Laical del Maule: Cena con el Hermano Jesús, Talca, Chile
Servicio Paz y Justicia, SERPAJ-Argentina
Servicio Paz y Justicia, SERPAJ-Paraguay
SICSAL, México
Unión Bicentenaria de los Pueblos – Chile UBP
World BEYOND War
Women for Peace – Finland

Personas:

Martin Almada, Premio Nobel Alternativo, Paraguay
María Stella Cáceres, Museo de las Memorias, Dictadura y DDHH, Paraguay
Marcela Zamora Cruz, comunicadora, CAP, Costa Rica
Stella Calloni, periodista, Argentina
Carmen Diniz, Brasil
Ana Esther Ceceña,, México
Patricio Labra Guzmán, SERPAJ Chile 
Alejandro García Pedraza, Integrante Pax Christi Internacional Programa para América Latina y el Caribe, Colombia 
Julio Yao, Presidente Honorario del  Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP), ex Asesor del General Omar Torrijos
Julin Acosta, SICSAL, Rep.Dominicana  
Fernando Bermúdez López, Comisión Europea de Migración de Convida20, España  
Carlos González, Corporación Campo de Concentración 3 y 4 Álamos, Chile
Hervi Lara Bravo,  Comité Oscar Romero, SICSAL-Chile
Pablo Ruiz Espinoza, periodista, SOAW-Chile
María Elena López Gallardo, Iglesias por la Paz, México
Leonora Díaz Moreno, Chile
Guillermo Burneo Seminario, Perú
Norberto Ganci, El Club de la Pluma, Argentina
Alfonso Insuasty Rodriguez. Grupo Kavilando y Red Interuniversitaria por la Paz REDIPAZ. Y Maestría en ciencia, tecnología, sociedad e innovación ITM, Colombia
David Barrios Rodríguez, profesor universitario UNAM-México
Jose A. Amesty Rivera, Costa Rica 
Nidia Arrobo Rodas, Fundación Pueblo Indio del Ecuador
Tatiana L. Aguilar Torrico, Think Tank en Prospectiva Ecofeminista, Académica-Investigadora, Red de Mujeres en Conservación de Latinoamérica y el Caribe, Bolivia
Gerardo Dure, Sicsal Argentina
Mariella Tapella, Equipo de Servicio a Comunidades de Base (Sercoba), El Salvador
Franklin Ledezma Candanedo, periodista independiente, Panamá 
Diego Balvino Chavez Chavez, Colombia
Rodolfo O. Gianfelici, PrensaMare, Argentina 
Maricarmen Montes, México
Lourdes del Villar, México
Angeles González, México
Cristina Steffen,  México
Elizabeth Alejandre, México
Bertha Vallejo, México
Marisa Rodriguez, México
Graciela Tapia, México
María Elena Ramírez, México
Leonor Aída Concha, México
Josefa Hernández Hidalgo, España
Andrés Reyes Oyarzo, Psicoeducador,  Chile
Alejandro Nuñez López, Chile
Montse Mreto Castella, Chile 
Julio Zumaeta Bustamante, Chile
Hersilia Carrascal, Colombia

Jorge Galeas Maltés, Chile
Clara Fuentes Zamorano, Chile
Sonia Salvador, Chile
Alvaro Cardenal Ramazzini, Guatemala
José Miguel Guzmán, Chile
Dra Laura Collin, México
Javier Belda, España
Juan Cejudo Caldelas, España
Enrique Muñoz Gamarra, Perú
Juan Aviñó Simon, Chile

Luis Angel Cespedes, CAP, Costa Rica
Katherone Quesada Calderón, Costa Rica
Gabriel Vergara Lara,  Canadá
Lucia Vidal, Paraguay
Elmer Gómez Terán, Nicaragua
Tamara Lorincz WILPF-Canada & VOW  
Marcela Naranjo Segura, ACODEHU, Costa Rica
Rosendo Guijarro, Cuba  
Alfonso Hernández Martín, Comunidades Cristianas de Base Región de Murcia, España
José Gómez, España

