Fútbol a fuego lento

Costa Rica en Rusia 2018

Hernán Alvarado

 

Esto es lo peor de la propuesta costarricense del 2018: nada nuevo que ver, ninguna sorpresa. El esfuerzo estuvo centrado en hacer bien lo mismo de siempre ¡Qué no nos vuelva a ocurrir nunca más! Por ende, no es extraño que el resultado, en Rusia, haya sido, en tres partidos jugados, ofensivamente: 0 + 0 + 2 = 2. Y, defensivamente: – 1 + – 2 + – 2 = – 5. En el 2018, la diferencia de goles fue negativa = – 3. De 9 puntos posibles se ganó 1, para un 11% de rendimiento. En Brasil 2014, el resultado fue, en ofensiva: 3 + 1 + 0 = 4; en defensa: -1 + 0 + 0 = -1. La diferencia de goles fue positiva = 3. De 9 puntos posibles se obtuvo 7, 6 más que esta vez, contra contrincantes más difíciles, para un 78% de rendimiento.

Si sumamos los goles de estos dos últimos mundiales quedamos en 0. Ahora ¿partimos, entonces, una vez más, de 0? Lo cierto es que no apareció la Costa Rica que el mundo entero estaba esperando. Entre Brasil y Rusia se abrió una abismal diferencia. Salimos de Brasil como la selección número 8 del mundo, de Rusia salimos como la número 29. Bajamos 21 posiciones en cuatro años. Un resultado así no puede quedar impune ¿Cómo lo hicimos para no volverlo a hacer? ¿No deberían renunciar todos enseguida, es decir, directivos y cuerpo técnico? Los jugadores no tienen por qué hacerlo, pues en la selección nadie debiera tener su puesto asegurado. Sirvan las siguientes reflexiones para hacer un balance que resulta hoy lo único razonable que nos queda por hacer.

Una potente metáfora

El fútbol parece un entretenimiento o un espectáculo, a lo sumo un deporte, pero es mucho más que eso. A pesar de la competencia, que pretende reducir el fútbol a un sistema, a una mecánica, a un cálculo de resultados; lo importante sigue siendo lo que aún tiene de espontáneo, imprevisible y liberador. Este deporte fascina por lo que aún conserva de juego. No es para menos, gracias al juego hay símbolo y, por ende, lenguaje; hay cultura y no sólo natura. Esa redonda que va y viene de aquí para allá hipnotiza y, en ese vaivén, cualquiera reconoce el atávico comportamiento que conduce a la identificación, inconsciente, de cada uno con la especie, pese a las diferencias de toda clase que separan a los seres humanos. Tal la base de todo poder, de todos los poderes, sean grandes o pequeños.

De ahí la enorme potencia metafórica del fútbol, que es capaz de transportarnos desde la guerra a una la sublime confrontación de estadio. De hecho, sólo las guerras mundiales suspendieron el torneo por un lapso de doce años; hasta 1950, en que se reanudó en aquel Brasil del “maracanazo”. De ahí, también, que el fútbol lleve a hablar de todo, a propósito de un partido o de cualquiera de sus detalles. Incluso con gran facilidad nos sumerge en esa cháchara babilónica que causa la más curiosa de las incomunicaciones: todos hablando al mismo tiempo, sin que nadie entienda a nadie, sobre algo que todos creemos entender perfectamente.

Entonces, que a nadie extrañe que cuando se habla de la selección nacional, unos hablen de los que faltan y otros de los que sobran; unos se refieran a los puntos ganados y otros a los perdidos; algunos critiquen el cuerpo técnico mientras otros a los directivos. Cada cual habla como si discutiera lo mismo, como si el tema fuera obvio. El fútbol da para hablar de casi todo y, al final, en realidad, de casi nada; porque las pasiones cotidianas se consuman así, casi sin resto, cayendo pronto en el olvido.

