¡Benditas leyes sociales!

“Colocándonos en un punto de vista cristiano, creemos que para asegurar las bases de la paz futura del pueblo costarricense, es necesario consignar en la Constitución el principio que crea los seguros sociales como un derecho inalienable de los trabajadores administrados por la Caja Costarricense del Seguro Social. Es principio junto con el que crea el salario mínimo, la jornada mínima de ocho horas, el derecho de sindicalización para patronos y trabajadores, la protección del anciano, la madre y el niño como un deber social del Estado”. Mensaje del Presidente Rafael Ángel Calderón Guardia dirigido al Congreso el primero de mayo de 1942)

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

            Sin duda, abundan los testimonios de la generación que nació entre los años 1920 y 1930, de las penurias que vivieron por la pobreza doméstica, intensificada por el impacto social y económico de la gran depresión de 1929. Esta generación también experimentó la transición hacia mejores condiciones de vida, después de la aprobación de las leyes sociales de los años 1940. De ahí el valor de esta fuente testimonial a la que hacemos referencia, destacando dos historias.

            Los jornaleros regresaban cabizbajos y tristes porque el patrón nuevamente les había quedado debiendo el jornal. Manuel, que se había atrasado, se los topaba y le decían que se devolviera que era viaje perdido. Testarudo, como lo fue siempre, siguió su camino pensando que el patrón esta vez no se podía salir con la suya. Primero, iría donde su amigo Lalo para que le ayudara a convencerlo; sabía que era ingenioso. Así sucedió, se le pagó su jornal y hasta se le agradeció reconociéndole que era uno de los mejores jornaleros. De regreso, pasó donde Lalo para agradecerle, y este le contó su artimaña: le había dicho al hacendado que Manuel llevaba el apellido materno Vega, pero que era de los Camacho de San Ramón, quienes donde ponían el ojo ponían la bala o el puño, y que ahora venía decidido a todo con tal de llevarse su jornal. Habiendo vivido en carne propia las injusticias de que eran víctimas los jornaleros de esos tiempos, y también los cambios que se dieron después de aprobadas las leyes sociales, se hizo un fiel calderonista hasta que el partido perdió los estribos, como acostumbraba a decir. Una vez, le preguntó a su amigo don Porfirio porqué los ulatistas perseguían a los calderonistas, siendo de la misma ideología, a lo que el ingenioso don Porfirio le respondió: son los ladrones persiguiendo a los sinvergüenzas. ¡Maldita corrupción, tan antigua como dañina!

            Con mi suegro de 82 años, en estos días de compañerismo a distancia, viajamos a tiempos de su niñez, en una tertulia que nos llevó a los convulsos años de 1940, pero socialmente promisorios. Cuando tenía un año de edad estuvo al borde de la muerte, como muchos niños de la Costa Rica descalza; sufría de raquitismo y bronconeumonía. Su madre sabía que el doctor Rafael Ángel Calderón Guardia atendía a los pobres y no les cobraba. La atendió gratuitamente y hasta le regaló los medicamentos, que curaron a su hijo de ambas enfermedades. Ya adulto, conociendo aquella historia, se hizo calderonista. Cosas de la vida, siendo un jovenzuelo le correspondió ir a arreglar una fuga de agua en la casa de la viuda del doctor, doña Rosario, a quien retribuyó ingeniándoselas para evitar romper las paredes, de la antigua oficina del Presidente, enchapadas con finas losetas. Hoy, vive eternamente agradecido con el doctor y los servicios de la Caja Costarricense de Seguro Social. Hace seis años fue sometido a una compleja, pero exitosa, cirugía de un aneurisma de la aorta, en el Hospital Calderón Guardia. Además, disfruta de una modesta pensión con la que vive con dignidad al lado de su esposa, sus 6 hijos, nietos y bisnietos.

                Las historias de vida se siguen escribiendo, y dentro de unas décadas abundaran los testimonios de lo que significó la Caja del Seguro Social para muchos pacientes que salieron airosos, después de haber contraído el virus COVID 19, gracias a la inteligencia, sabiduría y generosidad de los trabajadores de la salud de esta insigne institución pública ¿Habrá alguien, todavía, pensando en privatizarla? ¡benditas leyes sociales!