Dave Mulinix, Greenpeace Hawaii, United States
Luis Mario Albarrán, México
Vigilia Fuertes Álvarez, España
Colin Stuart – Victoria Peace Coalition, Canadá
Adrian Bernal, EE.UU.
Kepa Bóveda Garai, Euskal Herria
Juan Gómez, Mundo sin Guerras y sin Violencia, Chile
Juan M. Telechea, España

Puede firmar en el siguiente formulario:

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La Mesa Redonda analiza con Vladimir de la Cruz entrevista de Carlson a Putin

Este programa es una conversación sobre una variedad de temas, incluida la entrevista que el famoso periodista Carlson le hace al presidente ruso Vladimir Putin sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania. Se destaca la entrevista de Carlson con Putin, la cual se centra en cuestiones como el apoyo de Estados Unidos al separatismo en el Cáucaso Norte y la respuesta de Putin a las acusaciones de apoyar a los neonazis en Ucrania. La conversación profundiza en esta realidad como un conflicto Intercapitalista de seguridad nacional en términos militares, aborda sus implicaciones, particularmente entre Rusia y EE.UU., y el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial en relación con las tensiones geopolíticas actuales.

Los oradores también abordan la importancia de las influencias socialistas y comunistas en el pasado de Rusia y su impacto en la economía global y las relaciones internacionales, particularmente en los contextos europeo y asiático. Discuten el surgimiento de grupos neofascistas en ciertos países europeos y cómo la referencia de Putin a la postura antinazi de su padre durante la Segunda Guerra Mundial sirve como un recordatorio simbólico de los conflictos históricos. La conversación enfatiza las complejidades de las ideologías políticas y la dinámica en evolución de las relaciones internacionales, con un enfoque en cómo los eventos pasados ​​continúan dando forma a las narrativas y tensiones actuales.

Además, los ponentes analizan las posibles implicaciones de las acciones militares de Rusia, como la anexión de Crimea, sobre la seguridad regional y el panorama geopolítico más amplio. Discuten las preocupaciones sobre la militarización de ciertas regiones y la creciente incorporación de países a alianzas militares, destacando las luchas de poder y las alianzas en curso después de la Segunda Guerra Mundial. La conversación subraya la importancia del contexto histórico para comprender los conflictos actuales y las intrincadas relaciones entre las naciones en un mundo globalizado.

En general, el programa proporciona información sobre las tensiones geopolíticas entre Rusia y Estados Unidos, los ecos históricos de conflictos pasados ​​en las narrativas actuales y las complejidades de las relaciones internacionales en un mundo que cambia rápidamente. La discusión profundiza en los matices de las ideologías políticas, las acciones militares y los legados históricos que continúan dando forma a la dinámica entre las naciones e influyen en la seguridad y la estabilidad globales.

Programa Mesa Redonda:

Entrevista a Putin:

Dos caras

José Luis Callaci.

Por José Luis Callaci

En todo este tiempo que dura la operación militar especial de Rusia en Ucrania, los propósitos que desde los inicios fueron expuestos con meridiana claridad por el gigante euroasiático se han venido cumpliendo.

Luego de las infructuosas negociaciones que se alargaron durante ocho años para encontrar una solución pacífica al conflicto, este se prolonga con un alto costo en vidas humanas y queda cada vez más claro que el mismo fue provocado por Washington, Londres y Bruselas.

Entre los hechos más relevantes sobre esta afirmación se encuentran las declaraciones de líderes de occidente. (Merkel, Hollande, entre otros) que reconocieron en declaraciones hechas públicas que esas supuestas “negociaciones” fueron un ardid para ganar tiempo y armar a Ucrania.

¿Qué más hace falta, entonces, para entender quienes han sido los que iniciaron esta guerra?

