La regresión política en Brasil

Por: Alberto J. Olvera

 

La imparable carrera de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil requiere una explicación no convencional. Estamos frente a un caso cuyo parecido más cercano es el del presidente Rodrigo Duterte en Filipinas, quien a dos años de gobierno mantiene una alta popularidad. Ambos personajes, fascistoides y brutales, comparten una capacidad: han sabido reconocer el profundo enojo y la enorme angustia del electorado y han construido un lenguaje político abiertamente transgresor que apela a las ansiedades y a las esperanzas de una ciudadanía desesperada.

Tanto Duterte como Bolsonaro dicen lo que mucha gente quisiera decir pero no puede; expresan en forma radical el rechazo a un orden político elitista que ha agotado sus capacidades hegemónicas; con su lenguaje violento y provocador rompen con el discurso de una elite política que a los ojos de buena parte de la ciudadanía ha perdido toda autoridad moral.

Brasil vive un fin de ciclo, el de la redemocratización que empezó en 1986, dio lugar a la constitución democrática de 1988 y creó un sistema político disfuncional de origen, basado en el transfuguismo de las élites políticas, el oportunismo descarado de los partidos que siempre participaron en las coaliciones gobernantes -el PSDB y el PMDB-y en la corrupción sistémica del congreso brasileño, dentro del cual ningún partido podía tener una mayoría que le permitiera gobernar en solitario. El largo ciclo de gobierno del Partido de los Trabajadores trajo más justicia social, pero radicalizó los defectos del sistema político, en una época en la cual la corrupción se hizo más notoria e intolerable. La situación hizo crisis cuando un poder judicial empoderado y politizado atacó la corrupción en una forma tal que sólo podía conducir a la destrucción del sistema político mismo.

Los partidos oportunistas brasileños terminaron suicidándose al pensar que podían deshacerse del PT por medio del escándalo de corrupción sin sacrificarse ellos mismos. El pobre desempeño del PSDB y del PMDB en las elecciones pasadas demuestra que el rechazo que sufren es más grande que el que padece el PT.

El descrédito de los partidos y de sus líderes ha coincidido con una crisis económica que ha causado desempleo, una terrible crisis fiscal y una sorda guerra distributiva que ha radicalizado los históricos enconos de clase, raza, género y región. El brutal populismo penal de Bolsonaro se corresponde en este momento con la desesperación generalizada por el incremento de la delincuencia común y de la miseria en las calles. El militarismo, el machismo y la antipolítica se oyen bien en los oídos de ciudadanos que se sienten acosados en su vida diaria tanto por un gobierno incompetente y corrupto como por otros ciudadanos a quienes las elites les quieren negar su condición de iguales: los muy pobres, los negros, las mujeres insurgentes.

El ascenso de las iglesias pentecostales en Brasil y en general en América Latina es un reflejo de una crisis de valores y normas que una parte de la sociedad vive como una crisis de identidad. Y en esos momentos de ruptura del orden político y moral se busca refugio en las instituciones y símbolos de un pasado mitologizado: en el caso de Brasil, en la nostalgia del régimen militar, resignificado por Bolsonaro como una época de progreso y paz, así como en la restauración de los valores cristianos tradicionales.

Bolsonaro ha encontrado la coyuntura perfecta para presentarse como un outsider, aunque no lo sea. Tiene a su favor el rechazo a los partidos políticos, a sus lenguajes, a sus prácticas políticas, a sus líderes, vistos por la mayoría como una casta que ha causado un desastre nacional. Bolsonaro, el patético líder del momento, es apenas el vehículo de una profunda frustración colectiva y de un deseo de castigo que va más allá de toda racionalidad.

La democracia brasileña, la más grande de América Latina, está en grave peligro. Sea cual sea el desenlace de la elección, el sistema político deberá ser reconstruido desde sus cimientos. Nuevos partidos y nuevos liderazgos políticos son necesarios. La pregunta es cuál será el costo de ese proceso y quienes sus protagonistas. Por ahora, no hay atisbos de autocrítica en una clase política que ha logrado autodestruirse a la vista de todos y sin que se diera cuenta de ello.

 

*Imagen con fines ilustrativos tomada de http://www.nuevospapeles.com

Compartido con SURCOS por Alberto Rojas Rojas y Carlos Campos Rojas.

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