De Buenos Aires de Puntarenas a la Amazonia: el parecido no es mera coincidencia

De Buenos Aires de Puntarenas a la Amazonia: el parecido no es mera coincidencia. Criterios de la Exhortación del Papa Francisco

Fray Jorge Arturo Chaves Ortiz

Al asesinato de Sergio Rojas Ortiz se une, casi un año después, un nuevo crimen que ha quitado la vida a Jhery Rivera. Ambos líderes indígenas, ambos luchadores por los derechos de sus pueblos sobre tierras que les pertenecen. Coincidentemente, apenas han pasado poco más de veinte días desde que el Papa Francisco publicara su Exhortación Apostólica “Querida Amazonia”, dirigida “Al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad”. La ha escrito, dice el Papa, con la esperanza de que “toda la Iglesia se deje enriquecer e interpelar por ese trabajo, que los pastores, consagrados, consagradas y fieles laicos de la Amazonia se empeñen en su aplicación, y que pueda inspirar de algún modo a todas las personas de buena voluntad.” Desde el corazón amazónico, y a partir de la experiencia de los pueblos originarios que pueblan esa región, quiere que, en otros países como el nuestro, examinemos si existen situaciones similares a las que él denuncia en su Documento y tratemos de resolverlas aplicando los criterios de análisis y de acción que nos aporta. Veamos inicialmente algunas de sus visiones y de estos criterios.

Participa, en primer lugar, del sueño es de una Amazonia que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un “buen vivir”. Pero está claro que para lograrlo “hace falta un grito profético y una ardua tarea por los más pobres”.  En un planteamiento que nos hace pensar en el orgullo costarricense por la protección del ambiente, precisa el concepto diciendo, “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres»”. ¿Y cuál es el primer obstáculo para lograr esa justicia? Sin rodeos lo afirma Francisco, “Injusticia y crimen. Los intereses colonizadores que expandieron y expanden —legal e ilegalmente— la extracción de madera y la minería, y que han ido expulsando y acorralando a los pueblos indígenas, ribereños y afrodescendientes, provocan un clamor que grita al cielo” (n.9). Vale la pena notar que, para él, los intereses colonizadores, aún vigentes, también se expanden por vías legales. ¿No hay mucho de esto manifestado en la situación que padecen en Cabagra y en Salitre?

Citando testimonios de indígenas víctimas de dicha expansión, Francisco menciona como responsables de las prácticas injustas a diversos actores económicos, —entre ellos, madereros, ganaderos y otros … que implementan un modelo ajeno en nuestros territorios. Y concluye el párrafo haciendo suya una frase lapidaria de otro dirigente indígena, “Somos una región de territorios robados”. Buscando las raíces de ese comportamiento neocolonizador, comparte un pensamiento del Papa anterior, Benedicto XVI, quien ya había señalado que muchos dramas vividos por los pueblos originarios, “estuvieron relacionados con una falsa ‘mística amazónica’. Notoriamente desde las últimas décadas del siglo pasado, la Amazonia se presentó como un enorme vacío que debe ocuparse, como una riqueza en bruto que debe desarrollarse, como una inmensidad salvaje que debe ser domesticada. Todo esto con una mirada que no reconoce los derechos de los pueblos originarios o sencillamente los ignora como si no existieran o como si esas tierras que ellos habitan no les pertenecieran.”  Es decir, neocolonizadores que penetran en los territorios de los pueblos originarios, como si se tratara de tierras sin dueño, y falsificando ¡la realidad al presentar a los moradores indígenas como si éstos fueran los invasores de sus propias tierras!

Y, ¿qué decir de las autoridades y gobiernos locales? Trágicamente denuncia que “también poderes locales, con la excusa del desarrollo, participaron de alianzas con el objetivo de arrasar la selva —con las formas de vida que alberga— de manera impune y sin límites. Los pueblos originarios muchas veces han visto con impotencia la destrucción de ese entorno natural que les permitía alimentarse, curarse, sobrevivir y conservar un estilo de vida y una cultura que les daba identidad y sentido. La disparidad de poder es enorme, los débiles no tienen recursos para defenderse, mientras el ganador sigue llevándoselo todo,” …

Uno podría esperar que, ante esa situación de frecuente desamparo, la Iglesia podría desempeñar un papel claro y valiente. Francisco reconoce que muchos misioneros han llegado a esos territorios “con el Evangelio, dejando sus países y aceptando una vida austera y desafiante cerca de los más desprotegidos”. Pero, al mismo tiempo, afirma, “no podemos negar que el trigo se mezcló con la cizaña y que no siempre los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez más pido humildemente perdón, no solo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios…”

Por todo esto, Francisco nos insiste que “Es necesario indignarse, como se indignaba Moisés (cf. Ex 11,8), como se indignaba Jesús (cf. Mc 3,5), como Dios se indigna ante la injusticia (cf. Am 2,4-8; 5,7-12; Sal 106,40). No es sano que nos habituemos al mal, no nos hace bien permitir que nos anestesien la conciencia social…”   Y para evitarlo ve el importante papel de los propios indígenas: “A los miembros de los pueblos originarios, les doy gracias y les digo nuevamente que «ustedes con su vida son un grito a la conciencia […]. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa común».

No termina ni se reduce a estos principios la Exhortación Apostólica del Papa, de la que tendremos que seguir extrayendo párrafos claves. Pero iniciando con estos aquí incluidos se puede confiar en que las “personas de buena voluntad” en Costa Rica, creyentes y no creyentes, no nos crucemos de brazos y nos esforcemos, animados por Francisco, por crear una actitud generalizada de construcción de una comunidad fraterna, que destierre de una vez por todas la violencia y exclusión que padecen los pueblos originarios de nuestro país.

 

Compartido con SURCOS por Jorge Arturo Chaves Ortiz.

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