Primero al propiciar la instalación en el poder a una dictadura nacionalista y neonazi en el 2014, a partir de la cual se comenzó a agredir de manera sistemática a la población rusa que por millones habita en el sureste de la hoy llamada Ucrania, en la región conocida como el Donbás. Agresión esta con actos terroristas y genocidio contra la población civil mientras se dotaba al régimen de Kiev de cuantiosos recursos económicos, armas ofensivas, mercenarios, personal militar encubierto y todo tipo de apoyo logístico para sostener la guerra y alargarla con el fin de desgastar e Rusia e infligirle una derrota estratégica” de grandes proporciones.

Quienes así actuaron sabían muy bien, y no solo por las reiteradas advertencias de Rusia de que no cruzarán las “rayas rojas”, sino también porque ningún país en tales circunstancias jamás permitiría que una amenaza de tal envergadura se produjera en sus fronteras, lo que atentaba contra su propia seguridad. Es bueno recordar los titulares de la prensa occidental hegemónica reproduciendo declaraciones que propiciaban lo que llamaban y aún siguen llamando “invasión”.

No reconocer la doble cara de los que con total vileza dicen una cosa y hacen otra presentando historias solo en parte o al revés es algo inaudito e inaceptable.

¿Lo que los inspira y motiva no es acaso el impedir que se acabe con el dominio anglosajón y sus reglas de constantes imposiciones a quienes no se subordinan a su mundo unipolar? La resistencia a la multipolaridad en la cual los equilibrios económicos, políticos y militares sean lo que mejor garanticen la plena observancia de las normas internacionales, actuales y futuras en pro de un mundo de paz y de cooperación entre Estados y Naciones sigue siendo la constante que los impulsa a intervenir militarmente o con bloqueos y sanciones a todo aquel que se atreva a cuestionar o impedir que se continúe con ese dominio imperial.

Pero felizmente se está llegando a un punto en que de nada sirven los gastados argumentos de la propaganda occidental, con sus mentiras vestidas de verdad e impidiendo el libre acceso a otras fuentes de información, lo que, por contexto de los hechos, los antecedentes y la propia historia permita entender al menos para algunos las causas de este conflicto. Que esta es una guerra entre los dueños de la OTAN contra Rusia, utilizando para ello sangre ucraniana. Esa doble cara es, en su esencia, criminal.

Ciframos la esperanza que el sentido común y la racionalidad que conduce a la preservación de la especie humana prevalezcan y que los próximos líderes mundiales, del falsamente pregonado “mundo libre” regenteado por Washington abandonen sus manifiestas “supremacías”, superen sus febriles mediocridades para liberar a toda la humanidad de temor de que todo esto termine en una catástrofe que acabe con la vida en nuestro planeta.

Conflicto Rusia-Ucrania: Señales de derrota y negociaciones secretas

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El conflicto entre Rusia y Ucrania ha alcanzado un punto crítico, con la OTAN emitiendo señales contundentes sobre la situación militar de Ucrania y el fracaso de su contraofensiva. El secretario general de la organización militar atlantista pro-occidental, Jens Stoltenberg, ha declarado que el país se encuentra en una situación crítica y ha instado a prepararse para recibir malas noticias: «Tenemos que prepararnos para malas noticias. Los conflictos se desarrollan por etapas. Pero debemos apoyar a Ucrania tanto en los malos como en los buenos momentos». Este anuncio ha generado incertidumbre y preocupación en el bando ucraniano, ya que sugiere un cambio significativo y casi irreversible en el desarrollo de los acontecimientos.

El panorama actual remonta a hace aproximadamente un año, cuando la OTAN expresó de manera categórica que la incorporación de Ucrania a la organización era algo «impensable por el momento». Esta declaración fue un duro golpe para el presidente Zelenski y para aquellos que depositaban sus esperanzas en el apoyo incondicional de sus aliados occidentales. Esta situación dejó entrever las primeras alertas sobre la fiabilidad de los «padrinos» occidentales de este país. En un primer momento, se alentó a Ucrania, se le proporcionaron armas para enfrentarse a una potencia militar y se le hizo creer que tenía posibilidades de éxito en su resistencia. Sin embargo, las recientes declaraciones de Stoltenberg, instando a Ucrania a prepararse para recibir malas noticias, dejan al descubierto una realidad amarga para muchos: la incertidumbre y la desconfianza en las promesas occidentales.

