Con estas hordas salvajes no se dialoga
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
Si en algo coinciden las gentes de la derecha difusa y las de la institucionalizada de las cámaras patronales, en los grandes medios de comunicación o en los poderes públicos, los progres del PAC con su agenda del “marxismo cultural” y las de la izquierda de los medios académicos y parlamentarios, con su recetario de respuestas preestablecidas y con sus garras ya bien limadas de toda sospecha subversiva, es en el profundo desprecio que sienten hacia los sectores populares que no pudieron sentarse al banquete de los poderosos de la Costa Rica de la dictadura neoliberal en democracia. Es de ahí, y no de otra parte, que proviene la inmensa oleada de ira desatada que sienten y expresan, unos y otros, contra José A Jenkins de la UCCAEP y Célimo Guido del Movimiento Rescate Nacional por el simple haberle devuelto su significado real al vocablo “diálogo”, ese sólo hecho significa para esta constelación de gentes, que estos dos transgresores han puesto el mundo al revés. La palabra diálogo para todos ellos es monólogo entre pares más o menos afines no con quienes antagonizan al statu quo.
Sucede así, que para todas estas gentes “de parte aseada”, como decía mi recordada madre, estos campesinos que se salieron del esquema de lo “políticamente correcto”, con un discurso “inapropiado” y estridente para sus delicados oídos, los que protestan en las calles son menos que seres humanos, a lo sumo son humanoides a quienes las fuerzas de seguridad del Estado volverán a hacer entrar en razón, con una buena dosis de garrote y gases lacrimógenos (después de todo, la letra con sangre entra). La consigna es: ningún diálogo con esa gente, ¿qué se han creído las gentes de esa horda de salvajes que salieron a las calles de Cañas, Ciudad Neilly, Limón o Puntarenas?
Con estos salvajes que hacen peligrar hasta los cimientos de la civilización no se dialogará ni antes ni después de sus acciones “vandálicas” y descabelladas, eso es algo que tienen muy diáfano y estructurado en sus cabezas desde el presidente de la república hasta el “marxista oficial”, por lo general encargado de vigilar la corrección política de su secta o segmento partidario.
Para terminar estas divagaciones en voz alta, no sabría cómo evitar el referirme al comportamiento de las clases medias de la capital boliviana, cuando le dieron un golpe de estado al presidente Evo Morales, hace ya un año. Todas estas gentes lo que tenían en común era su odio racial contra los quechuas y aymaras, que se habían empoderado de su condición humana, pululando por las calles de esa ciudad, la más importante de ese país. Así, se lanzaron a las calles desde gentes conservadoras que dijeron que no habría más despliegue de la whipala la multicolor bandera de los pueblos originarios de las tierras altas de Bolivia, ni más culto a la pachamama hasta universitarios perfumados que se decían marxistas trotskistizantes o estalinistas de nuevo cuño, todos coincidían en algo: ya no se soporta este olor a indio en esta ciudad, tenemos que ponerle fin a tanto atrevimiento. ¿Coincidencias con lo que pasa en nuestro país acaso?
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