El fútbol cambia a cada minuto, pero al mismo tiempo, es la repetición del mismo ritual. Parece ser siempre lo mismo, porque puede repetirse mil veces sin que aparezca un solo cambio, alguna innovación. Nada cambia tanto para que no cambie nada. Por eso es, también, un excelente instrumento de dominación de masas. Reyes, presidentes, generales, dictadores, amos, se sientan a ver jugar, igual que lo hacen sus súbditos, sus electores, sus soldados, sus subordinados y sus esclavos. Durante esas horas míticas todos somos iguales, somos de los mismos. Incluso sentimos como si estuviéramos jugando en la cancha, hasta tal punto llega la identificación. Aunque sea unos contra otros, o unos en el palco y otros en la gradería. Patria es la selección nacional de fútbol, decía, con alguna ironía, Camus.

Advertidos de esto, para hablar de fútbol, con algún sentido, conviene, en primer lugar, seleccionar el tema: ¿A qué referirse? ¿En qué enfocarse esta vez, a cuál de sus múltiples facetas? ¿De qué hablar primero? Por ahora, en fresco, cabe referirse a lo más básico, para aclarar ideas fundamentales, con la esperanza de comenzar a aprender algo del triste e innecesario fracaso de la selección de Costa Rica en Rusia 2018. Tal vez, si esto se hace en serio, no se desperdicie también la siguiente oportunidad. Aunque el torneo sigue sin Costa Rica, hay que seguir con el torneo, con el próximo, para no repetir, una vez más, los mismos errores. En eso consiste evitar el ridículo, en no volver a fracasar de la misma manera.

El alto rendimiento

Hablar del Mundial es referirse al alto rendimiento, de eso se trata en ese torneo. A éste no se va simplemente a competir, mucho menos a pasear. En realidad, se llega ahí a demostrar el avance obtenido después de cuatro años; en comparación con los demás y con vista a la meta alcanzada anteriormente. Panamá, por ejemplo, cayó ante Inglaterra seis a uno; fue una goleada estremecedora, hasta el “Bolillo” Gómez se reía en el banquillo. Pero Panamá estaba en su primer mundial, así que cuando cayó su gol, el primero de su historia, la afición estalló en júbilo, como si hubieran ganado el partido, en Rusia y en el país centroamericano. Estuvieron brincando en las graderías hasta el final y después siguió la fiesta. Los seis goles de Inglaterra se hicieron humo. Días después, la prensa no paraba de alabar a Felipe Abdiel Baloy. Pero, cuando Brasil perdió 7 a 1, en su casa, contra Alemania, en julio de 2014, aquello fue una tragedia, la gente se tapaba la cara de vergüenza.

El alto rendimiento es, como el amor, una marcha: si no va para adelante, va para atrás. Puede ir paso a paso o dar un gran salto adelante, pero cualquier retroceso es fatal, notorio, injustificable. Cuando no se alcanza la meta anterior, no hay razón ni excusa que valga. Recordemos que entre lo sublime y lo ridículo a veces no hay más que un pestañeo. El alto rendimiento no conoce piedad. Los que hacen lo mismo de siempre, o los que no se superan, salen por la puerta de atrás. No queda margen para los “pobrecitos”, para quienes merecían mejor suerte. Ser o no ser, tal es la lapidaria cuestión.

En el alto rendimiento una serie encadenada de acciones se ponen en marcha y están a prueba cada segundo. Se habla, entonces, de máximos y óptimos, tanto personales como organizacionales. Aquí la excelencia no admite pretexto ni conoce exceso. O se está entre los mejores o se vuelve a casa. El desfile de los fracasados, conforme pasa el mundial, puede ser conmovedor, pero es, asimismo, irreversible e inapelable.

Todos los que no llegan a la segunda ronda fracasan. Al final, sólo uno, entre todos, triunfa. Cada vez, sólo hay un campeón mundial; los demás, simplemente, van cayendo, en fila, en una especie de nunca jamás. El sub campeonato es, a menudo, sólo un premio de consolación que no consuela a nadie. El que más copas levanta es el campeón de campeones; hoy en día es Brasil. Pueden correr ríos de tinta y convertirse en mares, que nada puede cambiar ese hecho, hasta que otra selección supere la marca.