Este giro de los acontecimientos genera preguntas fundamentales sobre la estrategia y la coherencia de las potencias occidentales en su respaldo a Ucrania. ¿Hasta qué punto se puede confiar en aliados que, en un momento, alientan la resistencia y, en otro, sugieren la posibilidad de concesiones territoriales en negociaciones secretas con el adversario? La desilusión en Ucrania es palpable. Las expectativas de una contraofensiva efectiva y de un respaldo incondicional se ven ahora empañadas por la realidad de una situación crítica y la aparente falta de apoyo firme por parte de la OTAN y EE. UU., país que ha pasado a darle prioridad a Israel, su aliado estratégico de Medio Oriente, en su actual conflicto contra Hamas. Este escenario refleja la complejidad de las relaciones geopolíticas y pone en tela de juicio la capacidad de los países occidentales para mantener una posición coherente y sólida frente a crisis internacionales.

A medida que la situación en Ucrania se vuelve más tensa, han surgido informes sobre posibles negociaciones secretas entre la OTAN y Rusia. Según algunos medios internacionales, se estaría discutiendo la posibilidad de que Rusia retenga los territorios liberados en su operación militar, incluyendo Crimea, a cambio de permitir que el resto de Ucrania ingrese a la OTAN. Estas supuestas conversaciones han generado controversia y especulación sobre los posibles términos del acuerdo y sus implicaciones para la región.

El hecho de que la OTAN, según afirman medios internacionales, esté considerando la posibilidad de negociar con Rusia los términos de la rendición ucraniana, ¿a sus espaldas?, y la declaración del secretario general de la organización indicando que Ucrania se encuentra en una situación crítica, sugieren que la balanza podría inclinarse hacia una derrota militar inminente de ese país. Esta situación plantea cuestionamientos serios sobre la efectividad de este tipo de alianzas internacionales en nuestros días, así como de la arquitectura actual del sistema internacional.

Desde el inicio de la operación militar rusa en febrero de 2022, diversos analistas y estudiosos del conflicto han estado realizando exhaustivos análisis sobre el terreno y las decisiones políticas tomadas por ambos bandos. La evolución de los acontecimientos ha llevado a algunos expertos de los propios EE. UU. a cuestionar la eficacia de la respuesta de la OTAN y a plantear interrogantes sobre la capacidad de Ucrania para resistir la presión militar rusa.

La posibilidad de que Ucrania ingrese a la OTAN a cambio de concesiones territoriales a Rusia también levanta preguntas sobre los verdaderos intereses geopolíticos del bloque occidental, quienes al inicio dijeron defender hasta el final la integridad territorial de Ucrania, a la vez que deja entrever las dificultades y la complejidad de las relaciones geopolíticas en un mundo cada vez más inestable. Las implicaciones de esta crisis van más allá de las fronteras de Ucrania, afectando la confianza y cuestionando la eficacia de este tipo de organizaciones militares internacionales y su viabilidad en un mundo con rasgos de multipolaridad, en una realidad de nuevos equilibrios geopolíticos y actores con un importante peso global, los cuales no se pueden subestimar, ni mucho menos imponerles la voluntad de terceros en detrimento de sus intereses.

La situación actual en Ucrania refleja una compleja realidad, pero no es de asombrarse, pues es imposible que un país como éste pueda haber pensado en ganar un conflicto a una potencia nuclear como es Rusia. Tal como lo alertaron propios militares norteamericanos desde el inicio, ese conflicto lo perdería Ucrania si o si, pues más allá de las declaraciones pomposas hechas por países occidentales y sanciones morales que pudieron haber hecho contra Rusia, en el plano de lo real y lo técnico, la superioridad rusa siempre fue contundente.

