La incertidumbre y el miedo ante los dogmas y falsas promesas

Juan Huaylupo[1]

Cada momento en la vida de las personas, grupos y sociedades, son particulares e inéditos. Para muchos las actuales circunstancias son situaciones dramáticas que han modificado su forma y expectativas de existencia y relaciones, independientemente de su situación económica o de clase. Esto es, nadie en un sistema inequitativo, interdependiente y contradictorio del presente globalizado, puede garantizar un modo de vida, una posición social o económica que sea segura o perdurable, por el contrario, la incertidumbre es consustancial a la sociedad y al sistema.

A pesar de las evidencias cotidianas de inseguridad e inestabilidad, los propietarios y sus acólitos reclaman con cinismo ser víctimas de la crisis económica actual, cuando son actores directos que, con la complicidad gubernamental, han profundizado la brecha social entre ricos y pobres. La omnipotencia y la autosuficiencia de los mercaderes, es solo aparente, pues son evidentes sus debilidades, ante consumidores pobres, endeudados, sin trabajo o con jornadas reducidas causadas por empresarios y que fueron complacientemente autorizadas por el gobierno. Asimismo, el gobierno amenaza y juzga de irresponsables a las mayorías por criticar las nuevas cargas tributarias, los salarios y pensiones confiscadas. Esto es, se empobrece intencionalmente a quienes son precisamente los que sostienen la economía con su trabajo, consumo y la creación de las condiciones sociales y políticas para la reproducción del sistema imperante. La provocación y el abuso de los empresarios y del Estado, es una errática y riesgosa actuación de su miedo hacia los trabajadores y los pobres.

Es absurdo como contradictorio, la insolidaridad de los propietarios y gobierno con las condiciones de mínima subsistencia creadas a los trabajadores, no solo históricamente, también en la actual coyuntura. Es una infamia privilegiar los negocios privados, mientras se arriesga la salud y existencia de los asalariados empobrecidos y sobreexplotados. El repudio de gobernantes y ricos contra los pobres y trabajadores, se revierte en ilegitimidad e ingobernabilidad, así como, al final de cuentas, en ganancias insuficientes y quiebras que polarizan las empresas.

La política genocida del gobierno y empresarios durante la pandemia, es ocultada con el descalabro fiscal, las amenazas y prácticas impositivas, la reducción de salarios, el uso de los ahorros de los trabajadores, conculcación de derechos conquistados, así como, con el aumento de precios de los servicios públicos, de las medicinas y de las tasas impositivas a los que menos tienen. Así, se revela la orientación social del poder en Costa Rica. No obstante, se busca encubrir las intencionalidades privadas con escaramuzas dilatorias de diálogo, sin garantía alguna de consenso con empresarios que se creen dueños del destino de la población y del país, y con un Estado débil, pusilánime, diletante y que no representa la pluralidad social nacional. En estas condiciones políticas, no es posible vislumbrar una solución digna, justa ni equitativa para las mayorías de nuestro país.

La relación de la democracia con lo público, con lo común a todos, es sin duda una ilusión en la actual crisis económica y pandémica, porque no son decisiones democráticas ni públicas, cuando se privilegia a unos y perjudica a muchos, cuando en nombre de la nación se cercena derechos, se viabiliza mayor explotación y exacción de los salarios y recursos de los pobres y trabajadores. No obstante, los discursos de alabanzas nacionalistas y democráticas, no cambian las tendencias que favorecen a los privilegiados de siempre, de los que están protegidos por el poder estatal, los liberales y los que imaginan poder recrear las condiciones laborales y de los negocios del pasado. En las actuales circunstancias organizativas y propositivas, es una ilusión democrática revertir las tendencias vigentes.

La falsa conciencia de quienes detentan el poder, colectivizan una visión ideológica individualista que imagina una realidad controlada y manejada a su antojo, con una autosuficiencia de la que carecen. En un contexto de pobreza, explotación y sin libertad, no es posible suponer que la corrupción, el dinero, el miedo ni la violencia puedan garantizar la perpetuación del poder ni la conservación de los privilegios privados, como es un absurdo, reeditar los fracasos políticos y sociales de regímenes totalitarios del pasado. La incertidumbre en un espacio social contradictorio e interdependiente no puede ser controlada ni modelada por ningún poder. Una paz con exacerbación de la explotación, sin democracia ni respeto a derechos conquistados, es el preludio de un poder sin futuro.

La ideología necesaria del capitalismo, el liberalismo, impone al Estado y a los otros, la cosmovisión individualista y privatizadora de los ricos y poderosos como verdades absolutas a la sociedad, de la cual se sirven, pero es una subjetividad que no posee la capacidad de modelar las condiciones concretas de una realidad incierta y diversa.