En el alto rendimiento, el diablo también está en los detalles: la condición física, la preparación psicológica, la táctica fija, el sitio de la concentración, los uniformes, los símbolos, los titulares de los periódicos, las circunstancias, el azar. Todo cuenta y se torna significativo, dado el momento. La ley de Morphy se cumple ahí con una contundencia deslumbrante: lo que puede salir mal… saldrá mal y, probablemente, en el peor momento. También se puede decir, en alusión al principio de Peter, que cuanto más se avanza haciendo lo mismo, o sea, cuanto más éxito se obtiene, más cerca se estará del nivel de incompetencia.

Por eso, cuando se trata de alto rendimiento, cualquier fracaso debiera ser objeto de la auto crítica más severa, sin contemplaciones. Si lo que se quiere es superarse y aprovechar mejor la siguiente oportunidad. No hacerlo y, en vez de eso, esconder los errores o disimular o minimizar las malas decisiones, es caer en una mediocridad mayúscula y llevarla al extremo. Algo inadmisible, porque es como fracasar por partida doble: fracasar de hecho y fracasar a la hora de aprender del fracaso.

Atacar y defender

Los sistemas tácticos se describen, a menudo, estáticamente, según se para cada equipo al iniciar el partido. Cuando se habla de un 4-3-3 se quiere decir que se ha alineado cuatro defensas, tres mediocampistas y tres delanteros. Se refieren sólo a 10 jugadores porque en este esquema se omite, por costumbre, al guardameta. Pero, visto dinámicamente, habría que describir, al menos, un sistema defensivo y otro ofensivo. Así que, defensivamente, ese 4-3-3 se puede convertir en un 5-4-1; mientras que, ofensivamente, se puede transformar en un 3-5-2, o en un 3-4-3.

Si el juego tiene estas dos partes, lo menos que se puede decir es que a un Mundial no se puede llegar sólo a defender. Eso es tan absurdo como si se fuera sólo a atacar. Por más que la mejor defensa sea el ataque, si sólo se fuera a atacar seguro que se obtendría una goleada. Jugar sólo a defenderse es medio jugar, por eso es tan frecuente que dicho error se pague con la derrota. Si se sale a no ser goleado, si se sale con la intención de empatar, lo más seguro es que se pierda. Esto se cumple con tanta frecuencia que debería considerarse una ley del fútbol. Así como se dice que el que perdona pierde, es decir, que quien desaprovecha sus oportunidades de gol paga con la derrota su falta de contundencia. Desde luego, habrán siempre algunas excepciones.

Además, el equipo que sale a defenderse hace sufrir a su afición. En un juego de confrontación, como es el fútbol, esto es una falta ética, además de un craso error estratégico. Lo adecuado es defenderse para atacar y atacar para defenderse. Del mismo modo, no se pueden ir todos al ataque sin prever el contraataque adversario. Ahí está el ejemplo de Neuer, el arquero alemán, que contra Corea se va al ataque a lo loco, sin que el equipo prevea el contraataque de Corea. Esto les costó un gol que los liquidó. Así que lo más importante es la transición de una fase a la otra. Hay que defenderse con la intención de que el contrincante se desorganice y se abra, para contra atacarlo veloz y contundentemente, o para vencerlo en su propio campo y en el momento preciso. En fútbol, la defensa no tiene sentido en por si misma, debe organizarse como una manera de preparar el ataque; la defensa es un objetivo táctico, el ataque un objetivo estratégico.