En la actualidad, la lógica de las sanciones unilaterales y las imposiciones geopolíticas emerge como un camino que, lejos de fomentar la paz y la estabilidad, refleja una dinámica anacrónica propia de la Guerra Fría. El conflicto entre Rusia y Ucrania (OTAN) es un vivo y fiel reflejo de querer reducir a Rusia como actor geopolítico global a uno local y más parecido políticamente al de la Rusia post soviética de los noventa, hundida en una profunda crisis interna y sin ningún tipo de protagonismo internacional. En definitiva, eso no sucederá y más bien parece que a occidente una vez más le fallan los cálculos. Estas medidas, en lugar de propiciar una resolución pacífica de los conflictos, tienden a impulsar una política de bloques, alimentando la desconfianza y generando fragmentación en la arena internacional.

La imposición de sanciones de manera unilateral a menudo conduce a un aislamiento diplomático y económico, obstaculizando la construcción de puentes y entendimientos entre naciones. Esta vieja estrategia, heredada de épocas pasadas, subraya la necesidad imperante de explorar enfoques más colaborativos y multilaterales para abordar los desafíos geopolíticos contemporáneos, buscando construir un orden mundial basado en la cooperación y la comprensión mutua en el marco de una filosofía de ganar-ganar para todos, tal y como lo ha sabido promover con sabiduría países como China, con su política exterior basada en el respeto mutuo, el desarrollo pacífico y la cooperación internacional.

Cuba, Ucrania y la Guerra Fría 2.0

Germán Gorraiz López

Germán Gorraiz López- Analista

La Crisis de los Misiles de octubre de 1.962 que tuvo en vilo a la humanidad se saldó con la firma por Kennedy y Jruschev del Acuerdo de Suspensión de Pruebas Nucleares (1962) que incluía la retirada de los misiles rusos en territorio cubano a cambio de la retirada de los misiles de EEUU estacionados en Turquía, apareciendo en su letra pequeña la condición sine qua non de » no invasión de la Isla por parte de EEUU». Dicho acuerdo ha protegido a Cuba durante 60 años de una invasión estadounidense, estableciendo EEUU como contrapartida la figura del «bloqueo» que se ha mantenido vigente hasta la fecha.

El cese del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba, exigido por trigésima primera vez en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas y aprobado de forma abrumadora por 187 votos a favor, 2 en contra (EE.UU. e Israel) y la abstención de Ucrania reafirma la libertad de comercio y navegación ante un bloqueo anacrónico instaurado por Kennedy en 1.962. Además, la renovación automática por parte de EEUU por un año más del embargo comercial a la isla atentarían contra el vigente sistema financiero y político internacional y podrían suponer para Cuba pérdidas estimadas en cerca de 7.000 millones de $.La utopía sería la normalización de las relaciones entre Cuba y EEUU, destino final de un recorrido jalonado por lo necesario (finiquito del Bloqueo energético) y lo posible ( suspensión del anacrónico Bloqueo) hasta llegar a lo que parecía imposiblemente (normalización de las relaciones entre Cuba y EEUU).

Las 243 sanciones contra Cuba impuestas por Donald Trump

Los cambios propuestos por la Administración Trump tenían la intención de aumentar las regulaciones y la supervisión para dificultar a las empresas estadounidenses rubricar acuerdos con Cuba y que los ciudadanos estadounidenses continúen viajando al país, decisiones que fueron fruto de la extenuante presión de los destacados representantes cubanoamericanos Marco Rubio y Mario Díaz-Balart, ambos republicanos.

 Según un estudio realizado por Engage Cuba, la nueva política «le costaría 6.600 millones de dólares a la economía estadounidense y afectaría 12.295 empleos durante el primer mandato de Trump». Por su parte, el exvicepresidente Mike Pence anunció la implementación de nuevas medidas contra dos compañías que transportan crudo venezolano hasta Cuba así como contra los 34 buques que utiliza PDVSA para tal cometido, con el objetivo confeso de provocar la «asfixia energética de Cuba» mediante la amputación del cordón umbilical que unen a Venezuela y Cuba, siguiendo la teoría kentiana del «palo y la zanahoria», expuesta por Sherman Kent en su libro «Inteligencia Estratégica para la Política Mundial Norteamericana» (1949) y como traca de despedida, Trump volvió a incluir a Cuba en la lista de «Estados Patrocinadores del Terrorismo» hasta completar la cifra récord de 243 sanciones contra la Isla.

