José Luis Pacheco Murillo
Lo sucedido en Managua, Nicaragua con la decisión del gobierno de Ortega Murillo de expulsar 222 prisioneros políticos y despojarlos de su nacionalidad nicaragüense, es lamentable, triste y especialmente inaceptable por parte de la comunidad internacional.
El hecho de haberlos detenido y cercenarles sus derechos civiles ya era motivo suficiente para repudiar no solo la decisión sino al régimen mismo.
Esas personas tenían sueños e ilusiones para su país, diferentes a las del régimen opresor. Querían poner su granito de arena para la construcción de una Nicaragua libre y soberana y hacer de sus ciudadanos, hombres y mujeres libres, con un futuro esperanzador. El régimen los despojó de sus sueños y esperanzas. Les reprimió y les robó la libertad.
Hoy, como si la nacionalidad fuera un tema de papeles, los hace apátridas y los abandona en el mundo. Eso se devolverá como una mole de nacionalismo y sacudirá los cimientos de la patria.
Lo que ha sido y sigue siendo inexplicable es el silencio cómplice de los países que deberían alzar la voz y actuar consecuentemente con los principios que dicen profesar de democracia y libertad. Es tiempo de acción y no de volver caras y cerrar ojos. Es tiempo de tomar decisiones sobre esas relaciones “diplomáticas” que avergüenzan porque permiten estas violaciones y estas acciones en contra de ciudadanos que lo único que querían era lo mejor para su país.
Mi solidaridad para con esos ciudadanos del mundo que han sido liberados y con aquellos que aún siguen presos a expensas de un régimen opresor y tiránico.
Mi solidaridad con el pueblo nicaragüense que repudia estas acciones y que desea el fin de esta pesadilla Ortega Murillo.
Dios quiera que pronto acabe y que Nicaragua vuelva por la senda de la democracia, de la Paz y la libertad.