Por tanto, no atreverse a atacar con todo a Serbia o a Brasil fue como renunciar al juego, renunciar al triunfo, rendirse sin pelear. Tal como los guardametas de hoy se rinden en los penales tirándose sin bola a una de las esquinas, disque adivinando el remate. Ahí está el triste ejemplo de De Gea en la resolución del resultado entre Rusia y España. En el mejor de los casos, si se logra el empate, esto significa hacer media tarea o, dicho sin ambages, cumplir de manera mediocre. El empate no puede ser una meta, es sólo el resultado indeseado de unos contrincantes que no pudieron superarse el uno al otro.

Tanto en la defensa como en la ofensiva, la clave está en la sorpresa, en la capacidad para cambiar de un modo de juego a otro. Por ejemplo, cuando expulsan a un jugador, la defensa debe ser capaz de mantener su equilibrio y el ataque tiene que cambiar de táctica. Pasar de la defensa al ataque es el cambio que más hay que entrenar, pero defenderse con línea de tres, de cuatro o de cinco no es fácil; lo mismo habría que decir de atacar con uno, con dos o con tres delanteros. A veces hay que atacar pero a veces más bien contraatacar. La cuestión es que cada uno de esos momentos y cada una de esas tácticas requiere entrenamiento y requiere variantes, porque hay que saber aplicarlas en conjunto. La velocidad, los movimientos, las posiciones varían en cada caso y en cada circunstancia de juego.

Para defenderse bien, como para atacar, hay que contar con recursos y opciones previamente instalados en el equipo. La improvisación es exitosa sólo si se da en el marco de un trabajo bien planificado. Un equipo que siempre se defiende igual, se expone a que cualquier adversario, que estudia su sistema, encuentre la manera de superarlo. De igual manera, si siempre ataca de la misma forma, la defensa contraria estará cada vez mejor preparada para controlar y repeler su ofensiva. Por la misma razón, no se puede hacer siempre la misma táctica fija y esperar resultados diferentes. Mucho menos se puede asistir a un Mundial sin tácticas fijas prefabricadas. En un Mundial la clave está en la evolución, conforme avanza el torneo el que será campeón debe mejorar y seguir cambiando.

Por eso, una selección no puede dirigirse como si fuera un club nacional. El D.T. de selección mayor debiera jugar con más opciones y más variantes a disposición. Él requerirá de jugadores más polivalentes y con mayor capacidad de adaptación y aprendizaje. Más que adecuar el sistema táctico a las características de los jugadores, conviene tener jugadores que se adapten a distintos sistemas tácticos. Aquellas selecciones que lo logran son las que tienen chance de llegar a campeón. Particularmente, en el Mundial, un equipo debe crecer partido a partido, de lo contrario se queda a la vuelta de cualquier esquina. Asimismo ocurre con los jugadores, pues hay unos que se agrandan en la selección, pero hay otros que se achican. Hay jugadores que no son de selección nacional, por muy buenos que parezcan en otro nivel.

En este sentido, el pecado de la Selección nacional de Costa Rica, en Rusia 2018, fue doblemente grave. No sólo llegó a defenderse sin atacar a sus dos primeros partidos (dos opciones de remate, no digamos de gol, en 180 minutos o más, lo revela de manera alarmante) sino que además lo hizo de la misma reconocida manera que en la etapa clasificatoria. En táctica fija, por ejemplo, la selección de Costa Rica tampoco presentó novedad.

