Agrotóxicos frente a la fertilidad del suelo

Alberto Salom Echeverría

  1. El caso de Costa Rica

Esta breve investigación me la ha facilitado un muy buen amigo, Rodolfo Jiménez Solé, quien envió al chat de Madre Tierra que compartimos, algunos buenos artículos, que emanan de prestigiosas universidades estadounidenses, del medio informativo la DW, así como de medios nacionales, un prestigioso investigador de la Universidad Nacional y una excelente comunicadora costarricense. Por supuesto de las aseveraciones que ha hecho el que escribe este artículo, Rodolfo queda eximido de todos los yerros o inexactitudes en que pueda haber incurrido. Espero, eso sí, no sean muchas y que el artículo resulte esclarecedor.

Costa Rica es un país que ha logrado bastante éxito en la ruta de convertirse en un territorio con un grado importante de desarrollo ecológico. En el concierto internacional, nuestro terruño ha adquirido la fama de ser un país verde. Además, de acuerdo con el Centro Nacional de Control de Energía (CENCE), el país ha conseguido la generación eléctrica prácticamente en su totalidad, a base de recursos limpios tales como el agua, el viento, la geotermia, la biomasa y el sol.

En lo que a mí concierne, me vanaglorio de ello ante parientes y amigos del extranjero, porque comparto este aserto; aun más, considero que el desarrollo apegado a una orientación ecologista es algo que se ha venido consolidando, mediante el esfuerzo de casi todos los gobiernos y contando con el apoyo de buena parte de la sociedad civil, desde los años setenta del siglo pasado, principiando con la acertada política de creación de los parques nacionales. Aunque, como es sabido, siempre tenemos que lidiar con personas inconscientes, carentes de visión, que incursionan ilegalmente en los parques nacionales con el objeto de cometer toda clase de tropelías contra el medio ambiente, talando y deforestando el bosque. En este aspecto, contradictoriamente, considero que por lo general los gobiernos no han sido suficientemente estrictos con los malhechores.

Hoy, voy a remarcar un caso, aparte del que acabo de señalar, que va a contrapelo de las buenas prácticas ecológicas que por lo general nos distinguen. Lo hago, porque contrario a lo que alguien pudiera creer, no es ser patriota callar nuestros yerros, sino todo lo contrario. La actitud patriótica distingue a aquellas personas que, defienden con espíritu crítico las conquistas alcanzadas en todos los campos y denuncian con pelos y señales las malas artes de los que, en cambio, con egoísmo y vasta sed de enriquecimiento fácil e ilícitamente se arrogan la potestad de atropellar lo que con tanto costo se ha obtenido.

En uno de los documentos investigados, me topé frontalmente con que las universidades de Yale y de Columbia, dos de las más prestigiosas en los Estados Unidos, incluyeron a Costa Rica entre los peores países en materia de uso de agroquímicos. La verdad es que no necesitaba el documento para saber que en nuestro país se usa desde hace bastante tiempo agroquímicos altamente tóxicos. Lo particular del hallazgo radica en que, en el reporte del índice de “Desempeño Ambiental” (EPI por sus siglas en inglés), Costa Rica se sitúa en la posición 68, entre 180 naciones sometidas a examen en materia de cambio climático, salud ambiental y vitalidad de los ecosistemas. El índice reporta 40 indicadores de desempeño en más de 11 categorías. La calificación de Costa Rica nos deja bastante mal parados en cuanto a la efectividad de las políticas ambientales.

Hay más, ocupamos el lugar 96 sobre el manejo de los riesgos agrotóxicos y el 156 en eficiencia de uso de fertilizantes. Entre los datos se señala que tenemos la deshonra de aparecer posicionados entre los 30 países en los cuales la biodiversidad está sujeta a alto riesgo de contaminación por mezclas de plaguicidas; asimismo estamos en la posición 11 entre los países con mayor riesgo de extinción de especies nativas amenazadas por el uso de agroquímicos que llegan a afectar sus ecosistemas. Además, en determinadas localidades de San Carlos, Siquirres y la provincia de Cartago el riesgo de contaminación se extiende a los mantos acuíferos.

El informe de las prestigiosas universidades señala que se usan 133 agrotóxicos que son considerados altamente peligrosos para la salud humana, animal y el medio ambiente en general. Por añadidura, un reciente informe del PNUD afirma que el 93% de los “agrovenenos” que se emplean en Costa Rica están clasificados como “Pesticidas Altamente Peligrosos” (PAP). Entre muchos otros acota el investigador Fernando Ramírez, del IRET-UNA, “… el clorpirifós es un insecticida organofosforado; es decir, que posee fósforo en su molécula, es muy tóxico y sobre todo tiene efectos crónicos. Su uso -agrega- está registrado para alrededor de 12 cultivos en Costa Rica, entre ellos algodón, arroz, banano, chile dulce y cebolla. Se usa para granos almacenados, para control casero de hormigas, para control de mosca blanca en el tomate, y en las bolsas plásticas celestes que se usan en las bananeras. La mayoría de estas bolsas -acentúa Ramírez- son untadas con clorpirifós y siempre hay bolsas en el campo; lo que significa que lo hacemos persistente en el ambiente. […] El Clorpirifós -se añade- es conocido por sus efectos sobre el sistema nervioso humano, especialmente para los niños.” (Cfr. Costa Rica, “Environmental Performance Index.” https:// epi.yale.edu/epi-results/2022/country/cri y Semanario Universidad. Ramírez, Fernando. Investigador IRET-UNA. Citado por Pomareda G. Fabiola. pomaredafabiola@gmail.com).

