¿Un pegabanderas en la Rectoría?

Isabel Ducca D.

Hay dos metáforas de la sabiduría popular que siempre me han llamado la atención. La primera está prácticamente en desuso. Se trata del o la palanganas o del palanganeo. Quienes fuimos educados en hogares donde había una ética que rigiera, el palanganeo era muy mal visto. Es decir, dilatarse en asumir una tarea era signo de postergación y había que erradicarlo. Esa era la acepción más benévola del palanganeo. Existía otra mucho más severa y rompía las barreras hogareñas para incursionar en la vida social. El palanganas denotaba a alguien en quien no se podía confiar porque demostraba oportunismo, cambiaba de posición según la conveniencia propia o del grupo que le “patrocinaba” en el momento. Nunca había ni seguridad ni rectitud en sus actos y, por lo demás, no presentaba tampoco una inteligencia brillante.

Mi explicación del por qué surge el palanganas como símbolo del oportunista y servil, siempre van unidos, es que en la palangana cabe lo que usted quiera poner, desde agua cristalina hasta la peor de las suciedades.

La otra metáfora es el pegabanderas, más vigente en el habla popular que la anterior. Me gusta esa manera de nombrar el clientelismo político. El pegabanderas en su acepción más literal es un sobreviviente que debe jugársela o pellejearla cada cuatro años haciendo algún mandadillo partidario para recibir alguna limosna. No hay más ideario que la urgencia de conseguir una manera de ganarse la vida, no importa qué tipo de bandera si la azul, la verde o la amarilla. Por supuesto, hay una tipología del pegabanderas que no hemos estudiado, habría que iniciar tal labor de definición y clasificación pues no todos los pegabanderas están en las garras del hambre o del desempleo.

Algunos aspectos de esa caracterización tan urgente pueden ser los siguientes. El pegabanderas no incursiona en la política con mayúscula y con debate profundo. Entra en la contienda electoral, aunque en Costa Rica se confundan una y otra, no son sinónimos; las elecciones constituyen el espacio ideal para demostrar sus destrezas porque no requieren mayor inteligencia y mucho menos honestidad y ética. Se requiere capacidad para fingir posiciones, ideales o recitar lemas y consignas. Es decir, el pegabanderas es un cortoplacista, se mueve como pez en el agua en la coyuntura, está por la inmediatez. No tiene ni le interesa tener estrategia de largo plazo porque no está por el bienestar común, gira en torno a su egoísmo y a su necesidad urgente de escalar posiciones.

El otro rasgo es la instrumentalización de la institucionalidad para sus objetivos oportunistas. Todo lo que gire socialmente en su alrededor debe de convertirse en objeto, en un instrumento útil para sí mismo o sí misma. Las elecciones no son el espacio público para debatir propuestas sociales; se convierten en un match televisivo de insultos para ver quién insulta más a quién. Pasada la contienda, hay que unirse por el bien de la patria. Solo que la patria queda circunscrita a las fronteras de su cuenta bancaria o de la prebenda que recibirán, siempre en privado, nunca en público. Una vez instalados en el puesto, que siempre paga el pueblo, se convierte la institución en un instrumento más, que se pone al servicio del gran capital.

¿Por qué se descuartizó el Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo, INVU? Para que las grandes empresas constructoras hicieran el gran negocio en el área de la vivienda. Así podríamos seguir enumerando la historia de las instituciones públicas.

Frente a los últimos acontecimientos en la Universidad Nacional, hay quienes relatan y sacan a relucir el pasado de lucha estudiantil del actual rector. ¿Cómo se da ese giro de 180 grados? Habrá muchas explicaciones. Una fundamental es que el pensamiento de la izquierda posee dos vertientes fundamentales: el humanismo y el dogma. Hubo quienes se aprendieron el dogma de memoria, como lo hacen actualmente los cristianos, recitan el dogma sin siquiera tener una idea del humanismo cristiano. Así pues, hubo quienes recitaron o recitan todavía el dogma de la izquierda sin siquiera vislumbrar el humanismo. Cuando apareció en el horizonte político el dogma neoliberal, lo adoptaron como se acepta cualquier moda; era cuestión de cambiar de dogma.

Quien es humanista no entra en el dogma; si lo hace, su propia práctica lo obliga a desecharlo porque es imposible que un humanista verdadero sea dogmático. Podrá enriquecer su pensamiento de otras corrientes porque un requisito del humanismo es ensanchar los horizontes constantemente.

El asunto es que ahora le toca el turno a las universidades públicas de ser descuartizadas porque el totalitarismo del mercado, vía administración Carlos Alvarado, Rocío Aguilar y demás secuaces, requieren imponer su dogma, es decir el mandato del Fondo Monetario Internacional para convertirlas de cuna y hogar del humanismo, en negocio rentable al servicio de las grandes corporaciones.

No es que vayan a desaparecer, en absoluto, por eso es la oleada de construcción de edificios, las están apuntalando en infraestructura pero las están vaciando de todo contenido humanista. Hay que eliminar la autonomía universitaria, las Ciencias Sociales, las áreas de letras, todo aquello que construye el pensamiento analítico y crítico.

Don Alberto Salom, al igual que su compañero del Partido Acción Ciudadana, recitaron en elecciones algunas consignas y lemas progresistas con que engatusar electores, pero a la hora de administrar una institución pública que se debe al bienestar social y, sobre todo, a los sectores más oprimidos, la convierten objeto de su servilismo al gran capital.

Definitivamente, dicho partido nos ha legado más de un o una pegabanderas.

Enviado a SURCOS por la autora.