El encuentro contra Suiza fue un punto y aparte. Oscar Ramírez entendió que ya todo había acabado (grave error) y que lo que quedaba era darle la oportunidad a los que no habían jugado. Los muchachos sabían que el D.T. ya había tirado la toalla, pero era el momento de reivindicarse. Juegan entonces su mejor partido, el más alegre, aunque sin mayor sorpresa. Así logran, jugando más sueltos, empatarle a Suiza. Hubo ataque, aunque sin contundencia ganadora. Se descubre, entonces, lo que ya se sabía: que el D.T. no había encontrado sus mejores armas ofensivas. Dejó sentado a Waston, por ejemplo, que le había resuelto ya varios partidos de cabeza y lo volvió a hacer contra Suiza. Luego se le ve hacer cambios sin ton ni son, como si estuviera en un amistoso. Mientras los muchachos se partían el alma tratando de dejar una buena impresión, él hacía tres cambios para quedar bien con el equipo. Como se veía venir, este Mundial le pasó por encima al D.T. de la tricolor, simplemente no estuvo a la altura de las circunstancias.Ahora, no se debe dejar perder la lección más dolorosa y valiosa: Un Mundial no es un premio, es un reto mayor. No puede servir para agradecer a alguien, ni a los más leales al D.T. De principio a fin, es una oportunidad para sorprender a propios y extraños con una ambición amparada en el talento de los más audaces, sean o no los predilectos del cuerpo técnico. No se puede ganar con jugadores que no están en óptimas condiciones, ni con nombres, ni con hazañas pasadas. No se puede ganar con los mejores amigos. Se gana con los que están al máximo en el momento preciso, se llamen como se llamen, vengan de donde vengan. No hay tiempo para que se recuperen los lesionados, no hay tiempo para que aprendan y mejoren los que no tienen experiencia o han perdido continuidad. Competir en un mundial no es sólo saber, es hacer y poder, es la actualidad del mejor. Puede que a los jugadores no les haya gustado el rigor disciplinario de Jorge Luis Pinto en el 2014, pero queda claro también que sin disciplina extrema no se puede llegar muy largo.

Otro fútbol es posible

Ningún equipo es más grande que otro, todos tienen, al iniciar, como máximo once integrantes. Cuando un equipo se cree más pequeño y sale a defenderse, ya tiene la mitad del partido perdido. En ese caso se dice que la camiseta juega en contra. A cada equipo hay que jugarle distinto, ciertamente, pero de igual a igual; a eso se llama dignidad deportiva. Pero hay que ganarle poniendo en juego una u otra virtud del propio equipo, según sean las fortalezas y debilidades del adversario. Renunciar a la ofensiva es renunciar al juego y al fútbol. Quien no se cree capaz de ganar se convierte en su principal enemigo.

A unos habrá que ganarles tirando de lejos, a otros a pura táctica fija; habrá a quienes se les gana tocando la bola hasta el fondo de la red, o escondiéndola la mayor parte del encuentro. Jugar a lo mismo con los mismos de siempre es un error garrafal. No se puede atacar con éxito de la misma manera a Brasil que a Suiza. Cuando Oscar Ramírez declara que jugamos igual pero “sin concretar”, confiesa, sin darse cuenta, que nada aportó a la Selección, porque un partido se gana o se pierde primero en la mente.

No hay equipo más grande que otro, pero hay unos mejor entrenados que otros. Cuando se dice que las distancias se han acortado es porque, en efecto, los sistemas de entrenamiento se han universalizado, especialmente, en relación con la preparación física. El fútbol es asociación, es un trabajo en equipo; solo en ese marco brillan las individualidades. No es que el talento de un jugador no cuente, es que nunca podrá eclipsar el trabajo de los demás. Creer que el partido lo gana el que mete el gol es como creer que lo empata el que lo ataja. Más allá de esos momentos ¿que ha pasado? ¿Por qué no ha habido más goles o más atajadas? ¿Qué ha pasado el resto del tiempo? No es cosa de humildad, sino de justicia, cuando el goleador reconoce que el triunfo se debe a todo el equipo.

El mejor ejemplo lo ha dado esta vez, como otras veces antes, Leonel Messi. No se puede decir que Argentina casi no clasifica porque Messi fallara un penal. Este razonamiento es falaz, pues reduce un sinnúmero de acciones a un solo error. Por tanto, no son las diferencias técnicas individuales las que se imponen, así parece porque siempre es uno el que mete el gol o el que hace ésta o aquella jugada. Aunque así piense la prensa, un partido se gana o se pierde colectivamente, en noventa minutos, y eso quiere decir que depende, ante todo, de cómo se ha entrenado al conjunto, como actúan unos en relación con los otros.