  1. Agrotóxicos y buenas prácticas para la fertilidad del suelo

El problema ocasionado por los agrotóxicos es muy generalizado en todo el mundo. Un informe de la “Deutsche Welle”, agencia alemana de comunicación considera que una tercera parte de la tierra fértil del planeta está contaminada por los agrotóxicos, o sea veneno para los seres humanos, plantas y animales en general. Originalmente, tanto los suelos en tierra como los océanos eran los mejores protectores del clima, ya que en ellos cabía todo el CO2 del Planeta.

En las ciudades, muchas de las mejores tierras han quedado sepultadas bajo el hormigón producto de las, con frecuencia no planificadas y, por tanto, innumerables e indeseables construcciones masivas de edificios. Los océanos no han escapado a esta impronta de la intervención del “homo económicus” especialmente por el plástico que los inunda.

En la llamada República Democrática Alemana (hoy integrada en un solo país con Alemania Occidental), desde 1949 se instalaron fábricas para extraer uranio que se exportaba a la Unión Soviética destinado a las industrias armamentísticas. En los países del occidente capitalista ocurrió y sigue ocurriendo todavía otro tanto. De tal manera, en Alemania Oriental por más de 40 años se extrajeron del subsuelo metales pesados altamente tóxicos, los cuales se subsumían en los suelos y también se liberaban a la atmósfera. La ciencia ha demostrado que metales como el uranio provocaron enfermedades en animales, plantas y en los seres humanos, tales como el cáncer y la “silicosis”, una enfermedad que afecta severamente los pulmones.

La investigación científica, puesta al servicio del saneamiento de la atmósfera, ha permitido planificar la demolición de muchas de estas edificaciones que se construyeron sobre terrenos de alta vocación agrícola. Aunque en muchas ocasiones no se han podido eliminar los metales pesados, se logró implementar un procedimiento mediante el cual los residuos tóxicos de los metales fueron “fijados” en el suelo. Significa que los metales ya no pueden continuar deslizándose hacia las aguas profundas del subsuelo, tampoco discurrir hacia la madera, ni a las hojas de los árboles. O sea, los metales quedan paralizados. Igualmente se ha procedido con otros metales que se han usado en todo el mundo contaminando la tierra, los ríos y el agua de los mares y océanos. Entre los metales más contaminantes que han contribuido enormemente a sobrecalentar el planeta se citan los siguientes: el uranio ya mencionado, el litio, el cobalto y el níquel.

La ciencia y tecnología más moderna empleada por los científicos que trabajan por combatir la enfermedad del calentamiento global y el cambio climático, el envenenamiento de la atmósfera, de las tierras de vocación agrícola y los ecosistemas marinos, ha conseguido poner en manos de la producción que utiliza energías limpias, procedimientos para inocular la tierra con cultivos bacterianos, especiales para rescatar el suelo. Es una práctica muy antigua que, en la era preindustrial, la tierra la hacía por su propia cuenta. Pero hoy está puesta al servicio de la agroindustria mediante alta tecnología. Esto nos llena de esperanza, no obstante que los desafíos continúan siendo descomunales, puesto que el calentamiento global avanza más rápidamente de lo que se había supuesto. La lección que extraemos es que no estamos inermes frente a la enfermedad planetaria.

Estudiantes en todo el mundo trabajan junto a la investigación científica, para experimentar la inoculación con cultivos bacterianos especiales y así, examinar si los “pequeños ayudantes bacterianos” se han multiplicado hasta el punto de lograr fijar los contaminantes en la forma en que lo hemos explicado. La DW ha informado que se empezaron a realizar experimentos en antiguas zonas mineras, en las que en un inicio no crecía absolutamente nada. Se sabe que en regiones donde la contaminación ha sido excesiva, por efecto de los metales pesados, los microorganismos no pueden subsistir porque las bacterias aerobias no pueden respirar el O2 y las anaerobias que, utilizan otros compuestos, tampoco lo consiguen. Tras la rehabilitación de la tierra, empieza la tarea de sembrar miles de árboles maderables como abedules y sauces en Europa, de manera que se ha logrado rescatar en países como Alemania, Francia y Austria, enormes extensiones de terrenos para proveer productos diversos para la sociedad. Aunque, se sabe que se requerirán en unos casos entre 30 ó 40 años e incluso 100 años en otras ocasiones, para que la tierra pueda recuperar su facultad de restauración de los suelos por sí sola, no cabe duda de que se ha abierto un ancho camino en la lucha contra la enfermedad del planeta.

Es un derecho de la humanidad tener esperanza en que otro mundo es posible, si somos capaces de colaborar, juntarnos y apoyarnos entre todas las naciones, en lugar de continuar impulsando guerras fratricidas. Estamos ciertos que, en cuanto el suelo, otrora contaminado, recupera su verdor, crecen plantas y aparecen nuevos ecosistemas, una “bomba de carbón” descenderá desde la atmósfera, en lugar de mantenerse en ella, para proveer el hidróxido de carbono que capturan las plantas para iniciar su proceso de vida y emanar de vuelta oxígeno. Se reanudará así, en mayor medida el ciclo de la vida como lo hemos conocido. Se almacena en el suelo el dióxido de carbono, retornará la producción de “humus” que es 58% carbono, en la cantidad necesaria para la vida. Si logramos regenerar las tierras, desterrar y “fijar” una gran parte del hormigón que se le plantó encima, se podrá absorber todo el CO2 que produce la especie humana. De acuerdo con los reportes científicos, para que ello sea una realidad, necesitamos que el contenido de carbono aumente cada año un 0.4%, o sea como lo ha propuesto el gobierno francés un 4 por 1.000; lo que se conseguirá a condición de que millones de agricultores en todo el mundo se sumen a la tarea.

 

Compartido con SURCOS por el autor.