El objetivo confeso de la Administración Trump era que la Isla se viera abocada a una asfixia de resultados imprevisibles tras el hundimiento del turismo provocado por la irrupción en la Isla de la pandemia del coronavirus y en el paroxismo de la insolidaridad, EEUU bloqueó las compras y entregas de mascarillas, jeringas, ventiladores pulmonares y demás insumos sanitarios básicos para el tratamiento de pacientes con Covid-19 para hacer tambalear el status quo de la Isla.

Joe Biden y la fallida Revolución de Colores

Joe Biden en una entrevista concedida a la cadena CBS aseguró que «en el supuesto de ganar las elecciones retomaría la política llevada a cabo por Barack Obama hacia Cuba», lo que podría traducirse en un futuro mediato en un cambio sensible en las relaciones cubano-estadounidenses y en este contexto, se enmarcaría la petición del think tank Cuba Study Group (CSG) a la Administración Biden de «un compromiso diplomático renovado con Cuba». Dicho grupo de análisis presidido por el empresario Carlos Saldrigas representaría a la tendencia moderada de la comunidad cubanoestadounidense y estaría compuesta por destacados empresarios y activista políticos que participaron activamente en mejorar las relaciones con Cuba durante la Presidencia de Obama.

El camino a recorrer estaba jalonado por los retos del finiquito del bloqueo energético a la Isla, la retirada de Cuba de la lista de «Estados Patrocinadores del Terrorismo», la derogación de la Ley Hemls-Burton y finalmente, la suspensión del anacrónico Bloqueo vigente desde 1.962. que daría paso al intercambio de embajadores y a la anhelada normalización de las relaciones entre Cuba y EEUU.

A pesar de las esperanzadoras declaraciones de Joe Biden sobre su intención de reconducir las relaciones con Cuba, en una entrevista concedida a la CNN, el asesor de Joe Biden para América Latina, el colombiano Juan González , descartó un nuevo deshielo con Cuba y aseguró que «Joe Biden no es Barck Obama en la política hacia la Isla» al tiempo que añadió que «el momento político ha cambiado de forma importante». Dichas afirmaciones se habrían visto corroboradas con el apoyo expreso de Biden a las asonadas populares que eran la punta del iceberg de la fallida Revolución de Colores impulsada por la CIA al declarar que «nos unimos al pueblo cubano y a su clamoroso llamado por la libertad».

Cuba y la palindromía de la Historia

Ucrania ya ha recibido el estatus de país candidato a la Unión Europea y en el supuesto de que sea admitido como miembro de pleno derecho y prosiga el contencioso con Rusia,el artículo 42 del Tratado de la Unión obligaría a los países de la UE al conflicto directo con Rusia.En consecuencia, el mantenimiento del embargo contra Cuba podría generar un vacío de resultados imprevisibles en plena Guerra Fría 2.0 entre EEUU y Rusia que podría terminar por dibujar una nueva cartografía geopolítica en el Caribe.

Así, Rusia se vería obligada a mover sus piezas y situarlas estratégicamente en el llamado «patio trasero» de EEUU con el objetivo inequívoco de ampliar el radio militar ruso, según lo expuesto a la agencia de noticias rusa Sputnik por el Jefe del Comité de Defensa de la Cámara Alta del Parlamento Ruso, Victor Bóndarev «el establecimiento de una base militar rusa en Cuba en un contexto de aumento de las agresiones de EEUU, respondería a los intereses de seguridad Nacional», pudiendo revivirse la Crisis de los Misiles Kennedy-Jruschev (octubre, 1.962) y la posterior firma con Jrushchov del Acuerdo de Suspensión de Pruebas Nucleares (1962).