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Etiqueta: Rafael Alberti

Alberti bajo la arboleda

Manuel Delgado

  Después de mi reseña sobre el libro de Benjamín Prado acerca de Rafael Alberti, un amigo me preguntó por “La arboleda perdida”. No, no es un libro de poemas, sino sus memorias, escritas a lo largo de varias décadas y publicadas de la misma forma en cuatro tomos en 1942, 1959 y 1987 (los dos últimos).

  Su nombre le viene de un pequeño parquecito o bosquecillo situado cerca de su casa en el Puerto de Santa María de Cádiz que él siempre pasaba en sus correrías a la playa, en sus huidas desde los latines y la matemática hacia el azul imborrable de su mar.

  Cuando él vuelve ya de joven a ese mundo que perdió cuando se trasladó a Madrid (“El mar. La mar. / El mar. ¡Solo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad?”) ya no encontró casi nada.  (“Adiós calle de las Neverías, calle de los sorbetes de colores y los helados veraniegos; vergeles de las orillas del río… esteros y salinas! ¡Adiós infancia libre, pescadora, de patios y bodegas profundos! Serás ya siempre en mis recuerdos como una barca de claveles, con las velas de albahacas, cabeceante por una mar de jazmines perdidos”).

  Hoy es un conjunto de árboles cercados sin más.  Desde entonces el mar y la arboleda lo siguieron. Y creo que también los famosos sorbetes de Santa María, a los que fue siempre tan aficionado.

  Como ha quedado patente en lo transcrito arriba, se trata sin duda alguna, una obra embrujadora, dotada de una prosa de gran altura, aunque él se quejaba del dejo del verso. (“Todo me sale demasiado rítmico. Batallo porque no sea así. Corrijo. Deformo una frase para que no se haga verso”).

  Pero son versos, versos que se hacen prosa, historia, relato, asombro. Por allí desfilan esa infancia de escapadas, de expulsiones de colegios y escuelas, del exilio de la capital, de intentos con la pintura (que nunca deja en realidad) y búsqueda de la literatura. Desfilan las amistades y encuentros que le llenan a uno la boca de agua (Unamuno, Machado, Neruda, Aleixandre, Picasso, Dalí, Buñuel y, sobre todo, el inseparable Federico García Lorca, su gran amigo). Por allí desfila el pueblo, alzado contra la monarquía, armado contra el fascismo y en defensa de la República, exiliado y perseguido como él. Y quizá la más importante de todas sus amistades, María Teresa León, su esposa, uno de los pilares de la literatura española, muerta en un sanatorio, desligada de su marido, el mundo y las letras por la enfermedad de Alzheimer).

  Cuando regresó del exilio, recién caída la dictadura, unos españoles lo aplaudían, otros lo abucheaban. Una vez en una de esas reuniones multitudinarias, una banda fascista entró a parar el acto. La alcaldesa, de origen franquista, quiso entonces dar por terminado el recital. Alberti se paró y le dijo: “Señora, a mí nunca me ha callado nadie, así que el acto continúa”. Y continuó, eso que más que un recital de poesía era un mitin antifascista.

  Rafael Alberti era no solo antifranquista, sino además militante comunista. Por el primer motivo antes y por el segundo después, fue siempre excluido de la vitrina de la cultura oficial. El Premio Cervantes que recibió al final fue producto de una lucha de sus amigos y de la casualidad de que una candidatura fue mal inscrita y quedó un campo vacío, un hueco, por donde se coló el poeta.

  Lo del Nobel (que nunca se le concedió), fue otra historia. Esta la cuenta Prado en el libro que mencioné (“A la sombra del ángel”). La Academia Sueca había decidido que premio de 1977 iba para España, y escogieron a dos poetas, Alberti y Aleixandre. Entonces le enviaron un emisario que le dijo que él tenía que renunciar a la candidatura a diputado por el Partido Comunista que llevaba entonces, de lo contrario debía olvidarse del Nobel. Alberti actuó como siempre: echó a la calle a ese emisario. El premio se le dio a Aleixandre en solitario. Alberti fue electo diputado en un acto que fue algo así como una protesta pues pocos meses después renunció a su curul. Los parlamentos y los versos no se llevan bien.

