EL ÁNGEL ALBERTI

Manuel Delgado

  Cayó hace poco en mis manos el libro “A la sombra del ángel” de Benjamín Prado, el cual, aunque había sido publicado hace dos décadas, nunca se había tropezado conmigo.

  Es uno de esos libros imprescindibles, de esos de los que uno se pregunta por qué no lo había leído antes y que lo hacen sufrir a uno cuando termina su lectura.

  El libro cuenta las andanzas vividas durante 13 años al lado del poeta Rafael Alberti. Benjamín, entonces aprendiz de periodista, de poeta y de novelista, era un benjamín de apenas 20 años; Alberti, para ese entonces, ya pasaba de los ochenta. No obstante, fueron amigos entrañables. Benjamín lo llevaba a todo lado, lo transportaba en su carro ciudad por ciudad, le organizaba encuentros con los grandes escritores, dramaturgos, actores y pintores de la época (además de poeta, Alberti era dramaturgo y pintor). Se distanciaron luego en gran parte por el trabajo del joven escritor, pero sigue siendo aun hoy imperecedero.

  “A la sombra del ángel” muestra esa personalidad apabullante de Alberti, un rebelde, inquieto, rompedor de esquemas, que no podía dejar de sobresalir con su melena blanca y sus camisas hawaianas, pero sobre todo por el encanto de su persona y su poesía que él iba declamando por el mundo. Siempre irreductible con el enemigo (vivió largos años en el exilio) era sin embargo amoroso con sus amigos, incluso con aquellos camaradas suyos de la generación del 27 con el mediaban, además de amores, resquemores y hasta odios.

  Su actividad más vistosa eran los recitales de poesía que repetía por todos los rincones de España a salas llenas. Estas actividades, además de reportarle algunas pesetas que él tanto necesitaba, le permitía un contacto directo con su pueblo, algo que a su espíritu extrovertido y a su consecuencia revolucionaria le era más necesario aun que las pesetas.

  Hay en el libro de Prado momentos especialmente llamativos, no sé si mágicos. Cuento uno de ellos:

  Como todos los grandes escritores de España, Alberti fue silenciado y ninguneado siempre. Fue el gran ausente de los premios, hasta que un día, ya por cansancio, le dieron el Cervantes. Antes de eso, en 1977, fue visitado por un enviado de la academia sueca quien le dijo que lo iban a proponer como ganador del Nobel conjuntamente con Vicente Aleixandre, el otro reconocido poeta, pero que para ello debía renunciar a la candidatura a diputado por el Partido Comunista. Alberti le respondió que nunca iba a traicionar a su partido. Entonces ese representante le hizo ver que si no dejaba ese puesto debía olvidarse del premio. El poeta no renunció a su puesto de candidato comunista y el Nobel se entregó a Aleixandre en solitario.

    Fue viajando con Benjamín en el carro de este, cosa muy corriente, que un chofer borracho los chocó mientras hacían un alto. A Alberti el accidente le cambió la vida. Al chofer ebrio, le costó solo la suspensión de la licencia por dos semanas. Sus múltiples lesiones lo redujeron a una silla de ruedas y esa reducción de su movilidad lo hundió en un hoyo profundo que de una u otra forma lo condujo a la muerte.

  Pero como Federico García Lorca, como Antonio Machado, como Miguel Hernández y como Pablo Neruda, Rafael sigue vivo. Perogrullada, sí, pero en este mundo de muerte y olvido hay que repetirlo siempre.