Comandante en jefe (V. 2013)

La Verdad es inmutable y profunda como el Gran Océano; la mentira es un cadáver putrefacto y a la deriva sobre la superficie de las olas. 

Herbert E. Contreras Vásquez, poeta costeño. Escritos entre el año 2011 y el 30/X/2014, Puntarenas, Costa Rica.

A 150 años del Magnicidio de Juan Rafael Mora Porras

Odio,

odio, odio,

nuestro odio

surcará los tiempos.

Ay de quien

en medio de tinieblas

se atreva a encender

con flamante proclama

el pebetero de la Verdad,

la Justicia y el Coraje.

Ofreceremos treinta talentos de plata

a quien lo ponga en nuestras manos

o señale con dedo acusador.

Nuestros justicieros implacables

se encargarán del infortunio

de sus leales seguidores.

Al lado de los suyos

derramaremos su sangre

entre Angostura y el Altar de Jobo.

En siglo y medio ninguna pleamar 

lavará nuestro visceral odio

entre las cálidas arenas

de El Nicoya.

Le llamaremos traidor

por romper para siempre

las cadenas de servidumbre.

Jamás perdonaremos su osadía

por expulsar con armas en mano

a las huestes del Destino Manifiesto.

Será considerado sedicioso 

por construir una nación

libre y soberana.

Con plomo y pólvora

en su corazón ardiente

sacrificaremos sus ideales.

Por exponer nuestras cobardes

conspiraciones y turbios negocios

apagaremos su dignidad de guerrero.

Al pueblo le eclipsaremos

su dimensión de Elegido.

A la ciudadanía le ocultaremos

su proyección de Estadista.

Por decreto oficial,

a lo largo de siete generaciones

no se consignará su nombre

en el Libro de los Héroes.

Trataremos de dispersar sus mortajas,

para que no sea considerado mártir.

No tendremos reposo

tergiversando, difamando,

destruyendo su legado humanista.

Que esta no sea su tierra,

menos aún su Panteón.

Haremos de su noble espíritu

una sombra apátrida en las

brumas de la Historia.

Aborreceremos de su grandeza,

no sea que se le llegue a comparar

con Lincoln, Bolívar, Juárez o Martí.

Despreciaremos su visión universal.

Su valentía jamás nos quitará el sueño.

No permitiremos su lucidez y,

a nombre del poder terrenal.

Nosotros, los hijos de nuestros hijos

y los hijos de sus hijos también, odiaremos con odio cierto al Magno Libertador.

Palabra de HECO.

 

HUELLAS DE SANGRE (1814 – 2014)

“Dilecti Filii illustris et Honorabilis Viri Joannis Raphælis Mora.”

                                              Papa Pío IX

Cuando se cernía

en nuestro horizonte

la más ignominiosa amenaza

en medio del pueblo

se levantó un hombre

ilustre de mirada altiva

de temple de acero

y brazo combatiente

desde el plácido valle

con verbo profético

se dirigió a sus congéneres

para señalar camino y acciones

erguido y determinado

empezó a caminar

con su robusta pierna derecha

dio su primer paso

con su insobornable

pierna izquierda prosiguió

la Jornada de la Libertad

con voluntad inquebrantable

abarcó las distancias

la multitud bravía

avanzó tras él

inspirados

por el enemigo

de servidumbres

al fragor del combate

desde el pérfido Norte

se cebaron las intenciones

de los bárbaros esclavistas

y desalmados invasores

rubricando con vidas propias

la emancipación de la Nación

pero destino y prójimo

resultan con frecuencia

crueles e ingratos

no mucho después

de haber regresado

de la más grande gesta

el varón que caminó

sin hesitación a la batalla

con el pecho henchido de coraje

se enfrentaría con el

pelotón de fusilamiento

desde el improvisado calabozo

con indescriptible desolación

remembró a la amada esposa

y su desdichada progenie forzados

al dolor y el desamparo

abominó del poder

que le arrebataron

los conspiradores

elevó una plegaria por los suyos

y por quienes se anticiparon

no le atemorizaba

su cita con La Obscuridad

sólo le angustiaba dejar de vivir

cuando la sedición

cubrió los suelos envilecidos

por una gavilla de detractores

eran las quince horas en Puntarenas

los milicianos

no podían sostener

en sus brazos el peso

del inminente magnicidio

con el tiempo pendiente del instante

nadie nacido en esta tierra se atrevió

a proferir la orden de fuego

el caudillo sin parangón

observaba lágrimas deslizándose

por las mejillas de los carabineros

nunca antes

un corazón humano

habría latido con tanta fuerza

derrotando a los falsificadores de la Historia

ambición y traición

transmutadas en crimen

le resultaban inescrutables

al cerrarse

el círculo de la verdad

la propia existencia es ofrenda suprema

siendo este el mejor fin para los honorables

profirió la pólvora

su himno de muerte

las aves huyeron del horror

y el jobo lloró sangre

cayó abatido

el guerrero inmortal

era media tarde

cuando la Noche Sin Fin

amortajó al mártir con pabellón extranjero

entonces

el manglar y

el Silencio Eterno

besaron tiernamente

al hijo más dilecto

que hubiese recorrido

estos Senderos del Creador…

 

Compartido con SURCOS por Herbert E. Contreras Vásquez.