No obstante, lo extraordinario en fútbol no es el resultado esperado, el que se planeó rigurosamente; sino aquel que nadie esperaba. Lo importante es lo que el equipo genera espontáneamente en la cancha, sobre la base de un trabajo bien planificado, pero más allá de él. A Costa Rica le tocó jugar, en Brasil 2014, en el “grupo de la muerte”, hasta Maradona se rió de nuestra mala suerte. Tocaba jugarse la clasificación con tres campeones del mundo: Uruguay, Italia e Inglaterra. Pero Costa Rica se convirtió, sorpresivamente, en la muerte para esos grandes equipos, pasando, por primera vez, a octavos de final. Lo logró defendiéndose rigurosamente, pero también anotando, porque nadie pasa a la siguiente fase sin hacer goles. Por eso, esta vez se esperaba más de Costa Rica, se esperaba, como corresponde, el paso siguiente. En el 2018, Costa Rica, evidentemente, ha retrocedido y eso no se puede justificar de ninguna manera.

Aquella experiencia del 2014 nos demostró que es posible jugar otro fútbol, el fútbol que este pueblo siempre ha soñado. Uno que se juega con disciplina y sin miedo, con carácter y con arte, con una buena defensa y también con ambición y creatividad ofensiva. Lo primero ha sido quererlo, lo segundo ha sido creerlo, lo tercero ha sido imaginarlo, lo cuarto ha sido intentarlo. Pero sin siquiera imaginarlo no hay ninguna buena razón para esperar que se vea en la cancha. La posibilidad nace en la mente. La realidad nace en los pies. Tenerlo en la mente no es suficiente, pero es indispensable.

Por eso, la afición se enoja tanto cuando nota que un D.T. no confía en que ese otro fútbol es posible, cuando lo ve amarrar al equipo en busca del empate, cuando desaprovecha sus recursos ofensivos, cuando se aferra a un jugador que no da la talla. El pueblo defiende así sus ilusiones que, como decía Lacan, pueden ser, para el ser humano, más importantes que la misma realidad.

Pero la culpa de ello no la tiene el D.T., él, como los jugadores, siempre harán lo que pueden, lo mejor posible. La culpa la tienen quienes han tomado las decisiones, ni más ni menos que los dirigentes, que nombraron y sostuvieron al D.T., a pesar de verlo hacer siempre lo mismo de la misma dudosa manera. Si el equipo hubiera ganado habría sido justo honrarlos, por la audacia de su apuesta; pero de la misma manera, ahora que el equipo ha fracasado, hay que destituirlos y darle oportunidad a otros.

No obstante, el fútbol es un juego, ni más ni menos ¡Qué no se olvide nunca! Nada justifica la violencia contra nadie; ni verbal, ni virtual, ni simbólica, mucho menos física; ni en el hogar, ni en el trabajo, ni en las calles. Usar el juego como pretexto de violencia es la estupidez suprema. Hay que exigir a la dirigencia que sea seria, que sea responsable, que sea consecuente con nuestras aspiraciones. A ellos, que han quedado debiendo desde tiempos inmemoriales, se les debe pedir, si quieren, que se vayan todos. Pero no hay por qué ofender a alguien, ni agredir ni amenazar a nadie. Ni se justifica, ni es necesario, ni soluciona nada. No nos adelanta ni un paso al próximo mundial. Más bien empeora las cosas y aumenta la vergüenza. La noticia de que Oscar Ramírez quería abandonar la concentración de la Selección, antes del partido contra Suiza, por miedo a las amenazas que le hicieron a su familia es un claro ejemplo de eso.

Claro que nuestro fútbol merece un futuro mejor, pero no es tratándolo a “patadas y manotazos” como se va a lograr, porque el fútbol sigue siendo, ante todo y en primer lugar, un asunto de cabeza, como solía decir nuestro extrañado Parmenio Medina.

 

Imagen tomada de www.fedefutbol.com

Enviado por el autor.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/