  Pero bueno, es lástima que no podamos seguir. Les dejo la inquietud y el deseo de leer. Espero.

En la foto, Rafael Alberti joven y su esposa María Teresa León.

EL ÁNGEL ALBERTI

Manuel Delgado

  Cayó hace poco en mis manos el libro “A la sombra del ángel” de Benjamín Prado, el cual, aunque había sido publicado hace dos décadas, nunca se había tropezado conmigo.

  Es uno de esos libros imprescindibles, de esos de los que uno se pregunta por qué no lo había leído antes y que lo hacen sufrir a uno cuando termina su lectura.

  El libro cuenta las andanzas vividas durante 13 años al lado del poeta Rafael Alberti. Benjamín, entonces aprendiz de periodista, de poeta y de novelista, era un benjamín de apenas 20 años; Alberti, para ese entonces, ya pasaba de los ochenta. No obstante, fueron amigos entrañables. Benjamín lo llevaba a todo lado, lo transportaba en su carro ciudad por ciudad, le organizaba encuentros con los grandes escritores, dramaturgos, actores y pintores de la época (además de poeta, Alberti era dramaturgo y pintor). Se distanciaron luego en gran parte por el trabajo del joven escritor, pero sigue siendo aun hoy imperecedero.

  “A la sombra del ángel” muestra esa personalidad apabullante de Alberti, un rebelde, inquieto, rompedor de esquemas, que no podía dejar de sobresalir con su melena blanca y sus camisas hawaianas, pero sobre todo por el encanto de su persona y su poesía que él iba declamando por el mundo. Siempre irreductible con el enemigo (vivió largos años en el exilio) era sin embargo amoroso con sus amigos, incluso con aquellos camaradas suyos de la generación del 27 con el mediaban, además de amores, resquemores y hasta odios.

  Su actividad más vistosa eran los recitales de poesía que repetía por todos los rincones de España a salas llenas. Estas actividades, además de reportarle algunas pesetas que él tanto necesitaba, le permitía un contacto directo con su pueblo, algo que a su espíritu extrovertido y a su consecuencia revolucionaria le era más necesario aun que las pesetas.

  Hay en el libro de Prado momentos especialmente llamativos, no sé si mágicos. Cuento uno de ellos:

  Como todos los grandes escritores de España, Alberti fue silenciado y ninguneado siempre. Fue el gran ausente de los premios, hasta que un día, ya por cansancio, le dieron el Cervantes. Antes de eso, en 1977, fue visitado por un enviado de la academia sueca quien le dijo que lo iban a proponer como ganador del Nobel conjuntamente con Vicente Aleixandre, el otro reconocido poeta, pero que para ello debía renunciar a la candidatura a diputado por el Partido Comunista. Alberti le respondió que nunca iba a traicionar a su partido. Entonces ese representante le hizo ver que si no dejaba ese puesto debía olvidarse del premio. El poeta no renunció a su puesto de candidato comunista y el Nobel se entregó a Aleixandre en solitario.

    Fue viajando con Benjamín en el carro de este, cosa muy corriente, que un chofer borracho los chocó mientras hacían un alto. A Alberti el accidente le cambió la vida. Al chofer ebrio, le costó solo la suspensión de la licencia por dos semanas. Sus múltiples lesiones lo redujeron a una silla de ruedas y esa reducción de su movilidad lo hundió en un hoyo profundo que de una u otra forma lo condujo a la muerte.

  Pero como Federico García Lorca, como Antonio Machado, como Miguel Hernández y como Pablo Neruda, Rafael sigue vivo. Perogrullada, sí, pero en este mundo de muerte y olvido hay que repetirlo siempre.