DESCARBONIZAR LOS RELATOS

Por Memo Acuña ( Sociólogo y escritor costarricense)

En los cinco minutos finales que Leonardo Boff señalaba, refiriéndose al desastre ambiental planetario, deberíamos haber aprendido algo, algún cambio de conducta, de patrones, de comportamientos. No lo hicimos. En todos los órdenes de la vida pareciera que vamos debiendo.

Pero en la producción de los discursos nos vamos quedando solos.

No solo lo que consumimos es dañino. También lo que decimos y cómo lo decimos. Hablamos hasta gasificar el aire. Escribimos y lo que emitimos es una nube de toxicidades que salen y se devuelven en conceptos, estigmas y estereotipos.

Esta era de la globalización, de las autopistas de la información y del exceso de dispositivos de comunicación, nos encuentran en una polifonía profunda, en un aparente diálogo de sonidos incomprensibles. Por eso nos cuesta tanto la convivencia, horizontalizarnos, construir debates que nos aseguren un ejercicio sano de discusión profunda y sentida.

Hay espacios por ejemplo, que se han convertido poco a poco en lugares poco seguros para la reflexión. Un día sí y otro también notamos como el sentido de la comunicación ha sido sustituido por la dispersión de un ruido que cansa, que no contribuye y alimenta una peligrosa sensación de libertad de opinión.

Tras la aparente democracia de las redes sociales e institucionales, entonces, se esconden los principios de impulsos hacia el insulto y la provocación. Esto no es sano.

Hemos dicho hasta la saciedad que algo debimos aprender con la crisis civilizatoria de los últimos años: construir mejores proyectos humanos, trazar las rutas de una buena experiencia colectiva, ser mejores o procurar al menos avanzar hacia esos estadios. Buscar aquellas formas que inclinen el péndulo hacia el respeto, la interacción, el debate de ideas. No lo logramos.

En su lugar provocamos el sobre calentamiento de los interacciones al punto de volver incomprensible todo posible acto de comunicación en el que emisor y receptor se relacionen y el mensaje fluya.

Dicho todo lo anterior, lo que se vuelve absolutamente necesario es repensarnos en esa idea romántica de esfera pública que Jurgen Habermas tanto procuraba, como condición ex ante de la vida democrática.

Es imprescindible hacer consciente este estado de crisis en la comprensión, volver a inventar el fuego primero para aprender a emitir sonidos que eduquen y dignifiquen. Hablarnos de la manera original, sin interferencias: descarbonizar los relatos.