Los tiempos del capitalismo han sido heterogéneos, el salvaje, que conocemos y vivimos, no es el mismo de otros tiempos. El dominio financiero contemporáneo está logrando empobrecer a la humanidad, enriqueciendo al oligopolio bancario conformado por 28 bancos que “producen” el 90% de las monedas, frente al 10% de los bancos centrales de todos los países, que controla la tasa cambiaria y la tasa de interés bancaria, así como movilizan recursos financieros que superaban, en el 2012, la deuda pública de 200 países. Se estima que solo 14 de ellos poseen más de 710 billones de dólares, superando en 10 veces el PIB del mundo. Este oligopolio domina la economía, crea inestabilidad e imponen condiciones y chantajes al endeudamiento y a las recurrentes crisis fiscales de los Estados.

Sin embargo, paradójicamente el poder del capital financiero es solo aparente, dado que no es autónomo, depende de las actividades que recrean incesantemente valores apropiables, así como estos, requieren para crecer y expandirse, de los trabajadores y consumidores para privatizar los productos del trabajo y de los recursos de los compradores. El sector financiero crece, sin ser autónomo ni autosuficiente. En 1929, en Wall Street, hubo quienes se enriquecían en plena crisis económica, pero esto fue breve porque en octubre de ese año, se desmoronó la bolsa de valores y para algunos, las vías del metro fueron la solución a sus tragedias monetarias. La riqueza financiera se disuelve sin la concreción y creación de nuevos valores económicos que desfalca.

El capitalismo era para Adam Smith la única y mejor forma organizativa económica que ha existido, no obstante, es el modo como se han creado formas de esclavitud para la explotación e inequidad social, que destruye culturas, democracia, naturaleza y medio ambiente, así como, es una economía que pone en peligro la propia existencia humana.

La polaridad contemporánea social actual es inmensa, según OXFAM, el 82% de la riqueza generada en el mundo en el año 2017, fue para el 1% más rico de la población mundial, en Costa Rica tres personas ganan el equivalente a los ingresos de dos millones de sus pobladores. No obstante, la inmensa riqueza privada y la profunda brecha social, los ricos no son inmunes al hambre, la enfermedad, el desempleo y el incesante empobrecimiento de los que crean riqueza y tributan, de los que compran y consumen, o de los que crean las condiciones para la riqueza privada.

Los ricos no son autosuficientes. Sin salarios o con salarios africanizados, no hay compradores, tampoco hay ganancias, no hay créditos, tampoco se evitará la crisis con la apropiación de los bienes, recursos y salarios por los dueños del dinero. ¿De qué sirve al sector financiero apropiarse del dinero y los recursos del mundo?, ¿de qué sirve al capitalismo el enriquecimiento de pocos en un planeta de miserables empobrecidos? ¿qué pueden hacer los dueños de la riqueza en la pandemia, el hambre y la violencia? Estas tendencias de ningún modo pueden caracterizarse de capitalismo, es la feudalización bancaria que, al adueñarse de la riqueza destruye capital, Estado y civilización.

El crecimiento económico o la optimación de las ganancias privadas, es el dogma del capitalismo, el decrecimiento o disminución de las ganancias activa todas las alarmas del pánico, del miedo de negociantes, gobiernos y economistas. Las naciones y el mundo en crisis son presurosas en paliar las ganancias privadas, incentivar y subsidiar sus inversiones privadas o condonar las deudas de los ricos. De este modo, las crisis se resuelven transitoriamente en ciclos de endeudamiento público y radicales prácticas de empobrecimiento social.

Sin embargo, a pesar de los daños a la colectividad y la nación que ocasiona la economía capitalista en el presente, es un sistema que se encuentra socialmente internalizado, es inconsciente, ideológica e implícitamente aceptado. No requiere legitimación social, porque forma parte de nuestra cotidianidad y porque se ha creado, desde la academia y las leyes, la imagen de ser incontrovertible. Los dogmas se imponen, aun cuando no existen verdades absolutas ni universales, en la ciencia ni en el derecho. La economía se niega a sí misma el ser ciencia, porque no explica la realidad económica, solo aplica sus dogmas y obvias deducciones para hacer que los ricos sigan empobreciendo a los ciudadanos y al país. Tampoco esa economía está comprometida con las personas, las sociedades ni la humanidad, los evidentes y nefastos efectos son vistos como colaterales e inevitables. Las actividades lucrativas de los empresarios, tiene en la economía, una ideología y una epistemología formalista, que justifica tautológicamente el sistema económico imperante. Las crisis económicas ponen de manifiesto transparentemente, la crisis cognoscitiva de la economía.

[1] Catedrático. Escuela de Administración Pública. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

 

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