CINCO POETAS

Manuel Delgado

No sé qué caminos tuvieron que andar estos cinco poetas para caer en mis manos. Vinieron en una antología de poesía de estudiantes la cual, a su vez, es el resultado de un concurso organizado por el Consejo Estudiantil Universitario (el antecesor de la FEUCR) y escogidos por un tribunal conformado por Arturo Agüero Chaves (quien también hace el prólogo), León Pacheco Solano y José Fabio Garnier, tremendo trío.

La antología tiene mi edad, que no es poca. Se editó en 1952, en un momento en que el país se hallaba sumido en los sopores de la guerra civil, con sus odios, su represión antipopular y su falta de esperanza. Algo así da a entender Arturo Agüero.

A dos de esos cinco jóvenes poetas los conocemos por sus actividades políticas, pero casi por nada más. Guillermo Villalobos Arce fue un destacado dirigente del Partido Unificación Nacional, el antecesor del PUSC. Más tarde publicó obra poética, pero ninguna antología o historia de la literatura, hasta donde sé, se ocupa de ella. El otro es Enrique Obregón Valverde, quien sigue activo en las filas del Partido Liberación Nacional.

Villalobos Arce, por cierto, fue uno de los estudiantes señalados como “colaboracionistas” del derrocado gobierno de Picado y sancionados con la expulsión por dos años. Es uno de los partidarios del calderonismo o del comunismo que fueron perseguidos en una decisión odiosa por la que la Universidad acaba de pedir perdón. Su poesía, que no menciona el hecho, está transida de ese dolor de la derrota y la persecución.

Salvador Jiménez Canossa, otro de este quinteto, es también desconocido para el gran público, aunque él desarrolló un importante a las letras y a la poesía misma, con varias obras publicadas.

El cuarto en esta lista, Alfonso Ulloa Zamora, también pisa apenas el umbral del recuerdo, pese a que fue académico de la lengua y autor de unos nueve poemarios. Lo menciona, aunque no muy elogiosamente, el filósofo y escritor Luis Barahona en su libro “Lo real y lo imaginario”. Alberto Baeza, que en su obra “Evolución de la poesía costarricense” hace un análisis breve de Jiménez Canossa y de Montero Vega, apenas si lo menciona al final. Para mí, es de lo más sólido que incluye esta antología, en especial por su “Canto a un árbol derribado”, que más tarde aparecerá en algunas publicaciones.

Arturo Montero Vega, el quinto en esta lista, es el más conocido y antologado del grupo. Militante comunista, siempre buscó con su obra la denuncia y la solidaridad con los trabajadores. Fue, como dice un autor, “Poesía civil, narrativa, conversacional, que reclama, al lado de la estructuración lírica, una dimensión ética y moral, en consonancia con las modulaciones de la poesía social latinoamericana”. Se le llamó parte de “la generación perdida”, quizá porque la represión física y el aislamiento cultural a la que fueron sometidos los derrotados después de la guerra del 48. “He estado solo en mi patria recogiendo el dolor y el esfuerzo de mi pueblo”, dijo.

¿Cuál es el ambiente de esta antología? El de la postguerra, con heridas tan hondas como las causadas en Villalobos Arce y en el entorno de Montero Vega. Por eso hay en ella cierta desazón, nostalgia: “No puedo ahora/recordar la tierra/la inmensa madre tierra negra y fértil” (Ulloa Zamora); “Entonces mi dolor viene de lejos./Desde que el compañero,/aquel que dibujaba a escondidas,/que sabía la voz de los colores,/se hundió en el bananal/ verde y espeso.” (Villalobos Arce).

Pero es quizá el grito expresionista de Montero Vega el que irrumpe desde lo prohibido. Para el tribunal, la asociación estudiantil y la universidad misma, premiar y publicar esos versos que suenan a manifiesto político, a clara protesta, a denuncia airada, constituye un acto de valentía. Con todo el poemario sucede, pero sobre todo con el amplio trabajo dedicado a Carmen Lyra, la que acaba de morir en el exilio, la que vino muerta para ser enterrada de manera casi clandestina, la que sigue peleando con su ejemplo. No es la Chavela maestra o escritora, no; es Chavela, “camarada de Manuel [Mora]/y amiga mía,/compañera de todos los obreros y víctima a largo plazo de la tiranía.” Ese poema es de 1949, y fue leído en el sepelio de la heroína.

Me hubiera gustado saber más de esos muchachos que conformaban la directiva del Consejo Estudiantil Universitario. Ignoro todo de ellos. A uno, sin embargo, lo conocí muy bien y lo admiré como se debe. Se trata de Rodrigo Carazo Odio.

(En la foto de 1956 aparecen Alfonso Ulloa, primero en primera fila, y Salvador Jiménez Canossa, segundo en tercera fila. Junto a ellos, en el mismo orden, Carlos Rafael Duverrán, Joaquín García Monge, Gonzalo Dobles, José Basileo Acuña y Julián Marchena. En segunda fila a: Teodoro Martén, Carlos Luis Fallas, Arturo Echeverría Loría y Manuel Segura Méndez. En tercera fila a: Jorge Gallardo, Fabián Dobles, Manuel Picado y Carlos Luis Sáenz).